La palabra Acto ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece acto.
Estadisticas de la palabra acto
La palabra acto es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 682 según la RAE.
Acto es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 12.84 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la acto en 150 obras del castellano contandose 1952 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Acto
Cómo se escribe acto o hacto?
Algunas Frases de libros en las que aparece acto
La palabra acto puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1261
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero esto también le parecía anodino e insuficiente, y acto seguido se rectificaba con proposiciones más feroces. Ero mejor acosar a los rebeldes, abortar los planes que venían preparando, «pincharles para que saltasen antes de tiempo», y una vez se colocaran en actitud de rebeldía, ¡a ellos y que no quedase uno! Mucho guardia civil, muchos caballos, mucha artillería. Para eso sostenían los ricos el peso de las contribuciones, cuya mejor parte se llevaba el ejército. De no ser así, ¿para qué servían los soldados, que tan caros costaban, en un país que no había de sostener guerras?... ...
En la línea 677
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se prometía meter miedo a Porthos con la aventura del tahalí, que, si no quedaba muerto en el acto, podía contar a todo el mundo, relato que, hábilmente manejado para ese efecto, debía cubrir a Porthos de ridículo; por último, en cuanto al s ocarrón de Aramis, no le tenía demasiado miedo, y suponiendo que llegase hasta él, se encargaba de despacharlo aunque parezca imposible, o al menos se ñalarle el rostro, como César había recomendado hacer a los soldados de Pompeyo, dañar para siempre aquella belleza de la que estaba tan orgulloso. ...
En la línea 3624
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Será esa la respuesta que deberá transmitir a Su Majestad -repuso sonriendo el secretario-si por casualidad Su Majestad tuviera la curiosi dad de saber por qué ningún bajel puede salir de los puertos de Gran Bretaña?-Tenéis razón señor -respondió Buckingham-En tal caso le dirá al rey que he decidido la guerra, y que esta medida es mi primer acto de hostilidad contra Francia. ...
En la línea 5282
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Además, resistiendo tanto tiempo, temía parecer egoís ta a los ojos de Athos; accedió, pues, y eligió las cien pistolas que el inglés le entregó en el acto. ...
En la línea 6017
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Mas aquella vez nuestro gascón vio de una sola ojeada todo el partido que podía sacar de aquel amor que Ketty acababa de confesar de una forma tan ingenua o tan descarada:intercepción de cartas dirigidas al conde de Wardes, avisos en el acto, entrada a toda hora en la habitación de Ketty, contigua a la de su ama. ...
En la línea 215
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Se queja, pues, con razon de que en ese acto abandonado á los aforadores, hay mas bien falta de imparcialidad y de buena fe, que de intelijencia, y de consiguiente se remediarian los abusos en el recibo de la hoja del tabaco, nombrándose cada año, y en el momento de la necesidad, nuevos empleados de otra esfera, que por espresa comision pasen de Manila á las provincias al reconocimiento y recibo de la hoja, y cuya ilustracion é intelijencia pueda descubrir y destruir todas las artes y manejos que se empleasen en estos casos, y economizarse los sueldos de trecientos pesos anuales que se dan á los titulados alumnos de aforadores, creados pocos años hace con el fin de que instruyéndose en el cargo de aforadores, sirvan al caso á la renta cuando sea necesario; pero esta medida sola no llena el objeto en la forma establecida, porque viven entre los cosecheros, están con ellos en estrechas relaciones, y no puede de este modo conseguirse el fin de procurar evitar fraudes; ademas de que pueden economizarse los pesos que se invierten en sus sueldos. ...
En la línea 228
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... a Que el reconocimiento y aforo de la hoja que la renta compra á los cosecheros, se haga ante una junta nombrada anualmente de empleados de la capital de la mayor confianza é intelijencia en el ramo, con asistencia del alcalde mayor de la provincia, ante la fe del escribano público, si lo hay, y de no, se elijirá persona para el caso que estienda y autorice las dilijencias de la junta: concluido el acto, deberia quemarse en seguida ante la misma junta todo el tabaco que hubiese resultado inútil. ...
En la línea 229
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Todo esto, practicado en la forma dicha, sobre garantir el buen empleo de los intereses de la renta, destruiria cualquier oculto manejo que los pudiese perjudicar, y las formalidades prescritas darian cierta importancia al acto, muy necesaria y propia para que se respeten cual corresponde los fondos públicos. ...
