Cómo se escribe.org.es

La palabra banco
Cómo se escribe

la palabra banco

La palabra Banco ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece banco.

Estadisticas de la palabra banco

La palabra banco es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 534 según la RAE.

Banco es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 160.14 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la banco en 150 obras del castellano contandose 24341 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Banco

Cómo se escribe banco o vanco?

Más información sobre la palabra Banco en internet

Banco en la RAE.
Banco en Word Reference.
Banco en la wikipedia.
Sinonimos de Banco.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece banco

La palabra banco puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1234
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el señor de Llopis, un granuja de siete años, con el pantalón a media pierna, sostenido por un tirante, echábase del banco abajo y se cuadraba ante el maestro, mirando de reojo la temible caña. ...

En la línea 1239
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el de las pelotillas lo aprobaba todo, contento con salir de la advertencia sin cañazo, cuando otro grandullón que estaba a su lado en el banco y debía guardar antiguos resentimientos, al verlo en pie y con las posaderas libres, le aplicó en ellas un pellizco traidor. ...

En la línea 1266
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sentábase en el banco de ladrillos inmediato a la puerta, y el maestro y el pastor hablaban, admirados en silencio por doña Josefa y los demas grandecitos de la escuela, que lentamente se iban aproximando para formar corro. ...

En la línea 1414
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y como el aseo es el lujo del pobre, se sentó en un banco de piedra, esperando que le llegara el turno para limpiarse de unas barbas de dos semanas, punzantes y duras como púas, que ennegrecían su cara. ...

En la línea 5426
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan observó en el banco más cercano al pilar donde Por thos y él estaban adosados una especie de beldad madura, algo amarillenta, algo seca, pero tiesa y altiva bajo sus cofias negras. ...

En la línea 7513
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Y vos, señor Porthos?-Yo, Monseñor, sabiendo que el duelo está prohibido, he cogido un banco y le he dado a uno de esos bergantes un golpe que, según creo, le ha partido el hombro. ...

En la línea 3105
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El amo, joven y recio, estaba recostado en un ancho banco de piedra junto a la puerta. ...

En la línea 3138
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Muertos de sed y de calor nos sentamos en un banco de piedra, y rogué a una mujer que me diese un poco de agua. ...

En la línea 3571
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me senté en un banco y proseguí mis reflexiones, cuando, de súbito, me interrumpió un ruido como de alguien que anduviese pesadamente renqueando. ...

En la línea 3573
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Llegó frente a mi banco; se detuvo, se quitó el sombrero y me pidió limosna con un acento insólito y en una jerga extraña, algo semejante al catalán. ...

En la línea 2926
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Era tan cruel el hijo de Barbarroja, y trataba tan mal a sus cautivos, que, así como los que venían al remo vieron que la galera Loba les iba entrando y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos, y asieron de su capitán, que estaba sobre el estanterol gritando que bogasen apriesa, y pasándole de banco en banco, de popa a proa, le dieron bocados, que a poco más que pasó del árbol ya había pasado su ánima al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían. ...

En la línea 2940
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Dígolo porque su suerte le trujo a mi galera y a mi banco, y a ser esclavo de mi mesmo patrón; y, antes que nos partiésemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a la Goleta y el otro al fuerte. ...

En la línea 7240
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estaba Sancho sentado sobre el estanterol, junto al espalder de la mano derecha, el cual ya avisado de lo que había de hacer, asió de Sancho, y, levantándole en los brazos, toda la chusma puesta en pie y alerta, comenzando de la derecha banda, le fue dando y volteando sobre los brazos de la chusma de banco en banco, con tanta priesa, que el pobre Sancho perdió la vista de los ojos, y sin duda pensó que los mismos demonios le llevaban, y no pararon con él hasta volverle por la siniestra banda y ponerle en la popa. ...

En la línea 7240
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estaba Sancho sentado sobre el estanterol, junto al espalder de la mano derecha, el cual ya avisado de lo que había de hacer, asió de Sancho, y, levantándole en los brazos, toda la chusma puesta en pie y alerta, comenzando de la derecha banda, le fue dando y volteando sobre los brazos de la chusma de banco en banco, con tanta priesa, que el pobre Sancho perdió la vista de los ojos, y sin duda pensó que los mismos demonios le llevaban, y no pararon con él hasta volverle por la siniestra banda y ponerle en la popa. ...

En la línea 1992
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... rece, pues, muy probable que en un período en que el terreno se encontraba a inferior nivel, había un llano muy semejante al que hoy rodea al Callao; protegido éste último por un banco de cantos rodados, está muy poco elevado sobre el nivel del mar ...

