La palabra Conciencia ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece conciencia.
Estadisticas de la palabra conciencia
La palabra conciencia es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 797 según la RAE.
Conciencia es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 110.72 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la conciencia en 150 obras del castellano contandose 16829 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Conciencia
Cómo se escribe conciencia o conzienzia?
Cómo se escribe conciencia o sonsiensia?
Más información sobre la palabra Conciencia en internet
Conciencia en la RAE.
Conciencia en Word Reference.
Conciencia en la wikipedia.
Sinonimos de Conciencia.
Algunas Frases de libros en las que aparece conciencia
La palabra conciencia puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1669
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un examen de conciencia, una explosión de arrepentimiento que afluía a la pobre vivienda de todos los extremos de la vega. ...
En la línea 1793
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Por allí andaba Pimentó, que acababa de llegar de la taberna con cinco músicos, tranquila la conciencia después de haber estado durante algunas horas junto al mostrador de Copa. ...
En la línea 1629
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Mi hermana es buena y es honrada, a pesar de todo--dijo mirando audazmente a don Pablo;--mi padre es el trabajador más bondadoso y más pacífico del campo de Jerez: yo soy joven, pero no he hecho mal a nadie, y tengo la conciencia tranquila. Los Montenegros somos pobres: pero nadie tiene derecho a despreciarlos ni a deshonrarles por el egoísmo del placer. Nadie, ¿lo entiende usted, don Pablo? nadie: y el que lo intenta no sale del mal paso impunemente. Somos tan buenos como los que más, y mi hermana, aunque pobre, puede entrar por la puerta grande en una familia que, aunque posea millones, tiene en su seno hombres como Luis y hembras como las _Marquesitas_. ...
En la línea 1819
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se cansó por fin de ir de grupo en grupo sin que aceptasen sus ofrecimientos y dio por terminada la expedición. Tenía tranquila la conciencia: había obsequiado a todos los héroes que, secundando su valor, salvaban la ciudad. Ahora a casa del _Montañés_ a acabar la noche. ...
En la línea 1983
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La Justicia y la Libertad dormitaban en la conciencia de todo hombre. ...
En la línea 156
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Si algún lector supone que esto es inverosímil, recordando que don Ángel vestía de negro y enseñaba apenas un centímetro de cuello de camisa, y esto poco no muy blanco, a ese lector le diré con buenos modos que, por culpa de su indiscreta advertencia, tengo que declarar lo siguiente: que la limpieza material no había sido una de las virtudes cívicas por las cuales había ganado la ciudad años atrás el título de heroica y muy leal: los lagunenses, que cuando eran alcaldes o barrenderos no barrían bien las calles, y que fuesen lo que fuesen las ensuciaban sin escrúpulo, no tenían clara conciencia de que Mahoma había obrado como un sabio, imponiendo a sus creyentes el deber de lavarse tantas veces. ...
En la línea 211
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Pero el placer no necesitaba de nadie para tener conciencia de sí misma, a su modo, y así era más feliz. ...
En la línea 285
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... La muerte no era nada; pero la vida, al atribuirle una forma, la poetizaba, y esta poesía de la estética de la muerte, que él no llamaba así, por supuesto, era lo que mejor comprendía y sentía Cuervo, el cual, si al manejar con esmero los cuerpos moribundos, y al asistir a la visita de duelo y consolar a los que quedaban, trabajaba por los demás y cumplía con las hipocresías sociales, lo que es al seguir al cadáver al cementerio, al presenciar los funerales, vivía para sí, satisfacía, ya tranquila la conciencia, los propios apetitos, su pasión inconsciente del contraste de la muerte ajena y de la salud propia. ...
En la línea 1245
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan reflexionó y se decidió por vapulear a Planchet provi sionalmente, cosa que fue ejecutada con la conciencia que D’Artag nan ponía en todo; luego, después de haberlo vapu leado bien, le pro hibió abandonar su servicio sin su permiso. ...
En la línea 1697
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Haré sin promesa y por conciencia todo cuanto pueda para ser vir al rey y ser agradable a la reina -dijo D'Artagnan-; disponed, pues, de mí como de un amigo. ...
