La palabra Nadie ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Blancanieves de Jacob y Wilhelm Grimm
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece nadie.
Estadisticas de la palabra nadie
La palabra nadie es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 221 según la RAE.
Nadie es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 326.9 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la nadie en 150 obras del castellano contandose 49689 apariciones en total.
Algunas Frases de libros en las que aparece nadie
La palabra nadie puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 457
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos adivinaron la mano del tío Barret, y nadie habló. ...
En la línea 469
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero nadie olvidó los campos y la barraca, permaneciendo unos y otra en el mismo estado que el día en que la Justicia expulsó al infortunado colono. ...
En la línea 476
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En los caminos no se veía a nadie. ...
En la línea 652
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cada cual que se meta en su negocio, y él haría bastante cumpliendo con el suyo sin faltar a nadie. ...
En la línea 71
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pregúntale a tu padre, que aunque menos viejo que yo, también ha conocido los tiempos de oro. El dinero circulaba en Jerez lo mismo que el aire. Había cosecheros que usaban calañés y vivían en un casucho de las afueras como pobres, alumbrándose con un velón; pero al pagar una cuenta tiraban de un saco que tenían debajo de la mesilla de pino como si fuese un saco de patatas, y ¡eche usté onzas! Los trabajadores de las viñas cobraban de treinta a cuarenta reales de jornal, y se permitían la fantasía de ir al tajo en calesín y con zapatos de charol. Nada de periódicos, ni de soflamas, ni de mítines. Allí donde se reunía la gente sonaba la guitarra, soltándose cada seguidilla y cada martinete que a Dios le temblaban la carne de gusto... Si entonces hubiese aparecido Fernando Salvatierra, el amigote de tu padre, con todas esas cosas de pobres y ricos, de repartos de tierras y rivoluciones, le habrían ofrecido una caña y le hubieran dicho: «Siéntese su mercé en el corro, camará; beba, cante, eche un baile con las mocitas si en ello tiene gusto y no se haga mala sangre pensando en nuestra vida, que no es de las peores»... Pero los ingleses apenas nos beben: el dinero entra con menos frecuencia en Jerez, y se oculta de tal modo el condenado, que nadie lo ve. Los trabajadores de las viñas ganan diez reales y tienen cara de vinagre. Por si han de podar con cuchilla o con tijeras, se matan entre ellos; hay _Mano Negra_ y en la plaza de la cárcel se da garrote a los hombres, lo que no se había visto en Jerez en muchísimos años. El jornalero pincha como un erizo apenas se le habla, y el amo es peor que antes. Ya no se ve a los señores alternando con los pobres en las vendimias, bailando con las muchachas y requebrándolas como un gañán joven. La guardia civil corre el campo como en los tiempos que salían bandidos a las carreteras... ¿Y todo por qué, señor? Por lo que yo digo: porque los ingleses se han aficionado al maldito _whischy_ y no hacen caso del buen _palo cortado_, ni de la _palma_, ni de ninguna otra de las exelencias de esta bendita tierra... Lo que yo digo: dinero, venga dinero: que vuelvan aquí, como en otros tiempos, las libras, las guineas y los chelines ¡y se acabaron las huelgas, y los sermones de Salvatierra y sus partidarios, y los malos gestos de los civiles, y todas las miserias y vergüenzas que ahora vemos!... ...
En la línea 130
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Tu padre!--exclamó don Pablo.--¡Un bobalicón que nunca aprenderá a vivir!... ¡Que nadie le toque a su antiguo cabecilla! Y yo le preguntaría qué sacó de ir por los montes y por las calles de Cádiz disparando tiros por su República Federal y su don Fernando. Si mi padre no le hubiese apreciado por su sencillez y hombría de bien, seguramente que habría muerto de hambre, y tú, en vez de ser un señorito, estarías cavando en las viñas. ...
En la línea 140
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Vamos, no sé cómo me contuve y no le di de bofetadas! Aparte de estas locuras, un buen muchacho que sabía su oficio: pero buena penitencia lleva, pues en Jerez nadie le ha dado trabajo por no molestarme, viéndolo expulsado de mi casa, y ahora tal vez vaya por el mundo royéndose los codos de hambre. Ese acabará por echar bombas, que es el final de todos los que niegan a Dios. ...
En la línea 221
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La desgracia, como cansada del tesón con que los dos compadres sabían eludirla, comenzó a cebarse en ellos. Era en vano que con riesgo de su vida esquivasen durante la noche los pasos difíciles de la sierra. Por tres veces les sorprendieron cerca de la ciudad, en los llanos de Caulina, cuando se creían ya en salvo. Les dieron de golpes al arrebatarles aquellas mochilas que representaban la vida para sus hijos; y hasta les amenazaron con un tiro en vista de su reincidencia. Más que las amenazas les intimidó la pérdida de sus cargas. ¡Adiós los ahorros! Los tres fracasos les dejaban más pobres que antes de comenzar el contrabando, con deudas que les parecían enormes. Ya nadie querría prestarles para continuar el _negocio_. ...
En la línea 31
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... —Yo no aludo a nadie, yo estoy muy por encima de las personalidades. ...
En la línea 33
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... —¡Pero entonces aquí no se puede hablar de nadie, no se puede defender la higiene, criticar los abusos y perseguir la ignorancia!. ...
En la línea 43
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... «Esperemos que esta vez nadie se dé por aludido. ...
En la línea 52
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y allí se estuvo meses y meses sin acordarse del boliche para nada y sin que nadie le preguntase por él, porque entonces todavía no estaba Resma en el pueblo, sino en Madrid, estudiando o falsificando su título. ...
En la línea 68
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero aquí, cuando descendía de su caballo a la puerta del Franc Meuniersin que nadie, hostelero, mozo o palafrenero, hubiera venido a coger el estribo de montar, D'Artagnan divisó en una ventana en treabierta de la planta baja a un gentilhombre de buena estatura y alti vo gesto aunque de rostro ligeramente ceñudo, hablando con dos per sonas que parecían escucharle con deferencia. ...
En la línea 91
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Y yo -exclamó D'Artagnan -no quiero que nadie ría cuando no me place!-¿De verdad, señor? -continuó el desconocido más tranquilo que nunca-. ...