En la línea 1993
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... eo que los indios fabricaban sus obras de alfarería en este llano y que durante algún terremoto violento franqueó el mar el banco de guijarros y transformó el llano en un lago temporal como sucedió alrededor del Callao en 1718 y en 1746. agua depositaría entonces el barro que llevaba en suspensión y también los fragmentos de alfarería arrancados de los hornos, más abundantes en unos sitios que en otros, y las conchas marinas ...

En la línea 2726
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... A la mañana siguiente desembarco en la isla de la Dirección, que no tiene más que unos cuantos cientos de metros de anchura, y termina por el lado del lago en unas rocas calcáreas blancas cuya radiación se hace insoportable a la vista; por el lado del océano termina por un banco de coral muy grueso que rompe la violencia de las olas más grandes. ...

En la línea 2751
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las largas cintas de tierra que forman los islotes salen fuera del agua nada más que lo preciso para que la ola pueda arrojar sobre ellos fragmentos de coral, y el viento acumular allí arenas calcáreas. banco de coral plano y sólido que reviste el exterior rompe la violencia primera de las olas, que, de otro modo, en un día arrastrarían los islotes con todas sus producciones. éano y tierra firme parece que luchan de continuo en estos sitios a ver quién arrastrará a quién; ahora bien, aun cuando la tierra haya, en cierto modo, obtenido la victoria, no quieren todavía los habitantes del agua abandonar un terreno que parece que miran como de su propiedad ...

En la línea 8791
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Recordaba haber dejado encima de la mesa de mármol o de un banco, en fin, allí dentro, unas semillas preparadas para mandar a cierta exposición de floricultura. ...

En la línea 9061
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pues bien, Ana, después de leer cinco minutos, había arrojado el libro con desdén sobre un banco. ...

En la línea 9070
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana había desaparecido otra vez, había entrado en la casa, olvidando a Santa Juana Francisca sobre el banco, y a los dos minutos estaba otra vez allí con chal y sombrero; y los cuatro habían salido por la puerta del parque, que abrió Frígilis con su llave. ...

En la línea 9072
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquel día las hijas de confesión del Magistral le encontraron distraído, impaciente; le sentían dar vueltas en el banco, la madera del armatoste crujía, las penitencias eran desproporcionadas, enormes. ...

En la línea 91
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En la tienda de Arnaiz, junto a la reja que da a la calle de San Cristóbal, hay actualmente tres sillas de madera curva de Viena, las cuales sucedieron hace años a un banco sin respaldo forrado de hule negro, y este banco tuvo por antecesor a un arcón o caja vacía. Aquélla era la sede de la inmemorial tertulia de la casa. No había tienda sin tertulia, como no podía haberla sin mostrador y santo tutelar. Era esto un servicio suplementario que el comercio prestaba a la sociedad en tiempos en que no existían casinos, pues aunque había sociedades secretas y clubs y cafés más o menos patrióticos, la gran mayoría de los ciudadanos pacíficos no iba a ellos, prefiriendo charlar en las tiendas. Barbarita tiene aún reminiscencias vagas de la tertulia en los tiempos de su niñez. Iba un fraile muy flaco que era el padre Alelí, un señor pequeñito con anteojos, que era el papá de Isabel, algunos militares y otros tipos que se confundían en su mente con las figuras de los dos mandarines. ...

En la línea 381
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se fueron de paseo por las Delicias abajo, y sentados en solitario banco, vueltos de cara al río, charlaron un rato. Jacinta se quería comer con los ojos a su marido, adivinándole las palabras antes de que las dijera, y confrontándolas con la expresión de los ojos a ver si eran sinceras. ¿Habló Juan con verdad? De todo hubo. Sus declaraciones eran una verdad refundida como las comedias antiguas. El amor propio no le permitía la reproducción fiel de los hechos. Pues señor… al volver de Plencia ya comprometido a casarse y enamorado de su novia, quiso saber qué vuelta llevó Fortunata, de quien no había tenido noticias en tanto tiempo. No le movía ningún sentimiento de ternura, sino la compasión y el deseo de socorrerla si se veía en un mal paso. Platón estaba fuera de Madrid y su mujer en el otro mundo. No se sabía tampoco a dónde diantres había ido a parar el picador; pero Segunda había traspasado la huevería y tenía en la misma Cava un poco más abajo, cerca ya de la escalerilla, una covacha a que daba el nombre de establecimiento. En aquella caverna habitaba y hacía el café que vendía por la mañana a la gente del mercado. Cuatro cacharros, dos sillas y una mesa componían el ajuar. En el resto del día prestaba servicios en la taberna del pulpitillo. Había venido tan a menos en lo físico y en lo económico, que a su antiguo tertulio le costó trabajo reconocerla. ...

