La palabra Piernas ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece piernas.
Estadisticas de la palabra piernas
Piernas es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1531 según la RAE.
Piernas tienen una frecuencia media de 61.09 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la piernas en 150 obras del castellano contandose 9285 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Piernas
Cómo se escribe piernas o pierrnas?
Cómo se escribe piernas o piernaz?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece piernas
La palabra piernas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 404
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Llegó después de dos horas de marcha, deteniéndose muchas veces para dar aplomo a su cuerpo, que se balanceaba sobre las inseguras piernas. ...
En la línea 447
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Vaciló el viejo sobre sus piernas; pero antes de caer al suelo, la hoz partió horizontalmente contra su cuello, y. ...
En la línea 449
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cayó don Salvador en la acequia; sus piernas quedaron en el ribazo, agitadas por un pataleo fúnebre de res degollada. ...
En la línea 559
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Teresa, la mujer, y Roseta, la hija mayor, con faldas recogidas entre las piernas y azadón en mano, cavaban con más ardor que un jornalero, descansando solamente para echarse atrás las greñas caídas sobre la sudorosa y roja frente. ...
En la línea 238
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El marqués era un atleta y el mejor jinete de Jerez. Había que verle a caballo, en traje de monte, con el pavero sombreando sus patillas entrecanas y gitanescas, y la garrocha terciada en la silla. Ni el Santiago de las batallas legendarias podía comparársele, cuando a falta de musulmanes derribaba los toros más bravos y hacía galopar su jaca por lo más intrincado de las dehesas, pasando como un rayo entre ramas y troncos sin hacerse añicos el cráneo. Hombre sobre el cual dejaba caer su puño, caía redondo: potro cerril cuyos lomos abarcaba con sus piernas de acero, ya podía encabritarse, morder el aire y echar espumarajos de cólera, que antes se desplomaba vencido y jadeante que lograba libertarse del peso de su domador. ...
En la línea 281
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una noche, los perros de Marchamalo ladraron desaforadamente. Era cerca del amanecer, y el capataz, echando mano a su escopeta, abrió una ventana. Un hombre en mitad de la plazoleta sosteníase agarrado al cuello de su jaca, que respiraba jadeante, con las piernas temblonas, como si fuese a desplomarse. ...
En la línea 284
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Un encuentro en la sierra al anochecer con los del resguardo. Él había herido para abrirse paso, y en la huida le alcanzó una bala en la espalda, debajo del hombro. En un ventorrillo le habían curado de cualquier modo, con la misma rudeza con que cuidaban a las bestias, y al oír, en el silencio de la noche, con su fino oído de hombre de la sierra, el trote de los caballos enemigos, había vuelto sobre la silla para no dejarse coger. Un galope de leguas, desesperado, loco, haciendo esfuerzos por mantenerse sobre los estribos, apretando sus piernas con el estertor de una voluntad próxima a desvanecerse, rodándole la cabeza, viendo nubes rojas en la oscuridad de la noche, mientras por el pecho y la espalda se escurría algo viscoso y caliente, que parecía llevársele la vida con punzante cosquilleo. Deseaba esconderse, que no le cogieran: y para esto, ningún refugio como Marchamalo, en aquella época que no era de trabajo y los viñadores estaban ausentes. Además, si su destino era morir, deseaba que fuese entre los que más quería en el mundo. Y sus ojos se dilataban al decir esto: se esforzaba por acariciar con ellos, entre el lagrimeo del dolor, a la hija de su padrino. ...
En la línea 371
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al sentarse _Zarandilla_ a la mesa, de vuelta de la cuadra, la primera mirada de sus ojos opacos era para la botella de vino, e instintivamente avanzaba sus manos temblonas. Era un lujo que había introducido Rafael en las comidas del cortijo. ¡Bien se reconocía en esto su juventud de mozo rumboso, acostumbrado al trato con los caballeros de Jerez, y sus visitas a Marchamalo, la famosa viña de los Dupont!... Años enteros había pasado el viejo cuando era aperador sin otra alegría que la de deslizarse, a espaldas de su mujer, hasta los ventorrillos de la carretera, o la de ir a Jerez con pretexto de llevar a la familia del amo alguna cesta de huevos o un par de capones, viajes de los que regresaba cantando, con la mirada chispeante, las piernas inseguras y en la cabeza un repuesto de alegría para toda una semana. Si alguna vez había soñado con la fortuna, era sin otra ambición que la de beber como el más rico caballero de la ciudad. ...
En la línea 291
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Allí, para gran sorpresa suya, D'Arta gnan oía criticar en voz alta la política que hacía temblar a Europa, y la vida privada del cardenal, que a tantos altos y poderosos personajes había llevado al castigo por haber tratado de profundizar en ella: aquel gran hombre, reverenciado por el señor D'Artagnan padre, servía de hazmerreír a los mosqueteros del señor de Tréville, que se metían con sus piernas zambas y con su espalda encorvada; unos cantaban villancicos sobre la señora D'Aiguillon, su amante, y sobre la señora de Com balet, su nieta, mientras otros preparaban partidas contra los pajes y los guardias del cardenal-duque, cosas todas que parecían a D'Arta -gnan monstruosas imposibilidades. ...
En la línea 1991
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y con toda la rapidez de sus piernas, algo fatigadas ya sin embargo por las carreras de la jornada, D'Artagnan se dirigió hacia la calle du Vieux-Colombier. ...
