La palabra Tumba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece tumba.
Estadisticas de la palabra tumba
Tumba es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 4764 según la RAE.
Tumba tienen una frecuencia media de 19.07 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la tumba en 150 obras del castellano contandose 2899 apariciones en total.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece tumba
La palabra tumba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1203
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Salvatierra, como si olvidase la presencia del gitano y hablara para él mismo, recordó su arrogante salida del presidio, desafiando de nuevo las persecuciones, y su reciente viaje a Cádiz para ver un rincón de tierra, junto a una tapia, entre cruces y lápidas de mármol. ¿Y era aquello todo lo que quedaba del ser que había llenado su pensamiento? ¿Sólo restaba de mamá, de la viejecita bondadosa y dulce como las santas mujeres de las religiones, aquel cuadro de tierra fresca y removida y las margaritas silvestres que nacían en sus bordes? ¿Se había perdido para siempre la llama dulce de sus ojos, el eco de su voz acariciadora, rajada por la vejez, que llamaba con ceceos infantiles a Fernando, a su «querido Fernando»? --_Alcaparrón_, tú no puedes entenderme--continuó Salvatierra con voz temblorosa.--Tal vez es una fortuna para ti esa alma simple que te permite en los dolores y en las alegrías ser ligero y mudable como un pájaro. Pero óyeme, aunque no me entiendas. Yo no reniego de lo que he aprendido: yo no dudo de lo que sé. Mentira es la otra vida, ilusión orgullosa del egoísmo humano; mentira también los cielos de las religiones. Hablan éstas a las gentes en nombre de un espiritualismo poético, y su vida eterna, su resurrección de los cuerpos, sus placeres y castigos de ultra-tumba, son de un materialismo que da náuseas. No existe para nosotros otra vida que la presente; pero ¡ay! ante la sábana de tierra que cubre a mamá, sentí por primera vez flaquear mis convicciones. Acabamos al morir; pero algo resta de nosotros junto a los que nos suceden en la tierra; algo que no es sólo el átomo que nutre nuevas vidas; algo impalpable e indefinido, sello personal de nuestra existencia. Somos como los peces en el mar; ¿me entiendes, _Alcaparrón_? Los peces viven en la misma agua en que se disolvieron sus abuelos y en la que laten los gérmenes de sus sucesores. Nuestra agua es el ambiente en que existimos: el espacio y la tierra: vivimos rodeados de los que fueron y de los que serán. Y yo, _Alcaparrón_ amigo, cuando siento ganas de llorar recordando la nada de aquél montón de tierra, la triste insignificancia de las florecillas que lo rodean, pienso en que no está allí mamá completamente, que algo se ha escapado, que circula al través de la vida, que me tropieza atraído por una simpatía misteriosa, y me acompaña envolviéndome en una caricia tan suave como un beso... ...
En la línea 10545
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tratadla como a una de vuestras hermanas; nosotrosvol veremos un día a rezar sobre su tumba. ...
En la línea 10597
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Athos dio una vuelta a la casa antes de distinguir la puerta en me dio del color rojizo con que aquella casa estaba pintada; ninguna luz se colaba por las cortadu ras de las contraventanas, ningún ruido deja ba suponer que estuviese habitada, era sombría y muda como una tumba. ...
En la línea 358
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aquellas ruinas sobre el picacho, que cubren en parte la escarpada pendiente, fueron en otro tiempo la principal fortaleza de los moros lusitanos, y adonde, mucho después de su expulsión, se permitía que acudiesen, en determinada luna de cada año, los salvajes santones del Magreb a orar en la tumba de un famoso _Sidi_ sepultado en esas rocas. ...
En la línea 953
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La animé a confiar en el poder de Dios, capaz de restaurar al enfermo en pocas horas, trayéndole desde el borde de la tumba a la plena salud, y así debía ella pedírselo fervorosamente al Todopoderoso. ...