En la línea 309
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El marinero emergió en seguida; vi su cabeza asomar en la cresta de una ola muy grande, y en el acto reconocí en aquel desdichado al que poco antes nos había referido su sueño. ...
En la línea 373
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A unos campesinos que estaban en la fragua les pregunté por la escuela, y uno de ellos se ofreció en el acto a servirme de guía. ...
En la línea 677
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En cuanto salimos de la ciudad intentó repetidas veces, sin conseguirlo, montar en la mula más pequeña, que iba ensillada; al fin se salió con la suya, y en el acto emprendimos, camino abajo, una carrera desenfrenada. ...
En la línea 741
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En el acto, nuestro jinete empuñó el trabuco, y obligando al caballo a dar dos o tres brincos, apuntó hacia el sitio indicado por el mozo; pero las cabezas no volvieron a aparecer, y todo fué, probablemente, una falsa alarma. ...
En la línea 561
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Subieron luego a caballo, y diéronse priesa por llegar a poblado antes que anocheciese; pero faltóles el sol, y la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto a unas chozas de unos cabreros, y así, determinaron de pasarla allí; que cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado, fue de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedía era hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería. ...
En la línea 1791
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y conociéronle tan bien como aquellos que eran el cura y el barbero de su mismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros. ...
En la línea 1931
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -«Digo, pues -prosiguió Cardenio-, que, estando todos en la sala, entró el cura de la perroquia, y, tomando a los dos por la mano para hacer lo que en tal acto se requiere, al decir: ''¿Queréis, señora Luscinda, al señor don Fernando, que está presente, por vuestro legítimo esposo, como lo manda la Santa Madre Iglesia?'', yo saqué toda la cabeza y cuello de entre los tapices, y con atentísimos oídos y alma turbada me puse a escuchar lo que Luscinda respondía, esperando de su respuesta la sentencia de mi muerte o la confirmación de mi vida. ...
En la línea 3562
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Porque, ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera cena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado? Y ¿qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en Africa, y ansí fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa en América, y así se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo? Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga a ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, el mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fue el emperador Heraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa, como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno a lo otro; y fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia, y mezclarle pedazos de otras sucedidas a diferentes personas y tiempos, y esto, no con trazas verisímiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables? Y es lo malo que hay ignorantes que digan que esto es lo perfecto, y que lo demás es buscar gullurías. ...
En la línea 70
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... esta aldehuela está situada en un llano; en derredor de una habitación central están las chozas de los negros. Estas cabañas, por su forma y por su posición, me recuerdan los dibujos que representan las habitaciones de los hotentotes en el África meridional. Levantándose temprano la luna, nos decidimos a partir la misma noche para ir a acostarnos a Lagoa-Marica. En el momento de comenzar a caer la noche pasamos junto a una de esas macizas colinas de granito desnudas y escarpadas tan comunes en este país ese lugar es bastante célebre; en efecto, durante largo tiempo sirvió de refugio a algunos negros cimarrones que cultivando una pequeña meseta situada en la cúspide, consiguieron asegurarse la subsistencia. Descubrióseles, por fin, y se envió una escuadra de soldados para desalojarlos de allí; se rindieron todos excepto una vieja, quien, primero que volver a la cadena de la esclavitud, prefirió precipitarse desde lo alto de la peña y se rompió la cabeza al caer. Ejecutado este acto por una matrona romana, habríase celebrado y se hubiera dicho que la impulsó el noble amor a la libertad; efectuado - por una pobre negra, limitáronse a atribuirlo a una terquedad brutal. Proseguimos nuestro viaje durante varias horas; en las últimas millas de nuestra etapa, el camino se hace difícil, pues atraviesa una especie de país salvaje entrecortado por marjales y lagunas. A la luz de la luna, el paisaje presenta un aspecto siniestro y desolado. Algunas moscas luminosas vuelan en torno nuestro, y una becada solitaria deja oír su grito quejumbroso. El mujido del mar, situado a una distancia bastante grande, apenas turba el silencio de la noche. ...
