La palabra Cierta ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cierta.
Estadisticas de la palabra cierta
La palabra cierta es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 770 según la RAE.
Cierta es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 114.4 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la cierta en 150 obras del castellano contandose 17389 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Cierta
Cómo se escribe cierta o cierrta?
Cómo se escribe cierta o zierta?
Cómo se escribe cierta o sierta?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece cierta
La palabra cierta puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 178
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí vivían, en el centro de la hermosa y cuidada vega, formando mundo aparte, devorándose unos a otros; y aunque causasen algún daño a los vecinos, éstos los respetaban con cierta veneración, pues las siete plagas de Egipto parecían poca cosa a los de la huerta para arrojarse sobre aquellos terrenos malditos. ...
En la línea 358
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Tórnam la escopeta! Y Pimentó sonreía con cierta admiración. ...
En la línea 586
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... » Y el pastor llamó a su rebaño, le hizo emprender la marcha por el camino, y antes de alejarse se echó la manta atrás, alzando sus descarnados brazos, y con cierta entonación de hechicero que augura el porvenir o de profeta que husmea la ruina, le gritó a Batiste: -Creume, fill meu ¡te portarán desgrasia!. ...
En la línea 619
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Podía esto consentirse? ¿Qué pensaba hacer el temible marido de Pepeta? Y Pimentó se rascaba la frente oyéndolos, con cierta confusión. ...
En la línea 34
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Conocía de antiguo a todos sus compañeros de oficina, su ductilidad ante el carácter imperioso de don Pablo Dupont, el jefe de la casa. Él era el único empleado que se permitía cierta independencia, sin duda por el afecto que la familia del jefe profesaba a la suya. Dos empleados extranjeros, uno francés y otro sueco, eran tolerados como necesarios para la correspondencia extranjera; pero don Pablo les mostraba cierto despego, al uno por su falta de religiosidad y al otro por ser luterano. ...
En la línea 128
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro se indignó ante el tono despectivo con que hablaba Dupont de su maestro. Palideció de cólera, estremeciéndose como si acabase de recibir un latigazo, y miró de frente con cierta arrogancia a su jefe. ...
En la línea 132
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Mi padre!--contestó Dupont con cierta indecisión.--También era como era: hijo de una época de revueltas y un poco tibio en lo que más debe importarle al hombre: la religión... Además, Fermín, los tiempos han cambiado; aquellos republicanos de entonces eran muchos de ellos personas extraviadas, pero de excelente corazón. Yo he conocido algunos que no podían pasar sin su misa y eran unos santos varones que odiaban a los reyes, pero respetaban a los sacerdotes de Dios. ¿Tú crees, Fermín, que a mí me asusta la República? Yo soy más republicano que tú; yo soy un hombre moderno. ...
En la línea 187
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y se volvía al grupo de amigos que a cierta distancia oían sus palabras, comentándolas con maldiciones a Dupont. ...
En la línea 230
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Gracias a este trato continuo con los altos y los bajos había adquirido cierta soltura y equitativa independencia de maneras sociales que le hacían semejarse en este punto a esos grandes señores de verdad que saben ser aristocráticamente democráticos, y sin dejar de apreciar los matices de la clase y de la educación, estimar como la primera y la más respetable la condición humana, y, dentro de ésta, los grados de la debilidad y la desgracia. ...
En la línea 2194
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El comisario pareció experimentar cierta inquietud. ...
En la línea 2422
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Hay que pasar por él y asegurarse si la cosa es cierta o no. ...
En la línea 2918
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aunque los dos esposos no se hubieran visto desde hacía más de ocho días, y aunque graves acontecimientos habían pasado entre ellos, se abordaron, pues, con cierta preocupación; sin embargo, el señor Bo nacieux manifestó una alegría real y avanzó haciasu mujer con los bra zos abiertos. ...
En la línea 3265
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aramis sonrió, porque se acordaba del cuento que había referido cierta noche a sus amigos. ...
En la línea 276
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... No es de menor utilidad la estincion de las falúas llamadas del ministerio, y que anualmente gastan de tres á cuatro mil duros, sin que dejen provecho alguno, ni reporte el erario utilidad de ninguna especie de su servicio: mas creo que este punto ya se resolvió en 1839; pero no teniendo noticia cierta de que asi sea, por si no se hubiese aplicado el oportuno remedio, se hace mencion de este gasto inútil, supérfluo, y cuanto de el se quiera decir. ...
En la línea 413
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En su opinión, no podíamos, por el momento, hacer cosa mejor que entregar parte de nuestras existencias de libros a los libreros de Lisboa, y emplear al mismo tiempo algunos repartidores que voceasen los libros por las calles concediéndoles cierta ganancia por cada ejemplar vendido. ...
En la línea 508
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Antes de llegar a Vendas Novas pasamos junto a una cruz de piedra, en cuyo pedestal había cierta inscripción conmemorativa de un asesinato horrible cometido en aquel lugar en la persona de un lisboeta; la cruz parecía ya antigua y estaba cubierta de musgo; la inscripción era, en su mayor parte, ilegible, al menos para mí, que no podía gastar mucho tiempo en descifrarla. ...
En la línea 529
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Para que nada faltase en el cuadro, encontré debajo de una _azinheira_ a un hombre, un cabrero, cuyo aspecto me hizo recordar al pastor salvaje mencionado en cierta balada danesa. ...
