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La palabra buen
Cómo se escribe

la palabra buen

La palabra Buen ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece buen.

Estadisticas de la palabra buen

La palabra buen es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 385 según la RAE.

Buen es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 202.34 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la buen en 150 obras del castellano contandose 30756 apariciones en total.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece buen

La palabra buen puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 296
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No lo consentiría; era asunto de buen corazón. ...

En la línea 304
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero buen padre se había echado el pobre Barret. ...

En la línea 541
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ahora se veía de veras en el buen camino. ...

En la línea 581
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Calló un buen rato, y, al fin, comenzó a murmurar tristemente: «Muy mal; él también, en su juventud, había sido atrevido; le gustaba llevar a todos la contraria. ...

En la línea 68
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Además--continuó el bodeguero--en Inglaterra, lo mismo que aquí, se pierden las costumbres antiguas. Muchos ingleses no beben más que agua, y, según me han dicho, ya no es elegante, después de comer, que las señoras se vayan a charlar a un salón, mientras los hombres se quedan bebiendo, hasta que los criados se toman el trabajo de sacarlos de bajo de la mesa. Ya no necesitan por la noche, como gorro de dormir, un par de botellas de Jerez que costaban un buen puñado de chelines. Los que aún se emborrachan para demostrar que son unos señores, usan lo que llaman _bebidas largas_--¿no es esto, tú que has estado allá?--porquerías que cuestan poco y permiten beber y beber antes de _apimplarse_; el _wischy_ con soda y otras mixturas asquerosas. La ordinariez los domina. Ya no piden _Xerrrez_ como cuando vienen aquí y lo encuentran gratis. El Jerez únicamente sabemos apreciarlo los de la tierra; dentro de poco sólo lo compraremos nosotros. Ellos se emborrachan con cosas baratas, y así marchan sus asuntos. En el Transvaal casi los revientan. El mejor día les pegarán en el mar con todas sus guapezas. Decaen: ya no son los mismos de aquellos tiempos en que la casa Dupont era una bodega poco más grande que una barraca, pero enviaba sus botellas y hasta sus barricas al señor Pitt, al señor Nelson, al señor _Velintón_ y a otros caballeros cuyos nombres figuran en las soleras más antiguas de la bodega grande. ...

En la línea 71
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pregúntale a tu padre, que aunque menos viejo que yo, también ha conocido los tiempos de oro. El dinero circulaba en Jerez lo mismo que el aire. Había cosecheros que usaban calañés y vivían en un casucho de las afueras como pobres, alumbrándose con un velón; pero al pagar una cuenta tiraban de un saco que tenían debajo de la mesilla de pino como si fuese un saco de patatas, y ¡eche usté onzas! Los trabajadores de las viñas cobraban de treinta a cuarenta reales de jornal, y se permitían la fantasía de ir al tajo en calesín y con zapatos de charol. Nada de periódicos, ni de soflamas, ni de mítines. Allí donde se reunía la gente sonaba la guitarra, soltándose cada seguidilla y cada martinete que a Dios le temblaban la carne de gusto... Si entonces hubiese aparecido Fernando Salvatierra, el amigote de tu padre, con todas esas cosas de pobres y ricos, de repartos de tierras y rivoluciones, le habrían ofrecido una caña y le hubieran dicho: «Siéntese su mercé en el corro, camará; beba, cante, eche un baile con las mocitas si en ello tiene gusto y no se haga mala sangre pensando en nuestra vida, que no es de las peores»... Pero los ingleses apenas nos beben: el dinero entra con menos frecuencia en Jerez, y se oculta de tal modo el condenado, que nadie lo ve. Los trabajadores de las viñas ganan diez reales y tienen cara de vinagre. Por si han de podar con cuchilla o con tijeras, se matan entre ellos; hay _Mano Negra_ y en la plaza de la cárcel se da garrote a los hombres, lo que no se había visto en Jerez en muchísimos años. El jornalero pincha como un erizo apenas se le habla, y el amo es peor que antes. Ya no se ve a los señores alternando con los pobres en las vendimias, bailando con las muchachas y requebrándolas como un gañán joven. La guardia civil corre el campo como en los tiempos que salían bandidos a las carreteras... ¿Y todo por qué, señor? Por lo que yo digo: porque los ingleses se han aficionado al maldito _whischy_ y no hacen caso del buen _palo cortado_, ni de la _palma_, ni de ninguna otra de las exelencias de esta bendita tierra... Lo que yo digo: dinero, venga dinero: que vuelvan aquí, como en otros tiempos, las libras, las guineas y los chelines ¡y se acabaron las huelgas, y los sermones de Salvatierra y sus partidarios, y los malos gestos de los civiles, y todas las miserias y vergüenzas que ahora vemos!... ...

En la línea 140
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Vamos, no sé cómo me contuve y no le di de bofetadas! Aparte de estas locuras, un buen muchacho que sabía su oficio: pero buena penitencia lleva, pues en Jerez nadie le ha dado trabajo por no molestarme, viéndolo expulsado de mi casa, y ahora tal vez vaya por el mundo royéndose los codos de hambre. Ese acabará por echar bombas, que es el final de todos los que niegan a Dios. ...

En la línea 169
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Siempre lo mismo. ¡Pero qué rebuenísima sombra tienes, hijo!... Ven a verme alguna vez: ya sabes que te quiero... siempre con buen fin; como hermanitos. ¡Y eso que el bruto de mi marido te tenía celos!... ...

En la línea 256
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... La viuda joven y de buen ver era el caso que Cuervo prefería para ir presentando la guerra al muerto. ...

En la línea 312
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... La delicia de ambos era un buen funeral en la aldea. ...

En la línea 328
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... En la cocina, en quintana, en el huerto, señales alegres del próximo festín; mucho hervor de pucheros, la gran olla en medio del hogar, como dirigiendo el concierto de bajos profundos de los respetables cacharros, cuyas tapas palpitaban a la lumbre; la cocinera de encargo, la especialista, Pepa la Tuerta, del color de un tizón arrogante, malhumorada, sin contestar a los saludos, activa y enérgica, dirigiendo a los improvisados marmitones y a la maritornes de por vida; postrimeros ayes de algún volátil, víctima propiciatoria, que habría de estar guisado a la hora de la cena; espectáculo suculento, aunque trágico, de patos y gallinas sumidos en crueles calderos, asomando picos y patas, como en son de protesta, entre las llamas, o bien dignos, solemnes, en su silencio de muerte, atravesados por instrumentos que recuerdan la tiranía romana y la Inquisición; supinos sobre aparatos de hierro que son símbolos del martirio, capones y perdices más tostados que otra cosa, que parecen testigos de una fe que los hombres somos incapaces de explicarnos; allá fuera restos de la res descuartizada; las pieles de los conejos, el testuz del carnero, las escamas de los pescados, las plumas de las aves, las conchas de los mariscos, los desperdicios, de las legumbres; y por todas partes, buen olor, un ruido de cucharas y vajillas que es una esperanza del estómago; cristal que se lava, plata que se friega, platos que se limpian. ...

