La palabra Misteriosa ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece misteriosa.
Estadisticas de la palabra misteriosa
Misteriosa es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 8755 según la RAE.
Misteriosa aparece de media 9.17 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la misteriosa en las obras de referencia de la RAE contandose 1394 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Misteriosa
Cómo se escribe misteriosa o misterriosa?
Cómo se escribe misteriosa o mizterioza?
Algunas Frases de libros en las que aparece misteriosa
La palabra misteriosa puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1560
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran unos ojos que ya no miraban, y su morena carita parecía ennegrecida por misteriosa lobreguez, como si sobre ella proyectasen su sombra las alas de la muerte. ...
En la línea 2358
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No dormía, no; escuchaba los ronquidos de su mujer, acostada junto a él, la de sus hijos, abrumados por el cansancio; pero los oía cada vez más hondos, como si una fuerza misteriosa se llevase lejos, muy lejos, la barraca, y él, sin embargo, permaneciese allí, inerte, sin poder moverse por más esfuerzos que intentaba, viendo la cara de Pimentó junto a la suya, sintiendo en su rostro la cálida respiración de su enemigo. ...
En la línea 294
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Oh, la voz de María de la Luz! Una voz grave, de entonaciones melancólicas, como la de una mora habituada a eterna clausura que canta para oídos invisibles tras las tupidas celosías: una voz que temblaba con litúrgica solemnidad, como si meciese el sueño de una religión misteriosa sólo de ella conocida. De repente, se adelgazaba, partiendo como un relámpago hacia las alturas, hasta convertirse en un alarido agudo, en un grito que serpenteaba, formando complicados arabescos de salvaje bizarría. ...
En la línea 338
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Lo mismo la veían en las principales calles elegantemente vestida o en el Campo de la Feria en un lujoso carruaje, como se presentaba despeinada y envuelta en un mantón copiando el andar de las mozas bravas y contestando a los requiebros de los hombres con palabras que ruborizaban a muchos. Gustaba de sonreír con gestos de misteriosa complicidad a los pacíficos señores que pasaban junto a ella con sus familias. Después reía como una loca pensando en las querellas conyugales que estallaban al volver a casa aquellos matrimonios honrados y solemnes que ella había tratado cuando vivía con su esposo. En una acera de la calle Larga, ante las mesas de los principales casinos, había besado a un amigo con exagerados transportes de pasión, entre el griterío de la gente que salía a las puertas. ...
En la línea 1203
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Salvatierra, como si olvidase la presencia del gitano y hablara para él mismo, recordó su arrogante salida del presidio, desafiando de nuevo las persecuciones, y su reciente viaje a Cádiz para ver un rincón de tierra, junto a una tapia, entre cruces y lápidas de mármol. ¿Y era aquello todo lo que quedaba del ser que había llenado su pensamiento? ¿Sólo restaba de mamá, de la viejecita bondadosa y dulce como las santas mujeres de las religiones, aquel cuadro de tierra fresca y removida y las margaritas silvestres que nacían en sus bordes? ¿Se había perdido para siempre la llama dulce de sus ojos, el eco de su voz acariciadora, rajada por la vejez, que llamaba con ceceos infantiles a Fernando, a su «querido Fernando»? --_Alcaparrón_, tú no puedes entenderme--continuó Salvatierra con voz temblorosa.--Tal vez es una fortuna para ti esa alma simple que te permite en los dolores y en las alegrías ser ligero y mudable como un pájaro. Pero óyeme, aunque no me entiendas. Yo no reniego de lo que he aprendido: yo no dudo de lo que sé. Mentira es la otra vida, ilusión orgullosa del egoísmo humano; mentira también los cielos de las religiones. Hablan éstas a las gentes en nombre de un espiritualismo poético, y su vida eterna, su resurrección de los cuerpos, sus placeres y castigos de ultra-tumba, son de un materialismo que da náuseas. No existe para nosotros otra vida que la presente; pero ¡ay! ante la sábana de tierra que cubre a mamá, sentí por primera vez flaquear mis convicciones. Acabamos al morir; pero algo resta de nosotros junto a los que nos suceden en la tierra; algo que no es sólo el átomo que nutre nuevas vidas; algo impalpable e indefinido, sello personal de nuestra existencia. Somos como los peces en el mar; ¿me entiendes, _Alcaparrón_? Los peces viven en la misma agua en que se disolvieron sus abuelos y en la que laten los gérmenes de sus sucesores. Nuestra agua es el ambiente en que existimos: el espacio y la tierra: vivimos rodeados de los que fueron y de los que serán. Y yo, _Alcaparrón_ amigo, cuando siento ganas de llorar recordando la nada de aquél montón de tierra, la triste insignificancia de las florecillas que lo rodean, pienso en que no está allí mamá completamente, que algo se ha escapado, que circula al través de la vida, que me tropieza atraído por una simpatía misteriosa, y me acompaña envolviéndome en una caricia tan suave como un beso... ...