En la línea 3494
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La cosa fue hecha a conciencia, luego arrastraron al conde de Wardes junto a su doméstico; y como la noche comenzaba a caer y el atado y el herido estaban algunos pasos dentro del bosque, era evidente que debían quedarse allí hasta el día siguiente. ...
En la línea 4823
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Además, su probidad era inatacable en ese siglo en que los hombres de guerra transigían tan fácilmente con su religión o su conciencia, los amantes con la delicadeza rigurosa de nuestros días y los pobres con el séptimo mandamiento de Dios. ...
En la línea 2784
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me detuve un momento y la hablé; pero sin mirarme ni contestar, siguió contemplando el agua como si hubiera perdido la conciencia de cuanto le rodeaba. ...
En la línea 1761
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas no hubo andado cien pasos, cuando volvió y dijo: -Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien: que, para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra merced. ...
En la línea 1818
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto oír sus necedades. ...
En la línea 1822
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Para eso será menester -replicó Sancho- que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del ABC! ¿Qué será de mí si a mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes? -No tengáis pena, Sancho amigo -dijo el barbero-, que aquí rogaremos a vuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, a causa de que él es más valiente que estudiante. ...
En la línea 2109
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Sea quien fuere -respondió don Quijote-, que yo haré lo que soy obligado y lo que me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo. ...
En la línea 923
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El examen de conciencia de sus pecados de la temporada lo tenía hecho desde la víspera. ...
En la línea 992
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Vaya una manera de hacer examen de conciencia! —pensó doña Ana algo avergonzada. ...
En la línea 1088
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aumentaba su mal humor con la conciencia de que estaba pasando un cuarto de hora de rebelión. ...
En la línea 1091
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En otros momentos, como ahora, tascaba el freno la pasión sojuzgada; protestaba el egoísmo, la llamaba loca, romántica, necia y decía: —¡Qué vida tan estúpida! Esta conciencia de la rebelión la desesperaba; quería aplacarla y se irritaba. ...
En la línea 71
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Las lejanas aventuras apostólicas con una catástrofe santa por desenlace le hubieran satisfecho, la conciencia se lo decía: aquella poesía bastaba. ...
En la línea 84
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La misma conciencia, una muy honda, que le había dicho que allá lejos se habría satisfecho brindando con la propia sangre al amor divino, ahora le decía, no más clara: O aquello o esto. ...
En la línea 103
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... si su novio hubiese sido otro; pero el de la mejor jaca, el del mejor coche la quiso por vanidad, para que le tuvieran envidia; y aunque para entrar en su casa (de una viuda pobre también, como la madre de Juan, también de costumbres cristianas) tuvo que prometer seriedad, y muy pronto se vio obligado a prometer próxima y segura coyunda, lo hizo aturdido, con la vaga conciencia de que no faltaría quien le ayudara a faltar a su palabra. ...
En la línea 137
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cuanto la palabra interior pronunció tales nombres, la conciencia, se puso a dar terribles gritos, y también dictó sentencia con palabras terminantes, tan groseras e inexactas como los nombres aquellos. ...
En la línea 213
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Y yo no puedo defenderlos desembarazadamente. Soy un sacerdote, y cada vez que tomo la pluma para escribir sobre ellos, dudo, siento miedo, me parece que voy a faltar a los deberes que me impone la disciplina de la Iglesia. Debo justificar la conducta de este Pontífice, relatando los escándalos de otros pontífices de su época. Necesito recordar lo que olvidaron muchos maliciosamente para ir concentrando sobre el Papa español todas las maldades de su tiempo, presentándolo como si fuese un, caso único. ¿Puedo hacer yo esto, un canónigo, con entera tranquilidad de conciencia?… Tú eres otra cosa. Eres un laico, y te es posible decir la verdad sin faltar a ningún misterio sagrado. ...
En la línea 410
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Examinábase interiormente con la Inquietud del que está cometiendo un acto reprensible. ¿Es que ya no amaba a Rosaura?… Inmediatamente se respondía con una sincera afirmación para tranquilizar su conciencia. La amaba como antes, pero le era imposible permanecer en aquel ambiente selecto y frívolo, fuera del cual ella no podía vivir. ...
