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La palabra vengarse
Cómo se escribe

la palabra vengarse

La palabra Vengarse ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Niebla de Miguel De Unamuno
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece vengarse.

Estadisticas de la palabra vengarse

Vengarse es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 22124 según la RAE.

Vengarse aparece de media 2.64 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la vengarse en las obras de referencia de la RAE contandose 401 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Vengarse

Cómo se escribe vengarse o vengarrse?
Cómo se escribe vengarse o vengarze?
Cómo se escribe vengarse o bengarse?
Cómo se escribe vengarse o venjarse?


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece vengarse

La palabra vengarse puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2088
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Desde que un ladrón muerto de hambre había logrado imponerse a todos ellos, los propietarios se reían, y para vengarse de diez años de forzada mansedumbre, se hacían más malos que el famoso don Salvador. ...

En la línea 7609
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Pues que -continuó el cardenal con un sire indiferente -por el momento no se trataría, por ejemplo, sino de buscar una mujer hermosa, joven, hábil, que tuviera que vengarse del duque. ...

En la línea 7619
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Pero primero habría que buscar la mujer que he dicho y que tu viera que vengarse del duque. ...

En la línea 8432
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Capítulo XLIXFatalidadEntretanto Milady, ebria de cólera, rugiendo sobre el puente del na vío como una leona a la que embarcan, había estado tentada de arro jarse al mar para ganar la costa, porque no podía hacerse a la idea de que había sido insultada por D'Artagnan amenazada por Athos y que abandonaba Francia sin vengarse de ellos. ...

En la línea 8542
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Buckingham podia haber adivinado que era ella quien había cortado los dos herretes, y vengarse de aquella pe queña traición; pero Buckingham era incapaz de entregarse a ningún exceso contra una mujer, sobre todo si suponía que aquella mujer ha bía actuado movida por un sentimiento de celos. ...

En la línea 4751
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... »_Eh bien, mon maître, nous poursuivrons notre histoire._ El hijo mayor, oficial de caballería, como le he dicho, y hombre enérgico, en cuanto supo la muerte de sus padres juró vengarse. ...

En la línea 2556
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Prometióselo Lotario, y, en apartándose dél, se arrepintió totalmente de cuanto le había dicho, viendo cuán neciamente había andado, pues pudiera él vengarse de Camila, y no por camino tan cruel y tan deshonrado. ...

En la línea 2616
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pedía consejo a su doncella si daría, o no, todo aquel suceso a su querido esposo; la cual le dijo que no se lo dijese, porque le pondría en obligación de vengarse de Lotario, lo cual no podría ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujer estaba obligada a no dar ocasión a su marido a que riñese, sino a quitalle todas aquellas que le fuese posible. ...

En la línea 2755
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Parecióle a Dorotea que don Fernando había perdido la color del rostro y que hacía ademán de querer vengarse de Cardenio, porque le vio encaminar la mano a ponella en la espada; y, así como lo pensó, con no vista presteza se abrazó con él por las rodillas, besándoselas y teniéndole apretado, que no le dejaba mover, y, sin cesar un punto de sus lágrimas, le decía: -¿Qué es lo que piensas hacer, único refugio mío, en este tan impensado trance? Tú tienes a tus pies a tu esposa, y la que quieres que lo sea está en los brazos de su marido. ...

En la línea 2771
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Dijo que la quiso matar, y lo hiciera si de sus padres no fuera impedido; y que así, se salió de su casa, despechado y corrido, con determinación de vengarse con más comodidad; y que otro día supo como Luscinda había faltado de casa de sus padres, sin que nadie supiese decir dónde se había ido, y que, en resolución, al cabo de algunos meses vino a saber como estaba en un monesterio, con voluntad de quedarse en él toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio; y que, así como lo supo, escogiendo para su compañía aquellos tres caballeros, vino al lugar donde estaba, a la cual no había querido hablar, temeroso que, en sabiendo que él estaba allí, había de haber más guarda en el monesterio; y así, aguardando un día a que la portería estuviese abierta, dejó a los dos a la guarda de la puerta, y él, con otro, habían entrado en el monesterio buscando a Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una monja; y, arrebatándola, sin darle lugar a otra cosa, se habían venido con ella a un lugar donde se acomodaron de aquello que hubieron menester para traella. ...