En la línea 842
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En la parte baja de las calles del oro y de la plata, de Lisboa, puede verse a diario cierta caterva de hombres de extraña catadura, que no parecen portugueses ni europeos. ...
En la línea 757
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En todo hay cierta, inevitable muerte; mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto; y en el olvido en quien mi fuego avivo, y, entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza, ni yo, desesperado, la procuro; antes, por estremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro. ...
En la línea 853
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y aun hay un autor secreto, y de no poco crédito, que dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió debajo de los pies, en un cierto castillo, y al caer, se halló en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo; y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero. ...
En la línea 1178
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... «Así que, yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad; y la causa fue, según malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales que pasaban de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante que, por no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamás. ...
En la línea 1215
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Tornóle a referir el recado y embajada que había de llevar de su parte a su señora Dulcinea, y que, en lo que tocaba a la paga de sus servicios, no tuviese pena, porque él había dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad, del tiempo que hubiese servido; pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula. ...
En la línea 57
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Después de haber permanecido inflado durante algún tiempo, el Diodon suele expeler el aire y el agua con mucha fuerza, por las branquias y por la boca. Puede desembarazarse a voluntad de una parte del agua que dejó entrar. Por tanto, parece probable que sólo absorbe en parte este líquido para regularizar su peso específico. El Diodon posee varios medios de defensa. Puede hacer una terrible mordedura y echar el agua por la boca hasta cierta distancia, a la vez que mete un ruido extraño agitando las mandíbulas. Además, el inflamiento de su cuerpo hace enderezar las papilas que cubren su piel y que entonces se transforman en aceradas puntas. Pero la circunstancia más curiosa consiste en que la piel de su vientre, cuando se le toca, segrega una materia fibrosa de un rojo carmín admirable, que mancha el papel y el marfil de un modo tan tenaz, que manchas obtenidas por mí de esa manera, están aún tan brillantes como el primer día. Ignoro en absoluto cuáles puedan ser la naturaleza y el uso de esta secreción. El doctor Allande Torres me ha afirmado haber visto a menudo un Diodon vivo, y con el cuerpo inflado, dentro del estómago de un tiburón; además, ha visto que este animal consigue abrirse paso al exterior, devorando, no sólo las paredes del estómago, sino también los costados del monstruo, a quien acaba así por matar. ¿Quién imaginaría que un pececillo, tan blando e insignificante, pudiera llegar a destruir al tiburón con ser tan grande y tan feroz? 18 de marzo.- Zarpamos de Bahía. Algunos días después, a corta distancia de las isletas Abrolhos, observé que el mar había adquirido un tinte pardo rojizo. Vista con lente de aumento, toda la superficie del agua parecía cubierta de briznas de heno picado y cuyas extremidades estuviesen deshilachadas. Son pequeñas confervas en paquetes cilíndricos que contienen unas cincuenta o sesenta de esas plantitas. Mr. Berkeley me advierte que pertenecen a la misma especie (Trichodesmium erythraeum) que las encontradas en una gran extensión del mar Rojo, y las cuales han dado este nombre a ese mar ...
En la línea 61
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aprovecho estas observaciones para agregar algunas otras acerca del color de los mares, producido por causas orgánicas. En la costa de Chile, a pocas leguas al norte de la Concepción, el Beagle atravesó un día grandes zonas de agua fangosa muy parecida a la de un río aumentado de caudal por las lluvias; otra vez, a 50 millas de tierra y a un grado al sur de Valparaíso, tuvimos ocasión de ver el mismo colorido en un espacio aún más extenso. Este agua, puesta en un vaso, presentaba un matiz rojizo pálido; examinándola con el microscopio, veíase llena de animalillos, que iban en todas direcciones y a menudo hacían explosión. Presentan una forma oval; están estrangulados en su parte media por un anillo de pestañas vibrátiles curvas. Sin embargo, es muy difícil examinarlos bien, pues en cuanto cesan de moverse, hasta en el momento de cruzar por el campo visual del microscopio, hacen explosión. Algunas veces estallan al mismo tiempo ambas extremidades y otras una sola de ellas; de su cuerpo sale cierta cantidad de materia granulosa grosera y pardusca. Un momento antes de estallar el animal se hincha hasta hacerse doble de grueso que en el estado normal, y la explosión ocurre unos quince segundos después de haber cesado el movimiento rápido de propulsión hacia adelante; en algunos casos, un movimiento rotatorio alrededor del eje rotatorio precede algunos instantes a la explosión. Unos dos minutos después de haber sido aislados, por grande que sea su número, en una gota de agua, perecen todos de la manera que acabo de indicar. Estos animales se mueven con el extremo más estrecho hacia adelante; sus pestañas vibrátiles les comunican el movimiento, y suelen caminar con saltos rápidos. Son en extremo pequeños, y absolutamente invisibles a simple vista; en efecto, sólo ocupan una milésima de pulgada cuadrada. Existen en infinito número, pues la más pequeña gota de agua contiene una cantidad grandísima. En un solo día atravesamos dos puntos donde el agua tenía ese color, y uno de ellos ocupaba una superficie de varias millas cuadradas. ¡Cuál será, pues, el número de esos animale microscópicos! Vista el agua a alguna distancia, tiene un color rojo análogo al de la de un río que cruza por una comarca donde hay cretas rojizas; en el espacio donde se proyectaba la sombra del buque, el agua adquiría un matiz tan intenso como el chocolate; por último, podía distinguirse con claridad la línea donde se juntaban el agua roja y el agua azul. Desde algunos días antes el tiempo estaba muy tranquilo y el océano rebosaba, digámoslo así, de criaturas vivientes. ...
