La palabra Milagro ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece milagro.
Estadisticas de la palabra milagro
Milagro es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 3919 según la RAE.
Milagro tienen una frecuencia media de 23.71 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la milagro en 150 obras del castellano contandose 3604 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Milagro
Cómo se escribe milagro o milagrro?
Cómo se escribe milagro o milajro?
Más información sobre la palabra Milagro en internet
Milagro en la RAE.
Milagro en Word Reference.
Milagro en la wikipedia.
Sinonimos de Milagro.
Algunas Frases de libros en las que aparece milagro
La palabra milagro puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 600
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Muchos hombres dormían tendidos en sus esterillas con un ronquido fatigoso, aspirando a ras de tierra las emanaciones asfixiantes del rescoldo de boñiga. En el fondo, las mujeres, sentadas en el suelo con las faldas abombadas como hongos, contábanse cuentos o relataban curaciones maravillosas ocurridas en la sierra por milagro de las vírgenes. ...
En la línea 914
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pululaba en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloraban de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz aguardentosa se encogían como fieras en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan, miraban los balcones iluminados de los palacios o seguían el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salían de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repetía en sus oídos, que zumbaban de debilidad: «No esperéis nada. ¡Cristo ha muerto!» El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, pan!» le decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: «¡Cristo ha muerto!» Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto!» Sí; bien muerto estaba. Su vida no había servido para aliviar uno solo de los males que afligen a los humanos. En cambio, había causado a los pobres un daño incalculable predicándoles la humildad, infiltrando en sus espíritus la sumisión, la creencia del premio en un mundo mejor. El envilecimiento de la limosna y la esperanza de justicia ultraterrena habían conservado a los infelices en su miseria por miles de años. Los que viven a la sombra de la injusticia, por mucho que adorasen al Crucificado, no le agradecerían bastante sus oficios de guardián durante diecinueve siglos. ...
En la línea 1126
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Salvatierra no se daba cuenta de cómo había salido del ventorro remolcado por la mano febril de _Alcaparrón_ y cómo había llegado a Matanzuela con una rapidez de ensueño, corriendo tras el gitano, que tiraba de él, al mismo tiempo que le llamaba su Dios, convencido de que haría el milagro. ...
En la línea 3582
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Atrave só sucesivamente varios salones de una elegancia de la que los mayores señores de Francia no tenían siquiera idea, y llegó por fin a un dormitorio que era a la vez un milagro de gusto y de rique za. ...
En la línea 3994
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y vos, ¿cómo habéis escapado?-Por milagro, señor, debo decirlo, con una estocada en el pecho y clavando al señor conde de Wardes en el dorso de la ruta de Calais como a una mariposa en una tapicería. ...
En la línea 7625
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Luego, si pese a todo esto persiste, como es a lo que acabo de decir a lo que se limita mi misión, no tendré más que rogar a Dios que haga un milagro para salvar a Francia. ...
En la línea 7993
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Es muy simple -respondió Athos-:tan pronto como el enemi go esté al alcance del mosquete, nosotros hacemos fuego;si continúa avanzando, nosotros volvemos a hacer fuego; hacemos fuego mientras tengamos los fusiles cargados; si lo que quede de la tropa quiere todavía subir al asalto, dejamos a los asaltantes bajar hasta el foso, y entonces les echamos encima de la cabeza ese lienzo de muralla que sólo está en pie por un milagro de equilibrio. ...
En la línea 408
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -De esa manera -respondió Sancho Panza-, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos, Juana Gutiérrez, mi oíslo, vendría a ser reina, y mis hijos infantes. ...
En la línea 757
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En todo hay cierta, inevitable muerte; mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto; y en el olvido en quien mi fuego avivo, y, entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza, ni yo, desesperado, la procuro; antes, por estremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro. ...
En la línea 969
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sancho Panza, que también tuvo a milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese a él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. ...
En la línea 1154
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó a llorar con la mayor ternura del mundo y a decille: -Señor, yo no sé por qué quiere vuestra merced acometer esta tan temerosa aventura: ahora es de noche, aquí no nos vee nadie, bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres días; y, pues no hay quien nos vea, menos habrá quien nos note de cobardes; cuanto más, que yo he oído predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced bien conoce, que quien busca el peligro perece en él; así que, no es bien tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se puede escapar sino por milagro; y basta los que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle de ser manteado, como yo lo fui, y en sacarle vencedor, libre y salvo de entre tantos enemigos como acompañaban al difunto. ...
En la línea 5502
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Un milagro! ¡un milagro!. ...
En la línea 5502
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Un milagro! ¡un milagro!. ...