En la línea 15681
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y él sentía su deshonra como la siente un padre, quería castigar, quería vengarse, pero matar era mucho. ...

En la línea 15854
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Comprendía que aquellas meditaciones le alejaban de su venganza, que en el fondo del alma él no quería ya vengarse, quería castigar como un juez recto y salvar su honor, nada más. ...

En la línea 16051
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Las leyes del mundo ¡qué farsa! Don Víctor tenía el derecho de vengarse y no tenía el deseo; él tenía el deseo, la necesidad de matar y comer lo muerto, y no tenía el derecho. ...

En la línea 16127
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Y pensar que no había modo de vengarse! No, no lo había. ...

En la línea 1241
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sabiendo que los Orsinis eran los autores más o menos directos de la muerte del duque, no mató a ninguno de ellos. También Juliano de la Rovere, su eterno adversario, y otros, cardenales no menos hostiles, estuvieron repetidas veces a merced de su voluntad, pudiendo vengarse en sus personas, y, sin embargo, el Papa de los innumerables asesinatos y del terrible veneno de los Borgias no atentó contra su existencia, ni siquiera alteró su bienestar encarcelándolos. ...

En la línea 1724
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Asaltaban los Orsinis las viviendas de los españoles para robarlas y quemarlas. Los Colonnas, sus eternos adversarios, olvidaban por unos días el odio secular para vengarse de César y sus amigos. ...

En la línea 1005
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El Padre de los Maestros estaba en cama después de este suceso, aunque sin enfermedad conocida. Golbasto, el gran poeta nacional, se había retirado jurando vengarse del bárbaro intruso. Los concurrentes le vieron con un vendaje debajo de su corona de laurel, pues se había descalabrado al caer al suelo con Momaren bajo el disparo del gigante. ...

En la línea 1169
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - El interés de servir a Momaren -contestó Flimnap-. El Padre de los Maestros quiere vengarse del Gentleman-Montaña, no solamente por lo ocurrido en su fiesta, sino también porque se imagina que el gigante protege a uno de sus mayores enemigos. ...

En la línea 1170
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor sabía lo que representaba para Gurdilo esta segunda insinuación. El ser más odiado por él en todo el país era Momaren. Desde su juventud les separaba una rivalidad de condiscípulos. Gurdilo había aspirado luego al alto cargo de Padre de los Maestros, y era Momaren quien lo obtenía. También deseaba vengarse de los sarcasmos y murmuraciones con que le había molestado este último en muchas ocasiones. El grave Momaren, que parecía incapaz de mezclarse en asuntos mezquinos, mostraba una malignidad extraordinaria al hablar del famoso senador. Seguro del apoyo del gobierno, no le inspiraban miedo sus discursos, y hasta se atrevía a criticar su existencia privada, dudando de su aparente severidad y acusándolo de hipocresía. ...

En la línea 1175
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Flimnap le contó los amores de Pepito con Ra-Ra; como este, valiéndose de una astucia todavía ignorada, conseguía entrar al servicio del gigante, y como el tal gigante, desconocedor de las costumbres del país, se había dejado engañar por el joven, sin suponer sus maquinaciones contra el orden social. Al no poder vengarse Momaren del revolucionario Ra-Ra, que andaba fugitivo, quería saciar ahora su odio en el pobre Hombre-Montaña. Además, su vanidad de autor atribuía una intención malévola al pobre gigante, el cual, por simple torpeza, había interrumpido su fiesta literaria. ...

