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La palabra kien
Cómo se escribe

Comó se escribe kien o quien?

Cual es errónea Quien o Kien?

La palabra correcta es Quien. Sin Embargo Kien se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino kien es que hay un Intercambio de las letras k;q con respecto la palabra correcta la palabra quien

Más información sobre la palabra Quien en internet

Quien en la RAE.
Quien en Word Reference.
Quien en la wikipedia.
Sinonimos de Quien.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Quien

Cómo se escribe quien o kien?

Algunas Frases de libros en las que aparece quien

La palabra quien puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 210
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Deseosa de llegar antes, abandonó a la vaca y al ternerillo, y las dos bestias siguieron su marcha tranquilamente, como quien no se preocupa de las cosas ajenas y tiene el establo seguro. ...

En la línea 315
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡A ver quién era el guapo que le hacía salir de su barraca! Y siguió trabajando, aunque con recelo, mirando ansiosamente siempre que pasaba algún desconocido por los caminos inmediatos, como quien aguarda de un momento a otro ser atacado por una gavilla de bandidos. ...

En la línea 494
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los hacían entrar, los convidaban a beber y luego les iban hablando al oído con la cara ceñuda y el acento paternal, bondadoso, como quien aconseja a un niño que evite el peligro. ...

En la línea 499
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No sólo dejaban el trabajo, sino que pasaban aviso a todos sus paisanos para que huyeran de ganar un jornal en los campos de Barret, como quien huye del diablo. ...

En la línea 191
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Malo, no. Fermín recordaba la largueza caprichosa y desordenada con que algunas veces socorría a las gentes en desgracia. Pero su bondad era estrechísima: dividía en castas la pobreza; y a cambio del dinero exigía una supeditación absoluta a todo lo que él pensase y amase. Era capaz de aborrecer a su propia familia, de sitiarla por hambre, si creía con ello servir a su Dios; a aquel Dios a quien profesaba inmensa gratitud porque hacía prosperar los negocios de la casa y era el sostén del orden social. ...

En la línea 247
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había muerto como quien era: como un caballero cristiano, como una persona decente. La enfermedad mortal le había sorprendido en una de sus _juergas_ rodeado de mujeres y mozos de valor. La sangre del primer vómito se la habían limpiado las amigas con sus pañolones bordados de chinos y rosas fantásticas. Pero al ver próxima la muerte y oír los consejos de su hermana, que después de muchos años de ausencia se decidía a entrar en su casa, quiso «dar buen ejemplo», irse del mundo con la discreción que convenía a su rango. Y sacerdotes de todos hábitos y reglas llegaron hasta su lecho, apartando al sentarse una guitarra o una enagua olvidada; hablándole del cielo, en el que, seguramente, le guardaban un sitio de preferencia por los méritos de sus mayores. Las innumerables cofradías y hermandades de Jerez, en las cuales tenía el alegre noble un cargo hereditario, acompañaron al Viático; y al morir, su cadáver fue vestido de fraile, amontonándose sobre su pecho todas las medallas que la señora de Dupont juzgó de más eficacia para que aquel vividor no sufriese retraso ni entorpecimiento en su ascensión a la gloria eterna. ...

En la línea 313
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Ese es el _Chivo_--decía con el orgullo de un príncipe que habla de sus grandes generales.--Un hombre a quien le arrastran las borlas por el suelo. Entre tiros y cuchilladas tiene más de cincuenta cicatrices en el pellejo. ...

En la línea 314
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Miraba a todos con insolente superioridad, como si las cicatrices del amigote fuesen una declaración de su propio valor, y vivía feliz creyendo que en todo Jerez no había quien le disputase su guapeza con los hombres y su buena fortuna con las mujeres. ...

En la línea 3
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Rodéanla anchos prados pantanosos; por Oriente le besa las antiguas murallas un río que describe delante del pueblo una ese, como quien hace una pirueta, y que después, en seguida, se para en un remanso, yo creo que para pintar en un reflejo la ciudad hermosa, de quien está enamorado. ...

En la línea 50
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Pues nuestro hombre, el de los cerdos, fue a la provincia limítrofe con unas dietas que no se merecía; gastó allí alegremente su dinero, llamémosle así, y no vio el boliche ni se acordó de él siquiera hasta que, poco antes de dar la vuelta para Laguna, un amigo suyo, a quien había encargado que estudiara «aquello del boliche, o San Boliche», se le presentó con una Memoria acerca de la planta y una caja bien cerrada, donde había ejemplares de ella. ...

En la línea 99
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Casi todas las letrillas de Cuervo comenzaban así: preguntando quién era esto o lo otro, o quien hacía tal o cual cosa; y resultaba, allá en el estribillo, que eran don Torcuato. ...

En la línea 155
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Había quien aseguraba que con verle se les abrían las ganas de comer a las personas afligidas por un duelo. ...

En la línea 55
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y pese a los edictos, las ordenanzas y los arrestos, vedle capitán de los mosqueteros, es decir, jefe de una legión de Césares a quien el rey hace mucho caso y a quien el señor cardenal teme, precisamente él que, como todos saben, no teme a nada. ...

En la línea 55
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y pese a los edictos, las ordenanzas y los arrestos, vedle capitán de los mosqueteros, es decir, jefe de una legión de Césares a quien el rey hace mucho caso y a quien el señor cardenal teme, precisamente él que, como todos saben, no teme a nada. ...

En la línea 63
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Con semejante vademécum, D'Artagnan se enc ontró, moral y físi camente, copia exacta del héroe de Cervantes, con quien tan felizmente le hemos comparado cuando nuestros deberes de historiador nos han obligado a trazar su retrato. ...

En la línea 83
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El gentilhombre volvió lentamente los ojos de la montura al caba llero, como si hubiera necesitado cierto tiempo para comprender que era a él a quien se dirigían tan extraños reproches; luego, cuando no pudo albergar ya ninguna duda, su ceño se frunció ligeramente y tras una larga pausa, con un acento de ironía y de insolencia imposible de describir, respondió a D'Artagnan:-Yo no os hablo, señor. ...

En la línea 155
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Para el caso de que despues de repetidos anuncios y avisos no hubiese quien se presentase á reclamar, deberian fijarse bases y reglas para pasar al tesoro esos bienes, por no ser ni útil ni provechoso á nadie que tales fondos existan como abandonados y sin dueño, y enteramente muertos como lo están. ...

En la línea 156
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Señalar un plazo largo y estenso cuanto se quiera, en los mismos avisos de los bienes anunciados, para que los que se crean con derecho á ellos acudan á deducirlo, repetir estos anuncios como se ha dicho, y siempre concluyendo que de no reclamar en el tiempo dado perderian su derecho, porque se adjudicarian al tesoro nacional tales fondos, y de hecho al vencimiento del plazo adjudicarlos, es el camino único de hacer productivos esos bienes, que puede decirse existen sin tener dueño conocido ni saberse á quien corresponden. ...

