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La palabra espera
Cómo se escribe

la palabra espera

La palabra Espera ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece espera.

Estadisticas de la palabra espera

La palabra espera es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 711 según la RAE.

Espera es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 12.4 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la espera en 150 obras del castellano contandose 1885 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Espera

Cómo se escribe espera o hespera?
Cómo se escribe espera o esperra?
Cómo se escribe espera o ezpera?


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece espera

La palabra espera puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 744
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Por las noches, rendidos de fatiga, entretenían la espera del último rancho jugando a los naipes, o canturreando. Don Pablo les había prohibido severamente que leyesen periódicos. Su única alegría era el sábado, cuando al anochecer salían de la viña, camino de Jerez, para _ir a misa_, como ellos decían. Hasta la noche del domingo estaban con sus familias entregando los _ajorros_ a las mujeres; la parte de jornal que les restaba después de pagar el _costo_. ...

En la línea 904
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Esa gente sufre y calla, Fermín, porque las enseñanzas que heredaron de sus antecesores son más fuertes que sus cóleras. Pasan descalzos y hambrientos ante la imagen de Cristo; les dicen que murió por ellos, y el rebaño miserable no piensa en que han transcurrido siglos sin cumplirse nada de lo que aquél prometió. Todavía las hembras, con el femenil sentimentalismo que lo espera todo de lo sobrenatural, admiran sus ojos que no ven, y aguardan una palabra de su boca, muda para siempre por el más colosal de los fracasos. Hay que gritarles: «No pidáis a los muertos: secad vuestras lágrimas para buscar en los vivos el remedio de vuestros males». ...

En la línea 1128
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Nada había que hacer. Era la agonía, la lucha tenaz y horripilante, el supremo dolor, que espera agazapado al final de toda existencia. ...

En la línea 1674
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Por más que giraba en torno de él su mirada turbia, sólo veía grupos de gentes que parecían abobadas por una espera sin término. ¡Ni general, ni bandera! --Malo, malo--musitaba _Zarandilla_.--Me paece que me güelvo al cortijo. ...

En la línea 335
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y a qué espera? -preguntó otro. ...

En la línea 353
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -El señor de Tréville espera al señor D'Artagnan -interrumpió el lacayo abriendo la puerta del gabinete. ...

En la línea 966
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En el mismo instante su espada brilló en su mano y lanzó so bre su adversario al que, gracias a su gran juventud, espera intimidar. ...

En la línea 1959
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y quién os dice que no tengo un asunto amoroso?-¿Es u n hombre el que os espera? -exclamó D'Artagnan-. ...

En la línea 1221
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ahora, hermano, échate a un lado del camino con el caballo, y espera junto a esa tapia hasta mi vuelta. ...

En la línea 1264
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Y señalando hacia el Poniente, dijo: «Está por allá, muy lejos; ven conmigo; tu _ro_ te espera.» Tuve un poco de miedo, pero me acordé de mi marido, y ya deseé verme en la tierra de los _corahai_; tomé, pues, el poco _parné_ que tenía, eché la llave al _cachimani_ y me fuí con el desconocido. ...

En la línea 1822
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¡Salud, _aguadores_ de Asturias, que, con vuestro grosero vestido de muletón y vuestras monteras de piel, os sentáis por centenares al lado de las fuentes, sobre las cubas vacías, o tambaleándoos bajo su peso, una vez llenas, subís hasta los últimos pisos de las casas más altas! ¡Salud, _caleseros_ de Valencia, que, recostados perezosamente en vuestros carruajes, picáis tabaco para liar un cigarro de papel, en espera de parroquianos! ¡Salud, mendigos de la Mancha, hombres y mujeres que, embozados en burdas mantas, imploráis la caridad indistintamente a las puertas de los palacios o de las cárceles! ¡Salud, criados montañeses, _mayordomos_ y secretarios de Vizcaya y Guipúzcoa, _toreros_ de Andalucía, _reposteros_ de Galicia, tenderos de Cataluña! ¡Salud, castellanos, extremeños y aragoneses, de cualquier oficio que seáis! Y, en fin, vosotros, los veinte mil _manolos_ de Madrid, hijos genuinos de la capital, hez de la villa, que con vuestras terribles navajas causasteis tal estrago en las huestes de Murat el día Dos de Mayo, ¡salud! Y a las clases más elevadas—a los caballeros, a las _señoras_—, ¿las pasaré en silencio? En verdad tengo poco que decir de ellos. ...

En la línea 1967
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —Pues no comprendo por qué espera usted vivir hecho un _Herzog_ en su país, como no crea usted que los habitantes de Lucerna le mantendrán con esplendor a expensas del tesoro público, en consideración a servicios prestados al Papa y al Rey de España. ...

