La palabra Vista ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece vista.
Estadisticas de la palabra vista
La palabra vista es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 383 según la RAE.
Vista es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 203.63 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la vista en 150 obras del castellano contandose 30952 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Vista
Cómo se escribe vista o vizta?
Cómo se escribe vista o bista?

la Ortografía es divertida

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece vista
La palabra vista puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 211
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pimentó estaba tendido a un lado de su barraca, fumando perezosamente, con la vista fija en tres varitas untadas con liga, puestas al sol, en torno de las cuales revoloteaban algunos pájaros. ...
En la línea 252
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los perros ladraban al verle de lejos, como si se aproximase la muerte, los niños le miraban enfurruñados; los hombres se escondían para evitar penosas excusas, y las mujeres salían a la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira a punto para rogar a don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas a sus bufidos y amenazas. ...
En la línea 462
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Llegó la vista del proceso y lo sentenciaron a muerte. ...
En la línea 502
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos los días veían lo mismo: las mujeres cosiendo y cantando bajo las parras; los hombres, en los caminos, encorvados, con la vista en el suelo sin dar descanso a los activos brazos; Pimentó, tendido a lo gran señor ante las varitas de liga, esperando a los pájaros, o ayudando a Pepeta torpe y perezosamente; en la taberna de Copa, unos cuantos viejos tomando el sol o jugando al truco. ...
En la línea 96
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La _avenencia_ iba hundiéndose en diversos toneles, y de un solo golpe, sin que se derramase una gota, llenaba las copas. Salían al aire los vinos dorados y luminosos, coronándose de brillantes al caer en el cristal, esparciendo en torno un intenso perfume de ancianidad. Todas las tonalidades del ámbar, desde el gris suave al amarillo pálido, brillaban en aquellos líquidos densos a la vista como el aceite, pero de una transparencia nítida. Un lejano perfume exótico, que hacía pensar en flores fantásticas de un mundo sobrenatural donde fuese eterna la existencia, emanaba de estos líquidos extraídos del misterio de los toneles. La vida parecía acrecentarse al paladearlos; los sentidos cobraban nueva intensidad; la sangre ardía atropellándose en su circulación, y el olfato se excitaba sintiendo anhelos desconocidos, como si husmease una electricidad nueva en la atmósfera. La pareja de viajeros bebía de todo, después de resistir con débiles protestas las invitaciones de Luis. ...
En la línea 125
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A Montenegro no le infundían temor estas amenazas. Las había oído muchas veces: después de un domingo de gran fiesta, el amo hablaba siempre de despedir a los _extranjeros_; pero luego sus conveniencias comerciales le hacían aplazar la resolución, en vista de los buenos servicios que prestaban en el escritorio. ...
En la línea 152
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro, a pesar de su vida sedentaria de oficinista, sentía removerse en él atávicos entusiasmos a la vista de un corcel de precio; sentía la admiración del nómada africano ante el animal, eterno compañero de su vida. De la riqueza de su jefe don Pablo, sólo envidiaba la docena de caballos, los más caros y famosos de las ganaderías de Jerez, que tenía en sus cuadras. También aquel hombre obeso, que parecía no sentir otros entusiasmos que los que le inspiraban su religión y su bodega, olvidaba momentáneamente a Dios y al cognac al ver un caballo hermoso que no fuese suyo, y sonreía agradecido cuando le elogiaban como el primer jinete de la campiña jerezana. ...
En la línea 166
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se había terciado la capa, tomando un aire de majo galante, satisfecho de detener en la calle más céntrica, a la vista de todos, a una mujer que tal escándalo promovía. ...
En la línea 246
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tréville era uno de estos últimos; era una de esas raras organizaciones, de inteligencia obediente como la del dogo, de valor ciego, de vista rápida, de mano pronta, a quien el ojo le había sido dado sólo para ver si el rey estaba descontento de alguien, y la mano para golpear a ese alguien enfadoso: un Besme, unMaurevers, un Poltrot de Méré, un Vitry. ...
En la línea 249
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por su parte, y desde ese punto de vista, el cardenal no le iba a la zaga al rey. ...
En la línea 592
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero ni en la calle que acababa de recorrer, ni en la que abarcaba ahora con la vista vio a nadie. ...
En la línea 680
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cuando D'Artagnan llegó a la vista del pequeño terreno baldío que se extendía al pie de aquel monasterio, Athos hacía sólo cinco minutos que esperaba, y daban las doce. ...
En la línea 55
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... La sala llamada de justicia, que es la que conoce en segunda instancia de los autos apelados del tribunal mayor y audiencia de cuentas, la componen igualmente tres señores ministros, y con vista del fiscal de lo civil, que lo es de la hacienda, conocen y fallan sobre tales autos, cuyos espedientes, procesos ó causas, pues á algunos los tres nombres le caben, son de suyos voluminosos, y complicados por su naturaleza é infinidad de puntos que abrazan, por lo que son objeto de ocupacion y gravedad; y aunque no de tanta, tambien distraen y ocupan los mismos negocios cuando estando en curso, son consultados á la sala ó junta llamada de ordenanza, que la componen el señor rejente ó ministro mas antiguo con el fiscal de lo civil, donde como para asesorarse, los remite á consulta el contador mayor cuando le parece. ...
En la línea 69
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... En el estado que le parece al alcalde mayor ó correjidor, provee otro auto de remision de lo actuado para un letrado de la capital, que en vista de ello lo asesore y dicte los trámites y dilijencias que procedan en justicia; con lo cual aquello ya es negocio olvidado, hasta que vuelvan las actuaciones con dictámen del asesor, y suelen á veces pasar muchos dias, y aun semanas y meses, solo para esperar oportuna ocasion de remitir la sumaria al asesor hasta que haya buque ó pasajero que pueda llevarla, y esto ya se ve que sobre la dilacion es poco seguro; mas suele quedar testimonio de todo en el juzgado. ...
En la línea 73
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Ahora bien: á vista de este pequeño bosquejo y diminuto relato de como se forma una causa criminal, ¿habrá alguno que dude de lo defectuosa que es la sustanciacion y de lo pesada y lenta que por necesidad será la administracion de justicia? Creo que no; mas si alguno dudase de esta verdad, puede manifestar sus dudas, que prácticamente podrán ser satisfechas con enumeracion de casos en que yo mismo he sido asesor, y no de una sola provincia, sino de varias. ...