En la línea 183
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Por otra parte, de esa abundancia de empleados tan innecesaria y que grava al tesoro público, resultan otros daños de no menor consideracion: tales son el cúmulo de jente desocupada que tan poco favorece al público sosiego; que existiendo siempre en todas las oficinas escedentes, agregados y supernumerarios para una vacante que ocurre, hay ciento á quien colocar de efectivos, con notorio perjuicio de la escala y de los beneméritos hijos de los españoles, que son tambien acreedores á que se les atienda segun su aptitud y mérito y antecedentes de sus padres, como demandan principios de política, de pública conveniencia y de rigurosa justicia: y por último, en esta parte es de decirse que si en la administracion de la hacienda pública ha de haber el buen órden que se debe observar y las posibles economías, mucho mas en los actuales tiempos de escasez y penuria por lo recargado del estado, ni uno ni otro se conseguirá aumentando empleados todos los dias, siempre innecesarios, y teniendo un número escesivo de agregados, que sobre perjudicar la escala de los de número, absorve sumas de entidad anualmente por los sueldos que disfrutan. ...

En la línea 189
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... El tributo ó contribucion personal de los indios, aunque muy moderado, no puede aumentarse en ningun sentido sin esponerse el gobierno á graves males, porque siendo infinito el número de indios pobres, ó que ganan solo para su subsistencia, á esta parte numerosa seria á quien aflijiria un recargo de contribucion: mas adelante, y cuando se haya dado un cierto impulso y fomento á la clase de propietarios, y cuando la propiedad se halle repartida en muchas manos, convendrá aumentar en ella el tributo que paga ahora con mucha desigualdad, respecto del gremio de jornaleros y artesanos. ...

En la línea 272
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No se opone a llevar su dinero a vuestras arcas, en forma de limosnas, esperando, sin embargo, verlas aceptadas con la gratitud y la humildad propias de quien recibe una caridad. ...

En la línea 275
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Es, en verdad, sorprendente lo poco que a la gran masa de la nación española le interesó la última guerra, la cual, empero, ha sido llamada por quien debía estar mejor enterado, guerra de religión y de principios. ...

En la línea 350
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Tenía yo a mi disposición un buen repuesto de Biblias y Testamentos; pero ¿querría o podría leerlas el pueblo? El amigo de la Sociedad a quien yo iba recomendado, estaba ausente de Lisboa al tiempo de mi llegada; lo sentí, porque podía haberme suministrado algunas indicaciones útiles. ...

En la línea 396
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Respondió que quien me hubiese dicho que él era maestro de escuela, mentía, porque era fraile del convento, y nada más. ...

En la línea 17
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. ...

En la línea 27
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En fin, señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. ...

En la línea 33
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión? A lo cual él dijo: -Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes. ...

En la línea 35
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. ...

En la línea 9
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Por otra parte, en el curso de esta obra tendré el gusto de indicar la ayuda que me han prestado otros varios naturalistas distinguidos. Pero, permítaseme dar aquí sinceras gracias al profesor Henslow, pues él fue quien, cuando estudiaba yo en la Universidad de Cambridge, me hizo aficionarme a la historia natural; él quien, durante mi ausencia, tuvo a bien encargarse de las colecciones que de tiempo en tiempo remitía yo a Inglaterra; por último, él quien con sus cartas dirigió mis investigaciones, y quien, en una palabra, ha sido siempre para mí el amigo más afectuoso. ...

En la línea 9
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Por otra parte, en el curso de esta obra tendré el gusto de indicar la ayuda que me han prestado otros varios naturalistas distinguidos. Pero, permítaseme dar aquí sinceras gracias al profesor Henslow, pues él fue quien, cuando estudiaba yo en la Universidad de Cambridge, me hizo aficionarme a la historia natural; él quien, durante mi ausencia, tuvo a bien encargarse de las colecciones que de tiempo en tiempo remitía yo a Inglaterra; por último, él quien con sus cartas dirigió mis investigaciones, y quien, en una palabra, ha sido siempre para mí el amigo más afectuoso. ...

En la línea 9
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Por otra parte, en el curso de esta obra tendré el gusto de indicar la ayuda que me han prestado otros varios naturalistas distinguidos. Pero, permítaseme dar aquí sinceras gracias al profesor Henslow, pues él fue quien, cuando estudiaba yo en la Universidad de Cambridge, me hizo aficionarme a la historia natural; él quien, durante mi ausencia, tuvo a bien encargarse de las colecciones que de tiempo en tiempo remitía yo a Inglaterra; por último, él quien con sus cartas dirigió mis investigaciones, y quien, en una palabra, ha sido siempre para mí el amigo más afectuoso. ...

En la línea 10
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 1. Aprovecho esta ocasión para dar las gracias muy especialmente a Mister Bynoe, médico del Beagle, quien me cuidó con el más acendrado afecto en Valparaíso. ...

En la línea 55
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De la misma cantera proceden el derrengado y malicioso Arcediano, a quien por mal nombre llaman Glocester, el Arcipreste don Cayetano Ripamilán, el beneficiado D. ...

En la línea 81
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En medio de sus errores, Fermín de Pas despierta simpatía, como todo atleta a quien se ve luchando por sostener sobre sus espaldas un mundo de exorbitante y abrumadora pesadumbre. ...

En la línea 268
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Cuántas veces en el púlpito, ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cándido y rizado, bajo la señoril muceta, viendo allá abajo, en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto, había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta! Mientras el auditorio aguardaba en silencio, respirando apenas, a que la emoción religiosa permitiera al orador continuar, él oía como en éxtasis de autolatría el chisporroteo de los cirios y de las lámparas; aspiraba con voluptuosidad extraña el ambiente embalsamado por el incienso de la capilla mayor y por las emanaciones calientes y aromáticas que subían de las damas que le rodeaban; sentía como murmullo de la brisa en las hojas de un bosque el contenido crujir de la seda, el aleteo de los abanicos; y en aquel silencio de la atención que esperaba, delirante, creía comprender y gustaba una adoración muda que subía a él; y estaba seguro de que en tal momento pensaban los fieles en el orador esbelto, elegante, de voz melodiosa, de correctos ademanes a quien oían y veían, no en el Dios de que les hablaba. ...

En la línea 291
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No sólo era la iglesia quien podía desperezarse y estirar las piernas en el recinto de Vetusta la de arriba, también los herederos de pergaminos y casas solariegas, habían tomado para sí anchas cuadras y jardines y huertas que podían pasar por bosques, con relación al área del pueblo, y que en efecto se llamaban, algo hiperbólicamente, parques, cuando eran tan extensos como el de los Ozores y el de los Vegallana. ...

