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La palabra aceptar
Cómo se escribe

la palabra aceptar

La palabra Aceptar ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece aceptar.

Estadisticas de la palabra aceptar

Aceptar es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1778 según la RAE.

Aceptar tienen una frecuencia media de 53.78 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la aceptar en 150 obras del castellano contandose 8175 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Aceptar

Cómo se escribe aceptar o haceptar?
Cómo se escribe aceptar o aceptarr?


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece aceptar

La palabra aceptar puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2093
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos reconocían que sus amos habían cambiado al recordar los detalles de su última entrevista con ellos: las amenazas de desahucio, la negativa a aceptar la paga incompleta, la expresión irónica con que les habían hablado de las tierras del tío Barret, otra vez cultivadas, a pesar del odio de toda la huerta. ...

En la línea 206
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el señor Fermín no vaciló, cuando del mitin y de la declamación periodística, leída en alta voz, hubo que pasar a la excursión por el monte con la escopeta al hombro en defensa de aquella República que no querían aceptar los mismos generales que habían expulsado a los reyes. Y tuvo que correr por las montañas de la sierra unos cuantos días, e ir a tiros con las mismas tropas que meses antes había él aclamado cuando pasaban sublevadas por Jerez, camino de Alcolea. ...

En la línea 414
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El amo de la tierra se resignaba a aceptar lo que esta quisiera darle. ...

En la línea 459
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La sonrisa fría con que se negaba a aceptar los obsequios, cortaba toda insistencia. _Zarandilla_ abría sus ojos turbios, como para ver mejor a aquel hombre asombroso. ...

En la línea 549
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el presidio cada uno tenía su petate, y en la gañanía sólo muy contados podían permitirse este lujo. Los más, dormían en esteras, sin desnudarse, descansando sus huesos doloridos por el trabajo sobre la tierra dura. El pan, la cruel divinidad que obligaba a aceptar esta existencia miserable, rodaba en pedazos por el suelo, o se exhibía en las escarpias, entre los harapos, en enormes teleras de seis libras, como un ídolo al que sólo se podía llegar después de un día de encorvamiento abrumador. ...

En la línea 1003
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Sois un hombre demasiado justo y demasiado razonable, señor -dijo el señor de Tréville-, para no aceptar la propuesta que voy a haceros. ...

En la línea 2951
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Y vos aceptasteis su invitación, ¡qué imprudente!-Debo decir que no estaba en mi mano aceptar o no aceptar, por que yo estaba entre dos guardias. ...

En la línea 2951
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Y vos aceptasteis su invitación, ¡qué imprudente!-Debo decir que no estaba en mi mano aceptar o no aceptar, por que yo estaba entre dos guardias. ...

En la línea 3148
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Sois un necio por no haber fingido aceptar el encargo, ahora tendríais la carta; el Estado al que se amenaza estaría a salvo, y vos. ...

En la línea 3333
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... De modo que usted ha estado en Córdoba; _vaya_, hágame el favor de aceptar este cigarro.» De esa manera anduvimos varias horas por montes y valles, casi siempre a muy lento paso. ...

En la línea 3839
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El favor que puede usted hacerme es aceptar de mí un libro. ...

En la línea 4778
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Bárbara—dijo—, esa conversación no puede interesarles a unos caballeros forasteros; cállate, o vete a otra parte con la _muchacha_.» No quiso aceptar remuneración alguna por su hospitalidad. ...

En la línea 5485
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... También rehusé aceptar indemnización por mis gastos, que fueron de importancia. ...

En la línea 176
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... en los nidos de otras aves. Creo que sólo las observaciones de M. Prévost9 han dado alguna luz respecto a este problema. La hembra del cuco pone lo menos cinco o seis huevos; según la mayor parte de los observadores; y, según M. Prévost, tiene que ayuntarse con el macho cada vez que ha puesto uno o dos huevos. Pues bien, si la hembra se viese obligada a incubar sus propios huevos, tendría que incubarlos todos juntos, y por consiguiente, los de las primeras puestas quedarían abandonados tanto tiempo que se pudrirían, o tendría que ir incubando cada huevo por separado, inmediatamente después de ponerlo; y como el cuco permanece en nuestro país mucho menos tiempo que ninguna otra ave emigrante, la hembra no dispondría del necesario para ir incubando uno tras otro todos sus huevos durante su permanencia. El hecho de que el cuco se ayunta varias veces y la hembra pone los huevos con intervalos, parece explicar que los deposite en los nidos de otras aves y los abandone a los cuidados de sus padres postizos. Estoy tanto más dispuesto a aceptar esta explicación, cuanto que, como pronto se verá, he llegado de una manera independiente a adoptar las mismas conclusiones respecto a los avestruces de la América meridional, cuyas hembras son parásitas unas de otras, si así puede decirse; en efecto, cada hembra deposita varios huevos en los nidos de otras hembras, y el macho se encarga de todos los cuidados de la incubación, como los padres postizos respecto al cuco. ...

