La palabra Centro ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece centro.
Estadisticas de la palabra centro
La palabra centro es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 245 según la RAE.
Centro es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 299.05 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la centro en 150 obras del castellano contandose 45456 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Centro
Cómo se escribe centro o centrro?
Cómo se escribe centro o sentro?
Algunas Frases de libros en las que aparece centro
La palabra centro puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 178
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí vivían, en el centro de la hermosa y cuidada vega, formando mundo aparte, devorándose unos a otros; y aunque causasen algún daño a los vecinos, éstos los respetaban con cierta veneración, pues las siete plagas de Egipto parecían poca cosa a los de la huerta para arrojarse sobre aquellos terrenos malditos. ...
En la línea 180
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el centro de estos campos desolados que se destacaban sobre la hermosa vega como una mancha de mugre en un manto regio de terciopelo verde, alzábase la barraca o, más bien dicho, caía, con su montera de paja despanzurrada, enseñando por las aberturas que agujerearon el viento y la lluvia su carcomido costillaje de madera. ...
En la línea 716
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sin abandonar su asiento, los jueces juntaban sus cabezas como cabras juguetonas, cuchicheaban sordamente algunos segundos, y el más viejo, con voz reposada y solemne, pronunciaba la sentencia, marcando las multas en libras y sueldos, como si la moneda no hubiese sufrido ninguna transformación y aún fuese a pasar por el centro de la plaza el majestuoso justicia, gobernador popular de la Valencia antigua, con su gramalla roja y su hierática escolta de caballeros de la pluma. ...
En la línea 765
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al pasar él junto a ellos, callaban, hacían esfuerzos para conservar su gravedad, aunque les brillaba en los ojos la alegre malicia; pero según iba alejándose, estallaban a su espalda insolentes risas, y hasta oyó la voz de un mozalbete que, remedando el grave tono del presidente del tribunal, gritaba: -¡Cuatre sous de multa! Vió a lo lejos, en la puerta de la taberna de Copa, a su enemigo Pimentó, con el porrón en la mano, ocupando el centro de un corro de amigos, gesticulante y risueño, como si imitase las protestas y quejas del denunciado. ...
En la línea 162
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín siguió una de las amplias aceras limitadas por dos filas de naranjos agrios. Los principales casinos de la ciudad, los mejores cafés, abrían sus ventanales de vidrios sobre la calle. Montenegro lanzó una mirada al interior del _Círculo Caballista_. Era la sociedad más famosa de Jerez, el centro de reunión de la gente rica, el refugio de la juventud que había nacido poseedora de cortijos y bodegas. Por las tardes, la respetable asamblea discutía sus aficiones: caballos, mujeres y perros de caza. La conversación no tenía otros temas. Escasos periódicos en las mesas, y en lo más oscuro de la secretaría un armario con libros de lomos dorados y chillones cuyas vidrieras no se abrían nunca. Salvatierra llamaba a esta sociedad de ricos el «Ateneo Marroquí». ...
En la línea 545
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra, al llegar al centro de la mísera habitación pudo ver mejor. ...
En la línea 584
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Gravemente, enrollaban sus cigarros, como si esta operación absorbiese por completo su pensamiento. El tabaco era su única voluptuosidad, y tenían que calcular la duración de la pobre cajetilla durante toda la semana. Manolo el de Trebujena había sacado del serón de su asno un tonelillo de aguardiente y servía copas en el centro de un corro. ...
En la línea 641
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el centro, la torre señorial, que se veía desde Jerez, dominando las colinas cubiertas de viñas que hacían de los Dupont los primeros propietarios de la comarca: una construcción pretenciosa de ladrillo rojo, con la base y los ángulos de piedra blanca; unidas las agudas almenas de su remate por una barandilla de hierro que convertía en terraza vulgar el coronamiento de una obra semifeudal. A un lado estaba lo mejor de Matanzuela, lo que don Pablo había cuidado más de sus nuevas construcciones, la capilla espaciosa, ornada de columnas y mármoles como un gran templo. Al otro lado permanecía casi intacta la obra del antiguo Marchamalo. Apenas si con una ligera reparación se había fortalecido este cuerpo de edificio, bajo y con arcadas, en el que estaban las habitaciones del capataz y el dormitorio de los viñadores, espacioso y desabrigado, con un _fogaril_ que ennegrecía de humo las paredes. ...
En la línea 4097
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En un instante estuvo en el centro de las ramas, y por los vidrios transparent es sus ojos se hundieron en el interior del pabellón. ...
En la línea 4142
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Efectivamente, después de haber cerrado la puerta del seto tras ellos hice ademán de volver a la casa; pero salí en seguida por la puerta de atrás y deslizándome en la sombra llegué hasta esa mata de saúco, desde cuyo centro podía ver todo sin ser vis to. ...
En la línea 10873
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Llegado al centro del Lys, detuvo la barca, y, suspendido su fardo sobre el río:-¡Dejad pasar la justicia de Dios! -gritó en voz alta. ...
En la línea 3013
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La situación de León en el centro de una comarca floreciente, abundante en árboles, y regada por muchas corrientes de agua nacidas en las grandes montañas de las inmediaciones, es muy placentera. ...
En la línea 3377
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En el centro de la ciudad se encuentra la plaza del mercado, ligera y alegre, sin las macizas y pesadas fábricas que los españoles, así en tiempos pasados como en los modernos, acostumbran levantar en torno de sus _plazas_. ...
En la línea 3535
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En el centro de la batería está la tumba de Moore, levantada por los caballerescos franceses, en conmemoración de la muerte de su heroico antagonista. ...
En la línea 4144
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me admiró, sobre todo, el ardimiento de que dió muestras un tullido, quien, a despecho de los ruegos de su mujer, se mezcló con las turbas, y, aunque perdió la muleta, siguió adelante, brincando con una sola pierna, mientras decía: —_¡Carracho! ¡También voy yo!_ Por fin llegamos a una casa un poco mayor que las demás; el guía me introdujo en una sala baja, me colocó en el centro y volvió corriendo a la puerta con ánimo de impedir el paso a la gente que pugnaba por entrar con nosotros. ...
