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La palabra puestos
Cómo se escribe

la palabra puestos

La palabra Puestos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece puestos.

Estadisticas de la palabra puestos

Puestos es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1636 según la RAE.

Puestos tienen una frecuencia media de 57.86 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la puestos en 150 obras del castellano contandose 8795 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Puestos

Cómo se escribe puestos o pueztoz?

Más información sobre la palabra Puestos en internet

Puestos en la RAE.
Puestos en Word Reference.
Puestos en la wikipedia.
Sinonimos de Puestos.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece puestos

La palabra puestos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 681
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y fue ella la que olvidando su enfado se expresó con más calor aún que su novio. Le quería tanto como a su padre. Era otro modo de querer, pero estaba segura de que puestos en una balanza los dos afectos, no se diferenciarían en nada. Su hermano conocía mejor que ella la vehemencia con que amaba a Rafael. ¡Así se burlaba Fermín, cuando venía a la viña y le hacía preguntas sobre su noviazgo!... ...

En la línea 2688
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Ana de Austria, privada de la confianza de su marido, perseguida por el odio del cardenal, que no podía perdonarle haber rechazado un sentimiento más dulce, con los ojos puestos en el ejemplo de la reina madre, a quien aquel odiohabía atormentado toda su vida -aunque María de Médicis, si hay que creer las Memorias de la época, hubiera comenzado por conceder al carde nal el sentimiento que Ana de Austria terminó siempre por negarle-. ...

En la línea 3797
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se pusieron en sus puestos y el baile comenzó. ...

En la línea 5432
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Mientras tanto, Porthos jugaba fuerte: guiños de ojos, dedos puestos sobre los labios,sonrisitas asesinas que realmente asesinaban a la hermosa desde ñada. ...

En la línea 7105
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Con una palabra d'Artagnan los tranquilizó, y Planchet corrió a avisar a los de más puestos que era inútil montar una guardia más larga, dado que su amo había salido sano y salvo del Palais-Cardinal. ...

En la línea 748
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los caballos, con la silla y el freno puestos, estaban atados al tronco de los árboles, y dos centinelas, encaramados en las ramas más altas, daban el alerta al acercarse los viajeros. ...

En la línea 1077
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En cuanto a la guerra actual, le diré a usted que la gratitud de España a Inglaterra, después de la expulsión de los franceses gracias a nuestros ejércitos—gratitud demostrada en los estorbos puestos al comercio inglés y en las misas de acción de gracias ofrecidas al abandonar las costas españolas los herejes británicos—, no puede inducir a Inglaterra a arruinarse por el propósito de expulsar a don Carlos de sus montañas. ...

En la línea 1306
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La casa era grande y estaba ruinosa; la única parte habitable, además de la cuadra, era aquella especie de zaguán donde cenamos, y en el que dormían las gitanas, en unos felpudos y colchonetas puestos en un rincón. ...

En la línea 1685
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Muchos de los que desempeñan puestos elevados tienen dinero mío prestado, de modo que hasta cierto punto los tengo en mi poder; y la gente menuda, _alguaciles_ y _corchetes_, está siempre dispuesta a favorecerme, en consideración a unos cuantos duros que reparto de vez en cuando entre ellos; de modo que, en conjunto, las cosas no pueden ir mejor. ...

En la línea 700
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Quiero decir que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en verano y de los erizados yelos del invierno. ...

En la línea 922
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y el aliento, que, sin duda alguna, olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación de la misma traza y modo que lo había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver el mal ferido caballero, vencida de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos. ...

En la línea 1983
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, tornándole a hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para que lo prometido cumpliese, ella, sin hacerse más de rogar, calzándose con toda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una piedra, y, puestos los tres alrededor della, haciéndose fuerza por detener algunas lágrimas que a los ojos se le venían, con voz reposada y clara, comenzó la historia de su vida desta manera: -«En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace uno de los que llaman grandes en España. ...

En la línea 1994
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Es, pues, el caso que, pasando mi vida en tantas ocupaciones y en un encerramiento tal que al de un monesterio pudiera compararse, sin ser vista, a mi parecer, de otra persona alguna que de los criados de casa, porque los días que iba a misa era tan de mañana, y tan acompañada de mi madre y de otras criadas, y yo tan cubierta y recatada que apenas vían mis ojos más tierra de aquella donde ponía los pies; y, con todo esto, los del amor, o los de la ociosidad, por mejor decir, a quien los de lince no pueden igualarse, me vieron, puestos en la solicitud de don Fernando, que éste es el nombre del hijo menor del duque que os he contado». ...

