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La palabra mirando
Cómo se escribe

la palabra mirando

La palabra Mirando ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece mirando.

Estadisticas de la palabra mirando

Mirando es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 2021 según la RAE.

Mirando tienen una frecuencia media de 4.79 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la mirando en 150 obras del castellano contandose 728 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Mirando

Cómo se escribe mirando o mirrando?

Más información sobre la palabra Mirando en internet

Mirando en la RAE.
Mirando en Word Reference.
Mirando en la wikipedia.
Sinonimos de Mirando.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece mirando

La palabra mirando puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 228
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando, en época de cosecha, contemplaba el tío Barret los cuadros de distinto cultivo en que estaban divididas sus tierras, no podía contener un sentimiento de orgullo, y mirando los altos trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda, los melones asomando el verde lomo a flor de tierra o los pimientos o tomates medio ocultos por el follaje, alababa la bondad de sus campos y los esfuerzos de todos sus antecesores al trabajarlos mejor que los demás de la huerta. ...

En la línea 315
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡A ver quién era el guapo que le hacía salir de su barraca! Y siguió trabajando, aunque con recelo, mirando ansiosamente siempre que pasaba algún desconocido por los caminos inmediatos, como quien aguarda de un momento a otro ser atacado por una gavilla de bandidos. ...

En la línea 807
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Después enrojeció con repentina rabia, mirando el pedazo de vega que se veía a través de la puerta, con sus blancas barracas y su oleaje verde, y extendiendo los brazos, gritó: «¡Pillos! ¡Pillos!» La gente menuda, asustada por el ceño del padre y los gritos de la madre, no se atrevía a comer. ...

En la línea 1234
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el señor de Llopis, un granuja de siete años, con el pantalón a media pierna, sostenido por un tirante, echábase del banco abajo y se cuadraba ante el maestro, mirando de reojo la temible caña. ...

En la línea 365
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el viejo salía al encuentro del aperador, mirando de frente, con sus ojos inmóviles, que sólo percibían la silueta de los objetos en una niebla gris, moviendo las manos y la cabeza con un temblor de vejez exhausta y agotada que le valía el apodo de _Zarandilla_. ...

En la línea 506
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y juntaba las manos con desesperación, mirando a Salvatierra y diciéndole con vehemencia infantil: --No le crea usté, zeñó; es muy malo y me dice eso por pudrirme la sangre. Por la salusita de mi mare que too es mentira... ...

En la línea 534
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las mujeres valían más que los hombres: secas, negras, angulosas, con unos pantalones varoniles bajo las faldas, doblábanse el día entero para escardar el trigo o arrancar las semillas. A veces, cuando no los vigilaban de cerca, apoderábase de ellos la indolencia de raza, el deseo de permanecer inmóviles, mirando el horizonte, sin ver nada ni pensar en nada. Pero así que presentían la proximidad del aperador, corría la voz de alarma en aquel _caló_ que era su única fuerza de resistencia, lo que les aislaba de la animadversión de los compañeros de trabajo. ...

En la línea 589
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Lenta y sentenciosamente hablaba a Salvatierra, mirando al mismo tiempo a la gente con un mohín de superioridad, acompañado de frecuentes salivazos en el suelo. ...

En la línea 532
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Durante ese tiempo, D'Ar tagnan, que no tenía nada mejor que hacer, se puso a batir una marcha contra los cristales, mirando a los mosqueteros que se iban uno tras otro, y siguiéndolos con la mirada hast a que desaparecían al vol ver la calle. ...

En la línea 605
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... , ¡oh, en cuanto a Porthos, a fe que es más divertido!Y a pesar suyo, el joven se echó a reír, mirando no obstante si aque lla risa aislada, y sin motivo a ojos de quienes le viesen reír, iba a herir a algú n viandante. ...

En la línea 1138
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Bueno! -dijo el rey, mirando su péndola-. ...