En la línea 2989
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Sabéis vos lo que es la tortura? Cuñas de madera que os meten entre las piernas hasta que los huesos estalla n! No,decididamente, no iré. ...
En la línea 3389
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Si Porthos estuviera sobre sus piernas, ya se nos habría unido -dijo Athos-. ...
En la línea 900
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Partimos, yendo el imbécil del guía sentado en la mula de carga, encima del equipaje, con las piernas cruzadas. ...
En la línea 1055
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Con todo, cierto detalle rebaja mucho las pretensiones de grandeza y magnificencia de este acueducto: el agua no corre, como en el de Lisboa, sobre un solo orden de arcos gigantescos, posados en el valle como piernas de titanes, sino sobre tres órdenes de arcos superpuestos. ...
En la línea 1589
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Yo estaba el primero, y la loba me pasó tan cerca, que me rozó con el pelo las piernas; no me hizo caso, sin embargo, y siguió adelante, sin mirar a derecha ni izquierda, y todos los demás lobos pasaron trotando junto a mí, sin hacerme el menor daño y sin mirarme siquiera. ...
En la línea 1804
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Mucho tiempo llevábamos ya esperando entre la multitud, cuando apareció el primer reo, montado en un asno, sin silla ni estribos, de modo que las piernas casi le arrastraban por el suelo. ...
En la línea 990
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, poniendo piernas al Rocinante y terciando su lanzón, se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho. ...
En la línea 1163
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Desesperábase con esto don Quijote, y, por más que ponía las piernas al caballo, menos le podía mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que amaneciese, o a que Rocinante se menease, creyendo, sin duda, que aquello venía de otra parte que de la industria de Sancho; y así, le dijo: -Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar a que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir. ...
En la línea 1195
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Tornóle a poner las piernas, y él tornó a dar saltos y a estarse quedo: tanto estaba de bien atado. ...
En la línea 1222
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba cuanto podía el cuello y la vista por entre las piernas de Rocinante, por ver si vería ya lo que tan suspenso y medroso le tenía. ...
En la línea 232
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Permanecemos dos días en el Colorado; no tengo nada que hacer, pues todo el país circundante no es sino un pantano inundado por el río en verano (diciembre), cuando se funden las nieves en las cordilleras. Mi principal diversión consiste en observar a las familias indias que acuden a comprar diferentes géneros de poca monta en el rancho que nos sirve de habitación. Suponíase que el general Rosas tenía unos 600 aliados indios. La raza es grande y hermosa. Más adelante encontré esa misma raza en los indígenas de la Tierra de Fuego, pero allí el frío, la carencia de alimentos y la falta absoluta de civilización la han hecho feísima. Algunos autores, al indicar las razas primitivas de la especie humana, han dividido a estos indios en dos clases, pero, con toda certeza, esto es un error. Puede realmente decirse que algunas mujeres jóvenes, o chinas, son bellas. Tienen los cabellos ásperos, aunque negros y brillantes, llevándolos en dos trenzas que les cuelgan hasta la cintura. Su tez es cargada de color y tienen muy vivos los ojos; las piernas, los pies y los brazos son pequeños y de forma elegante; engalánanse los tobillos y a veces la cintura con anchos brazaletes de baratijas de vidrio azul. Nada hay más interesante que algunos de esos grupos de familia. A menudo venían a nuestro rancho una madre y dos hijas montadas en el mismo caballo. Cabalgan como los hombres, pero con las rodillas mucho más altas. Esta costumbre quizá proceda de que al viajar suelen ir montadas en los caballos que llevan los bagajes. Las mujeres deben cargar y descargar los caballos, armar las tiendas para la noche: en una palabra, verdaderas esclavas, como las mujeres de todos los salvajes, han de hacerse en todo lo más útiles posible. Los hombres se baten, cazan, cuidan de los caballos y fabrican artículos de sillería. Una de sus principales oraciones consiste en golpear dos piedras una contra otra, hasta redondearlas para hacer bolas con ellas. Con auxilio de esta arma importante, el indio se apodera de la caza y hasta de su caballo que va en libertad por la llanura. Cuando se bate trata en primer término de derribar el caballo de 5 Aprovecho esta ocasión para manifestar mi profundo agradecimiento por la bondad con que el gobierno de Buenos Aires puso a mi disposición pasaportes para todos los puntos del país, atendiendo a mi calidad de naturalista agregado al Beagle. ...
En la línea 255
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Sus ojos no se apartaban un instante del horizonte, escudriñándolo con cuidado. Su imperturbable sangre fría acabó por parecerme una verdadera broma, y le pregunté por qué no nos volvíamos al fuerte. Su respuesta me intranquilizó un poco: «Volveremos, dijo, pero de modo que vayamos junto a un pantano; pondremos allí a galope a nuestros caballos y nos llevarán hasta donde puedan; después nos confiaremos a nuestras piernas; de este modo no hay peligro». Confieso que, no sintiéndome muy convencido, le apremié a caminar más deprisa. «No, me respondió, mientras ellos no aceleren el paso». Nos poníamos a galopar en cuanto una desigualdad del terreno nos ocultaba a los enemigos, pero cuando estábamos a la vista de ellos íbamos al paso. Por fin llegamos a un valle, y volviendo a la izquierda nos dirigimos rápidamente a galope tendido al pie de una colina; entonces me hizo tenerle el caballo, hizo acostarse a los perros y se adelantó arrastrándose a gatas para reconocer al pretenso enemigo. Permaneció algún tiempo en esa postura, y a la postre, riéndose a carcajadas, exclamó: «Mujeres!». Acababa de reconocer a la esposa y a la cuñada del hijo del mayor de la plaza, que iban buscando huevos de avestruz. He descrito la conducta de este hombre porque todos sus actos estaban dictados por el convencimiento de que teníamos indios al frente. Sin embargo, tan pronto como hubo descubierto su absurdo error, me dio un sin fin de buenas razones para probarme que no podían ser indios, razones que un momento antes había olvidado en absoluto. Entonces nos encaminamos sosegadamente a Punta Alta, 7 Voyage dans l'Ameiique meridionale, por M.A. D'Orbigny, part ...
