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La palabra lados
Cómo se escribe

la palabra lados

La palabra Lados ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece lados.

Estadisticas de la palabra lados

Lados es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 3592 según la RAE.

Lados tienen una frecuencia media de 25.84 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la lados en 150 obras del castellano contandose 3927 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Lados

Cómo se escribe lados o ladoz?

Más información sobre la palabra Lados en internet

Lados en la RAE.
Lados en Word Reference.
Lados en la wikipedia.
Sinonimos de Lados.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece lados

La palabra lados puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1675
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un rosario de comadres llorosas que iban llegando de todos los lados de la huerta, y rodeaban la cama, besaban el pequeño cadáver, y parecían apoderarse de él como Si fuera cosa suya, dejando a un lado a Teresa y su hija. ...

En la línea 1908
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La siega había limpiado el paisaje echando abajo las masas de trigo matizadas de amapolas que cerraban la vista por todos lados como murallas de oro. ...

En la línea 2097
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Y en qué momento resurgía esta animosidad! Brillaban los ojos, fijos en él con el fuego del odio: las cabezas, turbadas por el alcohol, parecían sentir el escarabajeo de la tentación homicida; instintivamente iban todos hacia Batiste, y éste comenzó a sentirse empujado por todos lados, como si el círculo se estrechase para devorarlo. ...

En la línea 715
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y los braceros, siguiendo las indicaciones del capataz, se formaron en dos filas a ambos lados del camino. ...

En la línea 796
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señor Fermín que iba a la cabeza de la procesión, estaba ya en mitad de la cuesta, cuando apareció en la entrada de la capilla el grupo más interesante; el padre Urizábal, con una capa de claveles rojos y dorados deslumbrantes, y junto a él Dupont, empuñando su cirio como una espada, mirando a todos lados imperiosamente, para que la ceremonia marchase bien y no la desluciera el menor descuido. ...

En la línea 915
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero los infelices sacudían ya su atonía: el dios era un cadáver. No más resignación. Ante el Cristo muerto había que aclamar el triunfo de la Vida. El cadáver inmenso aun pesaba sobre la tierra, pero las muchedumbres engañadas se agitaban ya, dispuestas a sepultarle. Por todos lados se oían los vagidos del mundo nuevo que acababa de nacer. La Poesía que profetizó vagamente la llegada de Cristo, anunciaba ahora la aparición del gran Redentor, que no había de encerrarse en la debilidad de un hombre, sino que encarnaría en la inmensa masa de los desheredados, de los tristes, con el nombre de Rebelión. ...

En la línea 1124
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra, que estaba en el ventorro hablando con _Matacardillos_, su doliente camarada, se hizo atrás, sorprendido por la impetuosa entrada de _Alcaparrón_. El gitano miraba a todos lados con ojos de loco, y acabó por arrojarse a sus pies, agarrándole las manos con suplicante vehemencia. ...

En la línea 7352
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Carta falsa -dijo Porthos-; nosotros no hemos sido acuarte lados. ...

En la línea 7605
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pues bien, mirad, por ejemplo –dijo Richelieu-, cuando en 1610, por un motivo más o menos parecido al que hace conmoverse al duque, el rey Enrique IV, de gloriosa memoria, iba a invadir a la vez Flandes y Italiapara golpear a un mismo tiempo a Austria por dos lados, ¿no ocurrió entonces un acontecimiento que salvó a Austria? ¿Por qué el rey de Francia no habría de tener la misma suerte que el emperador?-¿Vuestra Eminencia se refiere a la cuchillada de la calle de la Fe rronerie?-Precisamente -dijo el cardenal. ...

En la línea 747
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cómo dos años antes, una cuadrilla de seis bandidos a caballo estuvo allí tres días, y desvalijó a cuantos venían por ambos lados. ...

En la línea 754
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cada vehículo llevaba a los lados un campesino armado, y el hijo del _fidalgo_, mancebo de diez y seis años, mandaba la retaguardia, de una fuerza igual a la vanguardia conducida por su primo. ...

