Cual es errónea Muchedumbre o Muchedumbrre?
La palabra correcta es Muchedumbre. Sin Embargo Muchedumbrre se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra muchedumbrre es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra muchedumbre

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Reglas relacionadas con los errores de r
Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r
Algunas Frases de libros en las que aparece muchedumbre
La palabra muchedumbre puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 719
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Veíanse en esta muchedumbre muchos de los que vivían en las inmediaciones de las antiguas tierras de Barret. ...
En la línea 381
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El antiguo contrabandista creía traer una provisión de nueva vida cuando bajaba al llano, al campo de interminables surcos que se perdían en el horizonte y sobre los cuales sudaba encorvada una muchedumbre turbulenta y miserable, roída por el odio y las necesidades. ...
En la línea 544
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era una pieza estrecha y larga, que aún parecía más grande por lo denso de la atmósfera y la escasez de luz. En el fondo estaba el hogar, en el que ardía una lumbre de boñiga seca, despidiendo un olor infecto. Un candil marcaba su llama como una lágrima roja y titilante en este ambiente nebuloso. El resto de la pieza, completamente a oscuras, tenía en sus tinieblas palpitaciones de vida. Adivinábase la presencia de una muchedumbre bajo la mortaja de sombras. ...
En la línea 783
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La muchedumbre de trabajadores llenó la capilla, permaneciendo todos de pie, con un gesto hosco que hacía perder a Dupont, en ciertos momentos, toda esperanza de que aquella gente agradeciese los cuidados que tenía con sus almas. ...
En la línea 893
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El revolucionario pensaba en el _Maestrico_, en aquel muchacho que había visto escribir trabajosamente a la luz del candil, en la gañanía de Matanzuela. Tal vez aquella alma simple contemplaba mejor el porvenir al través de su sencilla fe, que él con su indignación, que ansiaba destruir inmediatamente todo lo malo. Lo primero era crear hombres nuevos, antes de ir a la supresión del mundo caduco. Y pensando en la muchedumbre miserable y sin voluntad, hablaba con cierta tristeza. ...
En la línea 3812
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La atención que nos hemos visto obligados a prestar durante el co mienzo de este capítulo a los personajes ilustres que en él hemos intro ducido, nos han alejado un instante de aquel a quien Ana de Austria debía el triunfo inaudito que acababa de obtener sobre el cardenal y que, confundido, ignorado perdido en la muchedumbre apiñada en una de las puertas, miraba desde allí esta escena sólo comprensible pa ra cuatro personas: el rey, la reina Su Eminencia y él. ...
En la línea 613
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estaba escrito con garrapatos casi ilegibles, y tan manchado de sudor, que me costó mucho trabajo descifrar su contenido; al cabo conseguí hacer la siguiente transcripción literal del conjuro, escrito en mal portugués, pero que me impresionó en aquella ocasión, por tratarse de la composición más extraordinaria que había visto: EL CONJURO.—«Justo juez y divino Hijo de la Virgen María, que naciste en Belén, Nazareno, y fuiste crucificado entre la muchedumbre de los judíos, te suplico, Señor, por tu sexto día, que mi cuerpo no sea preso por la justicia ni reciba de sus manos la muerte, la paz sea con nosotros, la paz de Cristo, venga a mí la paz, la paz sea con nosotros, dijo Dios a sus discípulos. ...
En la línea 3323
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pronto estuvimos montados y en la calle, en medio de una revuelta muchedumbre de hombres y cuadrúpedos. ...
En la línea 6062
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El caso sería muy distinto tratándose de la muchedumbre de la capital, donde podía continuar mis trabajos con relativo secreto. ...
En la línea 5525
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sea ejemplo: está uno en la calle descuidado, llegan diez con mano armada, y, dándole de palos, pone mano a la espada y hace su deber, pero la muchedumbre de los contrarios se le opone, y no le deja salir con su intención, que es de vengarse; este tal queda agraviado, pero no afrentado. ...
En la línea 6037
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias. ...
En la línea 6141
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Pues advertid, hermano -dijo Sancho-, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas; y yo imagino que en esta ínsula debe de haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que, si el gobierno me dura cuatro días, yo escardaré estos dones, que, por la muchedumbre, deben de enfadar como los mosquitos. ...
En la línea 6918
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Dos veces repitió estas mismas razones, y dos veces no fueron oídas de ningún aventurero; pero la suerte, que sus cosas iba encaminando de mejor en mejor, ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres de a caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando todos apiñados, de tropel y a gran priesa. ...
