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La palabra recordaba
Cómo se escribe

la palabra recordaba

La palabra Recordaba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece recordaba.

Estadisticas de la palabra recordaba

Recordaba es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 3916 según la RAE.

Recordaba tienen una frecuencia media de 23.72 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la recordaba en 150 obras del castellano contandose 3606 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Recordaba

Cómo se escribe recordaba o rrecorrdaba?
Cómo se escribe recordaba o recordava?

Más información sobre la palabra Recordaba en internet

Recordaba en la RAE.
Recordaba en Word Reference.
Recordaba en la wikipedia.
Sinonimos de Recordaba.

Algunas Frases de libros en las que aparece recordaba

La palabra recordaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 468
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La gente de la huerta, con la facilidad que tiene todo el mundo para olvidar la desgracia ajena, apenas si de tarde en tarde recordaba la espantosa tragedia del tío Barret, preguntándose qué sería de sus hijas. ...

En la línea 970
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ahora recordaba las veces que le había encontrado por la mañana en el camino, y hasta le parecía que Tonet procuraba marchar siempre al mismo paso que ella, aunque algo separado para no llamar la atención de las mordaces hilanderas. ...

En la línea 983
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Después salía un lobo a morderla, con un hocico que recordaba vagamente al odiado Pimentó, y reñían los dos animales a dentelladas y salía su padre con un garrote, y ella lloraba como si le soltasen en las espaldas los garrotazos que recibía su pobre perro; y así seguía desbarrando su imaginación, pero viendo siempre en las atropelladas escenas de su ensueño al nieto del tío Tomba, con sus ojos azules y su cara de muchacho cubierta por un vello rubio, que era el primer asomo de la edad viril. ...

En la línea 1378
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El padre, con gesto fosco y severas ojeadas, le recordaba mudamente que debía mostrarse indiferente, ya que sus penas eran un atentado a su autoridad paternal. ...

En la línea 28
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los compañeros de armas de don Fernando recordaban el período heroico de su vida, las partidas en la Sierra, dando cada uno gran abultamiento a sus hazañas y penalidades, con el espejismo del tiempo y de la imaginación meridional, mientras el antiguo jefe sonreía como si escuchase el relato de juegos infantiles. Aquella había sido la época romántica de su existencia. ¡Luchar por formas de gobierno!... En el mundo había algo más. Y Salvatierra recordaba su desilusión en la corta República del 73, que nada pudo hacer, ni de nada sirvió. Sus compañeros de la Asamblea, que cada semana tumbaban un gobierno y creaban otro para entretenerse, habían querido hacerle ministro. ...

En la línea 45
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro siguió adelante. Las bodegas de Dupont formaban un escalonamiento de edificios. De unos a otros extendíanse las explanadas, y en ellas alineaban los arrumbadores las filas de toneles para que los caldease el sol. Era el vino barato, el Jerez ordinario, que para envejecerse rápidamente era expuesto al calor solar. Fermín recordaba la suma de tiempo y trabajo necesarios para producir un buen Jerez. Diez años eran precisos para criar el famoso vino: diez fermentaciones fuertes se necesitaban para que se formase, con el perfume selvático y el ligero sabor de avellana que ningún otro vino podía copiar. Pero las necesidades de la concurrencia mercantil, el deseo de producir barato, aunque fuese malo, obligaba a apresurar el envejecimiento del vino, poniéndolo al sol para acelerar su evaporación. ...

En la línea 109
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro recordaba la estupefacción de la gente un año antes, cuando un perro de los que guardaban por la noche las bodegas mordió a varios trabajadores. Dupont había acudido en su auxilio, temiendo que el mordisco les produjera la hidrofobia y, para evitarla, les hizo tragar en el primer momento, en forma de píldoras, una estampa de santo milagroso que guardaba su madre. Era tan estupendo aquello, que Fermín, después de haber presenciado el hecho, comenzaba a dudar, con el transcurso del tiempo, de que fuese cierto. Bien es verdad que después, el mismo don Pablo pagó con largueza el viaje a los enfermos para que fuesen curados por un médico célebre. Dupont explicaba su conducta cuando le hablaban de este suceso con una sencillez que daba espanto: «Primero, la Fe; después, la Ciencia, que algunas veces hace grandes cosas, pero es porque se lo permite Dios». ...