En la línea 267
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los restos fósiles de Punta Alta estaban sepultos en un pedregal estratificado y en un barrizal rojizo, parecidísimo a los sedimentos que el mar podría formar actualmente en una costa poco profunda. Junto a esos fósiles encontré veintitrés especies de conchas, de ellas trece recientes y otras cuatro muy próximas a las formas recientes; es bastante difícil decir si las otras pertenecen a especies extintas o simplemente desconocidas, porque se han hecho pocas colecciones de conchas en estos parajes. Pero, como las especies recientes sepultas están en número casi proporcional a las que hoy viven en la bahía, creo que es imposible dudar de que este sedimento no pertenezca a un período terciario muy reciente. Las osamentas del Scelidotherium, incluyendo hasta la choquezuela de la rodilla, estaban enterradas en sus posiciones relativas; el caparazón óseo del gran animal, parecido al armadillo, estaba en perfecto estado de conservación, así como los huesos de una de sus piernas; por tanto, y sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que esos restos eran recientes y aún estaban unidos por sus ligamentos cuando fueron depositados en el pedregal con las conchas. ...
En la línea 298
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Según los pocos habitantes que habían visto ambas especies, el Avestrús Petise es de un matiz más oscuro, más «tordillo» que el avestruz vulgar; tiene las piernas más cortas y sus plumas descienden más abajo; por último, se le coge mucho más fácilmente con las bolas. Añadían que las dos especies pueden distinguirse desde mucha distancia. Los huevos de la especie pequeña, sin embargo, parecen ser más generalmente conocidos, y se nota con sorpresa que se encuentran en un número casi tan cuantioso como los de la especie Rhea; son de una forma algo diferente y tienen un ligero tinte azul. Esta especie es muy rara en las llanuras colindantes con el río Negro, pero abunda mucho como grado y medio más al sur. Durante mi visita a Puerto Deseado, en Patagonia (latitud, 480), Mr. Martens mató a una hembra de avestruz. La examiné y llegué a la conclusión de que era un avestruz común que no se había desarrollado aún por completo; cosa muy extraña y que no puedo explicármela, en aquel momento no se me ocurrió la idea de los Petises. Hízose cocer el ave y fue comida antes de venirme esto a la mamoria. Por fortuna, se habían conservado la cabeza, el cuello, las patas, las alas y la mayor parte de las plumas grandes y de la piel. Por tanto, pude reconstituir un ejemplar casi perfecto, que está hoy en el Museo de la Sociedad Zoológica. Al describir Mr. Gould esta nueva especie, me ha conferido el honor de darle mi nombre. ...
En la línea 291
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No sólo era la iglesia quien podía desperezarse y estirar las piernas en el recinto de Vetusta la de arriba, también los herederos de pergaminos y casas solariegas, habían tomado para sí anchas cuadras y jardines y huertas que podían pasar por bosques, con relación al área del pueblo, y que en efecto se llamaban, algo hiperbólicamente, parques, cuando eran tan extensos como el de los Ozores y el de los Vegallana. ...
En la línea 2257
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los más soliviantados liberales de Vetusta que hablaban de anarquía y de quemarlo todo, temblaban ante la voz de un ujier de la Sala de lo Criminal que gritaba porque un testigo cruzaba las piernas: —¡Guarden ceremonia! La aristocracia, la primera, opinó que Anita hacía una boda loca. ...
En la línea 2702
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Para piernas, Ronzal. ...
En la línea 2844
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Esta es la verdad, la pura verdad: y el día que haya en España un gobierno medio liberal siquiera, ese hombre saldrá de aquí con la sotana entre piernas. ...
En la línea 1212
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Dos hombres habían salido con precaución, cerca del amanecer, de una calleja inmediata al hospital llamado de los Esclavones para explorar si la ribera estaba desierta. No viendo a nadie, retrocedían, regresando luego con otros dos individuos, que permanecieron junto al Tíber vigilando los alrededores, mientras los primeros tornaban por segunda vez a la calleja. Cuando se mostraron por tercera vez luego que los vigías les hicieron señales para que avanzasen sin miedo, escoltaban a un jinete, llevando éste sobre la grupa) de su caballo blanco, tendido a través, un cadáver cuyos brazos y piernas pendían a ambos lados de la bestia. ...
En la línea 1277
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En estas fiestas palaciegas, hombres y mujeres se trataban de muy distinto modo que en los tiempos presentes. Aunque hubiera sitiales sobrantes, la galantería recomendaba que los hombres se instalasen sobre la alfombra, a los pies de las señoras, apoyando la espalda en sus piernas, y otras veces, encima de sus rodillas. ...
