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La palabra leyendo
Cómo se escribe

la palabra leyendo

La palabra Leyendo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece leyendo.

Estadisticas de la palabra leyendo

Leyendo es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 5381 según la RAE.

Leyendo aparece de media 16.8 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la leyendo en las obras de referencia de la RAE contandose 2553 apariciones .

Algunas Frases de libros en las que aparece leyendo

La palabra leyendo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 674
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mientras el padrino contestaba «_tra, tra; tra, tra_», como si con un martillo golpease el jierro, tú te pusiste coloradilla y bajaste los ojos leyendo al fin en los míos. Y yo me dije: «Güeno, esto va bien». Y bien fue: pues, sin saber cómo, nos dijimos nuestro querer. Tal vez fuiste tú, ¡indina! que cansada de hacerme sufrir, acortaste el camino para que yo perdiese el miedo... Y dende entonses no hay en Jerez y en too su campo hombre más feliz y más rico que Rafaé, el aperador de Matanzuela... ¿Ves tú a don Pablo Dupont con toos sus millones? Pues a mi lao, ¡ná!; ¡cerato simple! Y toos los demás cosecheros ¡ná! Y mi amo, el señorito Luis, con toa su fachenda y el mujerío de pendones que se trae en derredor... ¡ná tampoco! El más rico de Jerez soy yo, que se llevará al cortijo una morenucha fea, que está cieguecita porque a la pobre apenas se le ven los ojos, y que tiene el defecto de que al reírse se le jasen en la cara unos joyitos muy monos, como si estuviera picá de viruelas. ...

En la línea 829
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aún respondió a otras dos invocaciones del sacerdote, y éste fue leyendo con lentitud el _Oremus_, pidiendo la protección de Dios para las viñas y recomendándole que guardase sus uvas hasta la madurez. ...

En la línea 2375
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Con todo, es un santo; siempre está leyendo y rezando, y es, además, del partido de los buenos. ...

En la línea 3000
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ya me volvía a la posada, cuando oí fuerte rumor de voces, y guiándome por ellas no tardé en salir a una especie de prado, donde sobre un montículo estaba sentado un cura vestido de hábitos, leyendo en alta voz un periódico; en torno suyo, de pie o sentados en la hierba, se congregaban unos cincuenta _vecinos_, vestidos casi todos con luengas capas; entre ellos descubrí a mis dos amigos, el cura y el fraile. ...

En la línea 3765
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estaba leyendo, sentado detrás de una ancha mesa, y, al entrar nosotros, medio se incorporó y nos hizo una ligera reverencia. ...

En la línea 4513
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ahora voy a escribir una carta a mi mujer diciéndole que no volveré a Ribadeo en unos cuantos días.» Martín salió del aposento cantando la siguiente copla: Un manco escribió una carta; un ciego la está mirando; un mudo la está leyendo, y un sordo la está escuchando. ...

En la línea 54
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. ...

En la línea 107
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. ...

En la línea 194
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. ...

En la línea 275
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más: -Sepa, señor maese Nicolás -que éste era el nombre del barbero-, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales, arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recebido en la batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo. ...

En la línea 1551
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando concluía una página, ya su espíritu estaba leyendo al otro lado. ...

En la línea 1562
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pasaba esto mientras seguía leyendo; aún estaba aturdida, casi espantada por aquella voz que oyera dentro de sí, cuando llegó al pasaje en donde el santo refiere que paseándose él también por un jardín oyó una voz que le decía Tole, lege y que corrió al texto sagrado y leyó un versículo de la Biblia. ...

En la línea 1934
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¿Te has divertido mucho? —preguntó doña Anuncia, que se había quedado en el comedor, junto a la gran chimenea, leyendo el folletín de Las Novedades. ...

En la línea 2193
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Todo aquello de haber llorado de amor leyendo a San Agustín y a San Juan de la Cruz no valía nada; había sido cosa de la edad crítica que atravesaba entonces. ...

En la línea 927
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los universitarios hablaban de asuntos científicos; algunos doctores jóvenes discutían, con la tristeza rencorosa que inspira el bien ajeno, los méritos del camarada que en aquel momento estaba leyendo sus versos a una muchedumbre inmensa sobre la escalinata del templo de los rayos negros. Varios oficiales de la Guardia gubernamental y del ejército ordinario se paseaban con una mano en la empuñadura de la espada y la otra sosteniendo sobre el redondo muslo su casco deslumbrante. ...