En la línea 191
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Malo, no. Fermín recordaba la largueza caprichosa y desordenada con que algunas veces socorría a las gentes en desgracia. Pero su bondad era estrechísima: dividía en castas la pobreza; y a cambio del dinero exigía una supeditación absoluta a todo lo que él pensase y amase. Era capaz de aborrecer a su propia familia, de sitiarla por hambre, si creía con ello servir a su Dios; a aquel Dios a quien profesaba inmensa gratitud porque hacía prosperar los negocios de la casa y era el sostén del orden social. ...

En la línea 5817
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El mosquetero recordaba bien, de aquí y de allá, las malas ideas que corrían en aquel tiempo sobre los procuradores y que les han sobrevivido: la tacañería, los recortes, los días de ayuno, pero como des pués de todo, salvo algunos accesos de economía que Porthos había encontrado siempre muy intempectivos, había visto a la procuradora bastante liberal, para una procuradora, por supuesto, esperó encontrar una casa montada de forma halagüeña. ...

En la línea 6369
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Mirad -dijo-, ved, ¿no es extraño?Y mostraba a D'Artagnan aquel rasguño que recordaba debía existir. ...

En la línea 8197
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cada cual ofreció el suyo: Athos hablaba de la discreción de Gri maud, que sólo hablaba cuando su amo le descosía la boca; Po rthos ponderaba la fuerza de Mosquetón, que era de corpulencia capaz de dar una tunda a cuatro hombres de complexión ordinaria; Aramis, con fiando en la destreza de Bazin, hacía un elogio pomposo de su candi dato; finalmente, D'Artagnan tenía fe completa e n la bravura de Planchet, y recordaba la forma en que se había comportado en el espinoso asunto de Boulogne. ...

En la línea 9495
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Milady ocultó su rostro en sus manos, como si no hubiera podido soportar la vergüenza que este hombre le recordaba. ...

En la línea 2041
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... De pronto, la gente que estaba hacia la desembocadura de la _calle de Carretas_, retrocedió en desorden, dejando un vasto espacio libre, en el que al instante se precipitó Quesada a galope tendido, espada en mano y con uniforme de general, montado en un _pura sangre_ inglés, bayo claro, con tal ímpetu, que recordaba a un toro manchego lanzándose al redondel al ver de súbito abierta la puerta del toril. ...

En la línea 3880
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Difícil me sería justificar con alguna razón plausible el ardiente deseo que tenía de visitar ese lugar; pero recordaba que el año anterior me había librado casi por milagro de naufragar y perecer en los peñascales que bordean aquel punto extremo del Viejo Mundo, y pensé que llevar el Evangelio a un lugar tan apartado y agreste sería acaso una peregrinación acepta a los ojos de mi Hacedor. ...

En la línea 3945
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Su rostro me recordaba mucho esas singulares fisonomías de santos y monjes que a veces se encuentran en las hornacinas de los muros de los conventos en ruinas. ...

