La palabra Estuviese ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece estuviese.
Estadisticas de la palabra estuviese
Estuviese es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 8006 según la RAE.
Estuviese aparece de media 10.28 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la estuviese en las obras de referencia de la RAE contandose 1563 apariciones .

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece estuviese
La palabra estuviese puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1547
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Comió toda la familia, y era tal la fiebre de la novedad, el entusiasmo por la adquisición, que varias veces Batistet y los pequeños escaparon de la mesa para ir a echar una mirada al establo, como si temiesen que al caballo le hubieran salido alas y ya no estuviese allí. ...
En la línea 1958
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Desde allí hasta el techo, todas las paredes estaban dedicadas al sublime arte de la pintura, pues Copa, aunque parecía hombre burdo, atento únicamente a que por la noche estuviese lleno el cajón de su mostrador, era un verdadero mecenas. ...
En la línea 1980
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todo era asunto de cerrar una hora antes la taberna; pero dentro de ella jamás tendría la Justicia quehacer alguno mientras estuviese él detrás del mostrador. ...
En la línea 1986
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Toda esta gente, comiendo, bebiendo y gesticulando, levantaba el mismo rumor que si la plazoleta estuviese ocupada por un avispero enorme, y en el ambiente flotaban vapores de alcohol, un vaho asfixiante de aceite frito y el penetrante olor del mosto, mezclándose con el perfume de los campos vecinos. ...
En la línea 914
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pululaba en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloraban de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz aguardentosa se encogían como fieras en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan, miraban los balcones iluminados de los palacios o seguían el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salían de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repetía en sus oídos, que zumbaban de debilidad: «No esperéis nada. ¡Cristo ha muerto!» El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, pan!» le decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: «¡Cristo ha muerto!» Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto!» Sí; bien muerto estaba. Su vida no había servido para aliviar uno solo de los males que afligen a los humanos. En cambio, había causado a los pobres un daño incalculable predicándoles la humildad, infiltrando en sus espíritus la sumisión, la creencia del premio en un mundo mejor. El envilecimiento de la limosna y la esperanza de justicia ultraterrena habían conservado a los infelices en su miseria por miles de años. Los que viven a la sombra de la injusticia, por mucho que adorasen al Crucificado, no le agradecerían bastante sus oficios de guardián durante diecinueve siglos. ...
En la línea 1157
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Juanón hablaba de velar con algunos compañeros a la muerta hasta la mañana siguiente. La familia podía dormir mientras tanto fuera de la gañanía, que bien necesitada estaba de ello. Pero la vieja gitana protestó. No quería que el cadáver estuviese más tiempo en Matanzuela. A Jerez en seguida. Lo llevarían en un carro, en un borrico, a hombros, si era preciso, entre ella y sus hijos. ...
En la línea 1724
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero fue inútil buscarle. El _Madrileño_ había desaparecido en la dispersión, se había ocultado en las callejuelas al sonar los disparos, como todos los que conocían la ciudad. Sólo quedaban al lado de Juanón los que eran de la sierra y marchaban a tientas por las calles, asombrados de ir de un lado a otro, sin ver a nadie, como si la ciudad estuviese deshabitada. ...
En la línea 1279
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En efecto, cuatro hombres como ellos, cuatro hombres consagrados unos a otros desde la bolsa hasta la vida, cuatro hombres apoyándose siempre, sin retroceder nunca, ejecutando aisladamente o juntos las resoluciones adoptadas en común: cuatro brazos amenazando los cuatro puntos cardinales o volviéndose hacia un solo punto debían inevitablemente, bien de modo subterráneo, bien a la luz, bien a cara descubierta, bien mediante labor de zapa, bien por la astucia, bien por la fuerza, abrirse camino hacia la meta que quisieran alcanzar, por más prohibida o alejada que estuviese. ...
En la línea 1861
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y no sabíais que estuviese habitada por un joven?-No. ...
En la línea 2803
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Más de una vez el rey había sido humillado porque el cardenal -cuya policía, sin haber alcanzado la perfección de la policía moderna, era excelente -estuviese mejor informado que él mismo de lo que pasaba en su propio matrimonio. ...