En la línea 75
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Una especie de remordimiento y de humildad mal entendida le llevó a la aprensión de empeñarse en sentir en sí mismo aquellas tentaciones que veía en otros a quien debía reputar más perfectos que él. ...

En la línea 103
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... si su novio hubiese sido otro; pero el de la mejor jaca, el del mejor coche la quiso por vanidad, para que le tuvieran envidia; y aunque para entrar en su casa (de una viuda pobre también, como la madre de Juan, también de costumbres cristianas) tuvo que prometer seriedad, y muy pronto se vio obligado a prometer próxima y segura coyunda, lo hizo aturdido, con la vaga conciencia de que no faltaría quien le ayudara a faltar a su palabra. ...

En la línea 164
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No ambicionaba correspondencia que sería absurda, que le repugnaría a él mismo, y que rebajaría a sus ojos la pureza de aquella mujer a quien adoraba idealmente como si ya estuviera allá en el cielo, en lo inasequible. ...

En la línea 175
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Cuántas noches, al mismo tiempo, estarían ella y él pidiendo a Dios lo mismo: que volviera aquel hombre por quien se moría Rosario! — ¡Sí, se decía Juan, que vuelva; yo no sé lo que será para mí verle junto a ella, pero de todo corazón le pido a Dios que vuelva. ...

En la línea 241
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al subir Alfonso V al trono de Aragón, reconocía los méritos de este joven experimentado en cuestiones jurídicas y hábil para las negociaciones diplomáticas, haciendo de él su secretario. Los servicios que prestó a Martín V—el Papa elegido por el Concilio de Constanza—le abrían el camino de los altos honores de la Iglesia. El fue quien trató con el sucesor del Papa Luna, el canónigo de Valencia Gil Muñoz, llamado Clemente VIII, para que renunciase a la tiara en el castillo de Peñiscola, y el Pontífice de Roma lo premió otorgándole el obispado de Valencia. Luego vivía en Nápoles, al lado de Alfonso V, ayudándole en la reorganización de dicho reino, despedazado por largas guerras. ...

En la línea 279
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... «Nos confirmamos vuestra Ley pero condenamos vuestra exposición: porque, Aquel de quien dice que vencerá la venido ya, y es Jesucristo Nuestro Señor, como la Iglesia nos lo enseña y predica.» ...

En la línea 367
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Seguía Calixto III en malas relaciones con su antiguo señor, cuando en el verano de 1458 se declaró la peste en Roma, con tal violencia, que todos los personajes de la Corte pontificia huyeron de la ciudad, menos el viejo Papa. Este se mantuvo en el Vaticano, por reclamar en aquel momento su atención la grave enfermedad de su adversario el rey Alfonso, quien murió finalmente en Nápoles el 27 de junio. ...

En la línea 379
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Este octogenario era quien menos creía en su propia muerte. Hasta el último instante se preocupó de la guerra contra los infieles. Cuando el cardenal español Antonio de Lacerda lo visitó para hacerle saber que los médicos le habían desahuciado y debía pensar en la salvación de su alma, como conviene a un Pontífice, contestó que no esa cierto que hubiese de morir esta vez y aún le quedaban años para continuar su empresa contra el Gran Turco. ...

En la línea 266
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor Flimnap se proponía entrar ahora en las habitaciones particulares de uno de los altos señores del Consejo Ejecutivo, que momentáneamente era el presidente del supremo organismo. Cada uno de los cinco individuos del Consejo lo presidía durante un mes, cediendo su sillón al compañero a quien tocaba el turno. ...

En la línea 386
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Usted sabe, gentleman, quien fue el primer Hombre-Montaña que visitó este país. Hasta creo que el tal gigante dejó escrito un relato de su viaje, y usted debe haberlo leído, indudablemente. Como ya le dije, otros gigantes vinieron detrás de él en diversas épocas; pero esto solo tiene una relación indirecta con los sucesos que quiero relatarle. Ya sabe usted también, aunque sea de un modo vago, como era la vida de mi país en aquella época remota. Nuestro pueblo estaba gobernado por los emperadores, que se creían el centro del mundo y de una materia divina distinta a la de los otros seres. La vida de la nación se concentraba en la persona del soberano. Los más altos personajes saltaban sobre la maroma y hacían otros ejercicios acrobáticos para divertir al monarca del Imperio, que entonces se llamaba Liliput. La gran ambición de todo liliputiense era conseguir algún hilo de color de los que regalaba el déspota para cruzárselo sobre el pecho a guisa de condecoración. En resumen: mi país vivía sometido a una autoridad paternal pero arbitraria, y los hombres llevaban una existencia monótona y somnolienta, al margen de todo progreso. De las mujeres de entonces no hablemos. Eran esclavas, con una servidumbre hipócrita disimulada por el cariño egoísta del esposo y la falsa dulzura del hogar. ...

En la línea 436
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No las critico ni las excuso; nadie puede decir con certeza quien tiene razón y quien no la tiene. ¡Cambiamos de creencias con tanta facilidad los seres humanos!… Antes de que usted viniese a este país yo pensaba de un modo, y ahora reconozco que veo las cosas de distinta manera… . Pero no nos salgamos de la lección. ...

En la línea 436
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No las critico ni las excuso; nadie puede decir con certeza quien tiene razón y quien no la tiene. ¡Cambiamos de creencias con tanta facilidad los seres humanos!… Antes de que usted viniese a este país yo pensaba de un modo, y ahora reconozco que veo las cosas de distinta manera… . Pero no nos salgamos de la lección. ...

En la línea 4
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Ay!, el susto que se llevaron D. Baldomero Santa Cruz y Barbarita no es para contado. ¡Qué noche de angustia la del 10 al 11! Ambos creían no volver a ver a su adorado nene, en quien, por ser único, se miraban y se recreaban con inefables goces de padres chochos de cariño, aunque no eran viejos. Cuando el tal Juanito entró en su casa, pálido y hambriento, descompuesta la faz graciosa, la ropita llena de sietes y oliendo a pueblo, su mamá vacilaba entre reñirle y comérsele a besos. El insigne Santa Cruz, que se había enriquecido honradamente en el comercio de paños, figuraba con timidez en el antiguo partido progresista; mas no era socio de la revoltosa Tertulia, porque las inclinaciones antidinásticas de Olózaga y Prim le hacían muy poca gracia. Su club era el salón de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las noches D. Manuel Cantero, D. Cirilo Álvarez y D. Joaquín Aguirre, y algunas D. Pascual Madoz. No podía ser, pues, D. Baldomero, por razón de afinidades personales, sospechoso al poder. Creo que fue Cantero quien le acompañó a Gobernación para ver a González Bravo, y éste dio al punto la orden para que fuese puesto en libertad el revolucionario, el anarquista, el descamisado Juanito. ...