En la línea 499
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi permanencia en este sitio he oído hablar a menudo de la sierra de las Cuentas, colina situada varias millas al Norte. Me han asegurado que, en efecto, se encuentran allí a montones piedrecitas redondas de diferentes colores, atravesadas todas ellas por un agujerito cilíndrico. Los indios tenían en otro tiempo la costumbre de recogerlas para hacer collares y brazaletes; afición habida en común, conviene decirlo de paso, por las naciones salvajes lo mismo que por los pueblos más civilizados. No sabía yo qué crédito conceder a esa historia; pero, así que se la hube referido en el Cabo de Buena Esperanza al doctor Andrew Smith, me dijo que recordaba haber encontrado en la costa oriental del África meridional, a más de cien millas al Este del río San Juan, cristales de cuarzo cuyos ángulos se habían desgastado con el roce y que estaban mezclados con guijarros en la orilla del mar. Cada cristal tenía más de cinco líneas de diámetro y una longitud de 1 a 1 1/2 pulgadas. La mayoría de ellos estaban atravesados de un extremo a otro por un agujerito perfectamente cilíndrico y de anchura bastante para permitir pasar un hilo grueso o una cuerda de tripa muy fina. Estos cristales son rojos o de un color blanco agrisado, y los indígenas los buscan para hacer collares. He referido estos hechos, aunque hoy no se conoce ningún cuerpo cristalizado que presente esa forma, porque podrán dar la idea a algún futuro viajero de inquirir cuál es la verdadera naturaleza de estas piedras. ...

En la línea 543
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Dos veces he tenido ocasión de observar fosforescencias procedentes de grandes profundidades bajo la superficie del mar. Cerca de la desembocadura del Plata he visto algunas manchas circulares y ovales de dos a cuatro metros de diámetro con bordes definidos y que emitían una luz pálida pero continua, mientras que el agua circundante no daba sino algunos destellos. El aspecto general de estas manchas recordaba mucho la reflexión de la luna o de otro cuerpo luminoso, porque las ondulaciones de la superficie hacían los bordes sinuosos. El buque, que calaba trece pies, pasó por encima de estos puntos brillantes sin alterarlos en lo más mínimo. Debemos, pues, suponer que a mayor profundidad de la que alcanzaba la quilla del barco se habían reunido cierto número de animales. ...

En la línea 1108
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... r la tarde fuimos a visitar al gobernador, viejo muy amable, que por su exterior y modo de vivir recordaba a los campesinos ingleses. anochecer comenzó a llover con violencia, a pesar de que no dejaban aquellas gentes de rodear nuestras tiendas ...

En la línea 1721
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... davía hoy (1835), se oyen contar en todas partes los fracasos de los cazadores, y sobre todo los de un hombre que se había llevado una estatua de la Virgen María y que después había vuelto al año siguiente por la de San José, diciendo que no convenía que la esposa estuviese separada de su marido. comido en Coquimbo con una señora anciana que se admiraba de haber vivido bastante tiempo para haber llegado a sentarse a la mesa con un inglés; pues recordaba perfectamente que, por dos veces, siendo niña, al solo grito de «¡los ingleses!» todos los habitantes se habían refugiado en las montañas, llevándose los objetos más preciados. ...

En la línea 893
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A lo menos ella no lo recordaba. ...

En la línea 898
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De la breve conversación de la tarde no recordaba más que esto: que al día siguiente, después del coro, el Magistral la esperaba en su capilla. ...

En la línea 1042
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La Regenta recordaba todo esto como va escrito, incluso el diálogo; pero creía que, en rigor, de lo que se acordaba no era de las palabras mismas, sino de posterior recuerdo en que la niña había animado y puesto en forma de novela los sucesos de aquella noche. ...

En la línea 1454
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mucho después, cuando su inocencia perdió el último velo y pudo ella ver claro, ya estaba muy lejos aquella edad; recordaba vagamente su amistad con el niño de Colondres, sólo distinguía bien el recuerdo del recuerdo, y dudaba, dudaba si había sido culpable de todo aquello que decían. ...

En la línea 259
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Algunas veces hablaba melancólicamente a sus íntimos, recordando la profecía del maestro Vicente Ferrer. Nunca llegaría a Papa. Aquel santo predicador se había equivocado. Otro fraile ascético, que luego figuró igualmente en los altares, San Juan de Capistrano, gran amigo de Alfonso de Borja, oyó muchas veces cómo recordaba éste dicha predicción, seguro de que iba a resultar falsa. ...