En la línea 3589
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Eso pido -replicó Sancho-; y lo que quiero saber es que me diga, sin añadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad, como se espera que la han de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced las profesa, debajo de título de caballeros andantes... ...

En la línea 5526
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y lo mesmo confirmará otro ejemplo: está uno vuelto de espaldas, llega otro y dale de palos, y en dándoselos huye y no espera, y el otro le sigue y no alcanza; este que recibió los palos, recibió agravio, mas no afrenta, porque la afrenta ha de ser sustentada. ...

En la línea 5716
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Date, date en esas carnazas, bestión indómito, y saca de harón ese brío, que a sólo comer y más comer te inclina, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de mi condición y la belleza de mi faz; y si por mí no quieres ablandarte ni reducirte a algún razonable término, hazlo por ese pobre caballero que a tu lado tienes; por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sino tu rígida o blanda repuesta, o para salirse por la boca, o para volverse al estómago. ...

En la línea 5922
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, apartando a Sancho entre unos árboles del jardín y asiéndole ambas las manos, le dijo: -Ya vees, Sancho hermano, el largo viaje que nos espera, y que sabe Dios cuándo volveremos dél, ni la comodidad y espacio que nos darán los negocios; así, querría que ahora te retirases en tu aposento, como que vas a buscar alguna cosa necesaria para el camino, y, en un daca las pajas, te dieses, a buena cuenta de los tres mil y trecientos azotes a que estás obligado, siquiera quinientos, que dados te los tendrás, que el comenzar las cosas es tenerlas medio acabadas. ...

En la línea 524
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Sonriose el ministro de justicia, cogió el dinero, dio las gracias y antes de acabarse el día ya estaba detenido el hombre en cuestión. ¡Y el pueblo espera aún llegar al establecimiento de una república democrática, a pesar de esa ausencia de todo principio en la mayor parte de los hombres públicos y mientras el país rebosa en oficiales turbulentos mal pagados! Dos o tres rasgos característicos chocan ante todo cuando se penetra por vez primera en la sociedad de estos países: los modales dignos y corteses que se notan en todas las clases, el exquisito gusto de las mujeres en vestir, y la perfecta igualdad que reina en todas partes. Los más ínfimos mercachifles tenían la costumbre de comer con el general Rosas cuando estaba en su campamento a orillas del río Colorado. El hijo de un mayor, en Bahía Blanca, se ganaba la vida haciendo pitillos; y me hubiera acompañado como guía o sirviente, cuando salí de Buenos Aires, si su padre no hubiese temido por él los peligros del camino. Gran número de oficiales del ejército no saben leer ni escribir, lo cual no les impide estar en sociedad bajo el pie de la igualdad más perfecta. En la provincia de Entre Ríos, la Sala no comprendía más que seis representantes; uno de ellos tenía una tienducha, lo cual no era para él motivo de ninguna desconsideración. Bien sé que son de esperar estos espectáculos en un país nuevo; pero no es menos cierto que a un inglés le parece muy extraña la ausencia absoluta de gentes que sean caballeros de profesión, si puedo expresarme así. ...

En la línea 910
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... si en todas partes se recibe en Chile por la noche, pero se espera que se dé algo al salir por la mañana, y hasta las personas ricas aceptan sin reparo dos o tres francos. gaucho es un caballero, siendo tal vez un asesino; el guaso, preferible bajo ciertos puntos de vista, no es nunca más que un hombre ordinario y vulgar ...

En la línea 1029
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... s perros dedicados en particular a esta caza se llaman leoneros; son animales débiles, delgados, parecidos a los zorreros de piernas largas, y con un instinto especial para esta caza. Σese que el puma es muy astuto; cuando se le persigue se vuelve hacia atrás y luego de repente da un enorme salto hacia un lado y espera a que los perros pasen del lugar en que se halla. animal muy silencioso, no lanza un grito, ni aun estando herido, y apenas se oyen alguna vez sus rugidos en la época del celo. ...

En la línea 2320
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Después del vestíbulo se encontraban tres o cuatro pasillos convertidos en salas de espera, de descanso, de conversación, de juego de dominó, todo ello junto y como quiera. ...

En la línea 4494
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Es tuya! —le gritó el demonio de la seducción —; te adora, te espera. ...

En la línea 4854
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La Iglesia es así, pensaba De Pas, con la cabeza apoyada en las manos y los codos sobre la mesa, olvidado ya del Papa infalible; la Iglesia proclama la humildad y es humilde como ser abstracto, colectivo, en la jerarquía, para contener la impaciencia de la ambición que espera desde abajo. ...

En la línea 5762
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Papá espera a usted hoy a comer. ...