En la línea 473
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Apenas hubo pretexto para comenzar esta revolución. Pero sería poco razonable pedir pretextos en un Estado que en nueve meses (de febrero a octubre de 1820) sufrió quince cambios de gobierno (según la Constitución, cada gobernador era elegido para un período de tres años). En el caso actual, algunos personajes que detestaban al gobernador Balcarce, porque eran partidarios de Rosas, abandonaron la ciudad en número de 70, y al grito de ¡viva Rosas! el país entero tomó las armas. Bloqueóse a Buenos Aires, no dejando entrar provisiones, ganado ni caballos; por lo demás, pocos combates y sólo algunos hombres muertos cada día. Los rebeldes sabían bien que interceptando los víveres la victoria sería suya uno u otro día. El general Rosas no podía saber aún este levantamiento, pero respondía en absoluto a los planes de su partido. Un año antes fue electo gobernador, pero declaró no aceptar sino a condición de que la Sala le confiriese poderes extraordinarios. Se los negaron y por eso no aceptó el puesto; desde entonces, su partido se amaña para probar que ningún gobernador puede permanecer en el poder. Prolongábase por ambas partes la lucha, hasta que pudieran recibirse noticias de Rosas. Llegó una nota suya pocos días después de salir yo de Buenos Aires: el general deploraba que se hubiese perturbado el orden público, pero era su parecer que los insurrectos tenían la razón de su parte. Al recibirse esta carta, gobernador, ministros, oficiales y soldados huyeron en todas direcciones; los rebeldes entraron en la ciudad, proclamaron nuevo gobernador y 5.500 de ellos se hicieron pagar los servicios prestados a la insurrección. ...

En la línea 494
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Estaban encantados. El capitán exclamó: «Un hombre que ha visto medio mundo nos afirma que es así; nosotros lo habíamos creído siempre, pero ahora estamos seguros de ello». Mi excelente gusto en materia de peinetas y de hermosuras me valió un recibimiento entusiasta; el capitán me obligó a aceptar su lecho, y él se fue a dormir a su recado. ...

En la línea 1385
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... eíase generalmente que este terremoto era el más terrible que nunca se había producido en Chile; pero como estas cosas tan tremendas no suceden sino muy de tarde en tarde, es difícil aceptar esta conclusión; una sacudida más terrible no hubiera producido efectos mucho mayores, puesto que la ruina era todo lo completa que podía ser ...

En la línea 6013
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sin embargo, al negarse a aceptar aquel convite espontáneo y cordial, que en cualquier otra ocasión le hubiera halagado, obedecía a un presentimiento. ...

En la línea 7472
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No por usted, señor; por el chico es necesario aceptar. ...

En la línea 10026
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Pompeyo no sabía si debía aceptar. ...

En la línea 14788
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La mayor parte de los convidados abajo, en el salón, se preparaban a volver a Vetusta, otros preferían aceptar la hospitalidad que los Marqueses les ofrecían en el Vivero por aquella noche. ...

En la línea 220
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ya había visto bastante. De Niza sólo le interesaba la ciudad vieja y su mercado de legumbres y flores, semejante al antiguo de Valencia. En el principado monegasco prefería la ciudad de Mónaco, con sus callejuelas tranquilas, donde encontraba frailes y monjas, y la gran plaza, frente al palacio de los Príncipes, adornada con cañones del tiempo de Luis XIV y pirámides de proyectiles esféricos. Esta artillería, teatral e inútil, imponía respeto al canónigo, predispuesto a la admiración de todo lo viejo, haciéndole aceptar dicha planicie como una verdadera plaza tuerte. ...

En la línea 450
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se apresuró Claudio a interrumpirla, no pudiendo aceptar su errónea interpretación: ...

En la línea 618
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Adivinando la debilidad de este Pontífice imbele, quiso despojarlo de una parte de las tierras de la Iglesia; mas el antiguo escritor acabó por aceptar la lucha venciéndolo para siempre. ...

En la línea 1178
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Me hace recordar a ciertos hombres de nuestra época que escriben sus Memorias para que se publiquen después de su muerte. Poco a poco se apasionan por ellas con un cariño de autor; quieren que sean Interesantes como una novela; se entristecen cuando transcurren días sin poder añadir algo sensacional, y acaban por aceptar serenamente toda clase de chismes y calumnias, sin otra precaución que poner al frente de ellas un se dice . Alejandro Sexto mostraba cierto afecto por los alemanes. Después de los españoles, eran aquéllos los más numerosos en la Corte papal. En realidad, el tal maestro de ceremonias sólo intervenía en los actos públicos, sin tener entrada en la vida particular del Papa, como el español Marrades y otros; pero suplió la falta de intimidad recogiendo en su Diario todas las calumnias y murmuraciones de antesalas y plazuelas contra su protector. ...