En la línea 1243
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Yo opino de otro modo, tal vez porque no soy joven, y moriré con la conciencia tranquila pensando que en muchas ocasiones pude quitar la vida a gentes que me habían causado grandes daños, y, sin embargo, no lo hice. ...
En la línea 1332
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Poseo el Pontificado—dijo—con más derecho que los monarcas españoles poseen sus reinos, de los cuales se apoderaron sin título legal y contra toda ley de conciencia, pues correspondían en justicia a otros de su familia con mayores derechos a obtener la corona. Vuestro rey y vuestra reina no son sino intrusos, y yo lo sé mejor que nadie por haberlos ayudado y apoyado en su juventud, acción de la que tal vez me arrepiento ahora. ...
En la línea 7
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Concluyó Santa Cruz la carrera de Derecho, y de añadidura la de Filosofía y Letras. Sus papás eran muy ricos y no querían que el niño fuese comerciante, ni había para qué, pues ellos tampoco lo eran ya. Apenas terminados los estudios académicos, verificose en Juanito un nuevo cambiazo, una segunda crisis de crecimiento, de esas que marcan el misterioso paso o transición de edades en el desarrollo individual. Perdió bruscamente la afición a aquellas furiosas broncas oratorias por un más o un menos en cualquier punto de Filosofía o de Historia; empezó a creer ridículos los sofocones que se había tomado por probar que en las civilizaciones de Oriente el poder de las castas sacerdotales era un poquito más ilimitado que el de los reyes, contra la opinión de Gustavito Tellería, el cual sostenía, dando puñetazos sobre la mesa, que lo era un poquitín menos. Dio también en pensar que maldito lo que le importaba que la conciencia fuera la intimidad total del ser racional consigo mismo, o bien otra cosa semejante, como quería probar, hinchándose de convicción airada, Joaquinito Pez. No tardó, pues, en aflojar la cuerda a la manía de las lecturas, hasta llegar a no leer absolutamente nada. Barbarita creía de buena fe que su hijo no leía ya porque había agotado el pozo de la ciencia. ...
En la línea 63
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Criáronle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Baldomero no tenía carácter para poner un freno a su estrepitoso cariño paternal, ni para meterse en severidades de educación y formar al chico como le formaron a él. Si su mujer lo permitiera, habría llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el niño hiciera en todo su real gana. ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? ¡Efectos de la evolución educativa, paralela de la evolución política! Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir. Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos. Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local. En lo tocante a juegos, no conoció nunca más que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho después del tiempo en que empezó a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo más particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema había sido eficacísimo para formarle a él, lo tenía por deplorable tratándose de su hijo. Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer… El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante. La naturaleza se cura sola; no hay más que dejarla. Las fuerzas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa sólo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su espíritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo decía así; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresión de moda y muy socorrida: «el mundo marcha». ...
En la línea 103
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Porque Estupiñá, al mismo tiempo que corredor, era contrabandista. Las piezas de Hamburgo de 26 hilos que pasó por el portillo de Gilimón, valiéndose de ingeniosas mañas, no son para contadas. No había otro como él para atravesar de noche ciertas calles con un bulto bajo la capa, figurándose mendigo con un niño a cuestas. Ninguno como él poseía el arte de deslizar un duro en la mano del empleado fiscal, en momentos de peligro, y se entendía con ellos tan bien para este fregado, que las principales casas acudían a él para desatar sus líos con la Hacienda. No hay medio de escribir en el Decálogo los delitos fiscales. La moral del pueblo se rebelaba, más entonces que ahora, a considerar las defraudaciones a la Hacienda como verdaderos pecados, y conforme con este criterio, Estupiñá no sentía alboroto en su conciencia cuando ponía feliz remate a una de aquellas empresas. Según él, lo que la Hacienda llama suyo no es suyo, sino de la nación, es decir, de Juan Particular, y burlar a la Hacienda es devolver a Juan Particular lo que le pertenece. Esta idea, sustentada por el pueblo con turbulenta fe, ha tenido también sus héroes y sus mártires. Plácido la profesaba con no menos entusiasmo que cualquier caballista andaluz, sólo que era de infantería, y además no quitaba la vida a nadie. Su conciencia, envuelta en horrorosas nieblas tocante a lo fiscal, manifestábase pura y luminosa en lo referente a la propiedad privada. Era hombre que antes de guardar un ochavo que no fuese suyo, se habría estado callado un mes. ...