En la línea 429
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... ¡Haberse embarcado en esta pasión ardorosa e incierta cuando la vida le ofrecía tantos amores fáciles y gratamente desiguales, pudiendo verse adorada lo mismo que el' ídolo cruel e injusto que nunca ve disminuir los fanáticos prosternados a sus pies!… Conocía los peligros que hace arrostrar una primera juventud a las mujeres que se fían de ella, una juventud siempre agitada por el deseo del más allá. Venus recién surgida de la espuma de las ondas sólo representaba para un amante de veinte años el día actual, el triunfo del momento. En esa edad crédula se espera siempre, y la esperanza va acompañada de ingratitud. «Mañana aún se presentará algo mejor», piensa la petulancia juvenil. Sólo el amante en plena madurez sabe el valor del hoy , y lo aprovecha, agradeciendo su fortuna presente. «Guardemos lo que me da mi buena suerte y procuremos no perderlo.» Este era el amor sumiso y agradecido que necesitaba ella. ...

En la línea 1210
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Empezaron a mostrarse inquietos en el curso del día los allegados al Pontífice. El palafrenero del duque había sido encontrado al amanecer en la llamada plazoleta de los Hebreos, cerca del sitio donde se despidieron los dos hermanos, herido tan gravemente que apenas podía hablar. El caballo del duque, con silla y riendas, erraba por las calles inmediatas. Interrogado el moribundo, respondió dificultosamente que había seguido a su señor hasta la expresada plazoleta, y allí le había ordenado que esperase una hora y se volviera solo al Vaticano si no le veía aparecer en dicho tiempo. Y no pudo explicar cómo lo habían sorprendido y herido de muerte durante la mencionada espera. ...

En la línea 1503
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pasaron unos minutos de espera, y la puerta de la sala se abrió, apareciendo en ella don Michelotto. Inmediatamente su gesto les hizo adivinar la emboscada en que habían caído. Los ojos del hombrecito eran los de un dogo feroz que considera inútil ladrar para morder. Hizo un ademán al grupo de españoles que le seguía, y en un instante los tres condottieri se vieron amordazados y amarrados con cuerdas. ...

En la línea 1068
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En los salones de espera del jefe del Consejo aguardó inútilmente unas dos horas. Los empleados le ignoraban voluntariamente. Vio a Momaren que salía del despacho del presidente. Al cruzarse con el profesor, que le saludó con una profunda reverencia, el Padre de los Maestros solo tuvo para el una mirada fría y un murmullo ininteligible. Al fin, Flimnap, convencido de que había pasado su periodo de gloria y de influencia, salió del palacio del gobierno. ...

En la línea 1275
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Ra-Ra solo espera un aviso de las otras ciudades para lanzarse a la destrucción del gobierno femenino. Tal vez no sea prudente empezar la insurrección en nuestra capital. El prodigioso invento lo han realizado en otra ciudad, y en ella lo preparan para que pueda usarse en abundancia y no como un descubrimiento de laboratorio… Además, otros Estados de nuestra Confederación guardan el viejo material de guerra en mayores cantidades que aquí. El gobierno de las mujeres lo regaló a las provincias de poca importancia, con irónica generosidad, para que pudiesen llenar sus museos locales… En resumen, gentleman, que la revolución sonada por Ra-Ra va a realizarse, y yo creo en ella. ...

En la línea 1685
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Quién sabe si ya habrá, muerto! -pensaba tenazmente bajo el influjo de su pesimismo-. Cuando la madre ha enviado este despacho, es indudable que Margaret va a morir… . ¡Y yo sin poder realizar los deseos de esa señora, que parece me espera con ansiedad!… ¡Qué idea la mía de emprender un viaje a estas tierras remotas! ...

En la línea 616
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Ea—dijo sin acabar de leer—, vamos a racionarnos nosotros. El marqués no viene. Ya no se le espera más». ...

En la línea 3151
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Sí; lo traerán los rusos… por las ventas de Alcorcón. Aviado está usted si espera a que venga el Príncipe… Aquí lo que viene es la liquidación social… y después, sabe Dios. Saldrá el hombre que hace falta, un tío con un garrote muy grande y con cada riñón… así. ...

En la línea 3466
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Quedose solo en el comedor mi hombre, y después de quince minutos de espera, Dorotea le mandó pasar. Estaba Fortunata en su gabinete, tendida en el sofá, la cabeza reclinada sobre un almohadón de raso azul. Tenía puesta la bata de seda y un pañuelo blanco finísimo a la cabeza, tan ajustado, que no se le veía más que el óvalo del rostro. Estaba ojerosa, pálida y muy abatida. Como D. Evaristo se preciaba de saber algo de medicina, tomole el pulso. ...

