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La palabra rezos
Cómo se escribe

la palabra rezos

La palabra Rezos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece rezos.

Estadisticas de la palabra rezos

Rezos es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 23600 según la RAE.

Rezos aparece de media 2.39 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la rezos en las obras de referencia de la RAE contandose 364 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Rezos

Cómo se escribe rezos o rrezos?
Cómo se escribe rezos o rezoz?
Cómo se escribe rezos o resos?

Más información sobre la palabra Rezos en internet

Rezos en la RAE.
Rezos en Word Reference.
Rezos en la wikipedia.
Sinonimos de Rezos.

Algunas Frases de libros en las que aparece rezos

La palabra rezos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2444
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En la sala de escuela había dos o tres grupos de mujeres sentadas en los bancos, con la cabeza y el busto descansando sobre las mesas. Algunas roncaban con estrépito. La monja se había dormido también con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta. En una de las carpetas de estudio, dos recogidas velaban: una era Belén, que leía en su libro de rezos, y la otra Mauricia la Dura, que tenía la cabeza inclinada sobre la carpeta, apoyando la frente en un puño cerrado. Al principio, su vecina Belén creyó que rezaba, porque oyó cierto murmullo y algún silabeo fugaz. Pero luego observó que lo que hacía Mauricia era llorar. ...

En la línea 4192
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Sí, a las diez y media. Parecía que estaba esperando a que llegara yo para morirse… ¡pobrecilla! Vengo horrorizada. Si yo lo sé, no parezco por allá. Estos cuadros no son para mí. Cuando llegué estaba en su sano juicio. ¡Preguntome por ti con un interés… ! Dijo que te quería más que a nadie, y que en cuantito que entrara en el Cielo, le iba a pedir al Señor que te hiciera feliz. Yo, francamente, al oír esto, vi que estaba fatal, y Severiana me dijo que anoche creyeron por dos o tres veces que se les quedaba en las manos. Le dieron congojas tan fuertes, que se le acababa la respiración… Noté también que su voz parecía salir del hueco de un cántaro muy hondo, y sonaba como lejos… La cara la tenía muy arrebatada, y los ojos hundidos, pero muy brillantes. Guillermina estaba sentada a su cabecera, y a cada rato le daba abrazos y besos, diciéndole que pensara en Dios, que padeció tanto por salvarnos a nosotros… De repente, se descompuso, hija; ¡pero de qué manera… ! se quedó amoratada, empezó a dar manotazos y a echar por aquella boca unas flores, ¡unas berzas… ! Era un horror. En esto llegó el Padre Nones, a quien Guillermina había mandado llamar para que la auxiliase; pero todo inútil. Ni la pobre enferma podía oír lo que le decían, ni estaba su cabeza para cosas de religión. La santa tuvo una idea feliz. Le dio a beber una copa de Jerez, llena hasta los bordes. Mauricia apretaba los dientes; pero al fin, debió darle en la nariz el olorcillo, porque abriendo la bocaza, se lo atizó de un trago. ¡Cómo se relamía la infeliz! Se calmó y ¡pum!, la cabeza en la almohada. Entonces Guillermina, poniéndole una cruz entre las manos, le preguntaba si creía en Dios, si se encomendaba a Dios y a la Santísima Virgen, y a tales y cuales santos del Cielo, y contestaba ella que sí moviendo la cabeza… El Padre Nones estaba de rodillas, reza que te reza. Encendieron una vela, y te aseguro que el tufillo de la cera, los rezos y aquel espectáculo me levantaron el estómago y me han puesto los nervios como cuerdas de guitarra. Yo no quería mirar; pero la curiosidad… eso es lo que tiene… me hacía mirar. Los ojos de Mauricia se le habían hundido hasta ponérsele en la nunca, y la nariz, aquella nariz tan bonita, se le afiló como un cuchillo. Guillermina, alzando la voz, decíale que se abrazara a la cruz, que Dios la perdonaba, que ella la envidiaba por irse derechita a la gloria, y otras muchas cosas que la hacían a una llorar. La cabeza de Mauricia se iba quedando quieta, quieta… Luego la vimos mover los labios, y sacar la punta de la lengua como si quisiera relamerse… Dejó oír una voz que parecía venir, por un tubo, del sótano de la casa. A mí me pareció que dijo: más, más… Otras personas que allí había aseguran que dijo: ya. Como quien dice: «Ya veo la gloria y los ángeles». Bobería; no dijo sino más… a saber, más Jerez. Guillermina y Severiana le acercaron un espejo a la cara y lo tuvieron un ratito… Después todos empezaron a hablar en alta voz. Ya estaba Mauricia en el otro mundo; se había quedado de un color violado tirando a azul. A los diez minutos su fisonomía estaba tan variada, que si la ves no la conoces. ...

En la línea 5877
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Plácido, después de cotorrear un poco con Segunda en la puerta de la casa de esta, bajó a la suya, y en la salita, tapizada de carteles de novenas y otras funciones eclesiásticas, estaba Guillermina, en pie, el rosario y el libro de rezos en la mano. La casera y el administrador cotorrearon otro poco, y el resultado de esta nueva conferencia fue que Rossini volvió a subir presuroso y a tener otra hocicada con Segunda en la puerta. «Dígame usted, ¿está durmiendo ahora? ¿Y el niño mama o no mama?»—«Pues ahora están los dos callados… Paice que duermen».—«Pues silencio. Cuide usted de que no haya ruido en la casa… Yo, verá usted, como salgan los chicos del latonero a alborotar en la escalera, les deslomo». ...

En la línea 4580
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Svidrigailof conocía a aquella jovencita. Cerca del ataúd no había ninguna imagen, ningún cirio encendido, ni rumor alguno de rezos. Aquella muchacha era una suicida: se había arrojado al río. Sólo tenia catorce años y había sufrido un ultraje que había destrozado su corazón, llenado de terror su conciencia infantil, colmado su alma de una vergüenza que no merecía y arrancado de su pecho un grito supremo de desesperación que el mugido del viento había ahogado en una noche de deshielo húmeda y tenebrosa… ...


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