En la línea 4061
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No me hables, hija; noche más perra no la he pasado en mi vida. No me ha dejado ni siquiera descabezar un sueño de diez minutos. La maldita parecía que lo hacía a propósito y por vengarse de lo muy derecha que la he obligado a andar cuando me corría mantones… Figúrate; en un puro delirio hasta que Dios amaneció. Juraría que todo el aguardiente que ha bebido en su vida se le subió a la cabeza esta noche. Ya se levantaba, ya se revolvía, echaba las piernazas fuera de la cama, y los brazos como aspas de molino… ¡Luego unas voces y unos berridos… ! Ya sabes el diccionario que gasta… Y a lo mejor se quedaba como un gato que acecha, los ojos como ascuas, y hablando bajito, bajito, y señalando para la mesa en que está el altar y la lamparilla, decía: «Mírenlo, mírenlo; allí está». ¡A mí me daba un miedo… ! Prefería oírla gritar… Créete que me horripilaba cuando le veía señalar a la luz y al altarito. ...

En la línea 5237
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Del salto se puso Fortunata al otro extremo de la habitación. Habíale entrado tal pánico, que por poco sale al pasillo pidiendo socorro. Maxi tenía la cara descompuesta y transfigurada, y sus ojos parecían carbones encendidos. Ni siquiera reparó que su mujer se había alejado de él, y continuó hablando como si aún la tuviera al lado. La infeliz, turbada y muerta de miedo, se acurrucó en el rincón opuesto, y cruzadas las manos, miraba al desgraciado demente, diciendo para sí: «¿En qué lo habrá conocido?… Dios, ¡qué hombre! ¿Será farsa todo esto de la locura? ¿Será que se finge así para poder matarme, sin que la justicia le persiga… ? ¡Pero cómo habrá descubierto… ! ¡Si no lo he dicho a nadie! ¡Si no se me conoce nada todavía… ! ¡Ah!, lo que este hombre tiene es mucha picardía. Eso de la revelación lo dice para engañar a la gente… Sin duda se lo figura, se lo teme, o me lo ha conocido no sé en qué… ¿Lo habré dicho yo en sueños?… Aunque no; podrá haberlo adivinado por su propia locura. ¿No dicen que las grandes verdades las saben los niños y los locos… ? ¡Ay, qué miedo me ha entrado! Dios mío, líbrame de esta tribulación. Este hombre me quiere matar y hace todas estas comedias para vengarse en mí y asesinarme a lo bóbilis bóbilis… ». ...

En la línea 1483
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... A este Antolín, erudito solitario que por timidez de dirigirse a las mujeres en la vida y para vengarse de esa timidez las estudiaba en los libros, fue a quien acudió a ver Augusto para de él aconsejarse. ...

En la línea 1868
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Y es imposible adivinar lo que podría hacer si quisiera vengarse. ...