En la línea 3645
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se había hecho de noche y los dos interlocutores no se veían. Feijoo llamó para que trajeran luz, y cuando la trajo doña Paca, la primera claridad que se esparció por el aposento sirvió al ama de llaves para examinar con rápida inspección el rostro de la amiga de su señor, diciéndose: «esta es la pájara que nos le ha trastornado». Aquel curioseo receloso de criado que espera heredar, fue seguido de diferentes pretextos para permanecer allí con idea de pescar algo de la conversación. Pero mientras Paca estuvo en la alcoba haciendo que ordenaba las cosas, moviendo los trastos y revisando las medicinas, D. Evaristo no desplegó los labios. Miraba a su ama de llaves, y su sonrisa maliciosa quería decir: «tú te cansarás». ...

En la línea 488
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... 'Parece que se ha movido… Tendré que cantar en clave no tan alta. No estaría bien turbar su sueño con la jornada que le espera, pobre muchacho… Esta prenda está bastante bien … Con una puntada aquí y otra allá, quedará adecuada. Esta otra es mejor, si bien no le vendrán mal tampoco unas cuantas puntadas. Estos zapatos están de muy buen uso, y con ellos tendrá los piececitos secos y calientes. Son cosa nueva para él, pues sin duda está acostumbrado a ir descalzo, lo mismo en los veranos que en los inviernos… ¡Ojalá que el hilo fuera pan! ¡Con cuán poco dinero se compra lo necesario para un año! Y además, le dan a uno de balde una aguja tan brava y grande como ésta solo por caridad. Ahora me va a costar un demonio enhebrarla.' ...

En la línea 490
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –La posada está pagada, incluyendo el desayuno que ha de venir, y aún me queda lo bastante para comprar un par de burros y sufragar nuestros despendios menudos en los dos o tres días que han de mediar hasta que lleguemos a la abundancia que nos espera en Hendon Hall. ...

En la línea 914
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al principio el propósito del rey era permanecer allí todo el resto del día, pero no tardó un escalofrío en invadir su cuerpo sudoroso, y para volver en calor verse obligado a seguir andando. Avanzó en derechura por media del bosque, en espera de dar pronto con un camino, pero en esto se llevó un chasco. Siguió caminando, y cuanto más avanzaba más densa se tornaba la espesura. Empezó a apretarse lo tenebroso, y el rey comprendió que iba a cerrar la noche y se estremeció ante la idea de pasarla en ese lúgubre lugar. ...

En la línea 1087
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Espera, espera, señor. Te ruego que esperes un poco. ¡El juez! Tiene con los bromistas tan poca compasión como un cadáver. Ven y seguiremos hablando. ¡Cuerpo de tal! Por lo visto estoy en un atolladero y todo por, una burla inocente y sin malicia. Señor, tengo familia y mi mujer y mis hijos… Atiende a razones, señor. ¿Qué quieres de mí? ...

En la línea 1187
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Es verdad; espera, que allá voy. ...

En la línea 1308
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡La Rosario, que espera! –dijo la voz de Liduvina. ...

En la línea 1310
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Ah! –exclamó Eugenia–, aquí estorbo ya. Es la… Rosario que le espera a usted. ¿Ve usted cómo no podemos ser más que amigos, buenos amigos, muy buenos amigos? ...

En la línea 1312
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Que espera la Rosario… ...

En la línea 1608
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡No son más que las dos de la tarde! Por lo visto nos espera un buen trozo de camino. ...

En la línea 1784
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —El lord lo espera —dijo el sargento asomándose, y le indicó una puerta abierta. ...

En la línea 1866
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Como ves, represento mi papel de pariente del inglés a la perfección; nadie ha dudado de mí. ¡Ni mucho menos el lord! Imagínate que hoy me espera a cenar. ...

En la línea 1893
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Escúcheme —dijo el portugués, llevándola hacia un sendero más apartado—. Muchos creen que Sandokán es un vulgar pirata salido de las selvas de Borneo, ávido de sangre y de víctimas. Pero se equivocan: es de estirpe real y no un pirata sino un vengador. Tenía veinte años cuando subió al trono de Muluder. Fuerte como un león, audaz como un tigre, valiente hasta la locura, al cabo de poco tiempo venció a todos los pueblos vecinos y extendió las fronteras de su reino hasta el de Varauni. Aquellas campañas le fueron fatales, pues ingleses y holandeses, celosos de una nueva potencia que iba a sojuzgar la isla entera, se aliaron con el sultán de Borneo para atacarlo. Concluyeron por hacer pedazos el nuevo reino. Sicarios pagados asesinaron a la madre y a los hermanos y hermanas de Sandokán; bandas poderosas invadieron el reino, saqueando, asesinando, cometiendo atrocidades inauditas. En vano Sandokán luchó con el furor de la desesperación. Todos sus parientes cayeron bajo el hierro de los asesinos, pagados por los blancos, y él mismo apenas pudo salvarse, seguido de una pequeña tropa de leales. Anduvo errante varios años por las costas de Borneo, sin víveres, sufriendo horribles miserias, en espera de reconquistar el trono perdido y de vengar a su familia asesinada. Hasta que una noche, perdida toda esperanza, se embarcó en un parao y juró guerra a muerte a la raza blanca y al sultán de Varauni. Arribó a Mompracem, contrató hombres y empezó a piratear en el mar. Devastó las costas del sultanato, asaltó barcos holandeses e ingleses y terminó siendo el terror de los mares, convertido en el terrible Tigre de la Malasia. Usted ya sabe lo demás. ...