En la línea 114
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Ese buen mozo es el diablo en persona! -exclamó el descono cido. ...

En la línea 362
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Porque ha comprendido que su vino peleón necesitaba s er remozado con una mezcla de buen vino. ...

En la línea 371
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Enfermo, muy enfermo, decís? ¿Y de qué enfermedad?-Temen que sea la viruela, señor -respondió Porthos, querien do terciar con una frase en laconversación-, y sería molesto porque a buen seguro le estropearía el rostro. ...

En la línea 482
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿No era un hombre de buen aspecto?-Sí. ...

En la línea 32
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Sin embargo del buen concepto de la audiencia de Manila (digan lo que quieran sus antagonistas), yo tengo por muy conveniente la disposicion de la ley de Indias en cuanto á la amobilidad y promocion á tiempo dado de sus ministros, en justa escala que deberia establecerse, fundándome en las mismas causas de la ley, y sin necesidad de buscar otras, que algunas se hallan muy al alcance de todos; esto es, que no solo es muy útil premiar á sus majistrados, sino tambien desarraigarlos de las amistades y estrechas relaciones que cobran en aquellos paises donde residen largo tiempo. ...

En la línea 47
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... En efecto, la asesoría de rentas y de la superintendencia de la hacienda pública, que es un cargo mas que regular para tener en continua ocupacion á un buen letrado, si la ha de servir cual corresponde, ha estado desde 1829 hasta 1839, que se proveyó en un letrado particular, á cargo de los señores ministros de la audiencia, y con reales nombramientos, con olvido y desprecio de la ley de Indias [3], que manda: los oidores no sean mas que oidores, y no tengan comisiones, mas que aquellas que su tribunal les confiera, etc. ...

En la línea 83
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Tambien es preciso advertir que hay provincias con quienes por remotas y de poca utilidad para el comercio en jeneral, apenas habia otro medio de comunicacion que los barcos del alcalde; pero generalizado ya el comercio de cabotaje, es de necesidad destruir en un todo en las provincias de las Islas ese sistema absurdo y perjudicial (que lo es ya y mucho) de alcaldes y correjidores comerciantes, y variarlo, como se dirá; porque solo personas instruidas en lejislacion, en máximas de buen gobierno, en principios de justicia, y en los de una buena educacion y prudencia, son las que pueden administrar bien y pronta justicia en sus distritos; dedicarse á la estadistica de unos paises, que despues de tres siglos que los poseemos, están poco menos que incógnitos; promover los medios de regularizar las poblaciones y hermosearlas; formar planes de útil reforma y fomento en la agricultura, industria y navegacion, y procurar la paz y sosiego de las Islas, para la conservacion y propia prosperidad, por medios mas sólidos y estables que los hasta aqui conocidos, pues las luces é ilustracion de aquellas provincias asi lo demandan, y la justicia lo aconseja. ...

En la línea 97
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o que no perciban honorarios de ninguna clase, pues pagados por el Gobierno para administrar justicia, no deben tener otra remuneracion pecuniaria que su sueldo, y saber que su buen porte y celo por el servicio les remunerará con los ascensos que les correspondan. ...

En la línea 72
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sirvió con celo y buen éxito a la Sociedad Bíblica; visitó Moscú y Nowgorod, y proyectó un viaje a China, a través del Asia, para distribuir el Evangelio por el Oriente. ...

En la línea 75
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «¿No le ha chocado a usted nunca—le escribía en una ocasión su amigo el danés Hasfeldt—cuánto se parece usted al buen hidalgo Don Quijote de la Mancha? A mi juicio, podría usted pasar fácilmente por hijo suyo.» W. ...

En la línea 185
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No será hoy menos irritante para buen número de personas el antipapismo de Borrow; pero es improbable que los españoles descontentos, los no conformistas, rompan a gritar: _¡Al campo, al campo, Don Jorge, a propagar el Evangelio de Inglaterra!_ En el fondo, la preocupación de Borrow es de la misma índole que la de los «idólatras», sus enemigos. ...

En la línea 261
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aunque ya no servía para blandir la espada con buen éxito contra los luteranos, podía ser útil para algo. ...

En la línea 14
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... AL DUQUE DE BÉJAR, marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de La Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que, continiéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio. ...

En la línea 67
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen hombre, que a solo tú nuestro español Ovidio con buzcorona te hace reverencia. ...

En la línea 83
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y si la vuesa linda Dulcinea desaguisado contra vos comete, ni a vuesas cuitas muestra buen talante, en tal desmán, vueso conorte sea que Sancho Panza fue mal alcagüete, necio él, dura ella, y vos no amante. ...

En la línea 109
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. ...

En la línea 74
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los patrones son muy poco atractivos, a menudo hasta muy groseros; sus casas y personas están casi siempre horriblemente sucias; en sus posadas no se encuentran cuchillos, tenedores ni cucharas; y estoy convencido de que sería difícil hallar en Inglaterra un cottage, por pobre que sea, tan desprovisto de las cosas más necesarias para la vida. En cierto lugar, en Campos-Novos, nos trataron magníficamente: nos dieron de comer arroz y aves de corral, bizcochos, vino y licores, café por la tarde, y en el almuerzo pescado y café. Todo ello, incluso un buen pienso para los caballos, no nos costó más que tres pesetas por cabeza. Sin embargo, cuando uno de nosotros preguntó al ventero si había visto un látigo que se le había extraviado, respondióle groseramente: «¿Cómo quiere usted que yo lo haya visto? ¿Por qué no ha tenido usted cuidado de él? Probablemente se lo habrán comido los perros». ...

