Cómo se escribe.org.es

La palabra mostrarse
Cómo se escribe

la palabra mostrarse

La palabra Mostrarse ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece mostrarse.

Estadisticas de la palabra mostrarse

Mostrarse es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 11162 según la RAE.

Mostrarse aparece de media 6.75 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la mostrarse en las obras de referencia de la RAE contandose 1026 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Mostrarse

Cómo se escribe mostrarse o mostrrarrse?
Cómo se escribe mostrarse o moztrarze?


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece mostrarse

La palabra mostrarse puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 717
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran más de las doce, y las siete acequias empezaban a mostrarse cansadas de tanto derramar pródigamente el caudal de su justicia, cuando el alguacil llamó a gritos a Bautista Borrull, denunciado por infracción y desobediencia en el riego. ...

En la línea 1378
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El padre, con gesto fosco y severas ojeadas, le recordaba mudamente que debía mostrarse indiferente, ya que sus penas eran un atentado a su autoridad paternal. ...

En la línea 1393
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al pobre Batiste, tan severo y amenazador, lo que más le dolía de todas sus desgracias era el desconsuelo de la muchacha, falta de apetito, amarillenta, ojerosa, haciendo esfuerzos por mostrarse indiferente, sin dormir apenas, lo que no impedía que todas las mañanas marchase puntualmente a la fábrica, con una vaguedad en las pupilas reveladora de que su pensamiento rodaba lejos, de que estaba soñando por dentro a todas horas. ...

En la línea 1468
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste no parecía descontento del examen: pero hizo esfuerzos por mostrarse disgustado, valiéndose de mohínes y toses. ...

En la línea 1009
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Luis, entusiasmado por la admiración de las dos muchachas sentadas junto a él, quiso mostrarse en toda su grandeza heroica, y repentinamente arrojó una copa a la cara del _Chivo_, que estaba enfrente. La fiera del presidio contrajo su carátula feroz e hizo un movimiento para incorporarse, llevándose una mano al bolsillo interior de la chaqueta. ...

En la línea 1499
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Transcurrió más de una hora sin que pudiese hablar a solas con su hermana. En las miradas fijas de Fermín parecía adivinar la moza algo de sus pensamientos. Procuraba mostrarse impasible, pero su rostro, tan pronto palidecía con la transparencia de la cera, como se arrebolaba con una oleada de sangre. ...

En la línea 1548
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todo había acabado para María de la Luz. Harto lo demostraba la firmeza de sus palabras. Ya no podía ser del hombre amado. Debía mostrarse cruel, fingir despego, hacerle sufrir como una moza casquivana, antes que decirle la verdad. ...

En la línea 1842
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El _Chivo_ salió y los dos amigos volvieron a sentarse. Luis ya no parecía ebrio: antes bien, hacía esfuerzos por mostrarse sereno, abriendo los ojos desmesuradamente, como si intentase anonadar con la mirada a Montenegro. ...

En la línea 10159
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Vuestro encantador gascón acaba de mostrarse valiente y fiel como siempre; decidle que se le agradece en alguna parte el avi so que ha dado. ...

En la línea 5529
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Es probable, sin embargo, que de mostrarse fiel servidor del Papa, y, por ende, partidario de los legitimistas, hubiera ocupado hasta el día de su muerte la silla episcopal de Mallorca; pero pasaba por liberal, y la Reina Gobernadora tuvo a bien concederle la dignidad de arzobispo de Toledo, haciéndole así cabeza de la Iglesia en España. ...

En la línea 5661
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Entre otras, hay una muy curiosa: se reputa infamante para una mujer de Villaseca atravesar la plaza, o ser vista en ella, aunque no vacilan en mostrarse en las calles y callejas. ...

En la línea 2061
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo -Esta es, señores, la verdadera historia de mi tragedia: mirad y juzgad ahora si los suspiros que escuchastes, las palabras que oístes y las lágrimas que de mis ojos salían, tenían ocasión bastante para mostrarse en mayor abundancia; y, considerada la calidad de mi desgracia, veréis que será en vano el consuelo, pues es imposible el remedio della. ...

En la línea 3057
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que me había visto; y, como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó que llegase. ...

En la línea 3161
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Entramos en el bajel; dímosles las gracias por el bien que nos hacían, mostrándonos más agradecidos que quejosos; ellos se hicieron a lo largo, siguiendo la derrota del estrecho; nosotros, sin mirar a otro norte que a la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa a bogar que al poner del sol estábamos tan cerca que bien pudiéramos, a nuestro parecer, llegar antes que fuera muy noche; pero, por no parecer en aquella noche la luna y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el paraje en que estábamos, no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecía, diciendo que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así aseguraríamos el temor que de razón se debía tener que por allí anduviesen bajeles de cosarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se vuelven a dormir a sus casas. ...