En la línea 4173
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan no había citado a su lacayo más que a las seis de la mañana y, estuviese donde estuviese, estaba en su derecho. ...
En la línea 3197
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La noche era aún más obscura, de suerte que no se podía distinguir cosa alguna, por muy próxima que estuviese. ...
En la línea 3374
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ante la gran demanda que hubo me apesadumbró que mi repuesto de libros estuviese exhausto; si hubiera podido reponerlo, se habrían vendido cuatro veces más libros en los pocos días que permanecí en Lugo. ...
En la línea 4466
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —Eso me han dicho, y no ha sido poca suerte para ese _bribón_ que no estuviese yo en Ribadeo cuando ocurrió el suceso a que alude su merced. ...
En la línea 4539
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... _¡Vaya!_ Nunca he visto una ermita que no estuviese cerca de algún pueblo rico, o que no fuese un sitio frecuentado por todos los vagos de los alrededores. ...
En la línea 198
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón natural de Toledo que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que dondequiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. ...
En la línea 483
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte. ...
En la línea 489
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Por otra parte, me parecía que, pues entre sus libros se habían hallado tan modernos como Desengaño de celos y Ninfas y Pastores de Henares, que también su historia debía de ser moderna; y que, ya que no estuviese escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de las a ella circunvecinas. ...
En la línea 712
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Eso no puede ser -respondió don Quijote-: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo, y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón. ...
En la línea 1320
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... r la mañana seguramente no podía encontrarme en mis piernas un pedazo del tamaño de una peseta que no estuviese cubierto de picaduras. ...
En la línea 1576
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... A la misma causa atribuyo la extraordinaria facilidad con que la electricidad se desarrolla en estos parajes. camiseta de franela, frotada en la oscuridad brilla como si estuviese barnizada de fósforo; los pelos de los perros se erizan y crugen; hasta las telas y correas de nuestro equipaje echan chispas cuando las tocamos. ...
En la línea 1721
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... davía hoy (1835), se oyen contar en todas partes los fracasos de los cazadores, y sobre todo los de un hombre que se había llevado una estatua de la Virgen María y que después había vuelto al año siguiente por la de San José, diciendo que no convenía que la esposa estuviese separada de su marido. comido en Coquimbo con una señora anciana que se admiraba de haber vivido bastante tiempo para haber llegado a sentarse a la mesa con un inglés; pues recordaba perfectamente que, por dos veces, siendo niña, al solo grito de «¡los ingleses!» todos los habitantes se habían refugiado en las montañas, llevándose los objetos más preciados. ...
En la línea 2138
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... ra dar idea de su abundancia diré que durante nuestra estancia en la isla James, nos costó muchísimo trabajo encontrar, para situar nuestra tienda, un punto que no estuviese lleno de sus madrigueras. mismo que sus primos de la especie marina, son animales muy feos; la parte baja del vientre es amarillo anaranjada y el dorso rojo-parduzco; el ángulo facial, extremadamente pequeño, les da aspecto de gran estupidez ...
En la línea 4133
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La cuestión era que la máquina estuviese preparada. ...
En la línea 4468
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si por casualidad estuviese en el balcón. ...
En la línea 4469
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No estará, es casi seguro, pero ¿si estuviese?. ...
En la línea 4473
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El caso era que, por casualidad, estuviese en el balcón. ...
En la línea 128
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creía haber visto con sus ojos dicho edificio, donde llevaba viviendo cerca de cuarenta años el canónigo. Los salones olían a humedad. No quedaba techo ni pared que no estuviese rayado por las serpentinas rendijas del agrietamiento. Los pisos temblaban con un eco inquietante bajo los pasos. De los techos llovía yeso cada vez que pasaba un vehículo cargado por la inmediata calle. ...