En la línea 949
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Allí los peñascos gigantescos se apilan en forma tal, que parecen amenazar con la destrucción inminente de cuanto los rodea; las ruinas aún adheridas a los peñascos, más parecen nidos de águilas que restos de habitaciones humanas, incluso de moros; mientras que las ruinas de Monte Moro están asentadas, comparativamente, con más holgura en el ancho lomo de un cerro, grande y levantado, pero sin peñascos ni precipicios, al que puede subirse por todos lados sin gran dificultad. ...

En la línea 1635
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Como he dicho, el ala de su sombrero era ancha; pero, aun siéndolo, no bastaba para cubrir un inmenso matorral de pelo negro como el carbón, espeso y rizado, que se desbordaba por todos lados. ...

En la línea 3492
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Colgó Cardenio del arzón de la silla de Rocinante, del un cabo la adarga y del otro la bacía, y por señas mandó a Sancho que subiese en su asno y tomase de las riendas a Rocinante, y puso a los dos lados del carro a los dos cuadrilleros con sus escopetas. ...

En la línea 3504
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y la orden que llevaban era ésta: iba primero el carro, guiándole su dueño; a los dos lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus escopetas; seguía luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de rienda a Rocinante. ...

En la línea 4022
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse Volvió Sancho a casa de don Quijote, y, volviendo al pasado razonamiento, dijo: -A lo que el señor Sansón dijo que se deseaba saber quién, o cómo, o cuándo se me hurtó el jumento, respondiendo digo que la noche misma que, huyendo de la Santa Hermandad, nos entramos en Sierra Morena, después de la aventura sin ventura de los galeotes y de la del difunto que llevaban a Segovia, mi señor y yo nos metimos entre una espesura, adonde mi señor arrimado a su lanza, y yo sobre mi rucio, molidos y cansados de las pasadas refriegas, nos pusimos a dormir como si fuera sobre cuatro colchones de pluma; especialmente yo dormí con tan pesado sueño, que quienquiera que fue tuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre ella, y me sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese. ...

En la línea 5476
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El eclesiástico se sentó frontero, y el duque y la duquesa a los dos lados. ...

En la línea 20
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En compañía de dos oficiales del barco me voy a RibeiraGrande, pueblo situado a algunos kilómetros al este de Porto-Praya. El paisaje conserva su aspecto pardo monótono hasta el valle de San Martín, pero allí un arroyo da origen a una rica vegetación. Una hora después llegamos a Ribeira-Grande y nos vemos sorprendidos al estar en presencia de un gran castillo en ruinas y una catedral. Antes de llenarse de arena su puerto, ese pueblecillo era la ciudad más importante de la isla; por pintoresca que sea su situación, no deja de provocar profunda melancolía. Tomamos por guía a un pastor negro y por intérprete a un español que estuvo en la guerra de la península; nos hacen visitar una multitud de edificios y principalmente una iglesia antigua donde yacen enterrados los gobernadores y los capitanes generales de la isla. Algunos de estos sepulcros llevan grabada la fecha del siglo XVI1; y los adornos heráldicos que las recubren es lo único que nos recuerda a Europa en este rincón del mundo. Esta iglesia, o más bien esta capilla, forma uno de los lados de una plaza en medio de la cual crece un bosque de bananeros; un hospital, con una docena escasa de miserables habitantes, ocupa otro de los lados de la misma plaza. ...

En la línea 49
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... FERNANDO NORONHA, 20 de febrero de 1832. Según he podido juzgar por las pocas horas pasadas en este sitio, esta isla es de origen volcánico, pero no es probable que sea de fecha reciente. Su carácter más notable consiste en una colina cónica de unos 1.000 pies de altura (300 metros), cuya parte superior es muy escarpada y uno de cuyos lados cae a plomo sobre la base. Este peñón es monolítico y está dividido en columnas irregulares. Al ver una de estas masas aisladas, al pronto se está dispuesto a creer que se elevó de repente en estado semifluido. Pero en Santa Elena he podido darme cuenta de que columnas de forma y de constitución casi análogas provenían de la inyección de la roca fundida en capas blandas, que al cambiar de sitio, sirvieron, digámoslo así, de moldes a esos gigantescos obeliscos. La isla entera está cubierta de bosques, pero la sequedad del clima es tan grande que no hay allí ni el más pequeño verdor. Inmensas masas de peñas, dispuestas en columnas, sombreadas por árboles parececidos a laureles y adornadas por otros árboles que dan bellas flores de color rosa, pero sin una sola hoja, forman en admirable primer término una ladera de la montaña. ...

