La palabra Cerrados ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cerrados.
Estadisticas de la palabra cerrados
Cerrados es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 5461 según la RAE.
Cerrados aparece de media 16.52 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la cerrados en las obras de referencia de la RAE contandose 2511 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Cerrados
Cómo se escribe cerrados o cerados?
Cómo se escribe cerrados o cerrrrados?
Cómo se escribe cerrados o cerradoz?
Cómo se escribe cerrados o serrados?
Más información sobre la palabra Cerrados en internet
Cerrados en la RAE.
Cerrados en Word Reference.
Cerrados en la wikipedia.
Sinonimos de Cerrados.
Algunas Frases de libros en las que aparece cerrados
La palabra cerrados puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1559
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sus labios tomaban un tinte violáceo y sus ojos, casi cerrados, dejaban entrever un globo empañado e inmóvil. ...
En la línea 2356
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero los cerrados ojos empezaron a poblar su densa lobreguez de puntos ígneos, que se agrandaban, formando manchas de varios colores; y las manchas, después de flotar caprichosamente, se buscaban, se amalgamaban, y otra vez veía a Pimentó aproximándose a él lentamente, con la cautela feroz de una mala bestia que fascina a su víctima. ...
En la línea 308
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El tal Luis había vuelto a Jerez hecho un hombre, después de una continua peregrinación por todas las universidades de España, buscando catedráticos de manga ancha que no tuviesen empeño en malograr futuros abogados. Su tío le había impuesto la obligación de seguir una carrera, y mientras aquél vivió, se había resignado a llevar la vida de estudiante, ajustándose a los estrechos envíos de dinero y ampliándolos con préstamos feroces, por los que firmaba a ojos cerrados cuantos papeles querían presentarle los usureros. Pero al ver al frente de la familia a su primo Pablo y próxima su mayor edad, se había negado a continuar por más tiempo la comedia de sus estudios. Era rico, no quería perder el tiempo en cosas que en nada le interesaban. Y tomando posesión de sus bienes, comenzó la libre existencia de placeres con la que había soñado en su estrecha vida de estudiante. ...
En la línea 1380
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sentíase cada vez más anonadada por el vino y el movimiento. Con los ojos cerrados y el pensamiento dando vueltas, como una rueda loca, creía estar suspendida en el vacío, en una sima lóbrega, sin otro apoyo que aquellos brazos de hombre. Si la soltaban, caería y caería sin tocar nunca el fondo: e instintivamente se agarraba a su sostén. ...
En la línea 1381
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Luis no estaba menos turbado que su pareja. Respiraba sofocado por el peso de la moza. Estremecíase con el contacto fresco y suave de sus brazos, con el perfume de hermosura sana, que parecía surgir en chorro voluptuoso del escote de su pecho. El soplo de sus labios le erizaba la epidermis del cuello, esparciendo un estremecimiento por todo su cuerpo... Cuando, abrumado por el cansancio, volvió a Mariquita a su asiento, la muchacha quedó tambaleando, pálida, con los ojos cerrados. ...
En la línea 1551
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín permanecía silencioso, la barba en el pecho y los ojos cerrados, con la inmovilidad de la muerte. Parecía un cadáver en pie. De pronto, despertó la fiera humana que se encabrita y ruge ante la desgracia. ...
En la línea 3084
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... (Nota del editor Burke.) Hablé de religión con varios maragatos, que es asunto primordial; pero «su corazón estaba endurecido; sus oídos, sordos, y sus ojos, cerrados». ...
En la línea 3258
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, apenas hubo oído dos versos que el que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan estraño como si de algún grave accidente de cuartana estuviera enferma, y, abrazándose estrechamente con Teodora, le dijo: -¡Ay señora de mi alma y de mi vida!, ¿para qué me despertastes?; que el mayor bien que la fortuna me podía hacer por ahora era tenerme cerrados los ojos y los oídos, para no ver ni oír a ese desdichado músico. ...
En la línea 5013
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero no respondía palabra don Quijote; y, sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. ...