En la línea 1744
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Las nueve y veinticinco minutos! -exclamó el señor de Tréville mirando su péndola-. ...

En la línea 919
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Si hubiese huído o hubiese empleado un modo de defensa distinto del que, sin falta alguna, acostumbro a usar en tales circunstancias, el perro me hubiera mordido probablemente; lo que hice fué inclinarme hasta casi pegar la barba con las rodillas, mirando al perro fijamente en los ojos, y ocurrió, como dice John Leyden en la más hermosa balada que la «Tierra del Brezo» ha producido, «que el perro salió huyendo, como herido por un conjuro mágico». ...

En la línea 937
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En su parte oriental subsiste una torre entera; el lado Oeste, todo en ruinas, cae al borde de la colina, mirando al valle por cuyo fondo corre el arroyo ya mencionado en otra ocasión. ...

En la línea 1016
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me costó trabajo conseguir puesto; los españoles y los portugueses rara vez hacen sitio a un extraño, y como no se les pida o se los empuje, prefieren quedársele a uno mirando con expresión que parece significar: «sé muy bien lo que usted necesita, pero prefiero permanecer donde estoy.» Entonces observé por vez primera cierto cambio en el modo de hablar, menos sibilante y más gutural; para dirigirse unos a otros empleaban los interlocutores el término español de cortesía _usted_, en lugar del hinchado _vossem se_ portugués. ...

En la línea 1184
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Estás mirando el _grasti_—dijo Antonio—. ...

En la línea 493
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. ...

En la línea 514
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estábaselo con mucho sosiego mirando don Quijote, y, como lo vio caer, saltó de su caballo y con mucha ligereza se llegó a él, y, poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese; si no, que le cortaría la cabeza. ...

En la línea 737
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo: -Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. ...

En la línea 739
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. ...

En la línea 685
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un día que fuimos a tierra a la isla de Volaston nos encontramos una canoa con seis fueguenses. En verdad que nunca había yo visto criaturas más abyectas y miserables. En la costa oriental, como he dicho, llevan capas de guanaco y en la occidental se cubren con pieles de foca. En las tribus centrales los hombres no llevan más que una piel de nutria o un pedazo de piel cualquiera del tamaño de un pañuelo de bolsillo, y que apenas alcanza a cubrirles las espaldas hasta los riñones. Esta piel se anuda en el pecho con bramantes y las cambian de lugar alrededor del cuerpo según la dirección de donde sopla el viento. Pero los que venían en la canoa de que acabo de hablar, estaban completamente desnudos, incluso una mujer en plena edad que con ellos iba Caía la lluvia a torrentes, y mezclándose el agua dulce con la espuma del mar, resbalaba por el cuerpo de aquella mujer. En otra bahía, a corta distancia, vino un día cerca del barco una mujer que amamantaba a un recién nacido; y sólo por curiosidad permaneció muchísimo tiempo mirando, por más que la nieve caía en abundancia sobre su pecho desnudo y sobre la criatura. Estos desgraciados salvajes tienen el cuerpo achaparrado, el rostro deforme, cubierto de pintura blanca, la piel sucia y grasienta, los cabellos apelmazados, la voz discordante y los gestos violentos. Cuando se los ve cuesta trabajo ...

En la línea 1228
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Muchas especies de petreles frecuentan estos mares meridionales; la más grande Procellaria gigantea (el quebrantahuesos de los españoles) se encuentra lo mismo en los brazos de mar que separan las distintas islas, que en alta mar. parece mucho al albatros, tanto por sus costumbres como por su modo de volar; también como el albatros, puede estársele mirando muchas horas sin descubrir de qué se alimenta; sin embargo es muy voraz ...

En la línea 3033
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... mirando el talento empleado para obtener estos resultados con tan pocos medios, no puedo por menos de sentir al mismo tiempo la inutilidad de todo esto ...

En la línea 1096
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La respiración de la Regenta era fuerte, frecuente; su nariz palpitaba ensanchándose, sus ojos tenían fulgores de fiebre y estaban clavados en la pared, mirando la sombra sinuosa de su cuerpo ceñido por la manta de colores. ...