En la línea 175
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... A vista de tal manifestacion, el Gobierno supremo de la Metrópoli se dignará tomar en consideracion los fundamentos que se esponen, para proceder cuanto antes á la reforma, que asi los principios de justicia como las circunstancias exijen para tan interesante ramo. ...
En la línea 303
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En la mañana del 10 de noviembre de 1835, encontrábame a la altura de la costa de Galicia, cuyas elevadas montañas, doradas por el sol naciente, ofrecían una vista espléndida. ...
En la línea 304
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Iba con destino a Lisboa; doblamos el cabo Finisterre, y, metiéndonos mar adentro, perdimos rápidamente de vista la tierra. ...
En la línea 311
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Dada la voz de alarma, hubo una gran confusión, y lo menos pasaron dos minutos antes de que el barco se parase; en ese tiempo el marinero se quedó muy lejos a popa; sin embargo, yo no le perdí de vista y observé que luchaba valientemente con las olas. ...
En la línea 313
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No obstante, remaron de firme, y habían llegado ya a diez brazas del náufrago, que continuaba luchando por su vida, cuando le perdí de vista; a su regreso dijeron los marineros que le habían visto debajo del agua, a intervalos, hundiéndose cada vez más, con los brazos abiertos, y el cuerpo, al parecer, rígido, pero que se habían encontrado en la imposibilidad de salvarlo. ...
En la línea 719
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo: -Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas. ...
En la línea 757
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En todo hay cierta, inevitable muerte; mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto; y en el olvido en quien mi fuego avivo, y, entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza, ni yo, desesperado, la procuro; antes, por estremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro. ...
En la línea 781
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. ...
En la línea 789
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. ...
En la línea 33
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un Octopus o pulpo, me interesó también mucho, y pasé largas horas estudiando sus costumbres. Aunque abundan en los charcos que deja la marea al retirarse, estos animales no son fáciles de coger. Por medio de sus largos tentáculos o brazos y de sus ventosas o chupadores, consiguen meterse dentro de grietas muy estrechas; y, una vez allí, necesita emplearse mucha fuerza para hacer que salga. Otras veces se lanzan con la rapidez de una flecha, llevando la cola adelante, de un lado a otro del charco, y al mismo tiempo coloran el agua, difundiendo en torno suyo una especie de tinta de color castaño oscuro. Estos animales tienen también la facultad de cambiar de Color para ocultarse a la vista. Parecen variar los matices de su cuerpo según la naturaleza del terreno sobre el cual pasan: cuando están en un sitio donde es poco profunda el agua, suelen presentar un color de púrpura parduzco; pero cuando se les coloca encima de la tierra o en un sitio donde es poco profunda el agua, ese tinte oscuro desaparece y lo reemplaza un color verde amarillento. Si se examina más atentamente el color de estos animales, se ve que son grises y tienen manchas numerosas de un color amarillo fuerte; algunas de esas manchas varían de intensidad, otras aparecen y desaparecen de continuo. Estas modificaciones de color se efectúan de tal modo, que parece como si se vieran pasar constantemente sobre el cuerpo del animal nubes de colores que varían del rojo jacinto al rojo castaño. Toda parte de su cuerpo sometida a un ligero choque galvánico se pone negra; puede producirse un efecto análogo aunque menos marcado arañándoles la piel con una aguja. Estas nubes o llamaradas de color, como pudieran llamarse, dícese que son producidas por la dilatación y la contracción sucesivas de unas vesículas muy pequeñas que contienen fluidos diversamente coloridos. ...
En la línea 44
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cuando recordamos que la cal, en forma de fosfato o de carbonato, entra en la composición de las partes duras, como los huesos y las conchas de todos los animales vivientes, es de sumo interés, desde el punto de vista fisiológico, hallar sustancias más duras que el esmalte dentario y superficies coloreadas tan lisas como las de una concha, con la misma forma que algunas de las producciones vegetales más ínfimas, reconstituidas con materias orgánicas muertas por medios inorgánicos3. ...
En la línea 60
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cerca de Keeling-Atoll, en el Océano Indico, vi numerosas masas pequeñas de confervas de algunas pulgadas cuadradas, consistentes en largos hilos cilíndricos muy tenues, tanto que apenas podrían distinguirse a simple vista, mezclados con otros cuerpos un poco mayores y admirablemente cónicos en sus dos extremos. Su longitud varía entre cuatro o seis centésimas de pulgada; su diámetro entre seis y ocho milésimas de pulgada. Ordinariamente se puede distinguir junto a uno de los extremos de la parte cilíndrica un tabique verde compuesto de materia granulosa más espesa en la parte media. A mi parecer, constituye el fondo de un saco incoloro muy delicado y compuesto de una sustancia pulposa, saco que ocupa el interior de la vaina, pero que no llega hasta las puntas cónicas de los extremos. En algunos ejemplares, pequeñas esferas admirablemente regulares de sustancia granulosa pardusca reemplazan a los tabiques y he podido observar la naturaleza de las transformaciones que las producen. La materia pulposa del revestimiento interior se agrupa de pronto en líneas que parecen irradiar de un centro común; esta materia sigue contrayéndose con un movimiento rápido y regular, de suerte que, al cabo de un segundo, se convierte toda ella en una esferita perfecta que ocupa la posición del tabique en uno de los extremos de la vaina, absolutamente vacía en todas las demás partes. Toda lesión accidental acelera la formación de la esfera granulosa. Debo añadir que estos cuerpos se encuentran con frecuencia a pares, unidos uno a otro cono con cono por el extremo donde está el tabique. ...