En la línea 3294
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... A cuyas señas y voz volvió don Quijote la cabeza, y vio, a la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, cómo le llamaban del agujero que a él le pareció ventana, y aun con rejas doradas, como conviene que las tengan tan ricos castillos como él se imaginaba que era aquella venta; y luego en el instante se le representó en su loca imaginación que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel castillo, vencida de su amor, tornaba a solicitarle; y con este pensamiento, por no mostrarse descortés y desagradecido, volvió las riendas a Rocinante y se llegó al agujero, y, así como vio a las dos mozas, dijo: -Lástima os tengo, fermosa señora, de que hayades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que no debéis dar culpa a este miserable andante caballero, a quien tiene amor imposibilitado de poder entregar su voluntad a otra que aquella que, en el punto que sus ojos la vieron, la hizo señora absoluta de su alma. ...

En la línea 10782
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Tuvo valor para mostrarse fría con él, para cortar el paso a la confianza, para negarle la mano, para todo, hasta para verle despedirse. ...

En la línea 511
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un año antes la había visto en su automóvil por el paseo de la Castellana. Días después, ante los escaparates de una tienda elegante de la carrera de San Jerónimo, se fijó en unos hombres que miraban al Interior, haciendo comentarios admirativos y salaces sobre una dama hermosísima que acababa de entrar, dejando su coche a la puerta. Era la hermosa viuda sudamericana, que no podía mostrarse en las calles sin excitar ávida curiosidad y carnales deseos. ...

En la línea 589
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Veíase el cristianismo invadido por el paganismo. Los altos dignatarios de la Iglesia, bajo el Influjo de los humanistas, eran loa primeros en realzar la mezcla de las dos religiones, queriendo mostrarse así hombres de su tiempo con refinados gustos literarios. ...

En la línea 1090
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Doña Nati y sus compañeros de diálogo dábanse noticias mutuamente sobre la hermosa argentina, recién llegada a Roma, exagerando la expresión de su voz para mostrarse escandalizadas o desdeñosas… Huía del trato con las personas decentes; por eso no aceptaba invitaciones. Todas las .tardes la veían bailar a la hora del té en el dancing del gran hotel donde estaba alojada. Ahora iba con cierto joven secretario de Legación. ...

En la línea 1100
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Acabó por mostrarse francamente irritada la viuda de Gamboa al notar que sus compañeras de murmuración sentían aún cierto afecto admirativo por Rosaura. Su antigua enemistad le hizo expresarse con terrible encarnizamiento. ...

En la línea 972
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero en vez de mostrarse el sol, como pedía el vate, lo que llegó inesperadamente fue la noche en plena tarde. El salón quedó completamente a oscuras; todos los concurrentes creyeron haber perdido repentinamente la vista; las mamás chillaron de espanto, extendiendo los brazos instintivamente para guardar a sus hijas; los hermosos guerreros echaron mano a sus espadas, aunque sin poder adivinar donde se ocultaba el enemigo. ...

En la línea 1015
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - No se exalte, gentleman; al contrario, debe usted mostrarse prudente y conciliador. Creo que esto se arreglará finalmente. Puede usted presentar sus excusas al Padre de los Maestros. Yo explicaré que todo se debe a su desconocimiento de nuestra lengua y nuestras costumbres. Lo que me preocupa más es lo de Ra-Ra; pero si no hay otro remedio, lo abandonaremos y que siga su destino. El amor es egoísta, gentleman. Antes de venir usted a esta tierra yo hubiese hecho los mayores sacrificios por ese joven. Pero ahora no es lo mismo; ahora está usted aquí, y más allá de su persona nada me interesa. ...

En la línea 1140
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Gentleman -gritó Flimnap—: el digno señor que me acompaña, así como los otros representantes del gobierno, afirman que puede usted salir de aquí sin miedo y mostrarse al público, pues su vida no corre ningún peligro. ¿No es así, señor? -añadió, dirigiéndose a su acompañante. ...

En la línea 2059
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Durmiose Maxi aquella noche arrullado por la esperanza. Síntoma de conciliación era que su tía no le hablaba ya con ira, y aun parecía tenerle en verdadero concepto de hombre o de varón. A veces, hasta parecía que la insigne señora le tenía cierto respeto. ¡Si no hay como mostrarse duro y decidido para que le respeten a uno… ! Por lo demás, doña Lupe había vuelto a cuidarle con su acostumbrada solicitud. Le ponía en la mesa los platos de su gusto, y en su cuarto nada faltaba para su regalo y comodidad. En fin, que el pobre chico estaba satisfecho; sentía que el terreno se solidificaba bajo sus plantas, y se reconocía más árbitro de su destino, y casi triunfante en la descomunal batalla que estaba dando a su familia. ...