En la línea 3757
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Aquí alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo; allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías, allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates. ...
En la línea 5221
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven como arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán, su primo, pide prestada su espada Durindana, y cómo don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar; antes, dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y, con esto, se entra a armar, para ponerse luego en camino. ...
En la línea 6843
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro, y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y, volviéndose a Sancho, le dijo: -La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. ...
En la línea 60
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cerca de Keeling-Atoll, en el Océano Indico, vi numerosas masas pequeñas de confervas de algunas pulgadas cuadradas, consistentes en largos hilos cilíndricos muy tenues, tanto que apenas podrían distinguirse a simple vista, mezclados con otros cuerpos un poco mayores y admirablemente cónicos en sus dos extremos. Su longitud varía entre cuatro o seis centésimas de pulgada; su diámetro entre seis y ocho milésimas de pulgada. Ordinariamente se puede distinguir junto a uno de los extremos de la parte cilíndrica un tabique verde compuesto de materia granulosa más espesa en la parte media. A mi parecer, constituye el fondo de un saco incoloro muy delicado y compuesto de una sustancia pulposa, saco que ocupa el interior de la vaina, pero que no llega hasta las puntas cónicas de los extremos. En algunos ejemplares, pequeñas esferas admirablemente regulares de sustancia granulosa pardusca reemplazan a los tabiques y he podido observar la naturaleza de las transformaciones que las producen. La materia pulposa del revestimiento interior se agrupa de pronto en líneas que parecen irradiar de un centro común; esta materia sigue contrayéndose con un movimiento rápido y regular, de suerte que, al cabo de un segundo, se convierte toda ella en una esferita perfecta que ocupa la posición del tabique en uno de los extremos de la vaina, absolutamente vacía en todas las demás partes. Toda lesión accidental acelera la formación de la esfera granulosa. Debo añadir que estos cuerpos se encuentran con frecuencia a pares, unidos uno a otro cono con cono por el extremo donde está el tabique. ...
En la línea 120
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Proporcionalmente a los otros insectos, el número de arañas es aquí muchísimo mayor que en Inglaterra, quizá hasta mayor que el de cualquier otra división de los animales articulados. Parece casi infinita la variedad de las especies en las arañas saltonas. El género o más bien la familia de las Epeiras, se caracteriza aquí por muchas formas singulares; algunas especies tienen escamas puntiagudas y coriáceas, otras tienen gruesas tibias revestidas de pinchos. Todos los senderos del bosque se encuentran obstruidos por la fuerte tela amarilla de una especie perteneciente a la misma división que la Epeira clanipes de Fabricius, araña que, según Sloane, teje en las Indias occidentales, telas bastante fuertes para retener aves. Una bonita araña pequeña, con las patas delanteras muy largas y que parece pertenecer a un género no descrito, vive parásita en casi todas esas telas. Supongo que es harto insignificante para que la gran Epeira se digne fijarse en ella; por tanto, le permite alimentarse de insectos pequeños que de otra manera no aprovecharían a nadie. Cuando esta arañita se asusta finge la muerte extendiendo las patas delanteras, o se deja caer fuera de la tela. Es en extremo común, sobre todo en los sitios secos, una gruesa Epeira perteneciente a la misma división que las Epeira tuberculata y cónica, esta araña refuerza el centro de su tela, generalmente colocada en medio de las grandes hojas del agane común, por medio de dos y aun cuatro cintas dispuestas en zig zag que enlazan dos de los radios. En cuanto un insecto grande, como un saltamontes o una avispa queda prendido en la tela, la araña le hace girar sobre sí mismo con rapidez por un movimiento brusco; al mismo tiempo envuelve a su presa en cierta cantidad de hilos que bien pronto forman un verdadero capullo alrededor de ella. ...
En la línea 122
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Puede juzgarse la virulencia de este veneno por el hecho de que abrí el capullo al medio minuto y estaba muerta ya una gran avispa contenida en él. Esta Epeira se coloca siempre cabeza abajo hacia el centro de su tela. Cuando se la molesta, obra de diverso modo según las circunstancias: si hay una espesura debajo de su tela, se deja caer de golpe. He podido ver a varias de estas arañas alargar el hilo que las retiene en la tela, para prepararse a caer. Por el contrario, si el suelo está desnudo, la Epeira rara vez se deja caer, sino que pasa con rapidez de un lado al otro de la tela por un paso central que existe al efecto. Si se la vuelve a molestar, se entrega a una curiosa maniobra: puesta en el centro de la tela, que está sujeta a ramas elásticas, la agita con violencia hasta que adquiere un movimiento vibratorio tan rápido que llega a hacerse invisible el cuerpo de la araña. ...
En la línea 122
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Puede juzgarse la virulencia de este veneno por el hecho de que abrí el capullo al medio minuto y estaba muerta ya una gran avispa contenida en él. Esta Epeira se coloca siempre cabeza abajo hacia el centro de su tela. Cuando se la molesta, obra de diverso modo según las circunstancias: si hay una espesura debajo de su tela, se deja caer de golpe. He podido ver a varias de estas arañas alargar el hilo que las retiene en la tela, para prepararse a caer. Por el contrario, si el suelo está desnudo, la Epeira rara vez se deja caer, sino que pasa con rapidez de un lado al otro de la tela por un paso central que existe al efecto. Si se la vuelve a molestar, se entrega a una curiosa maniobra: puesta en el centro de la tela, que está sujeta a ramas elásticas, la agita con violencia hasta que adquiere un movimiento vibratorio tan rápido que llega a hacerse invisible el cuerpo de la araña. ...
En la línea 806
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Tenía cuatro altares en el centro; las paredes estaban adornadas con profusión de hojarasca, arabescos y otros cosméticos del género decadente a que pertenecía. ...
En la línea 2394
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El socio, que había de ser nuevo necesariamente para andar en tales pretensiones, podía entretenerse mientras tanto mirando el mapa de Rusia y Turquía y el Padre nuestro en grabados, que adornaban las paredes de aquel centro de instrucción y recreo. ...