En la línea 34
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Creció Bárbara en una atmósfera saturada de olor de sándalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la pañolería chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niñez. Como se recuerda a las personas más queridas de la familia, así vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniquís de tamaño natural vestidos de mandarín que había en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver. La primera cosa que excitó la atención naciente de la niña, cuando estaba en brazos de su niñera, fueron estos dos pasmarotes de semblante lelo y desabrido, y sus magníficos trajes morados. También había por allí una persona a quien la niña miraba mucho, y que la miraba a ella con ojos dulces y cuajados de candoroso chino. Era el retrato de Ayún, de cuerpo entero y tamaño natural, dibujado y pintado con dureza, pero con gran expresión. Mal conocido es en España el nombre de este peregrino artista, aunque sus obras han estado y están a la vista de todo el mundo, y nos son familiares como si fueran obra nuestra. Es el ingenio bordador de los pañuelos de Manila, el inventor del tipo de rameado más vistoso y elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros. A este ilustre chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza, el mantón de Manila, al mismo tiempo señoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventará nada que iguale a la ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño y aquella brillantez de color que iluminaba las muchedumbres en los tiempos en que su uso era general. Esta prenda hermosa se va desterrando, y sólo el pueblo la conserva con admirable instinto. Lo saca de las arcas en las grandes épocas de la vida, en los bautizos y en las bodas, como se da al viento un himno de alegría en el cual hay una estrofa para la patria. El mantón sería una prenda vulgar si tuviera la ciencia del diseño; no lo es por conservar el carácter de las artes primitivas y populares; es como la leyenda, como los cuentos de la infancia, candoroso y rico de color, fácilmente comprensible y refractario a los cambios de la moda. ...

En la línea 52
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaba por la honestidad misma, iba a misa todos los días que lo mandaba la Iglesia, rezaba el rosario con la familia, trabajaba diez horas diarias o más en el escritorio sin levantar cabeza, y no gastaba el dinero que le daban sus papás. A pesar de estas raras dotes, Barbarita, si alguna vez le encontraba en la calle o en la tienda de Arnaiz o en la casa, lo que acontecía muy pocas veces, le miraba con el mismo interés con que se puede mirar una saca de carbón o un fardo de tejidos. Así es que se quedó como quien ve visiones cuando su madre, cierto día de precepto, al volver de la iglesia de Santa Cruz, donde ambas confesaron y comulgaron, le propuso el casamiento con Baldomerito. Y no empleó para esto circunloquios ni diplomacias de palabra, sino que se fue al asunto con estilo llano y decidido. ¡Ah, la línea recta de los Trujillos… ! ...

En la línea 62
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¿Y Juanito? Pues Juanito fue esperado desde el primer año de aquel matrimonio sin par. Los felices esposos contaban con él este mes, el que viene y el otro, y estaban viéndole venir y deseándole como los judíos al Mesías. A veces se entristecían con la tardanza; pero la fe que tenían en él les reanimaba. Si tarde o temprano había de venir… era cuestión de paciencia. Y el muy pillo puso a prueba la de sus padres, porque se entretuvo diez años por allá, haciéndoles rabiar. No se dejaba ver de Barbarita más que en sueños, en diferentes aspectos infantiles, ya comiéndose los puños cerrados, la cara dentro de un gorro con muchos encajes, ya talludito, con su escopetilla al hombro y mucha picardía en los ojos. Por fin Dios le mandó en carne mortal, cuando los esposos empezaron a quejarse de la Providencia y a decir que les había engañado. Día de júbilo fue aquel de Septiembre de 1845 en que vino a ocupar su puesto en el más dichoso de los hogares Juanito Santa Cruz. Fue padrino del crío el gordo Arnaiz, quien dijo a Barbarita: «A mí no me la das tú. Aquí ha habido matute. Este ternero lo has traído de la Inclusa para engarnmos… ¡Ah!, estos proteccionistas no son más que contrabandistas disfrazados». ...

En la línea 200
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Anunciaron a lord St, John, quien, después de hacer pleitesía a Tom, dijo: ...

En la línea 238
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tocó una, campanilla y se presentó un paje, a quien se dio orden de solicitar la presencia de sir William Herbert. Este caballero se presentó al instante y condujo a Tom a un aposento interior, donde el primer movimiento del niño fue alcanzar una copa de agua; pero la tomó un servidor vestido de seda y terciopelo, que hincando una rodilla se la ofreció en una bandeja de oro. ...

En la línea 261
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Examinó Tom con interés los nabos y la lechuga y preguntó qué eran y si eran para comer, porque apenas recientemente se habían empezado a cultivar en Inglaterra, en vez de importarlos de Holanda como lujo.[4] Se contesto a su pregunta con grave respeto, y sin manifestar sorpresa. Cuando hubo terminado el postre, se llenó los bolsillos de nueces, pero nadie pareció reparar en ello, ni perturbarse por ello. Mas al momento fue él quien se perturbó y se mostró confuso, porque era aquél el único servicio que le habían permitido realizar con sus propian manos durante la comida, y no dudó de que había hecho algo impropio e indigno de un príncipe. En aquel instante empezaron a temblarle los músculos de la nariz, y el extremo de este órgano a levantarse y contraerse. Prosiguió esta situación, y Tom empezó a dar muestras de creciente desazón. Miró suplicante, primero a uno y después al otro de los lores que le rodeaban y las lágrimas vinieron a sus ojos. Avanzaron con la ansiedad pintada en sus rostros y le rogaron los enterara de su apuro. Tom dijo con verdadera angustia: ...

En la línea 333
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Un recio golpe, de la ancha palma de Canty en el hombro del niño lo mandó tambaleándose a los brazos de la buena mujer de Canty, quien lo estrechó contra su seno, y lo defendió de una violenta lluvia de puñetazos y bofetadas, interponiendo su propia persona. Las asustadas muchachas se retiraron a su rincón, pero la abuela avanzó muy solícita para asistir a su hijo. El príncipe se separó de la señora Canty exclamando: ...

En la línea 233
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Era la teoría del criado, quien también se las tenía. ...

En la línea 234
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Augusto se lavó, peinó, vistió y avió como quien tiene ya un objetivo en la vida, rebosando íntimo arregosto de vivir. Aunque melancólico. ...