En la línea 224
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Dentro de los salones del Casino se mostró nervioso y ruborizado, cual si estuviese cometiendo una mala acción. En vano le señaló su sobrino &u grupo de clérigos portugueses que venían de Roma o se encaminaban a ella. Casi todos los que iban en peregrinación a ver al Papa hacían alto unas horas para conocer este Casino de Montecarlo, famoso en el mundo entero, y arriesgar algunas monedas sobre las mesas verdes. Don Baltasar dudó en el primer momento de la autenticidad de sus compañeros portugueses. ...
En la línea 549
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Lo recibió como un hijo el ilustre Bustamante, en su palacio de la plaza de España. Toda su familia parecía haber pasado la existencia entera en este edificio destinado a los embajadores españoles acreditados cerca del Papa. Doña Nati se movía dentro de él como si estuviese en su casa paterna. ...
En la línea 551
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La cuñada del embajador fue la única que, en ciertos momentos, por una agresividad irresistible, mostró Intención de recordar a la dama sudamericana, tan aborrecida por ella en otros tiempos. Pero inmediatamente desistía de sus propósitos la viuda de Gamboa, aunque no estuviese presente su ilustre cuñado para llamarla a la prudencia con significativos carraspeos y movimientos de párpados. Estela, por su parte, sentíase tan contenta de ver a Claudio, que para conservar este gozo se abstuvo de preguntarle qué había hecho durante tan largo apartamiento. ...
En la línea 448
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... ¡Qué envidia siento al pensar en las mujeres que presenciaron la más estupenda de las revoluciones! ¡Cuánto me hubiese gustado ver lo que vio mi madre, que era entonces una niña!… Las muchachas más valerosas, acostumbradas a los deportes, montaron una mañana en varios aeroplanos, volando sobre toda la extensión del país. Cada avión llevaba un aparato de los inventados por la sabia providencial. Eran a la vista unas simples cajas de las que salían varios chorros de humo tenue y negro. Estas mangas, al descender del avión, iban pasando sobre la superficie de la tierra, y toda materia inflamable que tocaban, aunque estuviese defendida por paredes u oculta bajo el suelo, hacia explosión inmediatamente. Así, en unas cuantas horas volaron todos los arsenales, polvorines y depósitos de municiones existentes en nuestro país. ...
En la línea 819
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A pesar de este tono de queja, se notaba en su voz y en sus ojos una expresión adorativa, como si estuviese dispuesta a sufrir nuevos terrores a cambio de contemplar la majestuosa autoridad que ejercía su amigo sobre una selva donde habían temblado de emoción tantos cazadores valerosos. ...
En la línea 174
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La boda se verificó en Mayo del 71. Dijo D. Baldomero con muy buen juicio que pues era costumbre que se largaran los novios, acabadita de recibir la bendición, a correrla por esos mundos, no comprendía fuese de rigor el paseo por Francia o por Italia, habiendo en España tantos lugares dignos de ser vistos. Él y Barbarita no habían ido ni siquiera a Chamberí, porque en su tiempo los novios se quedaban donde estaban, y el único español que se permitía viajar era el duque de Osuna, D. Pedro. ¡Qué diferencia de tiempos!… Y ahora, hasta Periquillo Redondo, el que tiene el bazar de corbatas al aire libre en la esquina de la casa de Correos había hecho su viajecito a París… Juanito se manifestó enteramente conforme con su papá, y recibida la bendición nupcial, verificado el almuerzo en familia sin aparato alguno a causa del luto, sin ninguna cosa notable como no fuera un conato de brindis de Estupiñá, cuya boca tapó Barbarita a la primera palabra; dadas las despedidas, con sus lágrimas y besuqueos correspondientes, marido y mujer se fueron a la estación. La primera etapa de su viaje fue Burgos, a donde llegaron a las tres de la mañana, felices y locuaces, riéndose de todo, del frío y de la oscuridad. En el alma de Jacinta, no obstante, las alegrías no excluían un cierto miedo, que a veces era terror. El ruido del ómnibus sobre el desigual piso de las calles, la subida a la fonda por angosta escalera, el aposento y sus muebles de mal gusto, mezcla de desechos de ciudad y de lujos de aldea, aumentaron aquel frío invencible y aquella pavorosa expectación que la hacían estremecer. ¡Y tantísimo como quería a su marido!… ¿Cómo compaginar dos deseos tan diferentes; que su marido se apartase de ella y que estuviese cerca? Porque la idea de que se pudiera ir, dejándola sola, era como la muerte, y la de que se acercaba y la cogía en brazos con apasionado atrevimiento, también la ponía temblorosa y asustada. Habría deseado que no se apartara de ella, pero que se estuviera quietecito. ...