En la línea 224
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Lo creéis? -respondió D'Artagnan poco conv encido, porque sabía mejor que nadie la importancia completamente personal de aquella carta, y no veía en ella nada que pudiera provocar la codicia. ...
En la línea 317
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Qué pensáis de lo que cuenta el escudero de Chalais ? -pre guntó otro mosquetero sin interpelar directamente a nadie y dirigiéndose por el contrario a todo el mundo. ...
En la línea 110
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Cualquiera distincion en ello, cualquier privilejio, no es mas que una infraccion de la ley jeneral, y no debe concederse á nadie por ninguna razon ó causa. ...
En la línea 155
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Para el caso de que despues de repetidos anuncios y avisos no hubiese quien se presentase á reclamar, deberian fijarse bases y reglas para pasar al tesoro esos bienes, por no ser ni útil ni provechoso á nadie que tales fondos existan como abandonados y sin dueño, y enteramente muertos como lo están. ...
En la línea 176
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Pero es de advertir que no habiendo regla sin escepcion, nadie que haya sido alcalde ó correjidor en las provincias de Filipinas puede formar queja, porque nada se dice en particular contra los buenos alcaldes ó correjidores; los ha habido, los hay y los habrá muy buenos y laboriosos; pero tambien por el contrario los hubo y habrá malísimos, porque los hombres no son siempre unos, y tales cuales deberian ser para sí y sus semejantes: mas dejemos esta materia, de que ya se ha tratado y se ha vuelto á tocar aqui, porque los alcaldes y correjidores recaudan y administran parte de la hacienda nacional, y pasemos á tratar de los empleados, contribuciones y rentas. ...
En la línea 252
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... ), tengo noticias muy exactas sobre el caso, y un cuaderno de providencias que dicté, que algo probaria lo que en el caso dijese; mas como ya he dicho que mi objeto no es acusar á nadie, sino denunciar abusos en jeneral, y proponer remedios, concluyo en este particular diciendo, que si no se toma una medida enérjica y obligatoria, con estrecha responsabilidad efectiva y no nominal, el tesoro cada dia perderá mas y mas, y sufrirá quebrantos, como siempre los sufrió, y comprueba ser asi la Real cédula de 29 de Octubre de 1807, por la que S. ...
En la línea 858
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —¿Y dónde están los judíos de Portugal—pregunté—, hijos auténticos de este país? —No conocemos a nadie fuera de nosotros—respondieron los berberiscos—; pero hemos oído decir que aquí hay otros judíos; si así es, no quieren tratarse con nosotros, y hacen bien, porque somos malísima gente, ¡oh _Tsadik_!, todos ladrones, sin excepción. ...
En la línea 915
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A mano izquierda había una iglesia, bien conservada y destinada aún al culto; pero no pude verla, porque la puerta estaba cerrada con llave y no vi por allí a nadie que pudiera abrirla. ...
En la línea 1319
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... LA GITANA.—No necesita que nadie la mantenga, mi _caloró_ de Londres; siempre que quiera puede ganar para ella y su _ro_. ...
En la línea 1571
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sabe más que nadie y conoce el punto vulnerable de cada animal. ...
En la línea 182
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Desde allí a poco, sin saberse lo que había pasado (porque aún estaba aturdido el arriero), llegó otro con la mesma intención de dar agua a sus mulos; y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin pedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga y alzó otra vez la lanza, y, sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. ...
En la línea 575
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. ...
En la línea 649
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. ...
En la línea 706
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Señor -respondió don Quijote-, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante que, al acometer algún gran fecho de armas, tuviese su señora delante,vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende; y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. ...
En la línea 120
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Proporcionalmente a los otros insectos, el número de arañas es aquí muchísimo mayor que en Inglaterra, quizá hasta mayor que el de cualquier otra división de los animales articulados. Parece casi infinita la variedad de las especies en las arañas saltonas. El género o más bien la familia de las Epeiras, se caracteriza aquí por muchas formas singulares; algunas especies tienen escamas puntiagudas y coriáceas, otras tienen gruesas tibias revestidas de pinchos. Todos los senderos del bosque se encuentran obstruidos por la fuerte tela amarilla de una especie perteneciente a la misma división que la Epeira clanipes de Fabricius, araña que, según Sloane, teje en las Indias occidentales, telas bastante fuertes para retener aves. Una bonita araña pequeña, con las patas delanteras muy largas y que parece pertenecer a un género no descrito, vive parásita en casi todas esas telas. Supongo que es harto insignificante para que la gran Epeira se digne fijarse en ella; por tanto, le permite alimentarse de insectos pequeños que de otra manera no aprovecharían a nadie. Cuando esta arañita se asusta finge la muerte extendiendo las patas delanteras, o se deja caer fuera de la tela. Es en extremo común, sobre todo en los sitios secos, una gruesa Epeira perteneciente a la misma división que las Epeira tuberculata y cónica, esta araña refuerza el centro de su tela, generalmente colocada en medio de las grandes hojas del agane común, por medio de dos y aun cuatro cintas dispuestas en zig zag que enlazan dos de los radios. En cuanto un insecto grande, como un saltamontes o una avispa queda prendido en la tela, la araña le hace girar sobre sí mismo con rapidez por un movimiento brusco; al mismo tiempo envuelve a su presa en cierta cantidad de hilos que bien pronto forman un verdadero capullo alrededor de ella. ...