En la línea 264
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Luego entró al Instituto y por las noches era su madre quien le tomaba las lecciones. Y estudió para tomárselas. Estudió todos aquellos nombres raros de la historia universal, y solía decirle sonriendo: « Pero ¡cuántas barbaridades han podido hacer los hombres, Dios mío!» Estudió matemáticas, y en esto fue en lo que más sobresalió aqueIla dulce madre. «Si mi madre llega a dedicarse a las matemáticas… » , se decía Augusto. Y recordaba el interés con que seguía el desarrollo de una ecuación de segundo grado. Estudió psicología, y esto era lo que más se le resistía. «Pero ¡qué ganas de complicar las cosas!», solía decir a esto. Estudió física y química a historia natural. De la historia natural lo que no le gustaba era aquellos motajos raros que se les da en ella a los animales y las plantas. La fisiología le causaba horror, y renunció a tomar sus lecciones a su hijo. Sólo con ver aquellas láminas que representaban el corazón o los pulmones al desnudo presentábasele la sanguinosa muerte de su marido. «Todo esto es muy feo, hijo mío –le decía–; no estudies médico. Lo mejor es no saber cómo se tienen las cosas de dentro.» ...

En la línea 305
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Yo soy, señora, Augusto Pérez, hijo de la difunta viuda de Pérez Rovira, a quien usted acaso conocería. ...

En la línea 168
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Quién no la conoce en esta isla? Es el ángel bueno de Labuán, a quien todos adoran. ...

En la línea 423
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Vuela! —exclamó espoleando con furia al animal—. ¡Tengo que demostrarle a ese oficialillo impertinente de lo que soy capaz! ¡No será él quien ofrezca la piel del tigre a lady Mariana, aunque tenga que hacerme triturar! ...

En la línea 494
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Se ha marchado sin haberme dicho nada anoche? —murmuró—. ¿Se estará tramando alguna traición en mi contra? ¿Y si esta noche volviera como enemigo? ¿Qué debo hacer con ese hombre que me ha cuidado como un padre y que es el tío de la mujer a quien adoro? ¡Ah, qué bella estaba Mariana la tarde en que intenté huir! ¡Y yo trataba de alejarme para siempre de ti, cuando tú me amabas ya! ¡Extraño destino! ¿Quién hubiera dicho que yo amaría a esa mujer? ¡Y cómo la amo! ¡Por esa mujer sería capaz de hacerme inglés, me vendería como esclavo, dejaría para siempre la borrascosa vida de aventurero, maldeciría a mis tigrecillos y a ese mar que domino y que considero como la sangre de mis venas! ...

En la línea 500
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Escuche —dijo aterrada—. Ayer dejó usted escapar unas palabras que han alarmado a mi tío. Tengo una sospecha que usted debe arrancarme del corazón. Dígame, si la mujer a quien ha jurado amor le pidiera una confesión, ¿se la haría? ...

En la línea 73
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Conseil era mi doméstico, un abnegado muchacho que me acompañaba en todos mis viajes; un buen flamenco por quien sentía yo mucho cariño y al que él correspondía sobradamente; un ser flemático por naturaleza, puntual por principio, cumplidor de su deber por costumbre y poco sensible a las sorpresas de la vida. De gran habilidad manual, era muy apto para todo servicio. Y a pesar de su nombre1, jamás daba un consejo, incluso cuando no se le pedía que lo diera. ...

En la línea 128
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La tripulación estaba, en efecto, impaciente por encontrar al unicornio, por arponearlo, izarlo a bordo y despedazarlo. Por eso vigilaba el mar con una escrupulosa atención. El comandante Farragut había hablado de una cierta suma de dos mil dólares que se embolsaría quien, fuese grumete o marinero, contramaestre u oficial, avistara el primero al animal. No hay que decir cómo se ejercitaban los ojos a bordo del Abraham Lincoln. ...

En la línea 198
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Sin embargo, no podía prolongarse mucho más tiempo esa búsqueda inútil. El Abraham Lincoln no tenía nada que reprocharse, pues había hecho todo lo posible por lograrlo. Nunca una tripulación de un buque de la marina norteamericana había dado más muestras de celo y de paciencia, y en ningún caso podía imputársele la responsabilidad de fracaso. Ya no quedaba más que regresar, y así se le comunicó al comandante, quien se mantuvo firme en su intención de persistir en su empeño. Los marineros no ocultaron entonces su descontento, de lo que se resintió el servicio, sin que ello quiera decir que se produjese una rebelión a bordo. Después de un razonable período de obstinación, el comandante Farragut, al igual que Colón en otro tiempo, pidió tres días de paciencia. Si en ese plazo no apareciera el monstruo, el timonel daría tres vueltas de rueda y el Abraham Lincoln pondría rumbo a los mares de Europa. ...

En la línea 256
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La tripulación esperaba impaciente las órdenes de su jefe Tras haber observado atentamente al animal, el comandante llamó al ingeniero, quien se presentó inmediatamente. ...

En la línea 129
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Él, mientras tanto, tragaba de un modo curioso la carne picada; más como quien quisiera guardar algo con mucha prisa y no como quien come, pero dejó la carne para tomar un trago de licor. Mientras tanto se estremecía con tal violencia que a duras penas podía conservar el cuello de la botella entre los dientes, de modo que se vio obligado a sujetarla con ellos. ...

En la línea 129
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Él, mientras tanto, tragaba de un modo curioso la carne picada; más como quien quisiera guardar algo con mucha prisa y no como quien come, pero dejó la carne para tomar un trago de licor. Mientras tanto se estremecía con tal violencia que a duras penas podía conservar el cuello de la botella entre los dientes, de modo que se vio obligado a sujetarla con ellos. ...

En la línea 150
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — El joven. Ese de quien me habló usted. El que estaba escondido. ...

En la línea 178
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por eso nos sirvió nuestras rebanadas de pan como si fuésemos dos mil hombres de tropa en una marcha forzada, en vez de un hombre y un chiquillo en la casa; y tomamos algunos tragos de leche y de agua, aunque con muy mala cara, de un jarrito que había en el aparador. Mientras tanto, la señora Joe puso cortinas limpias y blancas, clavó un volante de flores en la chimenea para reemplazar el viejo y quitó las fundas de todos los objetos de la sala, que jamás estaban descubiertos a excepción de aquel día, pues se pasaban el año ocultos en sus forros, los cuales no se limitaban a las sillas, sino que se extendían a los demás objetos, que solían estar cubiertos de papel de plata, incluso los cuatro perritos de lanas blancos que había sobre la chimenea, todos con la nariz negra y una cesta de flores en la boca, formando parejas. La señora Joe era un ama de casa muy limpia, pero tenía el arte exquisito de hacer su limpieza más desagradable y más incómoda que la misma suciedad. La limpieza es lo que está más cerca de la divinidad, y mucha gente hace lo mismo con respecto a su religión. Como mi hermana tenia mucho trabajo, se hacía representar para ir a la iglesia, es decir, que en su lugar íbamos Joe y yo. En su traje de trabajo, Joe tenía completo aspecto de herrero, pero en el traje del día de fiesta parecía más bien un espantajo en traje de ceremonias. Nada de lo que entonces llevaba le caía bien o parecía pertenecerle, y todo le rozaba y le molestaba en gran manera. En aquel día de fiesta salió de su habitación cuando ya repicaban alegremente las campanas, pero su aspecto era el de un desgraciado penitente en traje dominguero. En cuanto a mí, creo que mi hermana tenía la idea general de que yo era un joven criminal, a quien un policía comadrón cogió el día de mi nacimiento para entregarme a ella, a fin de que me castigasen de acuerdo con la ultrajada majestad de la ley. Siempre me trataron como si yo hubiese porfiado para nacer a pesar de los dictados de la razón, de la religión y de la moralidad y contra los argumentos que me hubieran presentado, para disuadirme, mis mejores amigos. E, incluso, cuando me llevaron al sastre para que me hiciese un traje nuevo, sin duda recibió orden de hacerlo de acuerdo con el modelo de algún reformatorio y, desde luego, de manera que no me permitiese el libre uso de mis miembros. ...