En la línea 808
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Iba Jacinta tan pensativa, que la bulla de la calle de Toledo no la distrajo de la atención que a su propio interior prestaba. Los puestos a medio armar en toda la acera desde los portales a San Isidro, las baratijas, las panderetas, la loza ordinaria, las puntillas, el cobre de Alcaraz y los veinte mil cachivaches que aparecían dentro de aquellos nichos de mal clavadas tablas y de lienzos peor dispuestos, pasaban ante su vista sin determinar una apreciación exacta de lo que eran. Recibía tan sólo la imagen borrosa de los objetivos diversos que iban pasando, y lo digo así, porque era como si ella estuviese parada y la pintoresca vía se corriese delante de ella como un telón. En aquel telón había racimos de dátiles colgados de una percha; puntillas blancas que caían de un palo largo, en ondas, como los vástagos de una trepadora, pelmazos de higos pasados, en bloques, turrón en trozos como sillares que parecían acabados de traer de una cantera; aceitunas en barriles rezumados; una mujer puesta sobre una silla y delante de una jaula, mostrando dos pajarillos amaestrados, y luego montones de oro, naranjas en seretas o hacinadas en el arroyo. El suelo intransitable ponía obstáculos sin fin, pilas de cántaros y vasijas, ante los pies del gentío presuroso, y la vibración de los adoquines al paso de los carros parecía hacer bailar a personas y cacharros. Hombres con sartas de pañuelos de diferentes colores se ponían delante del transeúnte como si fueran a capearlo. Mujeres chillonas taladraban el oído con pregones enfáticos, acosando al público y poniéndole en la alternativa de comprar o morir. Jacinta veía las piezas de tela desenvueltas en ondas a lo largo de todas las paredes, percales azules, rojos y verdes, tendidos de puerta en puerta, y su mareada vista le exageraba las curvas de aquellas rúbricas de trapo. De ellas colgaban, prendidas con alfileres, toquillas de los colores vivos y elementales que agradan a los salvajes. En algunos huecos brillaba el naranjado que chilla como los ejes sin grasa; el bermellón nativo, que parece rasguñar los ojos; el carmín, que tiene la acidez del vinagre; el cobalto, que infunde ideas de envenenamiento; el verde de panza de lagarto, y ese amarillo tila, que tiene cierto aire de poesía mezclado con la tisis, como en la Traviatta. Las bocas de las tiendas, abiertas entre tanto colgajo, dejaban ver el interior de ellas tan abigarrado como la parte externa, los horteras de bruces en el mostrador, o vareando telas, o charlando. Algunos braceaban, como si nadasen en un mar de pañuelos. El sentimiento pintoresco de aquellos tenderos se revela en todo. Si hay una columna en la tienda la revisten de corsés encarnados, negros y blancos, y con los refajos hacen graciosas combinaciones decorativas. ...
En la línea 985
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta le sentó sobre sus rodillas y trató de ahogar su desconsuelo, estimulando en su alma la piedad y el cariño que el desvalido niño le inspiraba. Un examen rápido sobre el vestido de él le reprodujo la pena. ¡Que el hijo de su marido estuviese con las carnecitas al aire, los pies casi desnudos… ! Le pasó la mano por la cabeza rizosa, haciendo voto en su noble conciencia de querer al hijo de otra como si fuera suyo. El rapaz fijaba su atención de salvaje en los guantes de la señora. No tenía él ni idea remota de que existieran aquellas manos de mentira, dentro de las cuales estaban las manos verdaderas. ...