En la línea 2512
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Un comerciante, liberal y nada timorato, tenía depositados en la puerta de aquel centro de recreo un par de zapatos viejos. ...
En la línea 6030
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El sol entraba en el salón amarillo y en el gabinete de la Marquesa por los anchos balcones abiertos de par en par; estaba convidado también, así como el vientecillo indiscreto que movía los flecos de los guardamalletas de raso, los cristales prismáticos de las arañas, y las hojas de los libros y periódicos esparcidos por el centro de la sala y las consolas. ...
En la línea 295
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sólo un español podía mostrar este ardor antimahometano. Las naciones del centro de Europa ya no se acordaban de las Cruzadas. Además, éstas sólo habían sido un episodio de «ni historia mientras en España la guerra contra los musulmanes se prolongaba siete siglos. Todavía en aquellos momentos poseían los moros el floreciente reino de Granada, representando un peligro nacional. ...
En la línea 305
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al mismo tiempo que enviaba la flota de Scarampo al encuentro de los turcos, haciéndose ilusiones sobre su eficacia, sin tener en cuenta el número limitado de los buques, se preocupó de auxiliar a los húngaros, contra los cuales había empezado a marchar el sultán Mohamed, invadiendo el centro de Europa. ...
En la línea 310
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El sultán Mohamed, con las tropas invencibles que habían tomado a Constantinopla y una artillería monstruosa, sitiaba a Belgrado, puerta de Hungría. Tomada esta ciudad, el Gran Turco pensaba Invadir fácilmente todo el centro de Europa. ...
En la línea 659
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Valencia era entonces la ciudad más rica del Mediterráneo español, la de costumbres más alegres y libres. Juan II, padre de Fernando el Católico, vivía en incesante lucha con los catalanes, negándose Barcelona a reconocer su autoridad, y todo el movimiento marítimo había pasado a Valencia. Su puerto era desde el reinado de Alfonso V, un centro receptor y distribuidor del comercio con Italia. ...
En la línea 253
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El antiguo palacio imperial, construido por los soberanos de la penúltima dinastía, ocupaba el centro de la ciudad y era la residencia de los altos señores del Consejo Ejecutivo. ...
En la línea 254
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Incendiado repetidas veces en el curso de los siglos y bombardeado durante las guerras, había sufrido numerosas reconstrucciones; pero la más grande y vistosa databa de pocos años después de la Verdadera Revolución, suceso que había iniciado un nuevo periodo histórico. Los cinco señores del Consejo Ejecutivo vivían en el centro del palacio; en una ala estaba la Cámara de Diputados, y en la opuesta, el Senado. ...
En la línea 386
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Usted sabe, gentleman, quien fue el primer Hombre-Montaña que visitó este país. Hasta creo que el tal gigante dejó escrito un relato de su viaje, y usted debe haberlo leído, indudablemente. Como ya le dije, otros gigantes vinieron detrás de él en diversas épocas; pero esto solo tiene una relación indirecta con los sucesos que quiero relatarle. Ya sabe usted también, aunque sea de un modo vago, como era la vida de mi país en aquella época remota. Nuestro pueblo estaba gobernado por los emperadores, que se creían el centro del mundo y de una materia divina distinta a la de los otros seres. La vida de la nación se concentraba en la persona del soberano. Los más altos personajes saltaban sobre la maroma y hacían otros ejercicios acrobáticos para divertir al monarca del Imperio, que entonces se llamaba Liliput. La gran ambición de todo liliputiense era conseguir algún hilo de color de los que regalaba el déspota para cruzárselo sobre el pecho a guisa de condecoración. En resumen: mi país vivía sometido a una autoridad paternal pero arbitraria, y los hombres llevaban una existencia monótona y somnolienta, al margen de todo progreso. De las mujeres de entonces no hablemos. Eran esclavas, con una servidumbre hipócrita disimulada por el cariño egoísta del esposo y la falsa dulzura del hogar. ...
En la línea 681
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor Flimnap corrió a colocar en el centro de la mesa un sillón, que era el mismo que el había ocupado al dar al gigante su lección de Historia. El alto personaje se sentó en el, teniendo a un lado al obsequioso traductor. Todo el cortejo universitario permaneció detrás, rígido y en profundo silencio, esperando que sonase la voz autorizada del maestro de los maestros. Hasta los doctores revoltosos cesaron en sus risas juveniles y sus atrevidos comentarios al sentarse Momaren. ...
En la línea 964
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Izquierdo miró al patio donde jugaban varios chicos, y no viéndole por ninguna parte, soltó un gruñido. Cerca del 17, en uno de los ángulos del corredor había un grupo de cinco o seis personas entre grandes y chicos, en el centro del cual estaba un niño como de diez años, ciego, sentado en una banqueta y tocando la guitarra. Su brazo era muy pequeño para alcanzar el extremo del mango. Tocaba al revés, pisando las cuerdas con la derecha y rasgueando con la izquierda, puesta la guitarra sobre las rodillas, boca y cuerdas hacia arriba. ...
En la línea 1926
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Maximiliano no se sentó, doña Lupe sí, y en el centro del sofá debajo del retrato, como para dar más austeridad al juicio. Repitió el «muy bien, Sr. D. Maximiliano» con retintín sarcástico. Por lo general, siempre que su tía le daba tratamiento, llamándole señor don, el pobre chico veía la nube del pedrisco sobre su cabeza. ...