En la línea 82
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi residencia en esta posesión estuve a punto de presenciar uno de esos actos atroces que sólo pueden ocurrir en un país donde reina la esclavitud. A consecuencia de una querella y de un proceso, el propietario estuvo a punto de separar a los esclavos varones de sus mujeres y de sus hijos para ir a venderlos en pública subasta en Río. El interés, y no un sentimiento compasivo, fue quien impidió que se perpetrase este acto infame. Hasta creo que el propietario nunca pensó que pudiera ser una inhumanidad eso de separar así a treinta familias que vivían juntas desde muchos años; y, sin embargo, afirmo que su humanidad y su bondad le hacían superior a muchos hombres. Pero, en mi sentir, puede añadirse que no tiene límites la ceguera producida por el interés y el egoísmo. Voy a referir una insignificante anécdota que me impresionó más que ninguno de los rasgos de crueldad que he oído contar. Atravesaba yo una balsa con un negro más que estúpido. Para conseguir hacerme comprender, hablaba alto y le hacía señas; al hacerlas, una de mis manos pasó junto a su cara. ...
En la línea 366
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... hasta si el alborotador teru-teto prorrumpía en un grito estridente, suspendíase en el acto la conversación y todas las cabezas se inclinaban para poner oído un instante. ...
En la línea 469
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pretende ser muy amigo de los ingleses; pero sostiene que sólo obtuvieron la victoria de Trafalgar porque compraron a los capitanes españoles, y que el único acto de valentía ejecutado en aquella jornada fue el del almirante español ¿No es característico esto? ¡Un hombre que prefiere creer que sus compatriotas son los traidores más abominables a pensar que sean cobardes o torpes! 18y 19 de octubre.- Seguimos bajando lentamente este río magnífico; la corriente no nos ayuda nada. Encontramos muy pocos barcos. Parece realmente desdeñarse aquí uno de los dones más preciosos de la naturaleza: esta magnífica vía de comunicación, un río donde por buques podrían relacionarse dos países, uno de clima templado y en el cual abundan ciertos productos mientras otros faltan por completo; otro con un clima tropical y un suelo que (a creer a M. Bonpland, el mejor de todos los jueces) quizá no tenga igual en el mundo por su fertilidad. ¡Cuán otro hubiera sido este río, si colonos ingleses hubiesen tenido la suerte de remontar los primeros el río de la Plata! ¡Qué magníficas ciudades ocuparían hoy sus orillas! Hasta la muerte de Francia, dictador del Paraguay, estos dos países permanecen tan separados cual si estuviesen en los dos extremos del globo. Pero violentas revoluciones, violentas proporcionalmente a la tranquilidad tan poco natural que hoy reina allí, desgarrarán al Paraguay cuando el viejo tirano sanguinario ya no exista. Este país tendrá que aprender, como todos los estados españoles de la América del Sur, que una república no puede sustituir en tanto que no se apoye en hombres que respeten los principios de la justicia y el honor. ...
En la línea 1152
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Víctor tomó tila y acto continuo bostezó enérgicamente. ...
En la línea 2679
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Desde entonces leyó periódicos y novelas de Pigault —Lebrun y Paul de Kock, únicos libros que podía mirar sin dormirse acto continuo. ...
En la línea 5188
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Por un acto de fe, aquella señora había despreciado todas las injurias con que sus enemigos le perseguían a él, no había creído nada de aquello y se había acercado a su confesonario a pedirle luz en las tinieblas de su conciencia, a pedirle un hilo salvador en los abismos que se abrían a cada paso de la vida. ...
En la línea 7084
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La cabeza de la sombra de mujer desapareció un momento; hubo un silencio solemne y en medio de él sonó claro, casi estridente, el chasquido de un beso bilateral, después un chillido como el de Rosina en el primer acto del Barbero. ...
En la línea 555
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y acto seguido, como si hiciese una concesión, añadió con envidia e Ingratitud, sin darse cuenta de ello: ...
En la línea 700
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Roma entera se puso en movimiento para recibirlo. Tal era el pavor infundido por Mohamed después de la toma de Constantinopla, que había circulado la predicción de que el soberano de loa turcos iría un día a apoderarse de la Ciudad Eterna, estableciendo su alojamiento en el Vaticano. Y todos creyeron ver un acto de la voluntad divina al cumplirse tal vaticinio, pero de diferente modo, llegando el Gran Turco como cautivo y no como vencedor. ...
En la línea 708
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Dicha procesión fue el último acto público de Inocencio VIII. De junio a julio estuvo entre la vida y la muerte, y la certeza de su próximo fin agravó la falta de seguridad en Roma. ...