En la línea 1212
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las dos damas celebraron aquella broma mientras le arreglaban la cama. Guillermina había salido de la casa sin despedirse, y poco a poco se fueron marchando los demás. Antes de las doce, todo estaba en silencio, y los papás se retiraron a su habitación, después de encargar a Jacinta que estuviese muy a la mira para que el Delfín no se desabrigara. Este parecía dormido profundamente, y su esposa se acostó sin sueño, con el ánimo más dispuesto a la centinela que al descanso. No había transcurrido una hora, cuando Juan despertó intranquilo, rompiendo a hablar de una manera algo descompuesta. Creyó Jacinta que deliraba, y se incorporó en su cama; mas no era delirio, sino inquietud con algo de impertinencia. Procuró calmarle con palabras cariñosas; pero él no se daba a partido. «¿Quieres que llame?».—«No; es tarde, y no quiero alarmar… Es que estoy nervioso. Se me ha espantado el sueño. Ya se ve; todo el día en este pozo del aburrimiento. Las sábanas arden y mi cuerpo está frío». ...
En la línea 1347
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La procesión siguió adelante y adelante, entre esplendores en aumento y crecientes tempestades de bienvenidas, pero para Tom Canty eran como si no existieran. Él ni veía ni oía. La realeza había perdido su gracia y su dulzura; sus pompas se habían convertido en reproche. El remordimiento estaba corroyendo su corazón. Dijo: –¡Pluguiera a Dios que, yo estuviese libre de mi cautiverio! ...
En la línea 598
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Quedóse un momento solo y como si estuviese en el vacío. Sentía una profunda opresión en el pecho. Ceñíale una angustiosa sensación de solemnidad. Sentóse para levantar al punto y se entretuvo en mirar los cuadros que colgaban de las paredes, un retrato de Eugenia entre ellos. Entráronle ganas de echar a correr, de escaparse. De pronto, al oír unos pasos menudos, sintió un puñal de hielo atravesarle el pecho y como una bruma invadirle la cabeza. Abrióse la puerta de la sala y apareció Eugenia. El pobre se apoyó en el respaldo de una butaca. Ella, al verle lívido, palideció un momento y se quedó suspensa en medio de la sala, y luego, acercándose a él, le dijo con voz seca y baja: ...
En la línea 952
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues verá usted; fue cuando la epidemia aquella, ya sabe usted. Todo el mundo estaba alarmadísimo, a mí no me dejaron ustedes salir de casa en una porción de días y hasta tomaba el agua hervida. Todos huían los unos de los otros, y si se veía a alguien de luto reciente era como si estuviese apestado. Pues bien; a los cinco o seis días de haber enviudado el pobre don Emeterio tuvo que salir de casa, de luto por supuesto, y se encontró de manos a boca con ese bárbaro de Martín. Este, al verle de luto, se mantuvo a cierta prudente distancia de él, como temiendo el contagio, y le dijo: «Pero, hombre, ¿qué es eso?, ¿alguna desgracia en tu casa?» «Sí –le contestó el pobre don Emeterio–, acabo de perder a mi pobre mujer. ...
En la línea 1223
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Eso! Pues bien, al aconsejarle esto, me dijo una y cien veces que eso no y que no y que no; que le estimaba y apreciaba a usted para amigo y como tal, pero no le gustaba como marido, que no quería casarse sino con un hombre de quien estuviese enamorada… ...
En la línea 1398
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No, un cuádruple, como va usted a verlo. Yo me casé loco, pero enteramente loco de amor, con una mujercita reservada y callandrona, que hablaba poco y parecía querer decir siempre mucho más de lo que decía, con unos ojos garzos dulces, dulces, dulces, que parecían dormidos y sólo se despertaban de tarde en tarde, pero era entonces para chispear fuego. Y ella era toda así. Su corazón, su alma toda, todo su cuerpo, que parecían de ordinario dormidos, despertaban de pronto como en sobresalto, pero era para volver a dormirse muy pronto, pasado el relámpago de vida, ¡y de qué vida!, y luego como si nada hubiese sido, como si se hubiese olvidado de todo lo que pasó. Era como si estuviésemos siempre recomenzando la vida, como si la estuviese reconquistando de continuo. Me admitió de novio como en un ataque epiléptico y creo que en otro ataque me dio el sí ante el altar. Y nunca pude conseguir que me dijese si me quería o no. Cuantas veces se lo pregunté, antes y después de casarnos, siempre me contestó: «Eso no se pregunta; es una tontería.» Otras veces decía que el verbo amar ya no se usa sino en el teatro y los libros, y que si yo le hubiese escrito: ¡te amo!, me habría despedido al punto. Vivimos más de dos años de casados de una extraña manera, reanudando yo cada día la conquista de aquella esfinge. No tuvimos hijos. Un día faltó a casa por la noche, me puse como loco, la anduve buscando por todas partes, y al siguiente día supe por una carta muy seca y muy breve que se había ido lejos, muy lejos, con otro hombre… ...