En la línea 9031
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El mísero empleado del Banco retorcía el bigotillo engomado y con voz de tiple decía a la muchedumbre de sus hijos que lloraban por la sopa: —Silencio, niños, que mamá riñe si se come sin ella. ...
En la línea 13132
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Pompeyo, que daba diente con diente, de frío con fiebre, se detuvo en lo más alto de la calle de la Rúa para contemplar aquella muchedumbre apiñada a los pies de la torre, en tan estrecho recinto, cuando podía extenderse a sus anchas por toda la plazuela. ...
En la línea 13428
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En efecto, el pueblo se lo enseñaba con el dedo: Aquel es, aquel es, decía la muchedumbre señalando al Apóstol, al Magistral. ...
En la línea 13554
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Como una ola de admiración precedía al fúnebre cortejo; antes de llegar la procesión a una calle, ya se sabía en ella, por las apretadas filas de las aceras, por la muchedumbre asomada a ventanas y balcones que la Regenta venía guapísima, pálida, como la Virgen a cuyos pies caminaba. ...
En la línea 309
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Capistrano y Carvajal, que se habían presentado a los húngaros con c las manos vacías, sin más auxilio que las palabras ardorosas de su Pontífice, (consiguieron improvisar un ejército, Pareció éste ridículo a los verdaderos hombres de guerra comparado con el de los turcos, que era tenido por toda Europa como Invencible. Hunyades organizó a su costa siete mil húngaros, y Capistrano y Carvajal le dieron como fuerza auxiliar una muchedumbre abigarrada, enardecida por sus predicaciones, compuesta de artesanos, labriegos, frailes, eremitas y estudiantes, armados casi todos con guadañas, venablos y horquillas. Muchos de los nuevos cruzados eran aventureros que iban en busca de botín; pero los más acudían a la pelea con el deseo de morir, ganando el cielo. Varios grupos de lansquenetes alemanes y guerreros polacos dieron cierta consistencia militar a esta masa confusa y mal armada, conducida por el fraile Capistrano. ...
En la línea 311
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Avanzó Hunyades con su ejército irregular en auxilio de Belgrado. Junto a él marchaba Capistrano llevando en alto un crucifijo regalo -de Calixto III e invocando el nombre de Jesús. Contra toda regla militar y con menosprecio de la ley de las probabilidades, dicha muchedumbre mal organizada, pero dispuesta a morir, rompió el cerco de los turcos y dio auxilio a los que defendían a Belgrado. Luego, revolviéndose contra los sitiadores, con una audacia desconcertante para éstos, consiguió desbaratarlos, apoderándose de su campamento, de su enorme artillería y obligando a huir al famoso conquistador de Constantinopla. ...
En la línea 370
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Calixto III, con su autoridad de gran jurisconsulto, declaraba el reino de Nápoles perteneciente a la iglesia, no pudiendo ceñirse nadie su corona sin la aprobación papal. Por esto se indignó al saber que el bastardo, apenas muerto su padre, montaba a caballo con vestiduras reales, cabalgando por las calles de Nápoles entre la muchedumbre, que gritaba: « ¡Viva el rey don Ferrante!» ...
En la línea 623
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Casi todos los cruzados, españoles y franceses, mientras llegaban las naves que debían llevarlos a Oriente, se mataban entre ellos en continuas pendencias. No encontrando el Pontífice buques ni dinero, moría en Ancona, viendo con tristeza, desde una ventana de su dormitorio, las pocas naves que había conseguido reunir y la muchedumbre sin orden y sin armas, que nunca llegaría a formar un verdadero ejército. ...
En la línea 119
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una explosión de regocijo estalló en torno de la cabeza de Gillespie, un huracán de gritos, carcajadas y aclamaciones. La muchedumbre enana reía al verle con el brazo en alto, inmovilizado por el tirón de esta fuerza incomprensible para el. ...
En la línea 125
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mientras permanecía inmóvil fue examinando lo que le rodeaba. La muchedumbre era cada vez más numerosa en torno de su cuerpo y en las profundidades del bosque. El zumbido de sus palabras y sus gritos iba en aumento. Se presentía la llegada incesante de nuevos grupos. Por entre los cuatro aeroplanos inmóviles al extremo de sus cables volaban otros completamente libres, que se complacían en pasar y repasar sobre la nariz del prisionero. Eran dragones rojos y verdes, serpientes de enroscada cola, peces de lomo redondo, todos con alas, con escamas de diversos colores y con ojos enormes. Gillespie adivinó que eran las luciérnagas que en la noche anterior lanzaban mangas de luz por sus faros, ahora extinguidos. ...