En la línea 66
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... invariablemente en cierta parte del océano Artico agua verde que contiene numerosas medusas. ...
En la línea 120
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Proporcionalmente a los otros insectos, el número de arañas es aquí muchísimo mayor que en Inglaterra, quizá hasta mayor que el de cualquier otra división de los animales articulados. Parece casi infinita la variedad de las especies en las arañas saltonas. El género o más bien la familia de las Epeiras, se caracteriza aquí por muchas formas singulares; algunas especies tienen escamas puntiagudas y coriáceas, otras tienen gruesas tibias revestidas de pinchos. Todos los senderos del bosque se encuentran obstruidos por la fuerte tela amarilla de una especie perteneciente a la misma división que la Epeira clanipes de Fabricius, araña que, según Sloane, teje en las Indias occidentales, telas bastante fuertes para retener aves. Una bonita araña pequeña, con las patas delanteras muy largas y que parece pertenecer a un género no descrito, vive parásita en casi todas esas telas. Supongo que es harto insignificante para que la gran Epeira se digne fijarse en ella; por tanto, le permite alimentarse de insectos pequeños que de otra manera no aprovecharían a nadie. Cuando esta arañita se asusta finge la muerte extendiendo las patas delanteras, o se deja caer fuera de la tela. Es en extremo común, sobre todo en los sitios secos, una gruesa Epeira perteneciente a la misma división que las Epeira tuberculata y cónica, esta araña refuerza el centro de su tela, generalmente colocada en medio de las grandes hojas del agane común, por medio de dos y aun cuatro cintas dispuestas en zig zag que enlazan dos de los radios. En cuanto un insecto grande, como un saltamontes o una avispa queda prendido en la tela, la araña le hace girar sobre sí mismo con rapidez por un movimiento brusco; al mismo tiempo envuelve a su presa en cierta cantidad de hilos que bien pronto forman un verdadero capullo alrededor de ella. ...
En la línea 447
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cierta ocasión ella había dejado caer el pañuelo, un pañuelo que olía como aquella carta, y él lo había recogido y al entregárselo se habían tocado los dedos y ella había dicho: —Gracias, Saturno. ...
En la línea 649
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Encontraba el Arcediano, sin haber leído a Darwin, cierta misteriosa y acaso cabalística relación entre aquella manera de F que figuraba su cuerpo y la sagacidad, la astucia, el disimulo, la malicia discreta y hasta el maquiavelismo canónico que era lo que más le importaba. ...
En la línea 1501
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... También envidiaba a los pastores de Teócrito, Bion y Mosco; soñaba con la gruta fresca y sombría del Cíclope enamorado, y gozaba mucho, con cierta melancolía, trasladándose con sus ilusiones a aquella Sicilia ardiente que ella se figuraba como un nido de amores. ...
En la línea 2103
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Parecía más distinguido; y no era pesado; tenía cierta dignidad. ...
En la línea 42
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Rosaura, más tenaz en sus desvíos, lo trataba fríamente, esforzándose por hacer ver a todos que este hombre sólo era ya para ella uno de tantos visitantes. El pasado estaba muerto y bien muerto. Borja, en cambio, sentíase atraído por el irresistible agradador. Si su nombre le infundía celos, su presencia real no despertaba en su ánimo ninguna desconfianza, y hasta le inspiraba cierta conmiseración simpática. ...
En la línea 51
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El también se considera con cierta inferioridad en presencia de Borja. ¡Ay la juventud ¡… ...
En la línea 117
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cuando su sobrino le habló de la viuda de Pineda, dueña de una villa muy elegante en el camino de Montecarlo, gran dama que deseaba conocerlo por lo mucho que había oído hablar de él, tosió el canónigo con cierta malicia, queriendo dar a entender que no le era completamente ignorada dicha señora. ...
En la línea 143
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tenía su manía propia, como todos los que concentran la atención en un asunto único. Sus pláticas eran agradables; sabía contar historias amenas sobre la vida íntima en la Edad Media, que interesaban hasta a las personas más frívolas. Pero apenas nombraba a los Borjas, sus oyentes mirábanse entre ellos con cierta inquietud. ...
En la línea 87
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Como empezaba a anochecer, aceleró su exploración antes de que se extinguiese por completo la incierta luz del crepúsculo. Vio que la costa avanzaba formando un pequeño cabo y que, en torno de su punta, las aguas se mantenían tranquilas, con una pesadez que denunciaba cierta profundidad. Llego a tocar con la proa esta tierra, relativamente alta entre las tierras inmediatas. Apoyando sus manos en el reborde de la orilla, dio un salto y quedó de pie sobre el reducido promontorio. ...
En la línea 99
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De nuevo empezaba a adormecerse, cuando un zumbido, que parecía sofocado voluntariamente, pasó varias veces sobre su rostro. Al mismo tiempo le abanicó las mejillas cierta brisa dulce, semejante a la que levantan unas alas agitándose con suavidad. ...
En la línea 131
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... -Gentleman: queda usted autorizado para mover la cabeza, para levantarla, si es que puede, y para cambiar de postura con cierta suavidad, sin poner en peligro a la muchedumbre justamente curiosa que le rodea. En cuanto a mover los brazos o las piernas, le aconsejo una completa abstención hasta nueva orden. Ya habrá visto usted que su primer intento dio mal resultado. Le ruego que no insista. ...
