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La palabra tendido
Cómo se escribe

la palabra tendido

La palabra Tendido ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece tendido.

Estadisticas de la palabra tendido

Tendido es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 7499 según la RAE.

Tendido aparece de media 11.23 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la tendido en las obras de referencia de la RAE contandose 1707 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Tendido


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece tendido

La palabra tendido puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 502
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos los días veían lo mismo: las mujeres cosiendo y cantando bajo las parras; los hombres, en los caminos, encorvados, con la vista en el suelo sin dar descanso a los activos brazos; Pimentó, tendido a lo gran señor ante las varitas de liga, esperando a los pájaros, o ayudando a Pepeta torpe y perezosamente; en la taberna de Copa, unos cuantos viejos tomando el sol o jugando al truco. ...

En la línea 1459
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¿Tendrá otro novio?--dijo.--¿Se habrá enamorado de alguien? --No; eso no--se apresuró a responder Rafael, como si esta convicción le sirviese de consuelo.--Lo mismo pensé en el primer momento y me vi ya metío en la cárcel de Jerez y luego en presidio. Al que me quite a mi Mariquilla de la Lú, lo mato. Pero ¡ay! que no me la quita nadie: que es ella la que se va... He pasao los días vigilando de lejos la torre de Marchamalo. ¡Las copas que llevo bebías en el ventorro de la carretera y que se me golvían veneno al ver bajar o subir a alguien la cuesta de la viña!... He pasao las noches tendido entre las cepas, con la escopeta al lado, dispuesto a meterle un puñao de postas en el vientre al primero que se acercase a la reja... Pero no he visto más que a los mastines. La reja cerrá. Y entretanto, el cortijo de Matanzuela anda desgobernao, aunque mardita la falta que hago yo con esto de la huelga. Nunca estoy allí: el pobre _Zarandilla_ se lo carga too; si lo supiera el amo, me despedía. Sólo tengo ojos y oídos para celar a tu hermana y sé que no hay noviazgo, que no quiere a nadie. Casi estoy por decirte que aun me tiene algo de ley, ¡mira tú si soy tonto!... Pero la mardita huye de verme, y dice que no me quiere. ...

En la línea 1522
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y empujaba rudamente a María de la Luz, la cual, como si no pudiera sostenerse bajo el peso de la emoción, se había tendido en el ribazo, con la cara entre las manos. ...

En la línea 1523
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Comenzaba a ocultarse el sol. Se veía el disco de color de cereza, detrás de las ramas del olivar, como al través de una celosía negra. Sus últimos rayos, a ras de tierra, coloreaban con un resplandor anaranjado la columnata de troncos de los olivos, las marañas de plantas de la tierra, las curvas del cuerpo de la moza tendido en el suelo. La punzante película de las chumberas erizábase como una epidermis luminosa. ...

En la línea 1524
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Habla, Mariquita--rugía la voz de Fermín.--Di por qué haces eso. ¡Dilo por tu vida! ¡Mira que me vuelves loco! ¡Díselo a tu hermano, a tu Fermín! La voz de la muchacha salió tenue, vergonzosa, lejana, de aquel bulto tendido. ...

En la línea 3435
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan y Planchet no se lo hicieron repetir dos veces, soltaron los dos caballos que esperaban a la puerta, saltaron encima, les hun dieron las espuelas en el vientre y partieron a galope tendido. ...

En la línea 3486
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Luego, lanzando una última ojeada sobre el hermoso joven, que apenas tenía veinticinco años y a l que dejaba allí tendido, privado del sentido y quizá muerto, lanzó un suspiro sobre aquel extraño destino que lleva a los hombres a destruirse unos a otros por intereses de per sonas que les son extrañas y que a menudo no saben siquiera que existen. ...

En la línea 4446
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Al pasearme por los bosques del señor Principe, he tendido lazos en las pasadas; y si me tumbaba junto a los estanques de Su Alteza, he dejado deslizar sedas en sus aguas. ...

En la línea 7363
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los primero que sorprendió la vista de D'Artagnan al entrar en el comedor fue Brisemont tendido en el suelo y retorciéndose en medio de atroces convulsiones. ...

En la línea 749
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cuando los veían a distancia conveniente, montaban de un salto en los caballos, y a galope tendido caían sobre su presa, gritando: _¡Réndete, pícaro! ¡Réndete, pícaro!_ Nosotros pasamos sin tropiezo, y a eso de un cuarto de legua antes de Pegões, dimos alcance a la familia del _fidalgo_. ...