En la línea 127
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Parecían venir de muy lejos, y la muchedumbre pedestre abría paso respetuosamente a sus vehículos. Estos recién llegados también reían al ver al gigante, con un regocijo pueril, mostrando en sus gestos y sus carcajadas algo de femenino, que empezó a llamar la atención de Gillespie. ...
En la línea 128
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Iba ya transcurrida una hora, y el prisionero empezaba a encontrar penosa su inmovilidad, cuando se hizo un profundo silencio. Procurando no moverse, torció a un lado y a otro sus ojos para examinar a la muchedumbre. Todos miraban en la misma dirección, y Gillespie se creyó autorizado para volver la cabeza en idéntico sentido. Entonces vio, como a dos metros de su rostro, un gran vehículo que acababa de detenerse. Este automóvil tenia la forma de una lechuza, y los faros que le servían de ojos, aunque apagados, brillaban con un resplandor de pupilas verdes. ...
En la línea 1643
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... No había más remedio que trabajar, y Juan Pablo empezó a buscarse la vida. Odiaba de tal modo las tiendas de tiradores de oro, que cuando pasaba por alguna, parecía que le entraba la jaqueca. Metiose en un negocio de pescado, uniéndose a cierto individuo que lo recibía en comisión para venderlo al por mayor por seretas de fresco y barriles de escabeche en la misma estación o en la plaza de la Cebada; pero en los primeros meses surgieron tales desavenencias con el socio, que Juan Pablo abandonó la pesca y se dedicó a viajante de comercio. Durante un par de años estuvo rodando por los ferrocarriles con sus cajas de muestras. De Barcelona hasta Huelva, y desde Pontevedra a Almería no le quedó rincón que no visitase, deteniéndose en Madrid todo el tiempo que podía. Trabajó en sombreros de fieltro, en calzado de Soldevilla, y derramó por toda la Península, como se esparce sobre el papel la arenilla de una salvadera, diferentes artículos de comercio. En otra temporada corrió chocolates, pañuelos y chales galería, conservas, devocionarios y hasta palillos de dientes. Por su diligencia, su honradez y por la puntualidad con que remitía los fondos recaudados, sus comitentes le apreciaban mucho. Pero no se sabe cómo se las componía, que siempre estaba más pobre que las ratas, y se lamentaba con amanerado pesimismo de su pícara suerte. Todas sus ganancias se le iban por entre los dedos, frecuentando mucho los cafés en sus ratos de descanso, convidando sin tasa a los amigos y dándose la mejor vida posible en las poblaciones que visitaba. A los funestos resultados de este sistema llamaba él haber nacido con mala sombra. La misma heterogeneidad y muchedumbre de artículos que corría mermó pronto los resultados de sus viajes y algunas casas empezaron a retirarle su confianza, y el aburrido viajante, siempre de mal temple y echando maldiciones y ternos contra los mercachifles, aspiraba a un cambio de vida y a ocupación más lucrativa y noble. ...
En la línea 2385
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pero si ya no se veía nada, se oía, pues el tiqui tiqui del taller de canteros parecía formar parte de la atmósfera que rodeaba el convento. Era ya un fenómeno familiar, y los domingos, cuando cesaba, la falta de aquella música era para todas las habitantes de la casa la mejor apreciación de día de fiesta. Los domingos, empezaba a oírse desde las dos el tambor que ameniza el Tío Vivo y balancines que están junto al Depósito de aguas. Este bullicio y el de la muchedumbre que concurre a los merenderos de los Cuatro Caminos y de Tetuán, duraba hasta muy entrada la noche. Mucho molestó en los primeros tiempos a algunas monjas el tal tamboril, no sólo por la pesadez de su toque, sino por la idea de lo mucho que se peca al son de aquel mundano instrumento. Pero se fueron acostumbrando, y por fin lo mismo oían el rumor del Tío Vivo los domingos, que el de los picapedreros los días de labor. Algunas tardes de día de fiesta, cuando las recogidas se paseaban por la huerta o el patio, la tolerancia de las madres llegaba hasta el extremo de permitirles bailar una chispita, con decencia se entiende, al son de aquellas músicas populares. ¡Cuántas memorias evocadas, cuántas sensaciones reverdecidas en aquellos poquitos compases y vueltas de las pobres reclusas! ¡Qué recuerdo tan vivo de las polkas bailadas con horteras en el salón de la Alhambra, de tarde, levantando mucho polvo del piso, las manos muy sudadas y chupando caramelos revenidos! Y lo peor de todo y lo que en definitiva las había perdido era que aquellos benditos horteras iban todos con buen fin. El buen fin precisamente, disculpando los malos medios, era la más negra. Porque después, ni fin ni principio ni nada más que vergüenza y miseria. ...