En la línea 2035
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El segundo de los encuentros a que me he referido en el capítulo anterior ocurrió cosa de una semana más tarde. Dejé otra vez el bote en el muelle que había más abajo del puente, aunque era una hora más temprano que en la tarde antes aludida. Sin haberme decidido acerca de dónde iría a cenar, eché a andar 185 hacia Cheapside, y cuando llegué allí, seguramente más preocupado que ninguna de las numerosas personas que por aquel lugar transitaban, alguien me alcanzó y una gran mano se posó sobre mi hombro. Era la mano del señor Jaggers, quien luego la pasó por mi brazo. - Como seguimos la misma dirección, Pip, podemos andar juntos. ¿Adónde se dirige usted? - Me parece que hacia el Temple. - ¿No lo sabe usted? - preguntó el señor Jaggers. - Pues bien - contesté, satisfecho de poder sonsacarle algo valiéndome de su manía de hacer repreguntas-, no lo sé, porque todavía no me he decidido. - ¿Va usted a cenar? - dijo el señor Jaggers. - Supongo que no tendrá inconveniente en admitir esta posibilidad. - No – contesté. - No tengo inconveniente en admitirla. - ¿Está usted citado con alguien? - Tampoco tengo inconveniente en admitir que no estoy citado con nadie. - Pues, en tal caso - dijo el señor Jaggers, - venga usted a cenar conmigo. Iba a excusarme, cuando él añadió: - Wemmick irá también. En vista de esto, convertí mi excusa en una aceptación, pues las pocas palabras que había pronunciado servían igualmente para ambas respuestas, y, así, seguimos por Cheapside y torcimos hacia Little Britain, mientras las luces se encendían brillantes en los escaparates y los faroleros de las calles, encontrando apenas el lugar suficiente para instalar sus escaleras de mano, entre los numerosos grupos de personas que a semejante hora llenaban las calles, subían y bajaban por aquéllas, abriendo más ojos rojizos, entre la niebla que se espesaba, que la torre de la bujía de médula de junco encerado, en casa de Hummums, proyectara sobre la pared de la estancia. En la oficina de Little Britain presencié las acostumbradas maniobras de escribir cartas, lavarse las manos, despabilar las bujías y cerrar la caja de caudales, lo cual era señal de que se habían terminado las operaciones del día. Mientras permanecía ocioso ante el fuego del señor Jaggers, el movimiento de las llamas dio a las dos mascarillas la apariencia de que querían jugar conmigo de un modo diabólico al escondite, en tanto que las dos bujías de sebo, gruesas y bastas, que apenas alumbraban al señor Jaggers mientras escribía en un rincón, estaban adornadas con trozos de pabilo caídos y pegados al sebo, dándoles el aspecto de estar de luto, tal vez en memoria de una hueste de clientes ahorcados. Los tres nos encaminamos a la calle Gerard en un coche de alquiler, y en cuanto llegamos se nos sirvió la cena. Aunque en semejante lugar no se me habría ocurrido hacer la más remota referencia a los sentimientos particulares que Wemmick solía expresar en Walworth, a pesar de ello no me habría sabido mal el sorprender algunas veces sus amistosas miradas. Pero no fue así. Cuando levantaba los ojos de la mesa los volvía al señor Jaggers, y se mostraba tan seco y tan alejado de mí como si existiesen dos Wemmick gemelos y el que tenía delante fuese el que yo no conocía. - ¿Mandó usted la nota de la señorita Havisham al señor Pip, Wemmick? - preguntó el señor Jaggers en cuanto hubimos empezado a comer. - No, señor - contestó Wemmick. - Me disponía a echarla al correo, cuando llegó usted con el señor Pip. Aquí está. Y entregó la carta a su principal y no a mí. - Es una nota de dos líneas, Pip - dijo el señor Jaggers entregándomela. - La señorita Havisham me la mandó por no estar segura acerca de las señas de usted. Dice que necesita verle a propósito de un pequeño asunto que usted le comunicó. ¿Irá usted? - Sí - dije leyendo la nota, que expresaba exactamente lo que acababa de decir el señor Jaggers. - ¿Cuándo piensa usted ir? - Tengo un asunto pendiente - dije mirando a Wemmick, que en aquel momento echaba