En la línea 358
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pasamos la noche en la posta; la conversación, como siempre, versa acerca de los indios. Antiguamente la sierra Ventana era uno de sus puestos favoritos, y hace tres o cuatro años se ha peleado mucho en este sitio. Mi guía estuvo en uno de esos combates, donde muchos indios perdieron la vida. Las mujeres lograron llegar a la cima del monte y allí se defendieron con bravura, haciendo caer grandes piedras sobre los soldados. Muchas de ellas acabaron por ponerse a salvo. ...

En la línea 411
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El 27 de septiembre de 1833 por la tarde salgo de Buenos Aires para dirigirme a Santa Fe, situado a unas 300 millas (480 kilómetros) en las orillas del Paraná. Los caminos próximos a la ciudad están después de las lluvias, en tan mal estado, que nunca hubiera creído que pudiera recorrerlos una carreta tirada por bueyes. Verdad es que si logramos pasar adelante es andando sólo una milla por hora, y aún así es preciso que un hombre vaya al frente de los bueyes para elegir los sitios menos malos. Nuestros bueyes están rendidos de fatiga; es un burdo error el creer que con mejores caminos y viajes más rápidos aumentarían los sufrimientos de los animales. Cruzamos una hilera de carretas y un rebaño de ganado vacuno, que se dirigen a Mendoza. La distancia es de unas 580 millas geográficas, y el viaje suele durar cincuenta días. Estas carretas, estrechas y muy largas, tienen un toldo de cañizo, llevan sólo dos ruedas, a veces hasta de 10 pies de diámetro. Tiran de ellas seis bueyes, guiados por medio de un aguijón de 20 pies lo menos de largura; cuando no se emplea, se cuelga debajo del toldo. Por lo común, se tiene a mano otro segundo aguijón mucho más corto, que sirve para los bueyes puestos entre las varas; para el par de bueyes intermedio, se usa un pincho clavado en ángulo recto en el aguijón largo, el cual parece una verdadera máquina de guerra. ...

En la línea 424
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 1.-0 de octubre.- A la luz de la luna nos ponemos en camino, y a la salida del sol llegamos al río Tercero; también le llaman Saladillo y merece tal nombre, pues las aguas que lleva son salobres. Permanezco aquí la mayor parte del día, buscando osamentas fósiles. Además de un diente perfecto del Toxodon y varios huesos esparcidos, encuentro dos inmensos esqueletos que, puestos uno cerca del otro, se destacan de relieve sobre el tajo vertical que costea el Paraná. Pero estos hechos caen hechos polvo y no puedo llevarme sino pequeños fragmentos de uno de los grandes molares; sin embargo, eso basta para probar que tales restos pertenecen a un mastodonte, probablemente la misma especie que debía de habitar en tan gran número en la parte de la cordillera del alto Perú. Los remeros que conducen mi canoa me dicen que desde hace mucho tiempo conocen la existencia de esos esqueletos, preguntándose a menudo cómo habían podido llegar hasta allá; y como en todas partes hace falta una teoría, habían venido a parar a la conclusión de que el mastodonte era un animal minador, como el viscache. Por la noche recorremos otra etapa y atravesamos el Monge, otro río de agua salobre que contribuye a regar las Pampas. ...

En la línea 428
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... A veces si se pregunta a una persona que lleve puestos en la cabeza pedazos de tafetán qué le pasa, responde: «Anteayer tuve jaqueca». Los habitantes de este país emplean remedios muy extraños, pero harto asquerosos para poder hablarse de ellos. Uno de los menos sucios consiste en cortar por en medio perritos pequeños, y sujetar cada pedazo a un lado de un miembro roto. Aquí son muy buscados los perritos de una raza sin pelo para servir de calentadores a los enfermos. ...

En la línea 5465
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los brazos de las butacas parecían puestos en jarras, los pies de las consolas hacían piruetas. ...

En la línea 8018
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En fin, tanto insistieron, que Ana, puestos los ojos en los de Mesía, prometió solemnemente ir al teatro. ...