En la línea 393
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Un valor tranquilo—terminó diciendo el canónigo—, reposado, inconmovible, fue la condición más característica de Rodrigo de Borja. Sus más ardientes detractores jamás osaron suponerle cobarde. Este valor, que no se eclipsó ni un segundo en el curso de su existencia, recordaba el coraje del toro. Dos veces estuvo próximo a naufragar en el Mediterráneo, y los marineros más viejos, quebrantados por una tormenta que duraba días y días, mostraron asombro ante la serenidad risueña de este hombre de Iglesia. ...

En la línea 493
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todas las piezas de la casa parecían salones de museo. No quedaba un palmo de pared limpio de adornos, y había que avanzar por los recovecos que formaban los muebles, excesivamente abundantes, casi aglomerados al azar de compras favorables. El comedor parecía revestido de escamas metálicas: tantos eran los platos dorados de Valencia y de Sevilla que ornaban sus muros. El gran salón recordaba al visitante los estudios de ciertos pintores románticos que hace medio siglo fabricaron enormes cuadros de Historia. El mismo amontonamiento híbrido de objetos vistosos e incoherentes. Hasta del techo pendían, como solemnes guiñapos, banderas agujereadas y polvorientas. ...

En la línea 713
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio Borja recordaba la tumba de Inocencio VIII. Como era un monumento de bronce con hermosas esculturas del arte cuatrocentista, la había conservado, pasando de la antigua iglesia de San Pedro a la actual basílica. Gracias al valor artístico de dicha sepultura, la memoria de Inocencio VIII se perpetúa más que la de otros Pontífices superiores a él, caídos en olvido. ...

En la línea 1880
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aquella noche fue también mala para Fortunata, pues se la pasó casi toda cavilando, discurriendo sobre si el otro se acordaría o no de ella. Era muy particular que no le hubiese encontrado nunca en la calle. Y por falta de mirar bien a todos lados no era ciertamente. ¿Estaría malo, estaría fuera de Madrid? Más adelante, cuando supo que en Febrero y Marzo había estado Juanito Santa Cruz enfermo de pulmonía, acordose de que aquella noche lo había soñado ella. Y fue verdad que lo soñó a la madrugada, cuando su caldeado cerebro se adormeció, cediendo a una como borrachera de cavilaciones. Al despertar ya de día, el reposo profundo aunque breve había vuelto del revés las imágenes y los pensamientos en su mente. «A mi boticarito me atengo—dijo después que echó el Padre Nuestro por las ánimas, de que no se olvidaba nunca—. Viviremos tan apañaditos». Levantose, encendió su lumbre, bajó a la compra, y de tienda en tienda pensaba que Maximiliano podía dar un estirón, echar más pecho y más carnes, ser más hombre, en una palabra, y curarse de aquel maldito romadizo crónico que le obligaba a estarse sonando constantemente. De la bondad de su corazón no había nada que decir, porque era un santo, y como se casara de verdad, su mujer había de hacer de él lo que quisiera. Con cuatro palabritas de miel, ya estaba él contento y achantado. Lo que importaba era no llevarle la contraria en todo aquello de la conciencia y de las misiones… aquí un adjetivo que Fortunata no recordaba. Era sublimes; pero lo mismo daba; ya se sabía que era una cosa muy buena. ...

En la línea 2179
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El capellán no hizo aspavientos. Al contrario, le gustaba que sus catecúmenos estuvieran rasos y limpios de toda ciencia, para poder él enseñárselo todo. Después meditó un rato, las manos cruzadas y dando vuelta a los pulgares uno sobre otro. Fortunata le miraba en silencio. No podía dudar de que era hombre muy sabedor de cosas del mundo y de las flaquezas humanas, y pensó que le convenía ponerse bajo su dirección. En aquel momento hallábase bajo la influencia de ideas supersticiosas adquiridas en su infancia respecto a la religión y al clero. Su catecismo era harto elemental y se reducía a dos o tres nociones incompletas, el Cielo y el Infierno, padecer aquí para gozar allá, o lo contrario. Su moral era puramente personal, intuitiva y no tenía nada que ver con lo poco que recordaba de la doctrina cristiana. Formó del hermano de Maxi buen concepto, porque se lavaba poco y sabía mucho y no reñía a las pecadoras, sino que las trataba con dulzura, ofreciéndoles el matrimonio, la salvación, y hablándoles del alma y otras cosas muy bonitas. ...