En la línea 1687
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Indudablemente existían pero ¡le interesaban ahora tan pocos… Su voluntad parecía haberse paralizado desde que recibió en una de sus piernas la pedrada caliente. ...
En la línea 1804
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Facilitaba dicho clérigo a César una cuerda muy larga, pero aun asi resultaba corta, quedando a varios metros del suelo. El único criado de Borgia, un español admitido a su servicio pocos meses antes, fiel hasta la muerte por la seducción natural que ejercía el duque sobre todos sus allegados, se prestaba a ser el primero en descender por la cuerda, y al llegar a su extremo caía, rompiéndose las piernas. Allí quedaba sin poder moverse, hasta que salían las gentes de la fortaleza, matándolo. ...
En la línea 131
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... -Gentleman: queda usted autorizado para mover la cabeza, para levantarla, si es que puede, y para cambiar de postura con cierta suavidad, sin poner en peligro a la muchedumbre justamente curiosa que le rodea. En cuanto a mover los brazos o las piernas, le aconsejo una completa abstención hasta nueva orden. Ya habrá visto usted que su primer intento dio mal resultado. Le ruego que no insista. ...
En la línea 234
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie, después de convencerse de que no quedaban cerca de él personas ni animales a los que pudiera aplastar, empezó a incorporarse. Sus piernas, tras una inmovilidad de tantas horas, estaban entumecidas y se resistían a obedecerla. Al fin se puso de pie después de largas vacilaciones, y al recobrar su posición vertical, los árboles mas altos quedaron a la altura de su pecho. Todo su busto sobrepasaba la centenaria vegetación, y la muchedumbre de enanos, casi invisible bajo el ramaje, saludo con un largo rugido la cabeza del gigante al surgir ésta por encima del bosque. Podían apreciar ahora la grandeza del Hombre-Montaña mejor que cuando le veían tendido en el suelo. ...
En la línea 563
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Abajo, en torno de las piernas del Hombre-Montaña, el desorden iba en aumento. Los jinetes eran escasos para contener la creciente muchedumbre de curiosos. Además hacían mayor la confusión muchas familias de la alta sociedad, que, al enterarse por los periódicos de un espectáculo tan inesperado, llegaban ansiosamente sobre sus rápidos vehículos. Estas gentes privilegiadas se iban colocando junto al coloso, sin que los oficiales de la policía se atreviesen a hacerles retroceder. ...
En la línea 576
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ella atravesó el gentío sonriendo protectoramente como un dios, pasó igualmente entre los oficiales hembras, que la saludaban como a una gloria nacional, y consideró que debía colocarse por su rango a la cabeza de todos los vehículos privilegiados, o sea junto a las piernas del gigante. ...
En la línea 365
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Esto último lo dijo enteramente descompuesto. Continuaba sentado en el suelo, las piernas extendidas, apoyado un brazo en el asiento de la silla. Jacinta temblaba. Le había entrado mortal frío, y daba diente con diente. Permanecía en pie en medio de la habitación, como una estatua, contemplando la figura lastimosísima de su marido, sin atreverse a preguntarle nada ni a pedirle una aclaración sobre las extrañas cosas que revelaba. ...
En la línea 809
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Dio Jacinta de cara a diferentes personas muy ceremoniosas. Eran maniquís vestidos de señora con tremendos polisones, o de caballero con terno completo de lanilla. Después gorras muchas gorras, posadas y alineadas en percheros del largo de toda una casa; chaquetas ahuecadas con un palo, zamarras y otras prendas que algo, sí, algo tenían de seres humanos sin piernas ni cabeza. Jacinta, al fin, no miraba nada; únicamente se fijó en unos hombres amarillos, completamente amarillos, que colgados de unas horcas se balanceaban a impulsos del aire. Eran juegos de calzón y camisa de bayeta, cosidas una pieza a otra, y que así, al pronto, parecían personajes de azufre. Los había también encarnados. ¡Oh!, el rojo abundaba tanto, que aquello parecía un pueblo que tiene la religión de la sangre. Telas rojas, arneses rojos, collarines y frontiles rojos con madroñaje arabesco. Las puertas de las tabernas también de color de sangre. Y que no son ni tina ni dos. Jacinta se asustaba de ver tantas, y Guillermina no pudo menos de exclamar: «¡Cuánta perdición!, una puerta sí y otra no, taberna. De aquí salen todos los crímenes». ...
En la línea 953
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Así, así… muertos los dos… charco de sangre… yo vengado, mi honra la… la… vadita» murmuraba él dando golpes cada vez más flojos, y al fin se desplomó sobre el jergón boca abajo. Las piernas colgaban fuera, la cara se oprimía contra la almohada, y en tal postura rumiaba expresiones oscuras que se apagaban resolviéndose en ronquidos. Nicanora le volvió cara arriba para que respirase bien, le puso las piernas dentro de la cama, manejándole como a un muerto, y le quitó de la mano el palo. Arreglole las almohadas y le aflojó la ropa. Había entrado en el segundo periodo, que era el comático, y aunque seguía delirando, no movía ni un dedo, y apretaba fuertemente los párpados, temeroso de la luz. Dormía la mona de carne. ...