En la línea 2115
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Bien, muy bien, perfectamente bien—dijo Nicolás, orgulloso de lo que creía un triunfo de su personalidad, que se imponía sólo con mostrarse—. Así me gusta a mí la gente. ¿Y si le mando que no vuelva a ver más a mi hermano, que se escape esta noche para que cuando él vuelva mañana no la encuentre? ...

En la línea 2432
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En resumen, que los sentimientos de la prójima hacia su marido futuro no habían cambiado en nada. No obstante, cuando Maximiliano le dijo que ya tenía elegida la casita que iba a alquilar y le consultó acerca de los muebles que compraría, aquella presunción o sentimiento de su hogar honrado despertó en el ánimo de Fortunata la dignidad de la nueva vida, se sintió impulsada hacia aquel hombre que la redimía y la regeneraba. De este modo vino a mostrarse complacidísima con la salida próxima, y dijo mil cosas oportunas acerca de los muebles, de la vajilla y hasta de la batería de cocina. ...

En la línea 3399
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Este lenguaje desconcertó a Fortunata, porque le recordaba el otra vez usado para licenciarla. Pero él creyó oportuno mostrarse cariñoso, y la hizo sentar a su lado para pasarle la mano por la cara y hacerle algunas zalamerías de las que se emplean con los niños cuando se les quiere hacer tomar una medicina. ...

En la línea 1393
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Mientra duró la marea baja, los indígenas merodearon por las cercanías de Nautilus, sin mostrarse excesivamente ruidosos. Les oí repetir frecuentemente la palabra assai, y, por sus gestos, comprendí que me invitaban a ir a tierra firme, invitación que creí deber declinar. ...

En la línea 1912
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al día siguiente, 7 de febrero, embocábamos el estrecho de Bab el Mandeb, nombre que en lengua árabe significa ‘la puerta de las lágrimas’. De veinte millas de anchura, su longitud no excede de cincuenta y dos kilómetros. Para el Nautilus, lanzado a toda velocidad, su travesía fue apenas asunto de una hora. Pero no pude ver nada, ni tan siquiera la isla de Perim, fortificada por el gobierno británico para mejor proteger Aden. Eran demasiados los vapores ingleses o franceses, de las líneas de Suez a Bombay, a Calcuta, a Melburne, a Bourbon y a Mauricio, que surcaban aquel estrecho paso, para que el Nautilus tratara de mostrarse. Ello hizo que se mantuviera prudentemente entre dos aguas. A mediodía estábamos ya surcando las aguas del mar Rojo. ...

En la línea 2618
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ya había comenzado el combate entre los cachalotes y las ballenas cuando llegó el Nautilus. La maniobra de éste se orientó a cortar la manada de macrocéfalos. Al principio, éstos no parecieron mostrarse temerosos a la vista del nuevo monstruo que se mezclaba en la batalla, pero pronto hubieron de emplearse en esquivar sus golpes. ...

En la línea 419
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Ahora - dijo la señora Joe desabrigándose apresurada y muy excitada y echando hacia la espalda su gorro, que pendía de los cordones -, si este muchacho no se siente esta noche lleno de gratitud, jamás en la vida podrá mostrarse agradecido. ...

En la línea 782
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿De manera que ya han pasado todos esos días? - dijo, sin mostrarse sorprendida ni asombrada. ...

En la línea 1142
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era muy propio de Biddy el mostrarse tan generosa como para transferir a mi hermana la observación que yo acababa de hacer. Inmediatamente se levantó y se ocupó en cuidarla para que estuviese más cómoda. ...

