La palabra Pueril ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece pueril.
Estadisticas de la palabra pueril
La palabra pueril no es muy usada pues no es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece pueril
La palabra pueril puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 4421
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La exageración de aquel sentimiento de cólera injustísima, pueril, la hizo notar su error. ...
En la línea 6769
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿Pero y él? ¿en qué iba pensando él? Aquello sí que era pueril, ridículo y hasta pecaminoso. ...
En la línea 7937
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Esta ambición de algunos momentos, descabellada, pueril, locura que pasaba, pero que volvía, quería vencerla, para no padecer tanto, para conformarse mejor con la vida, para no encontrar tan triste y desabrido el mundo. ...
En la línea 8506
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana tuvo un miedo pueril que la embelleció mucho, como pudo notar y notó De Pas. ...
En la línea 1304
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su nombre empezaba a adquirir celebridad. Para los enemigos de Céssr Borgia era don Michelotto a modo de un dragón que nunca podían sorprender dormido, pronto a dar el zarpazo de muerte en defensa de su amo. Los calumniadores de la familia papal intentaron hacer una misma persona de don Michelotto y aquel enmascarado que acompañaba, al duque de Gandía en la noche de su asesinato. La pequeñez de cuerpo de ambos fue el único detalle para justificar tal identidad, lo que resultaba pueril. El duque Juan conocía perfectamente a Micalet como un familiar de su casa, y no podía equivocarse por más antifaces que se colocara el otro. Al ocurrir el crimen, nadie hizo tal suposición sobre don Miguelito, y éste continuó siendo admitido en el Vaticano y tolerado por el Pontífice. ...
En la línea 1593
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio sintió una furia algo pueril, ocasionada por el brillo de aquel disco de cristal que juzgaba insolente. Se dio cuenta de que, si no había visto hasta aquella tarde a López Rallo, éste le conocía desde mucho antes, no pudiendo explicarse cuándo ni cómo. Indudablemente, estaba celoso de él. Lo consideraba el único hombre capaz de estorbar su tranquilidad de amante y sus posibilidades de convertirse en mando. ...
En la línea 127
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Parecían venir de muy lejos, y la muchedumbre pedestre abría paso respetuosamente a sus vehículos. Estos recién llegados también reían al ver al gigante, con un regocijo pueril, mostrando en sus gestos y sus carcajadas algo de femenino, que empezó a llamar la atención de Gillespie. ...
En la línea 1157
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Flimnap pasó una segunda noche sin dormir. Tenía ante sus ojos a todas horas el rostro doloroso del gigante caído. Contemplaba sus manos cubiertas de sangre, su cuello surcado por dos profundos arañazos, su gesto de cólera impotente, que hacía recordar la desesperación pueril de un niño abandonado. ...
En la línea 1544
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —A ver, dame acá—indicó Barbarita contentísima, ansiosa de tañer el pueril instrumento—. ¡Ah!, calavera, así me gastas el dinero en vicios. Dámelo… lo tocaré yo… flin flan… ¡Ay!, no sé qué tiene esto… ¡da un gusto oírlo! Parece que alegra toda la casa. ...
En la línea 3166
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las lecturas de Rubín fueron como un descubrimiento. Ya sospechaba él aquello; pero no se atrevía a expresarlo. El hallazgo era negativo, es decir, había descubierto que la mejor organización de los estados es la desorganización; la mejor de las leyes la que las anula todas, y el único gobierno serio el que tiene por misión no gobernar nada, dejando que las energías sociales se manifiesten como les da la gana. La anarquía absoluta produce el orden verdadero, el orden racional y propiamente humano. Las sociedades, claro, tienen sus edades como las personas: hay sociedades que están mamando, sociedades que andan a gatas, sociedades pollas, sociedades jóvenes, y por fin, las maduras y dueñas de sí; sociedades con barbas, en una palabra, y también con algunas canas. Tocante a religiones y prácticas sociales que de ellas se derivan, Juan Pablo iba muy lejos, pero muy lejos; como que no le costaba nada el billete para tan largo viaje. Sólo en la edad pueril, cuando a la sociedad se le cae la baba y vive bajo la férula del dómine, se comprende que exista y tenga prosélitos la institución llamada matrimonio, unión perpetua de los sexos, contraviniendo la ley de Naturaleza… ¿y a santo de qué?, vamos a ver… Eso sí, por encima de todo la Naturaleza. Estudiando bien la vida total, el entendimiento se limpia de las telarañas que en él han tejido los siglos. La Naturaleza es la verdadera luz de las almas, el Verbo, el legítimo Mesías, no el que ha de venir sino el que está siempre viniendo. Ella se hizo a sí propia, y en sus devoluciones eternas, concibiendo y naciendo sin cesar, es siempre hija y madre de sí misma. ¿Qué tal? Toma canela fina. ...