En la línea 96
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Porque uno no tiene adónde ir, ni a nadie a quien dirigirse. Todos los hombres necesitan saber adónde ir, ¿no? Pues siempre llega un momento en que uno siente la necesidad de ir a alguna parte, a cualquier parte. Por eso, cuando mi hija única fue por primera vez a la policía para inscribirse, yo la acompañé… (porque mi hija está registrada como… ) ‑añadió entre paréntesis, mirando al joven con expresión un tanto inquieta‑. Eso no me importa, señor ‑se apresuró a decir cuando los dos muchachos se echaron a reír detrás del mostrador, e incluso el tabernero no pudo menos de sonreír‑. Eso no me importa. Los gestos de desaprobación no pueden turbarme, pues esto lo sabe todo el mundo, y no hay misterio que no acabe por descubrirse. Y yo miro estas cosas no con desprecio, sino con resignación… ¡Sea, sea, pues! Ecce Homo. Óigame, joven: ¿podría usted… ? No, hay que buscar otra expresión más fuerte, más significativa. ¿Se atrevería usted a afirmar, mirándome a los ojos, que no soy un puerco? ...

En la línea 141
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No es a Catalina Ivanovna a quien temo ‑balbuceaba, en medio de su inquietud‑. No es la perspectiva de los tirones de pelo lo que me inquieta. ¿Qué es un tirón de pelos? Nada absolutamente. No le quepa duda de que no es nada. Hasta prefiero que me dé unos cuantos tirones. No, no es eso lo que temo. Lo que me da miedo es su mirada… , sí, sus ojos… Y también las manchas rojas de sus mejillas. Y su jadeo… ¿Ha observado cómo respiran estos enfermos cuando los conmueve una emoción violenta… ? También me inquieta la idea de que voy a encontrar llorando a los niños, pues si Sonia no les ha dado de comer, no sé… , yo no sé cómo habrán podido… , no sé, no sé… Pero los golpes no me dan miedo… Le aseguro, señor, que los golpes no sólo no me hacen daño, sino que me proporcionan un placer… No podría pasar sin ellos. Lo mejor es que me pegue… Así se desahoga… Sí, prefiero que me pegue… Hemos llegado… Edificio Kozel… Kozel es un cerrajero alemán, un hombre rico… Lléveme a mi habitación. ...

En la línea 161
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «¡Qué estupidez he cometido! ‑pensó‑. Ellos tienen a Sonia, y yo no tengo quien me ayude.» ...

En la línea 221
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Marfa Petrovna quedó por segunda vez estupefacta, como herida por un rayo, según su propia expresión, pero no dudó ni un momento de la inocencia de Dunia, y al día siguiente, que era domingo, lo primero que hizo fue ir a la iglesia e implorar a la Santa Virgen que le diera fuerzas para soportar su nueva desgracia y cumplir con su deber. Acto seguido vino a nuestra casa y nos refirió todo lo ocurrido, llorando amargamente. En un arranque de remordimiento, se arrojó en los brazos de Dunia y le suplicó que la perdonara. Después, sin pérdida de tiempo, recorrió las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en los términos más halagadores, rendía homenaje a la inocencia, a la nobleza de sentimientos y a la integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto, mostraba y leía a todo el mundo la carta escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me parece una exageración. Recorrió las casas de todas sus amistades, en lo cual empleó varios días. Ello dio lugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a otros, lo que consideraban una injusticia. Al fin se determinó con toda exactitud el orden de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el día que le tocaba el turno. En toda la ciudad se sabía dónde tenía que leer Marfa Petrovna la carta tal o cual día, y el vecindario adquirió la costumbre de reunirse en la casa favorecida, sin excluir aquellas familias que ya habían escuchado la lectura en su propio hogar y en el de otras familias amigas. Yo creo que en todo esto hay mucha exageración, pero así es el carácter de Marfa Petrovna. Por otra parte, es lo cierto que ella ha rehabilitado por completo a Dunetchka. Toda la vergüenza de esta historia ha caído sobre el señor Svidrigailof, a quien ella presenta como único culpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento compasión de él. A mi juicio, la gente es demasiado severa con este insensato. ...

En la línea 287
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —A quien yo le dijera. ...

En la línea 343
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Nada hay de eso. Desde Berlín tenía las orejas atiborradas de ese “Ja wohl!” constantemente repetido de un modo tan antipático. Al encontrarles en la avenida aquel “Ja wohl!” no sé por qué me vino a la memoria y tuvo el don de crisparme los nervios. Además, la baronesa, a quien he encontrado ya tres veces, tiene la costumbre de andar directamente hacia mí como si yo fuera un gusano al que se quiere aplastar con el pie; convenga conmigo en que yo puedo tener también mi amor propio. Me descubrí, diciendo muy cortésmente —le aseguro a usted que cortésmente—: “Madame, j'ai l'honneur d'étre votre esclave”. Cuando el barón se volvió, diciendo “Hein!”, me sentí incitado a gritar inmediatamente: “Ja wohl!”. Lancé dos veces esta exclamación, la primera con mi voz ordinaria y la segunda con toda la fuerza de mis pulmones. Eso es todo. ...

En la línea 350
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Permítame, permítame, general. ¿Es realmente él quien ha exigido que no siga formando parte de “su casa” como usted dice? ...

En la línea 363
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por otra parte, era a Paulina y no al general a quien deseaba disgustar. Me había tratado tan cruelmente y empujado por un camino tan absurdo que deseaba ahora obligarla a suplicarme que no hiciese nada. ...

En la línea 70
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En otra parte había escrito: 'No preguntéis su nombre a quien os pide asilo. Precisamente quien más necesidad tiene de asilo es el que tiene más dificultad en decir su nombre'. ...

En la línea 120
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Volvió el muchacho: traía un papel. El huésped lo desdobló apresuradamente como quien está esperando una contestación. Leyó atentamente, movió la cabeza y permaneció pensativo. Por fin dio un paso hacia el viajero que parecía sumido en no muy agradables ni tranquilas reflexiones. ...