En la línea 172
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Ah, si! -dijo al fin con cierta sequedad-. Lo ha conocido usted, sin duda, en mis abundancias corporales. Yo soy una persona seria, una persona de estudios, que no dispone de tiempo para hacer ejercicios gimnásticos, como las muchachas que pertenecen al ejército. La ciencia es una diosa cruel con los que se dedican a su servicio. ...
En la línea 47
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los herederos de Arnaiz, al inventariar la riqueza de la casa, que sólo en aquel artículo no bajaba de cincuenta mil duros, comprendieron que se aproximaba una crisis. Tres o cuatro meses emplearon en clasificar, ordenar, poner precios, confrontar los apuntes de don Bonifacio con la correspondencia y las facturas venidas directamente de Cantón o remitidas por las casas de Cádiz. Indudablemente el difunto Arnaiz no había visto claro al hacer tantos pedidos; se cegó, deslumbrado por cierta alucinación mercantil; tal vez sintió demasiado el amor al artículo y fue más artista que comerciante. Había sido dependiente y socio de la Compañía de Filipinas, liquidada en 1833, y al emprender por sí el negocio de pañolería de Cantón, creía conocerlo mejor que nadie. En verdad que lo conocía; pero tenía una fe imprudente en la perpetuidad de aquella prenda, y algunas ideas supersticiosas acerca de la afinidad del pueblo español con los espléndidos crespones rameados de mil colores. «Mientras más chillones—decía—, más venta». ...
En la línea 109
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En sus últimos tiempos, del 70 en adelante, vestía con cierta originalidad, no precisamente por miseria, pues los de Santa Cruz cuidaban de que nada le faltase, sino por espíritu de tradición, y por repugnancia a introducir novedades en su guardarropa. Usaba un sombrero chato, de copa muy baja y con las alas planas, el cual pertenecía a una época que se había borrado ya de la memoria de los sombreros, y una capa de paño verde, que no se le caía de los hombros sino en lo que va de Julio a Septiembre. Tenía muy poco pelo, casi se puede decir ninguno; pero no usaba peluca. Para librar su cabeza de las corrientes frías de la iglesia, llevaba en el bolsillo un gorro negro, y se lo calaba al entrar. Era gran madrugador, y por la mañanita con la fresca se iba a Santa Cruz, luego a Santo Tomás y por fin a San Ginés. Después de oír varias misas en cada una de estas iglesias, calado el gorro hasta las orejas, y de echar un parrafito con beatos o sacristanes, iba de capilla en capilla rezando diferentes oraciones. Al despedirse, saludaba con la mano a las imágenes, como se saluda a un amigo que está en el balcón, y luego tomaba su agua bendita, fuera gorro, y a la calle. ...
En la línea 120
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Habiendo apreciado este espectáculo poco grato, el olor de corral que allí había, y el ruido de alas, picotazos y cacareo de tanta víctima, Juanito la emprendió con los famosos peldaños de granito, negros ya y gastados. Efectivamente, parecía la subida a un castillo o prisión de Estado. El paramento era de fábrica cubierta de yeso y este de rayas e inscripciones soeces o tontas. Por la parte más próxima a la calle, fuertes rejas de hierro completaban el aspecto feudal del edificio. Al pasar junto a la puerta de una de las habitaciones del entresuelo, Juanito la vio abierta y, lo que es natural, miró hacia dentro, pues todos los accidentes de aquel recinto despertaban en sumo grado su curiosidad. Pensó no ver nada y vio algo que de pronto le impresionó, una mujer bonita, joven, alta… Parecía estar en acecho, movida de una curiosidad semejante a la de Santa Cruz, deseando saber quién demonios subía a tales horas por aquella endiablada escalera. La moza tenía pañuelo azul claro por la cabeza y un mantón sobre los hombros, y en el momento de ver al Delfín, se infló con él, quiero decir, que hizo ese característico arqueo de brazos y alzamiento de hombros con que las madrileñas del pueblo se agasajan dentro del mantón, movimiento que les da cierta semejanza con una gallina que esponja su plumaje y se ahueca para volver luego a su volumen natural. ...
En la línea 388
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La esposa dio un gran suspiro. No sabía por qué; pero tenía sobre su alma cierta pesadumbre, y en su rectitud tomaba para sí parte de la responsabilidad de su marido en aquella falta; porque falta había sin duda. Jacinta no podía considerar de otro modo el hecho del abandono, aunque este significara el triunfo del amor legítimo sobre el criminal, y del matrimonio sobre el amancebamiento… No podían entretenerse más en ociosas habladurías, porque pensaban irse a Cádiz aquella tarde y era preciso disponer el equipaje y comprar algunas chucherías. De cada población se habían de llevar a Madrid regalitos para todos. Con la actividad propia de un día de viaje, las compras y algunas despedidas, se distrajeron tan bien ambos de aquellos desagradables pensamientos, que por la tarde ya estos se habían desvanecido. ...
En la línea 616
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La mayor parte de aquel día fue un día a pájaros, como él decía en su interior, en trabajos pertenecientes a su real oficio. Aun las dos horas dedicadas a ciertos pasatiempos y recreos regios, fueron para él más bien una carga que otra cosa, pues había sobra de restricciones y de ceremoniosas observancias. No obstante, pasó una hora, en privado, con el 'niño-azotes', la cual consideró como una ganancia cierta, puesto que en ella obtuvo diversión, y a la vez, informes útiles. ...