En la línea 1502
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El gitano, echado detrás de un matorral, se levantaba a veces para mirar afanosamente a la colina que teníamos delante; al cabo, lanzando una exclamación de contrariedad y de impaciencia, se dejó caer al suelo, y en él estuvo tendido mucho rato, absorto, al parecer, en sus reflexiones; por último, levantó la cabeza y me miró a la cara. ...

En la línea 2041
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... De pronto, la gente que estaba hacia la desembocadura de la _calle de Carretas_, retrocedió en desorden, dejando un vasto espacio libre, en el que al instante se precipitó Quesada a galope tendido, espada en mano y con uniforme de general, montado en un _pura sangre_ inglés, bayo claro, con tal ímpetu, que recordaba a un toro manchego lanzándose al redondel al ver de súbito abierta la puerta del toril. ...

En la línea 2687
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En uno de los extremos había una especie de mesa o escritorio, tendido de cuero negro, y un ancho sillón, donde el cura me obligó a sentarme cuando me disponía, con ardor de bibliómano, a inspeccionar los estantes; con extraordinaria vehemencia me dijo que allí no había nada digno de la atención de un inglés, porque toda su librería estaba compuesta de libros de rezo y de áridos tratados de teología católica. ...

En la línea 253
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: -¡Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended!; que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido. ...

En la línea 261
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, desta manera, fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen: -¡Oh noble marqués de Mantua, mi tío y señor carnal! Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mesmo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía que tan tristemente se quejaba. ...

En la línea 467
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo; y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. ...

En la línea 505
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de Rocinante. ...

En la línea 507
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Algunos domadores sueltan el nudo corredizo mientras el potro aún está tendido en el suelo; y montando en la silla, le dejan levantarse. El animal, loco de terror, da terribles botes y luego sale a galope; cuando queda rendido en absoluto, a fuerza de paciencia le lleva el hombre al corral, donde lo deja en libertad, cubierto de espuma, y sin poder apenas respirar. Cuesta mucho más trabajo desbravar a los caballos que, no queriendo salir a galope, se revuelcan tercamente en el suelo. Este procedimiento de doma es horrible, pero el caballo no hace ya resistencia alguna después de dos o tres pruebas. ...

En la línea 610
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Muchas veces, hallándome tendido en el suelo en medio de estas llanuras he visto buitres surcar los aires a inmensa altura. Cuando el país es llano, no creo que un hombre a pie o a caballo pueda abarcar con la vista claramente un espacio de más de 15 grados sobre el horizonte. Siendo esto así y cerniéndose el buitre a una altura de 3.000 a 4.000 pies, se encontrará a una distancia de más de dos millas inglesas (3k.22) en línea recta antes de hallarse dentro del campo visual del observador. ¿No es muy natural que en estas condiciones escape a la vista? ¿No puede suceder que cuando un cazador persigue y mata un animal cualquiera, en un valle solitario, uno de estos pájaros, de vista penetrante, siga desde lejos sus menores movimientos? ¿No podrá también su manera de volar, cuando desciende, indicar a toda la familia de los buitres, que hay una presa a la vista? Cuando los cóndores describen círculos y círculos alrededor de un punto cualquiera, su vuelo es admirable. No recuerdo haberles visto nunca batir alas, sino cuando se levantan del suelo. En los alrededores de Lima he observado muchos por espacio de cerca de media hora, sin separar la vista ni un instante; describían inmensos círculos subiendo y bajando sin dar un solo aletazo. Cuando pasaban a corta distancia sobre mi cabeza los veía oblicuamente y podía distinguir la silueta de las grandes plumas en que termina cada ala; si esas plumas hubieran sido agitadas por el más leve movimiento se habrían confundido una con otra; pero se destacaban muy distintas en el azul del cielo. Con mucha frecuencia mueve el pájaro la cabeza y el cuello como ejerciendo un gran esfuerzo; las alas extendidas parece que constituyen la palanca sobre que actúan los movimientos del cuello, del cuerpo y de la cola. Si el pájaro quiere bajar, pliega un instante las alas, y en cuanto las extiende de nuevo, modificando el plano de inclinación, la fuerza adquirida por el rápido descenso parece hacerle remontar con el movimiento continuo, uniforme, de una cometa. Cuando el pájaro se cierne en el aire su movimiento circular debe ser bastante rápido como para que la acción de la superficie inclinada de su cuerpo sobre la atmósfera pueda contrabalancear el peso. La fuerza necesaria para continuar el movimiento de un cuerpo que se agita en el aire en un plano horizontal no puede ser muy grande, porque el rozamiento es insignificante y eso es todo lo que el pájaro necesita. Podemos admitir que los movimientos del cuello y del cuerpo del cóndor bastan para obtener este resultado. Sea como quiera, es un espectáculo verdaderamente admirable, sublime, ver un pájaro tan grande cernerse horas y horas por encima de las montañas y valles sin mover apenas las alas. ...