En la línea 3535
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En el centro de la batería está la tumba de Moore, levantada por los caballerescos franceses, en conmemoración de la muerte de su heroico antagonista. ...
En la línea 3537
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... 1809.» La tumba es de mármol; rodéala un muro cuadrangular, alto parapeto de tosco granito; pegado a cada esquina, emerge del suelo la culata de un enorme cañón de bronce, destinado a dar solidez al muro. ...
En la línea 5602
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Y ¡cómo que no mienten! -dijo a esta sazón doña Rodríguez la dueña, que era una de las escuchantes-: que un romance hay que dice que metieron al rey Rodrigo, vivo vivo, en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja: Ya me comen, ya me comen por do más pecado había; y, según esto, mucha razón tiene este señor en decir que quiere más ser más labrador que rey, si le han de comer sabandijas. ...
En la línea 7346
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: -Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. ...
En la línea 567
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al día siguiente de nuestro regreso a bordo del Beagle fui con varios oficiales a reconocer una antigua tumba india que había descubierto en la cúspide de una colina próxima. Dos inmensos bloques de piedra, que pesarían por lo menos dos toneladas cada uno, habían sido colocados delante de un saliente de la roca, que tendría próximamente seis pies de elevación. En el fondo de la tumba, y sobre la roca había una capa de tierra como de un pie de espesor, tierra que deberían haber traído del llano. Por encima de esta capa de tierra, una especie de embaldosado hecho de piedras planas sobre las cuales habían apilado una gran cantidad de piedras como para llenar el espacio comprendido entre el reborde de la roca y los dos grandes bloques. Y por último, para completar el monumento, habían desprendido los indios del saliente de la roca un fragmento considerable que descansaba sobre los dos bloques. Reconocimos esta tumba sin lograr encontrar en ella ni huesos ni otro resto alguno. Los huesos deberían haberse pulverizado desde hacía mucho tiempo, en cuyo caso sería la tumba muy antigua; porque yo he encontrado en otro punto montones de piedras más pequeñas, debajo de las cuales he descubierto algunos fragmentos de huesos que todavía pude reconocer como pertenecientes a un hombre. Falconer refiere que se entierra al indio allí donde muere; pero que más adelante sus parientes recogen con cuidado los huesos para depositarlos a orillas del mar sea cual fuere la distancia que para esto haya que recorrer. ...
En la línea 567
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al día siguiente de nuestro regreso a bordo del Beagle fui con varios oficiales a reconocer una antigua tumba india que había descubierto en la cúspide de una colina próxima. Dos inmensos bloques de piedra, que pesarían por lo menos dos toneladas cada uno, habían sido colocados delante de un saliente de la roca, que tendría próximamente seis pies de elevación. En el fondo de la tumba, y sobre la roca había una capa de tierra como de un pie de espesor, tierra que deberían haber traído del llano. Por encima de esta capa de tierra, una especie de embaldosado hecho de piedras planas sobre las cuales habían apilado una gran cantidad de piedras como para llenar el espacio comprendido entre el reborde de la roca y los dos grandes bloques. Y por último, para completar el monumento, habían desprendido los indios del saliente de la roca un fragmento considerable que descansaba sobre los dos bloques. Reconocimos esta tumba sin lograr encontrar en ella ni huesos ni otro resto alguno. Los huesos deberían haberse pulverizado desde hacía mucho tiempo, en cuyo caso sería la tumba muy antigua; porque yo he encontrado en otro punto montones de piedras más pequeñas, debajo de las cuales he descubierto algunos fragmentos de huesos que todavía pude reconocer como pertenecientes a un hombre. Falconer refiere que se entierra al indio allí donde muere; pero que más adelante sus parientes recogen con cuidado los huesos para depositarlos a orillas del mar sea cual fuere la distancia que para esto haya que recorrer. ...