En la línea 148
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cuando no se emplea el lazo, se arrolla y se lleva atado a la parte de atrás de la silla. Hay dos especies de bolas: las más sencillas, que se emplean para cazar avestruces, consisten en dos piedras redondas, cubiertas de cuero y reunidas por una tenue cuerda trenzada, como de unos ocho pies de longitud; la otra especie sólo difiere de ésta en que consta de tres pelotas reunidas por una cuerda a un centro común. El gaucho tiene en la mano la más pequeña de las tres y hace girar las otras dos en derredor de la cabeza; luego de hacer puntería las arroja, y las bolas van a través del aire girando sobre sí mismas como balas de cañón enramadas. En cuanto las bolas dan contra cualquier objeto, se enroscan cruzándose en derredor de él y se anudan con fuerza. El grueso y el peso de las bolas varían según el fin que se propone lograr con ellas: hechas de piedra y del tamaño de una manzana, hieren con tanta fuerza, que a veces rompen las patas del caballo a las cuales se arrollan; se hacen de madera, del tamaño de un nabo, para apoderarse de los animales sin herirlos. A veces son de hierro las bolas, y entonces llegan a mucha mayor distancia. La dificultad principal para servirse del lazo o de las bolas consiste en ser tan buen jinete, que, yendo a galope o volviendo grupas de pronto, se pueda hacerlos girar con bastante igualdad en derredor de la cabeza para poder apuntar; a pie se aprendería muy pronto a manejarlos. Divertíame cierta vez en galopar y hacer girar las bola en derredor de mi cabeza, cuando la bola libre chocó accidentalmente con un arbustillo; cesando entonces de pronto el movimiento de revolución, cayó al suelo la bola, rebotó enseguida y fue a enroscarse a una de las patas traseras de mi caballo; escapóseme la otra bola y quedó cogida mi cabalgadura. Afortunadamente era un caballo viejo y experto, pues de otro modo se hubiera puesto a cocear hasta caer de lado. Los gauchos se desternillaron de risa gritando que hasta entonces habían visto coger a toda clase de animales, pero que nunca habían visto a un hombre cogerse él mismo. ...

En la línea 241
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En la conversación el general Rosas es entusiasta, pero a la vez está lleno de buen sentido y de gravedad, llevada esta última hasta el exceso. Uno de sus bufones (tiene dos junto a su persona, como los señores feudales) me contó con este motivo la anécdota siguiente: «Un día deseaba oír yo cierta pieza de música y fui dos o tres veces en busca del general para pedirle que mandase tocarla. La primera vez me respondió: - Déjame en paz, estoy ocupado. - Fui a buscarle por segunda vez y me dijo: - Como vuelvas de nuevo, hago que te castiguen. -Volví por tercera vez y echóse a reír. Me escapé de su tienda, pero era demasiado tarde; ordenó a dos soldados que me cogiesen y me atasen a cuatro postes. Pedí perdón invocando a todos los santos de la corte celestial, pero no quiso perdonarme; cuando el general se ríe, no perdona a nadie». El pobre diablo aún ponía una cara angustiosa al recordar los postes. En efecto, es un suplicio muy doloroso: clávanse cuatro pilotes en el suelo, de los cuales se suspende horizontalmente al hombre por las muñecas y por los tobillos, y allí se le deja estirarse durante algunas horas. Evidentemente, la idea de este suplicio se ha tomado del método que se emplea para secar las pieles. Mi entrevista con el general terminó sin que se sonriese ni una sola vez; y obtuve de él un pasaporte y un permiso para valerme de los caballos de posta del gobierno, documentos que me dio de la manera más servicial. ...

En la línea 350
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El rocío, que durante la primera parte de la noche había mojado las cubiertas con que nos tapábamos, habíase transformado en hielo a la mañana siguiente. Aunque la llanura parece horizontal, se eleva poco a poco, y nos hallábamos a 800 ó 900 pies sobre el nivel del mar. El 9 de septiembre por la mañana me aconseja el guía que suba a la estribación más próxima, la cual acaso me conduzca a los cuatro picos que coronan a plomo la montaña. Trepar sobre peñascales tan rugosos fatiga en extremo; las laderas de la montaña están cortadas tan hondamente, que con frecuencia se pierde en un minuto el camino andado en cinco. Llego, por fin, a la cima, pero para sufrir un gran desencanto; estaba al borde de un precipicio, en el fondo del cual hay un valle a nivel de la llanura, valle que corta la estribación transversalmente y me separa de los cuatro picos. Este valle es muy estrecho, pero muy plano, y forma un buen paso para los indios, pues hace comunicar entre sí los llanos que hay al norte y al sur de la cadena. Al bajar al valle para atravesarlo, veo dos caballos; en seguida me escondo entre las altas hierbas y examino con cuidado las cercanías; pero al no advertir señales de indios, comienzo mi segunda ascensión. Avanzaba ya el día; y esa parte de la montaña es tan escarpada y desigual como la otra. Llego por fin a la cima del segundo pico a las dos horas, pero no lo consigo sino con la mayor dificultad; en efecto, cada 20 metros sentía calambres en la parte superior de ambos muslos, hasta el punto de no saber si podría volver a bajar. También me fue preciso dar la `vuelta por otro camino, pues no me sentía con fuerzas para escalar de nuevo la montaña que había atravesado por la mañana. Por tanto, me vi obligado a renunciar a subir a los dos picos más altos. La diferencia de altura no es muy grande, y desde el punto de vista geológico sabía yo cuanto deseaba saber; por consiguiente, el resto no merecía otra nueva fatiga. Supongo que mis calambres eran efecto del gran cambio de acción muscular, el trepar mucho, después de una larga carrera a caballo. ...

En la línea 120
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ya lo decía el señor Custodio el beneficiao a don Pedro el campanero el otro día: Ese don Fermín tié más orgullo que don Rodrigo en la horca, y don Pedro se reía; y verás, el otro dijo después, cuando ya había pasao don Fermín: ¡Anda, anda, buen mozo, que bien se te conoce el colorete!. ...

En la línea 279
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El buen vetustente era de la Encimada. ...

En la línea 294
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A pesar de esta injusticia distributiva que don Fermín tenía debajo de sus ojos, sin que le irritara, el buen canónigo amaba el barrio de la catedral, aquel hijo predilecto de la Basílica, sobre todos. ...

En la línea 314
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Además los indianos no quieren nada que no sea de buen tono, que huela a plebeyo, ni siquiera pueda recordar los orígenes humildes de la estirpe; en Vetusta los descreídos no son más que cuatro pillos, que no tienen sobre qué caerse muertos; todas las personas pudientes creen y practican, como se dice ahora. ...

En la línea 86
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero no —gritó el alma del buen sacerdote —: Son dos cosas; esta más fuerte, aquella más santa. ...

En la línea 218
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Notó que el farol lo había cogido un caballero y que los cirios se habían repartido en abundancia entre muchos jóvenes conocidos de buen porte. ...