En la línea 103
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Porque Estupiñá, al mismo tiempo que corredor, era contrabandista. Las piezas de Hamburgo de 26 hilos que pasó por el portillo de Gilimón, valiéndose de ingeniosas mañas, no son para contadas. No había otro como él para atravesar de noche ciertas calles con un bulto bajo la capa, figurándose mendigo con un niño a cuestas. Ninguno como él poseía el arte de deslizar un duro en la mano del empleado fiscal, en momentos de peligro, y se entendía con ellos tan bien para este fregado, que las principales casas acudían a él para desatar sus líos con la Hacienda. No hay medio de escribir en el Decálogo los delitos fiscales. La moral del pueblo se rebelaba, más entonces que ahora, a considerar las defraudaciones a la Hacienda como verdaderos pecados, y conforme con este criterio, Estupiñá no sentía alboroto en su conciencia cuando ponía feliz remate a una de aquellas empresas. Según él, lo que la Hacienda llama suyo no es suyo, sino de la nación, es decir, de Juan Particular, y burlar a la Hacienda es devolver a Juan Particular lo que le pertenece. Esta idea, sustentada por el pueblo con turbulenta fe, ha tenido también sus héroes y sus mártires. Plácido la profesaba con no menos entusiasmo que cualquier caballista andaluz, sólo que era de infantería, y además no quitaba la vida a nadie. Su conciencia, envuelta en horrorosas nieblas tocante a lo fiscal, manifestábase pura y luminosa en lo referente a la propiedad privada. Era hombre que antes de guardar un ochavo que no fuese suyo, se habría estado callado un mes. ...
En la línea 872
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al punto vinieron a su mente pensamientos placenteros; la vida adquirió un cariz más alegre. Estaba liberado de las garras de la servidumbre y del crimen, libre de la compañía de villanos y brutales forajidos. Estaba caliente, cobijado; es decir, era feliz. Soplaba el viento de la noche en pavorosas ráfagas que hacían estremecer y temblar el viejo granero, y luego su fuerza expiraba a intervalos, y continuaba mugiendo y gimiendo por los rincones… Pero todo ello era una agradable música para el rey, una vez arropado y cómodo. Soplara y enfureciérase cuanto quisiera, azotara y golpeara, gimiera y rugiere, al rey no le importaba, antes bien gozaba con ello. Se acurrucó más cerca de su amiga, con sibaritismo de cálida alegría, y como un bendito perdió la conciencia del mundo y se sumió en un sueño profundo y sin pesadillas, en paz y sosiego. A lo lejos aullaban los perros, mugían melancólicamente las vacas y el viento seguía rugiendo, en tanto que furiosos aguaceros se abatían sobre el tejado; mas la Majestad de Inglaterra siguió durmiendo imperturbable, y otro tanto la ternera, animal sencillo, y que no se turbaba fácilmente por las tempestades, ni le causaba embarazo dormir con un rey. ...
En la línea 1058
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Entonces, en nombre de Dios; decid que el cerdo vale sólo ocho peniques, y bendiga Dios el día que ha descargado mi conciencia de tan gran remordimiento. ...
En la línea 1350
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Una dádiva, una dádiva!. –el grito llegaba a un oído distraído. –¡Viva Eduardo de Inglaterra! Parecía que la tierra se cimbraba con la explosión, pero no había respuesta del rey. Éste la oía como se oye el ruido del oleaje cuando llega al oído desde una gran distancia, porque era ahogado por otro sonido que estaba aún más próximo, en su propio pecho, en su acusadora conciencia, una voz que seguía repitiendo aquellas vergonzosas palabras: 'No te conozco, mujer.' ...