En la línea 1066
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hendon se inclinó y le dijo con cierta dureza: ...
En la línea 1278
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Aquel mismo día entraron varios presos para pasar la noche; eran conducidos, con su custodia, a diversos lugares del reino para cumplir el castigo de crímenes cometídos. El rey habló con ellos, pues desde el principio se había propuesto enterarse y aprender para su regio oficio, interrogando a los presos cada vez que se le presentaba una oportunidad. La relación de sus desgracias desgarró el corazón del niño. Había allí una pobre mujer, medio demente, que, en castigo por haber robado una o dos varas de paño a un tejedor, iba a ser ahorcada. Un hombre, acusado de robar un caballo, dijo a Eduardo que la prueba había sido negativa y ya se imaginaba estar libre del verdugo; pero no. Apenas estuvo en la calle, cuando fue preso otra vez por haber matado un ciervo en el parque del rey. Se le probó el hecho, y estaba condenado a galeras. Había también un aprendiz de comerciante cuyo caso afectó en lo vivo a Eduardo. Díjole aquel mozo que cierta, noche había encontrado un halcón, escapado de las manos de su dueño, y se lo llevó a su casa, imaginándose con derecho a él; pero el tribunal le declaró convicto de haberlo robado y lo sentenció a muerte. ...
En la línea 1161
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Pero al volver la vista a ella vio que la pobre muchacha estaba demudada y temblorosa. Comprendió que se encontraba sin amparo, que así, sola frente a él, a cierta distancia, sentada en aquel sofá como un reo ante el fiscal, sentíase desfallecer. ...
En la línea 1394
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –De martirio, dígalo usted. Pues bien, amigo don Augusto, usted ha sido, no sé bien por qué, por una cierta oculta simpatía, quien mayor afecto, más compasión acaso nos ha mostrado, y yo, para figurarme una vez más que me libro de un peso, voy a confiarle mis desdichas. Esa mujer, la madre de mis hijos, no es mi mujer. ...
En la línea 1402
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No importa. La fui a ver. Figúrese usted aquella nuestra primera entrevista. Lloramos nuestras sendas desgracias, que eran una desgracia común. Yo me decía: «¿Y es por mi mujer por la que ha dejado a esta ese hombre?», y sentía, ¿por qué no he de confesarle la verdad?, una cierta íntima satisfacción, algo inexplicable, como si yo hubiese sabido escoger mejor que él y él lo reconociese. Y ella, su mujer, se hacía una reflexión análoga, aunque invertida, según después me ha declarado. Le ofrecí mi ayuda pecuniaria, lo que de mi fortuna necesitase, y empezó rechazándomelo. «Trabajaré para vivir y mantener a mi hija», me dijo. Pero insistí y tanto insistí que acabó aceptándomelo. La ofrecí hacerla mi ama de llaves, que se viniese a vivir conmigo, claro que viniéndonos muy lejos de nuestra patria, y después de mucho pensarlo lo aceptó también. ...
En la línea 2241
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Yo soñé luego que me moría, y en el momento mismo en que soñaba dar el último respiro me desperté con cierta opresión en el pecho. ...
En la línea 128
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La tripulación estaba, en efecto, impaciente por encontrar al unicornio, por arponearlo, izarlo a bordo y despedazarlo. Por eso vigilaba el mar con una escrupulosa atención. El comandante Farragut había hablado de una cierta suma de dos mil dólares que se embolsaría quien, fuese grumete o marinero, contramaestre u oficial, avistara el primero al animal. No hay que decir cómo se ejercitaban los ojos a bordo del Abraham Lincoln. ...
En la línea 1004
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En aquel momento, el suelo adquirió un declive muy pronunciado. La luz cobró una tonalidad uniforme. Alcanzamos una profundidad de cien metros que nos sometió a una presión de diez atmósferas. Pero nuestros trajes estaban tan bien concebidos para ello que esa presión no me causó ningún sufrimiento. únicamente sentí una cierta molestia en las articulaciones de los dedos, pero fue pasajera. En cuanto al cansancio que debía producir un paseo de dos horas, embutido en una escafandra a la que no estaba acostumbrado, era prácticamente nulo, pues mis movimientos, ayudados por el agua, se producían con una sorprendente facilidad. ...
En la línea 1576
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Debo confesar que me sentía excitado. No sé por qué veía yo una cierta conexión entre la enfermedad de uno de los tripulantes y los acontecimientos de la víspera, y este misterio me preocupaba casi tanto como el enfermo. ...
En la línea 1882
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al hacerle esta observación, él me respondió con estas palabras no exentas de una cierta emoción: ...
En la línea 117
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tan pronto como el negro aterciopelado que se vela a través de mi ventanita se tiñó de gris, me apresuré a levantarme y a bajar la escalera; todos los tablones de madera y todas las resquebrajaduras de cada madero parecían gritarme: «¡Deténte, ladrón!» y «¡Despiértese, señora Joe!» En la despensa, que estaba mucho mejor provista que de costumbre por ser la víspera de Navidad, me alarmé mucho al ver que había una liebre colgada de las patas posteriores y me pareció que guiñaba los ojos cuando estaba ligeramente vuelto de espaldas hacia ella. No tuve tiempo para ver lo que tomaba, ni de elegir, ni de nada, porque no podía entretenerme. Robé un poco de pan, algunas cortezas de queso, cierta cantidad de carne picada, que guardé en mi pañuelo junto con el pan y manteca de la noche anterior, y un poco de aguardiente de una botella de piedra, que eché en un frasco de vidrio (usado secretamente para hacer en mi cuarto agua de regaliz). Luego acabé de llenar de agua la botella de piedra. También tomé un hueso con un poco de carne y un hermoso pastel de cerdo. Me disponía a marcharme sin este último, pero sentí la tentación de encaramarme en un estante para ver qué cosa estaba guardada con tanto cuidado en un plato de barro que había en un rincón; observando que era el pastel, me lo llevé, persuadido de que no estaba dispuesto para el día siguiente y de que no lo echarían de menos en seguida. ...