En la línea 1893
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -No le enseñaré nada, señor, si le digo que el mar Rojo no está menos cerrado que el golfo, puesto que el istmo de Suez no está aún horadado, y que aunque lo estuviese ya un barco misterioso como el nuestro no se arriesgaría en sus canales cortados por las esclusas. Luego el mar Rojo no puede ser todavía el camino que nos lleve a Europa. ...
En la línea 201
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Un poco después, y mientras comíamos aún, el señor Wopsle hizo una crítica bastante severa del sermón, e indicó, en el caso hipotético de que la Iglesia estuviese «abierta», el sermón que él habría pronunciado. Y después de favorecer a su auditorio con algunas frases de su discurso, observó que consideraba muy mal elegido el asunto de la homilía de aquel día; lo cual era menos excusable, según añadió, cuando había tantos asuntos excelentes y muy indicados para semejante fiesta. ...
En la línea 418
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En efecto, el choque de sus herraduras de hierro sobre el duro camino era casi musical mientras se aproximaba a la casa a un trote más vivo que de costumbre. Sacamos una silla para que la señora Joe se apease cómodamente, removimos el fuego a fin de que la ventana de nuestra casa se le apareciese con alegre aspecto y examinamos en un momento la cocina procurando que nada estuviese fuera de su sitio acostumbrado. En cuanto hubimos terminado estos preparativos, salimos al exterior abrigados y tapados hasta los ojos. Pronto echó pie a tierra la señora Joe y también el tío Pumblechook, que se apresuró a cubrir a la yegua con una manta, de modo que pocos instantes después estuvimos todos en el interior de la cocina, llevando con nosotros tal cantidad de aire frío que parecía suficiente para contrarrestar todo el calor del fuego. ...
En la línea 593
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Estoy segura, tío - replicó la señora Joe -, de que me gustaría que estuviese usted siempre aquí para dominarlo, porque conoce muy bien el modo de tratarle. ...
En la línea 708
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras tanto, el desconocido no miraba a nadie más que a mí, y lo hacía como si estuviese resuelto a dispararme un tiro y derribarme. Pero después de preguntar por el parentesco que nos unía a mí y a Joe no dijo nada más hasta que trajeron las copas de ron y de agua. Entonces disparó, y su disparo fue, ciertamente, extraordinario. ...
En la línea 1128
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Lo que me contraría es que hoy estreno un nuevo alojamiento cerca de aquí y quisiera que estuviese con nosotros, aunque fuera echado en un diván… Tú sí que vendrás, ¿eh? ‑preguntó de improviso a Zosimof‑. No lo olvides; tienes que venir. ...
En la línea 1681
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Polia ‑exclamó Catalina Ivanovna‑, corre a casa de Sonia y dile que a su padre le ha atropellado un coche y que venga en seguida. Si no estuviese en casa, dejas el recado a los Kapernaumof para que se lo den tan pronto como llegue. Anda, ve. Toma; ponte este pañuelo en la cabeza. ...
