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La palabra perro
Cómo se escribe

la palabra perro

La palabra Perro ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece perro.

Estadisticas de la palabra perro

Perro es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 2173 según la RAE.

Perro tienen una frecuencia media de 44.64 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la perro en 150 obras del castellano contandose 6786 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Perro

Cómo se escribe perro o pero?
Cómo se escribe perro o perrrro?


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece perro

La palabra perro puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 369
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El tío Barret fué derechamente hacia sus campos, y, como un perro abandonado, comenzó a dar vueltas alrededor de la barraca. ...

En la línea 658
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A lo lejos, en la antigua barraca de Barret, ladraba el perro, olfateando la proximidad de su amo. ...

En la línea 782
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De noche dormía con zozobra, y muchas veces, al menor ladrido del perro, saltaba de la cama, lanzándose fuera de la barraca escopeta en mano. ...

En la línea 791
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cerca ya de la barraca, cuando oía los ladridos de su perro, que le había adivinado, vió un muchacho, un zagalón, que, sentado en un ribazo, con la hoz entre las piernas y teniendo al lado unos montones de broza segada, se incorporó para saludarle: -¡Bon día, siñor Batiste! Y el saludo, la voz trémula de muchacho tímido con que le habló, le impresionaron dulcemente. ...

En la línea 186
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... soplones y lamecosas que van a la misa de don Pablo, con toa su familia y toman la comunión después de pasar la noche de juerga, me echan a la caye. Sea usté franco; diga la verdad; y aunque usté trabaje como un perro, es usté un pillo: ¿No es eso, cabayeros?... ...

En la línea 213
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Oh, la vida dura de continuos riesgos, la necesidad de ganarse el pan luchando con la oscuridad, con las tempestades y con el hombre, que era el peor de los enemigos! Un ruido a lo lejos, una voz, el aleteo de los pajarracos nocturnos, el chillido de las alimañas invisibles, el ladrido de un perro, les hacían ocultarse, tenderse en el suelo entre los jarales punzantes, sofocados por el peso de la mochila. Al partir del campo fronterizo de Gibraltar pagaban por trasponer la línea del resguardo. Los venales encargados de la vigilancia les imponían contribución según su clase: tantas pesetas a los mochileros, tantos duros a la gente de a caballo. Partían todos al mismo tiempo, después de depositar la ofrenda en ciertas manos que salían de unas mangas con galones de oro, y peones y jinetes, todo el ejército del contrabando, abríase como el varillaje de un abanico en la sombra de la noche, tomando distintos caminos para esparcirse por Andalucía. Pero quedaba lo difícil: el peligro de tropezar con las rondas volantes que no habían participado del soborno y se esforzaban por cortar el paso a los defraudadores y hacer buena presa de sus cargas. Los caballistas infundían miedo porque contestaban a tiros al ¡quién vive!, y eran los indefensos mochileros los que sufrían toda la persecución. ...

En la línea 257
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El capataz de Marchamalo sintió la muerte del amo más que toda la familia. No lloró, pero su hija María de la Luz, que comenzaba a ser una mocita, andaba tras él, animándolo para que saliese de su triste marasmo, para que no pasase las horas sentado en la plazoleta con la mandíbula entre las manos y la vista perdida en el horizonte, desalentado y triste como un perro sin dueño. ...

En la línea 289
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La convalecencia no fue larga. Una vez pasado el peligro, la herida se cicatrizó rápidamente. El capataz afirmaba, con cierto orgullo, que su ahijado tenía carne de perro. A otro lo hubiesen hecho polvo con un balazo así: ¡pero, balitas a él, que era el mozo más valiente del campo de Jerez!... ...

En la línea 7406
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Pero ¿cómo?-Escuchad, trata d de encontraros con ella y de tener una explica ción; decidle: ¡La paz o la guerra! Palabra de gentilhombre de que nunca diré nada de vos, de que jamás haré nada contra vos; por vuestra par te, juramento solemne de permanecer neutral respecto a mí; si no, voy en busca del canciller, voy en busca del rey, voy en busca del verdugo, amotino la corte contra vos, os denuncio por marcada, os hago meter a juicio, y si os absuelven, pues entonces os mato, palabra de gentil hombre, en la esquina de cualquier guardacantón, como mataría a un perro rabioso. ...

En la línea 433
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Su pronunciación era la más rápida y áspera que hasta entonces había observado en ningún ser humano; mezclábanse en ella alaridos de hiena con ladridos de perro, pero eso no era, en modo alguno, indicio de su condición natural, alegre y desenvuelta y sin asomos de mala intención, según vi muy pronto. ...

En la línea 877
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... CAPÍTULO VI El frío en Portugal.—Me libro de una extorsión.—Sensación de soledad.—El perro.—El convento.—Un paisaje encantador.—El castillo morisco.—Plegaria por un enfermo. ...

En la línea 919
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Si hubiese huído o hubiese empleado un modo de defensa distinto del que, sin falta alguna, acostumbro a usar en tales circunstancias, el perro me hubiera mordido probablemente; lo que hice fué inclinarme hasta casi pegar la barba con las rodillas, mirando al perro fijamente en los ojos, y ocurrió, como dice John Leyden en la más hermosa balada que la «Tierra del Brezo» ha producido, «que el perro salió huyendo, como herido por un conjuro mágico». ...

En la línea 919
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Si hubiese huído o hubiese empleado un modo de defensa distinto del que, sin falta alguna, acostumbro a usar en tales circunstancias, el perro me hubiera mordido probablemente; lo que hice fué inclinarme hasta casi pegar la barba con las rodillas, mirando al perro fijamente en los ojos, y ocurrió, como dice John Leyden en la más hermosa balada que la «Tierra del Brezo» ha producido, «que el perro salió huyendo, como herido por un conjuro mágico». ...

En la línea 1527
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Eso mesmo es lo que yo digo -respondió Sancho-: que también la hallé yo, y no quise llegar a ella con un tiro de piedra; allí la dejé y allí se queda como se estaba, que no quiero perro con cencerro. ...