En la línea 208
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Desde luego, también en una muchacha, señor Hubble - asintió el señor Wopsle con cierta irritación -. Pero aquí no hay ninguna. ...
En la línea 398
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me sobresalté por habérseme ocurrido una idea vaga, y debo confesar que también cierta esperanza de que Joe se había divorciado de mi hermana en favor de los Lores del Almirantazgo o del Tesoro. ...
En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...
En la línea 80
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Era un hombre que había rebasado los cincuenta, robusto y de talla media. Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de un amarillo verdoso, hinchado por el alcohol. Entre sus abultados párpados fulguraban dos ojillos encarnizados pero llenos de vivacidad. Lo que más asombraba de aquella fisonomía era la vehemencia que expresaba ‑y acaso también cierta finura y un resplandor de inteligencia‑, pero por su mirada pasaban relámpagos de locura. Llevaba un viejo y desgarrado frac, del que sólo quedaba un botón, que mantenía abrochado, sin duda con el deseo de guardar las formas. Un chaleco de nanquín dejaba ver un plastrón ajado y lleno de manchas. No llevaba barba, esa barba característica del funcionario, pero no se había afeitado hacía tiempo, y una capa de pelo recio y azulado invadía su mentón y sus carrillos. Sus ademanes tenían una gravedad burocrática, pero parecía profundamente agitado. Con los codos apoyados en la grasienta mesa, introducía los dedos en su cabello, lo despeinaba y se oprimía la cabeza con ambas manos, dando visibles muestras de angustia. Al fin miró a Raskolnikof directamente y dijo, en voz alta y firme: ...
En la línea 134
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sus palabras habían producido cierta impresión. Hubo unos instantes de silencio. Pero pronto estallaron las risas y las invectivas. ...
En la línea 227
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Todo induce a creer que Piotr Petrovitch es un hombre respetable a carta cabal. En su primera visita nos dijo que era un espíritu realista, que compartía en muchos puntos la opinión de las nuevas generaciones y que detestaba los prejuicios. Habló de otras muchas cosas, pues parece un poco vanidoso y le gusta que le escuchen, lo cual no es un crimen, ni mucho menos. Yo, naturalmente, no comprendí sino una pequeña parte de sus comentarios, pero Dunia me ha dicho que, aunque su instrucción es mediana, parece bueno e inteligente. Ya conoces a tu hermana, Rodia: es una muchacha enérgica, razonable, paciente y generosa, aunque posee (de esto estoy convencida) un corazón apasionado. Indudablemente, el motivo de este matrimonio no es, por ninguna de las dos partes, un gran amor; pero Dunia, además de inteligente, es una mujer de corazón noble, un verdadero ángel, y se impondrá el deber de hacer feliz a su marido, el cual, por su parte, procurará corresponderle, cosa que, hasta el momento, no tenemos motivo para poner en duda, pese a que el matrimonio, hay que confesarlo, se ha concretado con cierta precipitación. Por otra parte, siendo él tan inteligente y perspicaz, comprenderá que su felicidad conyugal dependerá de la que proporcione a Dunetchka. ...
En la línea 229
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »En su segunda visita, cuando ya su petición había sido aceptada, nos dijo, en el curso de la conversación, que antes de conocer a Dunia ya había resuelto casarse con una muchacha honesta y pobre que tuviera experiencia de las dificultades de la vida, pues considera que el marido no debe sentirse en ningún caso deudor de la mujer y que, en cambio, es muy conveniente que ella vea en él un bienhechor. Sin duda, no me expreso con la amabilidad y delicadeza con que él se expresó, pues sólo he retenido la idea, no las palabras. Además, habló sin premeditación alguna, dejándose llevar del calor de la conversación, tanto, que él mismo trató después de suavizar el sentido de sus palabras. Sin embargo, a mí me parecieron un tanto duras, y así se lo dije a Dunetchka; pero ella me contestó con cierta irritación que una cosa es decir y otra hacer, lo que sin duda es verdad. Dunia no pudo pegar ojo la noche que precedió a su respuesta y, creyendo que yo estaba dormida, se levantó y estuvo varias horas paseando por la habitación. Finalmente se arrodilló delante del icono y oró fervorosamente. Por la mañana me dijo que ya había decidido lo que tenía que hacer. ...
En la línea 388
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Qué tiene que ver el general? Ayer dio a entender que debía mantenerse en cierta forma… y se alarmaba de tal modo… que yo, a decir la verdad, no comprendí nada. ...
En la línea 403
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Se lo ruego —dijo en tono suplicante—, deje usted eso! Se diría que usted está satisfecho de provocar un conflicto. ¡No es una satisfacción lo que usted desea, es un escándalo! Ya le he dicho que todo esto sería divertido y quizás hasta espiritual, pero —terminó diciendo al ver que me levantaba y cogía el sombrero—he venido para entregar estas líneas de parte de cierta persona… Lea, me encargaron que aguardase la respuesta. ...