En la línea 2394
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El socio, que había de ser nuevo necesariamente para andar en tales pretensiones, podía entretenerse mientras tanto mirando el mapa de Rusia y Turquía y el Padre nuestro en grabados, que adornaban las paredes de aquel centro de instrucción y recreo. ...

En la línea 2997
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Bah! Don Álvaro sonrió, mirando con cariño paternal a Paco. ...

En la línea 4462
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Así estuvo mucho tiempo, mirando las tinieblas de fuera, abstraída en su dolor, sueltas las riendas de la voluntad, como las del pensamiento que iba y venía, sin saber por dónde, a merced de impulsos de que no tenía conciencia. ...

En la línea 1089
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Muchos dejaron de hablar a su vecino para enterarse de lo que decían estas damas vehementes en alta voz. Las más de ellas habían olvidado el italiano y se expresaban en español. Todos los de la mesa lo entenderían. El mismo cardenal había vivido varios años como nuncio del Papa en una República de la América del Sur. Seguía sonriendo de un modo enigmático, mirando a unos y a otros mientras hablaban, sin que nadie pudiese traslucir su pensamiento. ...

En la línea 1667
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al levantar Borja su cara pálida y sonriente, vio a Enciso en la puerta, mirando a lo alto con devota expresión. Movía la cabeza y hablaba al mismo tiempo con cierta incoherencia para los demás. ...

En la línea 1740
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y ponía fin al cortejo don Michelotto, la espada en la diestra, mirando a un lado y otro con agresiva inquietud, seguido de sus hombres de confianza que abandonaban a Roma de mal talante, como una jauría silenciosa pronta a ladrar y morder al menor incidente. ...

En la línea 124
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Solo entonces se dio cuenta de que alrededor de la otra muñeca, así como en torno de sus tobillos, debía tener amarrados unos filamentos semejantes. Tendido de espaldas como estaba y mirando a lo alto, alcanzó a ver otros tres aeroplanos en forma de animales fantásticos, que se mantenían inmóviles al extremo de otros tantos hilos de plata, a una altura de pocos metros. Comprendió que todo movimiento que hiciese para levantarse daría por resultado un tirón doloroso semejante al que había sufrido. Era un esclavo de los extraños habitantes de esta tierra, y debía esperar sus decisiones, sin permitirse ningún acto voluntario. ...

En la línea 261
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los guerreros de la Guardia gubernamental, hermosas amazonas de aire desenvuelto y gallardo, defendían el acceso a las habitaciones reservadas o se paseaban en grupos por el patio al quedar libres de servicio. Estos militares privilegiados, que gozaban la categoría de oficiales, pertenecían a las primeras familias de la capital. Iban vestidos de la garganta a los pies con un traje muy ceñido y cubierto de escamas de plata. Su casquete, del mismo metal, estaba rematado por un ave quimérica. Apoyaban la mano izquierda en la empuñadura de su espada, mirando a todas partes con una insolencia de vencedores, o se inclinaban galantemente ante las familias de los altos personajes que iban llegando para la ceremonia. Algunas mamás, severas y malhumoradas, encontraban atrevida la expresión de sus ojos. Otras matronas, cuya barba empezaba a poblarse de canas, quedaban pensativas y melancólicas a la vista de estos hermosos guerreros, que parecían despertar sus recuerdos. Las señoritas que ya estaban en edad de afeitarse fingían rubor ante sus miradas audaces; pero las que no se veían objeto de la belicosa admiración se mostraban nerviosas, envidiando a sus compañeras. ...