En la línea 1459
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero el gobierno estaba advertido de él, y un batallón de muchachas de la Guardia defendía la Universidad. Muchas de estas se lanzaron espontáneamente a manejar las armas antiguas, inventadas por los hombres, siguiendo los consejos de un profesor que creía haber adivinado su uso leyendo libros rancios. ...

En la línea 416
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los Samaniegos, oriundos, como los Morenos, del país de Mena también son ciento y la madre. Ya sabemos que la hija segunda de Gumersindo Arnaiz, hermana de Jacinta, casó con Pepe Samaniego, hijo de un droguista arruinado de la Concepción Jerónima… Hay muchos Samaniegos en el comercio menudo, y leyendo el instructivo libro de los rótulos de tiendas, se encuentra la Farmacia de Samaniego en la calle del Ave María (cuyo dueño era el marido de Castita Moreno), y la Carnicería de Samaniego en la de las Maldonadas. Sin rótulo hay un Samaniego prestamista y medio curial, otro cobrador del Banco, otro que tiene tienda de sedas en la calle de Botoneras y, por fin, varios que son horteras en diferentes tiendas. El Samaniego agente de Bolsa es primo de estos. ...

En la línea 645
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... A eso de las tres, marido y mujer estaban solos en el despacho, él en el sillón leyendo periódicos, ella arreglando la habitación que estaba algo desordenada. Barbarita había salido a comprar. El criado anunció a un hombre que quería hablar con el señor joven. ...

En la línea 930
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También se puede asegurar, sin temor de que ningún dato histórico pruebe lo contrario, que Platón no era valiente, y que, a pesar de tanta baladronada, su reputación de braveza empezaba a decaer como todas las glorias de fundamento inseguro. En los tiempos a que me refiero, el descrédito era tal que la propia vanidad platónica estaba ya por los suelos. Principiaba a creerse una nulidad, y allá en sus soliloquios desesperados, cuando le salía mal alguna de las bajezas con que se procuraba dinero, se escarnecía sinceramente, diciéndose: «soy pior que una caballería; soy más tonto que un cerrojo; no sirvo absolutamente para nada». El considerar que había llegado a los cincuenta años sin saber plumear y leyendo sólo a trangullones, le hacía formar de su endivido la idea más desventajosa. No ocultaba su dolor por esto, y aquel día se lo expresó a su tocayo con sentida ingenuidad: ...

En la línea 1156
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Don Baldomero estaba muy sereno, y el golpe de suerte no le daba calor ni frío. Todos los años compraba un billete entero, por rutina o vicio, quizás por obligación, como se toma la cédula de vecindad u otro documento que acredite la condición de español neto, sin que nunca sacase más que fruslerías, algún reintegro o premios muy pequeños. Aquel año le tocaron doscientos cincuenta mil reales. Había dado, como siempre, muchas participaciones, por lo cual los doce mil quinientos duros se repartían entre la multitud de personas de diferente posición y fortuna; pues si algunos ricos cogían buena breva, también muchos pobres pellizcaban algo. Santa Cruz llevó la lista al comedor, y la iba leyendo mientras comía, haciendo la cuenta de lo que a cada cual tocaba. Se le oía como se oye a los niños del Colegio de San Ildefonso que sacan y cantan los números en el acto de la extracción. ...

En la línea 880
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pasé la velada leyendo, escribiendo y pensando. Luego, ganado por el sueño, me acosté y me dormí profundamente, mientras el Nautilus se deslizaba a través de la rápida corriente del río Negro. ...

En la línea 1079
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante la jornada del 11 de diciembre, me hallaba yo leyendo en el gran salón, mientras Ned Land y Conseil observaban las aguas luminosas a través del cristal. El Nautilus estaba inmóvil. Llenos sus depósitos, se mantenía a una profundidad de mil metros, región poco habitada, en la que tan sólo los grandes peces hacían raras apariciones. Estaba yo leyendo un libro delicioso de Jean Macé, Los servidores del estómago, y saboreando sus ingeniosas lecciones, cuando Conseil interrumpió mi lectura: ...

En la línea 1079
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante la jornada del 11 de diciembre, me hallaba yo leyendo en el gran salón, mientras Ned Land y Conseil observaban las aguas luminosas a través del cristal. El Nautilus estaba inmóvil. Llenos sus depósitos, se mantenía a una profundidad de mil metros, región poco habitada, en la que tan sólo los grandes peces hacían raras apariciones. Estaba yo leyendo un libro delicioso de Jean Macé, Los servidores del estómago, y saboreando sus ingeniosas lecciones, cuando Conseil interrumpió mi lectura: ...

En la línea 2915
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¿Es interesante lo que está leyendo el señor? ...