En la línea 2401
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pero lo que produjo en su alma inmenso trastorno fue el ver a la propia Jacinta, viva, de carne y hueso. Ni la conocía ni vio nunca su retrato; pero de tanto pensar en ella había llegado a formarse una imagen que, ante la realidad, resultó completamente mentirosa. Las señoras que protegían la casa sosteniéndola con cuotas en metálico o donativos, eran admitidas a visitar el interior del convento cuando quisieren; y en ciertos días solemnes se hacía limpieza general y se ponía toda la casa como una plata, sin desfigurarla ni ocultar las necesidades de ella, para que las protectoras vieran bien a qué orden de cosas debían aplicar su generosidad. El día de Corpus, después de misa mayor, empezaron las visitas que duraron casi toda la tarde. Marquesas y duquesas, que habían venido en coches blasonados, y otras que no tenían título pero sí mucho dinero, desfilaron por aquellas salas y pasillos, en los cuales la dirección fanática de Sor Natividad y las manos rudas de las recogidas habían hecho tales prodigios de limpieza que, según frase vulgar, se podía comer en el suelo sin necesidad de manteles. Las labores de bordado de las Filomenas, las planas de las Josefinas y otros primores de ambas estaban expuestos en una sala, y todo era plácemes y felicitaciones. Las señoras entraban y salían, dejando en el ambiente de la casa un perfume mundano que algunas narices de reclusas aspiraban con avidez. Despertaban curiosidad en los grupos de muchachas los vestidos y sombreros de toda aquella muchedumbre elegante, libre, en la cual había algunas, justo es decirlo, que habían pecado mucho más, pero muchísimo más que la peor de las que allí estaban encerradas. Manolita no dejó de hacer al oído de su amiga esta observación picante. En medio de aquel desfile vio Fortunata a Jacinta, y Manolita (marcando esta sola excepción en su crítica social), cuidó de hacerle notar la gracia de la señora de Santa Cruz, la elegancia y sencillez de su traje, y aquel aire de modestia que se ganaba todos los corazones. Desde que Jacinta apareció al extremo del corredor, Fortunata no quitó de ella sus ojos, examinándole con atención ansiosa el rostro y el andar, los modales y el vestido. Confundida con otras compañeras en un grupo que estaba a la puerta del comedor, la siguió con sus miradas, y se puso en acecho junto a la escalera para verla de cerca cuando bajase, y se le quedó, por fin, aquella simpática imagen vivamente estampada en la memoria. ...
En la línea 3066
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Después de expresar con un gran suspiro la lástima que tenía de este pobre país, seguía tomando su café con indolencia, pero con apetito, porque para D. Basilio era verdadero alimento, y lo tomaba colmado, en vaso, y dejando rebosar todo lo posible en el plato para trasegarlo después frío al vaso. En los últimos años de la Revolución, D. Manuel Pez diole un destinillo en el Gobierno civil, y él lo aceptó como ayuda hasta que vinieran tiempos mejores; pero estaba descontento, no sólo por lo mezquino del sueldo, sino por razones de dignidad. Los amigos que le oían quejarse, comparando la exigüidad de la paga con la muchedumbre de bocas que constituían su familia, le consolaban cada cual a su manera; pero él decía invariablemente: «y sobre todo, me lo pueden creer, lo que más me contrista es no estar en mi ramo». Su ramo era la Hacienda. ...
En la línea 27
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Todo en su mente abrió paso al instante a un deseo, el de acercarse al príncipe y echarle una mirada larga y devoradora. Antes de darse cuenta ya estaba con la cara pegada a las barras de la verja. Al momento, uno de los soldados lo arrancó violentamente de allí y lo mandó dando vueltas contra la muchedumbre de campesinos boquiabiertos y de londinenses ociosas. El soldado dijo: ...
En la línea 31
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Deberíais de haber visto entonces a aquella veleidosa muchedumbre arrancarse el sombrero de la cabeza. La deberíais de haber oído aplaudir y gritar: '¡Viva el Príncipe de Gales!' ...
En la línea 228
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En conjunto transcurrió el tiempo agradablemente, y casi suavemente. Los escollos y arrecifes fueron cada vez menos frecuentes, y Tom se sintió más y más a sus anchas al ver, que todos estaban amorosamente inclinados a ayudarlo y a pasar por alto sus equivocaciones. Cuando salió a la conversación que las damitas habrían de acompañarle por la noche al banquete del alcalde mayor, el corazón le dio un salto de consuelo y de alegría, porque sintió que ya no se hallaría sin amigos entre aquella muchedumbre de extraños, mientras que, una hora antes, la idea de que ellas fueran con él le habría causado un terror insoportable. ...