En la línea 160
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi permanencia en Maldonado, enriquecióse mi colección con varios cuadúpedos, ochenta especies de aves y numerosos reptiles, incluyendo nueve especies de éstos. El único mamífero indígena que aún se encuentra, muy común por otra parte, es el Cervus campestris. Este ciervo, reunido a menudo en pequeños rebaños, abunda en todas las regiones que rodean al Plata y en la Patagonia septentrional. Si se anda arrastrándose por el suelo para aproximarse a una manada, llevados estos animales por la curiosidad se os acercarán a menudo; empleando esta estratagema, he podido matar en un mismo sitio a tres ciervos de un mismo rebaño. Aun siendo tan manso y tan curioso, este animal desconfía en extremo si ve a alguien a caballo; en efecto, nadie va nunca a pie por este país, y et ciervo sólo ve un enemigo en el hombre cuando va a caballo y armado de bolas. En Bahía Blanca, establecimiento reciente en la Patagonia septentrional, me quedé atónito al ver cuán poco se asusta el ciervo por el disparo de un arma de fuego. Un día disparé diez tiros de fusil a un ciervo a una distancia de 80 metros; pues bien, parecía sorprenderle mucho más el ruido de la bala al dar en el suelo que el de la detonación de la escopeta. Ya no me quedaba pólvora; me vi obligado, por tanto, a levantarme (lo confieso para mi ludibrio como cazador, aunque con facilidad mato un pájaro al vuelo), y tuve que gritar muy fuerte para que el ciervo se alejase. ...
En la línea 213
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Dicho lago ocupa una extensión de dos y media millas de longitud, por una milla de anchura. En las cercanías hay también otros mucho mayores, cuyo fondo consiste en una capa de sal de dos o tres pies de espesor, hasta en invierno, cuando están llenos de agua. Esas hondonadas admirablemente blancas, en medio de esa llanura árida y triste, forman un contraste extraordinario. Se saca de la salina anualmente una cantidad grandísima de sal: he visto en las orillas, inmensos montones, centenares de toneladas dispuestas para la exportación. La época de trabajo en las salinas, es el tiempo de la cosecha para Patagones, pues la prosperidad de la ciudad depende de la exportación de sal. Acude entonces casi toda la población a acampar en las márgenes de la salina y transporta la sal al río en carretas tiradas por bueyes. Esta sal, cristaliza en gruesos cubos y es notablemente pura. Mr. Trenham Reeks, ha hecho el análisis de algunos ejemplares que traje, encontrando en ellos nada más que 0,26 centésimas de yeso y 0,22 de materias térreas. Es extraño que esta sal no sea tan buena para conservar la carne como la sal extraída del agua del mar en las islas de Cabo Verde; un negociante de Buenos Aires, me ha dicho que valía ciertamente un 50 por 100 menos. Por eso se importa de continuo sal de las islas de Cabo Verde, para mezclarla con el producto de estas salinas. Esa inferioridad no debe de tener otra causa sino la pureza dé la sal de la Patagonia, o la carencia en ella de los demás principios salinos que se encuentran en el agua del mar. Creo que nadie ha pensado en esta explicación, que, sin embargo, está confirmada por un hecho ya señalado3, a saber: las sales que mejor conservan el queso son aquéllas que contienen la mayor proporción de cloruros delicuescentes. ...
En la línea 234
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El general Rosas expresó deseos de verme, circunstancia de la cual hube de felicitarme más tarde. Es un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce la más profunda influencia sobre sus compatriotas, influencia que sin duda pondrá al servicio de su país para asegurar su prosperidad y su ventura6. Dícese que posee 74 leguas cuadradas de terreno y unas 300.000 cabezas de ganado. Dirige admirablemente sus inmensas propiedades y cultiva mucho más trigo que todos los demás propietarios del país. Las leyes que ha hecho para sus propias estancias, un cuerpo de tropas (de varios centenares de hombres) que ha sabido disciplinar admirablemente de modo que resistieran los ataques de los indios: he aquí lo que ante todo hizo fijarse en él y que comenzara su celebridad. Cuéntanse muchas anécdotas acerca de la rigidez con que hacía ejecutar sus mandatos. Véase una de esas anécdotas: había ordenado, bajo pena de ser atado a la picota, que nadie llevase cuchillo el domingo. En efecto, ese día es cuando se bebe y se juega más; de ahí resultan disputas que degeneran en peleas, en las cuales naturalmente representa su papel el cuchillo y que casi siempre acaban por homicidios. Un domingo se presentó con gran ceremonial el gobernador para visitarle; y el general Rosas, en su apresuramiento por ir a recibirle, salió con el cuchillo al cinto como de costumbre. Su intendente le tocó en el brazo y le recordó la ley. Volviéndose entonces inmediatamente el general hacia el gobernador, le dice que lo siente muchísimo, pero que tiene que abandonarle para ir a hacer que le aten a la picota y que ya no es dueño en su propia casa hasta que vayan a desatarle. Poco tiempo después convencieron al intendente para que fuese a dejar en libertad a su jefe; pero apenas lo había hecho así, volvióse el general y le dijo: «Acaba Vd ...
En la línea 53
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Durante todo el día la niña permanecía sola; los buenos enanos la previnieron: -¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie! La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. ...
En la línea 73
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... ¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca! Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó: ¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Entonces, como la vez anterior, respondió: La Reina es la más hermosa de este lugar, Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más. ...
En la línea 80
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Golpeó a la puerta y gritó: -¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo! Blancanieves miró desde adentro y dijo: -Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie. ...
En la línea 89
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Entonces le advirtieron una vez más que debería cuidarse y no abrir la puerta a nadie. ...
En la línea 327
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cada vez que algún Ayuntamiento radical emprendía o proyectaba siquiera el derribo de algunas ruinas o la expropiación de algún solar por utilidad pública, don Saturnino ponía el grito en el cielo y publicaba en El Lábaro, el órgano de los ultramontanos de Vetusta, largos artículos que nadie leía, y que el alcalde no hubiera entendido, de haberlos leído; en ellos ponía por las nubes el mérito arqueológico de cada tabique, y si se trataba de una pared maestra demostraba que era todo un monumento. ...
En la línea 418
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No había miedo que en tal guisa le reconociera nadie. ...
En la línea 630
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquel olor a Obdulia, que ya nadie notaba, sentíalo aún don Cayetano. ...
En la línea 645
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En el cabildo nadie le llamaba Mourelo, ni Arcediano, sino Glocester. ...
En la línea 22
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... — De esta precocidad sentimental y mística apenas sabía nadie; de aquel llanto de entusiasmo piadoso, que tantas veces fue rocío de la dulce infancia de Juan, nadie supo en el mundo jamás: ni su madre. ...