En la línea 3772
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Viéndole que se conmovía, la chulita no pudo aguantar más, y soltó el trapo a llorar. Aquellas admirables guedejas sueltas la asemejaban a esas imágenes del dolor que acompañan a los epitafios. Feijoo hizo un mohín como de persona mayor que quiere dominar una debilidad pueril, y le dijo: ...
En la línea 4019
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y las miradas de la de Santa Cruz volvieron a flecharla. Eran un comentario que con los ojos ponía a la tontería o pueril gracia que Adoración acababa de decirle. Sin saber cómo, aquel nuevo flechazo trajo a la mente de Fortunata un pensamiento que en cierto modo se eslabonaba con la presencia de la niña. Acordose de que Jacinta había querido recoger a otro niño, creyéndolo hijo de su marido… «¡Y mío… ! ¡creyéndolo el mío!». Desde la altura de esta idea, se despeñó en un verdadero abismo de confusiones y contradicciones… ¿Habría hecho ella lo mismo? «Vamos, que no… que sí… que no, y otra vez que sí… ». ¡Y si el Pituso no hubiera sido una falsificación de Izquierdo; si en aquel instante, en vez de mirar allí a la niña de Mauricia, viera a su pobre Juanín… ! Le entraron tan fuertes ganas de echarse a llorar, que para contenerse evocó su coraje, tocando el registro de los agravios, segura de que le sacarían del laberinto en que estaba. «Porque tú me quitaste lo que era mío… y si Dios hiciera justicia, ahora mismo te pondrías donde yo estoy, y yo donde tú estás, grandísima ladrona… ». No siguió, porque Jacinta, no pudiendo resistir más las ganas de entablar conversación, la miró otra vez y le hizo esta preguntita: «¿Qué tal estuvo la Comunión? Y Mauricia, ¿qué tal?… ». He aquí a la prójima otra vez turbada y sin saber lo que le pasaba. «Muy bien… pero muy bien… Mauricia contenta… ». ...
En la línea 113
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Vio Lucía sin disgusto al cortés y afable Miranda, y reparó con pueril curiosidad el aseo de su persona, su calzado pulcro, sus níveos cuellos, los caprichosos dijes de su reloj y corbata: que toda mujer, compréndalo o no, se paga de exterioridades y menudencias por este estilo. Además, poseía Miranda -y la desplegó-, una ciencia que llamar pudiéramos la de agradar por diversión. Traía a la niña diariamente alguna baratija, para ella desconocida hasta entonces, ya un cromo, ya una fotografía, ya lindas flores, ya números de periódicos ilustrados, ya novelas de Fernán Caballero o de Alarcón; y las graciosas chucherías que por las puertas de la anticuada casa se entraban, como partículas de la vida moderna, eran otras tantas bocas encomiadoras del dadivoso. Acertó éste a ponerse al nivel de conversación de Lucía, y mostrose muy enterado de cosas femeniles, infantiles dijera mejor; y llegó el caso de que la niña le consultase acerca de su peinado, de sus trajes, y Miranda muy serio le dispusiese bajar o subir dos centímetros el talle o el moño. Tales incidentes variaban un poco los iguales días de la doncellita leonesa, prestando atractivo al trato de su disimulado pretendiente. ...
En la línea 284
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Tan pueril y sincera congoja revelaba el semblante de Lucía al pronunciar esto, que la seria boca del viajero hubo de sonreírse nuevamente. ...