En la línea 362
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los alemanes y franceses que habían vivido hasta entonces emboscados en los altos empleos de la curia tenían que abandonar sus puestos viéndose sustituidos por españoles. Todos los artistas de la Corte pontificia eran compatriotas del Papa, hasta los músicos y cantores de su capilla. También el viejo Calixto enviaba valiosos regalos a las iglesias españolas, especialmente a las de Valencia y Játiva. «En toda la ciudad no se ven más que catalanes», afirmaban las crónicas de la época. ...

En la línea 848
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... César se había educado en la Universidad de Perusa, entre dos camaradas de estudio y a la vez guardianes puestos por su padre, ambos españoles; Juan Veda, natural de Valencia, que era a modo de ayo suyo, y Francisco Remolino de Ilerda, casi de su misma edad. ...

En la línea 1080
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su eminencia era esta noche el personaje más alto. Aparte de sus méritos propios, necesitaba mostrarle agradecimiento Enciso, pues a él debía su última distinción. Únicamente don Arístides, por ser embajador, podía igualársele, y los demás ocuparon los mejores puestos de la mesa. Se aburrió Borja entre un periodista católico, compatriota de don Manuel, de paso en Roma, y cierta condesa de escote flaccido, que ostentaba uno de aquellos apellidos romanos tantas veces leídos por él en la historia de los Borgias. ...

En la línea 693
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie se imaginó verla, a través de unos gemelos puestos del revés, vestida con un traje de doctor estrafalario y magnífico para asistir a un baile de máscaras. Las dos tenían la misma majestad dura y áspera, un perfil idéntico de ave de presa, igual volumen y una solemnidad orgullosa en las palabras y los gestos. ...

En la línea 1104
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por indicación de Flimnap, el ejército cesó en su movimiento ascendente, manteniéndose lejos de la Galería. Su presencia podía excitar de nuevo la irritabilidad del coloso. Un simple destacamento de la Guardia acompañó a las autoridades y al profesor cuando se aproximaron al edificio. Flimnap empezó a dar gritos a la servidumbre para que volviesen todos a ocupar sus puestos, como si no hubiese ocurrido nada. Detrás del rebaño doméstico entro él con sus ilustres acompañantes y la escolta. ...

En la línea 98
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Si estaba jugando al tute o al mus, únicos juegos que sabía y en los que era maestro, primero se hundía el mundo que apartar él su atención de las cartas. Era tan fuerte el ansia de charla y de trato social, se lo pedía el cuerpo y el alma con tal vehemencia, que si no iban habladores a la tienda no podía resistir la comezón del vicio, echaba la llave, se la metía en el bolsillo y se iba a otra tienda en busca de aquel licor palabrero con que se embriagaba. Por Navidad, cuando se empezaban a armar los puestos de la Plaza, el pobre tendero no tenía valor para estarse metido en aquel cuchitril oscuro. El sonido de la voz humana, la luz y el rumor de la calle eran tan necesarios a su existencia como el aire. Cerraba, y se iba a dar conversación a las mujeres de los puestos. A todas las conocía, y se enteraba de lo que iban a vender y de cuanto ocurriera en la familia de cada una de ellas. Pertenecía, pues, Estupiñá a aquella raza de tenderos, de la cual quedan aún muy pocos ejemplares, cuyo papel en el mundo comercial parece ser la atenuación de los males causados por los excesos de la oferta impertinente, y disuadir al consumidor de la malsana inclinación a gastar el dinero. «D. Plácido, ¿tiene usted pana azul?».—«¡Pana azul!, ¿y quién te mete a ti en esos lujos? Sí que la tengo; pero es cara para ti». —«Enséñemela usted… y a ver si me la arregla»… Entonces hacía el hombre un desmedido esfuerzo, como quien sacrifica al deber sus sentimientos y gustos más queridos, y bajaba la pieza de tela. «Vaya, aquí está la pana. Si no la has de comprar, si todo es gana de moler, ¿para qué quieres verla? ¿Crees que yo no tengo nada qué hacer?».—«Lo que dije; estas mujeres marean a Cristo. Hay otra clase, sí señora. ¿La compras, sí o no? A veinte y dos reales, ni un cuarto menos».—«Pero déjela ver… ¡ay qué hombre! ¿Cree que me voy a comer la pieza?»… «A veinte y dos realetes». —«¡Ande y que lo parta un rayo!».—«Que te parta a ti, mal criada, respondona, tarasca… ». ...