En la línea 211
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La puerta se abrió. Pero se abrió de par en par, como si alguien la empujase con energía y resolución. Entró un hombre. A este hombre lo conocemos ya. Era el viajero a quien hemos visto vagar buscando asilo. Entró, dio un paso y se detuvo, dejando detrás de sí la puerta abierta. Llevaba el morral a la espalda; el palo en la mano; tenía en los ojos una expresión ruda, audaz, cansada y violenta. Era una aparición siniestra. ...

En la línea 243
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - No tenéis que decirme quien sois. Esta no es mi casa, es la casa de Jesucristo. Esa puerta no pregunta al que entra por ella si tiene un nombre, sino si tiene algún dolor. Padecéis; tenéis hambre y sed; pues sed bien venido. No me lo agradezcáis; no me digáis que os recibo en mi casa. Aquí no está en su casa más que el que necesita asilo. Vos que pasáis por aquí, estáis en vuestra casa más que en la mía. Todo lo que hay aquí es vuestro. ¿Para qué necesito saber vuestro nombre? Además, tenéis un nombre que antes que me lo dijeseis ya lo sabía. ...

En la línea 12
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -Le dan ataques -dijo el hombre, ocultando la mano herida ante la presencia del encargado del vagón, a quien había atraído el ruido del inciden te-. Lo llevo a San Francisco. El amo lo manda a un veterinario que cree que podrá curarlo. ...

En la línea 41
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Había perdido (lo sabía), pero no estaba vencido. Comprendió, de una vez para siempre, que contra un hombre con un garrote carecía de toda posibilidad. Había aprendido la lección y no la olvidaría en su vida. Aquel garrote fue una revelación. Fue su toma de contacto con el reino de la ley primitiva y aceptó sus términos. Las realidades de la vida adquirieron un aspecto más temible; y si bien las afrontó sin amedrentarse, lo hizo con toda la latente astucia de su naturaleza en funcionamiento. En el transcurso de los días llegaron otros perros, en cajones o sujetos con una soga, unos dócilmente y otros rugiendo con furia como había hecho él; y a todos ellos los vio someterse al dominio del hombre del jersey rojo. Una y otra vez, segun contemplaba aquellas brutales intervenciones, la lección se afianzaba en el corazón de Buck: un hombre con un garrote era el que dictaba la ley, un amo a quien se obedece, aunque no necesariamente se acepte. ...

En la línea 60
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por la tarde, Perrault, a quien le urgía ponerse en camino con el correo, regresó con dos perros más. Billie y Joe, así les llamaba, eran hermanos y esquimales auténticos. Aunque hijos de la misma madre, eran como el día y la noche. El único defecto de Billie era su carácter sumamente acomodaticio, mientras que Joe era el extremo opuesto, malhumorado e introspectivo, siempre gruñón y con la mirada atravesada. Buck los recibió de buen talante, Dave no les hizo el menor caso, mientras que Spitz se puso a provocar primero a uno y después al otro. Billie meneó la cola intentando aplacarlo, salió corriendo cuando vio que su intento era vano y emitió un gruñido (todavía apaciguador) cuando los afilados dientes de Spitz le dejaron una marca en el costado. En cambio, Joe, por muchas vueltas que diera Spitz, giraba en redondo sobre las patas traseras y le hacía frente: los pelos erizados, las orejas echadas hacia atrás, la boca contorsionada enseñando los dientes, lo esquivaba con el incesante movimiento de su quijada y un brillo diabólico en los ojos. Era la encarnación misma del terror beligerante. Tan terrible era su aspecto que Spitz no tuvo más remedio que renunciar a someterlo; y se desquitó corriendo tras el inofensivo Billie hasta los confines del campamento. ...

En la línea 75
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Enseguida fue perdiendo Buck la delicadeza de su vida anterior. Comilón moroso y refinado, se encontró con que sus compañeros, que acababan antes, le robaban la porción que no había consumido aún. No había forma de defenderla. Mientras él ahuyentaba a dos o tres ladrones, la comida desaparecía en el gaznate de los demás. El único remedio era comer tan rápido como ellos; y tanto lo acuciaba el hambre que enseguida aprendió a coger lo que no era suyo. Observaba y aprendía. Una vez vio como Pike, uno de los nuevos, un hábil ladrón y especialista en escaquearse, robaba con astucia un trozo de tocino cuando Perrault le daba la espalda, y al día siguiente Buck se apoderó de todo el tocino. Se armó un gran jaleo, pero nadie sospechó de él; fue Dub, un ladrón torpe al que siempre sorprendían con las manos en la masa, quien recibió el castigo en su lugar. ...

En la línea 44
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... »El alma, al encarnar, olvida toda su larga historia anterior, que, según parece, no le serviría de estímulo sino de desconsuelo, y haría imposible sus relaciones con muchos de sus semejantes, pues es de clavo pasado que el interfecto no soportaría la vista de su asesino, el marido engañado la de su infiel, el comerciante la de su cajero ladrón; e inconcuso que quien en otras vidas tropezó y cayó, perdería en la actual con este recuerdo la moral para regenerarse. El alma, pues, come “la flor de loto”, pero no olvida en realidad ciertas cosas, según afirman los teorizantes. ...

En la línea 206
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... »El doctor Wilde recuerda de un estudiante de Medicina, alumno de la Salpetriere, quien, para preparar su tesis sobre el fenómeno referido (Paramesis ou fausse reconnaissance) publicó en 1897 un cuestionario de 36 artículos, con el fin de saber en qué circunstancias físicas y morales y con ocasión de qué accidentes las personas que le respondieran habían experimentado esa extraña impresión, en virtud de la cual, el mismo hecho se les había presentado como pasado y presente al propio tiempo, teniendo ellas además la clara visión de lo que iba a suceder, como si lo recordaran de golpe (cita a Dickens). ...

En la línea 214
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Un día, por orden de la autoridad competente, entró en la vetusta mansión la justicia y tras de ella el público, con el vendedor aludido a la cabeza, el cual hubo de desmayarse al saber que el sujeto a quien él por tantos años había llamado míster Williams, no era tal míster Williams; que la tía Marta era miss Peggi; que el dependiente Frank no era dependiente, sino socio, y se llamaba John (no eran éstos precisamente los nombres, pero para el caso es lo mismo). En fin, que los aposentos no estaban distribuidos en la forma que él les había adjudicado, ni respondían al plan trazado en su mente, con líneas indestructibles; en resumen, el pobre diablo experimentó una desilusión completa y dolorosa, como si la destrucción de pie su fantasía había creado, fuera una desgracia1. ...

En la línea 216
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... -Por lo demás, hay quien pretende que algunos de estos fenómenos tienen un misterioso origen. ...