En la línea 398
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... pregunta cuál es el motivo de la aparición inmediata, en todos los senderos que conducen a una choza recién construida, de plantas que no crecen en las cercanías. En otro pasaje dice8: «Estos caballos (salvajes) tienen la manía de preferir los caminos y el borde de las carreteras para depositar sus excrementos; montones de ellos se encuentran en esos lugares». Pero, ¿no es eso una explicación del hecho? ¿No se producen así líneas de terreno ricamente abonado, que sirven de comunicación a través de inmensas regiones? Junto a Guardia encontramos el límite meridional de dos plantas europeas que se han hecho extraordinariamente comunes. El hinojo abunda en los revestimientos de los hoyos en las cercanías de Buenos Aires, Montevideo y otras ciudades. Pero el cardo9 aún se ha difundido mucho más: se le encuentra en estas latitudes a los dos lados de la cordillera, en todo el ancho del continente. Lo he hallado en sitios casi desiertos de Chile, de Entre Ríos y de la banda oriental. Sólo en este último país, hartas millas cuadradas (probablemente muchos centenares), están cubiertas por una masa de estas plantas armadas de pinchos, en sitios donde no pueden penetrar hombres ni animales. ...

En la línea 444
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Como los restos de esos géneros se encuentran a los dos lados del estrecho de Behring7 y en las llanuras de Siberia, nos vemos obligados a considerar el lado noroeste de la América del Norte como el antiguo punto de comunicación entre el antiguo mundo y lo que se llama el nuevo mundo. Pues bien: como tantas especies vivas y extintas de esos mismos géneros han habitado y habitan aún en el antiguo mundo, parece muy probable que los elefantes, los mastodontes, el caballo y los rumiantes de cuernos huecos de la América septentrional hayan penetrado en este país pasando por tierras hoy hundidas junto al estrecho de Behring; y de allí, pasando por tierras también sumergidas después, por las cercanías de las Indias occidentales, esas especies penetrarían en la América del Sur, donde, luego de mezclarse durante algún tiempo con las formas que caracterizan a este continente meridional, han acabado por extinguirse. ...

En la línea 2489
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —y miraba a los lados al decirlo —tenía un precioso manuscrito de Felipe II, un documento político de gran importancia. ...

En la línea 3822
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El camino era estrecho, pero igual y firme; a los lados se extendían prados de yerba alta y espesa y campos de hortaliza. ...

En la línea 6048
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El marqués de Vegallana y Ripamilán, que estaban en medio del grupo, volviéndose a todos lados, opinaban que ellos gobierno, darían el estanco a la viuda. ...

En la línea 10424
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Se puso de pie el Magistral, miró a todos lados por encima del seto de boj que rodeaba su escondite, y al verse solo, solo de seguro, se le ocurrió mezclar a la cháchara insustancial y armoniosa de los pájaros que saltaban de rama en rama sobre su cabeza, su voz más dulce y melódica, recitando aquellas palabras de espiritual hermosura que la Regenta le había escrito. ...

En la línea 322
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A ambos lados, sostenidos por una faja elástica, había en línea como una docena de cilindros de papel blanco, estrechos y prolongados, cuyo interior estaba lleno de una hierba obscura. Estos cilindros tenían recubierto el papel en su parte inferior con un zócalo de oro. ...