En la línea 2039
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La copa aquella estaba en la sala de doña Lupe; mas no se encendía nunca. Maximiliano sabía su procedencia, así como la de un bargueño y un armario soberbio que en la alcoba estaban. La mesa en que el estudiante escribía entró en la casa de la misma manera, y la vajilla buena que se usaba en ciertos días fue adquirida por la quinta parte de su valor, en pago de un pico que adeudaba una amiga íntima. Doña Silvia había hecho el negocio, que doña Lupe no se atreviera a tanto. Un centro de plata, dos bandejas del mismo metal y una tetera que la señora mostraba con orgullo, habían ido a la casa empeñadas también por una amiga íntima y allí se quedaron por insolvencia. Maximiliano se había enterado de muchos pormenores concernientes a los manejos de su tía. Las alhajas, vestidos de señora, encajes y mantones de Manila que pasaban a ser suyos, tras largo cautiverio, vendíalos por conducto de una corredora llamada Mauricia la Dura. Esta iba a la casa con frecuencia en otros tiempos; pero ya apenas corría, y doña Lupe la echaba muy de menos, porque aunque era muy alborotada y disoluta, cumplía siempre bien. Asimismo había podido observar Maximiliano en su propia casa lo implacable que era su tía con los deudores, y de este conocimiento vino el inspirado juicio que formuló de esta manera: «Si me caso con Fortunata y si la suerte nos trae escaseces, antes pediremos limosna por las calles que pedir a mi tía un préstamo de dos pesetas… Mientras más amigos, más claros». ...
En la línea 2282
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Hay en Madrid tres conventos destinados a la corrección de mujeres. Dos de ellos están en la población antigua, uno en la ampliación del Norte, que es la zona predilecta de los nuevos institutos religiosos y de las comunidades expulsadas del centro por la incautación revolucionaria de sus históricas casas. En esta faja Norte son tantos los edificios religiosos que casi es difícil contarlos. Los hay para monjas reclusas, y para las religiosas que viven en comunicación con el mundo y en batalla ruda con la miseria humana, en estas órdenes modernas derivadas de la de San Vicente de Paúl, cuya mortificación consiste en recoger ancianos, asistir enfermos o educar niños. Como por encanto hemos visto levantarse en aquella zona grandes pelmazos de ladrillo, de dudoso valer arquitectónico, que manifiestan cuán positiva es aún la propaganda religiosa, y qué resultados tan prácticos se obtienen del ahorro espiritual, o sea la limosna, cultivado por buena mano. Las Hermanitas de los Pobres, las Siervas de María y otras, tan apreciadas en Madrid por los positivos auxilios que prestan al vecindario, han labrado en esta zona sus casas con la prontitud de las obras de contrata. De institutos para clérigos sólo hay uno, grandón, vulgar y triste como un falansterio. Las Salesas Reales, arrojadas del convento que les hizo doña Bárbara, tienen también domicilio nuevo, y otras monjas históricas, las que recogieron y guardaron los huesos de D. Pedro el Cruel, acampan allá sobre las alturas del barrio de Salamanca. ...
En la línea 382
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Llegada a Dowgate, la flotilla subió por el límpido Walbrook, cuyo cauce lleva ahora dos siglos oculto a la vista bajo terrenos edificados, hacia Bucklersbury, dejando atrás casas y pasando bajo puentes llenos de juerguistas y brillantemente iluminados; por fin vino a detenerse en una dársena, donde está ahora Barge Yard, en el centro de la antigua ciudad de Londres. Tom desembarcó, y él y su vistoso cortejo cruzaron Cheapside, e hicieron un corto paseo entre la Judería Vieja y la calle Basinghall, hasta el Ayuntamiento.. ...
En la línea 408
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En el tiempo al cual nos referimos, el puente suministraba a sus hijos 'lecciones de cosas' en la historia inglesa, a saber, unas lívidas y medio corrompidas cabezas de hombres famosos, clavadas en picas de hierro en el centro del antepecho del puente. Mas dejémonos de digresiones. ...
En la línea 730
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Aprovechemos nuestro privilegio, y corramos a la gran sala del banquete para echarle un vistazo, mientras Tom se encuentra listo para una ocasión tan imponente. Es un aposento espacioso, de columnas y pilastras doradas y paredes y techos con pinturas. En la puerta se yerguen dos fornidos guardias, rígidos como estatuas, vestidos de ricos y pintorescos trajes y armados de alabardas. En una galería alta, que corre en tomo de toda la sala, hay una banda de músicos y compacta concurrencia de uno y otro sexo, brillantemente ataviada. En el centro del salón, sobre la tarima, está la mesa de Tom. Dejemos ahora que hable el viejo cronista: ...
En la línea 1071
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... No miraban ni a derecha ni a izquierda ni prestaban atención a nuestros personajes, a quienes parecían no ver siquiera. Eduardo VI se preguntó si el espectáculo de un rey camino de la cárcel habría sido contemplado alguna vez con tan sorprendente indiferencia. No tardó el alguacil en llegar a un mercado desierto, que se dispuso a cruzar, mas cuando llegó al centro de él, Hendon le puso la mano en el hombro y le dijo en voz bajá: ...
En la línea 408
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Caminé a tientas y a los cinco pasos me topé con un muro de hierro, hecho con planchas atornilladas. Al volverme, choqué con una mesa de madera, cerca de la cual había unas cuantas banquetas. El piso de aquel calabozo estaba tapizado con una espesa estera de cáñamo que amortiguaba el ruido de los pasos. Los muros desnudos no ofrecían indicios de puertas o ventanas. Conseil, que había dado la vuelta en sentido opuesto, se unió a mí y volvimos al centro de la cabina, que debía tener unos veinte pies de largo por diez de ancho. En cuanto a su altura, Ned Land no pudo medirla pese a su elevada estatura. ...
En la línea 594
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En el centro de la sala había una mesa ricamente servida. El capitán Nemo me indicó el lugar en que debía instalarme. ...
En la línea 615
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Era la biblioteca. Altos muebles de palisandro negro, con incrustaciones de cobre, soportaban en sus anchos estantes un gran número de libros encuadernados con uniformidad. Las estanterías se adaptaban al contorno de la sala, y terminaban en su parte inferior en unos amplios divanes tapizados con cuero marrón y extraordinariamente cómodos. Unos ligeros pupitres móviles, que podían acercarse o separarse a voluntad, servían de soporte a los libros en curso de lectura o de consulta. En el centro había una gran mesa cubierta de publicaciones, entre las que aparecían algunos periódicos ya viejos. La luz eléctrica que emanaba de cuatro globos deslustrados, semiencajados en las volutas del techo, inundaba tan armonioso conjunto. Yo contemplaba con una real admiración aquella sala tan ingeniosamente amueblada y apenas podía dar crédito a mis ojos. ...