En la línea 624
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Interesante espectáculo fue ver cómo en pocos minutos la inteligencia triunfó sobre la fuerza bruta. En el momento en que se precipitaba sobre el caballo de uno de mis compañeros de viaje, un lazo le envolvió los cuernos y otro las patas traseras: en un instante, la fiera caía impotente al suelo. Parecía muy difícil, sin matar al animal, desembarazar del lazo los cuernos de aquella furiosa fiera; para un hombre solo, creo que imposible en absoluto. Pero arrojando otro hombre el lazo alrededor de las patas traseras, la operación es muy sencilla. En efecto, el animal permanece tendido y por completo inerte mientras se le sostiene sujetas con fuerza las patas; el hombre puede acercarse entonces y desprenderle el lazo con las manos y montar después a caballo con toda tranquilidad; pero tan pronto como el otro afloja lo más mínimo la tensión del lazo, escurre éste por las piernas del toro, que se revuelve furioso y trata, aunque en vano, de precipitarse sobre su adversario. ...

En la línea 7996
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Víctor habló largo y tendido de la moralidad en el arte, separándose a veces del hipógrifo violento que se impacientaba con aquella disertación académica. ...

En la línea 13556
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cristo tendido en su lecho, bajo cristales, su Madre de negro, atravesada por siete espadas, que venía detrás, no merecían la atención del pueblo devoto; se esperaba a la Regenta, se la devoraba con los ojos. ...

En la línea 13627
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Cristo tendido en un lecho de batista, sudaba gotas de barniz. ...

En la línea 15248
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Muchas veces, si a él le daba por hablar largo, y tendido, ella le tapaba la boca con la mano y le decía en éxtasis de amor: No hables. ...

En la línea 1411
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... «Particularidad inexplicable—se decía Claudio—. Este hombre tan rápido en sus operaciones de guerra, tan amigo del esfuerzo físico, que consideraba un placer la lucha a brazo partido con sus más vigorosos súbditos, cuando estaba en casa, rara vez usaba las sillas. Permanecía días enteros acostado en un diván, y así leía o escuchaba las lecturas de su secretario; así escribía sus breves cartas, comía o jugaba al ajedrez con sus amigos En los últimos años de su existencia, cuando no estaba a caballo vivía tendido.» ...

En la línea 1662
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Oyó exclamaciones de asombre y tendido como estaba, no pudo ver los rostros de los que las proferían. Tal vez eran de horror ante la enormidad de aquel desgarrón que apenas si le causaba más daño que un simple pinchazo. Las heridas de muerte inmediata debían de ser así. ...

En la línea 1764
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A principios de 1501 aún estaba el duque de las Romanas tendido en su lecho, rodeado de amigos fieles y procurando no comer más alimentos que los preparados por aquéllos, pues temía, con razón, verse suprimido como el viejo Pío III. La victoria definitiva de los españoles sobre los franceses en el reino napolitano contribuyó a que Julio II no se atreviese a abreviar la vida de su prisionero. ...

En la línea 44
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una tarde, cuando el paquebote debía hallarse cerca de la antigua Tierra de Van Diemen, el ingeniero, que dormitaba tendido en un sillón del puente de paseo, vio un libro abandonado en el sillón inmediato. Le bastó la primera ojeada para darse cuenta de que debía pertenecer a los niños de una familia subida al buque en Nueva Zelanda. ...

En la línea 154
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al verle tendido en el suelo, empezó el asedio de su persona. El manotazo a la primera máquina volante que le había explorado con sus luces, así como la curiosidad de Gillespie, que le permitió descubrir por encima del bosque todas las evoluciones de la flotilla luminosa, aconsejaron la necesidad de un ataque brusco y rápido. ...