En la línea 4520
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Las cortinas estaban echadas a medias y no dejaban penetrar más que una luz misteriosa, aprovechada para una plácida ensoñación. ...
En la línea 6945
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -O a la donante misteriosa -dijo Athos. ...
En la línea 7136
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En la habitación vecina, Ketty, que debía partir aquella mis ma noche para Tours, esperaba aquella carta misteriosa. ...
En la línea 1617
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Notaba Anita, excitada, nerviosa —y sentía un dolor extraño en la cabeza al notarlo —una misteriosa analogía entre los versos de San Juan y aquella fragancia del tomillo que ella pisaba al subir por el monte. ...
En la línea 1674
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El desarrollo contenido, la crítica y misteriosa metamorfosis, la crisálida que se rompe, todo eso estaba bien; pero el médico añadía unos detalles que doña Anuncia no vacilaba en calificar de groseros. ...
En la línea 1731
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Glocester, o sea don Restituto Mourelo, canónigo raso a la sazón, decía con voz meliflua y misteriosa en la tertulia del marqués de Vegallana: —Señores, esta es la virtud antigua; no esa falsa y gárrula filantropía moderna. ...
En la línea 4589
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella enfermedad misteriosa de Ana —porque era una enfermedad, estaba seguro —le preocupaba y le molestaba. ...
En la línea 66
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así se explicaba Borja las ojeadas invitadoras, las frases de doble sentido de algunas amigas íntimas de Rosaura al hablar a solas con él. Le tenían, sin duda, por el gígolo de la viuda de Pineda. Tal vez presentían en su persona una misteriosa y tentadora potencialidad de amor, ya que una dama tan elegante y buscada le permanecía fiel, después de un año de relaciones… Y esta sospecha, que dejaba adivinar los menos prudentes, le indignó al principio, acabando por hacerle sonreír con amarga conformidad. ...
En la línea 408
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Habían seguido los dos su carrera amorosa de distinto modo, con falta de sincronismo. En el primer tiempo era él quien amaba con mayor vehemencia, y ahora reconocía que, por una misteriosa ley de gravitación, este amor iba descendiendo. Ella, por el contrario, se había sentido al principio menos apasionada, con instintiva Inquietud, como sí temiese ir demasiado lejos. ...
En la línea 998
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Encontró el pueblo de Roma muy graciosa la jugarreta de César. Era hijo de su ciudad: un verdadero romano, nacido de una transteverina. Además, todos se mostraron furiosos por los atrevimientos de los invasores. Los Borgias eran mirados ahora con cariño, y César fue de pronto el héroe popular, ayudando a tal prestigio su misteriosa desaparición. ...
En la línea 1147
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Recordó Borja que uno de los que llegaron a dicho jubileo fue cierto hombre del Norte llamado Nicolás Copérnico. El verdadero estudio de la misteriosa enemistad astronómica iba a empezar bajo el reinado del mismo Pontífice que había intervenido en los más grandes descubrimientos geográficos. ...