En la línea 311
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Su garrote se estrelló en la cabeza del mediador. Se oyó un gemido, una forma opaca se hundió en tierra entre los pies de la muchedumbre, y un momento después yacía sola en la oscuridad. La turba continuó, sin que su diversión fuera perturbada por este episodio. ...
En la línea 1248
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Sólo a solas se sentía él; sólo a solas podía decirse a sí mismo, tal vez para convencerse, « ¡yo soy yo!» ; ante los demás, metido en la muchedumbre atareada o distraída, no se sentía a sí mismo. ...
En la línea 1587
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Al salir a la calle se encalmó. La muchedumbre es como un bosque; le pone a uno en su lugar, le reencaja. ...
En la línea 1590
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Después de haberse desahogado con estas meditaciones callejeras, por en medio de la atareada muchedumbre indiferente a sus cuitas, sintióse ya tranquilo y se volvió a casa. ...
En la línea 1572
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Una barca! ¡Una barca! ‑gritó otra voz entre la muchedumbre. ...
En la línea 1684
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Es que ni siquiera podéis dejar morir en paz a una persona? ‑gritó a la muchedumbre de curiosos‑. Esto es para vosotros un espectáculo, ¿verdad? ¡Y venís con el cigarrillo en la boca! ‑exclamó mientras empezaba a toser‑. Sólo os falta haber venido con el sombrero puesto… ¡Allí veo uno que lo lleva! ¡Respetad la muerte! ¡Es lo menos que podéis hacer! ...
En la línea 1722
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En esto, una muchacha se deslizó tímidamente y sin ruido a través de la muchedumbre. Su aparición en la estancia, entre la miseria, los harapos, la muerte y la desesperación, ofreció un extraño contraste. Iba vestida pobremente, pero en su barata vestimenta había ese algo de elegancia chillona propio de cierta clase de mujeres y que revela a primera vista su condición. ...
En la línea 3985
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Era un gendarme, que se había abierto paso entre la muchedumbre. Pero, al mismo tiempo, se había acercado un señor de unos cincuenta años y aspecto imponente, que llevaba uniforme de funcionario y una condecoración pendiente de una cinta que rodeaba su cuello (lo cual produjo gran satisfacción a Catalina Ivanovna y causó cierta impresión al gendarme). El caballero, sin desplegar los labios, entregó a la viuda un billete de tres rublos, mientras su semblante reflejaba una compasión sincera. Catalina Ivanovna aceptó el obsequio y se inclinó ceremoniosamente. ...
En la línea 905
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se dirigió con las manos metidas en los bolsillos hacia el puerto Victoria, mirando los palanquines, las carretillas de vela, todavía usadas en el celeste Imperio, y toda aquella muchedumbre de chinos, japoneses y europeos que se apiñaban en las calles. Con poca diferencia, aquello era todavía muy parecido a Bombay, Calcuta o Singapore. Hay como un rastro de ciudades inglesas así alrededor del mundo. ...
En la línea 1183
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se detuvo paseando durante algunas horas entre aquella muchedumbre abigarrada, mirando también las curiosas y opulentas tiendas, los bazares en que se aglomeraba todo el oropel de la platería japonesa, los restaurantes, adornados con banderolas y banderas, en los cuales estaba prohibido entrar y esas casas de té, donde se bebe, a tazas llenas, el agua odorífera con el sakí, licor sacado del arroz fermentado, y esos confortables fumaderos, donde se aspira un tabaco muy fino, y no por el opio, cuyo uso es casi desconocido en el Japón. ...
En la línea 1311
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Mistress Aouida, Phileas Fogg y Fix, echaron, pues, a pasear por las calles, y no tardaron en hallarse en Montgommery Street, donde la afluencia de la muchedumbre era enorme. En las aceras, en medio de la calle, en las vías del tranvía, a pesar del paso incesante de coches y ómnibus, en el umbral de las tiendas, en las ventanas de las casas, y aun en los tejados, había una multitud innumerable. En medio de los grupos circulaban hombres carteles, y por el aire ondeaban banderas y banderolas, oyéndose una gritería inmensa por todoslados. ...
En la línea 1960
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Hubo un momento de silencio. El vasto salón del club estaba tranquilo; pero afuera se oía la algazara de la muchedumbre, dominada algunas veces por agudos gritos. El péndulo batía los segundos con seguridad matemática. Cada jugador podía contar con las divisiones sexagesimales que herían su oído. ...

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