En la línea 1293
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En los últimos años de César, al mandar éste ejércitos, su fiel matón, desconocedor de las reglas y escrúpulos que guían a los otros hombres, se convirtió en un buen capitán o e guerra. Fue el jefe de confianza del hijo del Pontífice, y cuando todos lo abandonaron, él se mantuvo leal. ...

En la línea 1539
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sintió el joven español cólera y asombro, como un enamorado que descubre de pronto la infidelidad de la mujer amada. En vano su buen sentido protestó contra tal indignación, encontrándola ilógica. Era él quien había abandonado a Rosaura voluntariamente, desoyendo con tenacidad las palabras de ella, más conocedora de la vida, aconsejándole que se quedase. ¿Qué fantasmas engañadores le habían hecho adoptar esta decisión, moviéndose desde entonces con la incertidumbre de un buque abandonado? ¿De qué le servia la libertad?… Y ella, lógicamente, había seguido nuevos rumbos. ...

En la línea 1625
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Esta tranquilidad permitió al buen Enciso mostrarse algo jactancioso en sus apreciaciones sobre el próximo combate. Hubiese preferido un duelo a espada. Aborrecía las armas modernas. La pólvora, según él, había acabado con la poesía de la Historia. ...

En la línea 1841
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una mañana, cerca ya de mediodía, vino a visitarlo Enciso de las Casas. En días anteriores se había valido del teléfono para preguntar por el estado de Borja, excusando su ausencia y justificándola con las grandes ocupaciones qua le imponía cierta cuestión entre el Gobierno de su país y el Vaticano. Atento siempre a cumplir las reglas del buen trato social, creía faltar a sus deberes no yendo en persona a pedir noticias. ...

En la línea 20
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Desde entonces, la majestuosa viuda empezó a pensar en lo urgente que era librarse de este aspirante a la dignidad de yerno suyo. La gallardía física del buen mozo, su aventura militar, que tanto entusiasmaba a las jóvenes, y sus destrezas de danzarín, eran para la señora Haynes otros tantos títulos de incapacidad. ...

En la línea 152
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - No, usted es otra cosa -dijo el profesor-; usted es un gentleman, y su buen aspecto, así como lo que llevamos inquirido acerca de su pasado, han sido la causa de que le perdonemos la vida… por el momento. ...

En la línea 265
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero el profesor Flimnap tenía demasiado que hacer para detenerse a contestar las preguntas de las ciudadanas curiosas. Apenas había dormido en la noche anterior. Después de su cena con el jefe supremo de la Universidad se trasladó a la Galería de la Industria para convencerse de que el Gentleman-Montaña podía dormir provisionalmente sobre trescientas cuarenta y dos carretadas de paja que la Administración del ejercito había facilitado a última hora. Poco después de amanecer ya estaba en pie el buen profesor, conferenciando con todos sus compañeros del 'Comité de recibimiento del Hombre-Montaña'. Estos, divididos en varias subcomisiones, iban a dirigir a quinientos carpinteros encargados de fabricar, antes de que llegase la noche, una mesa y una silla apropiadas a las dimensiones del gigante, y a una tropa igualmente numerosa de colchoneros, que en el mismo espacio de tiempo fabricarían una cama digna del recién llegado. ...

En la línea 269
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El buen profesor Flimnap estaba inquieto por la suerte de su protegido. Gillespie le inspiraba un interés que jamás había experimentado por ningún hombre de su propia tierra. Dedicado por completo a los trabajos lingüísticos e históricos, solamente había tratado con mujeres, y estas eran todas profesoras malhumoradas y de austeras costumbres. Sentía una temblorosa timidez siempre que el rector le invitaba a alguna de sus tertulias, donde había hombres jóvenes en edad de casamiento, ansiosos de que alguien los sacase a bailar o que entonaban romanzas sentimentales acompañándose con el arpa. ...

En la línea 35
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pues esta prenda, esta nacional obra de arte, tan nuestra como las panderetas o los toros, no es nuestra en realidad más que por el uso; se la debemos a un artista nacido a la otra parte del mundo, a un tal Ayún, que consagró a nosotros su vida toda y sus talleres. Y tan agradecido era el buen hombre al comercio español, que enviaba a los de acá su retrato y los de sus catorce mujeres, unas señoras tiesas y pálidas como las que se ven pintadas en las tazas, con los pies increíbles por lo chicos y las uñas increíbles también por lo largas. ...

En la línea 51
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Muchas veces había visto la hija de Arnaiz al chico de Santa Cruz; pero nunca le pasó por las mientes que sería su marido, porque el tal, no sólo no le había dicho nunca media palabra de amores, sino que ni siquiera la miraba como miran los que pretenden ser mirados. Baldomero era juicioso, muy bien parecido, fornido y de buen color, cortísimo de genio, sosón como una calabaza, y de tan pocas palabras que se podían contar siempre que hablaba. Su timidez no decía bien con su corpulencia. Tenía un mirar leal y cariñoso, como el de un gran perro de aguas. ...

En la línea 54
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo más particular era que Baldomero, después de concertada la boda, y cuando veía regularmente a su novia, no le decía de cosas de amor ni una miaja de letra, aunque las breves ausencias de la mamá, que solía dejarles solos un ratito, le dieran ocasión de lucirse como galán. Pero nada… Aquel zagalote guapo y desabrido no sabía salir en su conversación de las rutinas más triviales. Su timidez era tan ceremoniosa como su levita de paño negro, de lo mejor de Sedán, y que parecía, usada por él, como un reclamo del buen género de la casa. Hablaba de los reverberos que había puesto el marqués de Pontejos, del cólera del año anterior, de la degollina de los frailes, y de las muchas casas magníficas que se iban a edificar en los solares de los derribados conventos. Todo esto era muy bonito para dicho en la tertulia de una tienda; pero sonaba a cencerrada en el corazón de una doncella, que no estando enamorada, tenía ganas de estarlo. ...

En la línea 85
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Dios, al fin, apreciando los méritos de aquella heroína, que ni un punto se apartaba de su puesto en el combate social, echó una mirada de benevolencia sobre el muestrario y después lo bendijo. La primera chica que se casó fue la segunda, llamada Candelaria, y en honor de la verdad, no fue muy lucido aquel matrimonio. Era el novio un buen muchacho, dependiente en la camisería de la viuda de Aparisi. Llamábase Pepe Samaniego y no tenía más fortuna que sus deseos de trabajar y su honradez probada. Su apellido se veía mucho en los rótulos del comercio menudo. Un tío suyo era boticario en la calle del Ave María. Tenía un primo pescadero, otro tendero de capas en la calle de la Cruz, otro prestamista, y los demás, lo mismo que sus hermanos, eran todos horteras. Pensaron primero los de Arnaiz oponerse a aquella unión; mas pronto se hicieron esta cuenta: «No están los tiempos para hilar muy delgado en esto de los maridos. Hay que tomar todo lo que se presente, porque son siete a colocar. Basta con que el chico sea formal y trabajador». ...