En la línea 639
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Usted debe reconocer como yo, gentleman, que únicamente las mujeres pueden aceptar esta vida de ave de corral, en la que el deseo de vivir en paz ahoga todo sentimiento noble y elevado, en la que los cacareos domésticos constituyen la función intelectual de la mayoría. No; nosotros deseamos conocer, como los hombres de otros tiempos, el vino y la guerra, los dos placeres divinos de los humanos; queremos vivir en un minuto todo un siglo de angustias y de orgullos. ...

En la línea 690
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero no necesito de largas reflexiones para dar por falsa la idea del ensueño. Había que aceptar todos los caprichos de una realidad que parecía complacerse en provocar su asombro, ofreciéndole maravillosas semejanzas. ...

En la línea 741
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Si, mi madre, conforme a los usos del antiguo régimen, y yo te pido que la respetes. Momaren tiene un alma generosa. Su único defecto consiste en ser tradicionalista y aceptar todas las ideas de su época. ...

En la línea 1003
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El día anterior había regresado muy tarde a la ciudad, después de verse festejado y admirado durante varias horas por más de cien mil mujeres. Su discurso en las gradas del templo de los rayos negros lo había escuchado esta enorme multitud, interrumpiéndolo con aplausos. Su éxito resultó tan ruidoso como el del joven poeta rival de Golbasto. Nunca había llegado a soñar con una gloria semejante, ni aun en los tiempos de la adolescencia, cuando, recién entrado en la vida estudiosa, su entusiasmo le hacía aceptar la posibilidad de las más inauditas elevaciones. ...

En la línea 2164
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Le parecía mucho lo que el eclesiástico proponía. Recortándolo algo se podía aceptar. ...

En la línea 2588
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Por fin se acordó que Fortunata saldría del convento para casarse en la segunda quincena de Setiembre. El día señalado estaba ya muy próximo, y si el pensamiento de la reclusa no se había familiarizado aún de una manera terminante con la nueva vida que la esperaba, no tenía duda de que le convenía casarse, comprendiendo que no debemos aspirar a lo mejor, sino aceptar el bien posible que en los sabios lotes de la Providencia nos toca. En las últimas visitas, Maxi no hablaba más que de la proximidad de su dicha. Contole un día que ya tenía tomada la casa, un cuarto precioso en la calle de Sagunto, cerca de su tía; otro la entretuvo refiriéndole pormenores deliciosos de la instalación. Ya se habían comprado casi todos los muebles. Doña Lupe, que se pintaba sola para estas cosas, recorría diariamente las almonedas anunciadas en La Correspondencia, adquiriendo gangas y más gangas. La cama de matrimonio fue lo único que se tomó en el almacén; pero doña Lupe la sacó tan arreglada, que era como de lance. Y no sólo tenían ya casa y muebles, sino también criada. Torquemada les recomendó una que servía para todo y que guisaba muy bien, mujer de edad mediana, formal, limpia y sentada. Bien podía decirse de ella que era también ganga como los muebles, porque el servicio estaba muy malo en Madrid, pero muy malo. Nombrábase Patricia, pero Torquemada la llamaba Patria, pues era hombre tan económico que ahorraba hasta las letras, y era muy amigo de las abreviaturas por ahorrar saliva cuando hablaba y tinta cuando escribía. ...

En la línea 3070
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Pero como aquí se hacen mangas y capirotes de los derechos adquiridos… ¡qué país! Yo entré en Penales con ocho, después me pasaron a Instrucción Pública con diez, luego cesante, y al fin, para no morirme de hambre, tuve que aceptar seis en Loterías. ...

En la línea 3551
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Usted, compañera, no tiene ahora más remedio que aceptar el amparo de un hombre. Sólo falta que la suerte le depare un buen hombre. ¿Se echará usted a buscarlo por ahí entre sus relaciones, o saldrá a pescar un desconocido por las calles, teatros y paseos? A ver… Dígolo porque si quiere usted ahorrarse ese trabajo, figúrese que aburrida ha salido por esos mundos, que ha echado el anzuelo, que le han picado, que tira para arriba, y que ¡oh, sorpresa!, me ha pescado a mí. Aquí me tiene usted fuera del agua dando coletazos de gusto por verme tan bien pescado. Soy algo viejo, pero sin vanidad creo que sirvo para todo, y por fuera y por dentro valgo más que la mayoría de los muchachos. No tengo nada que hacer, vivo de mis rentas, soy solo en el mundo, me doy buena vida y puedo dársela a quien me acomoda. Conque a decidirse. Modestia a un lado, dígole a usted que dificilillo le sería, en su situación, encontrar un acomodo mejor. Bien lo comprenderá cuando le pasen las tristezas, que ojalá sea pronto. Ahora no tiene la cabeza despejada. Y no vacilo en decirlo—agregó alzando la voz, como si se incomodara—. Le ha caído a usted la lotería, y no así un premio cualquiera, sino el gordo de Navidad». ...