En la línea 486
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Mañana, maniobras', ordena el jefe. Y al día siguiente salen al campo las tropas a disparar flechas y tirar lanzazos al aire; marchan larguísimas jornadas, duermen a la intemperie sobre el duro suelo, pasan ríos a nado, comen mal, y al fin, toda esta hermosa juventud vuelve abrumada de cansancio, pero sana de pensamiento y curada por algunos meses de su inquieta y misteriosa enfermedad. Nosotros, gentleman, sostenemos un ejército por exigencias de la moral: para que no se perturben las abstinencias virtuosas que debe guardar la juventud. ...
En la línea 1007
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Muchos de los que presenciaron el suceso habían olvidado la insolencia del Hombre-Montaña para preocuparse únicamente de la finalidad de otra acción suya que les parecía misteriosa. Después que el gigante hubo limpiado de gentío los salones de Momaren, haciendo huir a todos al fondo de la casa para librarse de su bombardeo líquido, irguió su estatura y fue a un determinado lugar de la fachada de la Universidad, lanzando varios silbidos con la estridencia de un huracán. ...
En la línea 1366
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los seis hombres, con su barra, así como la misteriosa mujer que los dirigía, salieron disparados por el aire. ...
En la línea 1385
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero esto no evitó que la murmuración siguiese haciendo su camino, y los noveleros empezaron a afirmar que la misteriosa enfermedad del poeta era igual a la del Padre de los Maestros, teniendo ambas el mismo origen. El senador Gurdilo, ansioso de venganza, insinuó a los periodistas que Momaren y Golbasto se habían batido de noche en la playa por alguna rivalidad amorosa, pues los dos, a pesar de su exterior solemne, eran unos hipócritas de perversas costumbres y tal vez se disputaban el monopolio de algún esclavo atlético. ...
En la línea 1195
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Púsose Jacinta muy contenga. Había realizado su antojo; ya tenía su juguete. Aquello podría ser muy bien una niñería; pero ella tenía sus razones para obrar así. El plan que concibió para presentar al Pituso a la familia e introducirlo en ella, revelaba cierta astucia. Pensó que nada debía decir por el pronto al Delfín. Depositaría su hallazgo en casa de su hermana Candelaria hasta ponerle presentable. Después diría que era un huerfanito abandonado en las calles, recogido por ella… ni una palabra referente a quién pudiera ser la mamá ni menos el papá de tal muñeco. Todo el toque estaba en observar la cara que pondría Juan al verle. ¿Diríale algo la voz misteriosa de la sangre? ¿Reconocería en las facciones del pobre niño las de… ? Al interés dramático de este lance sacrificaba Jacinta la conveniencia de los procedimientos propios de tal asunto. Imaginándose lo que iba a pasar, la turbación del infiel, el perdón suyo, y mil cosas y pormenores novelescos que barruntaba, producíase en su alma un goce semejante al del artista que crea o compone, y también un poco de venganza, tal y como en alma tan noble podía producirse esta pasión. ...
En la línea 1303
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Érales difícil a las tres mujeres andar aprisa, por la mucha gente que venía calle abajo, caminando presurosa con la querencia del hogar próximo. Los obreros llevaban el saquito con el jornal; las mujeres algún comistrajo recién comprado; los chicos, con sus bufandas enroscadas en el cuello, cargaban rabeles, nacimientos de una tosquedad prehistórica o tambores que ya iban bien baqueteados antes de llegar a la casa. Las niñas iban en grupo de dos o de tres, envuelta la cabeza en toquillas, charlando cada una por siete. Cuál llevaba una botella de vino, cuál el jarrito con leche de almendra; otras salían de las tiendas de comestibles dando brincos o se paraban a ver los puestos de panderetas, dándoles con disimulo un par de golpecitos para que sonaran. En los puestos de pescado los maragatos limpiaban los besugos, arrojando las escamas sobre los transeúntes, mientras un ganapán vestido con los calzonazos negros y el mandil verde rayado berreaba fuera de la puerta: «¡Al vivo de hoy, al vivito!»