En la línea 5538
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mirábanle todos los que presentes estaban, que eran muchos, y como le veían con media vara de cuello, más que medianamente moreno, los ojos cerrados y las barbas llenas de jabón, fue gran maravilla y mucha discreción poder disimular la risa; las doncellas de la burla tenían los ojos bajos, sin osar mirar a sus señores; a ellos les retozaba la cólera y la risa en el cuerpo, y no sabían a qué acudir: o a castigar el atrevimiento de las muchachas, o darles premio por el gusto que recibían de ver a don Quijote de aquella suerte. ...
En la línea 5946
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. ...
En la línea 467
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Lanza un grito bastante débil, parecido al ruido que se produce golpeando uno contra otros dos guijarros. Otra, un lorito pequeño (Conurus murinus), verde, de pecho gris, parece preferir a cualquiera otro objeto, para construir el nido, los grandes árboles que hay en las islas. Estos nidos están puestos unos junto a otros, en tan gran número, que sólo se ven una multitud de palitos. Esos loros viven siempre en bandadas y producen grandes estragos en los campos de trigo. Me han dicho que cerca de Colonia fueron muertos 2.500 en el transcurso de un año. Otra es un ave de cola en forma de horquilla terminada por dos largas plumas (Tyranus savana), que los españoles llaman Colade- tijeras, es muy común cerca de Buenos Aires. Suele posarse en una rama de ombú, junto a una casa; desde allí sale para perseguir a los insectos y luego vuelve a encaramarse en el mismo sitio. Su modo de volar y su aspecto general hacen que se asemeje, en absoluto, a la golondrina ordinaria; tiene la facultad de dar unos revuelos muy cerrados en el aire, y al hacerlo así, abre y cierra la cola algunas veces en un plano horizontal u oblicuo, otras en un plano vertical, como se abre y se cierra un par de tijeras. ...
En la línea 2142
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... n frecuencia se detienen y parece que se duermen, durante uno o dos minutos, con los ojos cerrados y las patas traseras extendidas sobre el ardiente suelo. ...
En la línea 2330
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Suspendidos como lo estamos en un costado de la montaña, presentan un magnífico espectáculo los profundos valles inmediatos: por otra parte, las montañas altas del centro de la isla nos ocultan en parte el cielo. Qué sublime espectáculo es ver desaparecer gradualmente la luz en estos elevados picos! Antes de acostarse el viejo taitiano se puso de rodillas y con los ojos cerrados, repitió una larga oración en su lengua materna ...
En la línea 4040
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El más pequeño lamía el cristal con éxtasis delicioso, con los ojos cerrados. ...
En la línea 9375
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Lloró con los ojos cerrados. ...
En la línea 10234
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Abrió la puerta de su casa con su llavín; entró sin hacer ruido; y a poco cerraba los ojos, metido en su lecho, por no ver la claridad acusadora que entraba por las rendijas de los balcones cerrados. ...
En la línea 10603
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Encerrada en su alcoba o en su tocador, que ya tenía algo de oratorio, sin necesidad de estímulos exteriores, perdida en las soledades del alma, de rodillas o sentada al pie de su lecho, sobre la piel de tigre, con los ojos casi siempre cerrados, gozaba la voluptuosidad dúctil de imaginar el mundo anegado en la esencia divina, hecho polvo ante ella. ...
En la línea 2402
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La impresión moral que recibió la samaritana era tan compleja, que ella misma no se daba cuenta de lo que sentía. Indudablemente su natural rudo y apasionado la llevó en el primer momento a la envidia. Aquella mujer le había quitado lo suyo, lo que, a su parecer, le pertenecía de derecho. Pero a este sentimiento mezclábase con extraña amalgama otro muy distinto y más acentuado. Era un deseo ardentísimo de parecerse a Jacinta, de ser como ella, de tener su aire, su aquel de dulzura y señorío. Porque de cuantas damas vio aquel día, ninguna le pareció a Fortunata tan señora como la de Santa Cruz, ninguna tenía tan impresa en el rostro y en los ademanes la decencia. De modo que si le propusieran a la prójima, en aquel momento, transmigrar al cuerpo de otra persona, sin vacilar y a ojos cerrados habría dicho que quería ser Jacinta. ...