En la línea 2316
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Era para Fortunata este trabajo no sólo fácil, sino divertido. Gustábale calzarse en el pie derecho el grueso escobillón, y arrastrando el paño con el izquierdo, andar de un lado para otro en la vasta pieza, con paso de baile o de patinación, puesta la mano en la cintura y ejercitando en grata gimnasia todos los músculos hasta sudar copiosamente, ponerse la cara como un pavo y sentir unos dulcísimos retozos de alegría por todo el cuerpo. La compañera que Sor Natividad le dio en aquella faena era una filomena en cuyo rostro se había fijado no pocas veces la neófita, creyendo reconocerlo. Indudablemente había visto aquella cara en alguna parte, pero no recordaba dónde ni cuándo. Ambas se habían mirado mucho, como deseando tener una explicación; pero no se habían dirigido nunca la palabra. Lo que sí sabía Fortunata era que aquella mujer daba mucha guerra a las madres por su carácter alborotado y desigual. ...

En la línea 2896
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La compasión venció a la delincuente y se mostró tan afable aquella tarde y noche, que Maximiliano hubo de tranquilizarse. El pobrecito estaba destinado a no tener rato bueno, pues a punto que su espíritu recibía algún alivio, se le inició la jaqueca. La noche fue cruel, y Fortunata esmerose en cuidarle. En medio de sus dolores cefalálgicos, el infortunado joven se caldeaba más la mente arbitrando remedios o paliativos de la ansiedad que le dominaba. A poco de vomitar, dijo a su mujer: «Se me ocurre una idea que resolverá las dificultades… Nos iremos a Molina de Aragón, donde tengo mis fincas. Abandono la carrera y me dedico a labrador… Quieres, ¿sí o no? Allí viviré con tranquilidad». Fortunata se mostró conforme, si bien recordaba lo que Mauricia le había dicho de la vida de los pueblos. Sólo descuartizada iría ella a vivir al campo; pero aquella noche no tenía más remedio que decir sí a todo. ...

En la línea 603
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Como Tom tenía bastante ingenio para comprender que era un muchacho que le podría ser útil, animó a Humphrey a que siguiera hablando, y el chico no se hizo de mucho rogar, pues estaba encantado creyendo que ayudaba a la 'cura' de Tom, porque siempre, tan pronto como había tratado de recórdar la perturbada mente los diferentes pormenores de su experiencia y aventuras en la real sala de escuela y en los demás sitios del palacio, observaba que Su Majestad 'recordaba' las circunstancias con toda claridad. Al cabo de una hora, Tom se halló en posesión de muy valiosa información sobre personajes y asuntos de la corte y así resolvió abrevarse a diario en aquella fuente. A este fin daría orden de que admitieran a Humphrey a su regia presencia cada vez que llegara, siempre que la Majestad de Inglaterra no estuviera ocupada con otras gentes. ...

En la línea 1215
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En la semana siguiente, días y noches fueron de monótona igualdad en cuanto a acontecimientos. Hombres cuyos semblantes recordaba Hendon más o menos distintamente, llegaban de día a mirar al 'impostor' y a repudiarle e insultarle, y por la noche los alborotos y las peleas proseguían con insufrible regularidad. No obstante, al fin se ofreció un nuevo episodio. El alcaide hizo entrar a un anciano y le dijo: ...

En la línea 1505
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom Canty vivió hasta edad muy avanzada, un apuesto viejo, de pelo blanco, de grave y benévolo aspecto. Mientras vivió, se le rindieron honores; también fue reverenciado, porque su singular y sorprendente traje recordaba a las gentes que 'en su tiempo había sido rey'; y así, doquiera que se presentaba, la gente se apartaba para abrirle paso, susurrando unos a otros: 'Quitaos el sombrero; es el «Protegido del Rey»', y así saludaban, y obtenían a cambia una amable sonrisa, y la valoraban, también, porque la suya era una honorable historia. ...