En la línea 452
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo mismo en los mercados que en las tiendas tenía un auxiliar inestimable, un ojeador que tomaba aquellas cosas cual si en ello le fuera la salvación del alma. Este era Plácido Estupiñá. Como vivía en la Cava de San Miguel, desde que se levantaba, a la primera luz del día, echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza. Bajaba cuando todavía estaba la gente tomando la mañana en las tabernas y en los cafés ambulantes, y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones. Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia. Abierta esta, se metían todos dentro con tanta prisa como si fueran a coger puesto en una función de gran lleno, y empezaban las misas. Hasta la tercera o la cuarta no llegaba Barbarita, y en cuanto la veía entrar, Estupiñá se corría despacito hasta ella, deslizándose de banco en banco como una sombra, y se le ponía al lado. La señora rezaba en voz baja moviendo los labios. Plácido tenía que decirle muchas cosas, y entrecortaba su rezo para irlas desembuchando. ...

En la línea 452
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo mismo en los mercados que en las tiendas tenía un auxiliar inestimable, un ojeador que tomaba aquellas cosas cual si en ello le fuera la salvación del alma. Este era Plácido Estupiñá. Como vivía en la Cava de San Miguel, desde que se levantaba, a la primera luz del día, echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza. Bajaba cuando todavía estaba la gente tomando la mañana en las tabernas y en los cafés ambulantes, y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones. Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia. Abierta esta, se metían todos dentro con tanta prisa como si fueran a coger puesto en una función de gran lleno, y empezaban las misas. Hasta la tercera o la cuarta no llegaba Barbarita, y en cuanto la veía entrar, Estupiñá se corría despacito hasta ella, deslizándose de banco en banco como una sombra, y se le ponía al lado. La señora rezaba en voz baja moviendo los labios. Plácido tenía que decirle muchas cosas, y entrecortaba su rezo para irlas desembuchando. ...

En la línea 923
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Bienvenido, oh rey! –exclamó el ermitaño con entusiasmo. Y afanándose con febril actividad, y sin dejar de susurrar 'bienvenido, bienvenido' arregló el banco, hizo sentar al rey junto al fuego, echó a éste algunos leños, y, finalmente, empezó a dar paseos con nervioso andar. ...

En la línea 939
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Y así prosiguió por espacio de una hora, mientras el pobre rey se desesperaba, sentado en su banco. De pronto pasó el frenesí del viejo, que volvió a ser todo suavidad. Se le amansó la voz, cayó de las nubes y empezó a hablar con tanta sencillez y tan humanamente que no tardó en ganar por completo el corazón del rey. El viejo devoto hizo que el niño se acercara más al fuego para que estuviese mejor, le curó con diestra y tierna mano las contusiones y rozaduras, y se puso a preparar y a guisar una cena, todo esto sin dejar de charlar agradablemente, y acariciando de cuando en cuando la mejilla o la cabeza del niño, con tanta dulzura, que al poco rato todo el temor y la repulsión inspirados por el arcángel se habían trocado en reverencia y afecto al hombre. ...

En la línea 963
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El anciano se apartó, agachado, cautelosamente, como un gato, y acercó el banco. Se sentó en él, con medio cuerpo expuesto a la débil y vacilante luz, y el otro medio en las sombras; y así, con la mirada clavada en el dormido niño, prosiguió su paciente vela, sin cuidarse del paso del tiempo y sin cesar de afilar suavemente el cuchillo, en tanto que no paraba de refunfuñar y hacer gestos. Por su aspecto y su actitud no parecía sino una araña horrible y misteriosa, que se ensañara sobre un desdichado insecto preso en su tela e indefenso. ...

En la línea 1465
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hendon se retiró al lugar indicado, que era un hueco en la pared de palacio, con un banco de piedra, que servía de refugio a los centinelas cuando hacía mal tiempo. Apenas se había sentado, unos alabarderos, al mando de un oficial, pasaron por allí. El oficial lo vio, detuvo a sus hombres y ordenó a Hendon que lo siguiera. Él obedeció, y al instante lo arrestaron como individuo sospechoso que rondaba por las inmediaciones de palacio. Las cosas empezaban a ponerse feas. El pobre Miles iba a explicarse, pero el oficial le hizo callar ásperamente y ordenó a sus hombres que lo desarmaran y lo registrasen. ...