En la línea 451
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Hace dos años la señorita Blanche estaba aquí, en Ruletenburg, en plena temporada. Yo me hallaba aquí también. En aquel tiempo, la señorita Blanche no se llamaba señorita de Cominges, ni tampoco la acompañaba entonces su madre de ahora, la señora viuda de Cominges. Al menos no se hablaba jamás de ella. Des Grieux tampoco estaba aquí. Estoy persuadido de que no son parientes, que no se han conocido hasta hace poco. Des Gricux es un marqués de nuevo cuño, se le ha concedido el título en fecha reciente; cierta circunstancia me permite afirmarlo. Incluso lo ha adoptado también recientemente. Conozco aquí a alguien que le ha conocido usando otro nombre. ...
En la línea 456
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Para colmo de desgracias, una mañana su príncipe desapareció no se sabe cómo. Ella debía una aterradora cuenta en el hotel. La señorita Zelma de Barberini —se había metamorfoseado en Zelma—se entregó a la más sombría desesperación. Gritaba y sollozaba por todo el hotel, y en su furia desgarraba sus vestidos. Pero vivía en el hotel un conde polaco —todos los polacos que viajan… son condes—, y la señorita Zelma, desgarrando sus vestidos y arañando su rostro con sus bellas uñitas sonrosadas, le produjo cierta impresión. Entablaron conversación y durante la comida ya se había ella consolado. Por la noche, él apareció en el casino dándole el brazo. La señorita Blanche sonreía, según su costumbre, y sus modales eran más desenvueltos. Se agregó en seguida a esta categoría de fervientes a la ruleta que, al acercarse al tapete verde, empujan con el hombro a un jugador para procurarse sitio. Es la especialidad de esas damas. Ya lo habrá usted notado, sin duda. ...
En la línea 91
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Una vez, la señora Magloire dijo a Su Ilustrísima con cierta dulce malicia: ...
En la línea 100
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En los primeros días del mes de octubre de 1815, como una hora antes de ponerse el sol, un hombre que viajaba a pie entraba en la pequeña ciudad de D. Los pocos habitantes que en aquel momento estaban asomados a sus ventanas o en el umbral de sus casas, miraron a aquel viajero con cierta inquietud. ...
En la línea 278
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Su carácter era pensativo, aunque no triste, propio de las almas afectuosas. Perdió de muy corta edad a su padre y a su madre. Se encontró sin más familia que una hermana mayor que él, viuda y con siete hijos. El marido murió cuando el mayor de los siete hijos tenía ocho años y el menor uno. Jean Valjean acababa de cumplir veinticinco. Reemplazó al padre, y mantuvo a su hermana y los niños. Lo hizo sencillamente, como un deber, y aun con cierta rudeza. ...
En la línea 350
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Su mente osciló por espacio de una hora en fluctuaciones en que se desarrollaba cierta lucha. Dieron las tres. Abrió los ojos, se incorporó bruscamente en la cama. Permaneció algún tiempo pensativo. De repente se levantó, se quitó los zapatos que colocó suavemente en la estera cerca de la cama; volvió a su primera postura de siniestra meditación, y quedó inmóvil, y hubiera permanecido en ella hasta que viniera el día, si el reloj no hubiese dado una campanada; tal vez esta campanada le gritó ¡Vamos! ...
En la línea 52
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... En el fondo de mi alma había, empero, cierta inquietud ante el fenómeno que se producía, de tan peregrina manera, en la vida del ser más íntimo y amado. ...
En la línea 63
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ni eran estas las únicas flaquezas y manías del señor Joaquín. Otras tuvo, que descubriremos sin miramientos de ninguna especie. Fue quizá la mayor y más duradera su desmedida afición al café, afición contraída en el negocio de ultramarinos, en las tristes mañanas de invierno, cuando la escarcha empaña el vidrio del escaparate, cuando los pies se hielan en la atmósfera gris de la solitaria lonja, y el lecho recién abandonado y caliente aun por ventura, reclama con dulces voces a su mal despierto ocupante. Entonces, semiaturdido, solicitando al sueño por las exigencias de su naturaleza hercúlea y de su espesa sangre, cogía el señor Joaquín la maquinilla, cebaba con alcohol el depósito, prendía fuego, y presto salía del pico de hojalata negro y humeante río de café, cuyas ondas a la vez calentaban, despejaban la cabeza y con la leve fiebre y el grato amargor, dejaban apto al coloso para velar y trabajar, sacar sus cuentas y pesar y vender sus artículos. Ya en León, y árbitro de dormir a pierna suelta, no abandonó el señor Joaquín el adquirido vicio, antes lo reforzó con otros nuevos: acostumbrose a beber la obscura infusión en el café más cercano a su domicilio, y a acompañarla con una copa de Kummel y con la lectura de un diario político, siempre el mismo, invariable. En cierta ocasión ocurrió al Gobierno suspender el periódico una veintena de días, y faltó poco para que el señor Joaquín renunciase, de puro desesperado, al café. Porque siendo el señor Joaquín español, ocioso me parece advertir que tenía sus opiniones políticas como el más pintado, y que el celo del bien público le comía, ni más ni menos que nos devora a todos. Era el señor Joaquín inofensivo ejemplar de la extinguida especie progresista: a querer clasificarlo científicamente, le llamaríamos la variedad progresista de impresión. La aventura única en su vida de hombre de partido, fue que cierto día, un personaje político célebre, exaltado entonces y que con armas y