En la línea 567
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al día siguiente de nuestro regreso a bordo del Beagle fui con varios oficiales a reconocer una antigua tumba india que había descubierto en la cúspide de una colina próxima. Dos inmensos bloques de piedra, que pesarían por lo menos dos toneladas cada uno, habían sido colocados delante de un saliente de la roca, que tendría próximamente seis pies de elevación. En el fondo de la tumba, y sobre la roca había una capa de tierra como de un pie de espesor, tierra que deberían haber traído del llano. Por encima de esta capa de tierra, una especie de embaldosado hecho de piedras planas sobre las cuales habían apilado una gran cantidad de piedras como para llenar el espacio comprendido entre el reborde de la roca y los dos grandes bloques. Y por último, para completar el monumento, habían desprendido los indios del saliente de la roca un fragmento considerable que descansaba sobre los dos bloques. Reconocimos esta tumba sin lograr encontrar en ella ni huesos ni otro resto alguno. Los huesos deberían haberse pulverizado desde hacía mucho tiempo, en cuyo caso sería la tumba muy antigua; porque yo he encontrado en otro punto montones de piedras más pequeñas, debajo de las cuales he descubierto algunos fragmentos de huesos que todavía pude reconocer como pertenecientes a un hombre. Falconer refiere que se entierra al indio allí donde muere; pero que más adelante sus parientes recogen con cuidado los huesos para depositarlos a orillas del mar sea cual fuere la distancia que para esto haya que recorrer. ...
En la línea 567
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al día siguiente de nuestro regreso a bordo del Beagle fui con varios oficiales a reconocer una antigua tumba india que había descubierto en la cúspide de una colina próxima. Dos inmensos bloques de piedra, que pesarían por lo menos dos toneladas cada uno, habían sido colocados delante de un saliente de la roca, que tendría próximamente seis pies de elevación. En el fondo de la tumba, y sobre la roca había una capa de tierra como de un pie de espesor, tierra que deberían haber traído del llano. Por encima de esta capa de tierra, una especie de embaldosado hecho de piedras planas sobre las cuales habían apilado una gran cantidad de piedras como para llenar el espacio comprendido entre el reborde de la roca y los dos grandes bloques. Y por último, para completar el monumento, habían desprendido los indios del saliente de la roca un fragmento considerable que descansaba sobre los dos bloques. Reconocimos esta tumba sin lograr encontrar en ella ni huesos ni otro resto alguno. Los huesos deberían haberse pulverizado desde hacía mucho tiempo, en cuyo caso sería la tumba muy antigua; porque yo he encontrado en otro punto montones de piedras más pequeñas, debajo de las cuales he descubierto algunos fragmentos de huesos que todavía pude reconocer como pertenecientes a un hombre. Falconer refiere que se entierra al indio allí donde muere; pero que más adelante sus parientes recogen con cuidado los huesos para depositarlos a orillas del mar sea cual fuere la distancia que para esto haya que recorrer. ...
En la línea 8174
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Trabuco se propuso redoblar su atención, observar mucho y ser una tumba, callar como un muerto. ...
En la línea 713
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio Borja recordaba la tumba de Inocencio VIII. Como era un monumento de bronce con hermosas esculturas del arte cuatrocentista, la había conservado, pasando de la antigua iglesia de San Pedro a la actual basílica. Gracias al valor artístico de dicha sepultura, la memoria de Inocencio VIII se perpetúa más que la de otros Pontífices superiores a él, caídos en olvido. ...
En la línea 716
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Esta inscripción de la tumba de Inocencio VIII había sido redactada muchos años después de la muerte de dicho Papa. Los enemigos y calumniadores del español Alejandro VI hasta pretendían robarle la gloria del gran acontecimiento geográfico ocurrido bajo su Pontificado. ...