En la línea 333
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los cinco gobernantes, obedeciendo a la ley que reglamentaba las ceremonias públicas, iban vestidos con un lujo deslumbrador. Se envolvían en mantos bordados de oro, y sobre sus cabezas llevaban unas tiaras del mismo metal con adornos de piedras preciosas. Querían imitar el esplendor de los últimos emperadores del país, para que el pueblo se convenciese de que los elegidos de la República no eran menos importantes que los antiguos déspotas. Bajo su uniforme esplendoroso los cinco afectaron una actitud de hipócrita indiferencia, mirando sin expresión alguna la máquina que acababa de entrar en el patio. El rector Momaren también hizo un gesto igual, y hasta Gurdilo permaneció inmóvil, imitando la actitud del odiado gobierno. Todos fingían no conocer el mecanismo de acero ni sentir interés por averiguar su uso. ...

En la línea 381
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Gentleman -dijo-, hoy no vengo como amigo ni como administrador de su vida material. El gobierno me envía para que ilustre su entendimiento, y he creído del caso vestir mis mejores ropas universitarias y traer lo necesario para una buena explicación. Ocupó solemnemente su pequeña poltrona, ordenó sobre la mesita los montones de libros y quedó mirando el rostro gigantesco de su amigo, que solo estaba a un metro de distancia de ella. ...

En la línea 349
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «¡Y yo tan estúpido que no conocí tu mérito!, ¡yo que te estaba mirando todos los días, como mira el burro la flor sin atreverse a comérsela! ¡Y me comí el cardo!… ¡Oh!, perdón, perdón… Estaba ciego, encanallado; era yo muy cañí… esto quiere decir gitano, vida mía. El vicio y la grosería habían puesto una costra en mi corazón… llamémosle garlochín… Jacintilla, no me mires así. Esto que te digo es la pura verdad. Si te miento, que me quede muerto ahora mismo. Todas mis faltas las veo claras esta noche. No sé lo que me pasa; estoy como inspirado… tengo más espíritu, créetelo… te quiero más, cielito, paloma, y te voy a hacer un altar de oro para adorarte». ...

En la línea 352
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta no sabía qué hacer. Uno y otro se estuvieron mirando breve rato, los ojos clavados en los ojos, hasta que Juan dijo en voz queda: ...

En la línea 428
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las de Santa Cruz no llamaban la atención en el teatro, y si alguna mirada caía sobre el palco era para las pollas colocadas en primer término con simetría de escaparate. Barbarita solía ponerse en primera fila para echar los gemelos en redondo y poder contarle a Baldomero algo más que cosas de decoraciones y del argumento de la ópera. Las dos hermanas casadas, Candelaria y Benigna, iban alguna vez, Jacinta casi siempre; pero se divertía muy poco. Aquella mujer mimada por Dios, que la puso rodeada de ternura y bienandanzas en el lugar más sano, hermoso y tranquilo de este valle de lágrimas, solía decir en tono quejumbroso que no tenía gusto para nada. La envidiada de todos, envidiaba a cualquier mujer pobre y descalza que pasase por la calle con un mamón en brazos liado en trapos. Se le iban los ojos tras de la infancia en cualquier forma que se le presentara, ya fuesen los niños ricos, vestidos de marineros y conducidos por la institutriz inglesa, ya los mocosos pobres, envueltos en bayeta amarilla, sucios, con caspa en la cabeza y en la mano un pedazo de pan lamido. No aspiraba ella a tener uno solo, sino que quería verse rodeada de una serie, desde el pillín de cinco años, hablador y travieso, hasta el rorró de meses que no hace más que reír como un bobo, tragar leche y apretar los puños. Su desconsuelo se manifestaba a cada instante, ya cuando encontraba una bandada que iba al colegio, con sus pizarras al hombro y el lío de libros llenos de mugre, ya cuando le salía al paso algún precoz mendigo cubierto de andrajos, mostrando para excitar la compasión sus carnes sin abrigo y los pies descalzos, llenos de sabañones. Pues como viera los alumnos de la Escuela Pía, con su uniforme galonado y sus guantes, tan limpios y bien puestos que parecían caballeros chiquitos, se los comía con los ojos. Las niñas vestidas de rosa o celeste que juegan a la rueda en el Prado y que parecen flores vivas que se han caído de los árboles; las pobrecitas que envuelven su cabeza en una toquilla agujereada; los que hacen sus primeros pinitos en la puerta de una tienda agarrándose a la pared; los que chupan el seno de sus madres mirando por el rabo del ojo a la persona que se acerca a curiosear; los pilletes que enredan en las calles o en el solar vacío arrojándose piedras y rompiéndose la ropa para desesperación de las madres; las nenas que en Carnaval se visten de chulas y se contonean con la mano clavada en la cintura; las que piden para la Cruz de Mayo; los talluditos que usan ya bastón y ganan premios en los colegios, y los que en las funciones de teatro por la tarde sueltan el grito en la escena más interesante, distrayendo a los actores y enfureciendo al público… todos, en una palabra, le interesaban igualmente. ...