En la línea 2341
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -¡A otro perro con ese hueso! -respondió el ventero-. ...

En la línea 3811
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y fue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y, en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota; y, en teniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba, diciendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: ''¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?''» ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro? Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro: «Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso. ...

En la línea 3811
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y fue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y, en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota; y, en teniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba, diciendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: ''¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?''» ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro? Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro: «Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso. ...

En la línea 163
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El orden de los roedores cuenta aquí con especies numerosas; me proporcioné ocho especies de ratones4. El roedor más grande que hay en el mundo, el Hidrochoerus capybara (cerdo de agua), es muy común en este país. En Montevideo maté uno que pesaba 98 libras; desde la punta del hocico hasta la cola medía tres pies y dos pulgadas de longitud; su circunferencia era de tres pies y ocho pulgadas. Estos grandes roedores frecuentan algunas veces las islas en la desembocadura del Plata, donde el agua es completamente salada; pero abundan mucho más en las márgenes de los ríos y de los lagos de agua dulce. Cerca de Maldonado suelen vivir tres o cuatro juntos. Durante el día están tendidos entre las plantas acuáticas o van tranquilamente a pacer la hierba de la llanura5. Vistos desde cierta distancia, su paso y su color les hace parecerse a los cerdos; pero cuando están sentados, vigilando con atención todo lo que pasa, vuelven a adquirir el aspecto de sus congéneres los cavias y los conejos. La gran longitud de su maxilar le da una apariencia cómica cuando se les ve de frente o de perfil. En Maldonado son casi mansos; andando con precaución, pude acercarme a una distancia de tres metros a cuatro de estos animales. Puede explicarse esta casi domesticidad por el hecho de que el jaguar ha desaparecido por completo de este país desde hace algunos años, y el gaucho no piensa que ese animal sea digno de ser cazado. Conforme iba acercándome a los cuatro individuos, de los cuales acabo de hablar, dejaban oír el ruido que les caracteriza, una especie de gruñido sordo y abrupto; no puede decirse que sea un sonido, sino más bien una expulsión brusca del aire que tienen en los pulmones; no conozco sino un solo ruido análogo a ese gruñido, y es el primer ladrido ronco de un perro grande. Después de habernos mirado mutuamente por espacio de algunos minutos, pues me examinaban ellos con tanta atención como podía yo examinarlos, tiráronse todos al agua con el mayor ímpetu, dejando oír su gruñido. Después de zambullirse durante algún tiempo volvieron a la superficie, pero sin sacar más que la parte superior de la cabeza. Cuando la hembra va a nado dícese que sus hijuelos se sientan en el lomo de la madre. Fácilmente se podría 4 En junio hallé 27 especies de ratones en la América del sur, donde aún se conocen 13 más, según las obras de Azara y de otros autores. Mister Waterhouse ha descrito y dado nombre, en las reuniones de la Sociedad Zoológica, a las especies que traje. Aprovecho esta ocasión para mostrar mi agradecimiento a Mr. Waterhouse y a los demás sabios miembros de esta Sociedad por la benévola ayuda que se han dignado concederme en todas ocasiones. ...

En la línea 185
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El Polyvorus chimango es mucho más pequeño que la especie precedente. Es un ave verdaderamente omnívora; come de todo, hasta pan; y me han asegurado que devasta los campos de patatas en Chiloé, arrancando los tubérculos que acaban de plantarse. Entre todas las aves que comen carne muerta, suele ser la última que abandona el cadáver de un animal; muy a menudo hasta la he visto en el interior del costillaje de un caballo o de una vaca, como un pájaro dentro de una jaula. El Polyvorus Novae Zelandiae es otra especie muy común en las islas Falkland. Estas aves se parecen casi en todo a las carranchas. Se alimentan de cadáveres y de animales marinos; en los peñones de Ramírez hasta tienen que pedir al mar todo su alimento. En extremo atrevidas, frecuentan las cercanías de las casas para apoderarse de todo cuanto se arroje desde ellas. Así que un cazador mata a un animal, se juntan alrededor suyo en gran número para precipitarse sobre cuanto el hombre pueda abandonar y esperan con paciencia durante horas si es preciso. Cuando están ahitos, hínchaseles el implume buche, lo cual les da un aspecto repulsivo. Suelen atacar a las aves heridas: habiendo llegado a descansar en la costa un Mórfex herido, inmediatamente fue rodeado por varias de esas aves, las cuales acabaron de matarlo a picotazos. El Beagle sólo visitó en verano las islas Falkland; pero los oficiales del buque Aventure, que pasaron un invierno en estas islas, me han citado muchos ejemplos extraordinarios de la audacia y de la rapacidad de estas aves. Una vez atacaron a un perro que dormía a los pies de uno de los oficiales; otra vez, estando de caza, hubo que disputarlas unos gansos que acababan de ser muertos. Dícese que reunidas en bandadas (y en esto se parecen a las carranchas), se colocan junto al boquete de una gazapera y se arrojan sobre el conejo en cuanto sale. Cuando el barco estaba en el puerto iban constantemente a visitarlo y era menester una vigilancia de todos los instantes para impedir que destrozasen los pedazos de cuero que había en las jarcias y llevarse los cuartos de carne o la caza colgados a popa. Estas aves son muy curiosas, y también sólo por eso muy desagradables: recogen todo cuanto pueda haber en el suelo; transportaron a una milla de distancia un gran sombrero de hule y lleváronse también un par de bolas muy pesadas, de las que sirven para la caza de reses mayores. Durante una excursión, Mister Usborne tuvo una pérdida muy sensible, puesto que le robaron una brujulita de Kater, metida en un estuche de tafilete rojo, y jamás pudo recobrarla. Se pelean mucho y tienen terribles accesos de cólera, durante los cuales arrancan la hierba a picotazos. No puede decirse que vivan verdaderamente en sociedad; no se ciernen en las alturas y su vuelo es pesado y torpe; corren con mucha rapidez, y su paso se asemeja bastante al de los faisanes. Son muy estrepitosos, dan varios gritos agudos; uno de esos gritos se parece al de la grulla inglesa, por lo cual les han dado este nombre los pescadores de focas. Circunstancia curiosa: cuando arrojan un grito echan atrás la cabeza, igual que la carrancha. Construyen los nidos en costas escarpadas, pero sólo en los islotes pequeños próximos a la costa y nunca en tierra firme o en las dos islas principales: extraña precaución para un ave tan poco asustadiza y tan atrevida. Los marinos dicen que la carne cocida de estas aves es muy blanda y constituye un manjar excelente; pero se necesita sumo valor para tragar un solo bocado de ella. ...