En la línea 588
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Les espera el almuerzo en su camarote. Tengan la amabilidad de seguir a este hombre. ...

En la línea 994
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Tras unos minutos de espera, oí un vivo silbido, al tiempo que sentí que el frío ganaba mi cuerpo desde los pies al pecho. Evidentemente, desde el interior del barco y mediante una válvula se había dado entrada en él al agua exterior que nos invadía y que pronto llenó la cámara en que nos hallábamos. Una segunda puerta practicada en el flanco del Nautilus se abrió entonces dando paso a una difusa claridad. Un instante después, nuestros pies hollaban el fondo del mar. ...

En la línea 1918
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... ¡Cuántas horas maravillosas pasé así en el observatorio del salón! ¡Cuántas muestras nuevas de la flora y de la fauna submarinas pude admirar a la luz de nuestro fanal eléctrico! Fungias agariciformes, actinias de color pizarroso, entre otras la thalassianthus aster, tubíporas dispuestas como flautas a la espera del soplo del dios Pan, conchas propias de este mar, que se establecen en las excavaciones madrepóricas, con la base contorneada en una breve espiral, y mil especímenes de un polípero que aún no había observado, la vulgar esponja. ...

En la línea 2118
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Pero, entonces, ¿a qué espera usted? -preguntó el canadiense. ...

En la línea 791
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — En tal caso, vete a esa habitación contigua - dijo señalando con su descolorida mano la puerta que estaba a mi espalda - y espera hasta que yo vaya. ...

En la línea 990
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Sí, así es — replicó Pumblechook —, pero espera un poco. Adelante, Joe, adelante. ...

En la línea 1607
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tome otro vaso de vino y perdóneme si le indico que la sociedad, en conjunto, no espera que un comensal sea tan concienzudo al vaciar un vaso como para volcarlo completamente con el borde apoyado en la nariz. ...