En la línea 700
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En efecto, conocía ya toda la parte anterior del barco submarino, cuya división exacta, del centro al espolón de proa, era la siguiente: el comedor, de cinco metros, separado de la biblioteca por un tabique estanco, es decir, impenetrable al agua; la biblioteca, de cinco metros; el gran salón, de diez metros, separado del camarote del capitán por un segundo tabique estanco; el camarote del capitán, de cinco metros; el mío, de dos metros y medio, y, por último, un depósito de aire de siete metros y medio, que se extendía hasta la roda. El conjunto daba una longitud total de treinta y cinco metros. Los tabiques estancos tenían unas puertas que se cerraban herméticamente por medio de obturadores de caucho, y ellas garantizaban la seguridad a bordo del Nautilus, en el caso de que se declarara una vía de agua. ...
En la línea 1110
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Corríamos demasiado para continuar la conversación, y no nos detuvimos hasta llegar a nuestra cocina. Estaba llena de gente. Podría decir que se había reunido allí el pueblo entero, parte del cual ocupaba el patio. Había también un cirujano, Joe y un grupo de mujeres, todos inclinados hacia el suelo y en el centro de la cocina. Los curiosos retrocedieron en cuanto me presenté yo, y así pude ver a mi hermana tendida, sin sentido y sin movimiento, en el entarimado del suelo, donde fue derribada por un tremendo golpe en la parte posterior de la cabeza, asestado por una mano desconocida, mientras ella estaba vuelta hacia el fuego. Y así la pobre quedó condenada a no encolerizarse ya más mientras fuese esposa de Joe. ...
En la línea 1296
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo alejé a Joe, que inmediatamente se calmó, limitándose a decirme, con toda la cortesía de que era capaz y al mismo tiempo para que se enterase cualquiera a quien le interesara, que no deseaba que le molestasen en su propia casa. E1 señor Jaggers se había levantado al observar las demostraciones de Joe y fue a apoyarse en la pared, junto a la puerta. Y sin mostrar ninguna inclinación a dirigirse al centro de la estancia, expresó sus observaciones de despedida. Que fueron éstas: ...
En la línea 1426
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tendió la mano, y yo, arrodillándome, la llevé a mis labios. Nada había resuelto acerca del modo de despedirme de ella. Pero en aquel momento se me ocurrió tal conducta del modo más natural. Ella miro a Sara Pocket mientras sus extraños ojos expresaban el triunfo, y así me separé de mi hada madrina, quien se quedó con ambas manos apoyadas en su muleta, en el centro de la estancia, débilmente alumbrada y junto al mustio pastel de boda oculto por las telarañas. ...
En la línea 1489
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... - ¡Oh! - dijo éste volviéndose al hombre, que se llevaba un mechón de cabello al centro de la cabeza -. Su hombre llegará esta tarde. ¿Qué más? ...
En la línea 1941
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Nada, que no consigo que me entiendas… ! Oye: vosotros formáis una pareja perfectamente armónica. Hace ya tiempo que lo vengo pensando… Y si tu fin ha de ser éste, ¿qué importa que llegue antes o después? Te parecerá que vives sobre plumas; es ésta una vida que se apodera de uno y te subyuga; es el fin del mundo, el ancla, el puerto, el centro de la tierra, el paraíso. Crêpes suculentos, sabrosos pasteles de pescado, el samovar por la tarde, tiernos suspiros, tibios batines y buenos calentadores. Es como si estuvieses muerto y, al mismo tiempo, vivo, lo que representa una doble ventaja. Bueno, amigo mío; empiezo a decir cosas absurdas. Ya es hora de irse a dormir. Escucha: yo me despierto varias veces por la noche. Cuando me despierte, iré a echar un vistazo a Rodia. Por lo tanto, no te alarmes si me oyes subir. Sin embargo, si el corazón te lo manda, puedes ir a echarle una miradita. Y si vieras algo anormal… , delirio o fiebre, por ejemplo… , debes despertarme. Pero esto no sucederá. ...
En la línea 3432
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Andrés Simonovitch había pasado toda la mañana en su aposento, no sé por qué motivo. Entre éste y Piotr Petrovitch se habían establecido unas relaciones sumamente extrañas, pero fáciles de explicar. Piotr Petrovitch le odiaba, le despreciaba profundamente, casi desde el mismo día en que se había instalado en su habitación; pero, al mismo tiempo, le temía. No era únicamente la tacañería lo que le había llevado a hospedarse en aquella casa a su llegada a Petersburgo. Este motivo era el principal, pero no el único. Estando aún en su localidad provinciana, había oído hablar de Andrés Simonovitch, su antiguo pupilo, al que se consideraba como uno de los jóvenes progresistas más avanzados de la capital, e incluso como un miembro destacado de ciertos círculos, verdaderamente curiosos, que gozaban de extraordinaria reputación. Esto había impresionado a Piotr Petrovitch. Aquellos círculos todopoderosos que nada ignoraban, que despreciaban y desenmascaraban a todo el mundo, le infundían un vago terror. Claro que, al estar alejado de estos círculos, no podía formarse una idea exacta acerca de ellos. Había oído decir, como todo el mundo, que en Petersburgo había progresistas, nihilistas y toda suerte de enderezadores de entuertos, pero, como la mayoría de la gente, exageraba el sentido de estas palabras del modo más absurdo. Lo que más le inquietaba desde hacía ya tiempo, lo que le llenaba de una intranquilidad exagerada y continua, eran las indagaciones que realizaban tales partidos. Sólo por esta razón había estado mucho tiempo sin decidirse a elegir Petersburgo como centro de sus actividades. ...