En la línea 259
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pasamos la noche en Punta Alta y me puse a buscar osamentas fósiles: en efecto, ese lugar es una verdadera catacumba de monstruos pertenecientes a razas extintas. La noche estaba muy tranquila y clara, el paisaje era interesante de puro monótono: nada más que diques de barro y gaviotas, colinas de arena y buitres. A la mañana siguiente, al marcharnos, vimos las huellas recientísimas de un puma, pero sin poder descubrir al animal. Vimos también un par de zorrillos, animales pestíferos bastante comunes. El zorrillo se asemeja mucho al veso, pero es un poco más grande y mucho más grueso en proporción. Teniendo conciencia de su poder, no teme al hombre ni al perro y vaga en pleno día por la llanura. Si se azuza a un perro para que le ataque, detiénese al punto en su carrera, dándole náuseas en cuanto el zorrillo deja caer algunas gotas de su aceite fétido. Si este aceite toca a cualquier cosa, ya no puede hacerse uso de ella. Azara dice que puede percibirse su olor a una legua de distancia; más de una vez, al entrar en el puerto de Montevideo con viento de tierra, sentimos ese olor a bordo del Beagle. Lo cierto es que todos los animales se apresuran a alejarse para dejar pasar al zorrillo. ...

En la línea 259
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pasamos la noche en Punta Alta y me puse a buscar osamentas fósiles: en efecto, ese lugar es una verdadera catacumba de monstruos pertenecientes a razas extintas. La noche estaba muy tranquila y clara, el paisaje era interesante de puro monótono: nada más que diques de barro y gaviotas, colinas de arena y buitres. A la mañana siguiente, al marcharnos, vimos las huellas recientísimas de un puma, pero sin poder descubrir al animal. Vimos también un par de zorrillos, animales pestíferos bastante comunes. El zorrillo se asemeja mucho al veso, pero es un poco más grande y mucho más grueso en proporción. Teniendo conciencia de su poder, no teme al hombre ni al perro y vaga en pleno día por la llanura. Si se azuza a un perro para que le ataque, detiénese al punto en su carrera, dándole náuseas en cuanto el zorrillo deja caer algunas gotas de su aceite fétido. Si este aceite toca a cualquier cosa, ya no puede hacerse uso de ella. Azara dice que puede percibirse su olor a una legua de distancia; más de una vez, al entrar en el puerto de Montevideo con viento de tierra, sentimos ese olor a bordo del Beagle. Lo cierto es que todos los animales se apresuran a alejarse para dejar pasar al zorrillo. ...

En la línea 980
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Recordaba vagamente un perro negro de lanas, noble y hermoso; debía de ser un terranova. ...

En la línea 982
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El perro se tendía al sol, con la cabeza entre las patas, y ella se acostaba a su lado y apoyaba la mejilla sobre el lomo rizado, ocultando casi todo el rostro en la lana suave y caliente. ...

En la línea 1030
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había pasado junto a un molino; un perro le había cerrado el paso al atravesar el puente de la acequia, hecho con un tronco hueco de castaño; Ana se había echado sobre el tronco porque se mareaba viendo el agua blanca que ladraba debajo como el perro enfrente de ella. ...

En la línea 1030
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había pasado junto a un molino; un perro le había cerrado el paso al atravesar el puente de la acequia, hecho con un tronco hueco de castaño; Ana se había echado sobre el tronco porque se mareaba viendo el agua blanca que ladraba debajo como el perro enfrente de ella. ...

En la línea 1728
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mientras tanto, el duque de las Romanas, sobreponiéndose a su desaliento con prodigios de voluntad y ocultando la tristeza que le causaba verse inmovilizado en su lecho, hacia frente a todo. Dictó órdenes imperiosamente, como si no dudase de que continuaba siendo el amo de Rorna; se impuso al Colegio de cardenales, obligándolo a reconocer su calidad de gonfaloniero, capitán indiscutible de la Iglesia, no permitiendo que otros se encargasen de reprimir los desórdenes públicos. Por suerte para él, don Michelotto estaba sano, y al frente de la guardia personal del duque imponía respeto a sus enemigos en las calles. Los alborotadores del bando Orsini y del bando Colonna cesaban en sus agresiones a los españoles así que presentían la proximidad de don Miguelito, el perro feroz de César. ...

En la línea 1901
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —¡Miealet Corella!… ¡Qué tipo!… Efectivamente, nada he leído sobre el final de su vida terrible. César salió de Italia sin poder verlo. Don Miguelito, luego de defender como perro rabioso los dominios de su amigo y señor, cayó prisionero de los florentinos con otros partidarios de César, y el nuevo Papa Julio Segundo consiguió que se lo enviasen a Roma, encerrándolo en el castillo de Sant' Angelo. ...