En la línea 3261
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí, lo oigo y lo comprendo. Ya lo dijo usted ayer, e insistió sobre este punto. Yo comprendo anticipadamente todo lo que usted puede decir. Óigame, Rodion Romanovitch, mi querido amigo: permítame hacerle una nueva observación. Si usted fuese el culpable o estuviese mezclado en este maldito asunto, ¿habría dicho que conservaba plenamente la razón? Yo creo que, por el contrario, usted habría afirmado, y se habría aferrado a su afirmación, que usted no se daba cuenta de lo que hacía. ¿No tengo razón? Dígame, ¿no la tengo? ...
En la línea 3720
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Para evitar que su tormento se prolongara se apresuró a abrir la puerta. Pero no franqueó el umbral sin antes observar a Sonia. Estaba sentada ante su mesita, con los codos apoyados en ella y la cara en las manos. Cuando vio a Raskolnikof, se levantó en el acto y fue hacia él como si lo estuviese esperando. ...
En la línea 649
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Estaba pálido, sus ojos chispeaban, sus manos temblaban. Hacía posturas sin contar, tomando el dinero a puñados. Sin embargo, no cesaba de ganar y de aumentar de oro y billetes el montón. Las ujieres se agrupaban, solícitos, en torno suyo, separaban las sillas, hacían sitio para que estuviese cómodo, para que no le apretasen… todo esto con vistas a recibir una buena propina. Con la alegría de la ganancia, algunos jugadores repartían propinas sin mirar lo que daban. Cerca de aquel joven se hallaba un polaco que se estremecía y murmuraba, sin cesar, con tono obsequioso, prodigando sin duda consejos y esforzándose en dirigir el juego, naturalmente esperando una propina. Pero no se fijaba en él, apostaba de cualquier modo y seguía recogiendo. Había perdido evidentemente el juicio. Es un caso corriente en las salas de juego. ...
En la línea 1243
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Un cuarto de hora después nos encontrábamos, en efecto, los tres, la señorita Blanche, la señora viuda de Cominges y yo, en un vagón reservado. La señorita Blanche reía a carcajadas al verme, casi atacada de histerismo. La viuda de Cominges le hacía eco. No diré que estuviese yo alegre. Mi vida se partía en dos. Pero desde la víspera, estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Quizás el dinero me producía vértigo. Peut-être je ne demandais pas mieux. Tenía la impresión de que, por corto tiempo —solamente por algún tiempo— cambiaba el rumbo de mi vida. “Pero dentro de un mes estaré de vuelta y entonces… y entonces nos veremos las caras, Mr. Astley.” Sí, por lo que puedo ahora recordar tenía el corazón triste, por más que riese a porfía con aquella loca de Blanche. ...
En la línea 928
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía pidió casi de rodillas a Pilar que renunciase al peligroso goce que anhelaba. Era precisamente la ocasión más crítica; Duhamel esperaba que la Naturaleza, ayudada por el método, venciese en la lucha, y acaso quince días de voluntad y tesón decidiesen el triunfo. Pero no hubo medio de persuadir a la anémica. Pasó el día en un acceso de fiebre registrando su guardarropa; al anochecer, salió del brazo de Miranda; llevaba un traje que hasta entonces no había usado por ligero y veraniego en demasía, una túnica de gasa blanca sembrada de claveles de todos colores; pendía de su cintura el espejillo; en sus orejas brillaban los solitarios, y detrás del rodete, con española gracia, ostentaba un haz de claveles. Así compuesta y encendida de calentura y vanidoso placer, parecía hasta hermosa, a despecho de sus pecas y de la pobreza de sus tejidos devastados por la anemia. Tuvo, pues, gran éxito en el Casino; puede decirse que compartió el cetro de la noche con la sueca y con el lord inglés estrafalario, del cual se contaba que tenía alfombrada con tapiz turco la cuadra de sus caballos y baldosado de piedra el salón de recibir. Gozosa y atendida, veía Pilar una fiesta de las Mil y una noches en el Casino constelado de innumerables mecheros de gas, en el aire tibio poblado con las armonías de la magnifica orquesta, en el salón de baile donde los amorcillos juguetones del techo se bañaban en el vaho dorado de las luces. Jiménez, el marquesito de Cañahejas y Monsieur Anatole, se disputaron el placer de bailar con ella. Miranda reclamó un rigodón, y para colmo de dicha y victoria, las Amézagas se reconcomían mirando de reojo el espejillo, dije que sólo brillaba sobre dos faldas: la de Pilar y la de la sueca. Fue, en suma, uno de esos momentos únicos en la vida de una niña vanidosa, en que el orgullo halagado origina tan dulces impresiones, que casi emula otros goces más íntimos y profundos, eternamente ignotos para semejantes criaturas. Pilar bailó con todas sus parejas como si de cada una de ellas estuviese muy prendada; tanto brillaban sus ojos y tal expansión revelaba su actitud. Perico no pudo menos de decirle sotto voce: ...