En la línea 61
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aprovecho estas observaciones para agregar algunas otras acerca del color de los mares, producido por causas orgánicas. En la costa de Chile, a pocas leguas al norte de la Concepción, el Beagle atravesó un día grandes zonas de agua fangosa muy parecida a la de un río aumentado de caudal por las lluvias; otra vez, a 50 millas de tierra y a un grado al sur de Valparaíso, tuvimos ocasión de ver el mismo colorido en un espacio aún más extenso. Este agua, puesta en un vaso, presentaba un matiz rojizo pálido; examinándola con el microscopio, veíase llena de animalillos, que iban en todas direcciones y a menudo hacían explosión. Presentan una forma oval; están estrangulados en su parte media por un anillo de pestañas vibrátiles curvas. Sin embargo, es muy difícil examinarlos bien, pues en cuanto cesan de moverse, hasta en el momento de cruzar por el campo visual del microscopio, hacen explosión. Algunas veces estallan al mismo tiempo ambas extremidades y otras una sola de ellas; de su cuerpo sale cierta cantidad de materia granulosa grosera y pardusca. Un momento antes de estallar el animal se hincha hasta hacerse doble de grueso que en el estado normal, y la explosión ocurre unos quince segundos después de haber cesado el movimiento rápido de propulsión hacia adelante; en algunos casos, un movimiento rotatorio alrededor del eje rotatorio precede algunos instantes a la explosión. Unos dos minutos después de haber sido aislados, por grande que sea su número, en una gota de agua, perecen todos de la manera que acabo de indicar. Estos animales se mueven con el extremo más estrecho hacia adelante; sus pestañas vibrátiles les comunican el movimiento, y suelen caminar con saltos rápidos. Son en extremo pequeños, y absolutamente invisibles a simple vista; en efecto, sólo ocupan una milésima de pulgada cuadrada. Existen en infinito número, pues la más pequeña gota de agua contiene una cantidad grandísima. En un solo día atravesamos dos puntos donde el agua tenía ese color, y uno de ellos ocupaba una superficie de varias millas cuadradas. ¡Cuál será, pues, el número de esos animale microscópicos! Vista el agua a alguna distancia, tiene un color rojo análogo al de la de un río que cruza por una comarca donde hay cretas rojizas; en el espacio donde se proyectaba la sombra del buque, el agua adquiría un matiz tan intenso como el chocolate; por último, podía distinguirse con claridad la línea donde se juntaban el agua roja y el agua azul. Desde algunos días antes el tiempo estaba muy tranquilo y el océano rebosaba, digámoslo así, de criaturas vivientes. ...
En la línea 149
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La sierra estaba al Noroeste y por el Sur que dejaba libre a la vista se alejaba el horizonte, señalado por siluetas de montañas desvanecidas en la niebla que deslumbraba como polvareda luminosa. ...
En la línea 218
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No se daba por enterado de cosa que no viese a vista de pájaro, abarcándola por completo y desde arriba. ...
En la línea 551
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Bermúdez, y en pos de él Obdulia, se perdieron de vista en el pasadizo sumido en tinieblas. ...
En la línea 915
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era aquella su manera de experimentar si se le iba o no la vista. ...
En la línea 288
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Este viejo español—siguió diciendo el canónigo—era de vista más larga y concepciones más universales. Sólo le preocupó la suerte del cristianismo; únicamente prestaba atención a la empresa de reconquistar a Constantinopla y los Santos Lugares. ...
En la línea 525
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La fama de los azulejos de Valencia había llegado a Roma, y cardenales y papas encargaban las llamadas mayólicas para el adorno de sus nuevas construcciones, encontrándolas más alegres y atractivas a la vista que el mármol extraído de los monumentos ruinosos de la antigüedad. ...
En la línea 1004
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En vista de la flojedad y escasez de sus tropas, el rey de Nápoles había huido a Sicilia abandonando sus estados. A pesar de que nadie osaba oponer resistencia, el ejército invasor, ávido de pillaje, saqueó e incendió algunos pueblos al pasar la frontera napolitana, y esto fue suficiente para que las más de las ciudades apresurasen su rendición, unas pocas semanas bastaron a Carlos para posesionarse del reino napolitano sin tirar de la espada. ...
En la línea 1012
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Fernando el Católico creaba desde España una Liga contra Carlos VIII, entrando en ella el Papa, el emperador de Austria, Venecia y hasta el mismo Ludovico el Moro, que había abierto a los franceses las puertas de Italia de y estaba arrepentido en vista de sus excesos. Dicha Liga fue proclamada el 12 de abril de 1495 y Carlos tuvo que replegarse inmediatamente hacia la frontera francesa para que no le cercasen los aliados dentro del reino de Nápoles. ...
En la línea 74
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se incorporó, y al tender su vista de un extremo a otro de la embarcación, no pudo retener un grito de sorpresa. Se llevó una mano a los ojos, restregándoselos para ver mejor. ...
En la línea 80
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se había sentido en muchas ocasiones orgulloso de su vigor corporal, pero jamás sus fuerzas se mostraron tan poderosas e incansables como en la presente aventura. De vez en cuando se ponía de pie, esparciendo su vista por todo el círculo del horizonte, sin distinguir la más pequeña embarcación. Los fugitivos del naufragio estaban ya muy lejos, o los había tragado el mar durante la noche. ...
En la línea 84
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En todo lo que abarcaba su vista, el mar ofrecía la tersura de un lago, teniendo por orla la línea de rompientes, y por el lado opuesto, una sucesión de tierras bajas que debían ser islas. ...
En la línea 115
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todo el lado de la pradera que llegaba a abarcar con su ojo abierto, así como la linde de la masa de matorrales y la tierra que quedaba entre sus troncos, estaban ocupados por una muchedumbre de seres humanos, idénticos en sus formas a los componentes de todas las muchedumbres. Pero lo que el creía matorrales eran árboles iguales a todos los árboles y formando un bosque que se perdía de vista. Lo verdaderamente extraordinario era la falta de proporción, la absurda diferencia entre su propia persona y cuanto le rodeaba. Estos hombres, estos árboles, así como los caballos en que iban montados algunos de aquellos, hacían recordar las personas y los paisajes cuando se examinan con unos gemelos puestos al revés, o sea colocando los ojos en las lentes gruesas, para ver la realidad a través de las lentes pequeñas. ...