En la línea 77
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... De la pañolería y artículos asiáticos, sólo quedaban en la casa por los años del 50 al 60 tradiciones religiosamente conservadas. Aún había alguna torrecilla de marfil, y buena porción de mantones ricos de alto precio en cajas primorosas. Era quizás Gumersindo la persona que en Madrid tenía más arte para doblarlos, porque ha de saberse que doblar un crespón era tarea tan difícil como hinchar un perro. No sabían hacerlo sino los que de antiguo tenían la costumbre de manejar aquel artículo, por lo cual muchas damas, que en algún baile de máscaras se ponían el chal, lo mandaban al día siguiente, con la caja, a la tienda de Gumersindo Arnaiz, para que este lo doblase según arte tradicional, es decir, dejando oculta la rejilla de a tercia y el fleco de a cuarta, y visible en el cuartel superior el dibujo central. También se conservaban en la tienda los dos maniquís vestidos de mandarines. Se pensó en retirarlos, porque ya estaban los pobres un poco tronados; pero Barbarita se opuso, porque dejar de verlos allí haciendo juego con la fisonomía lela y honrada del Sr. de Ayún, era como si enterrasen a alguno de la familia; y aseguró que si su hermano se obstinaba en quitarlos, ella se los llevaría a su casa para ponerlos en el comedor, haciendo juego con los aparadores. ...

En la línea 493
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... »El día aquel fue día de pruebas para mí. Era un viernes de Dolores, y las siete espadas, señores míos, estaban clavadas aquí… Me pasaban como unos rayos por la frente. Una idea era lo que yo necesitaba, y más que una idea, valor, sí, valor para lanzarme… De repente noté que aquel valor tan deseado entraba en mí, pero un valor tremendo, como el de los soldados cuando se arrojan sobre los cañones enemigos… Trinqué la mantilla y me eché a la calle. Ya estaba decidida, y no crean, alegre como unas Pascuas, porque sabía lo que tenía que hacer. Hasta entonces yo había pedido a los amigos; desde aquel momento pediría a todo bicho viviente, iría de puerta en puerta con la mano así… Del primer tirón me planté en casa de una duquesa extranjera, a quien no había visto en mi vida. Recibiome con cierto recelo; me tomó por una trapisondista; pero a mí, ¿qué me importaba? Diome la limosna y, en seguida, para alentarme y apurar el cáliz de una vez, estuve dos días sin parar subiendo escaleras y tirando de las campanillas. Una familia me recomendaba a otra, y no quiero decir a ustedes las humillaciones, los portazos y los desaires que recibí. Pero el dichoso maná iba cayendo a gotitas a gotitas… Al poco tiempo vi que el negocio iba mejor de lo que yo esperaba. Algunos me recibían casi con palio; pero la mayor parte se quedaban fríos, mascullando excusas y buscando pretextos para no darme un céntimo. 'Ya ve usted, hay tantas atenciones… no se cobra… el Gobierno se lo lleva todo con las contribuciones… '. Yo les tranquilizaba. 'Un perro chico, un perro chico es lo que me hace falta'. Y aquí me daban el perro, allá el duro, en otra parte el billetito de cinco o de diez… o nada. Pero yo tan campante. ¡Ah!, señores, este oficio tiene muchas quiebras. Un día subí a un cuarto segundo, que me había recomendado no sé quién. La tal recomendación fue una broma estúpida. Pues señor, llamo, entro, y me salen tres o cuatro tarascas… ¡Ay, Dios mío, eran mujeres de mala vida!… Yo, que veo aquello… lo primero que me ocurrió fue echar a correr. 'Pero no—me dije—, no me voy. Veremos si les saco algo'. Hija, me llenaron de injurias, y una de ellas se fue hacia dentro y volvió con una escoba para pegarme. ¿Qué creen ustedes que hice? ¿Acobardarme? Quia. Me metí más adentro y les dije cuatro frescas… pero bien dichas… ¡bonito genio tengo yo… ! ¡Pues creerán ustedes que les saqué dinero! Pásmense, pásmense… la más desvergonzada, la que me salió con la escoba fue a los dos días a mi casa a llevarme un napoleón. ...

En la línea 493
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... »El día aquel fue día de pruebas para mí. Era un viernes de Dolores, y las siete espadas, señores míos, estaban clavadas aquí… Me pasaban como unos rayos por la frente. Una idea era lo que yo necesitaba, y más que una idea, valor, sí, valor para lanzarme… De repente noté que aquel valor tan deseado entraba en mí, pero un valor tremendo, como el de los soldados cuando se arrojan sobre los cañones enemigos… Trinqué la mantilla y me eché a la calle. Ya estaba decidida, y no crean, alegre como unas Pascuas, porque sabía lo que tenía que hacer. Hasta entonces yo había pedido a los amigos; desde aquel momento pediría a todo bicho viviente, iría de puerta en puerta con la mano así… Del primer tirón me planté en casa de una duquesa extranjera, a quien no había visto en mi vida. Recibiome con cierto recelo; me tomó por una trapisondista; pero a mí, ¿qué me importaba? Diome la limosna y, en seguida, para alentarme y apurar el cáliz de una vez, estuve dos días sin parar subiendo escaleras y tirando de las campanillas. Una familia me recomendaba a otra, y no quiero decir a ustedes las humillaciones, los portazos y los desaires que recibí. Pero el dichoso maná iba cayendo a gotitas a gotitas… Al poco tiempo vi que el negocio iba mejor de lo que yo esperaba. Algunos me recibían casi con palio; pero la mayor parte se quedaban fríos, mascullando excusas y buscando pretextos para no darme un céntimo. 'Ya ve usted, hay tantas atenciones… no se cobra… el Gobierno se lo lleva todo con las contribuciones… '. Yo les tranquilizaba. 'Un perro chico, un perro chico es lo que me hace falta'. Y aquí me daban el perro, allá el duro, en otra parte el billetito de cinco o de diez… o nada. Pero yo tan campante. ¡Ah!, señores, este oficio tiene muchas quiebras. Un día subí a un cuarto segundo, que me había recomendado no sé quién. La tal recomendación fue una broma estúpida. Pues señor, llamo, entro, y me salen tres o cuatro tarascas… ¡Ay, Dios mío, eran mujeres de mala vida!… Yo, que veo aquello… lo primero que me ocurrió fue echar a correr. 'Pero no—me dije—, no me voy. Veremos si les saco algo'. Hija, me llenaron de injurias, y una de ellas se fue hacia dentro y volvió con una escoba para pegarme. ¿Qué creen ustedes que hice? ¿Acobardarme? Quia. Me metí más adentro y les dije cuatro frescas… pero bien dichas… ¡bonito genio tengo yo… ! ¡Pues creerán ustedes que les saqué dinero! Pásmense, pásmense… la más desvergonzada, la que me salió con la escoba fue a los dos días a mi casa a llevarme un napoleón. ...