En la línea 1992
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... «Mi querido señor Pip: Escribo por indicación del señor Gargery, a fin de comunicarle que está a punto de salir para Londres en compañía del señor Wopsle y que le sería muy agradable tener la ocasión de verle a usted. Irá al Hotel Barnard el martes por la mañana, a las nueve, y en caso de que esta hora no le sea cómoda, haga el favor de dejarlo dicho. Su pobre hermana está exactamente igual que cuando usted se marchó. Todas las noches hablamos de usted en la cocina, tratando de imaginarnos lo que usted hace y dice. Y si le parece que nos tomamos excesiva libertad, perdónenos por el cariño de sus antiguos días de pobreza. Nada más tengo que decirle, querido señor Pip, y quedo de usted su siempre agradecida y afectuosa servidora, Biddy» «P. S.: Él desea de un modo especial que escriba mencionando las alondras. Dice que usted ya lo comprenderá. Así lo espero, y creo que le será agradable verle, aunque ahora sea un caballero, porque usted siempre tuvo buen corazón y él es un hombre muy bueno y muy digno. Se lo he leído todo, a excepción de la última frase, y él repite su deseo de que le mencione otra vez las alondras.» Recibí esta carta por el correo el lunes por la mañana, de manera que la visita de Joe debería tener lugar al día siguiente. Y ahora debo confesar exactamente con qué sensaciones esperaba la llegada de Joe. No con placer alguno, aunque con él estuviese ligado por tantos lazos; no, sino con bastante perplejidad, cierta mortificación y alguna molestia. Si hubiese podido alejarle pagando algo, seguramente hubiese dedicado a eso algún dinero. De todos modos, me consolaba bastante la idea de que iría a visitarme a la Posada de Barnard y no a Hammersmith, y que, por consiguiente, Bentley Drummle no podría verle. Poco me importaba que le viesen Herbert o su padre, pues a ambos los respetaba; pero me habría sabido muy mal que le conociese Drummle, porque a éste le despreciaba. Así, ocurre que, durante toda la vida, nuestras peores debilidades y bajezas se cometen a causa de las personas a quienes más despreciamos. Yo había empezado a decorar sin tregua las habitaciones que ocupaba en la posada, de un modo en realidad innecesario y poco apropiado, sin contar con lo caras que resultaban aquellas luchas con Barnard. Entonces, las habitaciones eran ya muy distintas de como las encontré, y yo gozaba del honor de ocupar algunas páginas enteras en los libros de contabilidad de un tapicero vecino. últimamente había empezado a gastar con tanta prisa, que hasta incluso tomé un criadito, al cual le hacía poner polainas, y casi habría podido decirse de mí que me convertí en su esclavo; porque en cuanto hube convertido aquel monstruo (el muchacho procedía de los desechos de la familia de mi lavandera) y le vestí con una chaqueta azul, un chaleco de color canario, corbata blanca, pantalones de color crema y las botas altas antes mencionadas, observé que tenía muy poco que hacer y, en cambio, mucho que comer, y estas dos horribles necesidades me amargaban la existencia. Ordené a aquel fantasma vengador que estuviera en su puesto a las ocho de la mañana del martes, en el vestíbulo (el cual tenía dos pies cuadrados, según me demostraba lo que me cargaron por una alfombra), y Herbert me aconsejó preparar algunas cosas para el desayuno, creyendo que serían del gusto de Joe. Y aunque me sentí sinceramente agradecido a él por mostrarse tan interesado y considerado, abrigaba el extraño recelo de que si Joe hubiera venido para ver a Herbert, éste no se habría manifestado tan satisfecho de la visita. A pesar de todo, me dirigí a la ciudad el lunes por la noche, para estar dispuesto a recibir a Joe; me levanté temprano por la mañana y procuré que la salita y la mesa del almuerzo tuviesen su aspecto más espléndido. Por desgracia, lloviznaba aquella mañana, y ni un ángel hubiera sido capaz de disimular el hecho de que el edificio Barnard derramaba lágrimas mezcladas con hollín por la parte exterior de la ventana, como si fuese algún débil gigante deshollinador. A medida que se acercaba la hora sentía mayor deseo de escapar, pero el Vengador, en cumplimiento de las órdenes recibidas, estaba en el vestíbulo, y pronto oí a Joe por la escalera. Conocí que era él por sus desmañados pasos al subir los escalones, pues sus zapatos de ceremonia le estaban siempre muy grandes, y también por el tiempo que empleó en leer los nombres que encontraba ante las puertas de los otros pisos en el curso del ascenso. Cuando por fin se detuvo ante la parte exterior de nuestra puerta, pude oír su dedo al seguir las letras pintadas de mi nombre, y luego, con la mayor claridad, percibí su respiración en el agujero de la llave. Por fin rascó ligeramente la puerta, y Pepper, pues tal era el nombre del muchacho vengador, anunció «el señor Gargeryr». Creí que éste no acabaría de limpiarse los pies en el limpiabarros y que tendría necesidad de salir para sacarlo en vilo de la alfombra; mas por fin entró. - ¡Joe! ¿Cómo estás, Joe? - ¡Pip! ¿Cómo está usted, Pip? 104 Mientras su bondadoso y honrado rostro resplandecía, dejó el sombrero en el suelo entre nosotros, me cogió las dos manos y empezó a levantarlas y a bajarlas como si yo hubiese sido una bomba de último modelo. - Tengo el mayor gusto en verte, Joe. Dame tu sombrero. Pero Joe, levantándolo cuidadosamente con ambas manos, como si fuese un nido de pájaros con huevos dentro, no quiso oír hablar siquiera de separarse de aquel objeto de su propiedad y persistió en permanecer en pie y hablando sobre el sombrero, de un modo muy incómodo. - ¡Cuánto ha crecido usted! - observó Joe.