En la línea 2836
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¿Pues no he de creer? Lo que me aconseja la Virgen siempre que le rezo con los ojos cerrados, es que te quiera mucho y me deje querer de ti… La tienes de tu parte, chiquillo… ¿De qué te espantas? Pues digo; yo le rezo a la Virgen y ella me protege, aunque yo sea mala. ¡Quién sabe lo que resultará de aquí, y si las cosas se volverán algún día lo que deben ser! Y si te hablo con franqueza, a veces dudo que yo sea mala… sí, tengo mis dudas. Puede que no lo sea. La conciencia se me vuelve ahora para aquí, después para allá; estoy dudando siempre, y al fin me hago este cargo: querer a quien se quiere no puede ser cosa mala. ...
En la línea 5301
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En cuanto vio venir a su sobrina, cogió de encima de la mesilla una llave enorme, que parecía la llave de un castillo, y alargándosela le dijo que subiera a la casa si quería. Las otras dos tiorras miraron a la joven con descarada curiosidad. A una de ellas la conocía Fortunata, a la otra no. Sentose un momento en una banqueta que le ofrecieron, porque estaba cansada; pero sintiéndose molesta por las preguntas impertinentes de las amigas de su tía, subió al cuarto que debía de ser su albergue… hasta sabe Dios cuándo. Aquel barrio y los sitios aquellos éranle tan familiares, que a ojos cerrados andaría por entre los cajones sin tropezar. ¿Pues y la casa? En ella, desde el portal hasta lo más alto de la escalera de piedra, veía pintada su infancia, con todos sus episodios y accidentes, como se ven pintados en la iglesia los Pasos de la Pasión y Muerte de Cristo. Cada peldaño tenía su historia, y la pollería y el cuarto entresuelo y después el segundo tenían ese revestimiento de una capa espiritual que es propio de los lugares consagrados por la religión o por la vida. «¡Las vueltas del mundo!—decía dando las de la escalera y venciendo con fatiga los peldaños—. ¡Quién me había de decir que pararía aquí otra vez!… Ahora es cuando conozco que, aunque poco, algo se me ha pegado el señorío. Miro todo esto con cariño; ¡pero me parece tan ordinario… ! Aquellas dos tiburonas… ¡qué tipos!, pues ¿y mi tía?… ». ...
En la línea 5515
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... A su lado estaba, durmiendo con plácido sueño, el recién venido personaje, cuyas precoces gracias quería mostrar a su amigo. Así lo hizo con más orgullo que vergüenza, y apartó las sábanas, dejando ver la carita sonrosada y los puños cerrados del tierno niño. ...
En la línea 763
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al cabo de mucho tiempo –no podía decir cuánto– pugnaron sus sentidos por volver a la realidad; y mientras con los ojos aún cerrados se preguntaba vagamente dónde estaba y qué le había sucedido, notó un murmullo, el repentino caer de la lluvia en el techo. Invadió su cuerpo una sensación de placidez, que al poco rato fue rudamente interrumpida por un coro de risas chillonas y de sarcásticas carcajadas. Sobresaltó al niño desagradablemente y le hizo asomar la cabeza para ver de dónde procedía la interrupción. Sus ojos vieron un cuadro repugnante y espantable. En el suelo, al otro extremo del granero, ardía una alegre fogata y en tomo de ella, fantásticamente iluminados por los rojizos resplandores, se desperezaban o se tendían en el suelo los más abigarrados grupos de bellacos harapientos y rufianes de uno o sexo que el niño hubiera de soñar o conocer en sus lecturas. Eran hombres recios y fornidos, atezados por la intemperie, de pelo largo y cubiertos de caprichosos andrajos. Había mozos de mediana estatura y rostros horribles vestidos de la misma manera; había mendigos ciegos con los ojos tapados o vendados, lisiados con piernas de palo o muletas, enfermos con purulentas llagas mal cubiertas por vendas; había un buhonero de vil traza con sus baratijas, un afilador, un calderero y un barbero cirujano con las herramientas de su oficio. Algunas de las mujeres eran niñas apenas adolescentes, otras se hallaban en la edad primaveral, otras eran brujas viejas y arrugadas; pero todas ellas gritonas, morenas y deslenguadas, todas desaliñadas y sucias. Había tres niños esmirriados y un par de perros hambrientos con cuerdas al cuello, cuyo oficio era guiar a los ciegos. ...