En la línea 3591
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Catalina Ivanovna, con alegre entusiasmo, habló de otras mil cosas insignificantes, y de improviso anunció que tan pronto como obtuviera la pensión se retiraría a T***, su ciudad natal, para abrir un centro de enseñanza que se dedicaría a la educación de muchachas nobles. Aún no había hablado de este proyecto a Raskolnikof, y se lo expuso con todo detalle. Como por arte de magia, exhibió aquel diploma de que Marmeladof había hablado a Raskolnikof cuando le contó en una taberna que Catalina Ivanovna, al salir del pensionado, había bailado en presencia del gobernador y de otras personalidades la danza del chal. Podría creerse que Catalina Ivanovna utilizaba este diploma para demostrar su derecho a abrir un pensionado, pero su verdadero fin había sido otro: había pensado utilizarlo para confundir a aquellas provincianas endomingadas en el caso de que hubieran asistido a la comida de funerales, demostrándoles así que ella pertenecía a una de las familias más nobles, que era hija de un coronel y, en fin, que valía mil veces más que todas las advenedizas que en los últimos tiempos se habían multiplicado de un modo exorbitante. ...
En la línea 3592
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El diploma dio la vuelta a la mesa. Los invitados lo pasaban de mano en mano, sin que Catalina Ivanovna se opusiera a ello, ya que aquel papel la presentaba en toutes lettres como hija de un consejero de la corte, de un caballero, lo que la autorizaba a considerarse hija de un coronel. Después, la viuda, inflamada de entusiasmo, empezó a hablar de la existencia tranquila y feliz que pensaba llevar en T***. Incluso se refirió a los profesores que llamaría para instruir a sus alumnas, citando al señor Mangot, viejo y respetable francés que le había enseñado a ella este idioma. Entonces estaba pasando los últimos años de su vida en T*** y no vacilaría en ingresar como profesor de su pensionado por un módico sueldo. Finalmente, anunció que Sonia la acompañaría y la ayudaría a dirigir el centro de enseñanza, lo cual produjo una risa ahogada en un extremo de la mesa. ...
En la línea 181
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me abrí paso hacia la mesa del centro y me senté cerca del croupier. Mis principios fueron tímidos, no arriesgaba más que dos o tres monedas cada vez. Sin embargo, hice diversas observaciones. Me parece que en el fondo todos esos cálculos sobre el juego no significan mucho y no tienen la importancia que les atribuyen muchos jugadores. Estos se hallan allí con papeles cubiertos de cifras, anotan cuidadosamente las jugadas, cuentan, deducen las probabilidades. Después de haberlo calculado todo se deciden por fin a jugar… y pierden, exactamente lo mismo que aquellos que como yo, simples mortales, juegan al azar. ...
En la línea 183
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por ejemplo, que los doce últimos números salen después que los doce del centro, supongamos dos veces. Luego vienen los doce primeros, a los cuales siguen de nuevo los doce del centro, que salen tres o cuatro veces alineados. Después de esto vienen los doce últimos, lo más a menudo dos veces. Luego son los doce primeros, que no se dan más que una. De este modo la suerte designa tres veces los doce del centro, y así seguidamente durante una hora y media o dos horas. ¿No es curioso esto? ...
En la línea 183
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por ejemplo, que los doce últimos números salen después que los doce del centro, supongamos dos veces. Luego vienen los doce primeros, a los cuales siguen de nuevo los doce del centro, que salen tres o cuatro veces alineados. Después de esto vienen los doce últimos, lo más a menudo dos veces. Luego son los doce primeros, que no se dan más que una. De este modo la suerte designa tres veces los doce del centro, y así seguidamente durante una hora y media o dos horas. ¿No es curioso esto? ...
En la línea 183
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por ejemplo, que los doce últimos números salen después que los doce del centro, supongamos dos veces. Luego vienen los doce primeros, a los cuales siguen de nuevo los doce del centro, que salen tres o cuatro veces alineados. Después de esto vienen los doce últimos, lo más a menudo dos veces. Luego son los doce primeros, que no se dan más que una. De este modo la suerte designa tres veces los doce del centro, y así seguidamente durante una hora y media o dos horas. ¿No es curioso esto? ...
En la línea 676
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Ser ciego y ser amado, es, en este mundo en que nada hay completo, una de las formas más extrañamente perfectas de la felicidad. Tener continuamente a nuestro lado a una mujer, a una hija, una hermana, que está allí precisamente porque necesitamos de ella; sentir su ir y venir, salir, entrar, hablar, cantar; y pensar que uno es el centro de esos pasos, de esa palabra, de ese canto; llegar a ser en la oscuridad y por la oscuridad, el astro a cuyo alrededor gravita aquel ángel, realmente pocas felicidades igualan a ésta. La dicha suprema de la vida es la convicción de que somos amados, amados por nosotros mismos; mejor dicho amados a pesar de nosotros; esta convicción la tiene el ciego. ¿Le falta algo? ...
En la línea 57
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Aquello fue tan repentino e inesperado que desconcertó a Buck. Vio a Spitz sacando la lengua escarlata tal como hacía al reírse, y vio a François, que, blandiendo un hacha, saltaba hacia el centro del círculo. Tres hombres armados de garrotes le ayudaron a dispersarlos. No les llevó mucho tiempo. A los dos minutos de la caída de Curly, los últimos asaltantes fueron ahuyentados a garrotazos. Pero ella yacía mustia y sin vida sobre la nieve ensangrentada y pisoteada, hecha literalmente pedazos, y de pie junto a ella el mestizo profería terribles maldiciones. La escena se repitió a menudo como una pesadilla en los sueños de Buck. De modo que así eran las cosas. Nada de juego limpio. Una vez en el suelo, había llegado tu fin. Pues ya se las arreglaría él para no caer nunca. Spitz volvió a reír y sacó la lengua, y desde aquel momento Buck le profesó un odio amargo e implacable. ...