En la línea 760
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cuando Borja llegó a Papa ya hacía tiempo que la Vannoza había dejado de ser su amante, pasando a la tranquila situación de madre de sus hijos. Esa mujer moría devotamente en Roma a los setenta y seis años mucho después de la desaparición de los Borgias. Todas las gentes del barrio la tenían en altísimo concepto porque costeaba grandes funciones religiosas en la iglesia de Santa María del Popolo, y se había hecho construir en ella una tumba cuyo epitafio latino mencionaba a sus cuatro hijos con una vanidad de plebeya triunfante: Juan, duque de Gandía; César, duque del Valentinado; Jofre, príncipe de Esquilache; Lucrecia, duquesa de Ferrara. ...
En la línea 824
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Sabe usted, querido Claudio, que el protegido del Papa Borgia fue más afortunado que éste después de su muerte. Los restos de Alejandro Sexto los guarda una tumba modesta en la iglesia de Montserrat, que es la de los españoles en Roma, mientras los de Paulo Tercero, el cardenal faldero, se ofrecen a la veneración del mundo cristiano en un monumento imponente dentro de la basílica de San Pedro, figurando al pie del sarcófago una estatua de la Justicia, para la que sirvió de modelo su graciosa hermana, al principio completamente desnuda, y cubierta casi en nuestros tiempos con una camisa metálica para que no se escandalicen los fieles. ...
En la línea 1627
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Dejela aquí, gentleman. ¿Por qué me la arrebata? Esa tumba que quiere darle es tan enorme, ¡es tan fría!… Usted es bueno, gentleman; usted me ha protegido siempre. Atienda mis ruegos. ...
En la línea 1317
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hicieron todo el viaje sin aventura ninguna de importancia. Pero terminó con una. Cerca de las diez de la noche del diecinueve de febrero llegaron al Puente de Londres, en medio de una serpenteante, agitada muchedumbre de gente ululando y vitoreando, cuyos rostros, alegrados por la cerveza, se destacaban intensamente a la luz de numerosas antorchas… ., y en ese instante la cabeza podrida de un ex duque u otro grande cayó entre ellos, golpeando a Hendon en el codo y rebotando entre la precipitada confusión de pies. ¡Tan evanescentes e inestables son las obras humanas en este mundo! El buen rey difunto lleva apenas tres semanas de muerto, y tres días en la tumba, y ya caen los adornos de gente principal que con tanta solicitud había elegido para su noble puente. Un ciudadano tropezó con la cabeza y dio con la suya en la espalda de alguien que tenía delante, el cual se volvió y derribó de un golpe a la primera persona que tuvo a mano, y pronto él mismo fue abatido por el amigo de esta persona. Era la mejor hora para una lucha libre, porque las festividades del día siguiente –Día de la Coronación– estaban empezando ya; todos estaban llenos de bebidas fuertes y de patriotismo; a los cinco minutos la batalla campal ocupaba gran espacio de terreno; a los diez o doce cubría más o menos un acre y se había convertido en motín. Para entonces, Hendon y el rey fueron separados irremediablemente, se perdieron en el tropel y alboroto de las rugientes masas humanas. Así los dejaremos. ...
En la línea 1459
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Sí –dijo el niño–. Y añadió para sí: –Dentro de su tumba. ...
En la línea 1503
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Mientras vivió, al rey le complacía contar la historia de sus aventuras, de principio a fin, desde la hora en que el centinela lo apartó con una manotada de la puerta del palacio hasta la noche final en que se mezcló mañosamente en una cuadrilla de presurosos obreros, y así se deslizó en la Abadía y trepó y se ocultó en la tumba del Confesor, y luego durmió tanto tiempo, al día siguiente, que por poco pierde enteramente la Coronación. Decía que el referir con frecuencia su valiosa lección lo mantenía firme en su propósito de hacer que sus enseñanzas redituaran beneficios a su pueblo, y así, mientras tuviese vida, continuaría refiriendo la historia para mantener sus tristes acontecimientos frescos en la memoria y los manantiales de la piedad bien llenos en su corazón. ...