En la línea 1005
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Te he dicho que no seas bruto. Y te repito que si no te das prisa a buscar trabajo soy capaz de aceptar eso. ...

En la línea 1010
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Voy a tener que trabajar, y de firme, porque la vida es cara. Y eso de aceptar el que seas tú la que trabaje, ¡eso, nunca, nunca, nunca! Mauricio Blanco Clará no puede vivir del trabajo de una mujer. Pero hay acaso una solución que sin tener yo que trabajar ni tú se arregle todo… ...

En la línea 1204
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Porque dice que sí, que está dispuesta, para demostrarle su buena voluntad y lo sincero de su arrepentimiento por lo que le dijo, a aceptar su generosa donación, pero sin que eso implique… ...

En la línea 556
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Diga usted, señor -respondí-, supongo que esa condición es de las que un hombre honrado puede aceptar. ...

En la línea 914
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Pues bien, hay que aceptar la invitación -dijo el canadiense-. Una vez en tierra firme, veremos qué podemos hacer. Por otra parte, no nos vendrá mal comer un poco de carne fresca. ...

En la línea 1531
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Tanto usted como sus compañeros deben aceptar que les encierre hasta el momento en que yo juzgue conveniente devolverles la libertad. ...

En la línea 1600
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nada me dijo del moribundo o del muerto. Fui a buscar a Ned Land y a Conseil, a quienes participé la proposición del capitán Nemo. Conseil se apresuró a aceptar y, esta vez, el canadiense se mostró muy dispuesto a seguirnos. ...

En la línea 1293
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Ahora, Joe Gargery, le aviso a usted de que ésta es su última oportunidad. Conmigo no hay que hacer las cosas a medias. Si quiere usted aceptar el regalo que tengo el encargo de entregarle, dígalo claro y lo tendrá. Si, por el contrario, quiere decir… ...

En la línea 1670
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tal modo de hablar estaba de acuerdo con la conducta que siguió en el jardín. También el modo de soportar su pobreza correspondía al que mostró para aceptar aquella derrota. ...

En la línea 1775
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Le contesté que tendría mucho gusto en aceptar su hospitalidad. ...