En la línea 38
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Había cesado la llovizna. Cerró y plegó su paraguas y lo enfundó. Acercóse a un banco, y al palparlo se encontró con que estaba húmedo. Sacó un periódico, lo colocó sobre el banco y sentóse. Luego su cartera y blandió su pluma estilográfica. «He aquí un chisme utilísimo –se dijo–; de otro modo, tendría que apuntar con lápiz el nombre de esa señorita y podría borrarse. ¿Se borrará su imagen de mi memoria? Pero ¿cómo es? ¿Cómo es la dulce Eugenia? Sólo me acuerdo de unos ojos… Tengo la sensación del toque de unos ojos… Mientras yo divagaba líricamente, unos ojos tiraban dulcemente de mi corazón. ¡Veamos! Eugenia Domingo, sí, Domingo, del Arco. ¿Domingo? No me acostumbro a eso de que se llame Domingo… No; he de hacerle cambiar el apellido y que se llame Dominga. Pero, y nuestros hijos varones, ¿habrán de llevar por segundo apellido el de Dominga? Y como han de suprimir el mío, este impertinente Pérez, dejándolo en una P, ¿se ha de llamar nuestro primogénito Augusto P Dominga? Pero… ¿adónde me llevas, loca fantasía?» Y apuntó en su cartera: Eugenia Domingo del Arco, Avenida de la Alameda, 58. Encima de esta apuntación había estos dos endecasilabos: ...

En la línea 793
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Quedóse Augusto un momento fuera de sí, sin darse cuenta de que existía, y cuando sacudió la niebla de confusión que le envolviera tomó el sombrero y se echó a la calle, a errar a la aventura. Al pasar junto a una iglesia, San Martín, entró en ella, casi sin darse cuenta de lo que hacía. No vio al entrar sino el mortecino resplandor de la lamparilla que frente al altar mayor ardía. Parecíale respirar oscuridad, olor a vejez, a tradición sahumada en incienso, a hogar de siglos, y andando casi a tientas fue a sentarse en un banco. Dejóse en él caer más que sé sentó. Sentíase cansado, mortalmente cansado y como si toda aquella oscuridad, toda aquella vejez que respiraba le pesasen sobre el corazón. De un susurro que parecía venir de lejos, de muy lejos, emergía una tos contenida de cuando en cuando. Acordóse de su madre. ...

En la línea 1251
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando llegó aquel día a la tranquila plaza y se sentó en el banco, no sin antes haber despejado su asiento de las hojas secas que lo cubrían –pues era otoño–, jugaban allí cerca, como de ordinario, unos chiquillos. Y uno de ellos, poniéndole a otro junto al tronco de uno de los castaños de Indias, bien arrimadito a él, le decía: «Tú estabas ahí preso, te tenían unos ladrones … » «Es que yo … », empezó malhumorado el otro, y el primero le replicó: «No, tú no eras tú… » Augusto no quiso oír más; levantóse y se fue a otro banco. Y se dijo: «Así jugamos también los mayores; ¡tú no eres tú!, ¡yo no soy yo! Y estos pobres árboles, ¿son ellos? Se les cae la hoja antes, mucho antes que a sus hermanos del monte, y se quedan en esqueleto, y estos esqueletos proyectan su recortada sombra sobre los empedrados al resplandor de los reverberos de luz eléctrica. ¡Un árbol iluminado por la luz eléctrica!, ¡qué extraña, qué fantástica apariencia la de su copa en primavera cuando el arco voltaico ese le da aquella apariencia metálica!, ¡y aquí que las brisas no los mecen … ! ¡Pobres árboles que no pueden gozar de una de esas negras noches del campo, de esas noches sin luna, con su manto de estrellas palpitantes! Parece que al plantar a cada uno de estos árboles en este sitio les ha dicho el hombre: “¡tú no eres tú!” y para que no lo olviden le han dado esa iluminación nocturna por luz eléctrica… para que no se duerman… ¡pobres árboles trasnochadores! ¡No, no, conmigo no se juega como con vosotros! » ...