- Además, ha engordado y tiene un aspecto muy distinguido. - El buen Joe hizo una pausa antes de descubrir esta última palabra y luego añadió -: Seguramente honra usted a su rey y a su país. - Y tú, Joe, parece que estás muy bien. - Gracias a Dios - replicó Joe. - estoy perfectamente. Y su hermana no está peor que antes. Biddy se porta muy bien y es siempre amable y cariñosa. Y todos los amigos están bien y en el mismo sitio, a excepción de Wopsle, que ha sufrido un cambio. Mientras hablaba así, y sin dejar de sostener con ambas manos el sombrero, Joe dirigía miradas circulares por la estancia, y también sobre la tela floreada de mi bata. - ¿Un cambio, Joe? - Sí - dijo Joe bajando la voz -. Ha dejado la iglesia y va a dedicarse al teatro. Y con el deseo de ser cómico, se ha venido a Londres conmigo. Y desea - añadió Joe poniéndose por un momento el nido de pájaros debajo de su brazo izquierdo y metiendo la mano derecha para sacar un huevo - que si esto no resulta molesto para usted, admita este papel. Tomé lo que Joe me daba y vi que era el arrugado programa de un teatrito que anunciaba la primera aparición, en aquella misma semana, del «celebrado aficionado provincial de fama extraordinaria, cuya única actuación en el teatro nacional ha causado la mayor sensación en los círculos dramáticos locales». - ¿Estuviste en esa representación, Joe? - pregunté. - Sí - contestó Joe con énfasis y solemnidad. - ¿Causó sensación? - Sí - dijo Joe. - Sí. Hubo, sin duda, una gran cantidad de pieles de naranja, particularmente cuando apareció el fantasma. Pero he de decirle, caballero, que no me pareció muy bien ni conveniente para que un hombre trabaje a gusto el verse interrumpido constantemente por el público, que no cesaba de decir «amén» cuando él estaba hablando con el fantasma. Un hombre puede haber servido en la iglesia y tener luego una desgracia - añadió Joe en tono sensible, - pero no hay razón para recordárselo en una ocasión como aquélla. Y, además, caballero, si el fantasma del padre de uno no merece atención, ¿quién la merecerá, caballero? Y más todavía cuando el pobre estaba ocupado en sostenerse el sombrero de luto, que era tan pequeño que hasta el mismo peso de las plumas se lo hacía caer de la cabeza. En aquel momento, el rostro de Joe tuvo la misma expresión que si hubiese visto un fantasma, y eso me dio a entender que Herbert acababa de entrar en la estancia. Así, pues, los presenté uno a otro, y el joven Pocket le ofreció la mano, pero Joe retrocedió un paso y siguió agarrando el nido de pájaros. - Soy su servidor, caballero - dijo Joe -, y espero que tanto usted como el señor Pip… - En aquel momento, sus ojos se fijaron en el Vengador, que ponía algunas tostadas en la mesa, y demostró con tanta claridad la intención de convertir al muchacho en uno de nuestros compañeros, que yo fruncí el ceño, dejándole más confuso aún, - espero que estén ustedes bien, aunque vivan en un lugar tan cerrado. Tal vez sea ésta una buena posada, de acuerdo con las opiniones de Londres - añadió Joe en tono confidencial, - y me parece que debe de ser así; pero, por mi parte, no tendría aquí ningún cerdo en caso de que deseara cebarlo y que su carne tuviese buen sabor. Después de dirigir esta «halagüeña» observación hacia los méritos de nuestra vivienda y en vista de que mostraba la tendencia de llamarme «caballero», Joe fue invitado a sentarse a la mesa, pero antes miró alrededor por la estancia, en busca de un lugar apropiado en que dejar el sombrero, como si solamente pudiera hallarlo en muy pocos objetos raros, hasta que, por último, lo dejó en la esquina extrema de la chimenea, desde donde el sombrero se cayó varias veces durante el curso del almuerzo. - ¿Quiere usted té o café, señor Gargery? - preguntó Herbert, que siempre presidía la mesa por las mañanas. - Muchas gracias, caballero - contestó Joe, envarado de pies a cabeza. - Tomaré lo que a usted le guste más. - ¿Qué le parece el café? 105 - Muchas gracias, caballero - contestó Joe, evidentemente desencantado por la proposición. - Ya que es usted tan amable para elegir el café, no tengo deseo de contradecir su opinión. Pero ¿no le parece a usted que es poco propio para comer algo? - Pues entonces tome usted té - dijo Herbert, sirviéndoselo. En aquel momento, el sombrero de Joe se cayó de la chimenea, y él se levantó de la silla y, después de cogerlo, volvió a dejarlo exactamente en el mismo sitio, como si fuese un detalle de excelente educación el hecho de que tuviera que caerse muy pronto. - ¿Cuándo llegó usted a Londres, señor Gargery? - ¿Era ayer tarde? - se preguntó Joe después de toser al amparo de su mano, como si hubiese cogido la tos ferina desde que llegó. - Pero no, no era ayer. Sí, sí, ayer. Era ayer tarde - añadió con tono que expresaba su seguridad, su satisfacción y su estricta exactitud. - ¿Ha visto usted algo en Londres? - ¡Oh, sí, señor! - contestó Joe -. Yo y Wopsle nos dirigirnos inmediatamente a visitar los almacenes de la fábrica de betún. Pero nos pareció que no eran iguales como los dibujos de los anuncios clavados en las puertas de las tiendas. Me parece - añadió Joe para explicar mejor su idea - que los dibujaron demasiado arquitecturalísimamente. Creo que Joe habría prolongado aún esta palabra, que para mí era muy expresiva e indicadora de alguna arquitectura que conozco, a no ser porque en aquel momento su atención fue providencialmente atraída por su sombrero, que rebotaba en el suelo. En realidad, aquella prenda exigía toda su atención constante y una rapidez de vista y de manos muy semejante a la que es necesaria para cuidar de un portillo. Él hacía las cosas más extraordinarias para recogerlo y demostraba en ello la mayor habilidad; tan pronto se precipitaba hacia él y lo cogía cuando empezaba a caer, como se apoderaba de él en el momento en que estaba suspendido en el aire. Luego trataba de dejarlo en otros lugares de la estancia, y a veces pretendio colgarlo de alguno de los dibujos de papel de la pared, antes de convencerse de que era mejor acabar de una vez con aquella molestia. Por último lo metió en el cubo para el agua sucia, en donde yo me tomé la libertad de poner las manos en él. En cuanto al cuello de la camisa y al de su chaqueta, eran cosas que dejaban en la mayor perplejidad y a la vez insolubles misterios. ¿Por qué un hombre habria de atormentarse en tal medida antes de persuadirse de que estaba vestido del todo? ¿Por qué supondría Joe necesario purificarse por medio del sufrimiento, al