En la línea 5701
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ) La Libre Hermandad se había fundado con ciertos aires de institución independiente de todo yugo religioso, y su primer presidente fue el señor don Pompeyo Guimarán, que de milagro no estaba excomulgado y que no comulgaba jamás. ...
En la línea 5740
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Por una especie de milagro acústico cada palabra de Visitación sonaba como siete; parecía que estaba allí perorando toda la junta de protectrices. ...
En la línea 1421
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una vez se mostró el valor tranquilo del Papa, hombre que ya contaba setenta años. Sólo quiso dejarse curar por su hija Lucrecia, sin que se notasen en él signos de miedo; antes bien, creyó en un influjo providencial que velaba por su existencia para que pudiese realizar todos sus planes en pro de la grandeza del Pontificado. Semanas después, cuando \os romanos comentaban aún el milagro con que Dios había protegido al Papa Borgia, un crimen hizo olvidar dicho suceso. ...
En la línea 1674
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Indudablemente, un milagro… ¡Un verdadero milagro! ...
En la línea 470
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Las buenas condiciones de ahorro y de modestia que hubo de aprender la mujer para la dirección del hogar durante la época de su esclavitud las emplea ahora en el gobierno. Los Estados Unidos de la Felicidad son administrados como una casa donde no se conoce el desorden ni el despilfarro. Todo marcha con una estricta economía, y sin embargo nuestro país no carece de comodidad y de opulencia. Solo aceptamos como gobernantes a las mujeres que saben realizar el mismo milagro que realizaban en tiempos del despotismo masculino ciertas esposas a las que daban sus esposos poco dinero y no obstante mantenían su casa con un aspecto de abundancia y de regocijo. Ningún país, durante los largos siglos de tiranía masculina, pudo alabarse como nosotras de no haber tenido en cincuenta años un solo gobernante o un solo empleado que fuese ladrón. Todo lo dirigen las mujeres: las escuelas, las fábricas, los campos, los buques, las máquinas de locomoción terrestres y voladoras, y la vida es más dulce, más pacifica que antes. Esto demuestra la injusticia con que la mujer era mirada en aquellos tiempos nefastos de la tiranía hombruna, cuando se la consideraba apta únicamente para administrar una casa pequeña y cuidar los hijos. Al hombre corresponden ahora estas funciones secundarias. ...
En la línea 1183
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Toda esta algazara llegaba a la alcoba de Juan, que se entretenía oyendo contar a su mujer y a su criado lo que pasaba, y singularmente el milagro del premio de Estupiñá. Lo que se rió con esto no hay para qué decirlo. La prisión en que tan a disgusto estaba volvíale pronto a su mal humor y poniéndose muy regañón decía a su mujer: «Eso, eso, déjame solo otra vez para ir a divertirte con la bullanga de esos idiotas. ¡La lotería!, ¡qué atraso tan grande! Es de las cosas que debieran suprimirse; mata el ahorro; es la Providencia de las haraganes. Con la lotería no puede haber prosperidad pública… ¿Qué?, te marchas otra vez. ¡Bonita manera de cuidar a un enfermo! Y vamos a ver, ¿qué demonios tienes tú que hacer por esas calles toda la mañana? A ver, explícame, quiero saberlo; porque es ya lo de todos los días». ...
En la línea 2207
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... A Fortunata se le comunicó el entusiasmo. ¡La religión! Tampoco ella había caído en esto. ¡Cuidado que no ocurrírsele una cosa tan sencilla… ! Lo particular era que veía su purificación como se ve un milagro cuando se cree en ellos, como convertir el agua en vino o hacer de cuatro peces cuarenta. ...
En la línea 3874
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Maximiliano no cayó redondo por milagro de Dios… Dijo ¡ah!… y se quedó como una estatua. Tampoco ella chistaba nada y sus miradas caían al suelo como pesas de plomo. Por fin el joven, en el último grado de la turbación y del desconcierto, se aventuró a hablar, y dijo algo así como buenas tardes… y después: Yo creí que… y luego: De modo que usted, tía… «No, yo no me meto en nada—declaró doña Lupe, que estaba sentada como presidiendo—. Lo único que he dispuesto es traerla aquí para que frente a frente decidáis… Fortunata, siéntate». ...
En la línea 5012
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El asombro de la santa era tan grande, que no lo podía expresar. Abría la boca, maravillada, cual si presenciara un milagro. ...
En la línea 251
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Oh! Debe ser el príncipe. ¿Habrá alguien en el reino capaz de sostener que puede haber dos personas, no siendo de la misma sangre y nacimiento, tan extraordinariamente iguales? Y aunque así fuera, milagro más extraño sería aún que la casualidad pusiera a una de ellas en lugar de la otra. No. Es locura, locura, locura. ...