En la línea 24
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La pasión mística del niño hermoso de alma y cuerpo fue convirtiéndose en cosa seria; todos la respetaron; su madre cifró en ella, más que su orgullo, su dicha futura: y sin obstáculo alguno, sin dudas propias ni vacilaciones de nadie, Juan de Dios entró en la carrera eclesiástica; del altar de su alcoba pasó al servicio del altar de veras, del altar grande con que tantas veces había soñado. ...
En la línea 27
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero, en realidad, su corazón era ciego, sordo y mudo para tal casta de placeres; para él, ser más que otros, valer más que otros, era una apariencia, una diabólica invención; nadie valía más que nadie; toda dignidad exterior, todo grado, todo premio eran fuegos fatuos, inútiles, sin sentido. ...
En la línea 27
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero, en realidad, su corazón era ciego, sordo y mudo para tal casta de placeres; para él, ser más que otros, valer más que otros, era una apariencia, una diabólica invención; nadie valía más que nadie; toda dignidad exterior, todo grado, todo premio eran fuegos fatuos, inútiles, sin sentido. ...
En la línea 118
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Basta su casa habían llegado los ecos de la existencia que llevaba Claudio. Sabía quién era esta millonaria de América y sus relaciones con Borja… Pero, en fin, la vida en el extranjero es otra que la de España; ella era viuda y él estaba libre. A nadie hacían daño de un modo inmediato y directo con su conducta irregular. Y el sacerdote, para tranquilidad de su propia conciencia, mostrábase seguro de que, al fin, los dos acabarían por casarse. ...
En la línea 120
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Conocía como nadie, por indiscreciones de antiguos documentos, la vida secreta de ciertos reyes de Aragón, que eran sus personajes favoritos; todos ellos con mancebas, a las que amaban románticamente, volviendo su espalda a la mujer legítima, Alfonso V, conquistador de Nápoles, no regresaba nunca a España al lado de su esposa, y moría en Italia víctima de su entusiasmo por las marquesas napolitanas. ...
En la línea 149
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Iba enseñando don Baltasar al pequeño todos los tesoros de este apartado y silencioso dominio, en el que pasaba semanas y meses sin que nadie viniese a turbar la paz de sus estudios. Podía descifrar documentos y escribir notas escuchando al mismo tiempo, por la tarde, con una lejanía que él llamaba poética, los armónicos trompeteos del órgano y los cánticos de sus compañeros de canonicato reunidos en el coro para el cumplimiento del oficio diario. Le parecía vivir en un mundo aparte, por encima del tiempo y del espacio, en comunicación sobrenatural con siglos remotos que sólo habían dejado como huellas de existencia varias losas sepulcrales abajo en el templo y unos legajos color de hoja marchita en los estantes de pino que rodeaban su mesa. ...
En la línea 181
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los miembros del clero vivían en concubinaje público, y cuando no tenían una mujer o varias al lado de ellos, sus costumbres resultaban aún más abominables. Los Manfredis, en Paenza; los Malatestas, en Rímini; los Baglionis, en Perusa; los Pandolfos Petrucis, en Siena; los Sforzas, en Milán; los Estes, en Ferrara; los Aragonés, en Nápoles, y otras familias reinantes menos poderosas, exhibían, sin rubor alguno, sus vicios y sus incestos, y nadie protestaba contra tal desvergüenza, a excepción del austero Savonarola. ...
En la línea 263
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los periodistas de la capital iban detrás de él pidiéndole interviús, y hasta lo adulaban, hablando con entusiasmo de varios libros profesionales que llevaba publicados y nadie había leído. Personas que le miraban siempre con menosprecio hacían detener en la calle su automóvil universitario en figura de lechuza. ...
En la línea 436
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No las critico ni las excuso; nadie puede decir con certeza quien tiene razón y quien no la tiene. ¡Cambiamos de creencias con tanta facilidad los seres humanos!… Antes de que usted viniese a este país yo pensaba de un modo, y ahora reconozco que veo las cosas de distinta manera… . Pero no nos salgamos de la lección. ...
En la línea 500
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¿Y nadie guarda memoria de cómo fueron los poderosos medios destructivos antes del triunfo de las mujeres?… ...
En la línea 553
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Son demasiadas preguntas, gentleman, para que las conteste aquí -dijo con una voz extremadamente débil, persistiendo en su miedo de ser oído-. Bástele saber que mi protector es Flimnap, y que el me colocó entre sus servidores después de haberle prometido yo que nadie vería mi rostro. Únicamente al notar la impaciencia del gentleman, y con el deseo de serle útil, me he atrevido a faltar a mi promesa. Le suplico que no cuente nunca al profesor que me ha visto sin velos. ...
En la línea 15
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando comunicaba sus temores a D. Baldomero, este se echaba a reír y le decía: «El chico es de buena índole. Déjale que se divierta y que la corra. Los jóvenes del día necesitan despabilarse y ver mucho mundo. No son estos tiempos como los míos, en que no la corría ningún chico del comercio, y nos tenían a todos metidos en un puño hasta que nos casaban. ¡Qué costumbres aquellas tan diferentes de las de ahora! La civilización, hija, es mucho cuento. ¿Qué padre le daría hoy un par de bofetadas a un hijo de veinte años por haberse puesto las botas nuevas en día de trabajo? ¿Ni cómo te atreverías hoy a proponerle a un mocetón de estos que rece el rosario con la familia? Hoy los jóvenes disfrutan de una libertad y de una iniciativa para divertirse que no gozaban los de antaño. Y no creas, no creas que por esto son peores. Y si me apuras, te diré que conviene que los chicos no sean tan encogidos como los de entonces. Me acuerdo de cuando yo era pollo. ¡Dios mío, qué soso era! Ya tenía veinticinco años, y no sabía decir a una mujer o señora sino que usted lo pase bien, y de ahí no me sacaba nadie. Como que me había pasado en la tienda y en el almacén toda la niñez y lo mejor de mi juventud. Mi padre era una fiera; no me perdonaba nada. Así me crié, así salí yo, con unas ideas de rectitud y unos hábitos de trabajo, que ya ya… Por eso bendigo hoy los coscorrones que fueron mis verdaderos maestros. Pero en lo referente a sociedad, yo era un salvaje. Como mis padres no me permitían más compañía que la de otros muchachones tan ñoños como yo, no sabía ninguna suerte de travesuras, ni había visto a una mujer más que por el forro, ni entendía de ningún juego, ni podía hablar de nada que fuera mundano y corriente. Los domingos, mi mamá tenía que ponerme la corbata y encasquetarme el sombrero, porque todas las prendas del día de fiesta parecían querer escapárseme del cuerpo. Tú bien te acuerdas. Anda, que también te has reído de mí. Cuando mis padres me hablaron… así, a boca de jarro, de que me iba a casar contigo, ¡me corrió un frío por todo el espinazo… ! Todavía me acuerdo del miedo que te tenía. Nuestros padres nos dieron esto amasado y cocido. Nos casaron como se casa a los gatos, y punto concluido. Salió bien; pero hay tantos casos en que esta manera de hacer familias sale malditamente… ¡Qué risa! Lo que me daba más miedo cuando mi madre me habló de casarme, fue el compromiso en que estaba de hablar contigo… No tenía más remedio que decirte algo… ¡Caramba, qué sudores pasé! 'Pero yo ¿qué le voy a decir, si lo único que sé es que usted lo pase bien, y en saliendo de ahí soy hombre perdido… ?'. ...
