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La palabra hundidos
Cómo se escribe

la palabra hundidos

La palabra Hundidos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece hundidos.

Estadisticas de la palabra hundidos

Hundidos es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 23581 según la RAE.

Hundidos aparece de media 2.39 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la hundidos en las obras de referencia de la RAE contandose 364 apariciones .

Más información sobre la palabra Hundidos en internet

Hundidos en la RAE.
Hundidos en Word Reference.
Hundidos en la wikipedia.
Sinonimos de Hundidos.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece hundidos

La palabra hundidos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 461
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres a la cárcel de Valencia para contemplar, a través de los barrotes, al pobre libertador, cada vez más enjuto, con los ojos hundidos y la mirada inquieta. ...

En la línea 571
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La tarde en que se terminó la siembra vieron avanzar por el inmediato camino unas cuantas ovejas de sucios vellones, que se detuvieron medrosas en el límite del campo: Tras ellas apareció un viejo apergaminado, amarillento, con los ojos hundidos en las profundas órbitas y la boca circundada por una aureola de arrugas. ...

En la línea 1061
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Toda su vida parecía concentrada en los ojos hundidos, cada vez más negros, con más luz, como dos gotas de légamo tembloroso en las profundidades de las órbitas amoratadas. ...

En la línea 1111
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La asfixia le hacía abrir, con temblores de angustia, su andrajoso corpiño, mostrando un pecho de muchacho tísico, de una blancura de papel mascado, sin más señales del sexo que dos granos morenos hundidos entre las costillas. Respiraba moviendo la cabeza a un lado y a otro, como si pretendiese absorber todo el aire. En ciertos momentos sus ojos agrandábanse con expresión de espanto, como si sintiera el contacto de algo frió e invisible en las manos crispadas que tendía ante ella. ...

En la línea 1418
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael parecía esperarle apoyado en una esquina de la plazoleta, cuyo frente ocupaban las bodegas de Dupont. Fermín no le había visto en mucho tiempo. Lo encontraba algo desfigurado; con las facciones enjutas y los ojos hundidos en un cerco oscuro. Su traje de campo estaba sucio de polvo; lo llevaba con descuido, como si olvidase aquella arrogancia que le hacía ser considerado como el más elegante y majo de los jinetes rústicos. ...

En la línea 2244
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En sus notas, cita entre los moluscos numerosos pectúnculos pectiniformes; espóndilos amontonados unos sobre otros; donácidos o coquinas triangulares; hiálidos tridentados, con parápodos amarillos y conchas transparentes; pleurobranquios anaranjados; óvulas cubiertas de puntitos verdosos; aplisias, también conocidas con el nombre de liebres de mar; dolios; áceras carnosas; umbrelas, propias del Mediterráneo; orejas de mar, cuyas conchas producen un nácar muy estimado; pectúnculos apenachados; anomias, más estimadas que las ostras por los del Languedoc; almejas, tan preciadas por los marselleses; venus verrucosas blancas y grasas; esas almejas del género mercenaria de las que tanto consumo se hace en Nueva York; pechinas operculares o volandeiras de variados colores; litodomos o dátiles hundidos en sus agujeros, cuyo fuerte sabor aprecio yo mucho; venericárdidos surcados con nervaduras salientes en la cima abombada de la concha; cintias erizadas de tubérculos escarlatas; carneiros de punta curvada, semejantes a ligeras góndolas; férolas coronadas; atlantas, de conchas espiraliformes; tetis grises con manchas blancas, recubiertas por su manto festoneado; eólidas, semejantes a pequeñas limazas cavolinias rampando sobre el dorso; aurículas, y entre ellas la aurícula miosotis de concha ovalada; escalarias rojas; litorinas, janturias, peonzas, petrícolas, lamelarias, gorros de Neptuno, pandoras, etc. ...

En la línea 3263
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Así, el fondo de esos mares ofrecía el aspecto de un campo de batalla, en el que yacían todos los vencidos del océano; unos, viejos e incrustados ya; otros, jóvenes, cuyos herrajes y carenas de cobre brillaban bajo la luz de nuestro fanal. ¡Cuántos barcos perdidos, con sus tripulaciones, su mundo de emigrantes y sus cargamentos, en los puntos peligrosos que señalan las estadísticas: el cabo Race, la isla San Pablo, el estrecho de Belle Isle, el estuario del San Lorenzo! Y desde hacía un año tan sólo, ¡cuántas víctimas suministradas a esos fúnebres anales por las líneas del Royal Mail, de Inmann, de Montreal-… ! El Solway, el Isis, el Paramatta, el Hungarian, el Canadian, el Anglosaxon, el Humboldt, el United States, todos encallados. El Articy el Lyonnais, hundidos por colisión. El President, el Pacific, el City of glasgow, desaparecidos por causas ignoradas. Todos ellos no eran ya más que restos, entre los que navegaba el Nautilus como si presenciara un desfile de muertos. ...

En la línea 776
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era un hombre corpulento, muy moreno, dotado de una cabeza enorme y de una mano que correspondía al tamaño de aquélla. Me cogió la barbilla con su manaza y me hizo levantar la cabeza para mirarme a la luz de la bujía. Estaba prematuramente calvo en la parte superior de la cabeza y tenía las cejas negras, muy pobladas, cuyos pelos estaban erizados como los de un cepillo. Los ojos estaban muy hundidos en la cara y su expresión era aguda de un modo desagradable, y recelosa. Llevaba una enorme cadena de reloj, y se advertía que hubiese tenido una espesa barba, en el caso de que se la hubiese dejado crecer. Aquel hombre no representaba nada para mí, y no podía adivinar que jamás pudiera importarme, y, así, aproveché la oportunidad de examinarle a mis anchas. ...

En la línea 1243
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El caballero no me reconoció, pero yo sí recordé que era el mismo a quien encontrara en la escalera, en mi segunda visita a casa de la señorita Havisham. Le reconocí desde el primer momento en que le vi, y ahora que estaba ante él, mientras me apoyaba la mano en el hombro, volví a contemplar con detenimiento su gran cabeza, su cutis moreno, sus ojos hundidos, sus pobladas cejas, su enorme cadena de reloj, su barba y bigote espesos, aunque afeitados, y hasta el aroma de jabón perfumado en su enorme mano. ...


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