En la línea 98
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Si estaba jugando al tute o al mus, únicos juegos que sabía y en los que era maestro, primero se hundía el mundo que apartar él su atención de las cartas. Era tan fuerte el ansia de charla y de trato social, se lo pedía el cuerpo y el alma con tal vehemencia, que si no iban habladores a la tienda no podía resistir la comezón del vicio, echaba la llave, se la metía en el bolsillo y se iba a otra tienda en busca de aquel licor palabrero con que se embriagaba. Por Navidad, cuando se empezaban a armar los puestos de la Plaza, el pobre tendero no tenía valor para estarse metido en aquel cuchitril oscuro. El sonido de la voz humana, la luz y el rumor de la calle eran tan necesarios a su existencia como el aire. Cerraba, y se iba a dar conversación a las mujeres de los puestos. A todas las conocía, y se enteraba de lo que iban a vender y de cuanto ocurriera en la familia de cada una de ellas. Pertenecía, pues, Estupiñá a aquella raza de tenderos, de la cual quedan aún muy pocos ejemplares, cuyo papel en el mundo comercial parece ser la atenuación de los males causados por los excesos de la oferta impertinente, y disuadir al consumidor de la malsana inclinación a gastar el dinero. «D. Plácido, ¿tiene usted pana azul?».—«¡Pana azul!, ¿y quién te mete a ti en esos lujos? Sí que la tengo; pero es cara para ti». —«Enséñemela usted… y a ver si me la arregla»… Entonces hacía el hombre un desmedido esfuerzo, como quien sacrifica al deber sus sentimientos y gustos más queridos, y bajaba la pieza de tela. «Vaya, aquí está la pana. Si no la has de comprar, si todo es gana de moler, ¿para qué quieres verla? ¿Crees que yo no tengo nada qué hacer?».—«Lo que dije; estas mujeres marean a Cristo. Hay otra clase, sí señora. ¿La compras, sí o no? A veinte y dos reales, ni un cuarto menos».—«Pero déjela ver… ¡ay qué hombre! ¿Cree que me voy a comer la pieza?»… «A veinte y dos realetes». —«¡Ande y que lo parta un rayo!».—«Que te parta a ti, mal criada, respondona, tarasca… ». ...

En la línea 104
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Barbarita le quería mucho. Habíale visto en su casa desde que tuvo el don de ver y apreciar las cosas; conocía bien, por opinión de su padre y por experiencia propia, las excelentes prendas y lealtad del hablador. Siendo niña, Estupiñá la llevaba a la escuela de la rinconada de la calle Imperial, y por Navidad iba con él a ver los nacimientos y los puestos de la plaza de Santa Cruz. Cuando D. Bonifacio Arnaiz enfermó para morirse, Plácido no se separó de él ni enfermo ni difunto hasta que le dejó en la sepultura. En todas las penas y alegrías de la casa era siempre el partícipe más sincero. Su posición junto a tan noble familia era entre amistad y servidumbre, pues si Barbarita le sentaba a su mesa muchos días, los más del año empleábale en recados y comisiones que él sabía desempeñar con exactitud suma. Ya iba a la plaza de la Cebada en busca de alguna hortaliza temprana, ya a la Cava Baja a entenderse con los ordinarios que traían encargos, o bien a Maravillas, donde vivían la planchadora y la encajera de la casa. Tal ascendiente tenía la señora de Santa Cruz sobre aquella alma sencilla y con fe tan ciega la respetaba y obedecía él, que si Barbarita le hubiera dicho: «Plácido, hazme el favor de tirarte por el balcón a la calle», el infeliz no habría vacilado un momento en hacerlo. ...

En la línea 304
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Es que hace un rato me dio por pensar en ella. Se me ocurrió de repente. ¿Sabes cómo? Vi unos refajos encarnados puestos a secar en un arbusto. Tú dirás que qué tiene que ver… Es claro, nada; pero vete a saber cómo se enlazan en el pensamiento las ideas. Esta mañana me acordé de lo mismo cuando pasaban rechinando las carretillas cargadas de equipajes. Anoche me acordé, ¿cuándo creerás? Cuando apagaste la luz. Me pareció que la llama era una mujer que decía ¡ay!, y se caía muerta. Ya sé que son tonterías, pero en el cerebro pasan cosas muy particulares. ¿Con que, nenito, desembuchas eso, sí o no? ...