En la línea 100
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Una mañana, a orillas del Pelly, cuando estaban colocando los arreos, Dolly, que nunca había destacado en nada, se volvió loca de repente. El anuncio de -su estado fue un prolongado y desgarrador aullido que a los demás perros les puso los pelos de punta, tras lo cual se abalanzó directamente sobre Buck. Él nunca había visto a un perro volverse rabioso ni tenía motivos para tener miedo a la enfermedad; pero presintió el horror y huyó presa del pánico. Salió disparado en línea recta, con Dolly, que jadeaba y echaba espuma, pisándole los talones; ni ella podía darle alcance, tanto era el terror que lo poseía, ni él lograba distanciarla, tal era la locura de ella. Como una exhalación, Buck se adentró en el monte del centro de la isla, alcanzó el extremo opuesto, atravesó un cauce lleno de hielo rugoso en dirección a otra isla, llegó a una tercera, giró hacia el río principal y, en su desesperación, empezó a cruzarlo. Y todo el tiempo, aunque no la veía, la oía gruñir a sólo un cuerpo por detrás. François lo llamó desde quinientos metros de distancia y Buck volvió sobre sus pasos, siempre con un cuerpo de ventaja, jadeando penosamente y con toda su esperanza puesta en François. El guía tenía el hacha preparada en la mano y, cuando hubo pasado Buck, la descargó sobre el cráneo de la enloquecida Dolly. ...
En la línea 149
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El viaje estableció un récord. En los catorce días que duró hicieron un promedio de setenta kilómetros diarios. Durante tres días, Perrault y François provocaron el entusiasmo en toda la calle principal de Skaguay y fueron abrumados con invitaciones a beber; por su parte, el equipo fue durante mucho tiempo el centro de atención de una multitud de admirados buscadores de oro y conductores de trineo. Después, tres o cuatro facinerosos que aspiraban a «limpiar» la ciudad fueron acribillados a balazos y el interés público se volvió hacia otros ídolos. Después llegaron órdenes oficiales. François llamó a Buck, lo abrazó, y lloró sobre él. Era el final. Como otros hombres, antes y después, François y Perrault se apartaron para siempre de la vida de Buck. ...
En la línea 254
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En un punto especialmente peligroso, donde había una roca que asomaba por la superficie del agua, Hans liberó la cuerda y, mientras Thornton empujaba con la pértiga la embarcación hacia el centro de la corriente, él corría por la orilla con el extremo del cabo en la mano dispuesto a frenar la canoa una vez que hubiera dejado atrás la roca. Pero, tras superar el escollo, la canoa se deslizó aguas abajo llevada por una corriente tan rápida como la presa de un molino, y entonces Hans la frenó con la cuerda, pero fue demasiado brusco. La embarcación se tambaleó y volcó sobre la orilla, mientras Thornton, despedido por el impulso, era arrastrado por la corriente hacia la parte más peligrosa de los rápidos, un tramo de aguas turbulentas en la que ningún nadador podría sobrevivir. ...
En la línea 800
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía se quedaba pensativa, fija la pupila en las canastillas de flores del parque, que parecían medallones de esmalte prendidos en una falda de raso verde. Formábanlas diversas variedades de colios; los del centro tenían hojas lanceoladas y brillantes, de un morado obscuro, rojo púrpura, rojo ladrillo, rojo de cresta de pavo, rojo rosa. Al borde, una hilera de ruinas de Italia destacaba sus medallitas azuladas sobre el verde campesino, gayo, húmedo, de la hierba. Los alerces y los pinos lárices formaban en algún rincón del parque un grupo nemoroso, suizo, dejando caer sus mil brazos desmadejados, hasta besar lánguidamente el suelo. Las catalpas, majestuosas, filtraban entre su claro follaje los últimos rayos del poniente, y manchillas movedizas y prolongadas de oro danzaban a trechos sobre la fina arena de la avenida. Era un recogimiento de iglesia, impregnado de misterio, un silencio grave, poético, solemne, y parecía sacrilegio turbarlo con una frase o un ademán. ...
En la línea 980
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A la verdad, infundía tristeza en aquellos días de fin de Octubre, el aspecto de Vichy. No eran sino hojas caídas: el Parque, tan animado siempre, se veía solitario; sólo algunos agüistas tardíos, enfermos de veras, paseaban la acera de asfalto, henchida ayer del roce de ricos trajes y del rumor de alegres conversaciones. Nadie se cuidaba ya de recoger y barrer el amarillo tapiz del follaje, porque Vichy, tan peripuesto y adornado en la estación de aguas, se torna desastrado y desaliñado no bien le vuelven la espalda sus elegantes huéspedes de estío. Toda la villa semejaba una inmensa mudanza: de los chalets, desalquilados ya, desaparecían los adornos y balconadas, para evitar que los pudriesen las lluvias; en las calles se amontonaban la cal, el ladrillo para las obras de albañilería, que nadie osaba emprender en verano por no ensuciar las pulcras avenidas. Las tiendas de objetos de lujo iban cerrándose unas tras otras, y dueños y surtido tomaban el rumbo de Niza, Cannes o cualquiera estación invernal semejante. Algunas quedaban rezagadas todavía, y sus escaparates servían de entretenimiento a Lucía y Pilar, cuando esta última salía a sus despaciosos paseos. Entre ellas se señalaba un almacén de curiosidades, antigüedades y objetos de arte, situado casi frente a la famosa Ninfa, y, por consiguiente, a espaldas del Casino. Angosta en extremo la tienda, apenas podía encerrar el maremágnum de objetos apiñados en ella, que se desbordaban, hasta invadir la acera. Daba gusto revolver por aquellos rincones escudriñar aquí y acullá, hacer a cada instante descubrimientos nuevos y peregrinos. Los dueños del baratillo, ociosos casi todo el día, se prestaban a ello de buen grado. Erase una pareja; él, bohemio del Rastro, ojos soñolientos, raído levitín, corbata rota, semejante a una curiosidad más, a algún mueble usado y desvencijado; ella, rubia, flaca, ondulante, ágil como una zapaquilda de desván, al deslizarse entre los objetos preciosos amontonados hasta el techo. Miraban Lucía y Pilar muy entretenidas la heteróclita mescolanza. En el centro de la tienda se pavoneaba un soberbio velador de porcelana de Sévres y bronce