En la línea 1251
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando llegó aquel día a la tranquila plaza y se sentó en el banco, no sin antes haber despejado su asiento de las hojas secas que lo cubrían –pues era otoño–, jugaban allí cerca, como de ordinario, unos chiquillos. Y uno de ellos, poniéndole a otro junto al tronco de uno de los castaños de Indias, bien arrimadito a él, le decía: «Tú estabas ahí preso, te tenían unos ladrones … » «Es que yo … », empezó malhumorado el otro, y el primero le replicó: «No, tú no eras tú… » Augusto no quiso oír más; levantóse y se fue a otro banco. Y se dijo: «Así jugamos también los mayores; ¡tú no eres tú!, ¡yo no soy yo! Y estos pobres árboles, ¿son ellos? Se les cae la hoja antes, mucho antes que a sus hermanos del monte, y se quedan en esqueleto, y estos esqueletos proyectan su recortada sombra sobre los empedrados al resplandor de los reverberos de luz eléctrica. ¡Un árbol iluminado por la luz eléctrica!, ¡qué extraña, qué fantástica apariencia la de su copa en primavera cuando el arco voltaico ese le da aquella apariencia metálica!, ¡y aquí que las brisas no los mecen … ! ¡Pobres árboles que no pueden gozar de una de esas negras noches del campo, de esas noches sin luna, con su manto de estrellas palpitantes! Parece que al plantar a cada uno de estos árboles en este sitio les ha dicho el hombre: “¡tú no eres tú!” y para que no lo olviden le han dado esa iluminación nocturna por luz eléctrica… para que no se duerman… ¡pobres árboles trasnochadores! ¡No, no, conmigo no se juega como con vosotros! » ...

En la línea 1111
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Esta bahía, dragada en varias ocasiones, nos suministró unas ostras excelentes, de las que hicimos un consumo inmoderado, tras haberlas abierto en nuestra propia mesa siguiendo el consejo de Séneca. Aquellos moluscos pertenecían a la especie conocida con el nombre de «ostra lamellosa», muy común en Córcega. El banco de Wailea debía ser considerable, y, ciertamente, si no fuera por las múltiples causas de destrucción, esas aglomeraciones terminarían por colmar las bahías, ya que se cuentan hasta dos millones de huevos en un solo individuo. ...

En la línea 1176
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El 2 de enero habíamos recorrido once mil trescientas cuarenta millas desde nuestro punto de partida en los mares del Japón. Ante el espolón del Nautilus se extendían los peligrosos parajes del mar del Coral, a lo largo de la costa nordeste de Australia. Nuestro barco bordeaba a una distancia de algunas millas el temible banco, en el que estuvieron a punto de naufragar los navíos de Cook, el 10 de junio de 1770. El barco en que navegaba Cook chocó con una roca, y si no se fue a pique se debió a la circunstancia de que el trozo de coral arrancado se incrustó en el casco entreabierto. ...

En la línea 1606
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Con los aparatos Ruhmkorff en funcionamiento, caminamos a lo largo de un banco de coral en vía de formación, que, con el tiempo, llegará a cerrar un día esta zona del océano índico. El camino estaba bordeado de inextricables espesuras formadas por el entrelazamiento de arbustos coronados por florecillas de blancas corolas en forma de estrella. Pero a diferencia de las plantas terrestres, aquellas arborescencias, fijadas a las rocas del suelo, se dirigían todas de arriba abajo. ...

En la línea 1705
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Bien, señor profesor, visitarán usted y sus compañeros el banco de Manaar, y si por casualidad encontramos allí algún pescador madrugador le veremos operar. ...

En la línea 684
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El desconocido dio un sordo gruñido, como si lo dirigiera a su pipa, y extendió las piernas en el banco que tenía para él solo. Llevaba un sombrero de anchas alas y debajo un pañuelo que le rodeaba la cabeza, de manera que no se le veía el cabello. Mientras miraba al fuego me pareció descubrir en él una expresión astuta y en su rostro se dibujó una sonrisa. ...

En la línea 710
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Lo hizo de tal modo que nadie más que yo vio la herramienta, y en cuanto hubo terminado la limpió y se la guardó en el bolsillo del chaleco. Reconocí inmediatamente la lima de Joe, y entonces reconocí también al penado. Me quedé mirándole, sin saber qué hacer, pero él, entonces, se reclinó en su banco y, sin fijarse en mí para nada, empezó a hablar principalmente de coles. ...

En la línea 895
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... A causa de las visitas que recibió la señorita Havisham por ser su cumpleaños, tal vez también por haber jugado a los naipes más que otras veces o quizá debido a mi pelea, el caso es que mi visita fue mucho más larga, y cuando llegué a las cercanías de mi casa, la luz que indicaba la existencia del banco de arena, más allá de los marjales, brillaba sobre el fondo de negro cielo y la fragua de Joe dibujaba una franja de fuego a través del camino. ...

