La palabra Pone ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece pone.
Estadisticas de la palabra pone
La palabra pone es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 937 según la RAE.
Pone es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 96.61 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la pone en 150 obras del castellano contandose 14685 apariciones en total.
Más información sobre la palabra Pone en internet
Pone en la RAE.
Pone en Word Reference.
Pone en la wikipedia.
Sinonimos de Pone.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece pone
La palabra pone puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 741
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Nueve libras, padre--añadía el señor Fermín.--Eso se ice fácilmente y resulta un juguete pa un rato; pero hay que ver cómo se pone un cristiano después de estar too el día subiendo y bajando la herramienta. ...
En la línea 1092
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Cualquiera se nos pone delante!... ...
En la línea 2537
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Entonces -dijo Tréville-, es también por servicio de Vuestra Majestad por lo que se coge a uno de mis mosqueteros inocentes, por lo que se le pone entre dos guardias como a un malhechor, y por lo que pasea en medio de una población insolente a ese hombre ga lantes que ha vertido diez veces su sangre al servicio de Vuestra Majes tad y que está dispuesto a verterla todavía. ...
En la línea 2987
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Brrrr! ¡La Bastilla es horrible! Nada más pensar en ella se me pone la carne de gallina. ...
En la línea 4201
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Es cierto que cuan do se pone una mujer joven y bonita, no hay necesidad de correr detrás de la felicidad; es la felicidad la que viene a buscaros, ¿no es así, señor Bonacieux?Bonacieux se puso pálido como la muerte y muequeó una sonrisa. ...
En la línea 5870
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La señora Coquenard atrajo la fuente para sí, separó hábilmente las dos grandes patas negras, que puso en el plato de su marido; cortó el cuello, que se puso, dejando a un lado la cabeza, para ella; cortó el ala para Porthos y devolvió a la criada que acababa de traerlo el animal, que volvió casi intacto, y que había desaparecido antes de que el mosquetero tuviera tiempo de examinar las variaciones que el de sencanto pone en los rostros, según los caracteres ytemperamentos de quienes lo experimentan. ...
En la línea 1581
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Todas le hacen cara, esconden la grupa, y cuando el lobo se pone a dar vueltas trotando y aullando alrededor del corro, se alzan de manos dispuestas a aplastarlo contra el suelo, en cuanto intente hacerles, a ellas o a su _cría_, el menor daño. ...
En la línea 4290
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... en 4.º El calificativo de «Solón inglés» que Borrow pone en boca del alcalde está tomado de un artículo del _Monthly Magazine_, que Borrow conocía bien. ...
En la línea 6194
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cuando el sol se pone, el panorama que ofrece la ciudad, mirada desde ese sitio, es de inefable hermosura. ...
En la línea 7169
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estas fosas las alquila, no una ni dos personas, sino mucha gente, y todo el que se pone en lista puede arrendar una de las fosas y curtir las pieles que necesite; pero el propietario de todo es un hombre solo, llamado Cado Ableque. ...
En la línea 206
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: -Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. ...
En la línea 699
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. ...
En la línea 743
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida; de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. ...
En la línea 1516
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Engáñaste en eso, Sancho -respondió don Quijote-; que, ya que hemos caído en sospecha de quién es el dueño, cuasi delante, estamos obligados a buscarle y volvérselos; y, cuando no le buscásemos, la vehemente sospecha que tenemos de que él lo sea nos pone ya en tanta culpa como si lo fuese. ...
En la línea 33
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un Octopus o pulpo, me interesó también mucho, y pasé largas horas estudiando sus costumbres. Aunque abundan en los charcos que deja la marea al retirarse, estos animales no son fáciles de coger. Por medio de sus largos tentáculos o brazos y de sus ventosas o chupadores, consiguen meterse dentro de grietas muy estrechas; y, una vez allí, necesita emplearse mucha fuerza para hacer que salga. Otras veces se lanzan con la rapidez de una flecha, llevando la cola adelante, de un lado a otro del charco, y al mismo tiempo coloran el agua, difundiendo en torno suyo una especie de tinta de color castaño oscuro. Estos animales tienen también la facultad de cambiar de Color para ocultarse a la vista. Parecen variar los matices de su cuerpo según la naturaleza del terreno sobre el cual pasan: cuando están en un sitio donde es poco profunda el agua, suelen presentar un color de púrpura parduzco; pero cuando se les coloca encima de la tierra o en un sitio donde es poco profunda el agua, ese tinte oscuro desaparece y lo reemplaza un color verde amarillento. Si se examina más atentamente el color de estos animales, se ve que son grises y tienen manchas numerosas de un color amarillo fuerte; algunas de esas manchas varían de intensidad, otras aparecen y desaparecen de continuo. Estas modificaciones de color se efectúan de tal modo, que parece como si se vieran pasar constantemente sobre el cuerpo del animal nubes de colores que varían del rojo jacinto al rojo castaño. Toda parte de su cuerpo sometida a un ligero choque galvánico se pone negra; puede producirse un efecto análogo aunque menos marcado arañándoles la piel con una aguja. Estas nubes o llamaradas de color, como pudieran llamarse, dícese que son producidas por la dilatación y la contracción sucesivas de unas vesículas muy pequeñas que contienen fluidos diversamente coloridos. ...