En la línea 889
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una de las preocupaciones de la hija del Papa era el lavatorio de la cabeza, acto indispensable todas las semanas. Cuando partió de Roma para siempre, yendo a reunirse con su tercero y último esposo en Ferrara, invirtió veintisiete días en el viaje. Cada cinco días, el lento y majestuoso cortejo hacía alto en una población para que madona Lucrecia pudiera lavarsi il capo . Y príncipes, embajadores, damas de honor, escuderos, hombres de armas, suspendían su marcha un día entero, mientras la nueva princesa de Ferrara permanecía varias horas bajo los ardores del sol, llevando encima de sus vestidos un peinador de seda blanca, de gran finura y sutilidad, llamado schiavonetta , y en la cabeza, un sombrero de paja sin cumbre, por cuya abertura pasaba la cabellera, abrigando sus bordes los ojos y el cuello de la beldad, ...
En la línea 342
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mientras tanto, el profesor Flimnap, por medio del texto del inventario, formulaba una opinión decisiva. Este aparato debía guardarse para siempre en la Universidad, a fin de que los sabios se dedicasen a su estudio, si lo juzgaban interesante. Por eso la Comisión había creído oportuno traerlo a este acto en vez de dejarlo a bordo de la flota, donde solo podía servir para suposiciones erróneas y perturbadoras. ...
En la línea 526
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Oh, gentleman! -dijo Flimnap-. Eso podía ser un problema en otra época, cuando la ciencia estaba aun en sus descubrimientos elementales. La maternidad entre nosotros no representa ya más que una corta molestia. Un simple resfriado da más que hacer y obliga a mayores perdidas de tiempo. Este progreso de la ciencia es el que más ha favorecido nuestra emancipación. Las mujeres solo tienen que preocuparse por unas horas del acto maternal, e inmediatamente vuelven a sus trabajos, sin guardar huella alguna del accidente. Mi colega el profesor de Física debe estar a estas horas trabajando en su laboratorio. ...
En la línea 960
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Para que el acto resultase mas solemne, Momaren creyó necesario reunir todo su público, esparcido en los diversos salones, y agolparlo en uno solo que ocupaba la parte saliente del edificio, con dos ventanales sobre una plaza. ...
En la línea 1012
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie no necesitaba oír al profesor para darse cuenta de la gravedad de su acto. Pero renacía su cólera al acordarse de los pinchazos de aquellos pigmeos, y creía sentir aún el dolor en sus piernas. ¿Por qué no lo habían dejado dormir en paz?… ...
En la línea 599
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Una noche fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables. La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos. Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa… Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino… Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita… eso es caca… ¡qué asco!… cosa fea, es para el gato… ». Pero el muchacho no se daba a partido. No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria… «No, no, eso no… quita… caca… ». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno. Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma. Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón… Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad. La madre se alarmaba y… fuera el tercer botón… Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible… El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil… Ni por esas… La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa. Jacinta, al fin, metió la mano en su seno, sacó lo que el muchacho deseaba, y le miró segura de que se desenojaría cuando viera una cosa tan rica y tan bonita… Nada; cogió entonces la cabeza del muchacho, la atrajo a sí, y que quieras que no le metió en la boca… Pero la boca era insensible, y los labios no se movían. Toda la cara parecía de una estatua. El contacto que Jacinta sintió en parte tan delicada de su epidermis, era el roce espeluznante del yeso, roce de superficie áspera y polvorosa. El estremecimiento que aquel contacto le produjo dejola por un rato atónita, después abrió los ojos, y se hizo cargo de que estaban allí sus hermanas; vio los cortinones pintados de la boca del teatro, la apretada concurrencia de los costados del paraíso. Tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba y de los disparates que había soñado, y se echó mano al pecho con un movimiento de pudor y miedo. Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar. Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. ...
En la línea 853
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ido, que estaba oyendo a su mujer, como se oye a un orador brillante, despertó de su éxtasis y se puso a desmentir. Llaman así al acto de colocar los pliegos de papel unos sobre otros, escalonados, dejando descubierta en todos una fajita igual, que es lo que se tiñe. Como Jacinta observaba atentamente el trabajo de D. José, este se esmeró en hacerlo con desusada perfección y ligereza. Daba gusto ver aquellos bordes, que por lo iguales parecían hechos a compás. Rosita apilaba pliegos y resmas sin decir una palabra. Nicanora hizo a Jacinta, mirando a su marido, una seña que quería decir: «Hoy está bueno». Después empezó a pasar rápidamente la brocha sobre el papel, como se hace con los estarcidos. ...