En la línea 1897
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y se encerró en su cuarto. Y a la vez que las imágenes de Eugenia y de Mauricio presentábase a su espíritu la de Rosario, que también se burlaba de él. Y recordaba a su madre. Se echó sobre la cama, mordió la almohada, no acertaba a decirse nada concreto, se le enmudeció el monólogo, sintió como si se le acorchase el alma y rompió a llorar. Y lloró, lloró, lloró. Y en el llanto silencioso se le derretía el pensamiento. ...

En la línea 1263
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Pues prepárese a probar una cosa suculenta. Si no es así, dejo yo de ser el rey de los arponeros. Al cabo de algunos minutos, la parte de los frutos expuesta al fuego quedó completamente tostada. Por dentro apareció una pasta blanca, como una tierna miga, cuyo sabor recordaba el de la alcachofa. Hay que reconocerlo, era un pan excelente y lo comí con gran placer. ...

En la línea 2396
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero la observación de esos especímenes de la fauna marina no me impedía examinar las largas llanuras de la Atlántida. A veces, los caprichosos accidentes del suelo obligaban al Nautilus a disminuir su velocidad y a deslizarse, con la pericia de un cetáceo, por estrechos pasos entre las colinas. Cuando el laberinto se hacía inextricable, el aparato se elevaba como un aeróstato y, una vez franqueado el obstáculo, recuperaba su rápida marcha a algunos metros del fondo. Admirable y magnífica navegación que recordaba las maniobras de un paseo aerostático, con la diferencia de que el Nautilus obedecía sumisamente a la mano de su timonel. ...

En la línea 2815
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Cené aquel día con apetito un excelente trozo de hígado de foca cuyo gusto recordaba al de la carne de cerdo. Me acosté luego, no sin antes haber invocado, como un hindú, los favores del astro radiante. ...

En la línea 897
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me intranquilizó mucho el caso del joven caballero pálido. Cuanto más recordaba la pelea y mentalmente volvía a ver a mi antagonista en el suelo, en las varias fases de la lucha, mayor era la certidumbre que sentía de que me harían algo. Sentía que la sangre del joven y pálido caballero había caído sobre mi cabeza, y me decía que la ley tomaría venganza de mí. Sin tener idea clara de cuáles eran las penalidades en que había incurrido, para mí era evidente que los muchachos de la aldea no podrían recorrer la comarca para ir a saquear las casas de la gente y acometer a los jóvenes estudiosos de Inglaterra, sin quedar expuestos a severos castigos. Durante varios días procuré no alejarme mucho de mi casa, y antes de salir para cualquier mandado miraba a la puerta de la cocina con la mayor precaución y hasta con cierto temblor, temiendo que los oficiales de la cárcel del condado vinieran a caer sobre mí. La nariz del pálido y joven caballero me había manchado los pantalones, y en el misterio de la noche traté de borrar aquella prueba de mi crimen. Al chocar contra los dientes de mi antagonista me herí los puños, y retorcí mi imaginación en un millar de callejones sin salida, mientras buscaba increíbles explicaciones para justificar aquella circunstancia condenatoria cuando me curasen ante los jueces. ...

En la línea 1017
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Lo que temía era que, en alguna hora desdichada, cuando yo estuviese más sucio y peor vestido, al levantar los ojos viese a Estella mirando a través de una de las ventanas de la fragua. Me atormentaba el miedo de que, más pronto o más tarde, ella me viese con el rostro y las manos ennegrecidos, realizando la parte más ingrata de mi trabajo, y que entonces se alegrara de verme de aquel modo y me manifestara su desprecio. Con frecuencia, al oscurecer, cuando tiraba de la cadena del fuelle y cantábamos a coro Old Clem, recordaba cómo solíamos cantarlo en casa de la señorita Havisham; entonces me parecía ver en el fuego el rostro de Estella con el cabello flotando al viento y los burlones ojos fijos en mí. En tales ocasiones miraba aquellos rectángulos a través de los cuales se veía la negra noche, es decir, las ventanas de la fragua, y me parecía que ella retiraba en aquel momento el rostro y me imaginaba que, por fin, me había descubierto. Después de eso, cuando íbamos a cenar, y la casa y la comida debían haberme parecido más agradables que nunca, entonces era cuando me avergonzaba más de mi hogar en mi ánimo tan mal dispuesto. ...