pescado al buzón de su boca, - y eso no me permite precisar la fecha. Pero supongo que iré muy pronto. - Si el señor Pip tiene la intención de ir muy pronto -dijo Wemmick al señor Jaggers, - no hay necesidad de contestar. Considerando que estas palabras equivalían a la indicación de que no me retrasara, decidí ir al día siguiente por la mañana, y así lo dije. Wemmick se bebió un vaso de vino y miró al señor Jaggers con expresión satisfecha, pero no a mí. - Ya lo ve usted, Pip. Nuestro amigo, la Araña - dijo el señor Jaggers, - ha jugado sus triunfos y ha ganado. Lo más que pude hacer fue asentir con un movimiento de cabeza. 186 - ¡Ah! Es un muchacho que promete… , aunque a su modo. Pero es posible que no pueda seguir sus propias inclinaciones. El más fuerte es el que vence al final, y en este caso aún no sabemos quién es. Si resulta ser él y acaba pegando a su mujer… - Seguramente - interrumpí con el rostro encendido y el corazón agitado - no piensa usted en serio que sea lo bastante villano para eso, señor Jaggers. - No ño afirmo, Pip. Tan sólo hago una suposición. Si resulta ser él y acaba pegando a su mujer, es posible que se constituya en el más fuerte; si se ha de resolver con la inteligencia, no hay duda de que será vencido. Sería muy aventurado dar una opinión acerca de lo que hará un sujeto como ése en las circunstancias en que se halla, porque es un caso de cara o cruz entre dos resultados. - ¿Puedo preguntar cuáles son? - Un sujeto como nuestro amigo la Araña - contestó el señor Jaggers, - o pega o es servil. Puede ser servil y gruñir, o bien ser servil y no gruñir. Lo que no tiene duda es que o es servil o adula. Pregunte a Wemmick cuál es su opinion. - No hay duda de que es servil o pega - dijo Wemmick sin dirigirse a mí. -Ésta es la situación de la señora Bentley Drummle - dijo el señor Jaggers tomando una botella de vino escogido, sirviéndonos a cada uno de nosotros y sirviéndose luego él mismo, - y deseamos que el asunto se resuelva a satisfacción de esa señora, porque nunca podrá ser a gusto de ella y de su marido a un tiempo. ¡Molly! ¡Molly! ¡Qué despacio vas esta noche! Cuando la regañó así, estaba a su lado, poniendo unos platos sobre la mesa. Retirando las manos, retrocedió uno o dos pasos murmurando algunas palabras de excusa. Y ciertos movimientos de sus dedos me llamaron extraordinariamente la atención. - ¿Qué ocurre? - preguntó el señor Jaggers. - Nada – contesté, - Tan sólo que el asunto de que hablábamos era algo doloroso para mí. El movimiento de aquellos dedos era semejante a la acción de hacer calceta. La criada se quedó mirando a su amo, sin saber si podía marcharse o si él tendría algo más que decirle y la llamaría en cuanto se alejara. Miraba a Jaggers con la mayor fijeza. Y a mí me pareció que había visto aquellos ojos y también aquellas manos en una ocasión reciente y memorable. El señor Jaggers la despidió, y ella se deslizó hacia la puerta. Mas a pesar de ello, siguió ante mi vista, con tanta claridad como si continuara en el mismo sitio. Yo le miraba las manos y los ojos, así como el cabello ondeado, y los comparaba con otras manos, otros ojos y otro cabello que conocía muy bien y que tal vez podrían ser iguales a los de la criada del señor Jaggers después de veinte años de vida tempestuosa y de malos tratos por parte de un marido brutal. De nuevo miré las manos y los ojos de la criada, y recordé la inexplicable sensación que experimentara la última vez que paseé - y no solo - por el descuidado jardín y por la desierta fábrica de cerveza. Recordé haber sentido la misma impresión cuando vi un rostro que me miraba y una mano que me saludaba desde la ventanilla de una diligencia, y cómo volví a experimentarla con la rapidez de un relámpago cuando iba en coche - y tampoco solo - al atravesar un vivo resplandor de luz artificial en una calle oscura. Y ese eslabón, que antes me faltara, acababa de ser soldado para mí, al relacionar el nombre de Estella con el movimiento de los dedos y la atenta mirada de la criada de Jaggers. Y sentí la absoluta seguridad de que