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La palabra vagamente
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la palabra vagamente

La palabra Vagamente ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece vagamente.

Estadisticas de la palabra vagamente

Vagamente es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 13043 según la RAE.

Vagamente aparece de media 5.5 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la vagamente en las obras de referencia de la RAE contandose 836 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Vagamente

Cómo se escribe vagamente o bagamente?
Cómo se escribe vagamente o vajamente?

Más información sobre la palabra Vagamente en internet

Vagamente en la RAE.
Vagamente en Word Reference.
Vagamente en la wikipedia.
Sinonimos de Vagamente.

Algunas Frases de libros en las que aparece vagamente

La palabra vagamente puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 983
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Después salía un lobo a morderla, con un hocico que recordaba vagamente al odiado Pimentó, y reñían los dos animales a dentelladas y salía su padre con un garrote, y ella lloraba como si le soltasen en las espaldas los garrotazos que recibía su pobre perro; y así seguía desbarrando su imaginación, pero viendo siempre en las atropelladas escenas de su ensueño al nieto del tío Tomba, con sus ojos azules y su cara de muchacho cubierta por un vello rubio, que era el primer asomo de la edad viril. ...

En la línea 2334
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Miró Batiste vagamente hacia la parte de la ciudad, volviendo su espalda a la barraca de Pimentó, que ahora se veía claramente, al quedar despojados los campos de las cortinas de mies que la ocultaban antes de la siega. ...

En la línea 915
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero los infelices sacudían ya su atonía: el dios era un cadáver. No más resignación. Ante el Cristo muerto había que aclamar el triunfo de la Vida. El cadáver inmenso aun pesaba sobre la tierra, pero las muchedumbres engañadas se agitaban ya, dispuestas a sepultarle. Por todos lados se oían los vagidos del mundo nuevo que acababa de nacer. La Poesía que profetizó vagamente la llegada de Cristo, anunciaba ahora la aparición del gran Redentor, que no había de encerrarse en la debilidad de un hombre, sino que encarnaría en la inmensa masa de los desheredados, de los tristes, con el nombre de Rebelión. ...

En la línea 10385
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Veía vagamente en el futuro; pero le hacía falta un poco de silencio y de quietud para dar a todas sus ideas, aún confusas, una forma nítida, un plan fijo. ...

En la línea 1355
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No era todo desprendimiento; vagamente veía en lontananza un porvenir de indemnizaciones patrióticas que aunque estaban en el programa de su partido, a él no le alcanzaron. ...

En la línea 1454
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mucho después, cuando su inocencia perdió el último velo y pudo ella ver claro, ya estaba muy lejos aquella edad; recordaba vagamente su amistad con el niño de Colondres, sólo distinguía bien el recuerdo del recuerdo, y dudaba, dudaba si había sido culpable de todo aquello que decían. ...

En la línea 3027
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Paco, sin pensar mucho en ello, y sin pensar claramente, esperaba todavía un amor puro, un amor grande, como el de los libros y las comedias; comprendía que era ridículo buscarlo y se declaraba escéptico en esta materia; pero allá adentro, en regiones de su espíritu en que él entraba rara vez, veía vagamente algo mejor que el ordinario galanteo, algo más serio que los apetitos carnales satisfechos y la vanidad contenta. ...

En la línea 6231
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana oía vagamente los ruidos de la cocina donde Pedro disponía con voces de mando los preparativos de la comida; el rumor de los surtidores del patio y las carcajadas y gritos de su marido, de Visita, de Edelmira y de Paco, que iban y venían por las escaleras, por los corredores, por la huerta, por toda la casa. ...

En la línea 1025
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie, conteniendo la risa que otra vez volvía a agitar su pecho, contestó vagamente a la apasionada universitaria. Obedecería sus indicaciones, estudiaría con detenimiento las preferencias de su alma. Pero por el momento, lo más urgente era resolver su situación, que, según ella, parecía angustiosa. ...