En la línea 47
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los herederos de Arnaiz, al inventariar la riqueza de la casa, que sólo en aquel artículo no bajaba de cincuenta mil duros, comprendieron que se aproximaba una crisis. Tres o cuatro meses emplearon en clasificar, ordenar, poner precios, confrontar los apuntes de don Bonifacio con la correspondencia y las facturas venidas directamente de Cantón o remitidas por las casas de Cádiz. Indudablemente el difunto Arnaiz no había visto claro al hacer tantos pedidos; se cegó, deslumbrado por cierta alucinación mercantil; tal vez sintió demasiado el amor al artículo y fue más artista que comerciante. Había sido dependiente y socio de la Compañía de Filipinas, liquidada en 1833, y al emprender por sí el negocio de pañolería de Cantón, creía conocerlo mejor que nadie. En verdad que lo conocía; pero tenía una fe imprudente en la perpetuidad de aquella prenda, y algunas ideas supersticiosas acerca de la afinidad del pueblo español con los espléndidos crespones rameados de mil colores. «Mientras más chillones—decía—, más venta». ...
En la línea 61
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Les conocí en 1870. D. Baldomero tenía ya sesenta años, Barbarita cincuenta y dos. Él era un señor de muy buena presencia, el pelo entrecano, todo afeitado, colorado, fresco, más joven que muchos hombres de cuarenta, con toda la dentadura completa y sana, ágil y bien dispuesto, sereno y festivo, la mirada dulce, siempre la mirada aquella de perrazo de Terranova. Su esposa pareciome, para decirlo de una vez, una mujer guapísima, casi estoy por decir monísima. Su cara tenía la frescura de las rosas cogidas, pero no ajadas todavía, y no usaba más afeite que el agua clara. Conservaba una dentadura ideal y un cuerpo que, aun sin corsé, daba quince y raya a muchas fantasmonas exprimidas que andan por ahí. Su cabello se había puesto ya enteramente blanco, lo cual la favorecía más que cuando lo tenía entrecano. Parecía pelo empolvado a estilo Pompadour, y como lo tenía tan rizoso y tan bien partido sobre la frente, muchos sostenían que ni allí había canas ni Cristo que lo fundó. Si Barbarita presumiera, habría podido recortar muy bien los cincuenta y dos años plantándose en los treinta y ocho, sin que nadie le sacara la cuenta, porque la fisonomía y la expresión eran de juventud y gracia, iluminadas por una sonrisa que era la pura miel… Pues si hubiera querido presumir con malicia, ¡digo… !, a no ser lo que era, una matrona respetabilísima con toda la sal de Dios en su corazón, habría visto acudir los hombres como acuden las moscas a una de esas frutas que, por lo muy maduras, principian a arrugarse, y les chorrea por la corteza todo el azúcar. ...
En la línea 102
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Así pasaron algunos años. Como sus necesidades eran muy cortas, pues no tenía familia que mantener ni ningún vicio como no fuera el de gastar saliva, bastábale para vivir lo poco que el corretaje le daba. Además, muchos comerciantes ricos le protegían. Este, a lo mejor, le regalaba una capa; otro un corte de vestido; aquel un sombrero o bien comestibles y golosinas. Familias de las más empingorotadas del comercio le sentaban a su mesa, no sólo por amistad sino por egoísmo, pues era una diversión oírle contar tan diversas cosas con aquella exactitud pintoresca y aquel esmero de detalles que encantaba. Dos caracteres principales tenía su entretenida charla, y eran: que nunca se declaraba ignorante de cosa alguna, y que jamás habló mal de nadie. Si por acaso se dejaba decir alguna palabra ofensiva, era contra la Aduana; pero sin individualizar sus acusaciones. ...
En la línea 78
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Oh!, te ruego que no digas más. ¡Es maravilloso! Si pudiera vestir ropa como la tuya, desnudar mis pies y gozar en el barro una vez tan solo, sin nadie que me censure y me lo prohíba, me parece que renunciaría a la corona. ...
En la línea 84
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Entonces lo diré yo. Tienes el mismo pelo, los mismos ojos, la misma voz y porte, la misma figura y estatura, el mismo rostro y continente que yo. Si saliéramos desnudos públicamente, no habría nadie que pudiera decir quién eras tú y quién el Príncipe de Gales. Y ahora que estoy vestido como tú estabas vestido, me parece que podría sentir casi lo que sentiste cuando ese brutal soldado… Espera ¿no es un golpe lo que tienes en la mano? ...
En la línea 156
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Cierto, cierto. Eso está bien. Tranquilízate, no tiembles así. Nadie aquí te haría daño. Aquí no hay nadie que no te ame. Ahora estás mejor. Ha pasado la pesadilla, ¿no es así? Y ahora sabes también quién eres tú. ¿no es así? ¿No volverás a llamarte de otro modo, como dicen que has hecho poco ha? ...