En la línea 234
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie, después de convencerse de que no quedaban cerca de él personas ni animales a los que pudiera aplastar, empezó a incorporarse. Sus piernas, tras una inmovilidad de tantas horas, estaban entumecidas y se resistían a obedecerla. Al fin se puso de pie después de largas vacilaciones, y al recobrar su posición vertical, los árboles mas altos quedaron a la altura de su pecho. Todo su busto sobrepasaba la centenaria vegetación, y la muchedumbre de enanos, casi invisible bajo el ramaje, saludo con un largo rugido la cabeza del gigante al surgir ésta por encima del bosque. Podían apreciar ahora la grandeza del Hombre-Montaña mejor que cuando le veían tendido en el suelo. ...

En la línea 1118
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - En cuanto a lo del traje -continuó-, estos señores tendrán que esperar a que el Hombre-Montaña se haya levantado, si es que no prefieren tomarle medida mientras esta tendido en su cama. ...

En la línea 1804
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata no tenía criada. Decía que ella se bastaba y se sobraba para todos los quehaceres de casa tan reducida. Muchas tardes, mientras estaba en la cocina, Maximiliano estudiaba sus lecciones, tendido en el sofá de la sala. Si no fuera porque el espectro de la hucha se le solía aparecer de vez en cuando anunciándole el acabamiento del dinero extraído de ella, ¡cuán feliz habría sido el pobre chico! A pesar de esto, la dicha le embargaba. Entrábale una embriaguez de amor que le hacía ver todas las cosas teñidas de optimismo. No había dificultades, no había peligros ni tropiezos. El dinero ya vendría de alguna parte. Fortunata era buena, y bien claros estaban ya sus propósitos de decencia. Todo iba a pedir de boca, y lo que faltaba era concluir la carrera y… Al llegar aquí, un pensamiento que desde el principio de aquellos amores tenía muy guardadito, porque no quería manifestarlo sino en sazón oportuna, se le vino a los labios. No pudo retener más tiempo aquel secreto que se le salía con empuje, y si no lo decía reventaba, sí, reventaba; porque aquel pensamiento era todo su amor, todo su espíritu, la expresión de todo lo nuevo y sublime que en él había, y no se puede encerrar cosa tan grande en la estrechez de la discreción. Entró la pecadora en la sala, que hacía también las veces de comedor, a poner la mesa, operación en extremo sencilla y que quedaba hecha en cinco minutos. Maximiliano se abalanzó a su querida con aquella especie de vértigo de respeto que le entraba en ocasiones, y besándole castamente un brazo que medio desnudo traía, cogiéndole después la mano basta y estrechándola contra su corazón, le dijo: ...

En la línea 3882
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En los primeros días que sucedieron a este gran suceso, nada ocurrió digno de contarse. Y si algo hubo fue de puertas afuera. Voy a ello. Una tarde estaban doña Lupe y Fortunata en la sala cosiendo unas anillas a las magníficas cortinas de seda con que se había quedado la señora por préstamo no satisfecho, cuando Papitos, que se había asomado al balcón para descolgar la ropa puesta a secar, empezó a dar chillidos: «Señoras, vengan, miren… ¡cuánta gente!… Han matado a uno». Asomáronse las dos señoras y vieron que en la parte baja de la calle, cerca de la esquina de la de San Carlos, había un gran corrillo que a cada momento engrosaba más. «Hay un cadávere difunto allí en mitad de la gente» gritó Papitos que tenía medio cuerpo fuera del balcón.—Yo veo un bulto tendido en el suelo—dijo doña Lupe.—¿Ves tú algo?… Será algún borracho. Pero observa qué multitud se va reuniendo. Como que los coches no pueden pasar… Y mira qué policías estos. Ni para un remedio. ...