En la línea 436
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El portero prestó atención; después se puso de cuatro pies, mirando a su ama con semblante de marrullería y jovialidad. ...

En la línea 146
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El pobre Tom avanzó lentamente entre los grupos de personajes que lo saludaban, tratando de contestarles y mirando humildemente el extraño cuadro con asombrados y patéticos ojos. Lo flanqueaban dos nobles que lo hacían apoyarse en ellos y así afirmaban sus pasos. En pos del niño venían los médicos de la corte y algunos criados. ...

En la línea 584
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom se quedó mirando al muchacho y diciéndose: ...

En la línea 838
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Que no mendigarás! –exclamó Hugo mirando al rey con sorpresa–. Pero dime, ¿desde cuándo te has reformado? ...

En la línea 964
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Después de largo tiempo, el viejo, que seguía aún mirando, aunque sin ver, pues su mente había caído en una abstracción soñolienta, observó de pronta que los ojos del niño estaban abiertos, y se fijaban con helado terror en el cuchillo. Una sonrisa de diablo satisfecho asomó al rostro del ermitaño, que dijo sin cambiar de actitud ni de ocupación: ...

En la línea 475
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Al servirle la comida su fiel Liduvina se le quedó mirando. ...

En la línea 543
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Al llegar a esta conclusión de que él era otro, la moza a que seguía entró en una casa. Augusto se quedó parado, mirando a la casa. Y entonces se dio cuenta de que la había venido siguiendo. Recapacitó que había salido para ir al Casino y emprendió el camino de este. Y proseguía: ...

En la línea 549
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Arrancóle del soliloquio un estallido de goce que parecía brotar de la serenidad del cielo. Un par de muchachas reían junto a él, y era su risa como el gorjeo de dos pájaros en una enramada de flores. Clavó un momento sus ojos sedientos de hermosura en aquella pareja de mozas, y apareciéronsele como un solo cuerpo geminado. Iban cogidas de bracete. Y a él le entraron furiosas ganas de detenerlas, coger a cada una de un brazo a irse así, en medio de ellas, mirando al cielo, adonde el viento de la vida los llevara. ...

En la línea 802
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Augusto callaba mirando al suelo. Iban por la Alameda. ...

En la línea 273
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Varias horas estuvo tendido bajo la areca, mirando sombrío las olas que iban a morir casi a sus pies. Sus ojos parecían buscar bajo las aguas los cascos deshechos de sus barcos o los cadáveres de sus desgraciados marineros. ...

En la línea 721
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán, con los brazos cruzados, seguía mirando hacia el Este, hacia la casa de la Perla de Labuán. ...

En la línea 728
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sentado en la popa iba Sandokán, con los ojos fijos en Labuán, que poco a poco se desvanecía entre las tinieblas. Giro Batol, sentado en la proa, feliz y sonriente, charlaba por diez mirando hacia el oeste, hacia el lugar donde debía aparecer la formidable isla de Mompracem. ...

En la línea 748
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Permaneció callado mirando con atención al enemigo. Después dijo: ...