En la línea 1992
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... «Mi querido señor Pip: Escribo por indicación del señor Gargery, a fin de comunicarle que está a punto de salir para Londres en compañía del señor Wopsle y que le sería muy agradable tener la ocasión de verle a usted. Irá al Hotel Barnard el martes por la mañana, a las nueve, y en caso de que esta hora no le sea cómoda, haga el favor de dejarlo dicho. Su pobre hermana está exactamente igual que cuando usted se marchó. Todas las noches hablamos de usted en la cocina, tratando de imaginarnos lo que usted hace y dice. Y si le parece que nos tomamos excesiva libertad, perdónenos por el cariño de sus antiguos días de pobreza. Nada más tengo que decirle, querido señor Pip, y quedo de usted su siempre agradecida y afectuosa servidora, Biddy» «P. S.: Él desea de un modo especial que escriba mencionando las alondras. Dice que usted ya lo comprenderá. Así lo espero, y creo que le será agradable verle, aunque ahora sea un caballero, porque usted siempre tuvo buen corazón y él es un hombre muy bueno y muy digno. Se lo he leído todo, a excepción de la última frase, y él repite su deseo de que le mencione otra vez las alondras.» Recibí esta carta por el correo el lunes por la mañana, de manera que la visita de Joe debería tener lugar al día siguiente. Y ahora debo confesar exactamente con qué sensaciones esperaba la llegada de Joe. No con placer alguno, aunque con él estuviese ligado por tantos lazos; no, sino con bastante perplejidad, cierta mortificación y alguna molestia. Si hubiese podido alejarle pagando algo, seguramente hubiese dedicado a eso algún dinero. De todos modos, me consolaba bastante la idea de que iría a visitarme a la Posada de Barnard y no a Hammersmith, y que, por consiguiente, Bentley Drummle no podría verle. Poco me importaba que le viesen Herbert o su padre, pues a ambos los respetaba; pero me habría sabido muy mal que le conociese Drummle, porque a éste le despreciaba. Así, ocurre que, durante toda la vida, nuestras peores debilidades y bajezas se cometen a causa de las personas a quienes más despreciamos. Yo había empezado a decorar sin tregua las habitaciones que ocupaba en la posada, de un modo en realidad innecesario y poco apropiado, sin contar con lo caras que resultaban aquellas luchas con Barnard. Entonces, las habitaciones eran ya muy distintas de como las encontré, y yo gozaba del honor de ocupar algunas páginas enteras en los libros de contabilidad de un tapicero vecino. últimamente había empezado a gastar con tanta prisa, que hasta incluso tomé un criadito, al cual le hacía poner polainas, y casi habría podido decirse de mí que me convertí en su esclavo; porque en cuanto hube convertido aquel monstruo (el muchacho procedía de los desechos de la familia de mi lavandera) y le vestí con una chaqueta azul, un chaleco de color canario, corbata blanca, pantalones de color crema y las botas altas antes mencionadas, observé que tenía muy poco que hacer y, en cambio, mucho que comer, y estas dos horribles necesidades me amargaban la existencia. Ordené a aquel fantasma vengador que estuviera en su puesto a las ocho de la mañana del martes, en el vestíbulo (el cual tenía dos pies cuadrados, según me demostraba lo que me cargaron por una alfombra), y Herbert me aconsejó preparar algunas cosas para el desayuno, creyendo que serían del gusto de Joe. Y aunque me sentí sinceramente agradecido a él por mostrarse tan interesado y considerado, abrigaba el extraño recelo de que si Joe hubiera venido para ver a Herbert, éste no se habría manifestado tan satisfecho de la visita. A pesar de todo, me dirigí a la ciudad el lunes por la noche, para estar dispuesto a recibir a Joe; me levanté temprano por la mañana y procuré que la salita y la mesa del almuerzo tuviesen su aspecto más espléndido. Por desgracia, lloviznaba aquella mañana, y ni un ángel hubiera sido capaz de disimular el hecho de que el edificio Barnard derramaba lágrimas mezcladas con hollín por la parte exterior de la ventana, como si fuese algún débil gigante deshollinador. A medida que se acercaba la hora sentía mayor deseo de escapar, pero el Vengador, en cumplimiento de las órdenes recibidas, estaba en el vestíbulo, y pronto oí a Joe por la escalera. Conocí que era él por sus desmañados pasos al subir los escalones, pues sus zapatos de ceremonia le estaban siempre muy grandes, y también por el tiempo que empleó en leer los nombres que encontraba ante las puertas de los otros pisos en el curso del ascenso. Cuando por fin se detuvo ante la parte exterior de nuestra puerta, pude oír su dedo al seguir las letras pintadas de mi nombre, y luego, con la mayor claridad, percibí su respiración en el agujero de la llave. Por fin rascó ligeramente la puerta, y Pepper, pues tal era el nombre del muchacho vengador, anunció «el señor Gargeryr». Creí que éste no acabaría de limpiarse los pies en el limpiabarros y que tendría necesidad de salir para sacarlo en vilo de la alfombra; mas por fin entró. - ¡Joe! ¿Cómo estás, Joe? - ¡Pip! ¿Cómo está usted, Pip? 104 Mientras su bondadoso y honrado rostro resplandecía, dejó el sombrero en el suelo entre nosotros, me cogió las dos manos y empezó a levantarlas y a bajarlas como si yo hubiese sido una bomba de último modelo. - Tengo el mayor gusto en verte, Joe. Dame tu sombrero. Pero Joe, levantándolo cuidadosamente con ambas manos, como si fuese un nido de pájaros con huevos dentro, no quiso oír hablar siquiera de separarse de aquel objeto de su propiedad y persistió en permanecer en pie y hablando sobre el sombrero, de un modo muy incómodo. - ¡Cuánto ha crecido usted! - observó Joe.