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La palabra corro
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la palabra corro

La palabra Corro ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece corro.

Estadisticas de la palabra corro

Corro es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 14891 según la RAE.

Corro aparece de media 4.59 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la corro en las obras de referencia de la RAE contandose 697 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Corro

Cómo se escribe corro o coro?
Cómo se escribe corro o corrrro?
Cómo se escribe corro o sorro?

Más información sobre la palabra Corro en internet

Corro en la RAE.
Corro en Word Reference.
Corro en la wikipedia.
Sinonimos de Corro.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece corro

La palabra corro puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1266
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sentábase en el banco de ladrillos inmediato a la puerta, y el maestro y el pastor hablaban, admirados en silencio por doña Josefa y los demas grandecitos de la escuela, que lentamente se iban aproximando para formar corro. ...

En la línea 1731
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Algunos hombres de los más cachazudos, hombres de su casa, que apenas habían tomado parte en la cruzada contra los forasteros, formaban corro con Batiste en la puerta de la barraca: unos, en cuclillas, a lo moro, otros, sentados en silletas de esparto, fumando y hablando lentamente del tiempo y de las cosechas. ...

En la línea 1792
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Otros labriegos, que habían mostrado gran hostilidad contra la familia, no osaban llegar hasta la barraca, y permanecían en el camino, formando corro. ...

En la línea 1983
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Muchos labradores, cansados de admirar a los tres guapos, jugaban por su cuenta o merendaban formando corro alrededor de las mesillas. ...

En la línea 566
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El corro más inmediato a él, donde estaba el de Trebujena, componíase de antiguos camaradas, trabajadores mal famados en los cortijos, algunos de los cuales tuteaban a don Fernando siguiendo la práctica usual entre los campañeros de _la idea_. ...

En la línea 584
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Gravemente, enrollaban sus cigarros, como si esta operación absorbiese por completo su pensamiento. El tabaco era su única voluptuosidad, y tenían que calcular la duración de la pobre cajetilla durante toda la semana. Manolo el de Trebujena había sacado del serón de su asno un tonelillo de aguardiente y servía copas en el centro de un corro. ...

En la línea 613
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El arreador de Matanzuela y algunos del corro, que eran manijeros, protestaron. Los hombres de la gañanía que aún no dormían habíanse agrupado en torno de Salvatierra. ...

En la línea 1230
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Por qué no habían de hacer lo mismo aquellos tontos del campo, que por las noches quitaban horas a su sueño formando corro en torno del camarada que les leía diarios y folletos? El hombre, cuanto más ignorante, más dichoso... Y lanzaban miradas de abominación al armario de los libros, como si fuese un depósito de maldades, mientras el mueble infeliz seguía guardando en sus entrañas un tesoro de volúmenes inofensivos, regalados en su mayor parte por el Ministerio a instancias del diputado del distrito; versos a la Virgen María, y cancioneros patrióticos; guías para la cría del canario y reglas para lo reproducción del conejo doméstico. ...

En la línea 3159
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Vuelvo al Louvre, pregunto por la señora Bonacieux, le digo que lo he pensado, que me hago cargo del asunto, obtengo la carts y corro adonde el cardenal. ...

En la línea 4278
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Resultó de estas reflexiones que D'Artagnan, sin pedir ninguna noticia de lo que había ocurrido, se apeó, encomendó los caballos a su lacayo, entró en una pequeña habitación destinada a recibir a quienes deseaban estar solos, y pidió a su hostelero una botella de su mejor vino y el mejor desayuno posible, petición que corro boró más aún la buena opinion que el alberguista se había hecho de su viajero a la primera ojeada. ...

En la línea 6924
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Pues bien -dijo Porthos-, corro a palacio, prevengo a nues tros camaradas que esténpreparados para las ocho; la cita será en la plaza del Palais-Cardinal; vos, durante ese tiempo, haced ensillar los caballos para los lacayos. ...

En la línea 1581
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Todas le hacen cara, esconden la grupa, y cuando el lobo se pone a dar vueltas trotando y aullando alrededor del corro, se alzan de manos dispuestas a aplastarlo contra el suelo, en cuanto intente hacerles, a ellas o a su _cría_, el menor daño. ...

En la línea 5178
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Lanzábanme ojeadas al pasar, según recorrían la habitación de arriba a abajo; luego se reunieron en un corro y empezaron a cuchichear. ...

En la línea 6628
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Allí avanzaba un pelotón de guardias, aquí se paseaba un grupo de oficiales, más allá un corro de soldados hablaba y reía. ...

En la línea 6298
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero dejemos con su cólera a Sancho, y ándese la paz en el corro, y volvamos a don Quijote, que le dejamos vendado el rostro y curado de las gatescas heridas, de las cuales no sanó en ocho días, en uno de los cuales le sucedió lo que Cide Hamete promete de contar con la puntualidad y verdad que suele contar las cosas desta historia, por mínimas que sean. ...