En la línea 5154
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El día de San Eugenio propuso doña Casta ir de merienda al Pardo; pero las de Rubín no querían ni oír hablar de nada que a diversión se pareciese. Bueno tenían ellas el espíritu para meriendas. Fueron las Samaniegas con doña Desdémona, Quevedo y otros amigos. Por la noche, doña Casta se empeñaba en que todas habían de comer bellota, de la provisión que trajo. Estaban de tertulia en casa de Rubín. Sólo faltaba Aurora, a quien Fortunata esperaba con ansia, y siempre que sentía pasos en la escalera, iba a la puerta para abrirle antes de que llamase. Por fin llegó la viuda de Fenelón, fatigadísima. Los encargos en aquel mes eran considerables; las bodas aristocráticas menudeaban, y la pobre Aurora no podía desenvolverse. Como que por cumplir y hacer las entregas a tiempo se había traído alguna labor para trabajar en su casa. Velaría hasta las doce o la una. Brindose la de Rubín a ayudarla, y con la venia de las dos señoras mayores se fueron a la casa próxima. Fortunata deseaba estar sola con su amiga para hablar largo y tendido sobre diferentes cosas. ...

En la línea 1110
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El buen humor del soldado adquirió gran vuelo el último día del viaje. Sin dar paz a la lengua, habló de su anciano padre y de su hermano Arturo, y refirió hartas cosas que revelaban el generoso carácter de ambos. Tuvo palabras de exaltación para su Edita, y, en suma, estaba tan animado que hasta llegó a decir cosas cordiales y fraternales de Hugo.. Habló largo y tendido de la futura llegada a Hendon Hall. ¡Qué sorpresa para todos, y qué estallido de agradecimiento y deleite se manifestaría! ...

En la línea 282
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Cuando volvió en sí, vio con gran sorpresa que no estaba en la pradera que atravesara durante la noche, sino en una habitación espaciosa, empapelada con papel floreado, y tendido en un lecho cómodo y blandísimo. ...

En la línea 544
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Señor —dijo Sandokán acercándosele—, si yo le hubiese dado hospitalidad, si le hubiera llamado mi amigo y hubiera descubierto después que era un enemigo, le habría indicado la puerta, pero no le hubiera tendido una cobarde emboscada. Ahí abajo, en el camino que debo recorrer, hay cincuenta o cien hombres dispuestos a fusilarme. Mande que se retiren y que me dejen el paso libre. ...

En la línea 602
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Señor —dijo Sandokán acercándosele—, si yo le hubiese dado hospitalidad, si le hubiera llamado mi amigo y hubiera descubierto después que era un enemigo, le habría indicado la puerta, pero no le hubiera tendido una cobarde emboscada. Ahí abajo, en el camino que debo recorrer, hay cincuenta o cien hombres dispuestos a fusilarme. Mande que se retiren y que me dejen el paso libre. ...

En la línea 841
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Cuando despertó estaba tendido en una otomana, adonde lo habían transportado los malayos que tenía a su servicio. ...

En la línea 1036
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Me hallaba, pues, tendido sobre el suelo y precisamente al abrigo de una masa de sargazos, cuando al levantar la cabeza vi pasar unas masas enormes que despedían resplandores fosforescentes. Se me heló la sangre en las venas al reconocer en aquellas masas la amenaza de unos formidables escualos. Era una pareja de tintoreras, terribles tiburones de cola enorme, de ojos fríos y vidriosos, que destilan una materia fosforescente por agujeros abiertos cerca de la boca. ¡Monstruosos animales que trituran a un hombre entero entre sus mandíbulas de hierro! No sé si Conseil se ocupaba en clasificarlos, pero, por mi parte, yo observaba su vientre plateado y su boca formidable erizada de dientes desde un punto de vista poco científico, y, en todo caso, más como víctima que como naturalista. ...

En la línea 1485
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Su grito me lo explicó todo. No era un pasamano, sino un cable metálico cargado de electricidad. Quienquiera que lo tocara sufría una formidable sacudida, que podría ser mortal si el capitán Nemo hubiera lanzado a ese conductor toda la electricidad de sus aparatos. Podía decirse realmente que entre sus asaltantes y él había tendido una barrera eléctrica que nadie podía franquear impunemente. Los papúas se habían retirado enloquecidos por el terror. Nosotros, venciendo a duras penas la risa, consolábamos y friccionábamos al desdichado Ned Land, que juraba como un poseso. ...

En la línea 830
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Aquí está Mateo - dijo Camila -. Jamás ha intervenido en ningún lazo familiar natural y nunca viene a visitar a la señorita Havisham. Muchas veces me he tendido en el sofá después de cortar las cintas del corsé, y allí he permanecido horas enteras, insensible, con la cabeza ladeada, el peinado deshecho y los pies no sé dónde… ...