dorado. El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la pasta tierna, la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI; en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado; unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla; todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín. Si Lucía y Pilar estuviesen fuertes en Historia, ¡a cuánta meditación convidaba la vista de tanto ebúrneo cuello, ornado de collares de diamantes o de estrechas cintas de terciopelo, y probablemente segado más tarde por la cuchilla; ni más ni menos, que el pescuezo del rey que presidía melancólicamente aquella corte! La cerámica era el primor de la colección. Había cantidad de muñequitos de Sajonia, de colores suaves, puros y delicados, como las nubes que el alba pinta; rosados cupidillos, atravesando entre haces de flores azul celeste; pastoras blancas como la leche y rubias como unas candelas, apacentando corderillos atados con lazos carmesíes; zagales y zagalas que amorosamente se requestaban entre sotillos verdegay, sembrados de rosas; violinistas que empuñaban el arco remilgadamente, adelantando la pierna derecha para danzar un paso de minueto; ramilleteras que sonreían como papanatas, señalando hacia el canasto de flores que llevaban en el brazo izquierdo. Próximos a estos caprichos galantes y afeminados, los raros productos del arte asiático proyectaban sus siluetas extrañas y deformes, semejantes a ídolos de un bárbaro culto; por los panzudos tibores, cubiertos de una vegetación de hojas amarillas y flores moradas o color de fuego, cruzaban bandadas de pajarracos estrafalarios, o serpenteaban monstruosos reptiles; del fondo obscuro de los vasos tabicados surgían escenas fantásticas, ríos verdes corriendo sobre un lecho de ocre, kioscos de laca purpúrea con campanillas de oro, mandarines de hopalanda recta y charra, bigotes lacios y péndulos, ojos oblicuos y cabeza de calabacín. Las mayólicas y los platos de Palissy parecían trozos de un bajo fondo submarino, jirones de algún hondo arrecife, o del lecho viscoso de un río; allí entre las algas y fucus resbalaba la anguila reluciente y glutinosa, se abría la valva acanalada de la almeja, coleteaba el besugo plateado, enderezaba su cono de ágata el caracol, levantaba la rana sus ojos fríos, y corría de lado el tenazudo cangrejo, parecido a negro arañón. Había una fuente en que Galatea se recostaba sobre las olas, y sus corceles azules como el mar sacaban los pies palmeados, mientras algunos tritones soplaban, hinchados los carrillos, en la retuerta bocina. Amén de las porcelanas, había piezas de argentería antigua y pesada, de esas que se legan de padres a hijos en los honrados hogares de provincia: monumentales salvillas, anchas bandejas, soperones rematados en macizas alcachofas; había cofres de madera embutidos de nácar y marfil, arquillas de hierro labradas como una filigrana, tanques de loza con aro de metal, de formas patriarcales, que recordaban los bebedores de cerveza que inmortalizó el arte flamenco. Pilar se embobaba especialmente con las copas de ágata que servían de joyeros, con las alhajas de distintas épocas, entre las cuales había desde el amuleto de la dama romana hasta el collar, de pedrería contrahecha y finos esmaltes, de la época de María Antonieta; pero Lucía se enamoró sobre todo de los objetos de iglesia, que despertaban el sentimiento religioso, tan hecho para conmover su alma sincera y vehemente. Dos Apóstoles, alzado el dedo al cielo en grave actitud se destacaban, fileteados de latón los contornos, sobre dos cristales de colores, arrancados sin duda de la ojiva de algún desmantelado monasterio. En un tríptico de rancio y acaramelado marfil, aparecía Eva, magra y desnuda, ofreciendo a Adán la manzana funesta, y la Virgen, en los misterios de su Anunciación y Ascensión; todo trabajado incorrectamente, con ese candor divino del primitivo arte hierático, de los siglos de fe. A despecho de la rudeza del diseño, gustaba a Lucía la figura de la Virgen, la modestia de sus ojos bajos, la mística idealidad de su actitud. Si poseyese una cantidad crecida de dinero, a buen seguro que la daría por un Cristo que andaba confundido entre otras curiosidades, en el baratillo. Era de marfil también, y todo de una pieza, menos los brazos; y clavado en rica cruz de concha, agonizaba con dolorosa verdad, encogidos músculos y nervios en una contracción suprema. Tres clavos de diamante trucidaban sus manos y pies. Lucía le rezaba todos los días un padrenuestro, y aun solía besar sus rodillas, cuando no la miraba nadie. ...
En la línea 1046
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y el vasco y la valerosa amiga cruzaron las manos y alzaron blandamente en el improvisado trono a la enferma, que se dejó ir como un cuerpo inerte, recostando la cabeza en el cuello de Lucía y humedeciéndoselo con el viscoso sudor de la calentura. Subieron así las escaleras hasta el entresuelo, donde introdujo Sardiola a ambas mujeres en una ancha y desahogada habitación en que no faltaba su marmórea chimenea, sus monumentales camas colgadas, su alfombra de moqueta algo desflorada y raída a trechos, sus lavabos y sus perchas clásicas. Caía la pieza a un jardinete, en cuyo centro ligero kiosco de madera y cristales servía de sala de baño. Depositaron a Pilar en una butaca y Sardiola se quedó en pie esperando órdenes. Su mirada, negra y reluciente como la de un cachorro de Terranova, se clavaba en Lucía con sumisión y afecto verdaderamente caninos. Ella, por su parte, se mordía los labios para retener las preguntas que impacientes asomaban a ellos. Sardiola adivinó, con su instinto fiel de animal doméstico, y prevínole el deseo. ...
En la línea 1087
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Hízose todo con tal celeridad y tino, que serían las tres de la tarde no más cuando en la estancia, ordenada ya, y junto al balcón abierto, leía el Padre Arrigoitia en su Breviario las oraciones por los difuntos, y Lucía le contestaba entre sollozos «Amén». La llama de los cirios, devorada por la claridad gloriosa del sol, no era más que un punto rojizo, en cuyo centro se distinguía la negra raya del pábilo. A lo lejos se escuchaba el sordo rodar de los coches, anunciado antes por el retemblido de los vidrios; y dominando los rumores de la calle, la voz del jesuita que decía: ...

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