En la línea 34
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Creció Bárbara en una atmósfera saturada de olor de sándalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la pañolería chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niñez. Como se recuerda a las personas más queridas de la familia, así vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniquís de tamaño natural vestidos de mandarín que había en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver. La primera cosa que excitó la atención naciente de la niña, cuando estaba en brazos de su niñera, fueron estos dos pasmarotes de semblante lelo y desabrido, y sus magníficos trajes morados. También había por allí una persona a quien la niña miraba mucho, y que la miraba a ella con ojos dulces y cuajados de candoroso chino. Era el retrato de Ayún, de cuerpo entero y tamaño natural, dibujado y pintado con dureza, pero con gran expresión. Mal conocido es en España el nombre de este peregrino artista, aunque sus obras han estado y están a la vista de todo el mundo, y nos son familiares como si fueran obra nuestra. Es el ingenio bordador de los pañuelos de Manila, el inventor del tipo de rameado más vistoso y elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros. A este ilustre chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza, el mantón de Manila, al mismo tiempo señoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventará nada que iguale a la ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño y aquella brillantez de color que iluminaba las muchedumbres en los tiempos en que su uso era general. Esta prenda hermosa se va desterrando, y sólo el pueblo la conserva con admirable instinto. Lo saca de las arcas en las grandes épocas de la vida, en los bautizos y en las bodas, como se da al viento un himno de alegría en el cual hay una estrofa para la patria. El mantón sería una prenda vulgar si tuviera la ciencia del diseño; no lo es por conservar el carácter de las artes primitivas y populares; es como la leyenda, como los cuentos de la infancia, candoroso y rico de color, fácilmente comprensible y refractario a los cambios de la moda. ...
En la línea 38
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ocuparon más adelante el primer lugar en el tierno corazón de la hija de D. Bonifacio Arnaiz y en sus sueños inocentes, otras preciosidades que la mamá solía mostrarle de vez en cuando, previa amonestación de no tocarlos; objetos labrados en marfil y que debían de ser los juguetes con que los ángeles se divertían en el Cielo. Eran al modo de torres de muchos pisos, o barquitos con las velas desplegadas y muchos remos por una y otra banda; también estuchitos, cajas para guantes y joyas, botones y juegos lindísimos de ajedrez. Por el respeto con que su mamá los cogía y los guardaba, creía Barbarita que contenían algo así como el Viático para los enfermos, o lo que se da a las personas en la iglesia cuando comulgan. Muchas noches se acostaba con fiebre porque no le habían dejado satisfacer su anhelo de coger para sí aquellas monerías. Hubiérase contentado ella, en vista de prohibición tan absoluta, con aproximar la yema del dedo índice al pico de una de las torres; pero ni aun esto… Lo más que se le permitía era poner sobre el tablero de ajedrez que estaba en la vitrina de la ventana enrejada (entonces no había escaparates), todas las piezas de un juego, no de los más finos, a un lado las blancas, a otro las encarnadas. ...
En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...
En la línea 175
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al día siguiente, cuando fueron a la catedral, ya bastante tarde, sabía Jacinta una porción de expresiones cariñosas y de íntima confianza de amor que hasta entonces no había pronunciado nunca, como no fuera en la vaguedad discreta del pensamiento que recela descubrirse a sí mismo. No le causaba vergüenza el decirle al otro que le idolatraba, así, así, clarito… al pan pan y al vino vino… ni preguntarle a cada momento si era verdad que él también estaba hecho un idólatra y que lo estaría hasta el día del Juicio final. Y a la tal preguntita, que había venido a ser tan frecuente como el pestañear, el que estaba de turno contestaba Chí, dando a esta sílaba un tonillo de pronunciación infantil. El Chí se lo había enseñado Juanito aquella noche, lo mismo que el decir, también en estilo mimoso, ¿me quieles?, y otras tonterías y chiquilladas empalagosas, dichas de la manera más grave del mundo. En la misma catedral, cuando les quitaba la vista de encima el sacristán que les enseñaba alguna capilla o preciosidad reservada, los esposos aprovechaban aquel momento para darse besos a escape y a hurtadillas, frente a la santidad de los altares consagrados o detrás de la estatua yacente de un sepulcro. Es que Juanito era un pillín, y un goloso y un atrevido. A Jacinta le causaban miedo aquellas profanaciones; pero las consentía y toleraba, poniendo su pensamiento en Dios y confiando en que Este, al verlas, volvería la cabeza con aquella indulgencia propia del que es fuente de todo amor. ...
En la línea 301
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A las nueve de la noche toda la extensa ribera frente al palacio fulguraba de luces. El río mismo, hasta donde alcanzaba la vista en dirección a la ciudad, estaba tan espesamente cubierto de botes y barcas de recreo, todos orlados con linternas de colores y suavemente agitados por las ondas, que parecía un reluciente e ilimitado jardín de flores animadas a suave movimiento por vientos estivales. La gran escalinata de peldaños de piedra que conducía a la orilla, lo bastante espaciosa para dar cabida al ejército de un príncipe alemán, era un cuadro digno de verse, con sus filas de alabarderos reales en pulidas armaduras y sus tropas de ataviados servidores, revoloteando de arriba abajo, y de acá para allá, con la prisa de los preparativos. ...
En la línea 302
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... De pronto se dio una orden y de inmediato toda criatura viviente se esfumó de los escalones. Ahora el aire estaba cargado con el silencio del suspenso y la expectación. Hasta donde alcanzaba la vista, podía verse a miles de personas en los botes, que se levantaban y se protegían los ojos del brillo de las lintemas y las antorchas, y miraban hacia el palacio. ...
En la línea 305
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sintióse dentro floreo de trompetas, y el tío del príncipe, el futuro gran duque de Somerset, salió de la verja, ataviado con un jubón de brocado negro y una capa de raso carmesí con flores de oro, y ribeteada con redecillas de plata. Volvióse, se quitó la gorra adornada con plumas, inclinó su cuerpo en profunda reverencia y empezo a retroceder de espaldas, saludando a cada escalón. Siguió prolongado son de trompetas y la proclamación: '¡Paso al alto y poderoso señor Eduardo Príncipe de Gales!' En lo alto de los muros de palacio prorrumpió en estrépito atronador una larga hilera de rojas lenguas de fuego; la gente apiñada en el río estalló en potente rugido de bienvenida, y Tom Canty, causa y héroe de todo aquello, apareció a la vista, e inclinó levemente su principesca cabeza: ...