En la línea 1618
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Sólo entonces comprendí que aquel calvero era un cementerio, el agujero, una tumba, y el objeto oblongo, el cuerpo del hombre que había muerto durante la noche. ¡El capitán Nemo y los suyos habían venido a enterrar a su compañero en esa última residencia común, en el fondo inaccesible del océano! ¡No! ¡Nunca mi espíritu se había sentido tan sobrecogido como en aquel momento! ¡Jamás me había sentido embargado por una emoción tan impresionante como aquélla! ¡No quería ver lo que estaban viendo mis ojos! ...
En la línea 1619
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero la tumba iba tomando forma lentamente. Sobresaltados, huían los peces de aquí y de allá. Se oía resonar el hierro del pico sobre el suelo calcáreo y de vez en cuando sobre algún sílex perdido en el fondo de las aguas. El agujero se iba alargando y ensanchando y pronto se convirtió en una fosa suficientemente profunda para albergar el cuerpo. ...
En la línea 1620
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los portadores se acercaron a ella. El cuerpo, envuelto en un tejido de biso blanco, descendió a su húmeda tumba. El capitán Nemo, los brazos cruzados sobre el pecho, y todos los demás, se arrodillaron en la actitud de la plegaria… Mis dos compañeros y yo nos inclinamos religiosamente. Se recubrió la tumba con los restos arrancados al suelo, formando una ligera protuberancia. ...
En la línea 1620
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los portadores se acercaron a ella. El cuerpo, envuelto en un tejido de biso blanco, descendió a su húmeda tumba. El capitán Nemo, los brazos cruzados sobre el pecho, y todos los demás, se arrodillaron en la actitud de la plegaria… Mis dos compañeros y yo nos inclinamos religiosamente. Se recubrió la tumba con los restos arrancados al suelo, formando una ligera protuberancia. ...
En la línea 218
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Y luego empezó a enunciar un tremendo catálogo de todas las enfermedades de que yo era culpable y de todos los insomnios que ella había sufrido por mi causa; enumeró todos los altos lugares de los que me caí, y las profundidades a que me despeñé, así como también todos los males que me causé a mí mismo y todas las veces que ella me deseó la tumba a donde yo, con la mayor contumacia, me negué a ir. ...
En la línea 376
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Por esta razón, mi padre no se opuso a que yo empezase a trabajar. Así, pues, tomé el oficio que ahora tengo, y que también era el suyo, aunque nunca lo hubiese practicado. Y trabajé bastante, Pip, te lo aseguro. Al cabo de algún tiempo, ya estuve en situación de mantenerle, y continué manteniéndole hasta que se murió de un ataque de perlesía. Y tuve la intención de hacer grabar sobre su tumba: «Acuérdate, lector, de que tenía muy buen corazón.» ...
En la línea 378
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Sí - me contestó -. Yo mismo. La hice en un momento, y tan de prisa como cuando se quita de un golpe la herradura vieja de un caballo. Y he de confesarte que me sorprendió que se me hubiese ocurrido y apenas podía creer que fuese cosa mía. Según te decía, Pip, tenía la intención de hacer grabar estas palabras en su tumba, pero como eso cuesta mucho dinero, no pude realizar mi intento. Además, todo lo que hubiera podido ahorrar lo necesitaba mi madre. La pobre tenía muy mala salud y estaba muy quebrantada. No tardó mucho, la pobrecilla, en seguir a mi padre, y muy pronto pudo gozar del descanso. ...
En la línea 527
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entonces fue cuando comprendí que todo lo que había en la estancia, a semejanza del reloj, se había parado e interrumpido hacía ya mucho tiempo. Noté que la señorita Havisham dejó la joya exactamente en el mismo lugar de donde la tomara. Y mientras Estella repartía los naipes, yo miré otra vez a la mesa del tocador, y allí vi el zapato que un día fue blanco y ahora estaba amarillento, pero sin la menor señal de haber sido usado. Miré al pie cuyo zapato faltaba y observé que la media de seda, que también fue blanca y que ahora era de color de hueso, quedó destrozada a fuerza de andar; y aun sin aquella interrupción de todo y sin la inmóvil presencia de los pálidos objetos ya marchitos, el traje nupcial sobre el cuerpo inmóvil no podría haberse parecido más a una vestidura propia de la tumba, ni el largo velo más semejante a un sudario. ...