aquella mujer era la madre de Estella. Como el señor Jaggers me había visto con la joven, no habría dejado de observar los sentimientos que tan difícilmente ocultaba yo. Movió afirmativamente la cabeza al decirle que el asunto era penoso para mí, me dio una palmada en la espalda, sirvió vino otra vez y continuó la cena. La criada reapareció dos veces más, pero sus estancias en el comedor fueron muy cortas y el señor Jaggers se mostró severo con ella. Pero sus manos y sus ojos eran los de Estella, y así se me hubiese presentado un centenar de veces, no por eso habría estado ni más ni menos seguro de que había llegado a descubrir la verdad. La cena fue triste, porque Wemmick se bebía los vasos de vino que le servían como si realizase algún detalle propio de los negocios, precisamente de la misma manera como habría cobrado su salario cuando llegase el día indicado, y siempre estaba con los ojos fijos en su jefe y en apariencia constantemente dispuesto para ser preguntado. En cuanto a la cantidad de vino que ingirió, su buzón parecía sentir la mayor indiferencia, de la misma manera como al buzón de correos le tiene sin cuidado el número de cartas que le echan. Durante toda la cena me pareció que aquél no era el Wemmick que yo conocía, sino su hermano gemelo, que ninguna relación había tenido conmigo, pues tan sólo se asemejaba en lo externo al Wemmick de Walworth. Nos despedimos temprano y salimos juntos. Cuando nos reunimos en torno de la colección de botas del señor Jaggers, a fin de tomar nuestros sombreros, comprendí que mi amigo Wemmick iba a llegar; y no 187 habríamos recorrido media docena de metros en la calle Gerrard, en dirección hacia Walworth, cuando me di cuenta de que paseaba cogido del brazo con el gemelo amigo mío y que el otro se había evaporado en el aire de la noche. - Bien - dijo Wemmick, - ya ha terminado la cena. Es un hombre maravilloso que no tiene semejante en el mundo; pero cuando ceno con él tengo necesidad de contenerme y no como muy a mis anchas. Me dije que eso era una buena explicación del caso, y así se lo expresé. - Eso no se lo diría a nadie más que a usted – contestó, - pues me consta que cualquier cosa que nos digamos no trasciende a nadie. Le pregunté si había visto a la hija adoptiva de la señorita Havisham, es decir, a la señora Bentley Drummle. Me contestó que no. Luego, para evitar que mis observaciones le parecieran demasiado inesperadas, empecé por hablarle de su anciano padre y de la señorita Skiffins. Cuando nombré a ésta pareció sentir cierto recelo y se detuvo en la calle para sonarse, moviendo al mismo tiempo la cabeza con expresión de jactancia. - Wermmick - le dije luego, - ¿se acuerda usted de que la primera vez que fui a cenar con el señor Jaggers a su casa me recomendó que me fijara en su criada? - ¿De veras? – preguntó. - Me parece que sí. Sí, es verdad - añadió con malhumor. - Ahora me acuerdo. Lo que pasa es que todavía no estoy a mis anchas. - La llamó usted una fiera domada. - ¿Y qué nombre le da usted? - El mismo. ¿Cómo la domó el señor Jaggers, Wemmick? - Es su secreto. Hace ya muchos años que está con él. - Me gustaría que me contase usted su historia. Siento un interés especial en conocerla. Ya sabe usted que lo que pasa entre nosotros queda secreto para todo el mundo. - Pues bien - dijo Wemmick, - no conozco su historia, es decir, que no estoy enterado de toda ella. Pero le diré lo que sé. Hablamos, como es consiguiente, de un modo reservado y confidencial. - Desde luego. - Hará cosa de veinte años, esa mujer fue juzgada en Old Bailey, acusada de haber cometido un asesinato, pero fue absuelta. Era entonces joven y muy hermosa, y, según tengo entendido, por sus venas corría alguna sangre gitana. Y parece que, en efecto, cuando se encolerizaba, era mujer terrible. - Pero fue absuelta. - La defendía el señor Jaggers - prosiguió Wemmick, mirándome significativamente, - y llevó su asunto de un modo en verdad asombroso. Se trataba de un caso desesperado, y el señor Jaggers hacía poco tiempo que ejercía, de manera que su defensa causó la admiración