En la línea 953
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Así, así… muertos los dos… charco de sangre… yo vengado, mi honra la… la… vadita» murmuraba él dando golpes cada vez más flojos, y al fin se desplomó sobre el jergón boca abajo. Las piernas colgaban fuera, la cara se oprimía contra la almohada, y en tal postura rumiaba expresiones oscuras que se apagaban resolviéndose en ronquidos. Nicanora le volvió cara arriba para que respirase bien, le puso las piernas dentro de la cama, manejándole como a un muerto, y le quitó de la mano el palo. Arreglole las almohadas y le aflojó la ropa. Había entrado en el segundo periodo, que era el comático, y aunque seguía delirando, no movía ni un dedo, y apretaba fuertemente los párpados, temeroso de la luz. Dormía la mona de carne. ...
En la línea 375
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Trajeron una enorme copa; el barquero, asiéndola por una de sus asas y con su otra mano sosteniendo el extremo de una servilleta imaginaria; se lo presentó a Canty de manera cumplida y tradicional Este tuvo que asir el asa contraria con una de sus manos y quitar la tapa con la otra, conforme a la antigua costumbre,[6] lo cual dejó un segundo las manos libres al príncipe, desde luego. No perdió el tiempo, sino que se sumergió entre el bosque de piernas que lo rodeaba y desapareció. Un momento después no habría sido mas difícil de hallar, bajo aquel agitado mar de vida, si sus oleadas hubieran sido las del Atlántico y el niño una moneda perdida. ...
En la línea 390
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Aunque seas príncipe o no, lo mismo da; eres un chico gallardo y no te faltan amigos. Aquí estoy yo a tu lado para probarlo. Y te digo que peor amigo podrías tener que Miles Hendon, sin cansar tus piernas en la búsqueda. Descansa tu lengua, hijo mío. Yo hablo el lenguaje de estas ratas de coladera como mi lengua nativa. ...
En la línea 392
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Instantáneamente, a impulsos de esta feliz idea, una mano cayó sobre el príncipe; tan instantáneamente, la larga espada del desconocido estaba fuera, y el mediador cayó al suelo gracias a un sonoro golpe de, plano. Al momento gritaron docenas de voces: '¡Matad al perro, matadlo, matadla!', y la turba se cerró sobre el guerrero, que arrimó la espalda contra una pared y empezó a golpear a ciegas con su larga arma como un loco. Sus víctimas caían acá y allá, pero la chusma pasaba sobre los derribados y se abalanzaba con indeclinable furia contra el campeón. Los momentos de éste parecían contados, su desgracia cierta, cuando, de pronto, sonó una trompeta, una voz gritó: '¡Paso al mensajero del rey!', y una tropa de jinetes llegó cargando sobre la multitud, que se apartó del peligro tan rápidamente como se lo permitieron las piernas. El valiente desconocido cargó al príncipe en sus brazos y pronto estuvo alejado del peligro y de la multitud. ...
En la línea 468
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... 'Ha sido una feliz idea, que me ha traído un gran consuelo, porque tenía ya las piernas fatigadísimas. Si esto no se me hubiera ocurrido, acaso habría tenido que estar en pie semanas enteras, hasta que se cure el seso mi pobre muchacho.' ...
En la línea 558
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El pirata le ató fuertemente brazos y piernas con su propia faja. En seguida le quitó el sable y se lanzó al corredor. ...
En la línea 616
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El pirata le ató fuertemente brazos y piernas con su propia faja. En seguida le quitó el sable y se lanzó al corredor. ...
En la línea 1063
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Multitud de árboles arrancados por el viento interceptaban el camino y obligaban a los piratas a saltar y escalar troncos caídos, y a utilizar los kriss para cortar una cantidad de lianas que se les enredaban en las piernas y no los dejaban avanzar. ...
En la línea 1266
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Cualquier otro hombre que no fuera indio o malayo se hubiera roto las piernas al dar ese salto. Pero Sandokán era duro como el acero y tenía la agilidad de un mono. ...
En la línea 1295
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A la salida del sol, ya estábamos en marcha. Alcanzamos la isla en pocos instantes. Desembarcamos, y, pensando que lo mejor era fiarse del instinto del canadiense, seguimos a Ned Land, cuyas largas piernas amenazaban distanciarnos excesivamente. ...
En la línea 2798
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Si el señor tuviera la bondad de separar las piernas, conservaría mejor el equilibrio. ...
En la línea 45
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando llegó a la cerca de la iglesia, la saltó como hombre cuyas piernas están envaradas y adormecidas, y luego se volvió para observarme. Al ver que me contemplaba, volví el rostro hacia mi casa a hice el mejor uso posible de mis piernas. Pero luego miré por encima de mi hombro, y le vi que se dirigía nuevamente hacia el río, abrazándose todavía con los dos brazos y eligiendo el camino con sus doloridos pies, entre las grandes piedras que fueron colocadas en el marjal a fin de poder pasar por allí en la época de las lluvias o en la pleamar. ...
En la línea 188
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En tales ocasiones comíamos en la cocina y tomábamos las nueces, las naranjas y las manzanas en la sala, lo cual era un cambio muy parecido al que Joe llevaba a cabo todos los domingos al ponerse el traje de las fiestas. Mi hermana estaba muy contenta aquel día y, en realidad, parecía más amable que nunca en compañía de la señora Hubble que en otra cualquiera. Recuerdo que ésta era una mujer angulosa, de cabello rizado, vestida de color azul celeste y que presumía de joven por haberse casado con el señor Hubble, aunque ignoro en qué remoto período, siendo mucho más joven que él. En cuanto a su marido, era un hombre de alguna edad, macizo, de hombros salientes y algo encorvado. Solía oler a aserrín y andaba con las piernas muy separadas, de modo que, en aquellos días de mi infancia, yo podía ver por entre ellas una extensión muy grande de terreno siempre que lo encontraba cuando subía por la vereda. ...