En la línea 895
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ido y su mujer se deshacían en cumplidos y fueron escoltando a las señoras hasta la puerta de la calle. En la calle de Toledo tomaron ellas un simón para ganar tiempo, y el bendito Ido se fue a cumplir el encargo que la fundadora le había hecho. No era una misión delicada ciertamente, como él deseara; pero el principio de caridad que entrañaba aquel acto lo trocaba de vulgar en sublime. Toda la santa tarde estuvo mi hombre ocupado en el transporte de los ladrillos, y tuvo la satisfacción de que ni uno solo de los setenta se le rompiera por el camino. El contento que inundaba su alma le quitaba el cansancio, y provenía su gozo casi exclusivamente de que Jacinta, en aquel ratito en que le llevó aparte, le había dado un duro. No puso él la moneda en el bolsillo de su chaleco, donde la habría descubierto Nicanora, sino en la cintura, muy bien escondida en una faja que usaba pegada a la carne para abrigarse la boca del estómago. Porque conviene fijar bien las cosas… aquel duro, dado aparte, lejos de las miradas famélicas del resto de la familia, era exclusivamente para él. Tal había sido la intención de la señorita, y D. José habría creído ofender a su bienhechora interpretándola de otro modo. Guardaría, pues, su tesoro, y se valdría de todas las trazas de su ingenio para defenderlo de las miradas y de las uñas de Nicanora… porque si esta lo descubría, ¡Santo Cristo de los Guardias… ! ...
En la línea 1156
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Don Baldomero estaba muy sereno, y el golpe de suerte no le daba calor ni frío. Todos los años compraba un billete entero, por rutina o vicio, quizás por obligación, como se toma la cédula de vecindad u otro documento que acredite la condición de español neto, sin que nunca sacase más que fruslerías, algún reintegro o premios muy pequeños. Aquel año le tocaron doscientos cincuenta mil reales. Había dado, como siempre, muchas participaciones, por lo cual los doce mil quinientos duros se repartían entre la multitud de personas de diferente posición y fortuna; pues si algunos ricos cogían buena breva, también muchos pobres pellizcaban algo. Santa Cruz llevó la lista al comedor, y la iba leyendo mientras comía, haciendo la cuenta de lo que a cada cual tocaba. Se le oía como se oye a los niños del Colegio de San Ildefonso que sacan y cantan los números en el acto de la extracción. ...
En la línea 1064
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Fuese la mujer corriendo y Hendon volvió a la sala del tribunal, donde no tardó en seguirle el alguacil, después de esconder su compra en lugar conveniente. El juez escribió un momento mas, y después leyó al rey un auto muy moderado y clemente, en el cual le sentenciaba a un corto encierro en la cárcel común, que sería seguido de una azotaina pública. El rey, asombrado, abrió la boca y probablemente se disponía a ordenar que decapitaran en el acto al buen juez, cuando observó una seña de aviso de Hendon y logró cerrar los labios antes de proferir palabra. Hendon le tomó de la mano, hizo una reverencia al juez y ambos partieron hacia la cárcel, custodiados por el alguacil. En el momento en que llegaron a la calle, el airado monarca se detuvo, desprendió la mano de la de Hendon y exclamó: ...
En la línea 1301
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Ah, buen corazón valeroso! –se dijo–: Este acto de lealtad no perecerá en mi memoria, no lo he de olvidar, ¡pero ellos tampoco! –agregó con ardor. ...
En la línea 1373
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Por fin llegó el acto final. El Arzobispo de Canterbury levantó de su cojín la corona de Inglaterra y la suspendió sobre la cabeza temblorosa del fingido rey. En el mismo instante un resplandor de arco iris fulguró en el amplio crucero, porque, en un movimiento simultáneo, cada individuo del gran concurso de nobles levantó la corona y la suspendió sobre su cabeza y la detuvo en esa postura. Un profundo silencio reinó en la Abadía. En este impresionante momento una pasmosa aparición de pronto se hizo presente, avanzando por la gran nave central. Era un niño, con la cabeza descubierta, mal calzado y vestido con burdas prendas plebeyas que se caían a jirones. Levantó su mano, con una solemnidad que no concordaba con su lastimoso sucio aspecto, y pronunció esta advertencia: ...