En la línea 188
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... A seiscientos metros de la costa navegaba a poca máquina un gran buque poderosamente armado. Se oía redoblar los tambores en su cubierta, llamando a la tripulación a sus puestos de combate. ...

En la línea 2094
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Eso espero, amor mío! -contestó el pirata. Doscientos indígenas habían llegado del interior de la isla y ocupaban los puntos que les señalaran los piratas, quienes ya se encontraban en sus puestos detrás de los cañones. ...

En la línea 217
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al oír este grito, toda la tripulación se precipitó hacia el arponero; comandante, oficiales, contramaestres, marineros, grumetes y hasta los ingenieros, que dejaron sus máquinas, y los fogoneros, que abandonaron sus puestos. Se había dado la orden de parar, y la fragata ya no se desplazaba más que por su propia inercia. ...

En la línea 1838
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A nuestro paso, como una bandada de chochas en una laguna, levantaban el «vuelo» unos curiosos peces del género de los monópteros, sin otra aleta que la de la cola. Reconocí al javanés, verdadera serpiente de unos ocho decímetros de longitud, de vientre lívido, al que se le confundiría fácilmente con el congrio de no ser por las rayas doradas de sus flancos. En el género de los estromateos, cuyo cuerpo es ovalado y muy comprimido, vi fiatolas de brillantes colores y con una aleta dorsal como una hoz, peces comestibles que una vez secos y puestos en adobo sirven para la preparación de un plato excelente llamado karawade; «tranquebars», pertenecientes al género de los apsiforoides, con el cuerpo recubierto de una coraza escamosa dividida en ocho partes longitudinales. ...

En la línea 1288
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin duda, el aspecto de Piotr Petrovitch tenía un algo que justificaba el calificativo de novio que acababa de aplicársele tan gentilmente. Desde luego, se veía claramente, e incluso demasiado, que Piotr Petrovitch había aprovechado los días que llevaba en la capital para embellecerse, en previsión de la llegada de su novia, cosa tan inocente como natural. La satisfacción, acaso algo excesiva, que experimentaba ante su feliz transformación podía perdonársele en atención a las circunstancias. El traje del señor Lujine acababa de salir de la sastrería. Su elegancia era perfecta, y sólo en un punto permitía la crítica: el de ser demasiado nuevo. Todo en su indumentaria se ajustaba al plan establecido, desde el elegante y flamante sombrero, al que él prodigaba toda suerte de cuidados y tenía entre sus manos con mil precauciones, hasta los maravillosos guantes de color lila, que no llevaba puestos, sino que se contentaba con tenerlos en la mano. En su vestimenta predominaban los tonos suaves y claros. Llevaba una ligera y coquetona americana habanera, pantalones claros, un chaleco del mismo color, una fina camisa recién salida de la tienda y una encantadora y pequeña corbata de batista con listas de color de rosa. Lo más asombroso era que esta elegancia le sentaba perfectamente. Su fisonomía, fresca e incluso hermosa, no representaba los cuarenta y cinco años que ya habían pasado por ella. La encuadraban dos negras patillas que se extendían elegantemente a ambos lados del mentón, rasurado cuidadosamente y de una blancura deslumbrante. Su cabello se mantenía casi enteramente libre de canas, y un hábil peluquero había conseguido rizarlo sin darle, como suele ocurrir en estos casos, el ridículo aspecto de una cabeza de marido alemán. Lo que pudiera haber de desagradable y antipático en aquella fisonomía grave y hermosa no estaba en el exterior. ...

En la línea 4634
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Por estúpida que sea, Rodia, puedo comprender que dentro de poco ocuparás uno de los primeros puestos, si no el primero de todos, en el mundo de la ciencia. ¡Y pensar que creían que estabas loco! ¡Ja, ja, ja! Pues esto es lo que sospechaban. ¡Ah, miserables gusanos! No alcanzan a comprender lo que es la inteligencia. Hasta Dunetchka, sí, hasta la misma Dunetchka parecía creerlo. ¿Qué me dices a esto… ? Tu pobre padre había enviado dos trabajos a una revista, primero unos versos, que tengo guardados y algún día te enseñaré, y después una novela corta que copié yo misma. ¡Cómo imploramos al cielo que los aceptaran! Pero no, los rechazaron. Hace unos días, Rodia, me apenaba verte tan mal vestido y alimentado y viviendo en una habitación tan mísera, pero ahora me doy cuenta de que también esto era una tontería, pues tú, con tu talento, podrás obtener cuanto desees tan pronto como te lo propongas. Sin duda, por el momento te tienen sin cuidado estas cosas, pues otras más importantes ocupan tu imaginación. ...