En la línea 1400
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Nada! Mi mujer salía sola de casa con bastante frecuencia, a casa de su madre, de unas amigas, y su misma extraña frialdad la defendía ante mí de toda sospecha. ¡Y nada adiviné nunca en aquella esfinge! El hombre con quien huyó era un hombre casado, que no sólo dejó a su mujer y a una pequeña niña para irse con la mía, sino que se llevó la fortuna toda de la suya, que era regular, después de haberla manejado a su antojo. Es decir, que no sólo abandonó a su esposa, sino que la arruinó robándole lo suyo. Y en aquella seca y breve y fría carta que recibí se hacía alusión al estado en que la pobre mujer del raptor de la mía se quedaba. ¡Raptor o raptado… no lo sé! En unos días ni dormí, ni comí, ni descansé; no hacía sino pasear por los más apartados barrios de mi ciudad. Y estuve a punto de dar en los vicios más bajos y más viles. Y cuando empezó a asentárseme el dolor, a convertírseme en pensamiento, me acordé de aquella otra pobre víctima, de aquella mujer que se quedaba sin amparo, robada de su cariño y de su fortuna. Creí un caso de conciencia, pues que mi mujer era la causa de su desgracia, ir a ofrecerla mi ayuda pecuniaria, ya que Dios me dio fortuna. ...
En la línea 1476
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Para el mejor logro de sus empresas, una vez nutrido del sustancioso meollo de nuestra literatura nacional, se había bañado en las extranjeras, y como esto se le hacía penoso, pues era torpe para lenguas extranjeras y su aprendizaje exige tiempo que para más altos estudios necesitaba, recurrió a un notable expediente, aprendido de su ilustre maestro. Y era que leía las principales obras de crítica a historia literaria que en el extranjero se publicaran, siempre que las hallase en trances, y una vez que había cogido la opinión media de los críticos más reputados, respecto a este o aquel autor, hojeábalo en un periquete para cumplir con su conciencia y quedar libre para rehacer juicios ajenos sin mengua de su escrupulosa integridad de crítico. ...
En la línea 1696
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿Tanto le admira a usted que vayamos a casarnos, tío? –No, lo que me admira, lo que me arrebata, lo que me subyuga es la manera de haber resuelto este asunto, los dos solos, sin medianeros… ¡viva la anarquía! Y es lástima, es lástima que para llevar a cabo vuestro propósito tengáis que acudir a la autoridad… Por supuesto, sin acatarla en el fuero interno de vuestra conciencia, ¿eh?, pro formula, nada más que pro formula. Porque yo sé que os consideráis ya marido y mujer. ¡Y en todo caso yo, yo solo, en nombre del Dios anárquico, os caso! Y esto basta. ¡Admirable!, ¡admirable! Don Augusto, desde hoy esta casa es su casa. ...
En la línea 1893
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Entró en su casa, y no bien se volvió a ver en ella, solo, se le desencadenó en el alma la tempestad que parecía calma. Le invadió un sentimiento en que se daban confundidos tristeza, amarga tristeza, celos, rabia, miedo, odio, amor, compasión, desprecio, y sobre todo vergüenza, una enorme vergüenza, y la terrible conciencia del ridículo en que quedaba. ...
En la línea 3006
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A medias reclinado en un diván de la biblioteca, jadeaba por la opresión pulmonar. Mi rostro estaba amoratado, mis labios, azules, mis sentidos, abotargados. Ya no veía ni oía nada y mis músculos no podían contraerse. Había perdido la noción del tiempo y me sería imposible decir las horas que transcurrieron así. Pero sí tenía conciencia de que comenzaba la agonía, de que iba a morir.. ...
En la línea 3422
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... ¿Era la confesión del remordimiento lo que escapaba de la conciencia de ese hombre? ...