- Además, ha engordado y tiene un aspecto muy distinguido. - El buen Joe hizo una pausa antes de descubrir esta última palabra y luego añadió -: Seguramente honra usted a su rey y a su país. - Y tú, Joe, parece que estás muy bien. - Gracias a Dios - replicó Joe. - estoy perfectamente. Y su hermana no está peor que antes. Biddy se porta muy bien y es siempre amable y cariñosa. Y todos los amigos están bien y en el mismo sitio, a excepción de Wopsle, que ha sufrido un cambio. Mientras hablaba así, y sin dejar de sostener con ambas manos el sombrero, Joe dirigía miradas circulares por la estancia, y también sobre la tela floreada de mi bata. - ¿Un cambio, Joe? - Sí - dijo Joe bajando la voz -. Ha dejado la iglesia y va a dedicarse al teatro. Y con el deseo de ser cómico, se ha venido a Londres conmigo. Y desea - añadió Joe poniéndose por un momento el nido de pájaros debajo de su brazo izquierdo y metiendo la mano derecha para sacar un huevo - que si esto no resulta molesto para usted, admita este papel. Tomé lo que Joe me daba y vi que era el arrugado programa de un teatrito que anunciaba la primera aparición, en aquella misma semana, del «celebrado aficionado provincial de fama extraordinaria, cuya única actuación en el teatro nacional ha causado la mayor sensación en los círculos dramáticos locales». - ¿Estuviste en esa representación, Joe? - pregunté. - Sí - contestó Joe con énfasis y solemnidad. - ¿Causó sensación? - Sí - dijo Joe. - Sí. Hubo, sin duda, una gran cantidad de pieles de naranja, particularmente cuando apareció el fantasma. Pero he de decirle, caballero, que no me pareció muy bien ni conveniente para que un hombre trabaje a gusto el verse interrumpido constantemente por el público, que no cesaba de decir «amén» cuando él estaba hablando con el fantasma. Un hombre puede haber servido en la iglesia y tener luego una desgracia - añadió Joe en tono sensible, - pero no hay razón para recordárselo en una ocasión como aquélla. Y, además, caballero, si el fantasma del padre de uno no merece atención, ¿quién la merecerá, caballero? Y más todavía cuando el pobre estaba ocupado en sostenerse el sombrero de luto, que era tan pequeño que hasta el mismo peso de las plumas se lo hacía caer de la cabeza. En aquel momento, el rostro de Joe tuvo la misma expresión que si hubiese visto un fantasma, y eso me dio a entender que Herbert acababa de entrar en la estancia. Así, pues, los presenté uno a otro, y el joven Pocket le ofreció la mano, pero Joe retrocedió un paso y siguió agarrando el nido de pájaros. - Soy su servidor, caballero - dijo Joe -, y espero que tanto usted como el señor Pip… - En aquel momento, sus ojos se fijaron en el Vengador, que ponía algunas tostadas en la mesa, y demostró con tanta claridad la intención de convertir al muchacho en uno de nuestros compañeros, que yo fruncí el ceño, dejándole más confuso aún, - espero que estén ustedes bien, aunque vivan en un lugar tan cerrado. Tal vez sea ésta una buena posada, de acuerdo con las opiniones de Londres - añadió Joe en tono confidencial, - y me parece que debe de ser así; pero, por mi parte, no tendría aquí ningún cerdo en caso de que deseara cebarlo y que su carne tuviese buen sabor. Después de dirigir esta «halagüeña» observación hacia los méritos de nuestra vivienda y en vista de que mostraba la tendencia de llamarme «caballero», Joe fue invitado a sentarse a la mesa, pero antes miró alrededor por la estancia, en busca de un lugar apropiado en que dejar el sombrero, como si solamente pudiera hallarlo en muy pocos objetos raros, hasta que, por último, lo dejó en la esquina extrema de la chimenea, desde donde el sombrero se cayó varias veces durante el curso del almuerzo. - ¿Quiere usted té o café, señor Gargery? - preguntó Herbert, que siempre presidía la mesa por las mañanas. - Muchas gracias, caballero - contestó Joe, envarado de pies a cabeza. - Tomaré lo que a usted le guste más. - ¿Qué le parece el café? 105 - Muchas gracias, caballero - contestó Joe, evidentemente desencantado por la proposición. - Ya que es usted tan amable para elegir el café, no tengo deseo de contradecir su opinión. Pero ¿no le parece a usted que es poco propio para comer algo? - Pues entonces tome usted té - dijo Herbert, sirviéndoselo. En aquel momento, el sombrero de Joe se cayó de la chimenea, y él se levantó de la silla y, después de cogerlo, volvió a dejarlo exactamente en el mismo sitio, como si fuese un detalle de excelente educación el hecho de que tuviera que caerse muy pronto. - ¿Cuándo llegó usted a Londres, señor Gargery? - ¿Era ayer tarde? - se preguntó Joe después de toser al amparo de su mano, como si hubiese cogido la tos ferina desde que llegó. - Pero no, no era ayer. Sí, sí, ayer. Era ayer tarde - añadió con tono que expresaba su seguridad, su satisfacción y su estricta exactitud. - ¿Ha visto usted algo en Londres? - ¡Oh, sí, señor! - contestó Joe -. Yo y Wopsle nos dirigirnos inmediatamente a visitar los almacenes de la fábrica de betún. Pero nos pareció que no eran iguales como los dibujos de los anuncios clavados en las puertas de las tiendas. Me parece - añadió Joe para explicar mejor su idea - que los dibujaron demasiado arquitecturalísimamente. Creo que Joe habría prolongado aún esta palabra, que para mí era muy expresiva e indicadora de alguna arquitectura que conozco, a no ser porque en aquel momento su atención fue providencialmente atraída por su sombrero, que rebotaba en el suelo. En realidad, aquella prenda exigía toda su atención constante y una rapidez de vista y de manos muy semejante a la que es necesaria para cuidar de un portillo. Él hacía las cosas más extraordinarias para recogerlo y demostraba en ello la mayor habilidad; tan pronto se precipitaba hacia él y lo cogía cuando empezaba a caer, como se apoderaba de él en el momento en que estaba suspendido en el aire. Luego trataba de dejarlo en otros lugares de la estancia, y a veces pretendio colgarlo de alguno de los dibujos de papel de la pared, antes de convencerse de que era mejor acabar de una vez con aquella molestia. Por último lo metió en el cubo para el agua sucia, en donde yo me tomé la libertad de poner las manos en él. En cuanto al cuello de la camisa y al de su chaqueta, eran cosas que dejaban en la mayor perplejidad y a la vez insolubles misterios. ¿Por qué un hombre habria de atormentarse en tal medida antes de persuadirse de que estaba vestido del todo? ¿Por qué supondría Joe necesario purificarse por medio del sufrimiento, al