bagajes se pasó a los conservadores después, entrase en su tienda a pedirle el voto para diputado a Cortes. Desde aquel supremo momento quedó mi señor Joaquín rotulado, definido y con marca; era progresista de los del señor don Fulano. En vano corrieron años y sobrevinieron acontecimientos, y emigraron las golondrinas políticas en busca siempre de más templadas zonas; en vano mal intencionados decían al señor Joaquín que su jefe y natural señor el personaje era ya tan progresista como su abuela; que hasta no quedaban sobre la haz de la tierra progresistas, que éstos eran tan fósiles como el megaterio y el plesiosauro; en vano le enseñaban los mil remiendos zurcidos sobre el manto de púrpura de la voluntad nacional por las mismas pecadoras manos de su ídolo; el señor Joaquín, ni por esas, erre que erre y más firme que un poste en la adhesión que al don Fulano profesaba. Semejante a aquellos amadores que fijan en la mente la imagen de sus amadas tal cual se les apareció en una hora culminante y memorable para ellos, y, a despecho de las injurias del tiempo irreverente, ya nunca las ven de otro modo, al señor Joaquín no le cupo jamás en la mollera que su caro prohombre fuese distinto de como era en aquel instante, cuando encendido el rostro y con elocuencia fogosa y tribunicia se dignó apoyarse en el mostrador de la lonja, entre un pilón de azúcar y las balanzas, demandando el sufragio. Suscrito desde entonces al periódico del consabido prohombre, compró también una mala litografía que lo representaba en actitud de arengar, y añadido el marco dorado imprescindible, la colgó en su dormitorio entre un daguerrotipo de la difunta y una estampa de la bienaventurada virgen Santa Lucía, que enseñaba en un plato dos ojos como huevos escalfados. Acostumbrose el señor Joaquín a juzgar de los sucesos políticos conforme a la pautilla de su prohombre, a quien él llamaba, con toda confianza, por su nombre de pila. Que arreciaba lo de Cuba: ¡bah! dice don Fulano que es asunto de dos meses la pacificación completa. Que discurrían partidas por las provincias vascas: ¡no asustarse!; afirma don Fulano que el partido absolutista está muerto, y los muertos no resucitan. Que hay profunda escisión en la mayoría liberal; que unos aclaman a X y otros a Z… Bueno, bueno; don Fulano lo arreglará, se pinta él solo para eso. Que hambre… ¡sí, que se mama el dedo don Fulano!, ahora mismito van a abrirse los veneros de la riqueza pública… Que impuestos… ¡don Fulano habló de economías! Que socialismo… ¡paparruchas! ¡Atrévanse con don Fulano, y ya les dirá él cuántas son cinco! Y así, sin más dudas ni recelos, atravesó el señor Joaquín la borrasca revolucionaria y entró en la restauración, muy satisfecho porque don Fulano sobrenadaba, y se apreciaban sus méritos, y tenía la sartén por el mango hoy como ayer. ...
En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...
En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...
En la línea 83
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Economías yo! Au jour le jour -dijo Miranda, pronunciando con cierta soltura la frasecilla transpirenaica. ...
En la línea 33
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Durante los cortos instantes en que pudo entrever a Phileas Fogg, Picaporte había examinado rápida pero cuidadosamente a su amo futuro. Era un hombre que podía tener unos cuarenta años, de figura noble y arrogante, alto de estatura, sin que lo afease cierta ligera obesidad, de pelo rubio, frente tersa y sin señal de arrugas en las sienes, rostro más bien pálido que sonrosado, dentadura magnífica. Parecía poseer en el más alto grado eso que los fisonomistas llaman 'el reposo en la acción' facultad común a todos los que hacen más trabajo que ruido. Sereno, flemático, pura la mirada, inmóvil el párpado, era el tipo acabado de esos ingleses de sangre fría que suelen encontrarse a menudo en el Reino Unido, y cuya actitud algo académica ha sido tan maravillosamente reproducida por el pincel de Angélica Kauffmann. Visto en los diferentes actos de su existencia, este gentleman despertaba la idea de un ser bien equilibrado en todas sus partes, proporcionado con precisión, y tan exacto como un cronómetro de Leroy o de Bamshaw. Porque, en efecto, Phileas Fogg era la exactitud personificada, lo que se veía claramente en la 'expresión de sus pies y de sus manos', pues que en el hombre, así como en los animales, los miembros mismos son organos expresivos de las pasiones. ...
En la línea 206
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El otro era un hombrecillo flaco, de aspecto bastante inteligente, nervioso, que contraía con notable persistencia los músculos de sus párpados. A través de éstos brillaba una mirada viva, pero cuyo ardor sabía amortiguar a voluntad. En aquel momento descubría cierta impaciencia, yendo, viniendo y no pudiendo estarse quieto. ...
En la línea 408
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Nadie ignora que la India - ese gran triángulo inverso cuya base está en el Norte y la punta al Sur - comprende una superficie de un millón cuatrocientas mil millas cuadradas, sobre la cual se halla desigualmente esparcida una población de ciento ochenta millones de habitantes. El gobierno británico ejerce un dominio real sobre cierta parte de este inmenso país. Tiene un gobernador general en Calcuta, gobernadores en Madrás, en Bombay, en Bengala, y un teniente gobernador en Agra. ...
En la línea 1065
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El inspector de policía sentía cierta humillación en aprovechar así los obsequios de mister Fogg. ...

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