En la línea 35
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Más de una vez, mientras buscaba yo animales marinos, con mi cabeza a unos dos pies por encima de las peñas de la costa, recibí en la cara un chorro de agua acompañado de un leve ruido discordante. Al pronto buscaba en vano de dónde venía aquel agua; luego descubría que la arrojaba un pulpo; y por muy escondido que estuviera dentro de un agujero, ese chorro me hacía descubrirle. Este animal tiene ciertamente el poder de arrojar agua; y estoy convencido de que puede apuntar y dar en el blanco con bastante buena puntería, modificando la dirección del tubo o sifón que tiene en la parte inferior de su cuerpo. Estos animales llevan con dificultad la cabeza, por lo cual les cuesta mucho trabajo arrastrarse cuando se les pone encima del suelo. ...
En la línea 45
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Sólo dos clases de aves se encuentran en las Peñas de San Pablo: el pájaro bobo y el búho. Estas dos aves tienen un carácter tan tranquilo, tan estúpidos, y están tan poco habituadas a recibir visitas, que con mi martillo de geólogo hubiera podido matar cuantas quisiese. El pájaro bobo pone los huevos en la roca pelada; el búho, por el contrario, construye un nido muy sencillo con hierbas marinas. Junto a gran número de esos nidos veíase un pececillo volador que el macho (supongo) había llevado para la hembra ocupada en incubar. Un grueso cangrejo de mar muy activo (Grapsus), que habita en las grietas de las rocas, me daba un espectáculo muy divertido: en cuanto separaba yo de allí a la incubadora, acudía él a robar el pez puesto junto al nido. Sir W. ...
En la línea 86
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 19 de abril.- Abandonamos a Socego y seguimos durante dos días el camino que ya conocemos; camino fatigoso y aburrido, pues atraviesa llanuras arenosas donde la reverberación es intensa, no lejos de orilla del mar. Noto que cada vez que mi caballo pone el pie sobre la arena silícea, se oye un débil grito. El tercer día emprendemos un camino diferente y cruzamos el bonito pueblecillo de Madre de Deos. Ese es uno de los grandes caminos principales del Brasil; y sin embargo, se halla en tan mal estado, que no puede ir por él ningún carruaje, excepto las carretas tiradas por bueyes. Durante todo nuestro viaje no hemos atravesado ni un solo puente de piedra; y los puentes de madera se encuentran en tan mal estado, que es preciso echarse a un lado para evitarlos. No se conocen las distancias; a veces en lugar de postes kilométricos se ve una cruz; pero es simplemente para indicar el sitio donde se ha cometido un homicidio. Llegamos a Río en la noche del 23; habíamos terminado nuestro viajecillo. ...
En la línea 2587
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mesía —y bajó mucho más la voz —Mesía le pone varas a la Regenta. ...
En la línea 2727
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —El señor Ronzal quiere que se le explique si se piensa que es él quien pone las varas que esa señora toma o deja de tomar. ...
En la línea 2889
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No; lo lanzó sobre un diván y gritando dijo: —Señores, sostenga lo que quiera ese libraco, yo aseguro, bajo palabra de honor, que el diccionario que tengo en casa pone avena con h. ...
En la línea 3699
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¿Tú qué sabes? Mira, si le hablan de ti palidece o se pone como un tomate, enmudece y después cambia de conversación en cuanto puede hablar. ...
En la línea 1057
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Si se deja continuar este espectáculo subversivo, si no se le pone remedio, el llamado 'partido masculista', insignificante y ridículo en el presente, crecerá hasta convertirse en una gran fuerza; los hombres querrán llevar pantalones, y nosotros, las mujeres que somos senadores, guerreros, funcionarios, en una palabra, todos los que desempeñamos un cargo público o contribuimos a la buena marcha del Estado, todos los que somos cabeza de una familia, tendremos que vestirnos con faldas. ...
En la línea 1428
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Venceremos, gentleman -dijo con entusiasmo-. Desde anoche están saliendo tropas para los Estados donde se han sublevado los hombres. Ya le he dicho que estos disponen de una invención, de una especie de nube que los pone a cubierto de los rayos negros; pero aunque esto parezca de gran importancia a ciertos varones ilusos, influirá poco en el resultado final. Si ellos pueden valerse, gracias a su descubrimiento, de las armas antiguas que inventaron los hombres, nosotros también podemos hacer uso de ellas, y las guardamos en mayores cantidades. Esta mañana hemos extraído de los archivos de la Universidad Central una estadística de todos los depósitos que existen en las otras universidades y se hallan en poder del gobierno. Por cierto que esto me ha permitido adquirir noticias sobre el Padre de los Maestros, que esta enfermo de gravedad, lo que originó ayer muchos comentarios. ...