En la línea 678
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie vio surgir por los escotillones a muchos servidores suyos, hombres y mujeres, que se colocaron en uno de los lados de la planicie de madera, esperando órdenes. Luego fueron saliendo de dos en dos los doctores jóvenes, yendo a situarse en el borde de la mesa, frente al gigante. Muchos de ellos llevaban lentes de disminución para examinarlo detenidamente. Otros, los mas gallardos y de buen ver, reían y se empujaban con el codo, mirando a ojos simples la cara de Gillespie y haciendo suposiciones sobre sus enormidades ocultas, que provocaban el escándalo y la protesta de sus compañeras mas graves y virtuosas. ...

En la línea 1282
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Popito siguió hablando para contar lo que sabía de estas gentes: fugitivos de todos los países; hombres con los que no querían contar los otros hombres, deseosos de emancipación. Entre ellos eran tenidos como peores los de un grupo procedente de Blefuscu, fácilmente reconocibles por sus luengas cabelleras y sus bigotes, que pendían con no menos abundancia por ambos lados de sus bocas. ...

En la línea 1535
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Llegó Gillespie al puerto, teniendo siempre ante sus pies un ancho espacio de terreno libre de gentío. Todos huían a ambos lados de el, pero era para juntarse luego que había pasado, profiriendo gritos de alarma y amenazas. ...

En la línea 212
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No me da la gana… Si lo que yo quiero es borrar un pasado que considero infamante; si no quiero tener ni memoria de él… Es un episodio que tiene sus lados ridículos y sus lados vergonzosos. Los pocos años disculpan ciertas demencias, cuando de ellas se saca el honor puro y el corazón sano. ¿Para qué me obligas a repetir lo que quiero olvidar, si sólo con recordarlo paréceme que no merezco este bien que hoy poseo, tú, niña mía? ...

En la línea 212
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No me da la gana… Si lo que yo quiero es borrar un pasado que considero infamante; si no quiero tener ni memoria de él… Es un episodio que tiene sus lados ridículos y sus lados vergonzosos. Los pocos años disculpan ciertas demencias, cuando de ellas se saca el honor puro y el corazón sano. ¿Para qué me obligas a repetir lo que quiero olvidar, si sólo con recordarlo paréceme que no merezco este bien que hoy poseo, tú, niña mía? ...

En la línea 731
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Empujole hacia la puerta mirando a todos lados por si había en el recibimiento o en los pasillos alguien que tales despropósitos oyera. No había nadie. D. José se deshizo en reverencias; pero no se turbó porque le llamaran loco. ...

En la línea 830
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Después de recorrer dos lados del corredor principal, penetraron en una especie de túnel en que también había puertas numeradas; subieron como unos seis peldaños, precedidas siempre de la zancuda, y se encontraron en el corredor de otro patio, mucho más feo, sucio y triste que el anterior. Comparado con el segundo, el primero tenía algo de aristocrático y podría pasar por albergue de familias distinguidas. ...

En la línea 367
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En ese momento la partida salió de repente de la oscuridad a la luz, y no sólo a la luz, sino al centro de una multitud de gentes que cantaban, bailaban y vociferaban apiñadas en el frente del río. Había una hilera de fogatas que se extendía por ambos lados del Támesis hasta donde alcanzaba la vista. El Puente de Londres estaba iluminado, lo mismo que el Puente de Southwark. Todo el río brillaba con los fulgores y el lustre de las luces de colores; y constantes estallidos de fuegos artificiales llenaban los cielos con una intrincada mezcla de esplendores y de una espesa lluvia de chispas deslumbrantes que casi convertían la noche en día; por doquiera, había grupos de juerguistas; todo Londres parecía estar allí. ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 1089
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Eso es mi perdición –dijo el alguacil desesperado–. ¡Ah! Sed razonable, señor. Considerad el asunto por todos sus lados, y ved que es una pura broma, una broma manifiesta y evidente; y si alguien dijere que, no lo es, sería entonces una falta tan pequeña, tan pequeña, que la pena mayor que merecería sería una reprensión y un aviso del juez. ...