vestir su traje dominguero? Entonces cayó en un inexplicable estado de meditación, mientras sostenía el tenedor entre el plato y la boca; sus ojos se sintieron atraídos hacia extrañas direcciones; de vez en cuando le sobrecogían fuertes accesos de tos, y estaba sentado a tal distancia de la mesa, que le caía mucho más de lo que se comía, aunque luego aseguraba que no era así, y por eso sentí la mayor satisfacción cuando Herbert nos dejó para dirigirse a la ciudad. Yo no tenía el buen sentido suficiente ni tampoco bastante buenos sentimientos para comprender que la culpa de todo era mía y que si yo me hubiese mostrado más afable y a mis anchas con Joe, éste me habria demostrado también menor envaramiento y afectación en sus modales. Estaba impaciente por su causa y muy irritado con él; y en esta situación, me agobió más con sus palabras. - ¿Estamos solos, caballero? - empezó a decir. - Joe - le interrumpí con aspereza, - ¿cómo te atreves a llamarme «caballero»? Me miró un momento con expresión de leve reproche y, a pesar de lo absurdo de su corbata y de sus cuellos, observé en su mirada cierta dignidad. - Si estamos los dos solos - continuó Joe -, y como no tengo la intención ni la posibilidad de permanecer aquí muchos minutos, he de terminar, aunque mejor diría que debo empezar, mencionando lo que me ha obligado a gozar de este honor. Porque si no fuese - añadió Joe con su antiguo acento de lúcida exposición, - si no fuese porque mi único deseo es serle útil, no habría tenido el honor de comer en compañía de caballeros ni de frecuentar su trato. Estaba tan poco dispuesto a observar otra vez su mirada, que no le dirigí observación alguna acerca del tono de sus palabras. - Pues bien, caballero - prosiguió Joe -. La cosa ocurrió así. Estaba en Los Tres Barqueros la otra noche, Pip - siempre que se dirigía a mí afectuosamente me llamaba «Pip», y cuando volvía a recobrar su tono cortés, me daba el tratamiento de «caballero», - y de pronto llegó el señor Pumblechook en su carruaje. Y ese individuo - añadió Joe siguiendo una nueva dirección en sus ideas, - a veces me peina a contrapelo, diciendo por todas partes que él era el amigo de la infancia de usted, que siempre le consideró como su preferido compañero de juego. - Eso es una tontería. Ya sabes, Joe, que éste eras tú. 106 - También lo creo yo por completo, Pip - dijo Joe meneando ligeramente la cabeza, - aunque eso tenga ahora poca importancia, caballero. En fin, Pip, ese mismo individuo, que se ha vuelto fanfarrón, se acercó a mí en Los Tres Barqueros (a donde voy a fumar una pipa y a tomar un litro de cerveza para refrescarme, a veces, y a descansar de mi trabajo, caballero, pero nunca abuso) y me dijo: «Joe, la señorita Havisham desea hablar contigo.» - ¿La señorita Havisham, Joe? -Deseaba, según me dijo Pumblechook, hablar conmigo - aclaró Joe, sentándose y mirando al techo. - ¿Y qué más, Joe? Continúa. - Al día siguiente, caballero - prosiguió Joe, mirándome como si yo estuviese a gran distancia, - después de limpiarme convenientemente, fui a ver a la señorita A. — ¿La señorita A, Joe? ¿Quieres decir la señorita Havisham? - Eso es, caballero - replicó Joe con formalidad legal, como si estuviese dictando su testamento -. La señorita A, llamada también Havisham. En cuanto me vio me dijo lo siguiente: «Señor Gargery: ¿sostiene usted correspondencia con el señor Pip?» Y como yo había recibido una carta de usted, pude contestar: «Sí, señorita.» (Cuando me casé con su hermana, caballero, dije «sí», y cuando contesté a su amiga, Pip, también le dije «sí»). «¿Quiere usted decirle, pues, que Estella ha vuelto a casa y que tendría mucho gusto en verle?», añadió. Sentí que me ardía el rostro mientras miraba a Joe. Supongo que una causa remota de semejante ardor pudo ser mi convicción de que, de haber conocido el objeto de su visita, le habría recibido bastante mejor. - Cuando llegué a casa - continuó Joe - y pedí a Biddy que le escribiese esa noticia, se negó, diciendo: «Estoy segura de que le gustará más que se lo diga usted de palabra. Ahora es época de vacaciones, y a usted también le agradará verle. Por consiguiente, vaya a Londres.» Y ahora ya he terminado, caballero - dijo Joe levantándose de su asiento, - y, además, Pip, le deseo que siga prosperando y alcance cada vez una posición mejor. - Pero ¿te vas ahora, Joe? - Sí, me voy - contestó. - Pero ¿no volverás a comer? - No - replicó. Nuestros ojos se encontraron, y el tratamiento de «caballero» desapareció de aquel corazón viril mientras me daba la mano. -Pip, querido amigo, la vida está compuesta de muchas despedidas unidas una a otra, y un hombre es herrero, otro es platero, otro joyero y otro broncista. Entre éstos han de presentarse las naturales divisiones, que es preciso aceptar según vengan. Si en algo ha habido falta, ésta es mía por completo. Usted y yo no somos dos personas que podamos estar juntas en Londres ni en otra parte alguna, aunque particularmente nos conozcamos y nos entendamos como buenos amigos. No es que yo sea orgulloso, sino que quiero cumplir con mi deber, y nunca más me verá usted con este traje que no me corresponde. Yo no debo salir de la fragua, de la cocina ni de los engranajes. Estoy seguro de que cuando me vea usted con mi traje de faena, empuñando un martillo y con la pipa en la boca, no encontrará usted ninguna falta en mí, suponiendo que desee usted it a verme a través de la ventana de la fragua, cuando Joe, el herrero, se halle junto al yunque, cubierto con el delantal, casi quemado y aplicándose en su antiguo trabajo. Yo soy bastante torpe, pero comprendo las cosas. Y por eso ahora me despido y le digo: querido Pip, que Dios le bendiga. No me había equivocado al figurarme que aquel hombre estaba animado por sencilla dignidad. El corte de su traje le convenía tan poco mientras pronunciaba aquellas palabras como cuando emprendiera su camino hacia el cielo. Me tocó cariñosamente la frente y salió. Tan pronto como me hube recobrado bastante, salí tras él y le busqué en las calles cercanas, pero ya no pude encontrarle. ...