En la línea 2838
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los paneles que recubrían los cristales del salón estaban cerrados por precaución, ya que el casco del Nautilus podía chocar con cualquier bloque sumergido. Pasé, por tanto, aquel día ordenando mis anotaciones. Tenía la mente embargada por los recuerdos del Polo. Habíamos alcanzado ese punto inaccesible sin fatiga, sin peligro, como si nuestro vagón flotante se hubiese deslizado por los ralles del ferrocarril. El retorno comenzaba verdaderamente ahora. ¿Me reservaría aún semejantes sorpresas? Así lo creía yo, tan inagotable es la serie de maravillas submarinas. Desde que cinco meses y medio antes el azar nos había embarcado allí, habíamos recorrido catorce mil leguas, y en ese trayecto, más largo que el del ecuador terrestre, ¡cuántos curiosos o terribles incidentes habían jalonado nuestro viaje! ¡La caza en los bosques de Crespo, el encallamiento en el estrecho de Torres, el cementerio de coral, las pesquerías de Ceilán, el túnel arábigo, los fuegos de Santorin, los millones de la bahía de Vigo, la Atlántida, el Polo Sur! ...
En la línea 2684
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Pues creía haberlo dicho. Cuando he entrado hace un momento y le he visto acostado, con los ojos cerrados y fingiendo dormir, me he dicho inmediatamente: «Es él mismo.» ...
En la línea 3230
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Supongamos que ese hombre miente… Me refiero al hombre desconocido de nuestro caso particular… Supongamos que miente, y de un modo magistral. Como es lógico, espera su triunfo, cree que va a recoger los frutos de su destreza; pero, de pronto, ¡crac!, se desvanece en el lugar más comprometedor para él. Vamos a suponer que atribuye el síncope a una enfermedad que padece o a la atmósfera asfixiante de la habitación, cosa frecuente en los locales cerrados. Pues bien, no por eso deja de inspirar sospechas… Su mentira ha sido perfecta, pero no ha pensado en la naturaleza y se encuentra como cogido en una trampa. ...
En la línea 4084
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Hace un rato. ¿Y tú? ¿Desde cuándo no las has visto? Dime, te lo ruego: ¿dónde has pasado el día? He estado tres veces aquí y no he conseguido verte. Tu madre está muy enferma desde ayer. Quería verte, y aunque tu hermana ha hecho todo lo posible por retenerla, ella no ha querido escucharla. Ha dicho que si estabas enfermo, si perdías la razón, sólo tu madre podía venir en tu ayuda. Por lo tanto, nos hemos venido hacia aquí los tres, pues, como comprenderás, no podíamos dejarla venir sola, y por el camino no hemos cesado de tratar de calmarla. Cuando hemos llegado aquí, tú no estabas. Mira, aquí se ha sentado, y sentada ha estado diez minutos, mientras nosotros permanecíamos de pie ante ella. Al fin se ha levantado y ha dicho: « Si sale, no puede estar enfermo. La razón es que me ha olvidado. No me parece bien que una madre vaya a buscar a su hijo para mendigar sus caricias.» Cuando ha vuelto a su casa, ha tenido que acostarse. Ahora tiene fiebre. «Para su amiga sí que tiene tiempo», ha dicho. Se refería a Sonia Simonovna, de la que supone que es tu prometida o tu amante. No sabe si es una cosa a otra, y como yo tampoco lo sé, amigo mío, y deseaba salir de dudas, he ido en seguida a casa de esa joven… Al entrar, veo un ataúd, niños que lloran y a Sonia Simonovna probándoles vestidos de luto. Tú no estabas allí. Después de buscarte con los ojos, me he excusado, he salido y he ido a contar a Avdotia Romanovna los resultados de mis pesquisas. O sea que las suposiciones de tu madre han resultado inexactas, y puesto que no se trata de una aventura amorosa, la hipótesis más plausible es la de la locura. Pero ahora te encuentro comiendo con tanta avidez como si llevaras tres días en ayunas. Verdad es que los locos también comen, y que, además, no me has dicho ni una palabra; pero estoy seguro de que no estás loco. Eso es para mí tan indiscutible, que lo juraría a ojos cerrados. Así, que el diablo se os lleve a todos. Aquí hay un misterio, un secreto, y no estoy dispuesto a romperme la cabeza para resolver este enigma. Sólo he venido aquí ‑terminó, levantándose‑ para decirte lo que te he dicho y descargar mi conciencia. Ahora ya sé lo que tengo que hacer. ...