En la línea 91
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era la vigilia de Navidad, y yo, con una varilla de cobre, tenía que menear el pudding para el día siguiente, desde las siete hasta las ocho, según las indicaciones del reloj holandés. Probé de hacerlo con el impedimento que llevaba en mi pierna, cosa que me hizo pensar otra vez en el hombre que llevaba aquel hierro en la suya, y observé que el ejercicio tenía tendencia a llevar el pan con manteca hacia el tobillo sin que yo pudiera evitarlo. Felizmente, logré salir de la cocina y deposité aquella parte de mi conciencia en el desván, en donde tenía el dormitorio. ...
En la línea 120
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Había mucha escarcha y la humedad era grande. Antes de salir pude ver la humedad condensada en la parte exterior de mi ventanita, como si allí hubiese estado llorando un trasgo durante toda la noche usando la ventana a guisa de pañuelo. Ahora veía la niebla posada sobre los matorrales y sobre la hierba, como telarañas mucho más gruesas que las corrientes, colgando de una rama a otra o desde las matas hasta el suelo. La humedad se había posado sobre las puertas y sobre las cercas, y era tan espesa la niebla en los marjales, que el poste indicador de nuestra aldea, poste que no servía para nada porque nadie iba por allí, fue invisible para mí hasta que estuve casi debajo. Luego, mientras lo miré gotear, a mi conciencia oprimida le pareció un fantasma que me iba a entregar a los Pontones. ...
En la línea 121
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Más espesa fue la niebla todavía cuando salí de los marjales, hasta el punto de que, en vez de acercarme corriendo a alguna cosa, parecía que ésta echara a correr hacia mí. Ello era muy desagradable para una mente pecadora. Las puertas, las represas y las orillas se arrojaban violentamente contra mí a través de la niebla, como si quisieran exclamar con la mayor claridad: «¡Un muchacho que ha robado un pastel de cerdo! ¡Detenedle!» Las reses se me aparecían repentinamente, mirándome con asombrados ojos, y por el vapor que exhalaban sus narices parecían exclamar: «¡Eh, ladronzuelo!» Un buey negro con una mancha blanca en el cuello, que a mi temerosa conciencia le pareció que tenía cierto aspecto clerical, me miró con tanta obstinación en sus ojos y movió su maciza cabeza de un modo tan acusador cuando yo lo rodeaba, que no pude menos que murmurar: «No he tenido más remedio, señor. No lo he robado para mí.» Entonces él dobló la cabeza, resopló despidiendo una columna de humo por la nariz y se desvaneció dando una coz con las patas traseras y agitando el rabo. ...
En la línea 171
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿Y dónde demonios has estado? - exclamó la señora Joe al verme y a guisa de salutación de Navidad, cuando yo y mi conciencia aparecimos en la puerta. ...
En la línea 454
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Alto! A la Naturaleza se la corrige, se la dirige. De lo contrario, los prejuicios nos aplastarían. No tendríamos ni siquiera un solo gran hombre. Se habla del deber, de la conciencia, y no tengo nada que decir en contra, pero me pregunto qué concepto tenemos de ellos. Ahora voy a hacerte otra pregunta. ...
En la línea 1046
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Es un proceder muy razonable. Lo que te echó todo a perder fue la conducta del señor Tchebarof, consejero y hombre de negocios. Sin su intervención, Pachenka no habría dado ningún paso contra ti: es demasiado tímida para eso. Pero el hombre de negocios no conoce la timidez, y lo primero que hizo fue preguntar: «¿Es solvente el firmante del efecto?» Contestación: «Sí, pues tiene una madre que con su pensión de ciento veinte rublos pagará la deuda de su Rodienka, aunque para ello haya de quedarse sin comer; y también tiene una hermana que se vendería como esclava por él.» En esto se basó el señor Tchebarof… Pero ¿por qué te alteras? Conozco toda la historia. Comprendo que te expansionaras con Prascovia Pavlovna cuando veías en ella a tu futura suegra, pero… , te lo digo amistosamente, ahí está el quid de la cuestión. El hombre honrado y sensible se entrega fácilmente a las confidencias, y el hombre de negocios las recoge para aprovecharse. En una palabra, ella endosó el pagaré a Tchebarof, y éste no vaciló en exigir el pago. Cuando me enteré de todo esto, me propuse, obedeciendo a la voz de mi conciencia, arreglar el asunto un poco a mi modo, pero, entre tanto, se estableció entre Pachenka y yo una corriente de buena armonía, y he puesto fin al asunto atacándolo en sus raíces, por decirlo así. Hemos hecho venir a Tchebarof, le hemos tapado la boca con una pieza de diez rublos y él nos ha devuelto el pagaré. Aquí lo tienes; tengo el honor de devolvértelo. Ahora solamente eres deudor de palabra. Tómalo. ...