En la línea 1920
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Matar por matar es un desatino. A lo sumo para librarse del odio, que no hace sino corromper el alma. Porque más de un rencoroso se curó del rencor y sintió piedad, y hasta amor a su víctima, una vez que satisfizo su odio en ella. El acto malo libera del mal sentimiento. Y es porque la ley hace el pecado. ...
En la línea 1821
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Mariana corrió hacia él como empujada por un resorte, y su palidez desapareció en el acto. ...
En la línea 2319
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -En efecto -dije-. Y sería un acto de caridad prevenir a esos accionistas. Quién sabe, sin embargo, si el aviso sería bien recibido, pues a menudo lo que los jugadores lamentan por encima de todo es menos la pérdida de su dinero que la de sus locas esperanzas. Les compadezco menos, después de todo, que a esos millares de desgraciados a quienes hubieran podido aprovechar tantas riquezas bien repartidas, y que ya serán siempre estériles para ellos. ...
En la línea 2527
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Por el cálculo. Dada la capacidad del navío, que le es conocida al señor, y, consecuentemente, la cantidad de aire que encierra, y sabiendo, por otra parte, lo que cada hombre gasta en el acto de la respiración, así como la necesidad del Nautilus de remontar a la superficie cada veinticuatro horas, la comparación de estos datos… ...
En la línea 2629
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Temí por un momento que éste se dejara llevar a un acto violento de deplorables consecuencias. Pero su atención y su ira se desviaron a la vista de una ballena a la que se acercaba el Nautilus en ese momento. El animal no había podido escapar a los dientes de los cachalotes. Reconocí la ballena austral, de cabeza deprimida, que es enteramente negra. Se distingue anatómicamente de la ballena blanca y del Nord Caper por la soldadura de las siete vértebras cervicales y porque tiene dos costillas más que aquéllas. ...
En la línea 801
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por estas palabras comprendí que mi trabajo consistiría en pasear a la señorita Havisham en torno de la estancia repetidas veces. De acuerdo con esta idea, eché a andar en el acto, y ella se apoyó en mi hombro, y andábamos a un paso que podría haber sido la imitación (fundada en el primer impulso que sentí en aquella casa) del carruaje del señor Pumblechook. ...
En la línea 884
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero se puso en pie en el acto y, después de limpiarse con la esponja muy diestramente, se puso en guardia otra vez. Y la segunda sorpresa enorme que tuve en mi vida fue el verle otra vez tendido de espaldas y mirándome con un ojo amoratado. ...
En la línea 1002
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los jueces estaban sentados en la sala del tribunal, que se hallaba a poca distancia, y en el acto fuimos todos allí con objeto de formalizar mi contrato de aprendizaje a las órdenes de Joe. Digo que fuimos allí, pero, en realidad, fui empujado por Pumblechook del mismo modo como si acabase de robar una bolsa o incendiado algunas gavillas. La impresión general del tribunal fue la de que acababan de cogerme in fraganti, porque cuando el señor Pumblechook me dejó ante los jueces oí que alguien preguntaba: «¿Qué ha hecho?, y otros replicaban: «Es un muchacho muy joven, pero tiene cara de malo, ¿no es verdad?» Una persona de aspecto suave y benévolo me dio, incluso, un folleto adornado con un grabado al boj que representaba a un joven de mala conducta, rodeado de grilletes, y cuyo título daba a entender que era «PARA LEER EN MI CALABOZO». ...
En la línea 1767
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... - No - replicó Wemmick -, es sólo un capricho. Te gustaba tu capricho, ¿no es verdad? No, no bubo en su caso ninguna señora, señor Pip, a excepción de una… con seguridad no la habría usted sorprendido nunca en el acto de mirar a esta urna, a no ser que dentro de ella hubiese habido algo que beber -. Y como la atención del señor Wemmick estaba fija en el broche, dejó a un lado la mascarilla y limpió aquél con su pañuelo de bolsillo. ...
En la línea 320
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La cuestión de averiguar por qué se dirigía a casa de Rasumikhine le atormentaba más de lo que se confesaba a sí mismo. Buscaba afanosamente un sentido siniestro a aquel acto aparentemente tan anodino. ...
En la línea 332
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Salió, pues, del camino, se internó en los sotos, se dejó caer en la hierba y se quedó dormido en el acto. ...