En la línea 883
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me faltó el ánimo cuando le vi cuadrarse ante mí con todas las demostraciones de precisión mecánica y observando al mismo tiempo mi anatomía cual si eligiera ya el hueso más apropiado. Por eso no sentí nunca en mi vida una sorpresa tan grande como la que experimenté después de darle el primer golpe y verle tendido de espaldas, mirándome con la nariz ensangrentada y el rostro excesivamente escorzado. ...

En la línea 884
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero se puso en pie en el acto y, después de limpiarse con la esponja muy diestramente, se puso en guardia otra vez. Y la segunda sorpresa enorme que tuve en mi vida fue el verle otra vez tendido de espaldas y mirándome con un ojo amoratado. ...

En la línea 1025
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Un domingo, cuando Joe, disfrutando de su pipa, se hubo vanagloriado de tener la mollera muy dura y yo lo hube dejado tranquilo por aquel día, me quedé tendido en el suelo por algún tiempo y con la barbilla en la mano, y parecíame descubrir huellas de la señorita Havisham y de Estella por todos lados, en el cielo y en el agua, hasta que por fin resolví comunicar a Joe un pensamiento que hacía tiempo se albergaba en mi cabeza. ...

En la línea 282
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Qué pena! ‑exclamó, sacudiendo la cabeza‑. Es una niña. Le han tendido un lazo, no cabe duda… Oiga, señorita, ¿dónde vive? ...

En la línea 663
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof permaneció largo tiempo acostado. A veces, salía a medias de su letargo y se percataba de que la noche estaba muy avanzada, pero no pensaba en levantarse. Cuando el día apuntó, él seguía tendido de bruces en el diván, sin haber logrado sacudir aquel sopor que se había adueñado de todo su ser. ...

En la línea 689
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Varias horas estuvo tendido en el diván. De vez en cuando pensaba: «Sí, hay que ir a tirar todo esto en cualquier parte, para no pensar más en ello. Hay que ir inmediatamente.» Y más de una vez se agitó en el diván con el propósito de levantarse, pero no le fue posible. Al fin un golpe violento dado en la puerta le sacó de su marasmo. ...

En la línea 1407
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En uno de estos antros reinaba un estruendo ensordecedor. Se tocaba la guitarra, se cantaba y todo el mundo parecía divertirse. Ante la entrada había un nutrido grupo de mujeres. Unas estaban sentadas en los escalones, otras en la acera y otras, en fin, permanecían de pie ante la puerta, charlando. Un soldado, bebido, con el cigarrillo en la boca, erraba en torno de ellas, lanzando juramentos. Al parecer no se acordaba del sitio adonde quería dirigirse. Dos individuos desarrapados cambiaban insultos. Y, en fin, se veía un borracho tendido cuan largo era en medio de la calle. ...

En la línea 179
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se arrastró fuera de la choza como pudo, no sin agrandar los desgarrones de su ropa. Salió de la ciudad, esperando encontrar algún árbol o alguna pila de heno que le diera abrigo. Pero hay momentos en que hasta la naturaleza parece hostil; volvió a la ciudad. Serían como las ocho de la noche. Como no conocía las calles, volvió a comenzar su paseo a la ventura. Cuando pasó por la plaza de la catedral, enseñó el puño a la iglesia en señal de amenaza. Destrozado por el cansancio, y no esperando ya nada se echó sobre un banco de piedra. Una anciana salía de la iglesia en aquel momento, y vio a aquel hombre tendido en la oscuridad. ...