En la línea 163
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Nadie se movió, salvo que todos se inclinaron con grave respeto; pero nadie habló. Él vaciló, un tanto confuso; se volvió tímidamente al rey diciéndole: ...
En la línea 326
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿Yo? Eso es un disparate, eso de que no mande nadie. Si no manda nadie, ¿quién va a obedecer? ¿No comprende usted que eso es imposible? ...
En la línea 363
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pero, hombre –le arguyó su mujer–, ¿cómo se compadece eso de Dios con el anarquismo? Ya te lo he dicho mil veces. Si no debe mandar nadie, ¿qué es eso de Dios? ...
En la línea 438
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues bien, caballero, la contestación a esa carta se la daré cuando mejor me plazca y sin que nadie me cohiba a ello. Y ahora vale más que me retire. ...
En la línea 491
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí, pero tiene dinero y mi tía no me va a dejar en paz. Y, la verdad, no me gusta hacer feos a nadie, y tampoco quiero que me estén dando la jaqueca. ...
En la línea 283
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Al principio creyó que soñaba, y se restregó varias veces los ojos como para despertarse. Pero pronto se convenció de que era realidad. Miró en derredor; no había nadie. ...
En la línea 412
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Al verlo, Sandokán experimentó por él una antipatía violenta. Este lo miró de un modo muy extraño y, aprovechando un momento en que nadie le prestaba atención, se acercó al lord y le dijo: ...
En la línea 453
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Pero Sandokán no oía a nadie en ese momento y continuaba adelantándose a la carrera. ...
En la línea 486
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El marino susurró al oído del lord unas palabras que nadie pudo oír. ...
En la línea 19
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La mención de tales detalles tiene por fin mostrar la importancia de esta compañía de transportes marítimos, cuya inteligente gestión es bien conocida en el mundo entero. Ninguna empresa de navegación transoceánica ha sido dirigida con tanta habilidad como ésta; ningún negocio se ha visto coronado por un éxito mayor. Desde hace veintiséis años, los navíos de las líneas Cunard han atravesado dos mil veces el Atlántico sin que ni una sola vez se haya malogrado un viaje, sin que se haya producido nunca un retraso, sin que se haya perdido jamás ni una carta, ni un hombre ni un barco. Por ello, y pese a la poderosa competencia de las líneas francesas, los pasajeros continúan escogiendo la Cunard, con preferencia a cualquier otra, como demuestran las conclusiones de los documentos oficiales de los últimos años. Dicho esto, a nadie sorprenderá la repercusión hallada por el accidente ocurrido a uno de sus mejores barcos. ...
En la línea 22
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No había sido el Scotia el que había dado el golpe sino el que lo había recibido, y por un instrumento más cortante o perforante que contundente. El impacto había parecido tan ligero que nadie a bordo se habría inquietado si no hubiesen subido al puente varios marineros de la cala gritando: ...
En la línea 129
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Por mi parte, no le cedía a nadie en atención en las observaciones cotidianas. La fragata hubiera podido llamarse muy justificadamente Argos. Conseil era el único entre todos que se manifestaba indiferente a la cuestión que nos apasionaba y su actitud contrastaba con el entusiasmo general que reinaba a bordo. ...
En la línea 193
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No sabía yo qué responder a tal argumentación. Era evidente que íbamos a ciegas. Pero ¿cómo podríamos proceder de otro modo? Cierto que nuestras probabilidades eran muy limitadas. Pese a todo, nadie a bordo dudaba todavía del éxito, y no había un marinero dispuesto a apostar contra la próxima aparición del narval. ...
En la línea 120
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Había mucha escarcha y la humedad era grande. Antes de salir pude ver la humedad condensada en la parte exterior de mi ventanita, como si allí hubiese estado llorando un trasgo durante toda la noche usando la ventana a guisa de pañuelo. Ahora veía la niebla posada sobre los matorrales y sobre la hierba, como telarañas mucho más gruesas que las corrientes, colgando de una rama a otra o desde las matas hasta el suelo. La humedad se había posado sobre las puertas y sobre las cercas, y era tan espesa la niebla en los marjales, que el poste indicador de nuestra aldea, poste que no servía para nada porque nadie iba por allí, fue invisible para mí hasta que estuve casi debajo. Luego, mientras lo miré gotear, a mi conciencia oprimida le pareció un fantasma que me iba a entregar a los Pontones. ...
En la línea 135
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿No me engañas? ¿No has traído a nadie contigo? ...
En la línea 137
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿Ni has dicho a nadie que te siguiera? ...
En la línea 223
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana salió en busca de la botella de piedra, volvió con ella y sirvió una copa de aguardiente, pues nadie más quiso beber licor. El desgraciado, bromeando con la copita, la tomó, la miró al trasluz y la volvió a dejar sobre la mesa, prolongando mi ansiedad. Mientras tanto, la señora Joe y su marido desocupaban activamente la mesa para servir el pastel y el pudding. ...
En la línea 10
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La vecindad del Mercado Central, la multitud de obreros y artesanos amontonados en aquellos callejones y callejuelas del centro de Petersburgo ponían en el cuadro tintes tan singulares, que ni la figura más chocante podía llamar a nadie la atención. ...
En la línea 67
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez. ...
En la línea 75
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero nadie daba muestras de compartir su buen humor. Su taciturno compañero observaba estas explosiones de alegría con gesto desconfiado y casi hostil. ...
En la línea 87
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Señor ‑siguió diciendo en tono solemne‑, la pobreza no es un vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto que la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora bien, señor; la miseria sí que es un vicio. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastón, sino la escoba, pues así se le humilla más, para arrojarlo de la sociedad humana. Y esto es justo, porque el indigente se ultraja a sí mismo. He aquí el origen de la embriaguez, señor. El mes pasado, el señor Lebeziatnikof golpeó a mi mujer, y mi mujer, señor, no es como yo en modo alguno. ¿Comprende? Permítame hacerle una pregunta. Simple curiosidad. ¿Ha pasado usted alguna noche en el Neva, en una barca de heno? ...