En la línea 684
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El desconocido dio un sordo gruñido, como si lo dirigiera a su pipa, y extendió las piernas en el banco que tenía para él solo. Llevaba un sombrero de anchas alas y debajo un pañuelo que le rodeaba la cabeza, de manera que no se le veía el cabello. Mientras miraba al fuego me pareció descubrir en él una expresión astuta y en su rostro se dibujó una sonrisa. ...
En la línea 818
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Eso se dice con mucha facilidad - observó Camila cariñosamente, conteniendo un sollozo, mientras le temblaba el labio superior y sus ojos se llenaban de lágrimas . Raimundo es testigo del jengibre y de las sales volátiles que me veo obligada a tomar por la noche. Raimundo conoce los temblores nerviosos que tengo en las piernas. Sin embargo, ni las sofocaciones ni los temblores nerviosos son cosa nueva para mí cuando pienso con ansiedad en las personas que amo. Si pudiera ser menos afectuosa y sensible, gozaría de mejores digestiones y mis nervios serían de acero. Y me gustaría mucho ser así. Pero no pensar en usted por las noches… ¡Vaya una idea! ...
En la línea 264
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Este encuentro acabó por despertar enteramente la atención de Raskolnikof. Alcanzó a la muchacha cuando llegaron al banco, donde ella, más que sentarse, se dejó caer y, echando la cabeza hacia atrás, cerró los ojos como si estuviera rendida de fatiga. Al observarla de cerca, advirtió que su estado obedecía a un exceso de alcohol. Esto era tan extraño, que Raskolnikof se preguntó en el primer momento si no se habría equivocado. Estaba viendo una carita casi infantil, de unos dieciséis años, tal vez quince, una carita orlada de cabellos rubios, bonita, pero algo hinchada y congestionada. La chiquilla parecía estar por completo inconsciente; había cruzado las piernas, adoptando una actitud desvergonzada, y todo parecía indicar que no se daba cuenta de que estaba en la calle. ...
En la línea 331
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Entró en el figón, se bebió una copa de vodka y dio algunos bocados a un pastel que se llevó para darle fin mientras continuaba su paseo. Hacía mucho tiempo que no había probado el vodka, y la copita que se acababa de tomar le produjo un efecto fulminante. Las piernas le pesaban y el sueño le rendía. Se propuso volver a casa, pero, al llegar a la isla Petrovski, hubo de detenerse: estaba completamente agotado. ...
En la línea 444
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Lisbeth procedía de la pequeña burguesía del tchin. Era una mujer desgalichada, de talla desmedida, de piernas largas y torcidas y pies enormes, como toda su persona, siempre calzados con zapatos ligeros. Lo que más asombraba y divertía al estudiante era que Lisbeth estaba continuamente encinta. ...
En la línea 734
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Las piernas le temblaban. ...
En la línea 315
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El barón es seco, alto. Tiene, como es corriente entre alemanes, el rostro señalado con una cicatriz y surcado de pequeñas arrugas. Usa lentes. Aparenta cuarenta y cinco años de edad. Las piernas parece que le arrancan casi del pecho; signo de raza. Es vanidoso como un pavo real. Un tanto contrahecho. ...
En la línea 460
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No tenía para qué prevenirle, pues usted no hubiera podido hacer nada —replicó, flemáticamente, Mr. Astley—. ¿Prevenirle de qué? El general sabe, tal vez, mucho más que yo sobre la señorita Blanche y sin embargo se pasea con ella y con miss Paulina. El general… es un pobre hombre. Vi ayer a la señorita Blanche que galopaba en un hermoso caballo al lado de Des Grieux y ese principillo ruso. El general los seguía sobre un alazán. Por la mañana se había lamentado de que le dolían las piernas, y no obstante, a caballo, sabía mantenerse bien. En aquel momento tuve la idea de que era hombre irremisiblemente perdido. En fin, eso no me afecta, y hace muy poco tiempo que conozco a la señorita Paulina. Por otra parte —terminó bruscamente Mr. Astley—, ya le dije a usted que no puedo admitir su derecho a hacerme ciertas preguntas, a pesar del afecto que por usted siento. ...
En la línea 702
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Comprendí en aquel momento que yo también era un jugador. Mis manos y mis piernas temblaban. Era realmente extraordinario que en un intervalo de diez jugadas el “cero” hubiese salido tres veces, pero sin embargo había sucedido así. Yo mismo había visto, la víspera, que el “cero” había salido tres veces seguidas y un jugador, que anotaba cuidadosamente en un cuadernito todas las jugadas, me hizo notar que la víspera, el mismo “cero” no se había dado más que una vez en veinticuatro horas. ...
En la línea 1012
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al entrar vi que estaba en el centro de la habitación, con las piernas separadas, la cabeza baja, y hablando solo, en voz alta. En cuanto me hubo visto se lanzó hacia mí, casi gritando, de modo que retrocedí instintivamente y quise huir. Pero me cogió las manos y me llevó hacia el diván. Sentóse allí, y a mí me hizo sentar en una butaca ante él, y, sin soltar mis manos, con labios pálidos y temblorosos, con lágrimas en sus ojos, dijo con voz suplicante: —¡Alexei Ivanovitch, sálveme! ¡Sálveme, tenga piedad de mí! ...