En la línea 977
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Dado estaba Miranda a todos diablos, cuando Duhamel vino a consolarle un poco, asegurándole que la enferma experimentaba de algunos días acá unos asomos de mejoría, y que debía aprovecharlos regresando a España, en busca de clima benigno; añadiendo, en su chapurrado franco-portugués, que puesto que él pensaba, como casi todos los médicos de consulta en Vichy, salir pronto para París, podrían combinar el viaje juntos, y así vería cómo probaba el movimiento del tren a la enferma, y resolver si necesitaba descanso, o si resistiría volver a España de una vez. Pareció acertadísimo a todos el consejo del médico, y Lucía escribió, bajo el dictado de Pilar, una carta a Perico, encargándole estuviese de vuelta dentro de quince días justos, término fijado por Duhamel para cerrar su temporada de consulta en Vichy. El nuevo arreglo templó un tanto el malhumor de Miranda, consoló a Lucía y regocijó a la enferma, que sobre todas las cosas soñaba con la vuelta a Madrid. ...
En la línea 1124
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Atropelláronse en su mente mil pensamientos. De seguro que ya habrían preguntado en la fonda por ella. Puede que estuviese de vuelta el Padre Arrigoitia; y se volverían locos buscándola en el jardín, en su cuarto, en todas partes. No sabía ella misma por qué se acordaba antes del Padre Arrigoitia que de Miranda; pero es lo cierto que su temor principal era darse de manos a boca con el afable jesuita, que le diría sonriendo: «¿De dónde bueno, hija?» Hostigada por tales imaginaciones, se levantó tambaleándose, y diciendo entre dientes: ...
En la línea 1225
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Ya ve usted si yo mentiría… ahí, delante de ese cadáver… Ahora mismo pudiera marcharme con él, Padre… y si Dios no estuviese en el cielo… ...
En la línea 648
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... La víctima inanimada pasó a los vigorosos brazos que la llevaban sin que les pareciese pesada. Fogg y Francis habian permanecido de pie; el parsi había inclinado la cabeza, y es probable que Picaporte no estuviese menos estupefacto. ...
En la línea 699
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El tren se detuvo en la estación. Picaporte se apeó el primero, y fue seguido de mister Fogg, quien ayudó a su joven compañera a descender al andén. Phileas Fogg pensaba ir directamente al vapor de Hong Kong, a fin de instalar allí convenientemente a mistress Aouida, de quien no quería separarse mientras estuviese en aquel país tan peligroso para ella. ...
En la línea 891
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se tomó un cuarto para la joven, y Phileas Fogg cuidó que nada le faltase. Después le dijo que iba inmediatamente a ponerse en busca de los parientes en poder de quienes debía dejarla. Al mismo tiempo dio a Picaporte la orden de permanecer en el hotel hasta su regreso, para que la joven no estuviese sola. ...
En la línea 1097
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entretanto, se andaba rápidamente. John Bunsby tenía buena esperanza. Varias veces dijo a mister Fogg que llegarían a tiempo a Shangai. Mister Fogg respondía simplemente que contaba con ello. Por lo demás, toda la tripulación desplegaba su celo ante la recom~ensa, que engolosinaba a la gente. No había, por consiguiente, escota que no se hallase bien tendida, ni vela que no estuviese bien reclamada, ni podía imputarse al timonel ningún falso borneo. No se hubiera maniobrado con más maestría en una regata del 'Royal Yacht Club'. ...

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