En la línea 336
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En medio del cementerio se alzaba una iglesia de piedra, de cúpula verde. El niño la visitaba dos veces al año en compañía de su padre y de su madre para oír la misa que se celebraba por el descanso de su abuela, muerta hacía ya mucho tiempo y a la que no había conocido. La familia llevaba siempre, en un plato envuelto con una servilleta, el pastel de los muertos, sobre el que había una cruz formada con pasas. Raskolnikof adoraba esta iglesia, sus viejas imágenes desprovistas de adornos, y también a su viejo sacerdote de cabeza temblorosa. Cerca de la lápida de su abuela había una pequeña tumba, la de su hermano menor, muerto a los seis meses y del que no podía acordarse porque no lo había conocido. Si sabía que había tenido un hermano era porque se lo habían dicho. Y cada vez que iba al cementerio, se santiguaba piadosamente ante la pequeña tumba, se inclinaba con respeto y la besaba. ...
En la línea 2149
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Qué habitación tan mísera tienes, Rodia! Parece una tumba ‑dijo de súbito Pulqueria Alejandrovna para romper el penoso silencio‑. Estoy segura de que este cuartucho tiene por lo menos la mitad de culpa de tu neurastenia. ...
En la línea 2218
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Comprendo, comprendo… También mi habitación es muy pobre. Mi madre dice que parece una tumba. ...
En la línea 3138
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑« … Jesús, lleno de una profunda tristeza, fue a la tumba. Era una cueva tapada con una piedra. Jesús dijo: Levantad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le respondió: Señor, ya huele mal, pues hace cuatro días que está en la tumba… » ...
En la línea 1252
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... ¿Qué le dijo? ¿Qué podía decir aquel hombre que era un convicto a aquella mujer muerta? Nadie oyó sus palabras. ¿Las oyó la muerta? Sor Simplicia ha referido muchas veces que mientras él hablaba a Fantina, vio aparecer claramente una inefable sonrisa en esos pálidos labios y en esa pupilas, llenas ya del asombro de la tumba. ...
En la línea 1257
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Una tumba adecuada ...
En la línea 1286
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La tumba de Fantina se parecía a lo que había sido su lecho. ...
En la línea 1060
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mientras de tal suerte espantaban Perico y Miranda el mal humor, a Pilar se le deshacía el pulmón que le restaba, paulatinamente, como se deshace una tabla roída por la carcoma. No empeoraba, porque ya no podía estar peor, y su vivir, más que vida, era agonía lenta, no muy penosa, amargándola solamente unas crisis de tos que traían a la garganta las flemas del pulmón deshecho, amenazando ahogar a la enferma. Estaba allí la vida como el resto de llama en el pábilo consumido casi: el menor movimiento, un poco de aire, bastan para extinguirlo del todo. Se había determinado la afonía parcial y apenas lograba hablar, y sólo en voz muy queda y sorda, como la que pudiese emitir un tambor rehenchido de algodón en rama. Apoderábanse de ella somnolencias tenaces, largas; modorras profundas, en que todo su organismo, sumido en atonía vaga, remedaba y presentía el descanso final de la tumba. Cerrados los ojos, inmóvil el cuerpo, juntos los pies ya como en el ataúd, quedábase horas y horas sobre la cama, sin dar otra señal de vida que la leve y sibilante respiración. Eran las horas meridianas aquellas en que preferentemente la atacaba el sueño comático, y la enfermera, que nada podía hacer sino dejarla reposar, y a quien abrumaba la espesa atmósfera del cuarto, impregnada de emanaciones de medicinas y de vahos de sudor, átomos de aquel ser humano que se deshacía, salía al balconcillo, bajaba las escaleras que conducían al jardín, y aprovechando la sombra del desmedrado