En la línea 2205
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aquella idea de llevarla al convento como a una casa de purificación, pareciole a Maxi prueba estupenda del gran talento catequizador de su hermano. A él le había pasado vagamente por la cabeza algo semejante; mas no supo formularlo. ¡Qué insigne hombre era Nicolás! ¡Ocurrirle aquello!… Tamizada por la religión, Fortunata volvería a la sociedad limpia de polvo y paja, y entonces ¿quién osaría dudar de su honorabilidad? El espíritu del sietemesino, revuelto desde el fondo a la superficie por la pasión, como un mar sacudido por furioso huracán, se corría, digámoslo así, de una parte a otra, explayándose en toda idea que se le pusiese delante. Así, lo mismo fue presentársele la idea religiosa, que tenderse hacia ella y cubrirla toda con impetuosa y fresca onda. ¡La religión, qué cosa tan buena!… ¡Y él, tan torpe, que no había caído en ello! No era torpeza sino distracción. Es que andaba muy distraído. Y su manceba, que más bien era ya novia, se le apareció entonces con aureola resplandeciente y se revistió de ideales atributos. Creeríase que el amor que le inspiraba se iba a depurar aún más, haciéndose tan sutil como aquel que dicen le tenía a Beatriz el Dante, o el de Petrarca por Laura, que también era amor de lo más fino. ...

En la línea 2288
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando vino el mozo que debía llevar el baúl, Fortunata estaba ya dispuesta, vestida con la mayor sencillez. Maximiliano miró diferentes veces su reloj sin enterarse de la hora. Nicolás, que estaba más sereno, miró el suyo y dijo que era tarde. Bajaron los tres, y fueron pausadamente y sin hablar hacia la calle de Hortaleza a tomar un coche simón. Instalose el joven con no poco trabajo en la bigotera, porque las faldas de su futura esposa y la ropa talar del clérigo estorbaban lo que no es decible la entrada y la salida; y si el trayecto fuera más largo, el martirio de aquellas seis piernas que no sabían cómo colocarse habría sido muy grande. La neófita miraba por la ventanilla, atraída vagamente y sin interés su atención por la gente que pasaba. Creeríase que miraba hacia fuera por no mirar hacia dentro; Maximiliano se la comía con los ojos, mientras el presbítero procuraba en vano animar la conversación con algunas cuchufletas bien poco ingeniosas. ...

En la línea 2657
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata callaba, mirando vagamente al suelo, con la barba apoyada en la mano. ...

En la línea 3205
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Don Alfonso érale antipático, porque su imagen estaba asociada a la horrible pena que la infeliz sufría. Aquella mañana fue con Barbarita a casa de Eulalia Muñoz, que vivía en la Calle Mayor, a ver la entrada del Rey. Amalia Trujillo la tomó por su cuenta, y la estuvo adulando antes de darle el gran susto. Hallábanse las dos solas en el balcón de la alcoba de Eulalia, y ya sonaban los clarines anunciando la proximidad del Rey, cuando Amalia, ¡plum!, le soltó el pistoletazo. «Tu marido entretiene a una mujer, a una tal Fortunata, guapísima… de pelo negro… Le ha puesto una casa muy lujosa, calle tal, número tantos… En Madrid lo sabe todo el mundo, y conviene que tú también lo sepas». Quedose yerta. Cierto que sospechaba; pero la noticia, dada así con tales detalles, como el pelo negro, el número de la casa, era un jicarazo tremendo. Desde aquel aciago instante, ya no se enteró de lo que en la calle ocurría. El Rey pasó, y Jacinta le vio confusa y vagamente, entre la agitación de la multitud y el tururú de tantas cornetas y músicas. Vio que se agitaban pañuelos, y bien pudo suceder que ella agitara el suyo sin saber lo que hacía… Todo el resto del día estuvo como una sonámbula. ...

En la línea 422
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... John Canty se apartó murmurando amenazas y maldiciones, y desapareció de la vista, tragado por la multitud. Handon subió tres tramos de escalera hasta su cuarto en compañía del niño, después de ordenar que les sirvieran de comer. Era una pobre pieza, con una destartalada cama y algunos muebles viejos, y alumbrada vagamente por dos moribundas velas. El rey niño se arrastró hasta la cama y se tendió en ella, casi exhausto de hambre y de fatiga. Había estado en pie gran parte del día y de la noche (entonces eran las dos o tres de la mañana), y no había comido nada. Soñoliento, bulbueió: ...