En la línea 10
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aun pudiera curarme en salud, vindicándome anticipadamente de otro cargo que tal vez me dirija algún malhumorado censor. Hay quien cree que la novela debe probar, demostrar o corregir algo, presentando al final castigado el vicio y galardonada la virtud, ni más ni menos que en los cuentecicos para uso de la infancia. Exigencia es esta a que no están sujetos pintores, arquitectos ni escultores: que yo sepa, nadie puso tacha a Velázquez porque de sus Hilanderas o sus Niños bobos no resulte lección edificante alguna. Sólo al mísero escritor entregan férula y palmeta a fin de que vapulee a la sociedad, pero con tal disimulo, que ésta haya de tomar los disciplinazos por caricias, y enmendarse a puros entretenidos azotes. Yo de mí sé decir que en arte me enamora la enseñanza indirecta que emana de la hermosura, pero aborrezco las píldoras de moral rebozadas en una capa de oro literario. Entre el impudor frío y afectado de los escritores naturalistas y las homilías sentimentales de los autores que toman un púlpito en cada dedo y se van por esos trigos predicando, no escojo; me quedo sin ninguno. Podrá este mi criterio parecer a unos laxo, a otros en demasía estrecho: a mí me basta saber que, prácticamente, lo profesaron Cervantes, Goethe, Walter Scott, Dickens, los príncipes todos de la romancería. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 31
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Vete en paz, y Dios Nuestro Señor te acompañe, que es buen acompañante -contestó-. Ya he rezado por ti el itinerario, para que volvamos tan sanos y satisfechos… Acuérdate de lo que te avisé, chiquilla; ahora ya somos, como quien dice, una señora casada y de respeto; y aunque nos parece que todo se va a volver florecicas y mieles en el nuevo estado, y nos largamos por esos mundos a echar canas al aire y divertirnos… ¡cuidadito, cuidadito!, puede que donde menos se piense salte la liebre, y tengamos rabietas, y pruebecitas y trabajos que no tuvimos de niños… No ser tonta entonces… ¿eh? Ya sabemos que Aquel que anda por allá arriba moviendo aquellas estrellas tan preciosas, es el único que nos entiende y nos consuela cuando a Él le parece… mira, en vez de tanto trapo como has metido en las maletas, mete paciencia, ¡chiquilla! mete paciencia. Es mejor aún que el árnica y los emplastos… ; si a quien era tan grande le hizo falta para aguantar aquella cruz, tú que eres chiquitita… ...

En la línea 31
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Vete en paz, y Dios Nuestro Señor te acompañe, que es buen acompañante -contestó-. Ya he rezado por ti el itinerario, para que volvamos tan sanos y satisfechos… Acuérdate de lo que te avisé, chiquilla; ahora ya somos, como quien dice, una señora casada y de respeto; y aunque nos parece que todo se va a volver florecicas y mieles en el nuevo estado, y nos largamos por esos mundos a echar canas al aire y divertirnos… ¡cuidadito, cuidadito!, puede que donde menos se piense salte la liebre, y tengamos rabietas, y pruebecitas y trabajos que no tuvimos de niños… No ser tonta entonces… ¿eh? Ya sabemos que Aquel que anda por allá arriba moviendo aquellas estrellas tan preciosas, es el único que nos entiende y nos consuela cuando a Él le parece… mira, en vez de tanto trapo como has metido en las maletas, mete paciencia, ¡chiquilla! mete paciencia. Es mejor aún que el árnica y los emplastos… ; si a quien era tan grande le hizo falta para aguantar aquella cruz, tú que eres chiquitita… ...

En la línea 7
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¿Era rico Phileas Fogg? Indudablemente. Cómo había realizado su fortuna, es lo que los mejor informados no podían decir, y para saberlo, el último a quien convenía dirigirse era míster Fogg. En todo caso, aun cuando no se prodigaba mucho, no era tampoco avaro, porque en cualquier parte donde faltase auxilio para una cosa noble, útil o generosa, solía prestarlo con sigilo y hasta con el velo del anónimo. ...

En la línea 35
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En cuanto a Juan, alias Picaporte, verdadero parisiense de París, durante los cinco años que había habitado en Inglaterra desempeñando la profesión de ayuda de cámara, en vano había tratado de hallar un amo a quien poder tomar cariño. ...

En la línea 93
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Sí, ochenta días! -exclamó Andrés Stuart, quien por inadvertencia cortó una carta mayor-. Pero eso sin tener en cuenta el mal tiempo, los vientos contrarios, los naufragios, los descarrilamientos, etc. ...

En la línea 97
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Andrés Stuart, a quien tocaba dar, recogió las cartas, diciendo: ...


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de k;q

Las Reglas Ortográficas de la K

Regla 1.- K La letra K es muy escasa en castellano y solo aparece dos tipos de palabras, en los vocablos con prefijo de kilo-

Ejemplos: kilómetro kilogramo kilotón kilohertzio ...

Regla 2.- K La otra fuente de palabras que usan k son los prestamos linguisticos de otros idiomas como

por ejemplo en káiser kárate kurdo

Regla 3.- K En general el sonido K (de queso o camino) se transcribe con c ante las vocales 'a', 'o', 'u' y con qu ante 'e' o 'i'

carne coche cuello queso quince

Las Reglas Ortográficas de la Q

Regla 1.- Regla general La letra Q es poco usada en castellano y siempre va acompañada de que o qui, aunque la u no se pronuncia

La mayorias de las palabras que usan k son los prestamos linguisticos de otros idiomas

Ejemplos de palabras con Que :

aeroparque anaquel arique arqueología arquero arquetipo arranque asquerosidad ataque aunque banqueta banquete bosque cheque desembarque desemboque desempaque desenfoque desmarque dique disloque embarque empaque enfoque estanque maqueta quebrar queja quemadura quemar querer querubín queso.

Excepciones casi todas prestamos extranjeros: bróker búnker cricket hacker hockey karaoke kelvin kendo keniata marketing sketch.

Ejemplos de palabras con Qui : adquirir adquisición alquilar alquimia anarquista aniquilación aniquilar arquitectura esquimal quiebra quietud quijada química quince quincena quincuagésima
Excepciones: aikido bikini kilo kilobyte kilocaloría kilociclo kilogramo kilohercio kilolitro kilometraje kilometrar kilómetro kilovatio kilovoltio kimono kindergarten kiosco kiwi overbooking parking ranking vikingo.

Regla 2.- Plurales de cLos plurales de las palabras de origen extranjero que terminan en c. Ejemplos:

frac – fraques cuello vivac – vivaques clac – claques

Regla 3 .- Doble grafía Existen palabras que tienen doble grafía se escriben con K, pero se pueden usar tambien la Q dos grafías. Ejemplos: kiosco – quioscov fakir – faquir kimono – quimono kilogramo – quilogramo.


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras k;q


la Ortografía es divertida

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