En la línea 493
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... »El día aquel fue día de pruebas para mí. Era un viernes de Dolores, y las siete espadas, señores míos, estaban clavadas aquí… Me pasaban como unos rayos por la frente. Una idea era lo que yo necesitaba, y más que una idea, valor, sí, valor para lanzarme… De repente noté que aquel valor tan deseado entraba en mí, pero un valor tremendo, como el de los soldados cuando se arrojan sobre los cañones enemigos… Trinqué la mantilla y me eché a la calle. Ya estaba decidida, y no crean, alegre como unas Pascuas, porque sabía lo que tenía que hacer. Hasta entonces yo había pedido a los amigos; desde aquel momento pediría a todo bicho viviente, iría de puerta en puerta con la mano así… Del primer tirón me planté en casa de una duquesa extranjera, a quien no había visto en mi vida. Recibiome con cierto recelo; me tomó por una trapisondista; pero a mí, ¿qué me importaba? Diome la limosna y, en seguida, para alentarme y apurar el cáliz de una vez, estuve dos días sin parar subiendo escaleras y tirando de las campanillas. Una familia me recomendaba a otra, y no quiero decir a ustedes las humillaciones, los portazos y los desaires que recibí. Pero el dichoso maná iba cayendo a gotitas a gotitas… Al poco tiempo vi que el negocio iba mejor de lo que yo esperaba. Algunos me recibían casi con palio; pero la mayor parte se quedaban fríos, mascullando excusas y buscando pretextos para no darme un céntimo. 'Ya ve usted, hay tantas atenciones… no se cobra… el Gobierno se lo lleva todo con las contribuciones… '. Yo les tranquilizaba. 'Un perro chico, un perro chico es lo que me hace falta'. Y aquí me daban el perro, allá el duro, en otra parte el billetito de cinco o de diez… o nada. Pero yo tan campante. ¡Ah!, señores, este oficio tiene muchas quiebras. Un día subí a un cuarto segundo, que me había recomendado no sé quién. La tal recomendación fue una broma estúpida. Pues señor, llamo, entro, y me salen tres o cuatro tarascas… ¡Ay, Dios mío, eran mujeres de mala vida!… Yo, que veo aquello… lo primero que me ocurrió fue echar a correr. 'Pero no—me dije—, no me voy. Veremos si les saco algo'. Hija, me llenaron de injurias, y una de ellas se fue hacia dentro y volvió con una escoba para pegarme. ¿Qué creen ustedes que hice? ¿Acobardarme? Quia. Me metí más adentro y les dije cuatro frescas… pero bien dichas… ¡bonito genio tengo yo… ! ¡Pues creerán ustedes que les saqué dinero! Pásmense, pásmense… la más desvergonzada, la que me salió con la escoba fue a los dos días a mi casa a llevarme un napoleón. ...

En la línea 392
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Instantáneamente, a impulsos de esta feliz idea, una mano cayó sobre el príncipe; tan instantáneamente, la larga espada del desconocido estaba fuera, y el mediador cayó al suelo gracias a un sonoro golpe de, plano. Al momento gritaron docenas de voces: '¡Matad al perro, matadlo, matadla!', y la turba se cerró sobre el guerrero, que arrimó la espalda contra una pared y empezó a golpear a ciegas con su larga arma como un loco. Sus víctimas caían acá y allá, pero la chusma pasaba sobre los derribados y se abalanzaba con indeclinable furia contra el campeón. Los momentos de éste parecían contados, su desgracia cierta, cuando, de pronto, sonó una trompeta, una voz gritó: '¡Paso al mensajero del rey!', y una tropa de jinetes llegó cargando sobre la multitud, que se apartó del peligro tan rápidamente como se lo permitieron las piernas. El valiente desconocido cargó al príncipe en sus brazos y pronto estuvo alejado del peligro y de la multitud. ...

En la línea 863
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Vino la noche, glacial y encapotada, y aún seguía vagando el pobre monarca, con los pies doloridos. Se veía obligado a moverse sin cesar, porque cada vez que se sentaba a descansar un momento el frío le penetraba hasta los huesos. Todas sus sensaciones, mientras andaba en la solemne oscuridad y la solitud sin fin de la noche, eran nuevas y extrañas para él. A trechos oía voces que se aproximaban, pasaban y se desvanecían en el silencio; como no veía, de los cuerpos a quienes pertenecían, más que un bulto informe y móvil, todo aquello tenía algo de espectral y pavoroso que le hacía estremecerse. Divisaba, a veces, el parpadeo de una luz, siempre muy lejana, se diría que casi en otro mundo. Si oía el cencerrillo de una oveja era vago, distante y confuso. Los ahogados mugidos del rebaño llegaban hasta él con el viento de la noche, cadencias que se deseanecían en desolados sanes. De cuando en cuando escuchaba el desgarrado aullido de un perro a través del invisible espacio del campo y del bosque. Todos los sonidos eran remotos y hacían pensar al reyecito que toda vida y toda actividad estaban muy lejanas de su persona, y que se hallaba, abandonado y sin amigos en meio de una soledad inconmensurable. ...