En la línea 358
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —General —le contesté, con una flema que debió parecerle insoportable—. No se puede detener a nadie por escándalo antes de que lo haya dado. No he tenido todavía ninguna explicación con el barón y usted ignora completamente de qué manera intento liquidar el asunto. Deseo solamente dilucidar la suposición, ofensiva para mí, de que me hallo bajo tutela, que una persona tenga autoridad sobre mi libre albedrío. No tiene usted razón para alarmarse ni preocuparse de ese modo. ...
En la línea 366
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero, ¿cómo se explica que nadie lo supiera? Quizá yo era el único que lo ignoraba. La niñera me ha revelado que anteayer María Philippovna tuvo un violento altercado con el general. Lo comprendo; seguramente a causa de la señorita Blanche. Sí, estamos en vísperas de acontecimientos decisivos.) ...
En la línea 400
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Si así es, si usted se muestra sordo a todo ruego —añadió con arrogancia—, permítame le participe que se adoptarán algunas medidas. Hay aquí autoridades, usted será expulsado hoy mismo. “¡Que diable! Un brancbec comme vous” quiere provocar a un duelo a todo un personaje como el barón. ¿Cree usted que le van a dejar tranquilo? ¡Sepa que nadie tiene miedo de usted aquí! Si le he dirigido un ruego ha sido más bien por mi propio impulso, pues usted había inquietado al general. ¿Y se imagina usted que el barón no le hará expulsar tranquilamente por un criado? ...
En la línea 401
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Pero yo no iré personalmente a buscarle —contesté con gran flema—. Usted se equivoca, señor Des Grieux. Todo eso pasará con el mayor decoro de lo que usted imagina. Iré ahora mismo a ver a Mr. Astley para rogarle que me sirva de mediador, de segundo, si usted lo prefiere. Es muy amigo mío y seguramente no se negará. Irá a casa del barón y el barón tendrá que recibirle; aunque yo sea un outchitel, y tenga aspecto de “Subalterno”, de individuo sin apoyo. Mr. Astley, nadie lo ignora, es sobrino de un lord auténtico, lord Pabroke, el cual se encuentra aquí. Esté seguro de que el barón se mostrará muy cortés con Mr. Astley y que le escuchará. Y si no le escuchara, Mr. Astley se considerará ofendido (ya sabe usted lo suspicaces que son los ingleses), y enviará al barón uno de sus amigos, pues él tiene muy buenos amigos. Las cosas, como usted ve, pueden tomar un aspecto distinto del que usted creía. ...
En la línea 79
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Hacía durar sus sotanas mucho tiempo, y como no quería que nadie lo notase, nunca se presentaba en público sino con su traje de obispo, lo cual en verano le molestaba un poco. ...
En la línea 229
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Sois muy humano, señor cura -continuó diciendo-; vos no despreciáis a nadie. Es gran cosa un buen sacerdote. ¿De modo que no tenéis necesidad de que os pague? ...
En la línea 357
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Permaneció inmóvil, sin atreverse a hacer ningún movimiento. Pasaron algunos minutos. La puerta se había abierto completamente. Se atrevió a entrar en el cuarto; el ruido del gozne mohoso no había despertado a nadie. ...
En la línea 474
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - No he visto a nadie. ...
En la línea 75
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Enseguida fue perdiendo Buck la delicadeza de su vida anterior. Comilón moroso y refinado, se encontró con que sus compañeros, que acababan antes, le robaban la porción que no había consumido aún. No había forma de defenderla. Mientras él ahuyentaba a dos o tres ladrones, la comida desaparecía en el gaznate de los demás. El único remedio era comer tan rápido como ellos; y tanto lo acuciaba el hambre que enseguida aprendió a coger lo que no era suyo. Observaba y aprendía. Una vez vio como Pike, uno de los nuevos, un hábil ladrón y especialista en escaquearse, robaba con astucia un trozo de tocino cuando Perrault le daba la espalda, y al día siguiente Buck se apoderó de todo el tocino. Se armó un gran jaleo, pero nadie sospechó de él; fue Dub, un ladrón torpe al que siempre sorprendían con las manos en la masa, quien recibió el castigo en su lugar. ...
En la línea 195
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Unos ciudadanos de buen corazón detuvieron a los perros y recogieron los bártulos desperdigados. Les dieron, además, sanos consejos. Reducir la carga a la mitad y duplicar el número de perros era la fórmula, si querían llegar alguna vez a Dawson. Hal, su hermana y su cuñado escucharon de mala gana, montaron la tienda y pasaron revista a sus posesiones. La aparición de alimentos enlatados provocó la risa entre los espectadores, ya que a nadie se le ocurriría llevar latas en la Larga Marcha. ...
En la línea 304
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pasaban los meses y ellos iban y venían por aquella inmensidad inexplorada, donde ahora no había nadie, pero donde alguna vez hubo hombres, si es que lo de la cabaña perdida era cierto. Cruzaron desfiladeros en días de tormentas veraniegas, tiritaron bajo el sol de medianoche en las montañas desnudas que se alzaban entre los bosques y las nieves eternas, se metieron en cálidos valles entre enjambres de moscas y mosquitos y, a la sombra de glaciares, cogieron fresas tan rojas y flores tan hermosas como cualesquiera de las que crecían en las tierras del sur. Con el otoño se internaron en una extraña región lacustre, triste y silenciosa que había estado poblada por aves de caza pero donde por entonces no había seres ni señales de vida, sólo un viento gélido, el hielo que se formaba en rincones escondidos y suaves olas melancólicas en las orillas de las playas solitarias. ...
En la línea 10
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aun pudiera curarme en salud, vindicándome anticipadamente de otro cargo que tal vez me dirija algún malhumorado censor. Hay quien cree que la novela debe probar, demostrar o corregir algo, presentando al final castigado el vicio y galardonada la virtud, ni más ni menos que en los cuentecicos para uso de la infancia. Exigencia es esta a que no están sujetos pintores, arquitectos ni escultores: que yo sepa, nadie puso tacha a Velázquez porque de sus Hilanderas o sus Niños bobos no resulte lección edificante alguna. Sólo al mísero escritor entregan férula y palmeta a fin de que vapulee a la sociedad, pero con tal disimulo, que ésta haya de tomar los disciplinazos por caricias, y enmendarse a puros entretenidos azotes. Yo de mí sé decir que en arte me enamora la enseñanza indirecta que emana de la hermosura, pero aborrezco las píldoras de moral rebozadas en una capa de oro literario. Entre el impudor frío y afectado de los escritores naturalistas y las homilías sentimentales de los autores que toman un púlpito en cada dedo y se van por esos trigos predicando, no escojo; me quedo sin ninguno. Podrá este mi criterio parecer a unos laxo, a otros en demasía estrecho: a mí me basta saber que, prácticamente, lo profesaron Cervantes, Goethe, Walter Scott, Dickens, los príncipes todos de la romancería. ...