En la línea 367
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En ese momento la partida salió de repente de la oscuridad a la luz, y no sólo a la luz, sino al centro de una multitud de gentes que cantaban, bailaban y vociferaban apiñadas en el frente del río. Había una hilera de fogatas que se extendía por ambos lados del Támesis hasta donde alcanzaba la vista. El Puente de Londres estaba iluminado, lo mismo que el Puente de Southwark. Todo el río brillaba con los fulgores y el lustre de las luces de colores; y constantes estallidos de fuegos artificiales llenaban los cielos con una intrincada mezcla de esplendores y de una espesa lluvia de chispas deslumbrantes que casi convertían la noche en día; por doquiera, había grupos de juerguistas; todo Londres parecía estar allí. ...
En la línea 722
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Ay, Rosario, Rosario, yo no sé lo que me pasa, yo no sé lo que es de mí! Esa mujer que tú dices que es mala, sin conocerla, me ha vuelto ciego al darme la vista. Yo no vivía, y ahora vivo; pero ahora que vivo es cuando siento lo que es morir. Tengo que defenderme de esa mujer, tengo que defenderme de su mirada. ¿Me ayudarás tú, Rosario, me ayudarás a que de ella me defienda? ...
En la línea 858
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –En efecto, porque no hay solterón más solterón y recalcitrante que el casado sin hijos. Una vez, para suplir la falta de hijos, que al fin y al cabo ni en mí había muerto el sentimiento de la paternidad ni menos el de la maternidad en ella, adoptamos, o si quieres prohijamos, un perro; pero al verle un día morir a nuestra vista, porque se le atravesó un hueso en la garganta, y ver aquellos ojos húmedos que parecían suplicarnos vida, nos entró una pena y un horror tal que no quisimos más perros ni cosa viva. Y nos contentamos con unas muñecas, unas grandes peponas, que son las que has visto en casa, y que mi Elena viste y desnuda. ...
En la línea 1161
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Pero al volver la vista a ella vio que la pobre muchacha estaba demudada y temblorosa. Comprendió que se encontraba sin amparo, que así, sola frente a él, a cierta distancia, sentada en aquel sofá como un reo ante el fiscal, sentíase desfallecer. ...
En la línea 1420
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Ah, nunca lo hubiese creído, nunca! Todavía la víspera de nacer nuestra irritación era grandísima. Y mientras estaba pugnando por venir al mundo no sabes bien los insultos que me lanzaba mi Elena. «¡Tú, tú tienes la culpa, tú! », me decía. Y otras veces: «¡Quítate de delante, quítate de mi vista! ¿No te da vergüenza de estar aquí? Si me muero, tuya será la culpa.» ...
En la línea 153
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... A eso de la medianoche aparecieron a la vista las tres islas que son los centinelas avanzados de Labuán. Sandokán se paseaba inquieto por el puente. A las tres de la madrugada gritó: ...
En la línea 193
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Patán —gritó Sandokán—, a tu cañón! No hay que perder un solo tiro. ¡Derriba los mástiles de ese maldito, desmóntale las piezas, y cuando ya no tengas la vista firme, hazte matar! ...
En la línea 462
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Al pasar las horas, la conversación se hizo animadísima; discutían acerca de tigres, cacerías, piratas, barcos. únicamente el oficial de marina estaba silencioso y parecía muy ocupado en estudiar a Sandokán, pues no apartaba de él la vista ni un solo instante. ...
En la línea 540
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En otros tiempos Sandokán, aun cuando se viera casi desarmado frente a un enemigo cincuenta veces más poderoso, no habría dudado un instante en arrojarse sobre las puntas de las bayonetas para abrirse paso. Pero ahora que amaba, que sabía que era correspondido y que quizás lo seguía ella con la vista y llena de ansiedad, no quiso cometer una locura que pudiera costarle la piel a él, y a ella, sabe Dios cuántas lágrimas. ...
En la línea 53
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero frente a los que vieron en ello un problema puramente científico por resolver, otros, más positivos, sobre todo en América y en Inglaterra, se preocuparon de purgar al océano del temible monstruo, a fin de asegurar las comunicaciones marítimas. Las publicaciones especializadas en temas industriales y comerciales trataron la cuestión principalmente desde este punto de vista. La Shipping and Mercantile Gazette, el Lloyd, el Paquebot, La Revue Maritime et Coloniale, todas las publicaciones periódicas en las que estaban representados los intereses de las compañías de seguros, que amenazaban ya con la elevación de las tarifas de sus pólizas, coincidieron en ese punto. ...
En la línea 182
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A lo largo de las Malvinas, el 30 de junio, la fragata entró en comunicación con unos balleneros norteamericanos, que nos informaron no haber visto al narval. Pero uno de ellos, el capitán del Monroe, conocedor de que Ned Land se hallaba a bordo del Abraham Lincoln, requirió su ayuda para cazar una ballena que tenían a la vista. Deseoso el comandante Farragut de ver en acción a Ned Land, le autorizó a subir a bordo del Monroe. Y el azar fue tan propicio a nuestro canadiense que en vez de una ballena arponeó a dos con un doble golpe, asestándoselo a una directamente en el corazón. Se apoderó de la otra después de una persecución de algunos minutos. Decididamente, si el monstruo llegaba a habérselas con el arpón de Ned Land, no apostaría yo un céntimo por el monstruo. ...
En la línea 191
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ned Land continuaba manifestando la más tenaz incredulidad, hasta el punto de mostrar ostensiblemente su desinterés por el examen de la superficie del mar cuando no estaba de servicio o cuando ninguna ballena se hallaba a la vista. Y, sin embargo, su maravillosa potencia visual nos hubiera sido muy útil. Pero de cada doce horas, ocho por lo menos las pasaba el testarudo canadiense leyendo o durmiendo en su camarote. Más de cien veces le reconvine por su indiferencia. ...
En la línea 345
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La luna apareció en aquel momento, entre los bordes de una espesa nube que el viento impelía hacia el Este. La superficie del mar rieló bajo sus rayos. La bienhechora luz reanimó nuestras fuerzas. Pude levantar la cabeza y escrutar el horizonte. Vi la fragata, a unas cinco millas de nosotros, como una masa oscura, apenas reconocible. Pero no había ni un bote a la vista. ...