En la línea 2021
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En vano trataría de describir el asombro y la alarma de Herbert cuando, una vez sentados los tres ante el fuego, le referí toda la historia. Baste decir que vi mis propios sentimientos reflejados en el rostro de Herbert y, entre ellos, de un modo principal, mi repugnancia hacia el hombre que tanto había hecho por mí. Habría bastado para establecer una división entre aquel hombre y nosotros, si ya no hubiesen existido otras causas que nos alejaban bastante, el triunfo que expresó al tratarse de mi historia. Y a excepción de su molesta convicción de haberse enternecido en una ocasión, desde su llegada, acerca de lo cual empezó a 162 hablar a Herbert en cuanto hube terminado mi revelación, no tuvo la menor sospecha de la posibilidad de que yo no estuviese satisfecho con mi buena fortuna. Su envanecimiento de que había hecho de mí un caballero y de que había venido a verme representar tal papel, utilizando sus amplios recursos, fue expresado no tan sólo con respecto a mí, sino también para mí mismo. Y no hay duda de que llegó a la conclusión de que tal envanecimiento era igualmente agradable para él y para mí y de que ambos debíamos estar orgullosos de ello. - Aunque, fíjese, amigo de Pip - dijo a Herbert después de hablar por algún tiempo: - sé muy bien que, a mi llegada, por espacio de medio minuto me enternecí. Se lo dije así mismo a Pip. Pero no se inquiete usted por eso. No en vano he hecho de Pip un caballero, como él hará un caballero de usted, para que yo no sepa lo que debo a ustedes dos. Querido Pip y amigo de Pip, pueden ustedes estar seguros de que en adelante me callaré acerca del particular. Me he callado después de aquel minuto en que, sin querer, me enternecí; callado estoy ahora, y callado seguiré en adelante. - Ciertamente - dijo Herbert, aunque en su acento no se advertía que tales palabras le hubiesen consolado lo más mínimo, pues se quedó perplejo y deprimido. Ambos deseábamos con toda el alma que nuestro huésped se marchara a su vivienda y nos dejara solos; pero él, sin duda alguna, tenía celos de dejarnos juntos y se quedó hasta muy tarde. Eran las doce de la noche cuando le llevé a la calle de Essex y le dejé en seguridad ante la oscura puerta de su habitación. Cuando se cerró tras él, experimenté el primer momento de alivio que había conocido desde la primera noche de su llegada. Como no estaba por completo tranquilo, pues recordaba con cierto temor al hombre a quien sorprendí en la escalera, observé alrededor de nosotros cuando salí ya anochecido, con mi huésped, y también al regresar a mi casa iba vigilando en torno de mí. Es muy difícil, en una gran ciudad, el evitar el recelo de que todos nos observan cuando la mente conoce el peligro de que ocurra tal cosa, y por eso no podía persuadirme de que las personas que pasaban por mi lado no tenían el menor interés en mis movimientos. Los pocos que pasaban seguían sus respectivos caminos, y la calle estaba desierta cuando regresé al Temple. Nadie había salido con nosotros por la puerta y nadie entró por ella conmigo. Al cruzar junto a la fuente vi las ventanas iluminadas y tranquilas de las habitaciones de Provis, y cuando me quedé unos momentos ante la puerta de la casa en que vivía, antes de subir la escalera, Garden Court estaba tan apacible y desierto como la misma escalera al subir por ella. Herbert me recibió con los brazos abiertos, y nunca como entonces me pareció cosa tan confortadora el tener un verdadero amigo. Después de dirigirme algunas palabras de simpatía y de aliento, ambos nos sentamos para discutir el asunto. ¿Qué debía hacerse? La silla que había ocupado Provis seguía en el mismo lugar, porque tenía un modo especial, propio de su costumbre de habitar en una barraca, de permanecer inquieto en un sitio y dedicándose sucesivamente a manipular con su pipa y su tabaco malo, su cuchillo y su baraja y otros chismes semejantes. Digo, pues, que su silla seguía en el mismo sitio que él había ocupado. Herbert, sin darse cuenta, la tomó, pero, al notarlo, la empujó a un lado y tomó otra. Después de eso no tuvo necesidad de decir que había cobrado aversión hacia mi protector, ni yo tampoco la tuve de confesar la que sentía, de manera que nos hicimos esta mutua confidencia sin necesidad de cambiar una sola palabra. - ¿Qué te parece que se puede hacer? - pregunté a Herbert después que se hubo sentado. - Mi pobre amigo Haendel - replicó, apoyando la cabeza en sus manos, - estoy demasiado anonadado para poder pensar. - Lo mismo me ocurrió a mí, Herbert, en los primeros momentos de su llegada. No obstante, hay que hacer algo. Ese hombre se propone realizar varios gastos importantes… , comprar caballos, coches y toda suerte de cosas ostentosas. Es preciso buscar la manera de impedírselo. - ¿Quieres decirme con eso que no puedes aceptar… ? - ¿Cómo podría? - le interrumpí aprovechando la pausa de Herbert-. ¡Piensa en él! ¡Fíjate en él! Un temblor involuntario pasó par nosotros. -Además, temo, Herbert, que ese hombre siente un fuerte e intenso afecto para mí. ¿Se ha visto alguna vez cosa igual? - ¡Pobre Haendel! - repitió Herbert. - Por otra parte – proseguí, - aunque me niegue a recibir nada más de él, piensa en lo que ya le debo. Independientemente de todo eso, recuerda que he contraído muchas deudas, demasiadas para mí; que ya no puedo tener esperanzas de ninguna clase. Además, he sido educado sin propósito de tomar ninguna profesión, y para esta razón no sirvo para nada. - Bueno, bueno - exclamó Herbert. - No digas que no sirves para nada. 163 - ¿Para qué? Tan sólo hay una cosa para la que tal vez podría ser útil, y es alistarme como soldado. Ya lo habría hecho, mi querido Herbert, de no haber deseado tomar antes el consejo que puedo esperar de tu amistad y de tu afecto. Al pronunciar estas palabras, la emoción me impidió continuar, pero Herbert, a excepción de que me tomó con fuerza la mano, fingió no haberlo advertido. - De cualquier modo que sea, mi querido Haendel - dijo luego, - la profesión de soldado no te conviene. Si fueras a renunciar a su protección y a sus favores, supongo que lo harías con la débil esperanza de poder pagarle un día lo que ya has recibido. Y si te fueras soldado, tal probabilidad no podría ser muy segura. Además, es absurdo. Estarías mucho mejor en casa de Clarriker, a pesar de ser pequeña. Ya sabes que tengo esperanzas de llegar a ser socio de la casa. ¡Pobre muchacho! Poco sospechaba gracias a qué dinero. - Pero hay que tener en cuenta otra cosa - continuó Herbert. - Ese hombre es