En la línea 1273
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Abrióse una gran verja y entró una muchedumbre, que se agrupó en torno de las dos mujeres, ocultándolas a la vista del rey. Entró un clérigo y cruzó por entre la muchedumbre hasta perderse de vista. Eduardo oyó después preguntas y respuestas, mas no pudo comprender qué es lo que se decía. Luego hubo mucho alboroto de preparativos y de idas y venidas de los funcionarios por la parte de la muchedumbre que se hallaba al otro lado de donde estaban las mujeres, y mientras tanto un prolongado siseo imponiendo silencio a la gente. De pronto, a una orden, la multitud se separó a ambos lados y el rey vio un espectáculo que le heló la sangre en las venas. Habían apilado haces de leña en torno de las dos mujeres, y unos hombres arrodillados los estaban encendiendo. ...

En la línea 1285
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... A cada paso la marcha se hacía más difícil. Por todos lados había grandes árboles que apenas dejaban paso. Sin embargo, como eran hombres que sabían orientarse, pronto llegaron a la cerca. ...

En la línea 873
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Decididamente, entre los dos, Ned y Conseil, hubieran constituido un brillante naturalista. No se había equivocado el canadiense. Un grupo de balistes, de cuerpo comprimido, de piel granulada, armados de un aguijón en el dorso, evolucionaban en torno al Nautilus, agitando las cuatro hileras de punzantes y erizadas espinas que llevan a ambos lados de la cola. Nada más admirable que la pigmentación de su piel, gris por arriba y blanca por debajo, con manchas doradas que centelleaban entre los oscuros remolinos del agua. Entre ellos, se movían ondulantemente las rayas, como banderas al viento. Con gran alegría por mi parte, vi entre ellas esa raya china, amarillenta por arriba y rosácea por abajo, provista de tres aguijones tras el ojo; una especie rara y de dudosa identificación en la época de Lacepède, quien únicamente pudo verla en un álbum de dibujos japonés. ...

En la línea 2224
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nos hallábamos a la sazón entre Sicilia y la costa de Túnez. En ese espacio delimitado por el cabo Bon y el estrecho de Mesina, el fondo del mar sube bruscamente formando una verdadera cresta a diecisiete metros de la superficie, mientras que a ambos lados de la misma la profundidad es de ciento setenta metros. El Nautilus hubo de maniobrar con prudencia para no chocar con la barrera submarina. ...

En la línea 72
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana tenía un modo agresivo e invariable de cortar nuestro pan con manteca. Primero, con su mano izquierda, agarraba con fuerza el pan y lo apoyaba en su peto, por lo que algunas veces se clavaba en aquél un alfiler o una aguja que más tarde iban a parar a nuestras bocas. Luego tomaba un poco de manteca, nunca mucha, por medio de un cuchillo, y la extendía en la rebanada de pan con movimientos propios de un farmacéutico, como si hiciera un emplasto, usando ambos lados del cuchillo con la mayor destreza y arreglando y moldeando la manteca junto a la corteza. Hecho esto, daba con el cuchillo un golpe final en el extremo del emplasto y cortaba la rebanada muy gruesa, pero antes de separarla por completo del pan la partía por la mitad, dando una parte a Joe y la otra a mí. ...

En la línea 622
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero cuando vi que Joe abría sus azules ojos y miraba a todos lados con el mayor asombro, los remordimientos se apoderaron de mí; pero eso tan sólo ocurría mientras le miraba a él y no cuando fijaba mi vista en los demás. Con respecto a Joe, y tan sólo al pensar en él, me consideraba a mí mismo un monstruo en tanto que los tres discutían las ventajas que podría reportarme el favor y el conocimiento de la señorita Havisham. No tenían la menor duda de que ésta «haría algo» por mí; sus dudas se referían tan sólo a la manera de hacer este «algo». Mi hermana aseguraba que recibiría dinero. El señor Pumblechook creía, más bien, que como premio se me pondría de aprendiz en algún comercio agradable, por ejemplo en el de cereales y semillas. En cuanto a Joe, discrepó de los dos al sugerir que quizá me regalara uno de los perros que se pelearon por las costillas de ternera. ...