vestir su traje dominguero? Entonces cayó en un inexplicable estado de meditación, mientras sostenía el tenedor entre el plato y la boca; sus ojos se sintieron atraídos hacia extrañas direcciones; de vez en cuando le sobrecogían fuertes accesos de tos, y estaba sentado a tal distancia de la mesa, que le caía mucho más de lo que se comía, aunque luego aseguraba que no era así, y por eso sentí la mayor satisfacción cuando Herbert nos dejó para dirigirse a la ciudad. Yo no tenía el buen sentido suficiente ni tampoco bastante buenos sentimientos para comprender que la culpa de todo era mía y que si yo me hubiese mostrado más afable y a mis anchas con Joe, éste me habria demostrado también menor envaramiento y afectación en sus modales. Estaba impaciente por su causa y muy irritado con él; y en esta situación, me agobió más con sus palabras. - ¿Estamos solos, caballero? - empezó a decir. - Joe - le interrumpí con aspereza, - ¿cómo te atreves a llamarme «caballero»? Me miró un momento con expresión de leve reproche y, a pesar de lo absurdo de su corbata y de sus cuellos, observé en su mirada cierta dignidad. - Si estamos los dos solos - continuó Joe -, y como no tengo la intención ni la posibilidad de permanecer aquí muchos minutos, he de terminar, aunque mejor diría que debo empezar, mencionando lo que me ha obligado a gozar de este honor. Porque si no fuese - añadió Joe con su antiguo acento de lúcida exposición, - si no fuese porque mi único deseo es serle útil, no habría tenido el honor de comer en compañía de caballeros ni de frecuentar su trato. Estaba tan poco dispuesto a observar otra vez su mirada, que no le dirigí observación alguna acerca del tono de sus palabras. - Pues bien, caballero - prosiguió Joe -. La cosa ocurrió así. Estaba en Los Tres Barqueros la otra noche, Pip - siempre que se dirigía a mí afectuosamente me llamaba «Pip», y cuando volvía a recobrar su tono cortés, me daba el tratamiento de «caballero», - y de pronto llegó el señor Pumblechook en su carruaje. Y ese individuo - añadió Joe siguiendo una nueva dirección en sus ideas, - a veces me peina a contrapelo, diciendo por todas partes que él era el amigo de la infancia de usted, que siempre le consideró como su preferido compañero de juego. - Eso es una tontería. Ya sabes, Joe, que éste eras tú. 106 - También lo creo yo por completo, Pip - dijo Joe meneando ligeramente la cabeza, - aunque eso tenga ahora poca importancia, caballero. En fin, Pip, ese mismo individuo, que se ha vuelto fanfarrón, se acercó a mí en Los Tres Barqueros (a donde voy a fumar una pipa y a tomar un litro de cerveza para refrescarme, a veces, y a descansar de mi trabajo, caballero, pero nunca abuso) y me dijo: «Joe, la señorita Havisham desea hablar contigo.» - ¿La señorita Havisham, Joe? -Deseaba, según me dijo Pumblechook, hablar conmigo - aclaró Joe, sentándose y mirando al techo. - ¿Y qué más, Joe? Continúa. - Al día siguiente, caballero - prosiguió Joe, mirándome como si yo estuviese a gran distancia, - después de limpiarme convenientemente, fui a ver a la señorita A. — ¿La señorita A, Joe? ¿Quieres decir la señorita Havisham? - Eso es, caballero - replicó Joe con formalidad legal, como si estuviese dictando su testamento -. La señorita A, llamada también Havisham. En cuanto me vio me dijo lo siguiente: «Señor Gargery: ¿sostiene usted correspondencia con el señor Pip?» Y como yo había recibido una carta de usted, pude contestar: «Sí, señorita.» (Cuando me casé con su hermana, caballero, dije «sí», y cuando contesté a su amiga, Pip, también le dije «sí»). «¿Quiere usted decirle, pues, que Estella ha vuelto a casa y que tendría mucho gusto en verle?», añadió. Sentí que me ardía el rostro mientras miraba a Joe. Supongo que una causa remota de semejante ardor pudo ser mi convicción de que, de haber conocido el objeto de su visita, le habría recibido bastante mejor. - Cuando llegué a casa - continuó Joe - y pedí a Biddy que le escribiese esa noticia, se negó, diciendo: «Estoy segura de que le gustará más que se lo diga usted de palabra. Ahora es época de vacaciones, y a usted también le agradará verle. Por consiguiente, vaya a Londres.» Y ahora ya he terminado, caballero - dijo Joe levantándose de su asiento, - y, además, Pip, le deseo que siga prosperando y alcance cada vez una posición mejor. - Pero ¿te vas ahora, Joe? - Sí, me voy - contestó. - Pero ¿no volverás a comer? - No - replicó. Nuestros ojos se encontraron, y el tratamiento de «caballero» desapareció de aquel corazón viril mientras me daba la mano. -Pip, querido amigo, la vida está compuesta de muchas despedidas unidas una a otra, y un hombre es herrero, otro es platero, otro joyero y otro broncista. Entre éstos han de presentarse las naturales divisiones, que es preciso aceptar según vengan. Si en algo ha habido falta, ésta es mía por completo. Usted y yo no somos dos personas que podamos estar juntas en Londres ni en otra parte alguna, aunque particularmente nos conozcamos y nos entendamos como buenos amigos. No es que yo sea orgulloso, sino que quiero cumplir con mi deber, y nunca más me verá usted con este traje que no me corresponde. Yo no debo salir de la fragua, de la cocina ni de los engranajes. Estoy seguro de que cuando me vea usted con mi traje de faena, empuñando un martillo y con la pipa en la boca, no encontrará usted ninguna falta en mí, suponiendo que desee usted it a verme a través de la ventana de la fragua, cuando Joe, el herrero, se halle junto al yunque, cubierto con el delantal, casi quemado y aplicándose en su antiguo trabajo. Yo soy bastante torpe, pero comprendo las cosas. Y por eso ahora me despido y le digo: querido Pip, que Dios le bendiga. No me había equivocado al figurarme que aquel hombre estaba animado por sencilla dignidad. El corte de su traje le convenía tan poco mientras pronunciaba aquellas palabras como cuando emprendiera su camino hacia el cielo. Me tocó cariñosamente la frente y salió. Tan pronto como me hube recobrado bastante, salí tras él y le busqué en las calles cercanas, pero ya no pude encontrarle. ...