En la línea 1323
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Éste tuvo el buen sentido de aceptar la explicación del estudiante, y adoptó la firme resolución de marcharse al cabo de dos minutos. ...

En la línea 1352
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Acaso no es cierto ‑le interrumpió Raskolnikof con voz trémula de cólera, pero llena a la vez de un júbilo hostil‑ que usted dijo a su novia, en el momento en que acababa de aceptar su petición, que lo que más le complacía de ella era su pobreza, pues lo mejor es casarse con una mujer pobre para poder dominarla y recordarle el bien que se le ha hecho? ...

En la línea 2842
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Me sorprende, Avdotia Romanovna, que plantee usted la cuestión en esos términos ‑dijo Lujine con irritación creciente‑. Yo puedo apreciarla y amarla, aunque no quiera a algún miembro de su familia. Yo aspiro a la felicidad de obtener su mano, pero no puedo comprometerme a aceptar deberes que son incompatibles con mi… ...

En la línea 2878
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Usted no tiene ningún derecho a hablar así! ‑replicó vivamente Pulqueria Alejandrovna‑. ¿Contra qué va a protestar? ¿Y con qué atribuciones? ¿Cree usted que puedo poner a mi hija en manos de un hombre como usted? ¡Váyase y déjenos en paz! Hemos cometido la equivocación de aceptar una proposición que no ha resultado nada decorosa. De ningún modo debí… ...

En la línea 867
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me propusieron un cambio tan desventajoso que no me atreví a aceptar y volví para pedir instrucciones a la abuela. ...

En la línea 987
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Señor alcalde, no puedo aceptar. He sido siempre severo en mi vida con los demás. Ahora es justo que lo sea conmigo mismo. Señor alcalde, no quiero que me tratéis con bondad, vuestra bondad me ha producido demasiada rabia cuando la ejercitáis con otros, no la quiero para mí. La bondad que le da la razón a una prostituta contra un ciudadano, a un policía contra un alcalde, al que está abajo contra el que está arriba, es lo que yo llamo una mala bondad. Con ella se desorganiza la sociedad. Señor alcalde, yo debo tratarme tal como trataría a otro cualquiera. Cometí una falta, mala suerte, quedo despedido, expulsado. Tengo buenos brazos, trabajaré la tierra, no me importa. Por el bien del servicio, señor alcalde, os pido la destitución del inspector Javert. ...

En la línea 275
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Thornton tenía la duda pintada claramente en el semblante, pero aquello despertó su espíritu de lucha, el que hace crecer al hombre ante las difi cultades, le impide aceptar lo imposible y lo hace sordo a todo lo que no sea el clamor de la batalla. Llamó a Hans y a Peter. Los recursos de ambos eran exiguos y, sumándolos a los suyos, los tres socios apenas pudieron reunir doscientos dólares. Aunque aquella cantidad constituía el total de su capital, no vacilaron en depositarla junto a los seiscientos dólares de Matthewson. ...


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Más información sobre la palabra Aceptar en internet

Aceptar en la RAE.
Aceptar en Word Reference.
Aceptar en la wikipedia.
Sinonimos de Aceptar.

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