En la línea 7127
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Verdad es que si tal vez me sucede que me den la vaquilla, corro con la soguilla; quiero decir que como lo que me dan, y uso de los tiempos como los hallo; y quienquiera que hubiere dicho que yo soy comedor aventajado y no limpio, téngase por dicho que no acierta; y de otra manera dijera esto si no mirara a las barbas honradas que están a la mesa. ...

En la línea 2608
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El corro no pudo menos de sonreír en señal de aprobación. ...

En la línea 2699
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Buenas tardes, señores —dijo Ronzal sentándose en el corro. ...

En la línea 2755
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había hecho una seña a los del corro. ...

En la línea 2813
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —El señor Magistral —dijo Mesía, hablando por primera vez al corro —no es un místico que digamos, pero no creo que sea solicitante. ...

En la línea 972
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Risas, algazara, pataleos… Junto al niño cantor había otro ciego, viejo y curtido, la cara como un corcho, montera de pelo encasquetada y el cuerpo envuelto en capa parda con más remiendos que tela. Su risilla de suficiencia le denunciaba como autor de la celebrada estrofa. Era también maestro, padre quizás, del ciego chico y le estaba enseñando el oficio. Jacinta echó un vistazo a todo aquel conjunto, y entre las respetables personas que formaban el corro, distinguió una cuya presencia la hizo estremecer. Era el Pituso, que asomando por entre el ciego grande y el chico, atendía con toda su alma a la música, puesta una mano en la cintura y la otra en la boca. «Ahí está» dijo al Sr. Izquierdo, que al punto le sacó del grupo para llevarle consigo. Lo más particular fue que si cuando la fisonomía del Pituso estaba embadurnada creyó Jacinta advertir en ella un gran parecido con Juanito Santa Cruz, al mirarla en su natural ser, aunque no efectivamente limpia, el parecido se había desvanecido. ...

En la línea 2314
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Mucho rigor y vigilancia desplegaban las madres en lo tocante a relaciones entre las llamadas arrepentidas, ya fuesen Filomenas o Josefinas. Eran centinelas sagaces de las amistades que se pudieran entablar y de las parejas que formara la simpatía. A las prójimas antiguas y ya conocidas y probadas por su sumisión, se las mandaba a acompañar a las nuevas y sospechosas. Había algunas a quienes no se permitía hablar con sus compañeras sino en el corro principal en las horas de recreo. ...

En la línea 2433
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Despidiéronse muy gozosos, y Fortunata se retiró con la mente hecha a aquel orden de ideas. ¡Un hogar honrado y tranquilo!… ¡Si era lo que ella había deseado toda su vida!… ¡Si jamás tuvo afición al lujo ni a la vida de aparato y perdición!… ¡Si su gusto fue siempre la oscuridad y la paz, y su maldito destino la llevaba a la publicidad y a la inquietud!… ¡Si ella había soñado siempre con verse rodeada de un corro chiquito de personas queridas, y vivir como Dios manda, queriendo bien a los suyos y bien querida de ellos, pasando la vida sin afanes!… ¡Si fue lanzada a la vida mala por despecho y contra su voluntad, y no le gustaba, no señor, no le gustaba!… Después de pensar mucho en esto hizo examen de conciencia, y se preguntó qué había obtenido de la religión en aquella casa. Si en lo tocante a prendarse de las guapezas del alma había adelantado poco, en otro orden algo iba ganando. Gozaba de cierta paz espiritual, desconocida para ella en épocas anteriores, paz que sólo turbaba Mauricia arrojando en sus oídos una maligna frase. Y no fue esto la única conquista, pues también prendió en ella la idea de la resignación y el convencimiento de que debemos tomar las cosas de la vida como vienen, recibir con alegría lo que se nos da, y no aspirar a la realización cumplida y total de nuestros deseos. Esto se lo decía aquella misma claridad esencial, aquella idea blanca que salía de la custodia. Lo malo era que en aquellas largas horas, a veces aburridas, que pasaba de rodillas ante el Sacramento, la faz envuelta en un gran velo al modo de mosquitero, la pecadora solía fijarse más en la custodia, marco y continente de la sagrada forma, que en la forma misma, por las asociaciones de ideas que aquella joya despertaba en su mente. ...

En la línea 2930
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Un hombre se había detenido ante los combatientes en el último instante de la reyerta; acercose a Maxi y le miró con recelo. Creyendo que estaba mortalmente herido, no quería meterse en líos con la justicia. Cuando le oyó hablar, acercose más. «Buen hombre, ¿qué es eso?… ¡Pobre chico! Si no parece chico, sino un viejo… ¡Vaya, que pegar así a un pobre anciano!». Luego llegó otro hombre, que se destacó de un grupo de obreros que subían. Auxiliado por este, Maxi logró levantarse y corrió un buen trecho por el camino abajo, gritando: «¡Ladrón!… ¡a ese!… ¡al asesino!… ». Pero el coche estaba ya más allá de la iglesia. Formose en torno a la víctima un corro de cuatro, seis, diez personas de ambos sexos. Mirábales como si fueran amigos que habían de darle la razón reconociendo en él a la justicia pateada y a la humanidad escarnecida. Parecía un insensato. Su descompuesto rostro daba miedo, y su ahilada voz excitaba la mayor extrañeza. ...

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