En la línea 356
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En vista de su incapacidad para descifrar la carta, yo me incliné hacia él y, con la ayuda de mi dedo índice, la leí toda. ...
En la línea 528
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Así estaba ella inmóvil como un cadáver, mientras la joven y yo jugábamos a los naipes. Todos los adornos de su traje nupcial parecían ser de papel de estraza. Nadie sabía entonces de los descubrimientos que, de vez en cuando, se hacen de cadáveres enterrados en antiguos tiempos y que se convierten en polvo en el momento de aparecerse a la vista de los mortales; pero desde entonces he pensado con frecuencia que tal vez la admisión en la estancia de la luz del día habría convertido en polvo a aquella mujer. ...
En la línea 558
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tras el extremo más lejano de la fábrica de cerveza había un lozano jardín con una cerca muy vieja, no tan alta que yo no pudiera asomarme a ella para mirar al otro lado. Me asomé y vi que el lozano jardín pertenecía a la casa y que en él abundaban los hierbajos, por entre los cuales aparecía un sendero, como si alguien tuviese costumbre de pasear por allí. También vi que Estella se alejaba de mí en aquel momento; pero la joven parecía estar en todas partes, porque cuando me dejé vencer por la tentación ofrecida por los barriles y empecé a andar por encima de ellos, también la vi haciendo lo mismo en el extremo opuesto del patio lleno de cascotes. En aquel momento me volvía la espalda y sostenía su bonito cabello castaño extendido, con las dos manos, sin mirar alrededor; de este modo desapareció de mi vista. Así, pues, en la misma fábrica de cerveza con lo cual quiero indicar el edificio grande, alto y enlosado, en el que, en otro tiempo, hicieron la cerveza y donde había aún los utensilios apropiados para el caso , cuando yo entré por vez primera, algo deprimido por su tétrico aspecto y me quedé cerca de la puerta, mirando alrededor de mí, la vi pasar por entre los hornos apagados, subir por una ligera escalera de hierro y salir a una alta galería exterior, cual si se dirigiera hacia el cielo. ...
En la línea 622
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero cuando vi que Joe abría sus azules ojos y miraba a todos lados con el mayor asombro, los remordimientos se apoderaron de mí; pero eso tan sólo ocurría mientras le miraba a él y no cuando fijaba mi vista en los demás. Con respecto a Joe, y tan sólo al pensar en él, me consideraba a mí mismo un monstruo en tanto que los tres discutían las ventajas que podría reportarme el favor y el conocimiento de la señorita Havisham. No tenían la menor duda de que ésta «haría algo» por mí; sus dudas se referían tan sólo a la manera de hacer este «algo». Mi hermana aseguraba que recibiría dinero. El señor Pumblechook creía, más bien, que como premio se me pondría de aprendiz en algún comercio agradable, por ejemplo en el de cereales y semillas. En cuanto a Joe, discrepó de los dos al sugerir que quizá me regalara uno de los perros que se pelearon por las costillas de ternera. ...
En la línea 251
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »¡Como si mama tuviera el dinero para arrojarlo por la ventana! ¿Con qué llegará a Petersburgo? Con tres rublos, o dos pequeños billetes, como los que mencionaba el otro día la vieja usurera… ¿Cómo cree que podrá vivir en Petersburgo? Pues es el caso que ha visto ya, por ciertos indicios, que le será imposible estar en casa de Dunia, ni siquiera los primeros días después de la boda. Ese hombre encantador habrá dejado escapar alguna palabrita que debe de haber abierto los ojos a mamá, a pesar de que ella se niegue a reconocerlo con todas sus fuerzas. Ella misma ha dicho que no quiere vivir con ellos. Pero ¿con qué cuenta? ¿Pretende acaso mantenerse con los ciento veinte rublos de la pensión, de los que hay que deducir el préstamo de Atanasio Ivanovitch? En nuestra pequeña ciudad desgasta la poca vista que le queda tejiendo prendas de lana y bordando puños, pero yo sé que esto no añade más de veinte rublos al año a los ciento veinte de la pensión; lo sé positivamente. Por lo tanto, y a pesar de todo, ellas fundan sus esperanzas en los sentimientos generosos del señor Lujine. Creen que él mismo les ofrecerá su apoyo y les suplicará que lo acepten. ¡Sí, si… ! Esto es muy propio de dos almas románticas y hermosas. Os presentan hasta el último momento un hombre con plumas de pavo real y no quieren ver más que el bien, nunca el mal, aunque esas plumas no sean sino el reverso de la medalla; no quieren llamar a las cosas por su nombre por adelantado; la sola idea de hacerlo les resulta insoportable. Rechazan la verdad con todas sus fuerzas hasta el momento en que el hombre por ellas idealizado les da un puñetazo en la cara. Me gustaría saber si el señor Lujine está condecorado. Estoy seguro de que posee la cruz de Santa Ana y se adorna con ella en los banquetes ofrecidos por los hombres de empresa y los grandes comerciantes. También la lucirá en la boda, no me cabe duda… En fin, ¡que se vaya al diablo! ...
En la línea 256
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Dices que la boda no se celebrará, pero ¿qué harás para impedirla? Y ¿con qué derecho te opondrás? Tú les dedicarás toda tu vida, todo tu porvenir, pero cuando hayas terminado los estudios y estés situado. Ya sabemos lo que eso significa: no son más que castillos en el aire… Ahora, inmediatamente, ¿qué harás? Pues es ahora cuando has de hacer algo, ¿no comprendes? ¿Y qué es lo que haces? Las arruinas, pues si te han podido mandar dinero ha sido porque una ha pedido un préstamo sobre su pensión y la otra un anticipo en sus honorarios. ¿Cómo las librarás de los Atanasio Ivanovitch y de los Svidrigailof, tú, futuro millonario de imaginación, Zeus de fantasía que te irrogas el derecho de disponer de su destino? En diez años, tu madre habrá tenido tiempo para perder la vista haciendo labores y llorando, y la salud a fuerza de privaciones. ¿Y qué me dices de tu hermana? ¡Vamos, trata de imaginarte lo que será tu hermana dentro de diez años o en el transcurso de estos diez años! ¿Has comprendido?» ...