En la línea 906
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hizo el niño una magnífica y satisfactoria comida, que le restauró y alegró en gran manera. Fue una comida que se significó por un detalle curioso: el de que ambas partes prescindieron de etiquetas, pero sin que ninguna de ellas se diera cuenta de haberlo hecho. La buena mujer se había propuesto dar de comer a aquel muchacho vagabundo con vituallas recalentadas, y en un rincón, como a cualquier otro, o como a un perro, pero sentía tal remordimiento por la regañada que le había echado, que hizo cuanto pudo para atenuarla, permitiéndole que se sentara a la mesa de la familia y comiera con sus superiores en aparentes términos de igualdad con ellos. Y el rey por su parte sentía tales remordimientos por haber desempeñado mal su cometido, después de haberse mostrado tan bondadosa con él la familia, que se propuso repararlo humillándose hasta el nivel de ésta, en vez de exigir a la mujer y a las niñas que se quedaran en pie y le sirviesen, mientras él ocupaba su mesa en el estrado solitario debido a su nacimiento y dignidad. Todos alguna vez prescindimos de la gravedad. La buena mujer estuvo feliz todo el día con los aplausos con que se gratificó a sí misma por su magnánima condescendencia con un vagabundo, y el rey se sintió no menos contento por su benigna humildad hacia una pobre aldeana. ...

En la línea 1166
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Ah, maldito zorro! ¡Todo lo veo claro! ¡Tú mismo escribiste la fingida carta, cuyos frutos han sido mi novia y mis bienes robados! ¡Ea! Vete de aquí, porque no quiero mancillar mi honrada condición con la muerte de un perro tan despreciable. ...

En la línea 5
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. ...

En la línea 275
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Unos débiles quejidos, como de un pobre animal, interrumpieron su soliloquio. Escudriñó con los ojos y acabó por descubrir, entre la verdura de un matorral, un pobre cachorrillo de perro que parecía buscar camino en tierra. «¡Pobrecillo! –se dijo–. Lo han dejado recién nacido a que muera; les faltó valor para matarlo.» ...

En la línea 279
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿Pero ahora se le ocurre comprar perro, señorito? ...

En la línea 280
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No lo he comprado, Domingo; este perro no es esclavo, sino que es libre; lo he encontrado. ...

En la línea 653
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Si das un paso, te mato como a un perro! ...

En la línea 1521
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Será sólo un perro o vendrá seguido de hombres? —dijo Yáñez. ...

En la línea 1522
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Puede que lo siga otro perro; un soldado no podría andar por este laberinto. Esperaré al animal y lo mataré. ...

En la línea 1525
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Un enorme perro de formidables mandíbulas y dientes agudísimos apareció en medio de una mata de césped. ...

En la línea 1839
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La progresiva elevación del sol aumentaba la claridad en el agua. El suelo iba cambiando poco a poco. A la arena fina sucedía una verdadera calzada de rocas redondeadas, revestidas de un tapiz de moluscos y de zoófitos. Entre las numerosas muestras de estas dos ramas, observé placenos de valvas finas y desiguales, especie de ostráceos propios del mar Rojo y del océano índico; lucinas anaranjadas de concha orbicular; tarazas; algunas de esas púrpuras persas que proveían al Nautilus de un tinte admirable; múrices de quince centímetros de largo que se erguían bajo el agua como manos dispuestas a hacer presa; las turbinelas, vulgarmente llamadas dientes de perro, erizadas de espinas; língulas anatinas, conchas comestibles que alimentan los mercados del Indostán; pelagias panópiras, ligeramente luminosas, y admirables oculinas fiabeliformes, magníficos abanicos que forman una de las más ricas arborizaciones de estos mares. ...

En la línea 1937
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sí y no, señor Aronnax -me respondió el capitán Nemo, que parecía conocer a fondo «su mar Rojo»-. Lo que ya no es peligroso para un navío moderno, bien aparejado y sólidamente construido, dueño de su dirección gracias al dócil vapor, se presentaba lleno de riesgos para los barcos de los antiguos. Hay que imaginarse lo que era para aquellos navegantes aventurarse en el mar con barcas hechas de planchas unidas con cuerdas de palmeras, calafateadas con resina y con grasa de perro marino. No tenían ni siquiera instrumentos Para orientarse y navegaban a la estima, en medio de corrientes que apenas conocían. En tales condiciones, los naufragios eran y debían ser numerosos. Pero en nuestra época, los vapores que hacen servicio entre Suez y los mares del Sur no tienen ya nada que temer de la violencia de este golfo, pese a los monzones contrarios. Sus capitanes y sus pasajeros no tienen que hacer ya sacrificios propiciatorios al partir, ni ir al templo más próximo, al regreso, a dar las gracias a los dioses. ...

En la línea 2487
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo resolvió buscar el fondo oceánico por una diagonal suficientemente alargada, por medio de sus planos laterales, a los que se dispuso en un ángulo de 45'. Se llevó a la hélice a su máximo de revoluciones y su cuádruple paleta azotó el agua con una extraordinaria violencia. Bajo esta poderosa presión, el casco del Nautilus se estremeció como una cuerda sonora y se hundió con regularidad en las aguas. Apostados en el salón, el capitán y yo observábamos la aguja del manómetro, que se desviaba rápidamente. Pronto sobrepasamos la zona habitable en que residen la mayoría de los peces. Si algunos de ellos no pueden vivir más que en la superficie de los mares o de los ríos, otros, menos numerosos, se mantienen a profundidades bastante grandes. Entre éstos vi al hexanco, especie de perro marino provisto de seis hendiduras respiratorias; al telescopio, de ojos enormes, al malarmat acorazado, de dorsales grises y pectorales negras, protegidas por un peto de rojas placas óseas, y, por último, al lepidópodo, que, a los mil doscientos metros de profundidad en que vivía, soportaba una presión de ciento veinte atmósferas. ...