En la línea 97
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Prometíaselas él muy felices en la tienda de bayetas y paños del Reino que estableció en la Plaza Mayor, junto a la Panadería. No puso dependientes, porque la cortedad del negocio no lo consentía; pero su tertulia fue la más animada y dicharachera de todo el barrio. Y ved aquí el secreto de lo poco que dio de sí el establecimiento, y la justificación de los vaticinios de D. Bonifacio. Estupiñá tenía un vicio hereditario y crónico, contra el cual eran impotentes todas las demás energías de su alma; vicio tanto más avasallador y terrible cuanto más inofensivo parecía. No era la bebida, no era el amor, ni el juego ni el lujo; era la conversación. Por un rato de palique era Estupiñá capaz de dejar que se llevaran los demonios el mejor negocio del mundo. Como él pegase la hebra con gana, ya podía venirse el cielo abajo, y antes le cortaran la lengua que la hebra. A su tienda iban los habladores más frenéticos, porque el vicio llama al vicio. Si en lo más sabroso de su charla entraba alguien a comprar, Estupiñá le ponía la cara que se pone a los que van a dar sablazos. Si el género pedido estaba sobre el mostrador, lo enseñaba con gesto rápido, deseando que acabase pronto la interrupción; pero si estaba en lo alto de la anaquelería, echaba hacia arriba una mirada de fatiga, como el que pide a Dios paciencia, diciendo: «¿Bayeta amarilla? Mírela usted. Me parece que es angosta para lo que usted la quiere». Otras veces dudaba o aparentaba dudar si tenía lo que le pedían. «¿Gorritas para niño? ¿Las quiere usted de visera de hule?… Sospecho que hay algunas, pero son de esas que no se usan ya… ». ...
En la línea 338
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaron los esposos una mala noche por aquella estepa, matando el frío muy juntitos bajo los pliegues de una sola manta, y por fin llegaron a Córdoba, donde descansaron y vieron la Mezquita, no bastándoles un día para ambas cosas. Ardían en deseos de verse en la sin par Sevilla… Otra vez al tren. Serían las nueve de la noche cuando se encontraron dentro de la romántica y alegre ciudad, en medio de aquel idioma ceceoso y de los donaires y chuscadas de la gente andaluza. Pasaron allí creo que ocho o diez días, encantados, sin aburrirse ni un solo momento, viendo los portentos de la arquitectura y de la Naturaleza, participando del buen humor que allí se respira con el aire y se recoge de las miradas de los transeúntes. Una de las cosas que más cautivaban a Jacinta era aquella costumbre de los patios amueblados y ajardinados, en los cuales se ve que las ramas de una azalea bajan hasta acariciar las teclas del piano, como si quisieran tocar. También le gustaba a Jacinta ver que todas las mujeres, aun las viejas que piden limosna, llevan su flor en la cabeza. La que no tiene flor se pone entre los pelos cualquier hoja verde y va por aquellas calles vendiendo vidas. ...
En la línea 404
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Es que hay en la naturaleza humana un vicio de mendicidad; eso no tiene duda. Ejemplo los de Santa Cruz, que gozaban de salud cabal, eran ricos, estimados de todo el mundo y se querían entrañablemente. ¿Qué les hacía falta? Parece que nada. Pues alguno de los cuatro pordioseaba. Es que cuando un conjunto de circunstancias favorables pone en las manos del hombre gran cantidad de bienes, privándole de uno solo, la fatalidad de nuestra naturaleza o el principio de descontento que existe en nuestro barro constitutivo le impulsan a desear precisamente lo poquito que no se le ha otorgado. Salud, amor, riqueza, paz y otras ventajas no satisfacían el alma de Jacinta; y al año de casada, más aún a los dos años, deseaba ardientemente lo que no tenía. ¡Pobre joven! Lo tenía todo, menos chiquillos. ...
En la línea 584
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... De vez en cuando estas cavilaciones cesaban, porque Juan sabía arreglarse de modo que su mujer no llegase a cargarse de razón para estar descontenta. Como la herida a que se pone bálsamo fresco, la pena de Jacinta se calmaba. Pero los días y las noches, sin saber cómo, traíanla lentamente otra vez a la misma situación penosa. Y era muy particular; estaba tan tranquila, sin pensar en semejante cosa, y por cualquier incidente, por una palabra sin interés o referencia trivial, le asaltaba la idea como un dardo arrojado de lejos por desconocida mano y que venía a clavársele en el cerebro. Era Jacinta observadora, prudente y sagaz. Los más insignificantes gestos de su esposo, las inflexiones de su voz, todo lo observaba con disimulo, sonriendo cuando más atenta estaba, escondiendo con mil zalamerías su vigilancia, como los naturalistas esconden y disimulan el lente con que examinan el trabajo de las abejas. Sabía hacer preguntas capciosas, verdaderas trampas cubiertas de follaje. ¡Pero bueno era el otro para dejarse coger! ...