En la línea 1215
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »‑¿Cómo explica usted ese temor si tenía la conciencia tranquila?» ...
En la línea 1633
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí, hay que llevarlo ‑insistió el burgués con vehemencia‑. ¿A qué ha ido allá arriba? No cabe duda de que tiene algún peso en la conciencia. ...
En la línea 1086
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Presa de una especie de fiebre, puse todo ese dinero en el rouge y, de pronto, recobré la conciencia. ...
En la línea 1184
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Yo no me alababa de mi suerte ni quería comprarla por cincuenta mil francos. Mi conciencia me lo dice. Creo que su vanidad tuvo mucha parte de ello. Todo resultaba bastante confuso; por eso no me creía e injuriaba. ...
En la línea 1216
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Compadecía a Paulina, lo juro. Pero, cosa extraña, desde que había pasado la víspera junto al tapete verde empezando a recoger paquetes de billetes de banco, mi amor parecía haber pasado a segundo término. Esto lo digo ahora, pues en aquellos momentos no tenía conciencia de ello. ¿Es posible que sea yo un jugador? Verdaderamente, yo amaba a Paulina… de un modo raro. La amo siempre, Dios me es testigo. Pero, al volver a mi habitación, después de haber dejado a Mr. Astley, sufría sinceramente y me acusaba a mí mismo de graves pecados. ...
En la línea 308
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... ¿Tenía conciencia el presidiario de todo lo que había pasado en él, y de todas las emociones que experimentaba? Preguntas profundas y obscuras para que este hombre rudo a ignorante pudiera responder. Había demasiada ignorancia en Jean Valjean para que, aun después de tanta desgracia, no quedase mucha vaguedad en su espíritu. Ni aun sabía exactamente lo que por él pasaba. Jean Valjean estaba en las tinieblas; sufría en las tinieblas; odiaba en las tinieblas. Vivía habitualmente en esta sombra, a tientas, como un ciego, como un soñador. Solamente a intervalos recibía súbitamente, de sí mismo o del exterior, un impulso de cólera, un aumento de padecimiento, un pálido y rápido relámpago que iluminaba toda su alma y que le mostraba, entre los resplandores de una luz horrible, los negros precipicios y las sombrías perspectivas de su destino. ...
En la línea 362
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Jean Valjean estaba en la sombra con su barra de hierro en la mano, inmóvil, turbado ante aquel anciano resplandeciente. Nunca había visto una cosa semejante. Aquella confianza lo asustaba. El mundo moral no puede presentar espectáculo más grande: una conciencia turbada e inquieta, próxima a cometer una mala acción, contemplando el sueño de un justo. ...
En la línea 485
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Aquel fue su último intento. Sus piernas se doblaron bruscamente, como si un poder invisible lo oprimiera con todo el peso de su mala conciencia. Cayó desfallecido sobre una piedra con las manos en la cabeza y la cara entre las rodillas, y exclamó: ...
En la línea 493
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Vio, como en una profundidad misteriosa, una especie de luz que tomó al principio por una antorcha. Examinando con más atención esta luz encendida en su conciencia, vio que tenía forma humana, y que era el obispo. ...
En la línea 334
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... No; porque acaso lo mejor de esa alma, era una zona ignorada de conciencia, era el ángel verdadero que hasta el más vil de los hombres lleva aprisionado en su interior, era el huésped divino que en nosotros habita, el sublime desterrado que a veces sacude gimiendo, en el fondo más íntimo de nuestro yo, sus pesadas cadenas. ...
En la línea 111
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Me quedé corto! No tienes sino informarte allá. En conciencia, me debes una prima -y al decirlo, reíase el hombre político, y golpeaba a Miranda en las mejillas, cual si de un niño de ocho años se tratase. ...