… Enorme farolón con los cristales muy limpios alumbraba las pilas de lenguados, sardinas y pajeles, y las canastas de almejas. En las carnicerías sonaban los machetazos con sorda trepidación, y los platillos de las pesas, subiendo y bajando sin cesar, hacían contra el mármol del mostrador los ruidos más extraños, notas de misteriosa alegría. En aquellos barrios algunos tenderos hacen gala de poseer, además de géneros exquisitos, una imaginación exuberante, y para detener al que pasa y llamar compradores, se valen de recursos teatrales y fantásticos. Por eso vio Jacinta de puertas afuera pirámides de barriles de aceitunas que llegaban hasta el primer piso, altares hechos con cajas de mazapán, trofeos de pasas y arcos triunfales festoneados con escobones de dátiles. Por arriba y por abajo banderas españolas con poéticas inscripciones que decían: el Diluvio en mazapán, o Turrón del Paraíso terrenal… Más allá Mantecadas de Astorga bendecidas por Su Santidad Pío IX. En la misma puerta uno o dos horteras vestidos ridículamente de frac, con chistera abollada, las manos sucias y la cara tiznada, gritaban desaforadamente ponderando el género y dándolo a probar a todo el que pasaba. Un vendedor ambulante de turrón había discurrido un rótulo peregrino para anonadar a sus competidores los orgullosos tenderos de establecimiento. ¿Qué pondría? Porque decir que el género era muy bueno no significaba nada. Mi hombre había clavado en el más gordo bloque de aquel almendrado una banderita que decía: Turrón higiénico. Con que ya lo veía el público… El otro turrón sería todo lo sabroso y dulce que quisieran; mas no era higiénico. ...
En la línea 1689
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata se levantó para marcharse. Ocurriole a Maximiliano salir detrás de ella para ver dónde iba. Era la manera especial suya de hacer la corte. En su espíritu soñador existía la vaga creencia de que aquellos seguimientos entrañaban una comunicación misteriosa, quizás magnética. Seguir, mirando de lejos, era un lenguaje o telegrafía sui generis, y la persona seguida, aunque no volviese la vista atrás, debía de conocer en sí los efectos del fluido de atracción. Salió Fortunata despidiéndose muy fríamente, y a los dos minutos se despidió también Maximiliano con ánimo de alcanzarla todavía en el portal. Pero aquel condenado Ulmus sylvestris le entretuvo a la fuerza, cogiéndole una mano y apretándosela con bárbaros alardes de vigor muscular, para reírse con los chillidos de dolor que daba el pobre Rubinius vulgaris. «¡Qué asno eres!—exclamaba este, retirando al fin su mano magullada, con los dedos pegados unos a otros—. ¡Vaya unas gracias!.. ...
En la línea 2455
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Era domingo, y a las cuatro toda la comunidad entró en la iglesia donde había ejercicio y sermón. Las Filomenas ocuparon su sitio detrás de las monjas, unas y otras con los velos por la cabeza. Las Josefinas permanecían en la habitación que hacía de coro. Belén y las damas cantoras entonaban inocentes romanzas, mientras duró el Manifiesto, en las cuales se decía que tenían el pecho ardiendo en llamas de amor y otras candideces por el estilo. La que tocaba el harmonium hacía en los descansos unos ritornellos muy cursis. Pero a pesar de estas profanaciones artísticas, la iglesita estaba muy mona, como diría Manolita, apacible, misteriosa y relativamente fresca, inundada de la fragancia de las flores naturales. ...
En la línea 393
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Ella! –exclamó con misteriosa voz el tío. ...
En la línea 401
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Oyóse un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah! breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba. Y sólo al oír que doña Ermelinda empezaba a decir a su sobrina: «Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez… » , volvió en sí y se puso en pie procurando sonreír. ...
En la línea 401
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Oyóse un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah! breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba. Y sólo al oír que doña Ermelinda empezaba a decir a su sobrina: «Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez… » , volvió en sí y se puso en pie procurando sonreír. ...
En la línea 442
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Al dar la espalda para salir y desaparecer así los ojos aquellos, fuentes de misteriosa luz espiritual, sintió Augusto que la ola de fuego le recorría el cuerpo, el corazón le martillaba el pecho y parecía querer estallarle la cabeza. ...