En la línea 728
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El corredor era muy largo y parecía rodear los cuatro lados de la casa. Sólo atravesamos un lado de aquel cuadrado, y al final ella se detuvo, dejó la vela en el suelo y abrió la puerta. Allí podía ver la luz diurna, y me encontré en un patinillo enlosado, cuyo lado extremo lo formaba una pequeña vivienda que tal vez había pertenecido al gerente o al empleado principal de la abandonada fábrica de cerveza. En la pared exterior de aquella casa había un reloj, y, como el de la habitación de la señorita Havisham y también a semejanza del de ésta, se había parado a las nueve menos veinte. ...

En la línea 1025
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Un domingo, cuando Joe, disfrutando de su pipa, se hubo vanagloriado de tener la mollera muy dura y yo lo hube dejado tranquilo por aquel día, me quedé tendido en el suelo por algún tiempo y con la barbilla en la mano, y parecíame descubrir huellas de la señorita Havisham y de Estella por todos lados, en el cielo y en el agua, hasta que por fin resolví comunicar a Joe un pensamiento que hacía tiempo se albergaba en mi cabeza. ...

En la línea 770
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En este momento entró ruidosamente un oficial, con aire resuelto y moviendo los hombros a cada paso. Echó sobre la mesa su gorra, adornada con una escarapela, y se sentó en un sillón. La dama lujosamente ataviada se apresuró a levantarse apenas le vio, y empezó a saludarle con un ardor extraordinario, y aunque él no le prestó la menor atención, ella no osó volver a sentarse en su presencia. Este personaje era el ayudante del comisario de policía. Ostentaba unos grandes bigotes rojizos que sobresalían horizontalmente por los dos lados de su cara. Sus facciones, extremadamente finas, sólo expresaban cierto descaro. ...

En la línea 1288
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin duda, el aspecto de Piotr Petrovitch tenía un algo que justificaba el calificativo de novio que acababa de aplicársele tan gentilmente. Desde luego, se veía claramente, e incluso demasiado, que Piotr Petrovitch había aprovechado los días que llevaba en la capital para embellecerse, en previsión de la llegada de su novia, cosa tan inocente como natural. La satisfacción, acaso algo excesiva, que experimentaba ante su feliz transformación podía perdonársele en atención a las circunstancias. El traje del señor Lujine acababa de salir de la sastrería. Su elegancia era perfecta, y sólo en un punto permitía la crítica: el de ser demasiado nuevo. Todo en su indumentaria se ajustaba al plan establecido, desde el elegante y flamante sombrero, al que él prodigaba toda suerte de cuidados y tenía entre sus manos con mil precauciones, hasta los maravillosos guantes de color lila, que no llevaba puestos, sino que se contentaba con tenerlos en la mano. En su vestimenta predominaban los tonos suaves y claros. Llevaba una ligera y coquetona americana habanera, pantalones claros, un chaleco del mismo color, una fina camisa recién salida de la tienda y una encantadora y pequeña corbata de batista con listas de color de rosa. Lo más asombroso era que esta elegancia le sentaba perfectamente. Su fisonomía, fresca e incluso hermosa, no representaba los cuarenta y cinco años que ya habían pasado por ella. La encuadraban dos negras patillas que se extendían elegantemente a ambos lados del mentón, rasurado cuidadosamente y de una blancura deslumbrante. Su cabello se mantenía casi enteramente libre de canas, y un hábil peluquero había conseguido rizarlo sin darle, como suele ocurrir en estos casos, el ridículo aspecto de una cabeza de marido alemán. Lo que pudiera haber de desagradable y antipático en aquella fisonomía grave y hermosa no estaba en el exterior. ...

En la línea 4014
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Entre tanto, Catalina Ivanovna se había reanimado un poco. La hemorragia había cesado. La enferma dirigió una mirada llena de dolor, pero penetrante, a la pobre Sonia, que, pálida y temblorosa, le limpiaba la frente con un pañuelo. Después pidió que la levantaran. La sentaron en la cama y le pusieron almohadas a ambos lados para que pudiera sostenerse. ...