general. Día por día y por espacio de mucho tiempo, trabajó en las oficinas de la policía, exponiéndose incluso a ser encausado a su vez, y cuando llegó el juicio fue lo bueno. La víctima fue una mujer que tendría diez años más y era mucho más alta y mucho más fuerte. Fue un caso de celos. Las dos llevaban una vida errante, y la mujer que ahora vive en la calle de Gerrard se había casado muy joven, aunque «por detrás de la iglesia», como se dice, con un hombre de vida irregular y vagabunda; y ella, en cuanto a celos, era una verdadera furia. La víctima, cuya edad la emparejaba mucho mejor con aquel hombre, fue encontrada ya cadáver en una granja cerca de Hounslow Heath. Allí hubo una lucha violenta, y tal vez un verdadero combate. El cadáver presentaba numerosos arañazos y las huellas de los dedos que le estrangularon. No había pruebas bastante claras para acusar más que a esa mujer, y el señor Jaggers se apoyó principalmente en las improbabilidades de que hubiese sido capaz de hacerlo. Puede usted tener la seguridad-añadió Wemmick tocándome la manga de mi traje - que entonces no aludió ni una sola vez a la fuerza de sus manos, como lo hace ahora. En efecto, yo había relatado a Wemmick que, el primer día en que cené en casa del señor Jaggers, éste hizo exhibir a su criada sus formidables puños. - Pues bien - continuó Wemmick, - sucedió que esta mujer se vistió con tal arte a partir del momento de su prisión, que parecía mucho más delgada y esbelta de lo que era en realidad. Especialmente, llevaba las mangas de tal modo, que sus brazos daban una delicada apariencia. Tenía uno o dos cardenales en el cuerpo, cosa sin importancia para una persona de costumbres vagabundas, pero el dorso de las manos presentaban muchos arañazos, y la cuestión era si habían podido ser producidos por las uñas de alguien. El señor Jaggers demostró que había atravesado unas matas de espinos que no eran bastante altas para llegarle al rostro, pero que, al pasar por allí, no pudo evitar que sus manos quedasen arañadas; en realidad, se encontraron algunas puntas de espinos vegetales clavadas en su epidermis, y, examinado el matorral espinoso, se encontraron también algunas hilachas de su traje y pequeñas manchas de sangre. Pero el argumento más fuerte del señor Jaggers fue el siguiente: se trataba de probar, como demostración de su 188 carácter celoso, que aquella mujer era sospechosa, en los días del asesinato, de haber matado a su propia hija, de tres años de edad, que también lo era de su amante, con el fin de vengarse de él. El señor Jaggers trató el asunto como sigue: «Afirmamos que estos arañazos no han sido hechos por uñas algunas, sino que fueron causados por los espinos que hemos exhibido. La acusación dice que son arañazos producidos por uñas humanas y, además, aventura la hipótesis de que esta mujer mató a su propia hija. Siendo así, deben ustedes aceptar todas las consecuencias de semejante hipótesis. Supongamos que, realmente, mató a su hija y que ésta, para defenderse, hubiese arañado las manos de su madre. ¿Qué sigue a eso? Ustedes no la acusan ni la juzgan ahora por el asesinato de su hija; ¿por qué no lo hacen? Y en cuanto al caso presente, si ustedes están empeñados en que existen los arañazos, diremos que ya tienen su explicación propia, esto en el supuesto de que no los hayan inventado». En fin, señor Pip - añadió Wemmick, - el señor Jaggers era demasiado listo para el jurado y, así, éste absolvió a la procesada. - ¿Y ha estado ésta desde entonces a su servicio? - Sí; pero no hay solamente eso - contestó Wemmick, - sino que entró inmediatamente a su servicio y ya domada como está ahora. Luego ha ido aprendiendo sus deberes poquito a poco, pero desde el primer momento se mostró mansa como un cordero. - ¿Y, efectivamente, era una niña? - Así lo tengo entendido. - ¿Tiene usted algo más que decirme esta noche? - Nada. Recibí su carta y la he destruido. Nada más. Nos dimos cordialmente las buenas noches y me marché a casa con un nuevo asunto para mis reflexiones, pero sin ningún alivio para las antiguas. ...