En la línea 2281
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No había vuelto a ver al capitán desde nuestra visita a la isla de Santorin. ¿Me pondría el azar en su presencia antes de nuestra partida? Lo deseaba y lo temía a la vez. Me puse a la escucha de todo ruido procedente de su camarote, contiguo al mío, pero no oí nada. Su camarote debía estar vacío. Se me ocurrió pensar entonces si se hallaría a bordo el extraño personaje. Desde aquella noche en que la canoa había abandonado al Nautilus en una misteriosa expedición, mis ideas sobre él se habían modificado ligeramente. Después de aquello, pensaba que el capitán Nemo, dijera lo que dijese, debía haber conservado con la tierra algunas relaciones. ¿Sería cierto que no abandonaba nunca el Nautilus? Habían pasado semanas enteras sin que yo le viera. ¿Qué hacía durante ese tiempo? Mientras yo le había creído presa de un acceso de misantropía, ¿no habría estado realizando, lejos de allí, alguna acción secreta cuya naturaleza me era totalmente desconocida? ...
En la línea 3191
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Lo que me había desgarrado el corazón, en medio de aquella lucha, fue el grito de desesperación del desgraciado, ese pobre francés que olvidando su lenguaje de convención había recuperado la lengua de su país y de su madre en su llamamiento supremo. Tenía yo, pues, un compatriota entre la tripulación del Nautilus, asociada en cuerpo y alma al capitán Nemo, que como éste huía del contacto con los hombres. ¿Sería el único que representara a Francia en esa misteriosa asociación, evidentemente compuesta de individuos de nacionalidades diversas? Éste era otro de los insolubles problemas que me planteaba sin cesar. ...
En la línea 3334
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Sus palabras me hicieron comprender. Sin duda, se sabía a qué atenerse ya sobre la existencia del supuesto monstruo. Sin duda, en su colisión con el Abraham Lincoln cuando el canadiense le golpeó con su arpón, el comandante Farragut había reconocido en el narval a un barco submarino, más peligroso que un sobrenatural cetáceo. Sí, eso debía ser, y era seguro que en todos los mares se perseguía a ese terrible in genio de destrucción. Terrible, en efecto, si, como podía su ponerse, el capitán Nemo empleara al Nautilus en una obra de venganza. ¿No habría atacado a algún navío aquella noche, en medio del océano Índico, cuando nos encerró en la celda? ¿Aquel hombre enterrado en el cementerio de cora no habría sido víctima del choque provocado por el Nautilus? Sí, lo repito, así debía ser. Eso desvelaba una parte de la misteriosa existencia del capitán Nemo. Y aunque su identidad no fuera conocida, las naciones, coaligadas contra él perseguían no ya a un ser quimérico, sino a un hombre que las odiaba implacablemente. En un momento, entreví ese pasado formidable, y me di cuenta de que en vez de encontrar amigos en ese navío que se acercaba no podríamos sino hallar enemigos sin piedad. ...
En la línea 927
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El dolor del latigazo iba desapareciendo, y Raskolnikof, olvidándose de la humillación sufrida. Una idea, vaga pero inquietante, le dominaba. Permanecía inmóvil, con la mirada fija en la lejanía. Aquel sitio le era familiar. Cuando iba a la universidad tenía la costumbre de detenerse allí, sobre todo al regresar (lo había hecho más de cien veces), para contemplar el maravilloso panorama. En aquellos momentos experimentaba una sensación imprecisa y confusa que le llenaba de asombro. Aquel cuadro esplendoroso se le mostraba frío, algo así como ciego y sordo a la agitación de la vida… Esta triste y misteriosa impresión que invariablemente recibía le desconcertaba, pero no se detenía a analizarla: siempre dejaba para más adelante la tarea de buscarle una explicación… ...
En la línea 1027
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof aceptaba en silencio estas solicitudes. Se sentía lo bastante fuerte para incorporarse, sentarse en el diván, sostener la cucharilla y la taza, e incluso andar, sin ayuda de nadie; pero, llevado de una especie de astucia, misteriosa e instintiva, se fingía débil, e incluso algo idiotizado, sin dejar de tener bien agudizados la vista y el oído. ...