En la línea 491
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle insignificante que no le inquietaba lo más mínimo. ¡Si todo fuera tan fácil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o pasaba a la de algún vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las continuas amonestaciones que recibía de su dueña. Así, bastaría entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y después, una hora más tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a dejarla en su sitio. Pero esto último tal vez no fuera tan fácil. Podía ocurrir que cuando él volviera y fuese a dejar el hacha en su sitio, Nastasia estuviera ya en la casa. Naturalmente, en este caso, él tendría que subir a su aposento y esperar una nueva ocasión. Pero ¿y si ella, entre tanto, advertía la desaparición del hacha y la buscaba primero y después empezaba a dar gritos? He aquí cómo nacen las sospechas o, cuando menos, cómo pueden nacer. ...
En la línea 886
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De súbito se detuvo; acababa de planteársele un nuevo problema, tan inesperado como sencillo, que le dejó atónito. «Si, como crees, has procedido en todo este asunto como un hombre inteligente y no como un imbécil, si perseguías una finalidad claramente determinada, ¿cómo se explica que no hayas dirigido ni siquiera una ojeada al interior de la bolsita, que no te hayas preocupado de averiguar lo que ha producido ese acto por el que has tenido que afrontar toda suerte de peligros y horrores? Hace un momento estabas dispuesto a arrojar al agua esa bolsa, esas joyas que ni siquiera has mirado… ¿Qué explicación puedes dar a esto?» ...
En la línea 934
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Diréis que podría presentar mi dimisión, pero eso no basta. Dimitir es un acto honorable. Yo he faltado, merezco un castigo y debo ser destituido. -Después de una pausa, agregó-: Señor alcalde, el otro día fuisteis muy severo conmigo injustamente; sedlo hoy con justicia. ...
En la línea 49
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En las bodegas del Narwhal, Buck y Curly encontraron a otros dos perros. Uno de ellos era un ejemplar albo y grande procedente de Spitzber gen, de donde se lo había llevado el capitán de un ballenero, que más tarde había participado en una expedición geológica a las islas Barren. Era cordial aunque traicionero, ya que sonreía a la cara mientras discurría alguna trastada, como por ejemplo cuando le robó a Buck una parte de su primera comida. En el momento en que Buck saltaba para castigarlo, se le adelantó el látigo de François restallando en el aire con tal violencia sobre el culpable que Buck no tuvo más que recuperar el hueso. Fue un acto de equidad por parte de François, pensó Buck, y empezó a sentir aprecio por el mestizo. ...
En la línea 58
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Antes de haberse recobrado de la conmoción que le provocó la trágica muerte de Curly, Buck experimentó otra peor. François le sujetó al cuerpo un aparejo de correas y hebillas. Era un arnés como el que había visto que, allá en la finca, los mozos de cuadra colocaban a los caballos. Y tal como había visto trabajar a los caballos fue puesto él a trabajar, tirando del trineo para llevar a François hasta el bosque que bordeaba el valle y regresar con una carga de leña. Aunque su dignidad resultó gravemente herida al verse convertido en animal de carga, fue lo bastante sensato como para no rebelarse. Se metió de lleno en la tarea y se esforzó al máximo, por más que todo le parecía nuevo y extraño. François era severo, exigía obediencia total y gracias a su látigo la lograba en el acto; por su parte, Dave, que era un experimentado perro zaguero, mordía las nalgas de Buck cada vez que cometía un error. Spitz, que era el que guiaba, era igualmente experimentado, pero como no siempre podía acercarse a Buck, le lanzaba de vez en cuando gruñidos de reproche o echaba astutamente su peso sobre las riendas para forzarlo a seguir el rumbo correcto. Buck aprendía con facilidad y, bajo la tutela conjunta de sus dos colegas y de François, realizó notables progresos. Antes de regresar al campamento ya sabía que ante un «¡so!» tenía que detenerse y ante un «¡arre!», avanzar, no le costaba trazar las curvas con amplitud y mantenerse lejos del zaguero cuando, en una pendiente, el trineo cargado se le venía encima pisándole los talones. ...
En la línea 141
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... François así lo hizo, y acto seguido Buck se acercó trotando, con una sonrisa triunfal, y se colocó en posición a la cabeza del tiro. Enganchadas las correas, el trineo arrancó y, con los dos hombres corriendo, la partida se dirigió velozmente hacia el río. ...

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