En la línea 3532
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Los hijos? ¿Ha dicho usted los hijos? ‑exclamó Andrés Simonovitch, estremeciéndose como un caballo de guerra que oye el son del clarín‑. Desde luego, es una cuestión social de la más alta importancia, estamos de acuerdo, pero que se resolverá mediante normas muy distintas de las que rigen ahora. Algunos llegan incluso a no considerarlos como tales, del mismo modo que no admiten nada de lo que concierne a la familia… Pero ya hablaremos de eso más adelante. Ahora analicemos tan sólo la cuestión de los cuernos. Le confieso que es mi tema favorito. Esta expresión baja y grosera difundida por Pushkin no figurará en los diccionarios del futuro. Pues, en resumidas cuentas, ¿qué es eso de los cuernos? ¡Oh, qué aberración! ¡Cuernos… ! ¿Por qué? Eso es absurdo, no lo dude. La unión libre los hará desaparecer. Los cuernos no son sino la consecuencia lógica del matrimonio legal, su correctivo, por decirlo así… , un acto de protesta… Mirados desde este punto de vista, no tienen nada de humillantes. Si alguna vez… , aunque esto sea una suposición absurda… , si alguna vez yo contrajera matrimonio legal y llevara esos malditos cuernos, me sentiría muy feliz y diría a mi mujer: «Hasta este momento, amiga mía, me he limitado a quererte; pero ahora te respeto por el hecho de haber sabido protestar… » ¿Se ríe… ? Eso prueba que no ha tenido usted valor para romper con los prejuicios… ¡El diablo me lleve… ! Comprendo perfectamente el enojo que supone verse engañado cuando se está casado legalmente; pero esto no es sino una mísera consecuencia de una situación humillante y degradante para los dos cónyuges. Porque cuando a uno le ponen los cuernos con toda franqueza, como sucede en las uniones libres, se puede decir que no existen, ya que pierden toda su significación, e incluso el nombre de cuernos. Es más, en este caso, la mujer da a su compañero una prueba de estimación, ya que le considera incapaz de oponerse a su felicidad y lo bastante culto para no intentar vengarse del nuevo esposo… ¡El diablo me lleve… ! Yo me digo a veces que si me casase, si me uniese a una mujer, legal o libremente, que eso poco importa, y pasara el tiempo sin que mi mujer tuviera un amante, se lo llevaría yo mismo y le diría: «Amiga mía, te amo de veras, pero lo que más me importa es merecer tu estimación.» ¿Qué le parece? ¿Tengo razón o no la tengo? ...

En la línea 4863
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Hacía tiempo que llevaba la enfermedad en incubación, pero no era la horrible vida del presidio, ni los trabajos forzados, ni la alimentación, ni la vergüenza de llevar la cabeza rapada e ir vestido de harapos lo que había quebrantado su naturaleza. ¡Qué le importaban todas estas miserias, todas estas torturas! Por el contrario, se sentía satisfecho de trabajar: la fatiga física le proporcionaba, al menos, varias horas de sueño tranquilo. ¿Y qué podía importarle la comida, aquella sopa de coles donde nadaban las cucarachas? Cosas peores había conocido en sus tiempos de estudiante. Llevaba ropas de abrigo adaptadas a su género de vida. En cuanto a los grilletes, ni siquiera notaba su peso. Quedaba la humillación de llevar la cabeza rapada y el uniforme de presidiario. Pero ¿ante quién podía sonrojarse? ¿Ante Sonia? Sonia le temía. Además, ¿qué vergüenza podía sentir ante ella? Sin embargo, enrojecía al verla y, para vengarse, la trataba grosera y despectivamente. ...


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