En la línea 1406
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Después de reflexionar un momento, prosiguió su camino en dirección al bulevar V***. Pronto dejó la plaza y se internó en una calleja que, formando un recodo, conduce a la calle de Sadovaya. Había recorrido muchas veces aquella callejuela. Desde hacía algún tiempo, una fuerza misteriosa le impulsaba a deambular por estos lugares cuando la tristeza le dominaba, con lo que se ponía más triste aún. Esta vez entró en la callejuela inconscientemente. Llegó ante un gran edificio donde todo eran figones y establecimientos de bebidas. De ellos salían continuamente mujeres destocadas y vestidas con negligencia (como quien no ha de alejarse de su casa), y formaban grupos aquí y allá, en la acera, y especialmente al borde de las escaleras que conducían a los tugurios de mala fama del subsuelo. ...
En la línea 2605
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El hombre encorvado entró por la puerta principal de un gran edificio. Raskolnikof se acercó a él y le miró con la esperanza de que se volviera y le llamase. En efecto, cuando el desconocido estuvo en el patio, se volvió y pareció indicarle que se acercara. Raskolnikof se apresuró a franquear el portal, pero cuando llegó al patio ya no vio a nadie. Por lo tanto, el hombre de la hopalanda había tomado la primera escalera. Raskolnikof corrió tras él. Efectivamente, se oían pasos lentos y regulares a la altura del segundo piso. Aquella escalera ‑cosa extraña‑ no era desconocida para Raskolnikof. Allí estaba la ventana del rellano del primer piso. Un rayo de luna misteriosa y triste se filtraba por los cristales. Y llegó al segundo piso. ...
En la línea 988
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por la noche se supo que había salido del hotel después de una conversación misteriosa con la señorita Blanche. ...
En la línea 333
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Según avanzaba iba notando cada vez más las señales de una vida nueva. Señales foráneas de seres distintos de los que la habían habitado a lo largo del verano. Ya no se trataba de un hecho del que se percatase de forma sutil, misteriosa. Lo transmitían los pájaros, las ardillas lo comentaban, hasta la misma brisa lo comunicaba susurrando. Varias veces se detuvo a aspirar grandes bocanadas del aire fresco de la mañana, y en él leyó un mensaje que lo indujo a avanzar a grandes saltos. Lo oprimía el presentimiento de una inminente calamidad, de un desastre ya consumado; y cuando atravesó la última divisoria de aguas e inició el descenso para internarse en el valle en dirección al campamento, empezó a andar con mayores precauciones. ...
En la línea 375
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Alzo los ojos y tropiezo con la primera estrella, que, como una corroboración misteriosa de mis pensamientos me regala desde los abismos infinitos, su tembloroso beso de luz. ...
En la línea 802
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Grandes sauces se inclinaban, llorosos y desconsolados, hacia el agua, que reproducía el blando columpiar de las ramas trémulas, entre las cuales se veía el disco del sol, y sus rayos, concentrados por aquella especie de cámara obscura, herían la pupila como saetas. En un remanso del estanque, enorme macizo de malangas ostentaba su vegetación exuberante y tropical, y sus gigantescas hojas, abiertas como abanicos de tafetán verde, se mantenían inmóviles. Cisnes, patos y ánades bogaban, aquéllos con su acostumbrada fantástica suavidad, balanceando el largo cuello, éstos graznando desapaciblemente, todos con rumbo a la orilla apenas Lucía y Pilar se acercaban, -en demanda de mendrugos de pan, que engullían atragantándose y alzando al aire la cola-. La isleta y el pino que en ella crecía lanzaban a la superficie del estanque misteriosa sombra. Un haz de cañas se elevaba esbelto, y a su lado, las agudas poas sacudían su escobillón de terciopelo castaño. ...
En la línea 1027
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -No, no es eso… El médico bajó la voz más aun, engolfándose con ella en larga y misteriosa plática. ...
En la línea 1116
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y otra voz silbada y misteriosa, la voz del viento en las ramas secas del plátano, le murmuraba con prolongado susurro: ...

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