En la línea 722
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Prosternose la mujer y protestó bañada en llanto que no tenía poder para hacer el milagro, pues de tenerlo defendería de buen grado la vida de su hija solamente, contenta de perder la suya, si por su obediencia al mandato del rey pudiera alcanzar tan preciada gracia. ...
En la línea 861
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Mas Hugo no esperó el milagro. En un momento estaba en pie y corriendo cual el viento, seguido por el caballero y sin dejar de dar grandes gritos en su fuga. El rey, dando gracias al cielo por su propia libertad, huyó en dirección opuesta, y no aminoró el paso hasta que estuvo fuera del maléfico alcance del villano. Tomó el primer camino que se le ofrecía y no tardó en dejar muy atrás la aldea. Siguió corriendo lo más de prisa qué pudo durante varias horas, sin dejar de mirar nerviosamente hacia atrás por si le perseguían, mas al fin le dejaron los temores, y le llegó una agradable sensación de seguridad. Entonces diose cuenta de que tenía hambre, y de que estaba muy cansado. Hizo alto en una granja; mas cuando se disponía a hablar, le atajaron y le despidieron con rudeza. Sus andrajos hablaban en contra suya. ...
En la línea 1487
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... -Pienso que tuvimos bastante suerte para huir de aquellos tunantes, hermanito. Encontrarnos en una estufa con ocho o diez soldados en derredor y poder salvar la piel, es un verdadero milagro. ...
En la línea 3137
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se volvió hacia Sonia y la miró con emoción. Sí, era lo que él había sospechado. La joven temblaba febrilmente, como él había previsto. Se acercaba al momento del milagro y un sentimiento de triunfo se había apoderado de ella. Su voz había cobrado una sonoridad metálica y una firmeza nacida de aquella alegría y de aquella sensación de triunfo. Las líneas se entremezclaban ante sus velados ojos, pero ella podía seguir leyendo porque se dejaba llevar de su corazón. Al leer el último versículo ‑« El que abrió los ojos al ciego… »‑, Sonia bajó la voz para expresar con apasionado acento la duda, la reprobación y los reproches de aquellos ciegos judíos que un momento después iban a caer de rodillas, como fulminados por el rayo, y a creer, mientras prorrumpían en sollozos… Y él, él que tampoco creía, él que también estaba ciego, comprendería y creería igualmente… Y esto iba a suceder muy pronto, en seguida… Así soñaba Sonia, y temblaba en la gozosa espera. ...
En la línea 3140
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑«… Jesús le dijo entonces: ¿No te he dicho que si tienes fe verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de la cueva donde reposaba el muerto. Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre mío, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que Tú me escuchas siempre y sólo he hablado para que los que están a mi alrededor crean que eres Tú quien me ha enviado a la tierra. Habiendo dicho estas palabras, clamó con voz sonora: ¡Lázaro, sal! Y el muerto salió… ‑Sonia leyó estas palabras con voz clara y triunfante, y temblaba como si acabara de ver el milagro con sus propios ojos‑ … vendados los pies y las manos con cintas mortuorias y el rostro envuelto en un sudario. Jesús dijo: Desatadle y dejadle ir. Entonces, muchos de los judíos que habían ido a casa de María y que habían visto el milagro de Jesús creyeron en él. » ...
En la línea 3140
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑«… Jesús le dijo entonces: ¿No te he dicho que si tienes fe verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de la cueva donde reposaba el muerto. Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre mío, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que Tú me escuchas siempre y sólo he hablado para que los que están a mi alrededor crean que eres Tú quien me ha enviado a la tierra. Habiendo dicho estas palabras, clamó con voz sonora: ¡Lázaro, sal! Y el muerto salió… ‑Sonia leyó estas palabras con voz clara y triunfante, y temblaba como si acabara de ver el milagro con sus propios ojos‑ … vendados los pies y las manos con cintas mortuorias y el rostro envuelto en un sudario. Jesús dijo: Desatadle y dejadle ir. Entonces, muchos de los judíos que habían ido a casa de María y que habían visto el milagro de Jesús creyeron en él. » ...
En la línea 4256
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Por qué no dice usted, sencillamente, que esto es un milagro? ...
En la línea 97
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Otra vez el hielo de la costa cedió por delante y por detrás del trineo y no quedó más escapatoria que encaramarse al empinado talud de la orilla. Perrault lo escaló de milagro mientras François rezaba para que se produjera este milagro. Con los arneses de cuero y los deslizadores formaron una larga cuerda y con ella izaron de uno en uno a los perros hasta el borde del precipicio. El último en subir fue François, después del trineo y la carga. A continuación tuvieron que buscar un lugar por el qué descender, descenso que en última instancia realizaron con ayuda de la cuerda, y la noche los encontró de nuevo en el río, con quinientos metros en el haber del día. ...

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