En la línea 215
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «¿Sueño o vivo? –se preguntó embozándose en la manta–. ¿Soy águila o soy hombre? ¿Qué dirá el papel ese? ¿Qué novedades me traerá el nuevo día consigo? ¿Se habrá tragado esta noche un terremoto a Corcubión? ¿Y por qué no a Leipzig? ¡Oh, la asociación lírica de ideas, el desorden pindárico! El mundo es un caleidoscopio. La lógica la pone el hombre. El supremo arte es el del azar. Durmamos, pues, un rato más.» ...
En la línea 599
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿Qué le pasa a usted, don Augusto, se pone malo? ...
En la línea 842
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Y, es claro, yo, aun sin decírselo, le echaba la culpa a ella y me decía: «Esta mujer es estéril y te pone en ridículo.» ...
En la línea 1368
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Se contenta con su parte, señorito, si no se le pone tasa al dinero que gasta. Lo que le molesta a una mujer es que su hombre la ponga a ración de comer, de vestir, de todo lo demás así, de lujo; pero si le deja gastar lo que quiera… Ahora, si tiene hijos de él… ...
En la línea 1385
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Subí a la plataforma. Había sobrevenido de golpe la noche, pues a tan baja latitud el sol se pone rápidamente, sin crepúsculo. Se veía ya muy confusamente el perfil de la isla Gueboroar, pero las numerosas fogatas que iluminaban la playa mostraban que los indígenas no pensaban abandonarla. Permanecí así, solo, durante varias horas. Pensaba en aquellos indígenas, ya sin temor, ganado por la imperturbable confianza del capitán. Les olvidé pronto, para admirar los esplendores de la noche tropical. Siguiendo a las estrellas zodiacales, mi pensamiento voló a Francia, que habría de ser iluminada por aquéllas dentro de unas horas. ...
En la línea 2665
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Porque nadie puede atravesar la gran banca de hielo. Es muy poderoso su capitán, pero, ¡mil diantres!, no es más poderoso que la Naturaleza, y allí donde ésta pone sus límites hay que detenerse, quiérase o no. ...
En la línea 403
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Espera un poco. Sé perfectamente lo que vas a decir, Pip. Espera un poco. No puedo negar que tu hermana se ha convertido en una especie de rey absoluto para ti y para mí. Y eso desde hace mucho tiempo. Tampoco puedo negar que nos maltrata bastante en los momentos en que se pone furiosa. - Joe pronunció estas palabras en voz baja y miró hacia la puerta, añadiendo -. Y no puedo menos de confesar que tiene la mano dura. ...
En la línea 1614
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero ni por ignorancia ni por prejuicio era posible equivocarse ni tomarle por caballero, según asegura enérgicamente mi padre; porque tiene el principio de que quien no es caballero por su condición, tampoco lo es por sus maneras. Asegura que no hay barniz capaz de ocultar el grano de la madera, y que cuanto más barniz se pone, más sale y se destaca el grano. En fin, este hombre sitió a la señorita Havisham y la cortejó, dándole a entender que la adoraba. ...