En la línea 11
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Bet y Nan, gemelas, tenían quince años. Eran niñas de buen corazón, sucias, harapientas y de profunda ignorancia. Su madre era como ellas. Mas el padre y la abuela eran un par de demonios. Se emborrachaban siempre que podían, luego se peleaban entre sí o con cualquiera que se les pusiera delante; maldecían y juraban siempre, ebrios o sobrios. John Canty era ladrón, y su madre pordiosera. Hicieron pordioseros a los niños, mas no lograron hacerlos ladrones. Entre la desgraciada ralea pero sin formar parte de ella que habitaba la casa, había un buen sacerdote viejo, a quien el rey había deudo sin casa ni hogar con sólo una pensión de unas cuantas monedas de cobre, que acostumbraba llamar a los niños y enseñarles secretamente el buen camino. El padre Andrés también enseñó a Tom un poco de latín, y a leer y escribir; y habría hecho otro tanto con las niñas, pero éstas temían las burlas de sus amigas, que no habrían sufrido en ellas una educación tan especial. ...

En la línea 11
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Bet y Nan, gemelas, tenían quince años. Eran niñas de buen corazón, sucias, harapientas y de profunda ignorancia. Su madre era como ellas. Mas el padre y la abuela eran un par de demonios. Se emborrachaban siempre que podían, luego se peleaban entre sí o con cualquiera que se les pusiera delante; maldecían y juraban siempre, ebrios o sobrios. John Canty era ladrón, y su madre pordiosera. Hicieron pordioseros a los niños, mas no lograron hacerlos ladrones. Entre la desgraciada ralea pero sin formar parte de ella que habitaba la casa, había un buen sacerdote viejo, a quien el rey había deudo sin casa ni hogar con sólo una pensión de unas cuantas monedas de cobre, que acostumbraba llamar a los niños y enseñarles secretamente el buen camino. El padre Andrés también enseñó a Tom un poco de latín, y a leer y escribir; y habría hecho otro tanto con las niñas, pero éstas temían las burlas de sus amigas, que no habrían sufrido en ellas una educación tan especial. ...

En la línea 13
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... No. La vida de Tom transcurría bastante bien, especialmente en verano. Mendigaba sólo lo necesario para salvarse, pues las leyes contra la mendicidad eran estrictas, y graves las penas, y reservaba buena parte de su tiempo para escuchar los encantadores viejos cuentos y leyendas del buen padre Andrés acerca de gigantes y hadas, enanos, y genios, y castillos encantados y magníficos reyes y príncipes. Llenósele la cabeza de todas estas cosas maravillosas, y más de una noche, cuando yacía en la oscuridad, sobre su mezquina y hedionda paja, cansado, hambriento y dolorido de una paliza, daba rienda suelta a la imaginación y pronto olvidaba sus penas y dolores, representándose deliciosamente la espléndida vida de un mimado príncipe en un palacio real. Con el tiempo un deseo vino a cautivarlo día y noche: ver a un príncipe de verdad, con sus propios ojos. Una vez les habló de ello a sus camaradas de Offal Court; pero se burlaron y escarnecieron tan despiadamente, que después de aquello guardó, gustosamente para sí su sueño. ...

En la línea 62
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Oh!, buen señor, ¿qué harían con más? En verdad no tienen dos cuerpos cada una. ...

En la línea 1137
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Esta le esperaba tranquilamente y como resignada. Augusto se sentó en un sofá, la llamó: ¡ven acá!, la dijo que se sentara, como la otra vez sobre sus rodillas, y la estuvo un buen rato mirando a los ojos. Ella resistió tranquilamente aquella mirada, pero temblaba toda ella como la hoja de un chopo. ...

En la línea 1458
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... En la calle acercósele un mendigo diciéndole: «¡Una limosna, por Dios, señorito, que tengo siete hijos… !» «¡No haberlos hecho!», le contestó malhumorado Augusto. «Ya quisiera yo haberle visto a usted en mi caso –replicó el mendigo, añadiendo–: y ¿qué quiere usted que hagamos los pobres si no hacemos hijos… para los ricos?» « Tienes razón –replicó Augusto–, y por filósofo, ¡ahí va, toma!» , y le dio una peseta, que el buen hombre se fue al punto a gastar a la taberna próxima. ...

En la línea 1462
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y apenas ella se fue, apoyó los codos sobre la mesa, la cabeza en las palmas de las manos, y se dijo: «¡Esto es terrible, verdaderamente terrible! ¡Me parece que sin darme cuenta de ello me voy enamorando… hasta de Liduvina! ¡Pobre Domingo! Sin duda. Ella, a pesar de sus cincuenta años, aún está de buen ver, y sobre todo bien metida en carnes, y cuando alguna vez sale de la cocina con los brazos remangados y tan redondos… ¡Vamos, que esto es una locura! ¡Y esa doble barbilla y esos pliegues que se le hacen en el cuello… ! Esto es terrible, terrible, terrible… » ...

En la línea 1466
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Muy lejos de buscar con cualquier novedad arlequinesca un efímero renombre de relumbrón cimentado sobre la ignorancia ajena, aspiraba en cuantos trabajos literarios tenía en proyecto, a la perfección que en lo humano cabe y a no salirse, sobre todo, de los linderos de la sensatez y del buen gusto. No quería desafinar para hacerse oír, sino reforzar con su voz, debidamente disciplinada, la hermosa sinfonía genuinamente nacional y castiza. ...

En la línea 389
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Qué iba a hacer! —exclamó con voz ronca—. Pero, ¿será verdad que amo a esa muchacha? ¿No es esto una locura? No soy ya el pirata de Mompracem, pues me siento arrastrado por una pasión irresistible hacia esa hija de una raza que odio. ¿Olvido a mi salvaje Mompracem, a mis fieles tigrecitos, a mi buen Yáñez? ¿Olvido que los compatriotas de ella no esperan más que el momento oportuno para destruir mi poder? ¡Apaguemos este volcán que arde en mi corazón, indigno del Tigre de la Malasia! ¡Haz oír tu rugido, Tigre; destierra de tu pecho el reconocimiento que debes a estas gentes que te han curado la herida y huye de estos sitios! ¡Vuelve al mar; vuelve a ser el terrible pirata de Mompracem! ...