En la línea 801
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Los paseantes comenzaban a retirarse, y el leve crujido de la arena revelaba sus pasos lejanos. Pero ambas amigas acostumbraban, como suele decirse, llevarse las llaves del parque, porque justamente a la puesta del sol era cuando Lucía lo encontraba más hermoso, en aquella melancólica estación otoñal. Bajos ya y moribundos los rayos solares, caían casi horizontalmente sobre los pradillos de hierba, inflamándolos en tonos ardientes como de oro en fusión. Los obscuros conos del alerce cortaban este océano de luz, en el cual se prolongaban sus sombras. Deshojábanse los plátanos y castaños de Indias, y de cuando en cuando caía, con golpe seco y mate, algún erizo, que, abriéndose, dejaba rodar la reluciente castaña. En las grandes canastillas, que se destacaban sobre el fondo de césped, las pálidas eglantinas, a la menor brisa otoñal, soltaban sus frágiles pétalos, las verbenas se arrastraban lánguidas, como cansadas de vivir, descomponiendo con sus caprichosos tallos la forma oval del macizo; los ageratos se erguían, todos llovidos de estrellas azules y los peregrinos colios lucían sus exóticos matices, sus coloraciones metálicas y sus hojas atigradas, semejantes a escamas de reptil, ya blancas con manchas negras, ya verdes con vetas carne, ya amaranto obscuro cebradas de rosa cobrizo. Profundo estremecimiento, precursor del invierno, atravesaba por la Naturaleza toda, y dijérase que antes de morir, quería vestirse sus más ricas galas: así la viña virgen tenía tan espléndido traje de púrpura, y el álamo blanco elevaba con tal coquetería el penacho de cándidos airones de su copa; así la coralina se adornaba con innumerables sartas y zarcillos de sangriento coral, y las cinias recorrían toda la escala de los colores vivos con sus festoneadas enaguas. El maíz listado sacudía su brial de seda verde y blanca a rayas, con melodioso susurro, y allá en las lindes de la pradera bañada por el sol, unos arbolillos tiernos inclinaban su joven copa. De tal suerte mullían las hojas secas el piso de las calles, que se enterraba Lucía hasta el tobillo, con placer. El roce de su traje producía en ellas un ruido continuo, rápido, parecido a la respiración jadeante de alguien que la siguiera; y presa de pueril temor, volvía a veces el rostro atrás, riéndose al convencerse de su ilusión. Hojas había muy diferentes entre sí: unas, obscuras, en descomposición, vueltas ya casi mantillo: otras secas, quebradizas, encogidas; otras amarillas, o aun algo verdosas, húmedas todavía, con los jugos del tronco que las sustentara. Hacíase la alfombra más tupida al acercarse a los parajes sombríos del borde del estanque, cuya superficie rielaba como cristal ondulado, estremeciéndose al leve paso del aura vespertina, y rizándose en mil ondas chiquitas en choque continuo las unas con las otras. ...
En la línea 987
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía, fascinada, se aproximó a la boca. Los gases mefíticos exhalados del pozo hacían temblar la llama turbia de las lámparas. Allí no hacía calor, sino frío; un frío espeso, sin aire respirable. Entráronse resueltamente por otra galería, y abierta una puerta de hierro, se asustaron todos, menos la guardiana, viendo en torno suyo vasta extensión de agua, una especie de lago subterráneo. Ellos estaban sobre angosta tabla echada a manera de puente a lo ancho del depósito. Aquellas aguas, tendidas en su tumba de piedra, tenían quietud y limpidez lúgubre. La luz de una de las lámparas, dejada exprofeso en la otra orilla por la guardiana para que se viese el grandor del depósito, oscilaba en prolongados rieles sobre la triste transparencia del lago, y remedaba, allá a lo lejos, la tea de un sicario en alguna prisión veneciana. Tal era de fantástico aquel lago, que reflejaba un cielo de granito, que la imaginación se fingía cadáveres flotando en él. Experimentaban Lucía y Pilar vago temor, y sobre todo, cosa pueril, o mejor dicho, eminentemente femenina, les horrorizaba la idea de que en las estrecheces y revueltas de los pasadizos pudiesen encontrar ratas. Sabían que los depósitos comunicaban con las alcantarillas, y ya dos o tres veces palidecieron creyendo ver cruzar una sombra negra, que no era sino la temblona silueta de alguna planta parásita, dibujada en el muro por las luces. De improviso, ambas exhalaron un grito; no cabía duda; sonaba el chillido agrio y agudo de la rata. Lucía, sobre todo, se quedó un punto con los ojos dilatados, inmóvil; allí no era posible correr y huir. Pero el pilluelo y la guardiana soltaron la risa; conocían bien aquel silbido, que no era sino el de las botellas de agua mineral que al otro lado de la pared estaban corchando. Con todo, las mujeres respiraron al salir del sombrío dédalo y ver de nuevo la claridad diurna y sentir el aire fresco que congelaba en su frente las gotas de sudor. ...

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Pueril en la RAE.
Pueril en Word Reference.
Pueril en la wikipedia.
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