En la línea 2020
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ned Land continuaba mirando, con los ojos brillantes de codicia. Su mano parecía dispuesta al manejo del arpón. Se hubiese dicho que esperaba el momento de lanzarse al mar para atacarlo en su elemento. ...

En la línea 2628
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -A cada cual sus armas -dijo el capitán, mirando fijamente a Ned Land. ...

En la línea 2742
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¿Cree que se mostrará el sol a través de esta bruma? -le pregunté, mirando al cielo grisáceo. ...

En la línea 2762
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Busqué al capitán Nemo y le hallé apoyado en una roca, silencioso y mirando el cielo. Parecía impaciente y contrariado. Pero ¿qué podía hacerse? El sol no obedecía como el mar a aquel hombre audaz y poderoso. ...

En la línea 44
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Al mismo tiempo se abrazó a sí mismo con ambos brazos, como si quisiera impedir la dispersión de su propio cuerpo, y se dirigió cojeando hacia la cerca de poca elevación de la iglesia. Cuando se marchaba, pasando por entre las ortigas y por entre las zarzas que rodeaban los verdes montículos, iba mirando, según pareció a mis infantiles ojos, como si quisiera eludir las manos de los muertos que asomaran cautelosamente de las tumbas para agarrarlo por el tobillo y meterlo en las sepulturas. ...

En la línea 56
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... —Se ha emborrachado - dijo Joe -. Y levantándose, agarró a « Thickler » y salió. Esto es lo que ha hecho - añadió removiendo con un hierro el fuego por entre la reja y mirando a las brasas -. Y así salió, Pip. ...

En la línea 106
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¡Oh! - exclamé mirando a Joe -. ¿De los Pontones? ...

En la línea 225
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Continué agarrado, mientras la señora Joe y su marido acudían a él. Ignoraba cómo pude hacerlo, pero sin duda alguna le había asesinado. En mi espantosa situación me sirvió de alivio ver que lo traían otra vez a la cocina y que él, mirando a los demás como si le hubiesen contradecido, se dejaba caer en la silla exclamando: ...

En la línea 125
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se dio un puñetazo en la cabeza, apretó los dientes, cerró los ojos y se acodó en la mesa pesadamente. Poco después, su semblante se transformó y, mirando a Raskolnikof con una especie de malicia intencionada, de cinismo fingido, se echó a reír y exclamó: ...

En la línea 262
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Dirigió una rápida mirada en torno de él como si buscase algo. Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco. Estaba en aquel momento en el bulevar K***, y el banco se ofreció a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Aceleró el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrió una pequeña aventura que absorbió su atención durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtió que a unos veinte pasos delante de él había una mujer a la que empezó por no prestar más atención que a todas las demás cosas que había visto hasta aquel momento en su camino. ¡Cuántas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que había recorrido! Incluso se había acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer había algo extraño que sorprendía desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atención de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrió contra su voluntad e incluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresión que le había dominado empezó a cobrar una fuerza creciente. De súbito le acometió el deseo de descubrir lo que hacia tan extraña a aquella mujer. ...

En la línea 310
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «¡Pobre muchacha! ‑se dijo mirando el pico del banco donde había estado sentada‑. Cuando vuelva en sí, llorará y su madre se enterará de todo. Primero, su madre le pegará, después la azotará cruelmente, como a un ser vil, y acto seguido, a lo mejor, la echará a la calle. Aunque no la eche, una Daría Frantzevna cualquiera acabará por olfatear la presa, y ya tenemos a la pobre muchacha rodando de un lado a otro… Después el hospital (así ocurre siempre a las que tienen madres honestas y se ven obligadas a hacer las cosas discretamente), y después… después… otra vez al hospital. Dos o tres años de esta vida, y ya es un ser acabado; sí, a los dieciocho o diecinueve años, ya es una mujer agotada… ¡Cuántas he visto así! ¡Cuántas han llegado a eso! Sí, todas empiezan como ésta… Pero ¡qué me importa a mí! Un tanto por ciento al año ha de terminar así y desaparecer. Dios sabe dónde… , en el infierno, sin duda, para garantizar la tranquilidad de los demás… ¡Un tanto por ciento! ¡Qué expresiones tan finas, tan tranquilizadoras, tan técnicas, emplea la gente… ! Un tanto por ciento; no hay, pues, razón, para inquietarse… Si se dijera de otro modo, la cosa cambiaria… , la preocupación sería mayor… ...