En la línea 3266
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Entre los peces que el Nautilus asustó a su paso, citaré al ciclóptero, de un metro de largo, de dorso negruzco y vientre anaranjado, que da a sus congéneres un ejemplo poco seguido de fidelidad conyugal; un unernack de gran tamaño, parecido a la morena, de color esmeralda y de un gusto excelente; unos karraks de gruesos ojos, cuyas cabezas tienen algún parecido con la del perro; blenios, ovovivíparos como las serpientes; gobios negros de dos decímetros; macruros de larga cola y de brillos plateados, peces muy rápidos que se habían aventurado lejos de los mares hiperbóreos. Las redes recogieron un pez audaz y vigoroso, armado de púas en la cabeza y de aguijones en las aletas, un verdadero escorpión de dos a tres metros, encarnizado enemigo de los blenios, de los gados y de los salmones. Era el coto de los mares septentrionales, de cuerpo tuberculado, de color pardo y rojo en las aletas. Los hombres del Nautilus tuvieron alguna dificultad en apoderarse de ese pez que, gracias a la conformación de sus opérculos, preserva sus órganos respiratorios del contacto desecante del aire y por ello puede vivir algún tiempo fuera del agua. ...

En la línea 146
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Muchas veces había contemplado mientras comía a un gran perro que teníamos, y ahora observaba la mayor semejanza entre el modo de comer del animal y el de aquel hombre. Éste tomaba grandes y repentinos bocados, exactamente del mismo modo que el perro. Se tragaba cada bocado demasiado pronto y demasiado aprisa; y luego miraba de lado, como si temiese que de cualquier dirección pudiera llegar alguien para disputarle lo que estaba comiendo. Estaba demasiado asustado para saborear tranquilamente el pastel, y creí que si alguien se presentase a disputarle la comida, sería capaz de acometerlo a mordiscos. En todo eso se portaba igual que el perro. ...

En la línea 146
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Muchas veces había contemplado mientras comía a un gran perro que teníamos, y ahora observaba la mayor semejanza entre el modo de comer del animal y el de aquel hombre. Éste tomaba grandes y repentinos bocados, exactamente del mismo modo que el perro. Se tragaba cada bocado demasiado pronto y demasiado aprisa; y luego miraba de lado, como si temiese que de cualquier dirección pudiera llegar alguien para disputarle lo que estaba comiendo. Estaba demasiado asustado para saborear tranquilamente el pastel, y creí que si alguien se presentase a disputarle la comida, sería capaz de acometerlo a mordiscos. En todo eso se portaba igual que el perro. ...

En la línea 167
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿Dónde está? - preguntó guardándose en el pecho los restos de la comida -. Dime por dónde fue. Lo alcanzaré como si fuese un perro de caza. ¡Maldito sea este hierro que llevo en la pierna! Dame la lima, muchacho. ...

En la línea 554
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ella volvió trayendo cierta cantidad de pan y carne y un jarrito de cerveza. Dejó este último sobre las piedras del patio y me dio el pan y la carne sin mirarme y con la misma insolencia que si fuese un perro que ha perdido el favor de su amo. Estaba tan humillado, ofendido e irritado, y mi amor propio se sentía tan herido, que no puedo encontrar el nombre apropiado para mis sentimientos, que Dios sabe cuáles eran, pero las lágrimas empezaron a humedecer mis ojos. Y en el momento en que asomaron a ellos, la muchacha me miró muy satisfecha de haber sido la causa de mi dolor. Esto fue bastante para darme la fuerza de contenerlas y de mirarla. Ella movió la cabeza desdeñosamente, pero, según me pareció, convencida de haberme humillado, y me dejó solo. ...

En la línea 4603
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La avenida estaba desierta: ni un peatón, ni un coche. Las casas bajas, de un amarillo intenso, con sus ventanas y sus postigos cerrados tenían un aspecto sucio y triste. El frío y la humedad penetraban en el cuerpo de Svidrigailof y lo estremecían. De vez en cuando veía un rótulo y lo leía detenidamente. Al fin terminó el pavimento de madera y se encontró en las cercanías de un gran edificio de piedra. Entonces vio un perro horrible que cruzaba la calzada con el rabo entre piernas. En medio de la acera, tendido de bruces, había un borracho. Lo miró un momento y continuó su camino. ...

En la línea 4744
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «¿Para qué he ido a su casa? Le he dicho que iba por un asunto. Pero ¿qué asunto? No tengo ninguno. ¿Para anunciarle que iba a presentarme? ¡Como si esto fuera necesario! ¿Será que la amo? No puede ser, puesto que acabo de rechazarla como a un perro. ¿Acaso tenía yo alguna necesidad de la cruz? ¡Qué bajo he caído! Lo que yo necesitaba eran sus lágrimas, lo que quería era recrearme ante la expresión de terror de su rostro y las torturas de su desgarrado corazón. Además, deseaba aferrarme a cualquier cosa para ganar tiempo y contemplar un rostro humano… ¡Y he osado enorgullecerme, creerme llamado a un alto destino! ¡Qué miserable y qué cobarde soy! ...

En la línea 4815
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Salió de la comisaría con paso vacilante. La cabeza le daba vueltas. Le costaba gran trabajo mantenerse sobre sus piernas. Empezó a bajar la escalera apoyándose en la pared. Le pareció que un ordenanza que subía a la comisaría tropezó con él; que, al llegar al primer piso, oyó ladrar a un perro, y vio que una mujer le arrojaba un rodillo de pastelería mientras le gritaba para hacerle callar. Al fin llegó a la planta baja y salió a la calle. Entonces vio a Sonia. Estaba cerca del portal, y, pálida como una muerta, le miraba con una expresión de extravío. Raskolnikof se detuvo ante ella. Una sombra de sufrimiento y desesperación pasó por el semblante de la joven. Enlazó las manos, y una sonrisa que no fue más que una mueca le torció los labios. Rodia permaneció un instante inmóvil. Luego sonrió amargamente y volvió a subir a la comisaría. ...