En la línea 262
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Dirigió una rápida mirada en torno de él como si buscase algo. Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco. Estaba en aquel momento en el bulevar K***, y el banco se ofreció a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Aceleró el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrió una pequeña aventura que absorbió su atención durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtió que a unos veinte pasos delante de él había una mujer a la que empezó por no prestar más atención que a todas las demás cosas que había visto hasta aquel momento en su camino. ¡Cuántas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que había recorrido! Incluso se había acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer había algo extraño que sorprendía desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atención de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrió contra su voluntad e incluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresión que le había dominado empezó a cobrar una fuerza creciente. De súbito le acometió el deseo de descubrir lo que hacia tan extraña a aquella mujer. ...
En la línea 281
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El agente comprendió al punto la situación y se puso a reflexionar. Los propósitos del grueso caballero saltaban a la vista; pero había que conocer los de la muchacha. El agente se inclinó sobre ella para examinar su rostro desde más cerca y experimentó una sincera compasión. ...
En la línea 408
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sentí una especie de deslumbramiento. Mis labios palidecieron y empecé a temblar. El maldito francés afectaba una discreción extrema y apartaba su vista, como para no notar mi turbación. Habría preferido que se hubiera reído de mí. ...
En la línea 486
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Se está muy bien aquí —dijo la abuela girando la vista en torno suyo—. Hace calor y los árboles son frondosos. ¡Esto me gusta! Pero ¿y nuestra gente? ¿Y el general? ...
En la línea 551
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —La cima, el lugar más elevado de la montaña. Se disfruta desde allí de una vista incomparable. ...
En la línea 644
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La policía del casino está, por otra parte, bastante bien organizada. Naturalmente, no es posible evitar las apreturas. La afluencia beneficia a la banca, que gana en proporción al número de jugadores. Los ocho croupieres que están sentados en torno de la mesa no pierden de vista las posturas. Como son ellos lo que pagan las ganancias, hacen de árbitros, con conocimiento de causa, en las disputas eventuales. En último término se llama a la policía y se arregla la cuestión. Los agentes, que van vestidos de paisano, se mezclan con los espectadores, y así nadie puede conocerlos. Vigilan especialmente a los ladrones y rateros profesionales que pululan en la ruleta, donde pueden ejercer con facilidad su industria; en efecto, en cualquier otra parte es preciso explorar los bolsillos y forzar cerraduras, lo que, en caso de fracaso, proporciona graves molestias. Aquí, por el contrario, basta con acercarse al tapete verde, ponerse a jugar y, de pronto, ostensiblemente, dejar caer la mano sobre la ganancia ajena y metérsela en el bolsillo. En caso de reclamación, el ladrón jura por lo más sagrado que aquella postura… le pertenece. ...
En la línea 104
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Había entonces en D. una buena posada que, según la muestra, se titulaba 'La Cruz de Colbas', y hacia ella se encaminó el hombre. Entró en la cocina; todos los hornos estaban encendidos y un gran fuego ardía alegremente en la chimenea. El posadero estaba muy ocupado en vigilar la excelente comida destinada a unos carreteros, a quienes se oía hablar y reír ruidosamente en la pieza inmediata. Al oír abrirse la puerta preguntó sin apartar la vista de sus cacerolas: ...
En la línea 272
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Después, con toda gravedad, bendijo con los dedos de la mano derecha a su huésped, que ni aun dobló la cabeza, y sin volver la vista atrás entró en su dormitorio. ...
En la línea 325
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Las ráfagas soplan; las espumas lo cubren. Alza la vista; ya no divisa más que la lividez de las nubes. En su agonía asiste a la inmensa demencia de la mar. La locura de las olas es su suplicio: oye mil ruidos inauditos que parecen salir de más allá de la tierra; de un sitio desconocido y horrible. ...
En la línea 364
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... No podía apartar su vista del anciano; y lo único que dejaba traslucir claramente su fisonomía era una extraña indecisión. Parecía dudar entre dos abismos: el de la perdición o el de la salvación; entre herir aquella cabeza o besar aquella mano. ...
En la línea 162
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero aguantó hasta llegar al campamento, donde el conductor le hizo un lugar junto al fuego. Por la mañana lo encontró demasiado débil para viajar. A la hora del enganche intentó llegar como fuese hasta el conductor. Con un esfuerzo convulsivo se puso de pie, vaciló y cayó. Entonces empezó a arrastrarse lentamente hasta el lugar donde estaban enganchando a los perros. Adelantaba las patas delanteras y arrastraba el resto del cuerpo, y volvía a hacerlo para ganar cada vez un breve trecho. Las fuerzas lo abandonaron, y la última vez que sus compañeros lo vieron yacía jadeando sobre la nieve, mirándolos con anhelo. Pero lo oyeron aullar de forma lastimera hasta que se perdieron de vista detrás de una hilera de árboles. ...
En la línea 222
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Y entonces, de pronto, sin advertencia previa y emitiendo un grito inarticulado como el de las fieras, John Thornton se abalanzó sobre el hombre que empuñaba el garrote. Hal se tambaleó y retrocedió como si le hubiera sorprendido un árbol en su caída. Mercedes se puso a chillar. Charles levantó la vista vagamente confundido, se secó los ojos lacrimosos, pero el entumecimiento no le dejó levantarse. ...
En la línea 228
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Mientras Buck los observaba, Thornton se arrodilló junto a él y, con sus toscas y bondadosas manos, lo palpó buscando huesos rotos. Cuando acabó con el examen sin haber encontrado más que muchas contusiones y un tremendo estado de inanición, el trineo se hallaba a unos quinientos metros de distancia. Hombre y perro observaban su lentísimo avance sobre el hielo. De pronto vieron que la parte trasera se hundía, formando un surco, y que la vara, con Hal prendido de ella, daba vueltas en el aire. Hasta sus oídos llegó el grito de Mercedes. Vieron a Charles girar y dar un paso atrás para escapar, y entonces todo un bloque de hielo cedió, y perros y hombres desaparecieron. Lo único que quedó a la vista fue un inmenso agujero. La senda de hielo por el río se había deshelado. ...