En la línea 229
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El tren seguía su marcha retemblando, acelerándose y cuneando a veces, deteniéndose un minuto solo en las estaciones, cuyo nombre cantaba la voz gutural y melancólica de los empleados. Después de cada parada volvía, como si hubiese descansado, y con mayores bríos, a manera de corcel que siente el acicate, a devorar el camino. La diferencia de temperatura del exterior al interior del coche, empañaba con un velo de tul gris la superficie del vidrio; y el viajero, cansado quizá de fundirlo con su hálito, se dedicó nuevamente a considerara la dormida, y cediendo a involuntario sentimiento, que a él mismo le parecía ridículo, a medida que transcurrían las horas perezosas de la noche, iba impacientándole más y más, hasta casi sacarle de quicio, la regalada placidez de aquel sueño insolente, y deseaba, a pesar suyo, que la viajera se despertara, siquiera fuese tan sólo por oír algo que orientase su curiosidad. Quizá con tanta impaciencia andaba mezclada buena parte de envidia. ¡Qué apetecible y deleitoso sueño; qué calma bienhechora! Era el suelto descanso de la mocedad, de la doncellez cándida, de la conciencia serena, del temperamento rico y feliz, de la salud. Lejos de descomponerse, de adquirir ese hundimiento cadavérico, esa contracción de las comisuras labiales, esa especie de trastorno general que deja asomar al rostro, no cuidadoso ya de ajustar sus músculos a una expresión artificiosa, los roedores cuidados de la vigilia, brillaba en las facciones de Lucía la paz, que tanto cautiva y enamora en el semblante de los niños dormidos. Con todo, un punto suspiró quedito, estremeciéndose. El frío de la noche penetraba, aun cerrados los cristales, a través de las rendijas. Levantose el viajero, y sin mirar que en la rejilla había un envoltorio de mantas, abrió su propio maletín y sacó un chal escocés, peludo, de finísima lana, que delicadamente extendió sobre los pies y muslos de la dormida. Volviose ésta un poco sin despertar, y su cabeza quedó envuelta en sombra. ...
En la línea 668
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y así se estuvieran probablemente hasta sabe Dios cuándo, a no abrirse de golpe la puerta, apareciendo en ella un hombre; no el camarero, ni menos el esperado Miranda, sino un mozalbete de algunos veinticuatro o veinticinco años, mediano de estatura, pronto y desenfadado de modales. Traía el sombrero puesto, y lo primero que se veía de su persona era el reluciente alfiler de la corbata, y las botas de caña clara, atrevidas, cortas, un tanto manolescas. Causó la entrada de este nuevo personaje una transformación a vista en la escena: mientras Artegui se levantaba furioso, Lucía, vuelta a la conciencia de sí misma, pasó las manos por las sienes, enderezose en el sillón adoptando actitud reservada, pero con las pupilas vagas aún, perdidas en el espacio. ...
En la línea 850
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No había podido obtener Pilar que Lucía la acompañase al salón de Damas; cortedad y encogimiento de niña educada en provincia se lo vedaban, haciéndole temer más que al fuego a aquellas mujeres curiosas que examinarían su tocado como el diestro confesor los repliegues de la conciencia del penitente. Pilar, en cambio, estaba allí en su elemento y esfera natural. Su voz algo aflautada sólo rendía el pabellón ante el ceceo cubano de la Amézaga capitana. ...
En la línea 1857
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En todo caso, la situación ela terrible, y para quien no podía leer en su conciencia, se resumía así: ...
En la línea 1889
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Enterado Picaporte del programa de aquel día, no tenía otra cosa que hacer sino conformarse. Contemplaba a su amo siempre impasible, y no podía decidirse a marcharse de allí. Su corazón estaba apesadumbrado, y su conciencia llena de remordimientos, porque se acusaba más que nunca de ese irreparable desastre. Si hubiera avisado a mister Fogg, si le hubiera descubierto los proyectos del agente Fix, aquél no hubiera, probablemente, llevado a éste a Liverpool, y entonces… ...

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