En la línea 4578
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De la ventana llegaba un aire frío y húmedo. Sin moverse de donde estaba, Svidrigailof tiró de la cubierta y se envolvió en ella. Pero no encendió la bujía. No pensaba en nada, no quería pensar. Sin embargo, vagas visiones, ideas incoherentes, iban desfilando por su cerebro. Cayó en una especie de letargo. Fuera por la influencia del frío, de la humedad, de las tinieblas o del viento que seguía agitando el ramaje, lo cierto es que sus pensamientos tomaron un rumbo fantástico. No veía más que flores. Un bello paisaje se ofrecía a sus ojos. Era un día tibio, casi cálido; un día de fiesta: la Trinidad. Estaba contemplando un lujoso chalé de tipo inglés rodeado de macizos repletos de flores. Plantas trepadoras adornaban la escalinata guarnecida de rosas. A ambos lados de las gradas de mármol, cubiertas por una rica alfombra, se veían jarrones chinescos repletos de flores raras. Las ventanas ostentaban la delicada blancura de los jacintos, que pendían de sus largos y verdes tallos sumergidos en floreros, y de ellos se desprendía un perfume embriagador. ...

En la línea 665
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Encogiose Artegui de hombros como aquel que se resigna, y tiró del cordón de la campanilla. Cuando un cuarto de hora después entró el camarero con la bandeja, ardía el fuego más que nunca claro y regocijado, y las dos butacas, colocadas a ambos lados de la chimenea, y el velador cubierto de níveo mantel, convidaban a la dulce intimidad del almuerzo. Brillaban las limpias copas, las garrafas, la salvilla, las vinagreras, el aro de plata del mostacero: los rábanos, nadando en fina concha de porcelana, parecían capullos de rosa; el lenguado frito presentaba su dorado lomo, donde se destacaba el oro pálido de las ruedas de limón, y el verde chamuscado de las ramas de perejil; los bisteques reposaban sangrientos en lago de liquida manteca; y en las transparentes copas de muselina destellaba el intenso granate del Borgoña y el rubio topacio del Chateau-Iquem. Al entrar y salir; al dejar cada plato, o recogerlo, reíase el camarero, para su sayo, de la enamorada pareja española, que quería habitación aparte, para luego almorzar así, mano a mano, al halago de la lumbre. A fuer de francés de raza, el sirviente aprovechaba la situación, subiendo el gasto. Había presentado a Artegui la lista de los vinos, y se permitía indicaciones y consejos. ...