En la línea 665
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Giro Batol puso a asar un buen trozo de babirusa. Mientras esperaban que estuviera en su punto, reanudaron su conversación. ...

En la línea 756
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Alto o los echo a pique! Sandokán respondió en buen inglés: —¿Por quién nos toma usted? ...

En la línea 772
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Qué sorpresa para el buen Yáñez cuando vuelva a verme! ...

En la línea 73
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Conseil era mi doméstico, un abnegado muchacho que me acompañaba en todos mis viajes; un buen flamenco por quien sentía yo mucho cariño y al que él correspondía sobradamente; un ser flemático por naturaleza, puntual por principio, cumplidor de su deber por costumbre y poco sensible a las sorpresas de la vida. De gran habilidad manual, era muy apto para todo servicio. Y a pesar de su nombre1, jamás daba un consejo, incluso cuando no se le pedía que lo diera. ...

En la línea 74
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El roce continuo con los sabios de nuestro pequeño mundo del jardín de Plantas había llevado a Conseil a adquirir ciertos conocimientos. Tenía yo en él un especialista muy docto en las clasificaciones de la Historia Natural. Era capaz de recorrer con una agilidad de acróbata toda la escala de las ramificaciones, de los grupos, de las clases, de las subclases, de los órdenes, de las familias, de los géneros, de los subgéneros, de las especies y de las variedades. Pero su ciencia se limitaba a eso. Clasificar, tal era el sentido de su vida, y su saber se detenía ahí. Muy versado en la teoría de la clasificación, lo estaba muy poco en la práctica, hasta el punto de que no era capaz de distinguir, así lo creo, un cachalote de una ballena. Y sin embargo, ¡cuán digno y buen muchacho era! ...

En la línea 125
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El comandante Farragut era un buen marino, digno de la fragata que le había sido confiada. Su navío y él formaban una unidad, de la que él era el alma. ...

En la línea 136
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Describo ahora a este audaz compañero tal como lo conozco actualmente. Somos ahora viejos amigos, unidos por la inalterable amistad que nace y se cimenta en las pruebas difíciles. ¡Ah, mi buen Ned! Sólo pido vivir aún cien años más para poder recordarte más tiempo. ...

En la línea 288
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El sargento y los hombres que estaban a su lado hablaban en voz baja cuando Joe y yo llegamos a ellos. Después de escuchar un momento, Joe, que era buen juez en la materia, y el señor Wopsle, que lo era malo, convinieron en lo mismo. El sargento, hombre resuelto, ordenó que nadie contestase a aquel grito, pero que, en cambio, se cambiase de dirección y que todos los soldados se dirigieran hacia allá, corriendo cuanto pudiesen. Por eso nos volvimos hacia la derecha, adonde quedaba el Este, y Joe echó a correr tan aprisa que tuve que agarrarme para no caer. ...

En la línea 339
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras tanto, yo iba por la cocina tambaleándome como un pequeño borracho, a causa de haber sido puesto en el suelo pocos momentos antes y también porque me había dormido, despertándome junto al calor, a las luces y al ruido de muchas lenguas. Cuando me recobré, ayudado por un buen puñetazo entre los hombros y por la exclamación que profirió mi hermana: «¿Han visto ustedes alguna vez a un muchacho como éste?», observé que Joe les refería la confesión del penado y todos los invitados expresaban su opinión acerca de cómo pudo llegar a entrar en la despensa. Después de examinar cuidadosamente las premisas, el señor Pumblechook explicó que primero se encaramó al tejado de la fragua y que luego pasó al de la casa, deslizándose por medio de una cuerda, hecha con las sábanas de su cama, cortada a tiras, por la chimenea de la cocina, y como el señor Pumblechook estaba muy seguro de eso y no admitía contradicción de nadie, todos convinieron en que el hecho debió de realizarse como él suponía. El señor Wopsle, sin embargo, dijo que no, con la débil malicia de un hombre fatigado; pero como no podía exponer ninguna teoría y, por otra parte, no llevaba abrigo, fue unánimemente condenado al silencio, ello sin tener en cuenta el humo que salía de sus pantalones, mientras estaba de espaldas al fuego de la cocina para secar la humedad, lo cual no podía, naturalmente, inspirar confianza alguna. ...

En la línea 363
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mucho. Dame un buen libro o un buen periódico, déjame que me siente ante el fuego y soy hombre feliz. ¡Dios mío! - añadió después de frotarse las rodillas -. Cuando se encuentra una «J» y una «O» y comprende uno que aquello dice «Joe», se da cuenta de lo interesante que es la lectura. ...

En la línea 363
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mucho. Dame un buen libro o un buen periódico, déjame que me siente ante el fuego y soy hombre feliz. ¡Dios mío! - añadió después de frotarse las rodillas -. Cuando se encuentra una «J» y una «O» y comprende uno que aquello dice «Joe», se da cuenta de lo interesante que es la lectura. ...

En la línea 44
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Pero si me trae usted una miseria! Este reloj no vale nada, mi buen amigo. La vez pasada le di dos hermosos billetes por un anillo que podía obtenerse nuevo en una joyería por sólo rublo y medio. ...

En la línea 75
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero nadie daba muestras de compartir su buen humor. Su taciturno compañero observaba estas explosiones de alegría con gesto desconfiado y casi hostil. ...

En la línea 452
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Continúo. Por otro lado tenemos fuerzas frescas, jóvenes, que se pierden, faltas de sostén, por todas partes, a miles. Cien, mil obras útiles se podrían mantener y mejorar con el dinero que esa vieja destina a un monasterio. Centenares, tal vez millares de vidas, se podrían encauzar por el buen camino; multitud de familias se podrían salvar de la miseria, del vicio, de la corrupción, de la muerte, de los hospitales para enfermedades venéreas… , todo con el dinero de esa mujer. Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen, quedaría ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Además, ¿qué puede pesar en la balanza social la vida de una anciana esmirriada, estúpida y cruel? No más que la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diría que menos, pues esa vieja es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres. Hace poco le mordió un dedo a Lisbeth y casi se lo arranca. ...

En la línea 579
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Descorrió el cerrojo, abrió la puerta y aguzó el oído. Así estuvo un buen rato. Se oían gritos lejanos. Sin duda llegaban del portal. Dos fuertes voces cambiaban injurias. ...