En la línea 662
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los alumnos comíamos manzanas y nos metíamos pajas cada uno en la espalda del otro, hasta que la tía abuela del señor Wopsle reunía sus energías y, sin averiguación ninguna, nos daba una paliza con una vara de abedul. Después de recibir los golpes con todas las posibles muestras de burla, los alumnos se formaban en fila y, con el mayor ruido, se pasaban de mano en mano un libro casi destrozado. Este libro contenía el alfabeto, algunos guarismos y tablas aritméticas, así como algunas lecciones fáciles de lectura; mejor dicho, las tuvo en algún tiempo. En cuanto este volumen empezaba a circular, la tía abuela del señor Wopsle se desplomaba en estado comatoso, debido tal vez al sueño o a un ataque reumático. Entonces los alumnos se entregaban a un examen y a una competencia relacionados con el calzado y con el objeto de averiguar quién sería capaz de pisar al otro con mayor fuerza. Este ejercicio mental duraba hasta que Biddy se precipitaba contra todos y distribuía tres Biblias sin portada y de una forma tal que no parecía sino que alguien las hubiese cortado torpemente. La impresión era más ilegible que cualquiera de las curiosidades literarias que he visto en mi vida entera; aquellos libros estaban manchados de orín y entre sus hojas había aplastados numerosos ejemplares del mundo de los insectos. Esta parte de la enseñanza se hacía más agradable gracias a algunos combates mano a mano entre Biddy y los alumnos refractarios. Cuando se habían terminado las peleas, Biddy señalaba el número de una página, y entonces todos leíamos en voz alta lo que nos era posible y también lo que no podíamos leer, a coro y con espantosas voces; Biddy llevaba el compás con voz aguda, fuerte y monótona, y, por otra parte, ninguno de nosotros tenía la más pequeña noción ni tampoco reverencia alguna con respecto a lo que estábamos leyendo. Cuando aquel horrible ruido había durado algún tiempo, despertaba mecánicamente a la tía abuela del señor Wopsle, quien, dejándose llevar por la casualidad, cogía a un muchacho y le tiraba de las orejas. Ésta era la señal de que la clase había terminado aquella tarde, y nos apresurábamos a salir al aire libre con grandes gritos de victoria intelectual. Conviene hacer observar que en la escuela no había prohibición alguna acerca de que un alumno cualquiera se entretuviese con la pizarra o con la tinta, cuando la había. Pero no era fácil proseguir aquella rama de los estudios durante el invierno, a causa de que la abacería en que se daban las clases y que también era el salón y el dormitorio de la tía abuela del señor Wopsle, no estaba alumbrada más que muy débilmente por un candil y, además, no había espabladeras. ...

En la línea 1686
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La señora Pocket estaba sentada en una silla de jardín y debajo de un árbol, leyendo, con las piernas apoyadas sobre otra silla; las dos amas de la señora Pocket miraban alrededor mientras los niños jugaban. ...

En la línea 1691
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Y acomodándose tan sólo en una silla, continuó la lectura. Inmediatamente su rostro expresó el mayor interés, como si hubiese estado leyendo durante una semana entera, pero antes de haber recorrido media docena de líneas fijó los ojos en mí y dijo: Espero que su mamá estará buena. ...

En la línea 1700
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La señora Pocket seguía leyendo, y yo sentí la mayor curiosidad acerca de cuál sería aquel libro. ...

En la línea 1463
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí. ¿Qué estaba leyendo? ...

En la línea 1468
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No ‑repitió‑, yo no leía las noticias de los incendios ‑y añadió, guiñándole un ojo‑: Confiese, querido amigo, que arde usted en deseos de saber lo que estaba leyendo. ...

En la línea 1484
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Qué me importa a mí lo que usted estuviera leyendo? ‑exclamó de pronto, desconcertado y molesto por aquella extraña actitud‑. ¿Por qué cree usted que me ha de importar? ¿Qué tiene de particular que usted estuviera leyendo ese suceso? ...

En la línea 1484
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Qué me importa a mí lo que usted estuviera leyendo? ‑exclamó de pronto, desconcertado y molesto por aquella extraña actitud‑. ¿Por qué cree usted que me ha de importar? ¿Qué tiene de particular que usted estuviera leyendo ese suceso? ...

En la línea 1238
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y entrando de nuevo en la estancia, arrodillose al lado del lecho mortuorio, sacó su breviario, y a la luz parpadeante de los blandones, fue leyendo en voz alta, compuesta y grave, las cláusulas melancólicas del oficio de difuntos. ...


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