En la línea 240
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Al principio y durante mucho tiempo no le gustaba perder a Thornton de vista. Desde el momento en que salía de la tienda y hasta que volvía a entrar en ella, Buck lo seguía pisándole los talones. Los cambios de amo que había vivido desde su llegada a las tierras del norte le habían infundido el temor de que ninguno sería para siempre. Tenía miedo de que Thornton fuera a desaparecer de su vida igual que habían desaparecido Perrault, François y el mestizo escocés. Hasta de noche, en sueños, lo acosaba ese temor. Entonces se sacudía el sueño y se acercaba sigilosamente bajo el intenso frío a la entrada de la tienda, donde se detenía a escuchar la respiración de su amo. ...
En la línea 77
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Hay casos de divisiones múltiples, en los cuales el sujeto revive periodos de existencia pasada y cada periodo trae consigo los estados mórbidos correspondientes. Se ve por ejemplo a un sujeto extremadamente miope y obligado a usar gafas que en uno de sus estados gozará de una vista excelente. En suma, cambio en el valor intelectual, cambio en lo físico, cambio en la memoria, cambio en la moralidad. Hay en esto verdaderamente un misterio que la fisiología no explica “y que la psicología está aún lejos de dilucidar”» ...
En la línea 212
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Hícela gracia de una explicación de mi docto amigo Wilde, según el cual el hecho de la doble vista anacrónica del mismo objeto en el pasado y en el presente, depende del pasaje al sensorio común, por dos vías diferentes, de una misma percepción, alojándose primero la que llegaba antes, transmitida directamente por el nervio óptico, y después la que hubiera recorrido vías combinadas: de esta suerte la primera sería más antigua con relación a la otra. ...
En la línea 11
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y perdóname, lector benigno, que a tan ilustres personajes haya traído de los cabellos con ocasión de mis insignificantes escritos. Por ventura suele la vista de una charca recordar el Océano; mas la charca, charca se queda. Harto se lo sabe ella, y bien le pesa de su pequeñez; pero no la hizo Dios más grande, por lo cual echará mano de la resignación que a ti te desea, si has de recorrer estas páginas. ...
En la línea 14
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Que la boda no era de gentes del gran mundo, conocíase a tiro de ballesta, a la primer ojeada. No hay duda que los desposados podían alternar con la más selecta sociedad, al menos por su aspecto exterior; pero la mayoría del acompañamiento, el coro, pertenecía a la clase media, en el límite en que casi se funde con la masa popular. Había grupos curiosos y dignos de examen, ofreciendo el andén de la estación de León golpe de vista muy interesante para un pintor de género y costumbres. ...
En la línea 47
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto de matrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe si saldrá muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque ¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que pasa con el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y parece tan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela. Pero aplique usted aquellos lentecicos y… ¡zas, zis!, ya se encuentra usted con los bicharracos y las bacterias que bailan dentro un rigodón… Pues el que anda por allá, encimita de las nubes, también ve cosas que a los bobos de por acá nos parecen tan sencillas… y para él tienen su quid… ¡Bah, bah!, él se encargará de arreglarnos las cosas… nosotros, ni que nos empeñemos. ...
En la línea 56
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas. Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería. Buscabales posada, proporcionabales almacén seguro para la carga, se entendía con los comerciantes y era en suma la providencia de la tierra de Astorga. Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés. Ultramarinos. De corredor pasó entonces a empresario de maragatos; comproles sus artículos en grueso y los vendió en detalle; y a él forzosamente hubo de acudir quien en Madrid quería aromático chocolate molido a brazo, o esponjosas mantecadas de las que sólo las astorganas saben confeccionar en su debido punto. Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy. Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia. De esta suerte y con tal industria granjeó Joaquín, limpia si no hidalgamente, razonables sumas de dinero; y si bien las ganó, mejor supo después asegurarlas en tierras y caserío en León; a cuyo fin hizo frecuentes viajes a la ciudad natal. A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana. Con faltarle su mujer, faltole al señor Joaquín la diestra mano, y fue decayendo en él aquella ufanía con que dominaba el mostrador, luciendo su estatura gigantesca, y alcanzando del más encumbrado estante los cajones de pasas, con sólo estirar su poderoso brazo y empinarse un poco sobre los anchos pies. Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta. En suma, él cayó en melancolía tal, que vino a serie indiferente hasta la honrada y lícita ganancia que debía a su industria: y como los facultativos le recetasen el sano aire natal y el cambio de vida y régimen, traspasó la lonja, y con magnanimidad no indigna de un sabio antiguo, retirose a su pueblo, satisfecho con lo ya logrado, y sin que la sedienta codicia a mayor lucro le incitase. Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían. ...
En la línea 9
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¿Había viajado? Era probable, porque conocía el mapamundi mejor que nadie. No había sitio, por oculto que pudiera hallarse, del que no pareciese tener un especial conocimiento. A veces, pero siempre en pocas breves y claras palabras, rectificaba los mil propósitos falsos que solían circular en el club acerca de viajeros perdidos o extraviados, indicaba las probabilidades que tenían mayores visos de realidad y a menudo, sus palabras parecían haberse inspirado en una doble vista; de tal manera el suceso acababa siempre por justificarlas. Era un hombre que debía haber viajado por todas partes, a lo menos, de memoria. ...
En la línea 174
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Dentro de ochenta dias- respondió mister Fogg ; el sábado 21 de diciembre de 1872 a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la noche. Hasta la vista, señores. ...
En la línea 214
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Señor cónsul- respondió Fix-, esas gentes las sentimos más bien que las reconocemos. Hay que tener olfato, y ese olfato es un sentido especial nuestro, al cual concurren el oído, la vista y el olor. He agarrado durante mi vida a más de uno de esos caballeros, y con tal que mi ladrón esté a bordo, os respondo que no se me irá de las manos. ...
En la línea 393
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entretanto el vapor marchaba con rapidez. El día 13 se divisó la ciudad de Moka, que apareció dentro de su cintura de murallas ruinosas, sobre las cuales se destacaban algunas verdes palmeras. A lo lejos, en las montañas, se desarollaban vastas campiñas de cafetales. Fue para Picaporte un encanto la vista de esa ciudad célebre, y aun ¡e pareció que con sus murallas circulares y un fuerte desmantelado, que tenía la configuración de una asa, se asemejaba a una enorme taza de café. ...
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