En la línea 2000
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... A nuestra llegada a Dinamarca encontramos al rey y a la reina de aquel país sentados en dos sillones y sobre una mesa de cocina, celebrando una reunión de la corte. Toda la nobleza danesa estaba allí, al servicio de sus reyes. Esa nobleza consistía en un muchacho aristócrata que llevaba unas botas de gamuza de algún antepasado gigantesco; en un venerable par, de sucio rostro, que parecía haber pertenecido al pueblo durante la mayor parte de su vida, y en la caballería danesa, con un peine en el cabello y un par de calzas de seda blanca y que en conjunto ofrecía aspecto femenino. Mi notable conciudadano permanecía tristemente a un lado, con los brazos doblados, y yo sentí el deseo de que sus tirabuzones y su frente hubiesen sido más naturales. A medida que transcurría la representación se presentaron varios hechos curiosos de pequeña importancia. El último rey de aquel país no solamente parecía haber sufrido tos en la época de su muerte, sino también habérsela llevado a la tumba, sin desprenderse de ella cuando volvió entre los mortales. El regio aparecido llevaba un fantástico manuscrito arrollado a un bastón y al cual parecía referirse de vez en cuando, y, además, demostraba cierta ansiedad y tendencia a perder esta referencia, lo cual daba a entender que gozaba aún de la condición mortal. Por eso tal vez la sombra recibió el consejo del público de que «lo doblase mejor», recomendación que aceptó con mucho enojo. También podía notarse en aquel majestuoso espíritu que, a pesar de que fingía haber estado ausente durante mucho tiempo y recorrido una inmensa distancia, procedía, con toda claridad, de una pared que estaba muy cerca. Por esta causa, sus terrores fueron acogidos en broma. A la reina de Dinamarca, dama muy regordeta, aunque sin duda alguna históricamente recargada de bronce, el público la juzgó como sobrado adornada de metal; su barbilla estaba unida a su diadema por una ancha faja de bronce, como si tuviese un grandioso dolor de muelas; tenía la cintura rodeada por otra, así como sus brazos, de manera que todos la señalaban con el nombre de «timbal». El noble joven que llevaba las botas ancestrales era inconsecuente al representarse a sí mismo como hábil marino, notable actor, experto cavador de tumbas, sacerdote y persona de la mayor importancia en los asaltos de esgrima de la corte, ante cuya autoridad y práctica se juzgaban las mejores hazañas. Esto le condujo gradualmente a que el público no le tuviese ninguna tolerancia y hasta, al ver que poseía las sagradas órdenes y se negaba a llevar a cabo el servicio fúnebre, a que la indignación contra él fuese general y se exteriorizara por medio de las nueces que le arrojaban. 121 Últimamente, Ofelia fue presa de tal locura lenta y musical, que cuando, en el transcurso del tiempo, se quitó su corbata de muselina blanca, la dobló y la enterró, un espectador huraño que hacía ya rato se estaba enfriando su impaciente nariz contra una barra de hierro en la primera fila del público, gruñó: - Ahora que han metido al niño en la cama, vámonos a cenar. Lo cual, por lo menos, era una incongruencia. Todos estos incidentes se acumularon de un modo bullicioso sobre mi desgraciado conciudadano. Cada vez que aquel irresoluto príncipe tenía que hacer una pregunta o expresar una duda, el público se apresuraba a contestarle. Por ejemplo, cuando se trató de si era más noble sufrir, unos gritaron que sí y otros que no; y algunos, sin decidirse entre ambas opiniones, le aconsejaron que lo averiguara echando una moneda a cara o cruz. Esto fue causa de que entre el público se empeñase una enconada discusión. Cuando preguntó por qué las personas como él tenían que arrastrarse entre el cielo y la tierra, fue alentado con fuertes gritos de los que le decían «¡Atención!» Al aparecer con una media desarreglada, desorden expresado, de acuerdo con el uso, por medio de un pliegue muy bien hecho en la parte superior, y que, según mi opinión, se lograba por medio de una plancha, surgió una discusión entre el público acerca de la palidez de su pierna y también se dudó de si se debería al susto que le dio el fantasma. Cuando tomó la flauta, evidentemente la misma que se empleó en la orquesta y que le entregaron en la puerta, el público, unánimemente, le pidió que tocase el Rule Britania. Y mientras recomendaba al músico no tocar de aquella manera, el mismo hombre huraño que antes le interrumpiera dijo: «Tú, en cambio, no tocas la flauta de ningún modo; por consiguiente, eres peor que él.» Y lamentó mucho tener que añadir que las palabras del señor Wopsle eran continuamente acogidas con grandes carcajadas. Pero le esperaba lo más duro cuando llegó la escena del cementerio. Éste tenía la apariencia de un bosque virgen; a un lado había una especie de lavadero de aspecto eclesiástico y al otro una puerta semejante a una barrera de portazgo. El señor Wopsle llevaba una capa negra, y como lo divisaran en el momento de entrar por aquella puerta, algunos se apresuraron a avisar amistosamente al sepulturero, diciéndole: «Cuidado. Aquí llega el empresario de pompas fúnebres