En la línea 711
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pocos días en Bayona bastaron para que Miranda se aliviase notablemente de la dolorosa luxación, y a que Pilar Gonzalvo y Lucía se conociesen y tratasen con cierta confianza. Pilar hacía rumbo, como Miranda, a Vichy; sólo que mientras Miranda quería que las aguas enseñasen a su hígado a elaborar el azúcar en justas y debidas proporciones para no dañar a la economía, la madrileñita iba a las saludables termas en demanda de partículas férreas que coloreasen su sangre y devolviesen el brillo a sus apagados ojos. Hambrienta como toda persona débil, como todo organismo pobre, de excitaciones, novedades y acontecimientos, divirtiole en extremo la relación nueva de Lucía, y las raras peripecias de su viaje, y el registro de sus galas de novia, que visitó sin perdonar una, examinando los encajes de cada chambra, los volantes de cada traje, las iniciales de cada pañuelo. Además, la simplicidad franca de la leonesa le brindaba campo virgen e inculto donde plantar todas las flores exóticas de la moda, todas las plantas ponzoñosas de la maledicencia elegante. Tenía Pilar, de edad entonces de veintitrés años, la malicia precoz que distingue a las señoritas que, con un pie en la aristocracia por sus relaciones y otro en la clase media por sus antecedentes, conocen todos los lados de la sociedad, y así averiguan quién da citas a los duques, como quién se cartea con la vecina del tercero. Pilar Gonzalvo era tolerada en las casas distinguidas de Madrid; ser tolerado es un matiz del trato social, y otro matiz ser admitido, como su hermano lo era: más allá del tolerar y del admitir queda aún otro matiz supremo, el festejar; pocos gozan del privilegio de que los festejen, reservado a las eminencias, que no se prodigan y se dejan ver únicamente de año en año, a los banqueros y magnates opulentos, que dan bailes, fiestas y misas del gallo con cena después, a las hermosuras durante un breve y deslumbrador período de plena florescencia, a los políticos que están en puerta como los naipes. Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos. Ni logró siquiera subir de tolerada a admitida. El mundo es ancho para los hombres, pero angosto, angosto para las mujeres. Siempre sintió Pilar la valla invisible que se elevaba entre ella y aquellas hijas de grandes de España, cuyos hermanos tan familiar e íntimamente frisaban con Perico. De aquí nació un rencor sordo, unido a no poca admiración y envidia, y se engendró la lenta irritación nerviosa que dio al traste con la salud de la madrileña. El paroxismo de un deseo no saciado, las ansias de la vanidad mal satisfecha, alteraron su temperamento, ya no muy sano y equilibrado antes. Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte. A la sazón, sus orejas parecían de cera, sus labios apenas cortaban, con una línea de rosa apagado, la amarillez de la barbilla, sus venas azuladas se señalaban bajo la piel, y sus encías, blanquecinas y flácidas, daban color de marfil antiguo a los ralos dientes. La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios; los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador. Sentía dolores intolerables en el epigastrio; pero por no romper el hilo de sus fiestas, calló como una muerta. Al cabo, hacia el estío, se resolvió a quejarse, pensando acertadamente que la enfermedad era pretexto oportuno para un veraneo conforme a los cánones del buen tono. Vivía Pilar con su padre y con una tía paterna; ni uno ni otro se resolvieron acompañarla; el padre, magistrado jubilado, por no dejar la Bolsa, donde a la chita callando realizaba sus jugaditas modestas y felices; la tía, viuda y muy dada a la devoción, por horror de los jolgorios que sin duda le preparaba su sobrina como método curativo. Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca. Mas desgraciadamente para Perico, los baños de mar, que al pronto aliviaron a su hermana, concluyeron, cuando abusó de ellos y quiso nadar y meterse en dibujos, por abrir brecha en su débil organismo, y comenzó a cansarse otra vez, a despertar bañada en sudor, a sentir desgano, al par que comía vorazmente raros manjares. Lo que más la asustó fue ver que se le caía el pelo a madejas. Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: ...

En la línea 770
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Conforme dejaban atrás el puente, llegando a internarse en la frondosa alameda que a Vesse conduce, dilatábasele el corazón a Lucía, creyendo hallarse de veras en el campo. Estaban allí los árboles menos simétricos, limpios y derechos que en Vichy; más desigual el suelo de la ruta; más virgen la hierba de los linderos; menos barnizadas, pulidas y flamantes las quintas y hoteles que ambos lados del camino guarnecían. Ninguna mano celosa barriera las hojas secas que hacían natural y blanca alfombra, ni los parches de boñiga de vaca caídos a trechos como descomunales obleas negras. De tiempo en tiempo veíase algún cobertizo, en cuya sombra relucían los aperos de labranza y el rústico y potente olor de la fecunda tierra labradía penetraba en los pulmones, sano y fuerte como las robustas hortalizas que vegetaban en los huertos próximos. Corta distancia había desde el puente al manantial intermitente. Cruzaban el zaguán de la casita, entraban en el jardín y se dirigían al cenador cubierto de viña virgen, que el pilón resguardaba. Hallábase el pilón vacío, y el tubo de bronce del surtidor no despedía ni gota de agua. Pero Pilar sabía de antemano la hora del singular fenómeno, y calculaba con exactitud. El tiempo que tardaba en presentarse estábase ella inclinada sobre el pilón, palpitante, muda, haciendo un embudo al oído con la diestra. ...

En la línea 1144
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Como cierva herida a traición por una saeta, brincó Lucía al sonido de aquellas palabras, y abriendo los ojos y pasándose la mano por la frente, quedose de pie ante Artegui, mirando a todos lados, encendidas por súbito rubor las mejillas y clara ya la mirada y el entendimiento. ...

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