ignorante, aunque tiene un propósito decidido, hijo de una idea fija durante mucho tiempo. Además, me parece (y tal vez me equivoque con respecto a él) que es hombre de carácter feroz en sus decisiones. - Así es. Me consta - le contesté -. Voy a darte ahora pruebas de eso. Y le dije lo que no había mencionado siquiera en mi narración, es decir, su encuentro con el otro presidiario. - Pues fíjate en eso - observó Herbert. - Él viene aquí con peligro de su vida, para realizar su idea fija. Si cuando ya se dispone a ejecutarla, después de sus trabajos, sus penalidades y su larga espera, se lo impides de un modo u otro, destruyes sus ilusiones y haces que toda su fortuna no tenga ya para él ningún valor. ¿No te das cuenta de lo que podría hacer, en su desencanto? - Lo he visto, Herbert, y he soñado con eso desde la noche fatal de su llegada. Nada se me ha representado con mayor claridad que el hecho de ponerle en peligro de ser preso. - Entonces, no tengas duda alguna - me contestó Herbert - de que habría gran peligro de que se dejara coger. Ésta es la razón de que ese hombre tenga poder sobre ti mientras permanezca en Inglaterra, y no hay duda de que apelaría a ese último extremo en caso de que tú le abandonaras. Me horrorizaba tanto aquella idea, que desde el primer momento me atormentó, y mis reflexiones acerca del particular llegaron a producirme la impresión de que yo podría convertirme, en cierto modo, en su asesino. Por eso no pude permanecer sentado y, levantándome, empecé a pasear par la estancia. Mientras tanto, dije a Herbert que, aun en el caso de que Provis fuese reconocido y preso, a pesar de sí mismo, yo no podría menos de considerarme, aunque inocente, como el autor de su muerte. Y así era, en efecto, pues aun cuando me consideraba desgraciado teniéndole cerca de mí y habría preferido pasar toda mi vida trabajando en la fragua con Joe, aun así, no era eso lo peor, sino lo que podía ocurrir todavía. Era inútil pretender despreocuparnos del asunto, y por eso seguíamos preguntándonos qué debía hacerse. - Lo primero y principal - dijo Herbert - es sacarlo de Inglaterra. Tendrás que marcharte con él, y así no se resistirá. - Pero aunque lo lleve a otro país, ¿podré impedir que regrese? - Mi querido Haendel, es inútil decirte que Newgate está en la calle próxima y que, por consiguiente, resulta aquí más peligroso que en otra parte cualquiera el darle a entender tus intenciones y causarle un disgusto que lo lleve a la desesperación. Tal vez se podría encontrar una excusa hablándole del otro presidiario, o de un hecho cualquiera de su vida, a fin de inducirle a marchar. Pero lo bueno del caso - exclamé deteniéndome ante Herbert y tendiéndole las manos abiertas, como para expresar mejor lo desesperado del asunto - es que no sé nada absolutamente de su vida. A punto estuve de volverme loco una noche en que permanecí sentado aquí ante él, viéndole tan ligado a mí en sus desgracias y en su buena fortuna y, sin embargo, tan desconocido para mí, a excepción de su aspecto y situación míseros de los días de mi niñez en que me aterrorizó. Herbert se levantó, pasó su brazo por el mío y los dos echamos a andar de un lado a otro de la estancia, fijándonos en los dibujos de la alfombra. - Haendel - dijo Herbert, deteniéndose. - ¿estás convencido de que no puedes aceptar más beneficios de él? - Por completo. Seguramente tú harías lo mismo, de encontrarte en mi lugar. - ¿Y estás convencido de que debes separarte por completo de él? - ¿Eso me preguntas? - Por otra parte, comprendo que tengas, como tienes, esta consideración por la vida que él ha arriesgado por tu causa y que estés decidido a salvarle, si es posible. En tal caso, no tienes más remedio que sacarlo de 164 Inglaterra antes de poner en obra tus deseos personales. Una vez logrado eso, líbrate de él, en nombre de Dios; los dos juntos ya encontraremos los medios, querido amigo. Fue para mí un consuelo estrechar las manos de Herbert después que hubo dicho estas palabras, y, hecho esto, reanudamos nuestro paseo por la estancia. - Ahora, Herbert – dije, - conviene que nos enteremos de su historia. No hay más que un medio de lograrlo, y es el de preguntársela directamente. - Sí, pregúntale acerca de eso - dijo Herbert - cuando nos sentemos a tomar el desayuno. Efectivamente, el día anterior, al despedirse de Herbert, había anunciado que vendría a tomar el desayuno con nosotros. Decididos a poner en obra este proyecto,fuimos a acostarnos. Yo tuve los sueños más horrorosos acerca de él, y me levanté sin haber descansado; me desperté para recobrar el miedo, que perdiera al dormirme, de que le descubriesen y se averiguara que era un deportado de por vida que había regresado a Inglaterra. Una vez despierto, no perdía este miedo ni un instante. Llegó a la hora oportuna, sacó el cuchillo de la faltriquera y se sentó para comer. Tenía muchos planes con referencia a su caballero, y me recomendó que, sin contar, empezara a gastar de la cartera que había dejado en mi poder. Consideraba nuestras habitaciones y su propio alojamiento como residencia temporal, y me aconsejó que buscara algún lugar elegante y apropiado cerca de Hyde Park, en donde pudiera tener una cama improvisada siempre que hiciera falta. Cuando hubo terminado su desayuno y mientras se limpiaba el cuchillo en la pierna, sin ponerle en guardia con una sola palabra, le dije repentinamente: - Después que se hubo usted marchado anoche, referí a mi amigo la lucha que había usted empeñado en una zanja cuando llegaron los soldados seguidos por los demás. ¿Se acuerda? - ¿Que si me acuerdo? - replicó -. ¡Ya lo creo! - Quisiéramos saber algo acerca de aquel hombre… y acerca de usted mismo. Es raro que yo no sepa de él ni de usted más de lo que pude referir anoche. ¿No le parece buena ocasión para contarnos algo? - Bueno - dijo después de reflexionar -. ¿Se acuerda usted de su juramento, compañero de Pip? - Claro está - replicó Herbert. - Ese juramento se refiere a cuanto yo diga, sin excepción alguna. - Así lo entiendo también. - Pues bien, fíjense ustedes. Cualquier cosa que yo haya hecho, ya está pagada - insistió. - Perfectamente. Sacó su negra pipa y se disponía a llenarla de su mal tabaco, pero al mirar el que tenía en la mano después de sacarlo de su bolsillo, tal vez le pareció que podría hacerle perder el hilo de su discurso. Se lo guardó otra vez, se metió la pipa en un ojal de su chaqueta, apoyó las manos en las rodillas y, después de dirigir al fuego una mirada preñada de cólera, se quedó silencioso unos momentos, miró alrededor y dijo lo que sigue. ...