En la línea 104
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Bah, bah! eso es cuestión de trasladarse… En casándoos solicitas bajo cuerda que te lleven a otro sitio… el viejo se queda por allá cuidando de las rentas, y tú y la niña os estáis donde nadie sepa si la engendró un archiduque o el verdugo… Por de pronto, en la luna de miel sales con tu mujer a dar una vuelta por Europa, y así te libras de las hablillas de la primera temporada. Y date prisa, antes que esa panza se ponga esférica, y ese cabello… ¡Ay! ¡Y cómo pasa el tiempo! Envejecemos que es un dolor. ...
En la línea 296
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A su vez la consideraba Artegui como aquel que, volviendo de países nevados y desiertos, mira a un vallecillo alegre que por casualidad encuentra en el camino. Jamás había visto reunidas en nadie tanta juventud, robustez y frescura. A pesar de la noche pasada en ferrocarril, estaba el rostro de Lucía más lozano que unas hierbas de San Juan, y sus cabellos revueltos y a trechos aplastados, le prestaban cierto aspecto de ninfa que sale del baño, destocada y húmeda. Reíansele los ojos, las facciones todas, y el sol, indiscreto cronista de los cutis marchitos, jugaba sin temor entre el dorado imperceptible vello que tapizaba las mejillas de la niña, tiñéndolas con tonos calientes de rancio mármol. ...
En la línea 388
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -A Francia, casi -respondió Artegui-; pero aún nos falta un trecho regular hasta Bayona. Aquí se registran los equipajes: es la aduana de Irún. No nos molestarán mucho: los que vienen de Francia a España, son víctimas de los carabineros, de nosotros, que vamos de España a Francia, nadie supone que llevemos contrabando, ni ropa nueva… ...
En la línea 10
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Lo cierto era que desde hacía largos años Phileas Fogg no había dejado Londres. Los que tenían el honor de conocerle más a fondo que los demás, atestiguaban que -excepción hecha del camino diariamente recorrido por él desde su casa al club- nadie podía pretender haberio visto en otra parte. Era su único pasatiempo leer los periódicos y jugar al whist. Solía ganar a ese silencioso juego, tan apropiado a su natural, pero sus beneficios nunca entraban en su bolsillo, que figuraban por una suma respetable en su presupuesto de caridad. Por lo demás- bueno es consignarlo-, míster Fogg, evidentemente jugaba por jugar, no por ganar. Para él, el juego era un combate, una lucha contra una dificultad; pero lucha sin movimiento y sin fatigas, condiciones ambas que convenían mucho a su carácter. ...
En la línea 11
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Nadie sabía que tuviese mujer ni hijos- cosa que puede suceder a la persona más decente del mundo-, ni parientes ni amigos- lo cual era en verdad algo más extraño-. Phileas Fogg vivía solo en su casa de Saville Row, donde nadie penetraba. Un criado único le bastaba para su servicio. Almorzando y comiendo en el club a horas cronométricamente determinadas, en el mismo comedor, en la misma mesa, sin tratarse nunca con sus colegas, sin convidar jamás a ningún extraño, sólo volvía a su casa para acostarse a la media noche exacta, sin hacer uso en ninguna ocasión de los cómodos dormitorios que el Reform Club pone a disposición de los miembros del círculo. De las veinticuatro horas del día, pasaba diez en su casa, que dedicaba al sueño o al tocador. Cuando paseaba, era invariablemente y con paso igual, por el vestíbulo que tenía mosaicos de madera en el pavimento, o por la galería circular coronada por una media naranja con vidrieras azules que sostenían veinte columnas jónicas de pórfido rosa, Cuando almorzaba o comía, las cocinas, la repostería, la despensa, la pescadería y la lechería del club eran las que con sus suculentas reservas proveían su mesa; los camareros del club, graves personas vestidas de negro y calzados con zapatos de suela de fieltro, eran quienes le servían en una vajilla especial y sobre admirables manteles de lienzo sajón; la cristalería o molde perdido del club era la que contenía su sherry, su oporto o su clarete mezclado con canela, capilaria o cinamomo; en fin, el hielo del club- hielo traído de los lagos de América a costa de grandes desembolsos-, conservaba sus bebidas en un satisfactorio estado de frialdad. ...
En la línea 34
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg era de aquellas personas matemáticamente exactas que nunca precipitadas y siempre dispuestas, economizan sus pasos y sus movimientos. Atajando siempre, nunca daba un paso de más. No perdía una mirada dirigiéndola al techo. No se permitía ningún gesto superfluo. Jamás se le vio ni conmovido ni alterado. Era el hombre menos apresurado del mundo, pero siempre llegaba a tiempo. Pero, desde luego, se comprenderá que tenía que vivir solo y, por decirlo así, aislado de toda relación social. Sabía que en la vida hay que dedicar mucho al rozamiento, y como el rozamiento entorpece, no se rozaba con nadie. ...
En la línea 471
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Sir Francis rectificó por consiguiente la hora dada por Picaporte, a quien hizo la misma observacion que ya le tenía hecha Fix. Y trató de hacerle comprender que debía arreglar su reloj por cada nuevo meridiano, y que, caminando constantemente hacia el sol, los días eran más cortos tantas veces cuatro minutos como grados se recorrían. Todo fue inútil. Hubiese o no comprendido la observación del brigadier general, el obstinado Picaporte no quiso adelantar su reloj, conservando invariablemente la hora de Londres. Manía inocente, por otra parte, y que no hacía daño a nadie. ...

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