En la línea 60
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Es usted buen adivino. ...

En la línea 73
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —El francés es más buen mozo, pero peor persona. Además de su honradez, el inglés es diez veces más rico —dije. ...

En la línea 229
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Murmuraciones! —interrumpió con desdén—. Lo que me extraña es verle a usted de tan buen humor. ...

En la línea 364
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mi insensato comportamiento podía terminar por comprometerla también a ella. Además, sensaciones, veleidades nuevas surgían en mí. Si, por ejemplo, me aniquilaba voluntariamente ante Paulina, esto no significaba en modo alguno que fuese un cobarde, y seguramente no era tan fácil al barón eso de “apalearme”. Tenía ganas de burlarme de todos ellos, pero quedando en buen lugar. Ya veríamos. Sin duda ella temería el escándalo y me llamaría. Y aun cuando no me llame, verá, sin embargo, que no soy cobarde. ...

En la línea 8
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Majestad -dijo el señor Myriel-, vos miráis a un buen hombre y yo miro a un gran hombre. Cada uno de nosotros puede beneficiarse de lo que mira. ...

En la línea 180
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¿Qué hacéis, buen amigo? -le preguntó. ...

En la línea 216
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Me llamo Jean Valjean: soy presidiario. He pasado en presidio diecinueve años. Estoy libre desde hace cuatro días y me dirijo a Pontarlier. Vengo caminando desde Tolón. Hoy anduve doce leguas a pie. Esta tarde, al llegar a esta ciudad, entré en una posada, de la cual me despidieron a causa de mi pasaporte amarillo, que había presentado en la alcaldía, como es preciso hacerlo. Fui a otra posada, y me echaron fuera lo mismo que en la primera. Nadie quiere recibirme. He ido a la cárcel y el carcelero no me abrió. Me metí en una perrera, y el perro me mordió. Parece que sabía quién era yo. Me fui al campo para dormir al cielo raso; pero ni aun eso me fue posible, porque creí que iba a llover y que no habría un buen Dios que impidiera la lluvia; y volví a entrar en la ciudad para buscar en ella el quicio de una puerta. Iba a echarme ahí en la plaza sobre una piedra, cuando una buena mujer me ha señalado vuestra casa, y me ha dicho: llamad ahí. He llamado: ¿Qué casa es ésta? ¿Una posada? Tengo dinero. Ciento nueve francos y quince sueldos que he ganado en presidio con mi trabajo en diecinueve años. Pagaré. Estoy muy cansado y tengo hambre: ¿queréis que me quede? ...

En la línea 227
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡Un sacerdote! -dijo el hombre-. ¡Oh, un buen sacerdote! Entonces ¿no me pedís dinero? Sois el cura, ¿no es esto? ¿El cura de esta iglesia? ...

En la línea 60
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por la tarde, Perrault, a quien le urgía ponerse en camino con el correo, regresó con dos perros más. Billie y Joe, así les llamaba, eran hermanos y esquimales auténticos. Aunque hijos de la misma madre, eran como el día y la noche. El único defecto de Billie era su carácter sumamente acomodaticio, mientras que Joe era el extremo opuesto, malhumorado e introspectivo, siempre gruñón y con la mirada atravesada. Buck los recibió de buen talante, Dave no les hizo el menor caso, mientras que Spitz se puso a provocar primero a uno y después al otro. Billie meneó la cola intentando aplacarlo, salió corriendo cuando vio que su intento era vano y emitió un gruñido (todavía apaciguador) cuando los afilados dientes de Spitz le dejaron una marca en el costado. En cambio, Joe, por muchas vueltas que diera Spitz, giraba en redondo sobre las patas traseras y le hacía frente: los pelos erizados, las orejas echadas hacia atrás, la boca contorsionada enseñando los dientes, lo esquivaba con el incesante movimiento de su quijada y un brillo diabólico en los ojos. Era la encarnación misma del terror beligerante. Tan terrible era su aspecto que Spitz no tuvo más remedio que renunciar a someterlo; y se desquitó corriendo tras el inofensivo Billie hasta los confines del campamento. ...

En la línea 69
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Tres huskies más fueron incorporados al tiro en menos de una hora, completando así un total de nueve, y antes de que hubieran transcurrido otros quince minutos estaban todos sujetos al trineo y avanzaban con buen ritmo hacia el cañón de Dyea. Buck estaba contento de haber salido y descubrió que, aunque la tarea era dura, no le resultaba particularmente desagradable. Le sorprendió el entusiasmo contagioso de todo el equipo, pero más todavía le sorprendió el cambio que se había operado en Dave y en Sol-leks. Eran otros perros, completamente transformados por el arnés. La pasividad y la indiferencia los habían abandonado. Estaban alerta y activos, ansiosos de que el trabajo fuera bien y terriblemente irritables ante cualquier circunstancia que, por originar demoras o desconcierto, retrasase la marcha. El trabajoso avance era para ellos la suprema realización individual, el exclusivo fin de su existencia y lo único que les proporcionaba placer. ...

En la línea 71
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A Buck lo habían colocado a propósito entre Dave y Sol-leks para que pudiese aprender de ellos. Si él era un buen alumno, competentes eran sus maestros, que nunca lo dejaban persistir en el error y reforzaban sus enseñanzas con sus afilados dïentes. Dave era justo y muy sagaz. Nunca mordía a Buck sin motivo y nunca dejaba de hacerlo cuando hacía falta. Como lo respaldaba el látigo de François, Buck encontró que le salía más barato enmendarse que rebelarse. En una ocasión, durante un breve alto, quedó enredado en las correas y demoró la salida; Dave y Sol-leks se abalanzaron sobre él y le administraron una buena paliza. La consecuencia fue un enredo todavía peor, pero a partir de aquel momento Buck tuvo buen cuidado de mantener las correas en orden; y antes de que se acabara el día tenía tan dominada la maniobra que sus mentores casi dejaron de vigilarle. El látigo de François restallaba con menos frecuencia, y Perrault le hizo a Buck el honor de levantarle las patas para examinárselas con cuidado. ...