En la línea 1024
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era agradable y apacible divisar las velas sobre el río, que pasaban más allá de las zanjas, y algunas veces, en la marea baja, parecían pertenecer a embarcaciones hundidas que todavía navegaban por el fondo del agua. Siempre que observaba las embarcaciones que había en el mar con las velas extendidas, recordaba a la señorita Havisham y a Estella; y cuando la luz daba de lado en una nube, en una vela, en la loma verde de una colina o en la línea de agua del horizonte, me ocurría lo mismo. La señorita Havisham, Estella, la casa extraña de la primera y la singular vida que ambas llevaban parecían tener que ver con todo lo que fuese pintoresco. ...

En la línea 1330
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe y Biddy se mostraron amables y cariñosos cuando les hablé de nuestra próxima separación, pero tan sólo se refirieron a ella cuando yo lo hice. Después de desayunar, Joe sacó mi contrato de aprendizaje del armario del salón y ambos lo echamos al fuego, lo cual me dío la sensación de que ya estaba libre. Con esta novedad de mi emancipación fui a la iglesia con Joe, y pensé que si el sacerdote lo hubiese sabido todo, no habría leído el pasaje referente al hombre rico y al reino de los cielos. Después de comer, temprano, salí solo a dar un paseo, proponiéndome despedirme cuanto antes de los marjales. Cuando pasaba junto a la iglesia, sentí (como me ocurrió durante el servicio religioso por la mañana) una compasión sublime hacia los pobres seres destinados a ir allí un domingo tras otro, durante toda su vida, para acabar por yacer oscuramente entre los verdes terraplenes. Me prometí hacer algo por ellos un día u otro, y formé el plan de ofrecerles una comida de carne asada, plum-pudding, un litro de cerveza y cuatro litros de condescendencia en beneficio de todos los habitantes del pueblo. Antes había pensado muchas veces y con un sentimiento parecido a la vergüenza en las relaciones que sostuve con el fugitivo a quien vi cojear por aquellas tumbas. Éstas eran mis ideas en aquel domingo, pues el lugar me recordaba a aquel pobre desgraciado vestido de harapos y tembloroso, con su grillete de presidiario y su traje de tal. Mi único consuelo era decirme que aquello había ocurrido mucho tiempo atrás, que sin duda habría sido llevado a mucha distancia y que, además, estaba muerto para mí, sin contar con la posibilidad de que realmente hubiese fallecido. ...

En la línea 411
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Más adelante, cuando Raskolnikof recordaba este período de su vida y todo lo sucedido durante él, minuto por minuto, punto por punto, sentía una mezcla de asombro e inquietud supersticiosa ante un detalle que no tenía nada de extraordinario, pero que había influido decisivamente en su destino. ...

En la línea 436
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Una mesa casi vecina a la suya estaba ocupada por un estudiante al que no recordaba haber visto nunca y por un joven oficial. Habían estado jugando al billar y se disponían a tomar el té. De improviso, Raskolnikof oyó que el estudiante daba al oficial la dirección de Alena Ivanovna y empezaba a hablarle de ella. Esto le llamó la atención: hacía sólo un momento que la había dejado, y ya estaba oyendo hablar de la vieja. Sin duda, esto no era sino una simple coincidencia, pero su ánimo estaba dispuesto a entregarse a una impresión obsesionante y no le faltó ayuda para ello. El estudiante empezó a dar a su amigo detalles acerca de Alena Ivanovna. ...