para ver cómo va tu trabajo.» Me parece hecho muy conocido, en cualquier país constitucional, que el señor Wopsle no podía dejar el cráneo en la tumba, después de moralizar sobre él, sin limpiarse los dedos en una servilleta blanca que se sacó del pecho; pero ni siquiera tan inocente e indispensable acto pasó sin que el público exclamara, a guisa de comentario: «¡Mozo!» La llegada del cadáver para su entierro, en una caja negra y vacía, cuya tapa se cayó, fue la señal de la alegría general, que aumentó todavía al descubrir que entre los que llevaban la caja había un individuo a quien reconoció el público. La alegría general siguió al señor Wopsle en toda su lucha con Laertes, en el borde del escenario y de la tumba, y ni siquiera desapareció cuando hubo derribado al rey desde lo alto de la mesa de cocina y luego se murió, pulgada a pulgada y desde los tobillos hacia arriba. Al empezar habíamos hecho algunas débiles tentativas para aplaudir al señor Wopsle, pero fue evidente que no serían eficaces y, por lo tanto, desistimos de ello. Así, pues, continuamos sentados, sufriendo mucho por él, pero, sin embargo, riéndonos con toda el alma. A mi pesar, me reí durante toda la representación, porque, realmente, todo aquello resultaba muy gracioso; y, no obstante, sentí la impresión latente de que en la alocución del señor Wopsle había algo realmente notable, no a causa de antiguas asociaciones, según temo, sino porque era muy lenta, muy triste, lúgubre, subía y bajaba y en nada se parecía al modo con que un hombre, en cualquier circunstancia natural de muerte o de vida, pudiese expresarse acerca de algún asunto. Cuando terminó la tragedia y a él le hicieron salir para recibir los gritos del público, dije a Herbert: - Vámonos en seguida, porque, de lo contrario, corremos peligro de encontrarle. Bajamos tan aprisa como pudimos, pero aún no fuimos bastante rápidos, porque junto a la puerta había un judío, con cejas tan grandes que no podían ser naturales y que cuando pasábamos por su lado se fijó en mí y preguntó: - ¿El señor Pip y su amigo? No hubo más remedio que confesar la identidad del señor Pip y de su amigo. -El señor Waldengarver-dijo el hombre-quisiera tener el honor… - ¿Waldengarver? - repetí. Herbert murmuró junto a mi oído: -Probablemente es Wopsle. - ¡Oh! - exclamé -. Sí. ¿Hemos de seguirle a usted? - Unos cuantos pasos, hagan el favor. En cuanto estuvimos en un callejón lateral, se volvió, preguntando: - ¿Qué le ha parecido a ustedes su aspecto? Yo le vestí. 122 Yo no sabía, en realidad, cuál fue su aspecto, a excepción de que parecía fúnebre, con la añadidura de un enorme sol o estrella danesa que le colgaba del cuello, por medio de una cinta azul, cosa que le daba el aspecto de estar asegurado en alguna extraordinaria compañía de seguros. Pero dije que me había parecido muy bien. - En la escena del cementerio - dijo nuestro guía -tuvo una buena ocasión de lucir la capa. Pero, a juzgar por lo que vi entre bastidores, me pareció que al ver al fantasma en la habitación de la reina, habría podido dejar un poco más al descubierto las medias. Asentí modestamente, y los tres atravesamos una puertecilla de servicio, muy sucia y que se abría en ambas direcciones, penetrando en una especie de calurosa caja de embalaje que había inmediatamente detrás. Allí, el señor Wopsle se estaba quitando su traje danés, y había el espacio estrictamente suficiente para mirarle por encima de nuestros respectivos hombros, aunque con la condición de dejar abierta la puerta o la tapa de la caja. - Caballeros - dijo el señor Wopsle -. Me siento orgulloso de verlos a ustedes. Espero, señor Pip, que me perdonará el haberle hecho llamar. Tuve la dicha de conocerle a usted en otros tiempos, y el drama ha sido siempre, según se ha reconocido, un atractivo para las personas opulentas y de nobles sentimientos. Mientras tanto, el señor Waldengarver, sudando espantosamente, trataba de quitarse sus martas principescas. - Quítese las medias, señor Waldengarver-dijo el dueño de aquéllas; - de lo contrario, las reventará y con ellas reventará treinta y cinco chelines. Jamás Shakespeare pudo lucir un par más fino que éste. Estése quieto en la silla y déjeme hacer a mí. Diciendo así, se arrodilló y empezó a despellejar a su víctima, quien, al serle sacada la primera media, se habría caído atrás, con la silla, pero se salvó de ello por no haber sitio para tanto. Hasta entonces temí decir una sola palabra acerca de la representación. Pero en aquel momento, el señor Waldengarver nos miró muy complacido y dijo: - ¿Qué les ha parecido la representación, caballeros? Herbert, que estaba tras de mí, me tocó y al mismo tiempo dijo: - ¡Magnífica! Como es natural, yo repetí su exclamación, diciendo también: - ¡Magnífica! - ¿Les ha gustado la interpretación que he dado al personaje, caballeros? -preguntó el señor Waldengarver con cierto tono de protección. Herbert, después de hacerme una nueva seña por detrás de mí, dijo: - Ha sido una interpretación exuberante y concreta a un tiempo. Por esta razón, y como si yo mismo fuese el autor de dicha opinión, repetí: - Exuberante y concreta a un tiempo. -Me alegro