En la línea 4603
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La avenida estaba desierta: ni un peatón, ni un coche. Las casas bajas, de un amarillo intenso, con sus ventanas y sus postigos cerrados tenían un aspecto sucio y triste. El frío y la humedad penetraban en el cuerpo de Svidrigailof y lo estremecían. De vez en cuando veía un rótulo y lo leía detenidamente. Al fin terminó el pavimento de madera y se encontró en las cercanías de un gran edificio de piedra. Entonces vio un perro horrible que cruzaba la calzada con el rabo entre piernas. En medio de la acera, tendido de bruces, había un borracho. Lo miró un momento y continuó su camino. ...
En la línea 229
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El tren seguía su marcha retemblando, acelerándose y cuneando a veces, deteniéndose un minuto solo en las estaciones, cuyo nombre cantaba la voz gutural y melancólica de los empleados. Después de cada parada volvía, como si hubiese descansado, y con mayores bríos, a manera de corcel que siente el acicate, a devorar el camino. La diferencia de temperatura del exterior al interior del coche, empañaba con un velo de tul gris la superficie del vidrio; y el viajero, cansado quizá de fundirlo con su hálito, se dedicó nuevamente a considerara la dormida, y cediendo a involuntario sentimiento, que a él mismo le parecía ridículo, a medida que transcurrían las horas perezosas de la noche, iba impacientándole más y más, hasta casi sacarle de quicio, la regalada placidez de aquel sueño insolente, y deseaba, a pesar suyo, que la viajera se despertara, siquiera fuese tan sólo por oír algo que orientase su curiosidad. Quizá con tanta impaciencia andaba mezclada buena parte de envidia. ¡Qué apetecible y deleitoso sueño; qué calma bienhechora! Era el suelto descanso de la mocedad, de la doncellez cándida, de la conciencia serena, del temperamento rico y feliz, de la salud. Lejos de descomponerse, de adquirir ese hundimiento cadavérico, esa contracción de las comisuras labiales, esa especie de trastorno general que deja asomar al rostro, no cuidadoso ya de ajustar sus músculos a una expresión artificiosa, los roedores cuidados de la vigilia, brillaba en las facciones de Lucía la paz, que tanto cautiva y enamora en el semblante de los niños dormidos. Con todo, un punto suspiró quedito, estremeciéndose. El frío de la noche penetraba, aun cerrados los cristales, a través de las rendijas. Levantose el viajero, y sin mirar que en la rejilla había un envoltorio de mantas, abrió su propio maletín y sacó un chal escocés, peludo, de finísima lana, que delicadamente extendió sobre los pies y muslos de la dormida. Volviose ésta un poco sin despertar, y su cabeza quedó envuelta en sombra. ...
En la línea 230
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Fuera, los postes del telégrafo parecían una fila de espectros; los árboles sacudían su desmelenada cabeza, agitando ramas semejantes a brazos tendidos con desesperación pidiendo socorro; una casa surgía blanquecina, de tiempo en tiempo, aislada en el paisaje como monstruosa testa de granítica esfinge; todo confundido, vago, sin contornos, flotante y fugaz, a imitación de los torbellinos de humo de la máquina, que envolvían al tren cual envuelve a la presa el aliento de fuego de colérico dragón. Dentro del coche silencio religioso; dijérase que era un recinto encantado. El viajero corrió el transparente azul, cubriendo la lámpara; recostose en una esquina cerrados los ojos, y, estirando las piernas, las apoyó en el asiento fronterizo. Así pasaron estaciones y estaciones. Dormitaba él un poco, y después, asombrado del silencio y largo sopor de Lucía, levantábase, receloso de que la hubiese sobrecogido un síncope. Iba a ella, inclinándose, y otra vez tornaba a su rincón, habiendo percibido el ritmo acompasado del pacífico respirar de la niña. ...
En la línea 825
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía, con los ojos cerrados, mortecina la color, se recostaba en el tronco del plátano que sombreaba el banco. Cuando abrió los párpados, la sombra de sus sienes era más marcada, y su mirar vago, como de persona que vuelve en sí de un síncope. ...

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