En la línea 887
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Todas estas preguntas tenían un sólido fundamento. Lo sabia desde antes de hacérselas. La noche en que había resuelto tirarlo todo al agua había tomado esta decisión sin vacilar, como si hubiese sido imposible obrar de otro modo. Sí, sabía todas estas cosas y recordaba hasta los menores detalles. Sabía que todo había de ocurrir como estaba ocurriendo; lo sabía desde el momento mismo en que había sacado los estuches del arca sobre la cual estaba inclinado… Sí, lo sabía perfectamente. ...

En la línea 928
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ahora recordaba aquellas incertidumbres, aquellas vagas sensaciones, y este recuerdo, a su juicio, no era puramente casual. El simple hecho de haberse detenido en el mismo sitio que antaño, como si hubiese creído que podía tener los mismos pensamientos e interesarse por los mismos espectáculos que entonces, e incluso que hacía poco, le parecía absurdo, extravagante y hasta algo cómico, a pesar de que la amargura oprimía su corazón. Tenía la impresión de que todo este pasado, sus antiguos pensamientos e intenciones, los fines que había perseguido, el esplendor de aquel paisaje que tan bien conocía, se había hundido hasta desaparecer en un abismo abierto a sus pies… Le parecía haber echado a volar y ver desde el espacio como todo aquello se esfumaba. ...

En la línea 242
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Y recordaba las admirables palabras de Epícteto: ...

En la línea 949
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pasaba este diálogo entre el doctor y Lucía, a distancia suficiente del lecho de la enferma, a fin de que no oyese palabra. Lucía se enteró muy al por menor de cuanto concernía a la asistencia, de las horas del alimento, de las precauciones que adoptar importaba. Después de aplicar a Pilar los medicamentos que el doctor dispuso, arregló el cuarto andando en la punta de los pies, puso cada cosa en su sitio, entornó las celosías y se instaló al lado de la cama, en una silleta baja de hacer labor. Pilar estaba muy agitada, y ardía de sed; a cada paso Lucía le llegaba a los labios el pistero de agua de goma, previamente templada en una estufilla. Por la tarde vino Duhamel, y se cercioró de que los revulsivos habían logrado aclarar un poco la voz de la enferma y facilitar su respiración congojosa. No obstante, la calentura era alta, el sudor se había suprimido. Ocho días duró la congestión pulmonar, y cuando Duhamel ordenó a Pilar levantarse, porque la cama acrecentaba el recargo y agotaba sus fuerzas, era aquella criatura un espectro; a los caracteres asaz tristes de la anemia, se unían ahora otros más alarmantes. Al vestirse, sus miembros no sostenían la ropa, que se escapaba del cuerpo como de un maniquí mal relleno. Ella misma se asustó, y en uno de los momentos lúcidos que suelen tener los atacados del terrible mal que ya la oprimía entre sus garras, pidió el espejillo famoso, y Lucía, por no contrariarla, se lo presentó de mala gana. Al fijar sus ojos en él, Pilar recordaba cómo se había visto la noche del baile, con sus claveles, su pelo artísticamente rizado, y la sonrisa de placer que le iluminaba el rostro. Fue tal el contraste entre lo pasado y lo presente, entre la cara de ocho días atrás y la de hoy, que Pilar, con rápido movimiento, arrojó al suelo el espejillo. Quebrose la clara luna, y las cinceladuras finísimas del marco se abollaron al golpe. ...

En la línea 1198
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía miró al cielo, en que brillaban las estrellas, y sintió un frío agudo. Arrodillose en el vestíbulo, y apoyó la cara contra la puerta. En aquel momento se acordaba de una circunstancia pueril; la puerta estaba por dentro forrada de brocado rojo obscuro, de los tonos mates del cuero. No supo por qué recordaba tal detalle; pero suele ocurrir así; en momentos semejantes, acuden ideas que ninguna importancia tienen ni guardan conexión alguna con los acontecimientos decisivos que están pasando. ...


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