En la línea 211
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »El señor Svidrigailof empezó por mostrarse grosero con ella, dirigiéndole toda clase de burlas y expresiones molestas, sobre todo cuando estaban en la mesa… Pero no quiero extenderme sobre estos desagradables detalles: no conseguiría otra cosa que irritarte inútilmente, ahora que ya ha pasado todo. ...

En la línea 417
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Plantada ante el comerciante y su esposa, con un paquete en la mano, los escuchaba con atención y parecía mostrarse indecisa. Ellos le hablaban con gran animación. Cuando Raskolnikof vio a Lisbeth experimentó un sentimiento extraño, una especie de profundo asombro, aunque el encuentro no tenía nada de sorprendente. ...

En la línea 1865
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Hablaban en el rellano, ante la misma puerta de la patrona. Nastasia permanecía en el último escalón, con una luz en la mano. Rasumikhine daba muestras de gran agitación. Media hora antes, cuando acompañaba a Raskolnikof, estaba muy hablador (se daba perfecta cuenta de ello), pero fresco y despejado, a pesar de lo mucho que había bebido. Ahora sentía una especie de exaltación: el vino ingerido parecía actuar de nuevo en él, y con redoblado efecto. Había cogido a las dos mujeres de la mano y les hablaba con una vehemencia y una desenvoltura extraordinarias. Casi a cada palabra, sin duda para mostrarse más convincente, les apretaba la mano hasta hacerles daño, y devoraba a Avdotia Romanovna con los ojos del modo más impúdico. A veces, sin poder soportar el dolor, las dos mujeres libraban sus dedos de la presión de las enormes y huesudas manos; pero él no se daba cuenta y seguía martirizándolas con sus apretones. Si en aquel momento ellas le hubieran pedido que se arrojara de cabeza por la escalera, él lo habría hecho sin discutir ni vacilar. Pulqueria Alejandrovna no dejaba de advertir que Rasumikhine era un hombre algo extravagante y que le apretaba demasiado enérgicamente la mano, pero la actitud y el estado de su hijo la tenían tan trastornada, que no quería prestar atención a los extraños modales de aquel joven que había sido para ella la Providencia en persona. ...