En la línea 420
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Qué miedo le tiene a Alena Ivanovna! ‑exclamó la esposa del comerciante, que era una mujer de gran desenvoltura y voz chillona‑. Cuando la veo ponerse así, me parece estar mirando a una niña pequeña. Al fin y al cabo, esa mujer que la tiene en un puño no es más que su medio hermana. ...

En la línea 648
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La abuela, al principio, estuvo mirando a los puntos. Me hacia en voz baja breves preguntas: “¿Quién es ése? ¿Y aquél? …” Se interesó especialmente por un joven que, al extremo de la mesa, jugaba fuerte y habla ganado, según se decía, cuarenta mil francos que tenía amontonados ante él en oro y billetes. ...

En la línea 756
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Yo estaba allí mirando a nuestra buena señora —balbuceaba Marta—, y dije a Potapytch: “¿Qué va a hacer nuestra señora… ?” ¡Y cuánto dinero, cuánto dinero había sobre la mesa, Señor! En mi vida había visto tanto… y en torno nada más que señores sentados. “¿De dónde vienen todos esos señores, Potapytch? —preguntaba. ¡Que la Virgen la ayude!” Rogaba por usted nuestra señora, y mi corazón languidecía y temblaba toda… “¡ Señor, hacedla ganar!”, imploraba, y el Señor la ha protegido. Desde entonces, tiemblo todavía, nuestra buena señora, toda yo estoy temblando. ...

En la línea 786
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Y entonces —intervino el general—, entonces usted habrá ocasionado la ruina de toda la familia. Yo y mi familia, nosotros… somos los herederos más próximos. Debo decirle claramente, con franqueza absoluta: mis asuntos van mal, muy mal. Usted sabe algo de ello… Si pierde una suma importante o desgraciadamente toda su fortuna, ¿qué será de mis hijos? —el general miró a Des Grieux—, ¡y de mí! —repitió mirando a la señorita Blanche, que se encogió de hombros desdeñosamente—. ¡Alexei Ivanovitch, sálvenos, sálvenos … ! ...

En la línea 483
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Jean Valjean echó a correr. Siguió a la suerte un camino mirando, llamando y gritando; pero no encontró a nadie. Al fin se detuvo. La luna había salido. Paseó su mirada a lo lejos, y gritó por última vez: ...

En la línea 572
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Una tarde de la primavera de 1818, una mujer de aspecto poco agradable se hallaba sentada frente a la puerta de la taberna, mirando jugar a sus dos pequeñas hijas, una de pelo castaño, la otra morena, una de unos dos años y medio, la otra de un año y medio. ...

En la línea 728
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Y mirando fijamente al señor Magdalena, continuó recalcando cada una de las palabras que pronunciaba: ...

En la línea 884
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al día siguiente, hacia el mediodía, despertó y vio al señor Magdalena de pie a su lado mirando algo por encima de su cabeza. Siguió la dirección de esa mirada llena de angustia y de súplica, y vio que estaba fija en un crucifijo clavado a la pared. ...

En la línea 343
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Y tan bien lo hizo que al cabo de media hora los lobos se retiraron, frustrados. Estaban todos con la lengua fuera y los colmillos blancos de luz de luna. Unos yacían en el suelo con la cabeza levantada y las orejas tiesas, otros estaban de pie mirando a Buck; y otros bebían agua en la laguna. Un lobo largo, flaco y gris se adelantó cautelosamente en actitud amistosa, y Buck lo reconoció como el hermano salvaje con el que había corrido durante un día y una noche. Gruñía suavemente, y cuando Buck hizo otro tanto, se frotaron los hocicos. ...