En la línea 1116
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Como yo estaba enterado de algo más, supuse que pertenecería a mi penado, es decir, que era el mismo que vi limar en los marjales, mas a pesar de ello no le acusaba de haberlo empleado en herir a mi hermana. Y eso porque sospechaba que otras dos personas lo hubiesen encontrado, utilizándolo para cometer el crimen. Sin duda alguna, el asesino era Orlick o bien aquel hombre extraño que me enseñó la lima. Con referencia al primero, se comprobó que había ido a la ciudad, exactamente como nos dijo cuando le encontramos en la barrera. Por la tarde lo vieron varias personas por las calles y estuvo en compañía de 58 otras en algunas tabernas, hasta que regresó conmigo mismo y con el señor Wopsle. De modo que, a excepción de la pelea, no se le podía hacer ningún cargo. Por lo demás, mi hermana se había peleado con él y con todo el mundo más de diez mil veces. En cuanto a aquel hombre extraño, en caso de que hubiese regresado en busca de sus dos billetes de banco, nadie se los habría disputado, porque mi hermana estaba más que dispuesta a devolvérselos. Por otra parte, no hubo altercado, pues era evidente que el criminal llegó silenciosa y repentinamente y la víctima quedó tendida en el suelo antes de poder volver la cabeza. Era horrible pensar que yo había facilitado el arma, aunque, naturalmente, sin imaginar lo que podía resultar; pero apenas podía apartar de mi cerebro aquel asunto. Sufrí angustias indecibles mientras pensaba en si, por fin, debería referir a Joe aquella historia de mi infancia. Todos los días, y durante varios meses siguientes, decidí no decir nada, pero a la mañana siguiente volvía a reflexionar y a contradecirme a mí mismo. Por último tomé una resolución decisiva en el sentido de guardar silencio, porque tuve en cuenta que el secreto ya era muy antiguo, y como me había acompañado durante tanto tiempo, convirtiéndose ya en una parte de mí mismo, no podía decidirme a separarme de él. Además, tenía el inconveniente de que, habiendo sido tan desagradables los resultados de mi conducta, ello me privaría del afecto de Joe, si creía en la verdad de mis palabras, y, en el caso de que no las creyese, irían a sumarse en la mente de mi amigo con mis invenciones de los perros fabulosos y de las costillas de ternera. Pero sea lo que fuere, contemporicé conmigo mismo y resolví revelar mi secreto en caso de que éste pudiera servir para ayudar al descubrimiento del asesino. ...

En la línea 262
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Dirigió una rápida mirada en torno de él como si buscase algo. Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco. Estaba en aquel momento en el bulevar K***, y el banco se ofreció a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Aceleró el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrió una pequeña aventura que absorbió su atención durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtió que a unos veinte pasos delante de él había una mujer a la que empezó por no prestar más atención que a todas las demás cosas que había visto hasta aquel momento en su camino. ¡Cuántas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que había recorrido! Incluso se había acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer había algo extraño que sorprendía desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atención de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrió contra su voluntad e incluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresión que le había dominado empezó a cobrar una fuerza creciente. De súbito le acometió el deseo de descubrir lo que hacia tan extraña a aquella mujer. ...

En la línea 262
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Dirigió una rápida mirada en torno de él como si buscase algo. Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco. Estaba en aquel momento en el bulevar K***, y el banco se ofreció a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Aceleró el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrió una pequeña aventura que absorbió su atención durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtió que a unos veinte pasos delante de él había una mujer a la que empezó por no prestar más atención que a todas las demás cosas que había visto hasta aquel momento en su camino. ¡Cuántas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que había recorrido! Incluso se había acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer había algo extraño que sorprendía desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atención de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrió contra su voluntad e incluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresión que le había dominado empezó a cobrar una fuerza creciente. De súbito le acometió el deseo de descubrir lo que hacia tan extraña a aquella mujer. ...

En la línea 262
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Dirigió una rápida mirada en torno de él como si buscase algo. Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco. Estaba en aquel momento en el bulevar K***, y el banco se ofreció a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Aceleró el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrió una pequeña aventura que absorbió su atención durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtió que a unos veinte pasos delante de él había una mujer a la que empezó por no prestar más atención que a todas las demás cosas que había visto hasta aquel momento en su camino. ¡Cuántas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que había recorrido! Incluso se había acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer había algo extraño que sorprendía desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atención de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrió contra su voluntad e incluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresión que le había dominado empezó a cobrar una fuerza creciente. De súbito le acometió el deseo de descubrir lo que hacia tan extraña a aquella mujer. ...