En la línea 904
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Espera, hombre, espera! ¿Estás loco? ...

En la línea 1025
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sírvete… No, espera. Voy a servirte yo. Déjalo todo en la mesa. ...

En la línea 1822
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Durante la hora y media de espera, las dos mujeres no habían cesado de hacer preguntas a Nastasia, que estaba aún ante ellas y las había informado de todo cuanto sabía acerca de Raskolnikof. Estaban aterradas desde que la sirvienta les había dicho que el huésped había salido de casa enfermo y seguramente bajo los efectos del delirio. ...

En la línea 1824
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y lloraban las dos. Habían sufrido lo indecible durante la larga espera. ...

En la línea 53
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Y usted, también espera? —inquirí. ...

En la línea 245
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —A mi eso me es indiferente —contestó Paulina—. Si espera usted que le conteste que sí, debo decirle, en efecto, que dudo de que algo importante pueda atormentarle, pero no seriamente. Usted es desordenado e inconstante. ¿Qué necesidad tiene de dinero? Ninguna de las razones que alega es concluyente… ...

En la línea 259
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Cómo es eso? ¿Qué espera usted ser para mí? ...

En la línea 265
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ¿Qué me importa lo demás?¿Por qué y cómo yo la amo? Lo ignoro. Tal vez no sea usted hermosa. ¡Figúrese que no sé si es usted hermosa, ni siquiera de cara! Tiene usted, seguramente, mal corazón y sus sentimientos es muy posible que no sean muy nobles. —Usted espera, tal vez, comprarme a fuerza de oro —dijo—, porque usted no cree en la nobleza de mis sentimientos. ...

En la línea 267
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Nadie habló. El farol, si es que lo era, había tenido respuesta. Thornton sintió que una tibia oleada de sangre le asomaba al rostro. La lengua le había jugado una mala pasada. Él no sabía si Buck era capaz de arrancar quinientos kilos de peso. ¡Media tonelada! Aquella enormidad lo consternó. Tenía una gran fe en la fuerza de Buck y muchas veces había pensado que sería capaz de arrancar el trineo con una carga así, pero nunca, como en aquel momento, se había enfrentado a la posibilidad real, con los ojos de una docena de hombres fijos en él, en silenciosa espera. Además, no tenía los mil dólares, ni los tenían Hans y Pete. ...

En la línea 775
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Seguíase breve pausa y completo silencio. Una espera trágica. ...

En la línea 1041
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Señorita! -contestó el vasco con no menor alegría, cordialidad y sorpresa-. ¡Yo que no la había conocido a usted! ¡necio de mí! Ya se ve, son tantos los viajeros que uno lleva y trae y espera y despide en esa bendita estación… ¡Jesús! ...


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Espera en la RAE.
Espera en Word Reference.
Espera en la wikipedia.
Sinonimos de Espera.

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