mucho de haber merecido su aprobación, caballeros - dijo el señor Waldengarver con digno acento, a pesar de que en aquel momento había sido arrojado a la pared y de que se apoyaba en el asiento de la silla. - Pero debo advertirle una cosa, señor Waldengarver - dijo el hombre que estaba arrodillado, - en la que no pensó usted durante su representación. No me importa que alguien piense de otra manera. Yo he de decirselo. No hace usted bien cuando, al representar el papel de Hamlet, pone usted sus piernas de perfil. El último Hamlet que vestí cometió la misma equivocación en el ensayo, hasta que le recomendé ponerse una gran oblea roja en cada una de sus espinillas, y entonces en el ensayo (que ya era el último), yo me situé en la parte del fondo de la platea y cada vez que en la representación se ponía de perfil, yo le decía: «No veo ninguna oblea». Y aquella noche la representación fue magnífica. El señor Waldengarver me sonrió, como diciéndome: «Es un buen empleado y le excuso sus tonterías.» Luego, en voz alta, observó: -Mi concepto de este personaje es un poco clásico y profundo para el público; pero ya mejorará éste, mejorará sin duda alguna. - No hay duda de que mejorará - exclamamos a coro Herbert y yo. - ¿Observaron ustedes, caballeros - dijo el señor Waldengarver -, que en el público había un hombre que trataba de burlarse del servicio… , quiero decir, de la representación? Hipócritamente contestamos que, en efecto, nos parecía haberlo visto, y añadí: -Sin duda estaba borracho. - ¡Oh, no! ¡De ninguna manera! - contestó el señor Wopsle -. No estaba borracho. Su amo ya habrá cuidado de evitarlo. Su amo no le permitiría emborracharse. 123 - ¿Conoce usted a su jefe? - pregunté. El señor Wopsle cerró los ojos y los abrió de nuevo, realizando muy despacio esta ceremonia. - Indudablemente, han observado ustedes - dijo - a un burro ignorante y vocinglero, con la voz ronca y el aspecto revelador de baja malignidad, a cuyo cargo estaba el papel (no quiero decir que lo representó) de Claudio, rey de Dinamarca. Éste es su jefe, señores. Así es esta profesión. Sin comprender muy bien si deberíamos habernos mostrado más apenados por el señor Wopsle, en caso de que éste se desesperase, yo estaba apurado por él, a pesar de todo, y aproveché la oportunidad de que se volviese de espaldas a fin de que le pusieran los tirantes - lo cual nos obligó a salir al pasillo - para preguntar a Herbert si le parecía bien que le invitásemos a cenar. Mi compañero estuvo conforme, y por esta razón lo hicimos y él nos acompañó a la Posada de Barnard, tapado hasta los ojos. Hicimos en su obsequio cuanto nos fue posible, y estuvo con nosotros hasta las dos de la madrugada, pasando revista a sus éxitos y exponiendo sus planes. He olvidado en detalle cuáles eran éstos, pero recuerdo, en conjunto, que quería empezar haciendo resucitar el drama y terminar aplastándolo, pues su propia muerte lo dejaría completa e irremediablemente aniquilado y sin esperanza ni oportunidad posible de nueva vida. Muy triste me acosté, y con la mayor tristeza pensé en Estella. Tristemente soñé que habían desaparecido todas mis esperanzas, que me veía obligado a dar mi mano a Clara, la novia de Herbert, o a representar Hamlet con el espectro de la señorita Havisham, ello ante veinte mil personas y sin saber siquiera veinte palabras de mi papel. ...
En la línea 95
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Pero ¿por qué se pone en camino? ‑le interrumpió Raskolnikof. ...
En la línea 253
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »¿Qué misterio es éste? ¿Dónde está la clave del enigma? La cosa no puede estar más clara: ella no se vendería jamás por sí misma, por su bienestar, ni siquiera por librarse de la muerte. Pero lo hace por otro; se vende por un ser querido. He aquí explicado el misterio: se dispone a venderse por su madre y por su hermano… Cuando se llega a esto, incluso violentamos nuestras más puras convicciones. La persona pone en venta su libertad, su tranquilidad, su conciencia. 'Perezca yo con tal que mis seres queridos sean felices.' Es más, nos elaboramos una casuística sutil y pronto nos convencemos a nosotros mismos de que nuestra conducta es inmejorable, de que era necesaria, de que la excelencia del fin justifica nuestro proceder. Así somos. La cosa está clara como la luz. ...
En la línea 386
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Arroja el palo, se inclina, busca de nuevo en el fondo de la carreta y, cuando se pone derecho, se ve en sus manos una barra de hierro. ...
En la línea 1161
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No es un sujeto recomendable. También compraba pagarés. ¡Que el diablo se lo lleve! lo que me pone fuera de mí es la rutina, la anticuada e innoble rutina de esa gente. Éste era el momento de renunciar a los viejos procedimientos y seguir nuevos sistemas. Los datos psicológicos bastarían para darles una nueva pista. Pero ellos dicen: «Nos atenemos a los hechos.» Sin embargo, los hechos no son lo único que interesa. El modo de interpretarlos influye en un cincuenta por ciento como mínimo en el éxito de las investigaciones. ...