plátano, se pasaba allí las horas muertas cosiendo o haciendo crochet. Su labor y dechado consistía en camisitas microscópicas, baberos no mayores, pañales festoneados pulcramente. En faena tan secreta y dulce íbanse sin sentir las tardes; y alguna que otra vez la aguja se escapaba de los ágiles dedos, y el silencio, el retiro, la serenidad del cielo, el murmurio blando de los magros arbolillos, inducían a la laboriosa costurera a algún contemplativo arrobo. El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles; el frío era seco y benigno a aquellas horas; las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín. La verja, que cerraba el cuadrilátero, caía a la calle de Rívoli, y al través de sus hierros se veían pasar, envueltas en las azules neblinas de la tarde, estrechas berlinas, ligeras victorias, landós que corrían al brioso trote de sus preciados troncos, jinetes que de lejos semejaban marionetas y peones que parecían chinescas sombras. En lontananza brillaba a veces el acero de un estribo, el color de un traje o de una librea, el rápido girar de los barnizados rayos de una rueda. Lucía observaba las diferencias de los caballos. Habíalos normandos, poderosos de anca, fuertes de cuello, lucios de piel, pausados en el manoteo, que arrastraban a un tiempo pujante y suavemente las anchas carretelas; habíalos ingleses, cuellilargos, desgarbados y elegantísimos, que trotaban con la precisión de maravillosos autómatas; árabes, de ojos que echaban fuego, fosas nasales impacientes y dilatadas, cascos bruñidos, seca piel y enjutos riñones; españoles, aunque pocos, de opulenta crin, soberbios pechos, lomos anchos y manos corveteadoras y levantiscas. Al ir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la móvil centella de sus faroles; pero confundidos ya colores y formas, cansábanse los ojos de Lucía en seguirlos, y con renovada melancolía se posaban en el mezquino y ético jardín. A veces turbaba su soledad en él, no viajero ni viajera alguna, que los que vienen a París no suelen pasarse la tarde haciendo labor bajo un plátano, sino el mismísimo Sardiola en persona, que so pretexto de acudir con una regadera de agua a las plantas, de arrancar alguna mala hierba, o de igualar un poco la arena con el rodezno, echaba párrafos largos con su meditabunda compatriota. Ello es que nunca les faltó conversación. Los ojos de Lucía no eran menos incansables en preguntar que solícita en responder la lengua de Sardiola. Jamás se describieron con tal lujo de pormenores cosas en rigor muy insignificantes. Lucía estaba ya al corriente de las rarezas, gustos e ideas especiales de Artegui, conociendo su carácter y los hechos de su vida, que nada ofrecían de particular. Acaso maravillará al lector, que tan enterado anduviese Sardiola de lo concerniente a aquel a quien sólo trató breve tiempo; pero es de advertir que el vasco era de un lugar bien próximo al solar de los Arteguis, y familiar amigo de la vieja ama de leche, única que ahora cuidaba de la casa solitaria. En su endiablado dialecto platicaban largo y tendido los dos, y la pobre mujer no sabía sino contar gracias de su criatura, que oía Sardiola tan embelesado como si él también hubiese ejercido el oficio nada varonil de Engracia. Por tal conducto vino Lucía a saber al dedillo los ápices más menudos del genio y condición de Ignacio; su infancia melancólica y callada siempre, su misántropa juventud, y otras muchas cosas relativas a sus padres, familia y hacienda. ¿Será cierto que a veces se complace el Destino en que por extraña manera, por sendas torturosas, se encuentren dos existencias, y se tropiecen a cada paso e influyan la una en la otra, sin causa ni razón para ello? ¿Será verdad que así como hay hilos de simpatía que los enlazan, hay otro hilo oculto en los hechos, que al fin las aproxima en la esfera material y tangible? ...

El Español es una gran familia
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