En la línea 264
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Este encuentro acabó por despertar enteramente la atención de Raskolnikof. Alcanzó a la muchacha cuando llegaron al banco, donde ella, más que sentarse, se dejó caer y, echando la cabeza hacia atrás, cerró los ojos como si estuviera rendida de fatiga. Al observarla de cerca, advirtió que su estado obedecía a un exceso de alcohol. Esto era tan extraño, que Raskolnikof se preguntó en el primer momento si no se habría equivocado. Estaba viendo una carita casi infantil, de unos dieciséis años, tal vez quince, una carita orlada de cabellos rubios, bonita, pero algo hinchada y congestionada. La chiquilla parecía estar por completo inconsciente; había cruzado las piernas, adoptando una actitud desvergonzada, y todo parecía indicar que no se daba cuenta de que estaba en la calle. ...

En la línea 298
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De pronto se echó a reír. Estábamos a la sazón sentados en un banco, delante de los niños que jugaban frente al lugar en que los coches se detenían y dejaban al público en la avenida que precede al casino. ...

En la línea 329
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me volví y me dirigí con mi paso habitual hacia Paulina Alexandrovna. Pero antes de llegar a un centenar de pasos de su banco vi cómo se alejaba con los niños en dirección al hotel. ...

En la línea 704
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cobró exactamente unos cuatrocientos veinte federicos, o sea, cuatro mil florines y veinte federicos, que le fueron pagados parte en oro y parte en billetes de banco. ...

En la línea 980
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Corno la abuela no había comido y no abandonaba su sillón, uno de los polacos pudo serle útil. Corrió al buffet para buscar una taza de caldo, luego otra de té. Pero al fin de la jornada, cuando ya era evidente que estaba perdiendo sus últimos billetes de banco, estaban detrás de su sillón hasta seis polacos que habían salido no se sabe de dónde. La abuela veía cómo se le escapaban las últimas monedas y ellos, sin escucharla ni hacerla caso, se inclinaban sobre la mesa, por encima de su cabeza, cogían el dinero ellos mismos, daban órdenes, jugaban, disputaban y trataban de tú por tú al panz honorem, que se había olvidado casi de la existencia de la anciana señora. ...

En la línea 1103
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Nadie hizo caso de él. Las miradas se fijaban en un punto único, en un banco de madera que se encontraba cerca de una puertecilla a la izquierda del presidente. En aquel banco había un hombre entre dos gendarmes. ...

En la línea 1103
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Nadie hizo caso de él. Las miradas se fijaban en un punto único, en un banco de madera que se encontraba cerca de una puertecilla a la izquierda del presidente. En aquel banco había un hombre entre dos gendarmes. ...

En la línea 825
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía, con los ojos cerrados, mortecina la color, se recostaba en el tronco del plátano que sombreaba el banco. Cuando abrió los párpados, la sombra de sus sienes era más marcada, y su mirar vago, como de persona que vuelve en sí de un síncope. ...