En la línea 225
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¿Es verdad? ¡Cómo! ¿Me recibís? ¿No me echáis? ¿A mí? ¿A un presidiario? ¿Y me llamáis caballero? ¿Y no me tuteáis? ¿Y no me decís: '¡sal de aquí, perro!' como acostumbran decirme? Yo creía que tampoco aquí me recibirían; por eso os dije en seguida lo que soy. ¡Oh, gracias a la buena mujer que me envió a esta casa voy a cenar y a dormir en una cama con colchones y sábanas como todo el mundo! ¡Una cama! Hace diecinueve años que no me acuesto en una cama. Sois personas muy buenas. Tengo dinero: pagaré bien. Dispensad, señor posadero: ¿cómo os llamáis? Pagaré todo lo que queráis. Sois un hombre excelente. Sois el posadero, ¿no es verdad? ...

En la línea 690
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Un solo hombre se libró absolutamente de aquella admiración y respeto, como si lo inquietara una especie de instinto incorruptible e imperturbable. Se diría que existe en efecto en ciertos hombres un verdadero instinto animal, puro e íntegro, como todo instinto, que crea la antipatía y la simpatía, que separa fatalmente unas naturalezas de otras, que no vacila, que no se turba, ni se calla, ni se desmiente jamás. Pareciera que advierte al hombre-perro la presencia del hombre-gato. ...

En la línea 692
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Este personaje adusto y amenazante era de esos que por rápidamente que se les mire, llaman la atención del observador. Se dice que en toda manada de lobos hay un perro, al que la loba mata, porque si lo deja vivir al crecer devoraría a los demás cachorros. Dad un rostro humano a este perro hijo de loba y tendréis el retrato de aquel hombre. ...

En la línea 692
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Este personaje adusto y amenazante era de esos que por rápidamente que se les mire, llaman la atención del observador. Se dice que en toda manada de lobos hay un perro, al que la loba mata, porque si lo deja vivir al crecer devoraría a los demás cachorros. Dad un rostro humano a este perro hijo de loba y tendréis el retrato de aquel hombre. ...

En la línea 4
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero Buck no era perro de casa ni de jauría. Suya era la totalidad de aquel ámbito. Se zambullía en la alberca o salía a cazar con los hijos del juez, escoltaba a sus hijas, Mollie y Alice, en las largas caminatas que emprendían al atardecer o por la mañana temprano, se tendía a los pies del juez delante del fuego que rugía en la chimenea en las noches de invierno, llevaba sobre el lomo a los nietos de Miller o los hacía rodar por la hierba, y vigilaba sus pasos en las osadas excursiones de los niños hasta la fuente de las caballerizas e incluso más allá, donde estaban los potreros y los bancales de bayas. Pasaba altivamente por entre los foxterriers, y a Toots e Ysabel no les hacía el menor caso, pues era el rey, un monarca que regía sobre todo ser viviente que reptase, anduviera o volase en la finca del juez Miller, humanos incluidos. ...

En la línea 5
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Su padre, Elmo, un enorme san bernardo, había sido compañero inseparable del juez, y Buck prometía seguir los pasos de su padre. No era tan grande -pesaba sólo sesenta kilos- porque su madre, Shep, había sido una perra pastora escocesa. Pero sus sesenta kilos, añadidos a la dignidad que proporcionan la buena vida y el respeto general, le otorgaban un porte verdaderamente regio. En sus cuatro años había vivido la regalada existencia de un aristócrata: era orgulloso y hasta egotista, como llegan a serlo a veces los señores rurales debido a su aislamiento. Pero se había librado de no ser más que un consentido perro doméstico. La caza y otros entretenimientos parecidos al aire libre habían impedido que engordase y le habían fortalecido los músculos; y para él, como para todas las razas adictas a la ducha fría, la afición al agua había sido un tónico y una forma de mantener la salud. ...

En la línea 6
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Así era el perro Buck en el otoño de 1897, cuando multitud de individuos del mundo entero se sentían irresistiblemente atraídos hacia el norte por el descubrimiento que se había producido en Klondike. Pero Buck no leía los periódicos ni sabía que Manuel, uno de los ayudantes del jardinero, fuera un sujeto indeseable. Manuel tenía un vicio, le apasionaba la lotería china. Y además jugaba confiando en un método, lo que lo llevó a la ruina inevitable. Porque el jugar según un método requiere dinero, y el salario de un ayudante de jardinero escasamente cubre las necesidades de una esposa y una numerosa prole. ...

En la línea 36
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -¡Éste no es manco para domar a un perro, te lo digo yo! -exclamó entusiasmado uno de los hombres encaramados al muro. ...

En la línea 369
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Después desciende la escalinata y retoza con su perro sobre los céspedes del jardín. ...

En la línea 367
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -La Virgen de Begoña vaya con usted, señorito… , que encuentre usted bien a doña Armanda… Mándeme usted como si fuese un perro, un perro suyo… Mire usted, que estoy aquí… ...

En la línea 959
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Qué pena… pobre criatura!… Eso es más cruel aún que dejarla morirse sola, como un perro. ...

En la línea 1203
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -No sé… -El fiel perro alzó los ojos y contempló las facciones descompuestas del marido, y una intuición rápida le dijo docenas de cosas. Miranda salió como un cohete, y recorrió las habitaciones llamando a Lucía a gritos. Silencio profundo. Entonces resueltamente salió al balcón, y bajó al jardín. ...

En la línea 1386
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Este personaje, que había tomado el tren en la estación de Elko, era hombre de elevada estatura, muy moreno, de bigote negro, pantalón negro, corbata blanca, guantes de piel de perro. Parecía un reverendo. Iba de un extremo al otro del tren, y en la portezuela de cada vagón pegaba con obleas una noticia manuscrita. ...

En la línea 1887
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Transcurrió la noche. Mister Fogg se había acostado, pero es dudoso que durmiera. En cuanto a mistress Aouida, no pudo descansar ni un solo instante. Picaporte había velado como un perro a la puerta de su amo. ...

Más información sobre la palabra Perro en internet

Perro en la RAE.
Perro en Word Reference.
Perro en la wikipedia.
Sinonimos de Perro.

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