En la línea 958
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Esto es lo que ha pasado, señor alcalde. Parece que vivía en las cercanías de Ailly-le-Haut-Clocher un hombrecillo a quien llaman el viejo Champmathieu. Era muy pobre, no llamaba la atención porque nadie sabe cómo viven esas gentes. Este otoño, Champmathieu fue detenido por un robo de manzanas, con escalamiento de pared. Tenía todavía las ramas en la mano cuando fue sorprendido, y lo llevaron a la cárcel. Hasta aquí no había más que un asunto correccional. Pero ya veréis algo que es providencial. Como el recinto carcelario estaba en mal estado, el juez dispuso que se le trasladara a la cárcel provincial de Arras. Había allí un reo llamado Brevet, que estaba preso no sé por qué, y que por buena conducta desempeñaba el cargo de calabocero. Apenas entró Champmathieu, Brevet gritó: '¡Caramba! Yo conozco a este hombre, es un ex forzado. Estuvimos juntos en la cárcel de Tolón hace veinte años. Se llama Jean Valjean'. Champmathieu negaba, pero se hacen indagaciones, y al final se descubre que Champmathieu hace unos treinta años fue podador en Faverolles. Ahora bien, antes de ir a presidio por robo consumado, ¿qué era Jean Valjean? Podador. ¿Dónde? En Faverolles. Otro hecho: el apellido de la madre de Valjean era Mathieu. Nada más natural que al salir de presidio tratara de tomar el apellido de su madre para ocultarse y cambiara su nombre por el de Jean Mathieu. Pasó después a Auvernia; la pronunciación de allí cambia Jean por Chan y se le llama Chan Mathieu; y así nuestro hombre se transforma en Champmathieu. Se hacen averiguaciones en Faverolles; la familia Valjean ha desaparecido. Esas gentes, cuando no son lodo, son polvo. Se piden informes a Tolón, donde quedan dos presidiarios condenados a cadena perpetua, Cochepaille y Chenildieu, que conocieron a Jean Valjean. Se les hace venir y se les pone delante del supuesto Champmathieu, y no dudan un instante. Para ellos, igual que para Brevet, ése es Jean Valjean. Y ese mismo día envié yo mi denuncia a París, y me respondieron que había perdido el juicio, que Jean Valjean estaba en Arras en poder de la justicia. ¡Ya comprenderéis mi asombro! El juez de instrucción me llamó, me presentó a Champmathieu… ...
En la línea 342
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Le diré a usted… Siempre deseé casarme a gusto del viejecito, y no afligirlo con esos amoríos y esas locuras con que otras muchachas desazonan a sus padres… Mis amigas, digo algunas, veían pasar por delante de su ventana a un oficial de la guarnición… ¡zas! ya estaban todas derretidas, y carta va y carta viene… Yo me asombraba de eso de enamorarse así, por ver pasar a un hombre… Y como al fin nada se me daba de los que pasaban por la calle, y al señor de Miranda ya le conocía, y a padre le gustaba tanto… calculé: ¡mejor! así me libro de cuidados, ¿no es verdad? cierro los ojos, digo que sí y ya está hecho… Padre se pone muy contento y yo también. ...
En la línea 357
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Con su vuelta de usted se pone buena del todo. ...
En la línea 570
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Dejémonos de eso, Lucía; no quiero verla a usted con ese gesto; ¡se pone usted fea! -dijo en tono desahogado él, aludiendo por vez primera a las condiciones físicas de Lucía-. ¿Qué desea usted ahora? ¿Quiere usted que la lleve a ver alguna curiosidad de este pueblo? ¿El hospital? ¿Los fuertes? ...
En la línea 721
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Sí, sí, pide peras al olmo, al olmo -ceceaba Perico por lo bajo-. Cualquier día se pone mi señora hermana un alfiler menos, un alfiler menos, aunque se la lleve pateta. ...
En la línea 411
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Por eso el aspecto, las costumbres, las divisiones etnográficas de la península, tienden a modificarse diariamente. Antes se viajaba por todos los antiguos medios de transporte, a pie, a caballo, en carro, en carretilla, en litera, a cuestas de otro, en coach, etc. Ahora unos barcos de vapor recorren a gran velocidad el Indus y el Ganges, y un ferrocarril, que atraviesa la India en toda su anchura ramificándose en su trayecto, pone a Bombay a tres días tan sólo de Calcuta. ...
En la línea 515
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Por mis babuchas -exclamó Picaporte-, a buen precio hay quien pone la carne de elefante! ...
En la línea 1682
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En cuanto a Picaporte, roja la cara como el disco solar cuando se pone entre brumas, aspiraba aquel aire penetrante, dando rienda a sus esperanzas con el fondo de imperturbable confianza que las distinguía. En vez de llegar por la mañana a Nueva York, se llegaría por la tarde, pero todavía existían probabilidades de que esto ocurriese antes de salir el vapor de Liverpool. ...

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