En la línea 344
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Entonces se acercó un lobo viejo, descarnado y cubierto de cicatrices de mil batallas. Buck contrajo los labios anticipando un gruñido, pero se olisquearon el hocico el uno al otro. Después, el lobo viejo se sentó y, mirando a la luna, soltó el prolongado aullido. Los demás se sentaron y aullaron a su vez. Y entonces la llamada le llegó a Buck con acentos inconfundibles. También él se sentó y aulló. Pasado lo cual, abandonó su posición y la manada se aglomeró a su alrededor olisqueando de un modo entre amistoso y salvaje. Los jefes emitieron el ladrido de marcha de la manada y partieron velozmente hacia el bosque. Los demás partieron detrás, ladrando a coro. Y Buck se puso a correr con ellos, al lado del hermano salvaje, ladrando él también. ...

En la línea 368
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Con frecuencia se acerca a la gran poltrona de mimbre en que yo reposo mirando el mar, el cielo, las montañas, desde la sonriente terraza de nuestra villa y me da un beso. ...

En la línea 358
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y mirando a Lucía y dándose una razonable puñada en la frente, gritó de pronto Sardiola: ...

En la línea 438
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Permaneció Artegui un rato indeciso, de pie en mitad de la estancia, mirando a la niña, que sin duda se estaba sorbiendo las lágrimas silenciosamente. Al fin se acercó a ella, y hablándole casi al oído: ...

En la línea 490
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Ay, qué gusto es saber todo esto! En el colegio no nos enseñan ni jota de esas cosas, y se reía de mí Doña Romualda cuando le dije que iba a preguntarle al Padre Urtazu (que siempre está mirando al cielo con un catalejo muy largo) lo que son las estrellas y el sol y la luna. ...

En la línea 499
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Cuál? -interrogó la niña curiosamente, mirando, a la vaga luz de los astros, el rostro descolorido de Artegui. ...

En la línea 860
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¡Sí! Era un asombro diario para Picaporte, que leía tanto agradecimiento hacia su amo en los ojos de la hermosa joven! ¡Decididamente, Phileas Fogg sólo tenía corazón bastante para conducirse con heroísmo, pero no con amor, no! En cuanto a las preocupaciones que los azares del viaje podían causarle, no daba indicio ninguno de ellas. Pero Picaporte vivía en continua angustia. Apoyado un día en el pasamanos de la máquina, estaba mirando cómo de vez en cuando precipitaba éste su movimiento, cuando la hélice salió de punta fuera de las olas por un violento cabeceo, escapándose el vapor por las válvulas, lo cual provocó las iras de tan digno mozo. ...

En la línea 905
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se dirigió con las manos metidas en los bolsillos hacia el puerto Victoria, mirando los palanquines, las carretillas de vela, todavía usadas en el celeste Imperio, y toda aquella muchedumbre de chinos, japoneses y europeos que se apiñaban en las calles. Con poca diferencia, aquello era todavía muy parecido a Bombay, Calcuta o Singapore. Hay como un rastro de ciudades inglesas así alrededor del mundo. ...

En la línea 1183
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se detuvo paseando durante algunas horas entre aquella muchedumbre abigarrada, mirando también las curiosas y opulentas tiendas, los bazares en que se aglomeraba todo el oropel de la platería japonesa, los restaurantes, adornados con banderolas y banderas, en los cuales estaba prohibido entrar y esas casas de té, donde se bebe, a tazas llenas, el agua odorífera con el sakí, licor sacado del arroz fermentado, y esos confortables fumaderos, donde se aspira un tabaco muy fino, y no por el opio, cuyo uso es casi desconocido en el Japón. ...

En la línea 1281
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Cuando Picaporte acabó, se encontró más tranquilo y como aliviado, Fix se levantó en bastante mal estado, y mirando a su adversario, le dijo con frialdad: ...


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