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La palabra gemirr
Cómo se escribe

Comó se escribe gemirr o gemir?

Cual es errónea Gemir o Gemirr?

La palabra correcta es Gemir. Sin Embargo Gemirr se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra gemirr es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra gemir

Más información sobre la palabra Gemir en internet

Gemir en la RAE.
Gemir en Word Reference.
Gemir en la wikipedia.
Sinonimos de Gemir.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Gemir

Cómo se escribe gemir o gemirr?
Cómo se escribe gemir o jemir?


la Ortografía es divertida

Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece gemir

La palabra gemir puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1392
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En la barraca quedaba la pobre muchacha, ocultándose en su estudi para gemir, haciendo esfuerzos para no mostrar su dolor ante la madre, que, irritada por tantas contrariedades, se mostraba intratable, y ante el padre, que hablaba de hacerla pedazos si volvía a tener novio y daba que hablar con ello a los enemigos del contorno. ...

En la línea 1194
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... _Alcaparrón_ cesó de gemir. ...

En la línea 1205
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El gitano había cesado de gemir, mirando a Salvatierra con sus ojos africanos, agrandados por el asombro. No entendía la mayor parte de sus palabras, pero columbraba en ellas una esperanza. ...

En la línea 870
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Oyose el pie de paliza que Nicarona, hecha una veneno, estaba dando a sus hijos, y el gemir de ellos. El Pituso empezó a cansarse pronto de su papel de mico, porque eso de no poder pegarse a nadie tenía poca gracia. Lo mejor que podía hacer en su situación desairada, era meterse los dedos en la boca; pero sabía tan mal aquel endiablo potaje negro, que pronto los hubo de retirar. ...

En la línea 2429
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Sorprendidas por una monja en esta sabrosa conversación que las hacía desmayar en el trabajo, tuvieron que callarse. Mauricia dio salida al agua sucia, y Fortunata abrió el grifo para que se llenara la artesa con el agua limpia del depósito de palastro. Creeríase que aquello simbolizaba la necesidad de llevar pensamientos claros al diálogo un tanto impuro de las dos amigas. La artesa tardaba mucho en llenarse, porque el depósito tenía poca agua. El gran disco que transmitía a la bomba la fuerza del viento, estaba aquel día muy perezoso, moviéndose tan sólo a ratos con indolente majestad; y el aparato, después de gemir un instante como si trabajara de mala gana, quedaba inactivo en medio del silencio del campo. Ganas tenían las dos recogidas de seguir charlando; pero la monja no las dejaba y quiso ver cómo aclaraban la ropa. Después las amigas tuvieron que separarse, porque era jueves y Fortunata había de vestirse para recibir la visita de los de Rubín. Mauricia se quedó sola tendiendo la ropa. ...

En la línea 851
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Calla! Allí viene un hombre de cara bondadosa. Ahora me voy a desplomar como si tuviera un ataque. Cuando se llegue a mí ese hombre, tú empezarás a gemir, y caerás de rodillas, haciendo ver que lloras. Luego gritarás como si tuvieras metidos en la tripa todos los demonios del dolor, y dirás: '¡Oh, señor, es mi pobre hermano enfermo, y no tenemos a nadie! ¡En nombre de Dios, mirad con piadosos ojos a un pobre enfermo, abandonado y miserable! Dad aunque sea un penique a un ser desamparado de Dios y a punto de morir.' Y ten en cuenta que no has de cesar de gemir hasta que le saquemos el penique, pues de lo contrario te arrepentirás. ...

En la línea 852
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Inmediatamente empezó Hugo a gemir, a gruñir, a poner los ojos en blanco y a tambalearse, y cuando el desconocido estuvo cerca se tendió en el suelo delante de él, lanzando un grito, y empezó a retorcerse en el polvo al parecer en agonía. ...

En la línea 158
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando llegaban a Cassiar Bar, Dave estaba tan débil que hizo el trayecto cayéndose varias veces. El mestizo escocés decidió acabar con aquello, así que lo sacó del tiro y puso a Sol-leks en su lugar. Quería que Dave se tomase un descanso corriendo con libertad detrás del trineo. Pero aún enfermo como estaba, Dave no podía tolerar la exclusión; rezongó con gruñidos mientras lo desenganchaban y se puso a gemir desconsolado al ver a Solleks en el puesto que él había ocupado con eficacia durante tanto tiempo. Porque sentía el orgullo del camino y del arnés, y ni mortalmente enfermo podía soportar que otro perro ocupara su sitio. ...

En la línea 575
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Salió el carruaje veloz como un dardo, y Lucía cerró los ojos, gozando en no pensar, en sentir las rápidas caricias del viento, que echaba atrás las puntas de su corbata, los undívagos mechones de su cabellera. Pintoresco y ameno, el camino merecía, no obstante, una mirada. Eran cultivadas tierras, casas de placer con picudos techos, parques ingleses de fresco césped y menuda grama, amarillenta ya, como de otoño. Al divisar torcida vereda que, desviándose de la carretera, culebreaba por entre los sembrados, detuvo Artegui con un grito al cochero, y dio a Lucía la mano para que descendiese. Buscó el vasco el abrigo de unas tapias donde parar sin riesgo el sudoroso tronco, y Artegui y Lucía se internaron a pie siguiendo el senderito, ella delante, recobrada su alegría infantil, su gozar inocente en el cansancio del cuerpo. La cautivaba todo, las flores del trébol, que salpicaban de una lluvia de pintas carmesíes el verdinegro campo; las manzanillas tardías y los acianos pálidos en las lindes, las digitales que cogía risueña haciéndolas estallar con las dos manos, los rizados airones del apio, las acogolladas coles, puestas en fila, separada cada fila por un surco, semejante a una trinchera. La tierra, de puro labrada, abonada, removida, tenía no sé qué aspecto de decrepitud. Sus poderosos flancos parecían gemir, sudando una humedad viscosa y tibia, mientras en los linderos incultos, al borde del caminillo, quedaban aún rincones vírgenes, donde a placer crecían las bellas superfluidades campestres, las gramineas vaporosas, las florecillas multicolores, los agudos cardos. ...

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