En la línea 71
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A Buck lo habían colocado a propósito entre Dave y Sol-leks para que pudiese aprender de ellos. Si él era un buen alumno, competentes eran sus maestros, que nunca lo dejaban persistir en el error y reforzaban sus enseñanzas con sus afilados dïentes. Dave era justo y muy sagaz. Nunca mordía a Buck sin motivo y nunca dejaba de hacerlo cuando hacía falta. Como lo respaldaba el látigo de François, Buck encontró que le salía más barato enmendarse que rebelarse. En una ocasión, durante un breve alto, quedó enredado en las correas y demoró la salida; Dave y Sol-leks se abalanzaron sobre él y le administraron una buena paliza. La consecuencia fue un enredo todavía peor, pero a partir de aquel momento Buck tuvo buen cuidado de mantener las correas en orden; y antes de que se acabara el día tenía tan dominada la maniobra que sus mentores casi dejaron de vigilarle. El látigo de François restallaba con menos frecuencia, y Perrault le hizo a Buck el honor de levantarle las patas para examinárselas con cuidado. ...

En la línea 15
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ni más ni menos que en los países de abanico cuyas mitológicas pinturas representan nupcias, se notaba allí que el séquito de la novia lo componían hembras, y sólo individuos del sexo fuerte formaban el del novio. Advertíase asimismo gran diferencia entre la condición social de uno y otro cortejo. La escolta de la novia, mucho más numerosa, parecía poblado hormiguero: viejas y mozas llevaban el sacramental traje de negra lana, que viene a ser como uniforme de ceremonia para la mujer de clase inferior, no exenta, sin embargo, de ribetes señoriles: que el pueblo conserva aun el privilegio de vestirse de alegres colores en las circunstancias regocijadas y festivas. Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia. Todo el racimo de amigas se apiñaba en torno de la nueva esposa, manifestando la pueril y ávida curiosidad que despierta en las multitudes el espectáculo de las situaciones supremas de la existencia. Se estaban comiendo a miradas a la que mil veces vieran, a la que ya de memoria sabían: a la novia, que con el traje de camino se les figuraba otra mujer, diversísima de la conocida hasta entonces. Contaría la heroína de la fiesta unos diez y ocho años: aparentaba menos, atendiendo al mohín infantil de su boca y al redondo contorno de sus mejillas, y más, consideradas las ya florecientes curvas de su talle, y la plenitud de robustez y vida de toda su persona. Nada de hombros altos y estrechos, nada de inverosímiles caderas como las que se ven en los grabados de figurines, que traen a la memoria la muñeca rellena de serrín y paja; sino una mujer conforme, no al tipo convencional de la moda de una época, pero al tipo eterno de la forma femenina, tal cual la quisieron natura y arte. Acaso esta superioridad física perjudicaba un tanto al efecto del caprichoso atavío de viaje de la niña: tal vez se requería un cuerpo más plano, líneas más duras en los brazos y cuello, para llevar con el conveniente desenfado el traje semimasculino, de paño marrón, y la toca de paja burda, en cuyo casco se posaba, abiertas las alas, sobre un nido de plumas, tornasolado colibrí. Notábase bien que eran nuevas para la novia tales extrañezas de ropaje, y que la ceñida y plegada falda, el casaquín que modelaba exactamente su busto le estorbaban, como suele estorbar a las doncellas en el primer baile la desnudez del escote: que hay en toda moda peregrina algo de impúdico para la mujer de modestas costumbres. Además, el molde era estrecho para encerrar la bella estatua, que amenazaba romperlo a cada instante, no precisamente con el volumen, sino más bien con la libertad y soltura de sus juveniles movimientos. No se desmentía en tan lucido ejemplar la raza del recio y fornido anciano, del padre que allí se estaba derecho, sin apartar de su hija los ojos. El viejo, alto, recto y firme, como un poste del telégrafo, y un jesuita bajo y de edad mediana, eran los únicos varones que descollaban entre el consabido hormiguero femenil. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 31
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Vete en paz, y Dios Nuestro Señor te acompañe, que es buen acompañante -contestó-. Ya he rezado por ti el itinerario, para que volvamos tan sanos y satisfechos… Acuérdate de lo que te avisé, chiquilla; ahora ya somos, como quien dice, una señora casada y de respeto; y aunque nos parece que todo se va a volver florecicas y mieles en el nuevo estado, y nos largamos por esos mundos a echar canas al aire y divertirnos… ¡cuidadito, cuidadito!, puede que donde menos se piense salte la liebre, y tengamos rabietas, y pruebecitas y trabajos que no tuvimos de niños… No ser tonta entonces… ¿eh? Ya sabemos que Aquel que anda por allá arriba moviendo aquellas estrellas tan preciosas, es el único que nos entiende y nos consuela cuando a Él le parece… mira, en vez de tanto trapo como has metido en las maletas, mete paciencia, ¡chiquilla! mete paciencia. Es mejor aún que el árnica y los emplastos… ; si a quien era tan grande le hizo falta para aguantar aquella cruz, tú que eres chiquitita… ...

En la línea 129
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se levantó acta de la apuesta, firmando los seis interesados. Phileas Fogg había permanecido sereno. No había ciertamente apostado para ganar, y no había comprometido las veinte mil libras- mitad de su fortuna- sino porque preveía que tendría que gastar la otra mitad para llevar a buen fin ese difícil, por no decir inejecutable proyecto. En cuanto a sus adversarios, parecían conmovidos, no por el valor de la apuesta, sino porque tenían reparo en luchar con ventaja. ...

En la línea 149
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -No hay equipaje. Sólo un saco de noche. Dentro, dos camisas de lana, tres pares de medias, y lo mismo para vos. Ya compraremos en el camino. Bajaréis mi 'mackintosh' y mi manta de viaje. Llevad buen calzado. Por lo demás, andaremos poco o nada. Vamos. ...

En la línea 152
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Y maquinalmente hizo sus preparativos de viaje. ¡La vuelta al mundo en ochenta días! ¿Estaba su amo loco? No… ¿Era broma? Si iban a Douvres, bien. A Calais, conforme. En suma, esto no podía contrariar al buen muchacho, que no había pisado el suelo de su patria en cinco años. Quizás se llegaría hasta París, y ciertamente que volvería a ver con gusto la gran capital, porque un gentleman tan economizador de sus pasos se detendría allí… Sí, indudablemente; ¡pero no era menos cierto que partía, que se movía ese gentleman, tan casero hasta entonces! ...

En la línea 217
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Señor Fix- respondió el cónsul-, habláis de tal manera que os deseo ardientemente buen éxito; pero, os repito, lo creo difícil en las condiciones en que os encontráis. ¿Sabéis que con las señas que habéis recibido, ese ladrón se parece absolutamente a un hombre de bien? ...

Más información sobre la palabra Buen en internet

Buen en la RAE.
Buen en Word Reference.
Buen en la wikipedia.
Sinonimos de Buen.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Buen

Cómo se escribe buen o vuen?

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