En la línea 917
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Prefería Miranda el salón de lectura, donde hallaba cantidad de periódicos españoles, incluso el órgano de Colmenar, que leía dándose tono de hombre político. A Perico se le encontraba con más frecuencia en otro departamento tétrico como una espelunca, las paredes color de avellana tostada, los cortinajes gris sucio con franjas rojas, donde una hilera de bancos de gutapercha moteada hacía frente a otra hilera de mesas, cubiertas con el sacramental, melodramático y resobadísimo tapete verde. Así como la marea al retirarse va dejando en la playa orlas paralelas de algas, así se advertían en los respaldos de los bancos de gutapercha roja series de capas de mugre, depositadas por la cabeza y espaldas de los jugadores, señales que iban en aumento desde el primer banco hasta el último, conforme se ascendía del inofensivo piquet al vertiginoso écarté, porque la hilera empezaba en el juego de sociedad, acabando en el de azar. Los bancos de la entrada estaban limpios, en comparación de los del fondo. Aquella pieza donde tan nefando culto se tributaba a la Ninfa de las aguas fue testigo de hartas proezas de Perico, que, por su semejanza con todas las de la misma laya, no merecen narrarse. Ni menos requiere ser descrito el espectáculo, caro a los novelistas, de las febriles peripecias que en torno de las mesas se sucedían. Tiene el juego en Vichy algo de la higiénica elegancia del pueblo todo, cuyos habitantes se complacen en repetir que en su villa nadie se levantó la tapa de los sesos por cuestión del tapete verde, como sucede en Mónaco a cada paso; de suerte que no se presta la sala del Casino a descripciones del género dramático espeluznante; allí el que pierde se mete las manos en los bolsillos, y sale mejor o peor humorado, según es de nervioso o linfático temperamento, pero convencido de la legalidad de su desplume, que le garantizan agentes de la Autoridad y comisionados de la Compañía arrendataria, presentes siempre para evitar fraudes, quimeras y otros lances, propios solamente de garitos de baja estofa, no de aquellas olímpicas regiones en que se talla calzados los guantes. Es de advertir que Perico, aun siendo de los que más ayudaban a engrasar y bruñir con la pomada de su pelo y el frote de sus lomos los bancos de gutapercha, no realizaba el tipo clásico del jugador que anda en estampas y aleluyas morales y edificantes. Cuando perdía, no le ocurrió jamás tirarse de los cabellos, blasfemar ni enseñar los puños a la bóveda celeste. Eso sí, él tomaba cuantas precauciones caben, a fin de no perder. Análogo es el juego a la guerra: dícese de ambos que los decide la suerte y el destino; pero harto saben los estratégicos consumados que una combinación a la vez instintiva y profunda, analítica y sintética, suele traerles atada de manos y pies la victoria. En una y otra lucha hay errores fatales de cálculo que en un segundo conducen al abismo, y en una y otra, si vencen de ordinario los hábiles, en ocasiones los osados lo arrollan todo y a su vez triunfan. Perico poseía a fondo la ciencia del juego, y además observaba atentamente el carácter de sus adversarios, método que rara vez deja de producir resultados felices. Hay personas que al jugar se enojan o aturden, y obran conforme al estado del ánimo, de tal manera, que es fácil sorprenderlas y dominarlas. Quizá la quisicosa indefinible que llaman vena, racha o cuarto de hora no es sino la superioridad de un hombre sereno y lúcido sobre muchos ebrios de emoción. En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales. Aconteció esto al otro día de aquel en que Lucía manifestara a Pilar tal interés por la salud de la madre de Artegui. Era Perico naturalmente desprendido, a menos que careciese de oro para sus diversiones, que entonces escatimaría un maravedí, y avisando a Pilar que estaba en el salón de Damas, reuniose con ella en la azotea, y le dijo dándole el brazo: ...

En la línea 60
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El suceso de que se trataba, y sobre el cual los diferentes periódicos del Reino Unido discutían acaloradamente, se había realizado tres días antes, el 29 de septiembre. Un legajo de billetes de banco que formaba la enorme cantidad de cincuenta y cinco mil libras, había sido sustraído de la mesa del cajero principal del Banco de Inglaterra. ...

En la línea 63
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Sin embargo el 29 de septiembre las cosas no sucedieron completamente del mismo modo. El legajo de billetes de banco no volvió, y cuando el magnífico reloj colocado encima del 'drawing office' dio las cinco, la hora en que debía cerrarse el despacho, el Banco d Inglaterra no tenía mas que recursos que asentar cincuenta y cinco mil libras en la cuenta de ganancias y de pérdidas. ...

En la línea 66
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Como es fácil presumirlo, este suceso estaba a la orden del día en Londres y en toda Inglaterra. Se discutía y se tomaba parte en pro y en contra de las probabilidades de éxito en la policía metropolitana. Nadie extrañará, pues, que los miembros del Reform Club tratasen la misma cuestión, con tanto más motivo cuanto que se hallaba entre ellos uno de los subgobernadores del banco. ...

En la línea 154
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Míster Fogg ya estaba listo. Llevaba debajo del brazo el 'Brandshaw's Continental Railway, Steam Transit and general Guide', que debía suministrar todas las indicaciones necesarias para el viaje. Tomó el saco de las manos de Picaporte, lo abrió, y deslizó en él un paquete de esos hermosos billetes de banco que corren en todos los países. ...


El Español es una gran familia

Busca otras palabras en esta web

Palabras parecidas a banco

La palabra pierna
La palabra granuja
La palabra usted
La palabra urbanidad
La palabra faldones
La palabra esposo
La palabra silleta

Webs Amigas:

Ciclos Fp de informática en Salamanca . Ciclos Fp de Automoción en Barcelona . VPO en Huelva . - Apartamentos en Costa daurada Ibersol Priorat