En la línea 877
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... A Fantina se le doblaron las piernas, y cayó de rodillas delante de Magdalena, y antes que él pudiese impedirlo, sintió que le cogía la mano, y posaba en ella los labios. Después se desmayó. ...
En la línea 153
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A veces, en su ensoñación, tumbado y pestañeando, tenía la impresión de que las llamas eran de otro fuego y de que junto a él veía a un individuo distinto del cocinero mestizo que tenía delante. Este otro hombre tenía las piernas más cortas y los brazos más largos, músculos fibrosos y nudosos en lugar de redondeados y prominentes. El cabello de este hombre era largo y enmarañado y, bajo él, su cráneo retrocedía hacia atrás a partir de los ojos. Emitía unos sonidos extraños y parecía tenerle pavor a la oscuridad, que escudriñaba continuamente aferrando en la mano, suspendida a medio camino entre la rodilla y el pie, un garrote con una pesada piedra en el extremo. Estaba casi desnudo, y una andrajosa piel chamuscada le colgaba de la espalda, pero un vello espeso le cubría el cuerpo. En algunas zonas, como el pecho y los hombros, y por la parte exterior de los brazos y los muslos, el vello estaba tan apelmazado que más parecía una piel gruesa. No tenía el tronco erguido, sino que desde las caderas se inclinaba hacia adelante sobre unas piernas que se doblaban por las rodillas. Había en aquel cuerpo una agilidad, o elasticidad, casi felina, y tenía la actitud alerta de quien vive en constante temor y sobresalto por lo que ve y lo que no ve. ...
En la línea 154
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Otras veces, aquel hombre velludo se quedaba en cuclillas junto al fuego con la cabeza entre las piernas y se dormía con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas sobre la cabeza, como si quisiera protegerse de la lluvia con los brazos velludos. Y al otro lado de aquel fuego, en la oscuridad circundante, veía Buck ascuas relucientes, por pares, siempre de dos en dos, en las que reconocía los ojos de grandes fieras carniceras. Y oía el ruido de sus cuerpos al desplazarse por la maleza y los sonidos que emitían en la noche. Y allí, soñando a orillas del Yukón, parpadeando ante el fuego con ojos adormilados, aquellos sonidos y visiones de otro mundo le erizaban el pelo del lomo y del cuello y entonces emitía un leve gemido o un gruñido débil hasta que el cocinero mestizo le gritaba, «¡Eh, Buck, despierta!». Aquel mundo se desvanecía y el mundo real le entraba por los ojos, y se levantaba, bostezaba y se desperezaba como si de verdad hubiera estado durmiendo. ...
En la línea 208
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En una ocasión la bajaron del trineo a la fuerza. No volvieron a hacerlo nunca. Ella aflojó las piernas como una niña malcriada y se sentó en el camino. Ellos reanudaron la marcha, pero ella no se movió. Cuando hubieron recorrido cinco kilómetros, y después de deshacerse de parte de la carga, regresaron a por Mercedes y, otra vez a la fuerza, volvieron a subirla al trineo. ...
En la línea 307
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Los perros no tenían nada que hacer, excepto cobrar las piezas que Thornton cazaba de vez en cuando, y Buck pasaba largas horas abstraído junto al fuego. Ahora que permanecía inactivo, la visión del hombre velludo de piernas cortas se le aparecía con mayor frecuencia; y a menudo, parpadeando junto a la hoguera, vagaba con él por aquel otro mundo que evocaba. ...
En la línea 711
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pocos días en Bayona bastaron para que Miranda se aliviase notablemente de la dolorosa luxación, y a que Pilar Gonzalvo y Lucía se conociesen y tratasen con cierta confianza. Pilar hacía rumbo, como Miranda, a Vichy; sólo que mientras Miranda quería que las aguas enseñasen a su hígado a elaborar el azúcar en justas y debidas proporciones para no dañar a la economía, la madrileñita iba a las saludables termas en demanda de partículas férreas que coloreasen su sangre y devolviesen el brillo a sus apagados ojos. Hambrienta como toda persona débil, como todo organismo pobre, de excitaciones, novedades y acontecimientos, divirtiole en extremo la relación nueva de Lucía, y las raras peripecias de su viaje, y el registro de sus galas de novia, que visitó sin perdonar una, examinando los encajes de cada chambra, los volantes de cada traje, las iniciales de cada pañuelo. Además, la simplicidad franca de la leonesa le brindaba campo virgen e inculto donde plantar todas las flores exóticas de la moda, todas las plantas ponzoñosas de la maledicencia elegante. Tenía Pilar, de edad entonces de veintitrés años, la malicia precoz que distingue a las señoritas que, con un pie en la aristocracia por sus relaciones y otro en la clase media por sus antecedentes, conocen todos los lados de la sociedad, y así averiguan quién da citas a los duques, como quién se cartea con la vecina del tercero. Pilar Gonzalvo era tolerada en las casas distinguidas de Madrid; ser tolerado es un matiz del trato social, y otro matiz ser admitido, como su hermano lo era: más allá del tolerar y del admitir queda aún otro matiz supremo, el festejar; pocos gozan del privilegio de que los festejen, reservado a las eminencias, que no se prodigan y se dejan ver únicamente de año en año, a los banqueros y magnates opulentos, que dan bailes, fiestas y misas del gallo con cena después, a las hermosuras durante un breve y deslumbrador período de plena florescencia, a los políticos que están en puerta como los naipes. Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos. Ni logró siquiera subir de tolerada a admitida. El mundo es ancho para los hombres, pero angosto, angosto para las mujeres. Siempre sintió Pilar la valla invisible que se elevaba entre ella y aquellas hijas de grandes de España, cuyos hermanos tan familiar e íntimamente frisaban con Perico. De aquí nació un rencor sordo, unido a no poca admiración y envidia, y se engendró la lenta irritación nerviosa que dio al traste con la salud de la madrileña. El paroxismo de un deseo no saciado, las ansias de la vanidad mal satisfecha, alteraron su temperamento, ya no muy sano y equilibrado antes. Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte. A la sazón, sus orejas parecían de cera, sus labios apenas cortaban, con una línea de rosa apagado, la amarillez de la barbilla, sus venas azuladas se señalaban bajo la piel, y sus encías, blanquecinas y flácidas, daban color de marfil antiguo a los ralos dientes. La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios; los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador. Sentía dolores intolerables en el epigastrio; pero por no romper el hilo de sus fiestas, calló como una muerta. Al cabo, hacia el estío, se resolvió a quejarse, pensando acertadamente que la enfermedad era pretexto oportuno para un veraneo conforme a los cánones del buen tono. Vivía Pilar con su padre y con una tía paterna; ni uno ni otro se resolvieron acompañarla; el padre, magistrado jubilado, por no dejar la Bolsa, donde a la chita callando realizaba sus jugaditas modestas y felices; la tía, viuda y muy dada a la devoción, por horror de los jolgorios que sin duda le preparaba su sobrina como método curativo. Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca. Mas desgraciadamente para Perico, los baños de mar, que al pronto aliviaron a su hermana, concluyeron, cuando abusó de ellos y quiso nadar y meterse en dibujos, por abrir brecha en su débil organismo, y comenzó a cansarse otra vez, a despertar bañada en sudor, a sentir desgano, al par que comía vorazmente raros manjares. Lo que más la asustó fue ver que se le caía el pelo a madejas. Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: ...
En la línea 1078
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg, con el cuerpo erguido, las piernas separadas, a plomo como un marino, miraba, sin alterarse, el ampollado mar. La joven viuda, sentada a popa, se sentía conmovida al contemplar el Océano, obscurecido Ya por el crepúsculo, y sobre el cual se arriesgaba en una débil embarcación. Por encima de su cabeza se desplegaban las blancas velas, que la arrastraban por el espacio cual alas gigantescas. La goleta, levantada por el viento, parecía volar por el aire. ...
En la línea 1181
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Esta porción indígena de Yokohama se llama Benten, nombre de una diosa del mar, adorada en las islas vecinas. Allí se veían admirables alamedas de pinos y cedros; puertas sagradas, de extraña arquitectura; puentes envueltos entre cañas y bambúes; templos abrigados por una muralla, inmensa y melancólica, de cedros seculares; conventos de bonzos, donde vegetaban los sacerdotes del budismo y los sectarios de la religión de Confucio; calles interminables, donde había abundante cosecha de chiquillos, con tez sonrosada y mejillas coloradas, figuritas que parecían recortadas de algún biombo indígena, y que jugaban en medio de unos perrillos de piernas cortas y de unos gatos amarillentos, sin rabo, muy perezosos y cariñosos. ...
En la línea 1182
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En las calles, todo era movimiento y agitación incesante; bonzos que pasaban en procesión, tocando sus monótonos tamboriles; yakuninos, oficiales de la aduana o de la policía; con sombreros puntiagudos incrustados de laca y dos sables en el cinto; soldados vestidos de percalina azul con rayas blancas y armados con fusiles de percusión, hombres de armas del mikado, metidos en su justillo de seda, con loriga y cota de malla, y otros muchos militares de diversas condiciones, porque en el Japón la profesión de soldado es tan distinguida como despreciada en China. Y después, hermanos postulares, peregrinos de larga vestidura, simples paisanos de cabellera suelta, negra como el ébano, cabeza abultada, busto largo, piernas delgadas, estatura baja, tez teñida, desde los sombríos matices cobrizos hasta el blanco mate, pero nunca amarillo como los chinos, de quienes se diferenciaban los japoneses esencialmente. Y, por último, entre carruajes, palanquines, mozos de cuerda, carretillas de velamen, 'norimones' con caja maqueada, 'cangos' (suaves y verdaderas literas de bambú), se veía circular a cortos pasos y con pie hiquito, calzado con zapatos de lienzo, sandalias de paja o zuecos de madera labrada, algunas mujeres poco bonitas, de ojos encogidos, pecho deprimido, dientes ennegrecidos a usanza del día, pero que llevaban con elegancia el traje nacional, llamado 'kimono', especie de bata cruzada con una banda de seda, cuya ancha cintura formaba atrás un extravagante lazo, que las modernas parisienges han copiado, al parecer, de las japonesas. ...
En la línea 1377
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aquellos rumiantes, búfalos, como impropiamente los llaman los americanos, marchaban con tranquilo paso, dando a veces formidables mugidos. Tenían una estatura superior a los de Europa, piernas y cola cortas; con una joroba muscular; las astas separadas en la base; la cabeza, el cuello y espalda cubiertos con una melena de largo pelo. No podía pensarse en detener esta emigración. Cuando los bisontes adoptan una marcha, nada hay que pueda modificarla; es un torrente de carne viva que no puede ser detenido por dique alguno. ...

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