En la línea 1060
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mientras de tal suerte espantaban Perico y Miranda el mal humor, a Pilar se le deshacía el pulmón que le restaba, paulatinamente, como se deshace una tabla roída por la carcoma. No empeoraba, porque ya no podía estar peor, y su vivir, más que vida, era agonía lenta, no muy penosa, amargándola solamente unas crisis de tos que traían a la garganta las flemas del pulmón deshecho, amenazando ahogar a la enferma. Estaba allí la vida como el resto de llama en el pábilo consumido casi: el menor movimiento, un poco de aire, bastan para extinguirlo del todo. Se había determinado la afonía parcial y apenas lograba hablar, y sólo en voz muy queda y sorda, como la que pudiese emitir un tambor rehenchido de algodón en rama. Apoderábanse de ella somnolencias tenaces, largas; modorras profundas, en que todo su organismo, sumido en atonía vaga, remedaba y presentía el descanso final de la tumba. Cerrados los ojos, inmóvil el cuerpo, juntos los pies ya como en el ataúd, quedábase horas y horas sobre la cama, sin dar otra señal de vida que la leve y sibilante respiración. Eran las horas meridianas aquellas en que preferentemente la atacaba el sueño comático, y la enfermera, que nada podía hacer sino dejarla reposar, y a quien abrumaba la espesa atmósfera del cuarto, impregnada de emanaciones de medicinas y de vahos de sudor, átomos de aquel ser humano que se deshacía, salía al balconcillo, bajaba las escaleras que conducían al jardín, y aprovechando la sombra del desmedrado plátano, se pasaba allí las horas muertas cosiendo o haciendo crochet. Su labor y dechado consistía en camisitas microscópicas, baberos no mayores, pañales festoneados pulcramente. En faena tan secreta y dulce íbanse sin sentir las tardes; y alguna que otra vez la aguja se escapaba de los ágiles dedos, y el silencio, el retiro, la serenidad del cielo, el murmurio blando de los magros arbolillos, inducían a la laboriosa costurera a algún contemplativo arrobo. El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles; el frío era seco y benigno a aquellas horas; las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín. La verja, que cerraba el cuadrilátero, caía a la calle de Rívoli, y al través de sus hierros se veían pasar, envueltas en las azules neblinas de la tarde, estrechas berlinas, ligeras victorias, landós que corrían al brioso trote de sus preciados troncos, jinetes que de lejos semejaban marionetas y peones que parecían chinescas sombras. En lontananza brillaba a veces el acero de un estribo, el color de un traje o de una librea, el rápido girar de los barnizados rayos de una rueda. Lucía observaba las diferencias de los caballos. Habíalos normandos, poderosos de anca, fuertes de cuello, lucios de piel, pausados en el manoteo, que arrastraban a un tiempo pujante y suavemente las anchas carretelas; habíalos ingleses, cuellilargos, desgarbados y elegantísimos, que trotaban con la precisión de maravillosos autómatas; árabes, de ojos que echaban fuego, fosas nasales impacientes y dilatadas, cascos bruñidos, seca piel y enjutos riñones; españoles, aunque pocos, de opulenta crin, soberbios pechos, lomos anchos y manos corveteadoras y levantiscas. Al ir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la móvil centella de sus faroles; pero confundidos ya colores y formas, cansábanse los ojos de Lucía en seguirlos, y con renovada melancolía se posaban en el mezquino y ético jardín. A veces turbaba su soledad en él, no viajero ni viajera alguna, que los que vienen a París no suelen pasarse la tarde haciendo labor bajo un plátano, sino el mismísimo Sardiola en persona, que so pretexto de acudir con una regadera de agua a las plantas, de arrancar alguna mala hierba, o de igualar un poco la arena con el rodezno, echaba párrafos largos con su meditabunda compatriota. Ello es que nunca les faltó conversación. Los ojos de Lucía no eran menos incansables en preguntar que solícita en responder la lengua de Sardiola. Jamás se describieron con tal lujo de pormenores cosas en rigor muy insignificantes. Lucía estaba ya al corriente de las rarezas, gustos e ideas especiales de Artegui, conociendo su carácter y los hechos de su vida, que nada ofrecían de particular. Acaso maravillará al lector, que tan enterado anduviese Sardiola de lo concerniente a aquel a quien sólo trató breve tiempo; pero es de advertir que el vasco era de un lugar bien próximo al solar de los Arteguis, y familiar amigo de la vieja ama de leche, única que ahora cuidaba de la casa solitaria. En su endiablado dialecto platicaban largo y tendido los dos, y la pobre mujer no sabía sino contar gracias de su criatura, que oía Sardiola tan embelesado como si él también hubiese ejercido el oficio nada varonil de Engracia. Por tal conducto vino Lucía a saber al dedillo los ápices más menudos del genio y condición de Ignacio; su infancia melancólica y callada siempre, su misántropa juventud, y otras muchas cosas relativas a sus padres, familia y hacienda. ¿Será cierto que a veces se complace el Destino en que por extraña manera, por sendas torturosas, se encuentren dos existencias, y se tropiecen a cada paso e influyan la una en la otra, sin causa ni razón para ello? ¿Será verdad que así como hay hilos de simpatía que los enlazan, hay otro hilo oculto en los hechos, que al fin las aproxima en la esfera material y tangible? ...

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