En la línea 763
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al cabo de mucho tiempo –no podía decir cuánto– pugnaron sus sentidos por volver a la realidad; y mientras con los ojos aún cerrados se preguntaba vagamente dónde estaba y qué le había sucedido, notó un murmullo, el repentino caer de la lluvia en el techo. Invadió su cuerpo una sensación de placidez, que al poco rato fue rudamente interrumpida por un coro de risas chillonas y de sarcásticas carcajadas. Sobresaltó al niño desagradablemente y le hizo asomar la cabeza para ver de dónde procedía la interrupción. Sus ojos vieron un cuadro repugnante y espantable. En el suelo, al otro extremo del granero, ardía una alegre fogata y en tomo de ella, fantásticamente iluminados por los rojizos resplandores, se desperezaban o se tendían en el suelo los más abigarrados grupos de bellacos harapientos y rufianes de uno o sexo que el niño hubiera de soñar o conocer en sus lecturas. Eran hombres recios y fornidos, atezados por la intemperie, de pelo largo y cubiertos de caprichosos andrajos. Había mozos de mediana estatura y rostros horribles vestidos de la misma manera; había mendigos ciegos con los ojos tapados o vendados, lisiados con piernas de palo o muletas, enfermos con purulentas llagas mal cubiertas por vendas; había un buhonero de vil traza con sus baratijas, un afilador, un calderero y un barbero cirujano con las herramientas de su oficio. Algunas de las mujeres eran niñas apenas adolescentes, otras se hallaban en la edad primaveral, otras eran brujas viejas y arrugadas; pero todas ellas gritonas, morenas y deslenguadas, todas desaliñadas y sucias. Había tres niños esmirriados y un par de perros hambrientos con cuerdas al cuello, cuyo oficio era guiar a los ciegos. ...

En la línea 2262
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Subí acompañado de Ned y de Conseil. A una distancia de doce millas se veía vagamente el cabo de San Vicente que forma la punta sudoccidental de la península hispánica. El viento soplaba fuerte del Sur. La mar, gruesa y dura, imprimía un violento balanceo al Nautilus. Era casi imposible mantenerse en pie sobre la plataforma batida por el oleaje. Hubimos de bajar en seguida tras haber aspirado algunas bocanadas de aire. ...

En la línea 2357
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Era casi medianoche. Las aguas estaban profundamente oscuras, pero el capitán Nemo me mostró a lo lejos un punto rojizo, una especie de resplandor que brillaba a unas dos millas del Nautilus. Lo que pudiera ser aquel fuego, así como las materias que lo alimentaban y la razón de que se revivificara en la masa líquida, era algo que escapaba por completo a mi comprensión. En todo caso, nos iluminaba, vagamente, es cierto, pero pronto me acostumbré a esas particulares tinieblas, y comprendí entonces la inutilidad en esas circunstancias de los aparatos Ruhmkorff. ...

En la línea 1012
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Fue a ver a Fantina, y prolongó su visita al lado de aquel lecho de dolor. La recomendó a las Hermanas por si llegaba el caso de tener que ausentarse. Sentía vagamente que tal vez tendría que ir a Arras; y sin haber decidido hacer este viaje, se dijo que como estaba al abrigo de toda sospecha, que no habría inconveniente en ser testigo de lo que pasara. ...

En la línea 222
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Y entonces, de pronto, sin advertencia previa y emitiendo un grito inarticulado como el de las fieras, John Thornton se abalanzó sobre el hombre que empuñaba el garrote. Hal se tambaleó y retrocedió como si le hubiera sorprendido un árbol en su caída. Mercedes se puso a chillar. Charles levantó la vista vagamente confundido, se secó los ojos lacrimosos, pero el entumecimiento no le dejó levantarse. ...

En la línea 315
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por la otra ladera descendieron a un llano cubierto de grandes extensiones de bosque y numerosas corrientes de agua, y por ellas marcharon a ritmo constante, hora tras hora, con el sol en ascenso y el día cada vez más caluroso. Buck estaba loco de alegría. Sabía que marchando al lado de su hermano selvático hacia el lugar de donde seguramente venía la llamada, estaba por fin respondiendo. Recuerdos de otro tiempo acudían a él vertiginosamente y ya no lo conmovían sombras sino realidades. Corría con libertad en campo abierto, pisaba la tierra virgen y tenía sobre la cabeza el vasto cielo. Había hecho aquello antes, en algún lugar de aquel otro mundo vagamente recordado, y lo volvía a hacer ahora. ...


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