En la línea 1976
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sin embargo ‑dijo Rasumikhine‑, esos cambios son muy naturales. Yo no tengo madre, pero sí un tío que viene todos los años a verme. Y siempre me encuentra transformado, incluso físicamente… Bueno, lo importante es que han ocurrido muchas cosas durante los tres años que han estado ustedes sin ver a Rodion. Yo lo conozco desde hace año y medio. Ha sido siempre un hombre taciturno, sombrío y soberbio. Últimamente (o tal vez esto empezó antes de lo que suponemos) se ha convertido en un ser receloso y neurasténico. No es amigo de revelar sus sentimientos: prefiere mortificar a sus semejantes a mostrarse amable y expansivo con ellos. A veces se limita a aparecer frío e insensible, pero hasta tal extremo, que resulta inhumano. Es como si poseyese dos caracteres distintos y los fuera alternando. En ciertos momentos se muestra profundamente taciturno. Da la impresión de estar siempre atareado, lo que, de ser verdad, explicaría que todo el mundo le moleste, pero es lo cierto que está horas y horas acostado y sin hacer nada. No le gustan las ironías, y no porque carezca de mordacidad, sino porque sin duda le parece que no puede perder el tiempo en semejantes frivolidades. Lo que interesa a los demás, a él le es indiferente. Tiene una elevada opinión de sí mismo, a mi entender no sin razón… ¿Qué más… ? ¡Ah, sí! Creo que la llegada de ustedes ejercerá sobre él una acción saludable. ...

En la línea 372
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raramente amable por naturaleza, el francés lo es siempre por encargo o por cálculo. Si, por ejemplo, ve la necesidad de mostrarse fantástico, original, sus fantasías más absurdas y más barrocas revisten formas convencidas de antemano y desde hace mucho tiempo intrascendentes. La naturaleza del francés es producto del “positivismo” más burgués, más meticuloso, más rutinario… En una palabra, son las criaturas más aburridas que puede imaginarse. Según mi opinión, los franceses no pueden interesar más que a las jovencitas y sobre todo a las muchachas rusas que se desviven por ellos. Cualquier persona de mediano juicio descubre inmediatamente esa frívola mezcla de amabilidad de salón, de desenvoltura y jovialidad. ...

Más información sobre la palabra Mostrarse en internet

Mostrarse en la RAE.
Mostrarse en Word Reference.
Mostrarse en la wikipedia.
Sinonimos de Mostrarse.

Busca otras palabras en esta web

Palabras parecidas a mostrarse

La palabra ninguna
La palabra sufrido
La palabra sueldos
La palabra marcando
La palabra cabras
La palabra asiento
La palabra callar

Webs Amigas:

VPO en Castilla y Leon . VPO en Salamanca . Ciclos Fp de Administración y Finanzas en A Coruña . - Antequera Hotel Golf Antequera