En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...

En la línea 187
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de té, de café, de chocolate. Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense. Las teteras presentaban su vientre reluciente y las jarras de la leche sacaban el hocico como niños mal criados. La monotonía del prolongado salón abrumaba. Tarifas, mapas y anuncios, pendientes de las paredes, prestaban al lugar no sé qué perfiles de oficina. El fondo de la pieza ocupábalo un alto mostrador atestado de rimeros de platos, de grupos de cristalería recién lavada, de fruteros donde las pirámides de manzanas y peras pardeaban ante el verde fuerte del musgo. En la mesa principal, en dos floreros de azul porcelana, acababan de mustiarse lacias flores, rosas tardías, girasoles inodoros. Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos. Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales. Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas. Hizo Miranda poco gasto de manjares, despreciando cuanto le servían, y pidiendo imperativo y en voz bastante alta una botella de Jerez y otra de Burdeos, de que escanció a Lucía, explicándole las cualidades especiales de cada vino. Lucía comió vorazmente, soltando la rienda a su apetito impetuoso de niño en día de asueto. A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces. Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta. Pero su gran orgía, su fruto prohibido, fue el café. No acertaremos jamás los mínimos y escrupulosos cronistas del señor Joaquín el Leonés, cuál fuese la razón secreta y potísima que le llevó a vedar siempre a su hija el uso del café, cual si fuese emponzoñada droga o pernicioso filtro: caso tanto más extraño cuanto que ya sabemos la afición desmedida, el amor que al café profesaba nuestro buen colmenarista. Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: ...

En la línea 760
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Tenía el chalet los dos pisos de rigor; el entresuelo repartido en comedor, cocina, salita y un angosto recibimiento; el principal dedicado a dormitorios y cuartos de aseo. A la altura del principal corría una balconada, calada como finísimo encaje, que se repetía en el entresuelo, cubierta casi por las enredaderas. Delgada verja de hierro aislaba el chalet por la parte que daba a la vía pública, avenida plantada de árboles; por donde confinaba con otras casas y jardines, hacían el mismo oficio unas breves tapias. A la entrada de la verja, sobre sendas columnas de mármol gris, dos niños de bronce alzaban sus bracitos gordezuelos para sostener una bomba de cristal mate, que protegía un mechero de gas. Comprendíase a primera vista que el chalet, con sus delgadas paredes de madera, mal defendería a sus habitantes del frío del invierno y los calores del verano; pero en la estación de otoño, templada y benigna, aquella caprichosa construcción, orlada de franjas de menuda crestería, trabajada como un juguete de sobremesa, engalanada de fresca guirnalda de rosales, era el albergue más coquetón y donoso que puede imaginar la mente, el nido más adecuado para una pareja de enamoradas tórtolas. Yo siento tener que dar a tan lindos edificios, que en Vichy abundan, el nombre extranjerizo de chalet; pero ¿qué hacer si en castellano no hay vocablo correspondiente? Lo que aquí denominamos choza, cabaña o casa rústica, no significa en modo alguno lo que todo el mundo entiende por chalet, que es una concepción arquitectónica peculiar a los valles helvéticos, donde el arte, inspirándose en la Naturaleza, reprodujo las formas de los alerces y pinabetes, y los delicados arabescos del hielo y la escarcha, bien como los egipcios tomaron de la flor del loto los capiteles de sus pilones, En Vichy los chalets se construyen con el exclusivo objeto de alquilarlos amueblados a los extranjeros. La conserje del chalet se encarga del gobierno de casa, de la compra y aun de guisar: el conserje atiende a la limpieza, corta las ramas del jardinete, guía las enredaderas, barre las calles enarenadas, sirve a la mesa y abre la puerta. Instaláronse, pues, los Miranda y los Gonzalvo si más cuidado que el de entregar al conserje sus abrigos de viaje y sentarse en sus respectivos puestos en el comedor. ...


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