La palabra Lentamente ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece lentamente.
Estadisticas de la palabra lentamente
Lentamente es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 2581 según la RAE.
Lentamente tienen una frecuencia media de 37 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la lentamente en 150 obras del castellano contandose 5624 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Lentamente

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece lentamente
La palabra lentamente puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 169
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su barraca, deshabitada, sin una mano misericordiosa que echase un remiendo a la techumbre ni un puñado de barro a las grietas de las paredes, se iba hundiendo lentamente. ...
En la línea 269
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un buenazo, no sabía plantarle cara al repugnante avaro, y éste lo iba chupando lentamente, hasta devorarlo por entero. ...
En la línea 413
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al incorporarse asomó la cabeza por entre el cáñamo y vio en una revuelta del camino a un vejete que caminaba lentamente, envuelto en una capa. ...
En la línea 572
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Iba avanzando lentamente, con pasos firmes, pero con el cayado por delante, tanteando el terreno. ...
En la línea 141
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Don Pablo y su empleado iban lentamente hacia el escritorio. ...
En la línea 195
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cesaba de brillar entre los sarmientos el acero de las azadas, y la larga fila de viñadores despechugados frotábanse las manos, entumecidas por el mango de la herramienta, y lentamente extraían de la faja los avíos de fumar. ...
En la línea 376
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En esta calma patriarcal, fumando sus cigarrillos (otra buena costumbre que el viejo agradecía a Rafael), los dos hombres hablaban lentamente de los trabajos del cortijo, con toda la gravedad que las gentes del campo ponen en los asuntos de la tierra. ...
En la línea 385
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael miraba asombrado a los zagales nacidos en la sierra. Eran tímidos y huraños con la gente que llegaba de aquella llanura, a la que volvían los ojos con cierto temor supersticioso, como si en ella residiese el misterio de la vida. Eran pedazos de naturaleza, de una existencia rudimentaria y monótana. Andaban y vivían como podrían hacerlo un árbol o una piedra animados de movimiento. En su cerebro, insensible a todo lo que no fuesen sensaciones animales, apenas si las exigencias de la vida habían hecho florecer un ligero musgo de pensamiento. Miraban como fetiches milagrosos las grandes verrugas de los alcornoques, con las que podían fabricarse los _tornillos_, cazuelas naturales para confeccionar el gazpacho. Buscaban las pieles viejas de culebra, abandonadas entre los guijarros al cambiar de envoltura el reptil y festoneaban los caños de las fuentes con estos pellejos oscuros, atribuyendo a su ofrenda influencias misteriosas. Los largos días de inmovilidad en el monte, vigilando el pastar de las bestias, extinguía lentamente todo lo que en estos muchachos había de humano. ...
En la línea 85
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El desconocido lo miró un instante todavía con su leve sonrisa y, apartándose de la ventana, salió lentamente de la hostería para ve nir a plantarse a dos pasos de D'Artagnan frente al caballo. ...
En la línea 314
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por hábito, hablaba poco y lentamente, saluda ba mucho, reía sin estrépito mostrando sus dientes, que tenía hermosos y de los que, como del resto de su persona, parecía tener el mayor cuidado. ...
En la línea 508
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... »-Amigo mío -le dijo lentamente -quiero, como a hijo de mi viejo amigo (porque tengo por verdadera la historia de esa carta perdi da), quiero -dijo-, para reparar la frialdad q ue habéis notado ante todo en mi recibimiento, descubriros los secretos de nuestra política. ...
En la línea 2333
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Estáis acusado de alta traición -dijo lentamente el cardenal. ...
En la línea 2026
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Conforme avanzaban, marchando lentamente, ni el oficial ni los soldados hacían el menor caso de los gritos de la multitud, que, agolpándose en torno suyo, no cesaba de vociferar: «¡Viva la Constitución!»; todo lo más respondían con alguna ojeada hostil; y marcharon, fruncidas las cejas y apretados los dientes, hasta llegar frente al pelotón de caballería, donde hicieron alto y formaron las filas. ...
En la línea 2105
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Fuimos costeando lentamente, y doblamos varios elevados promontorios, apilados algunos por la mano de la naturaleza en formas muy fantásticas. ...
En la línea 2517
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Antes de que el libro estuviese listo comencé los preparativos para realizar un plan en el que ya había pensado varias veces durante mi anterior visita a España, sin abandonarlo después nunca; plan que fué objeto de mis meditaciones lo mismo a la altura del cabo Finisterre en plena borrasca, que en los desfiladeros de Sierra Morena y en las llanuras de la Mancha, cuando caminaba lentamente seguido a corta distancia por el _contrabandista_. ...
En la línea 3520
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Apenas establecido, vi que el comercio era aquí muy escaso y que mis géneros se vendían muy lentamente, y a precio de coste o poco más. ...
En la línea 469
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pretende ser muy amigo de los ingleses; pero sostiene que sólo obtuvieron la victoria de Trafalgar porque compraron a los capitanes españoles, y que el único acto de valentía ejecutado en aquella jornada fue el del almirante español ¿No es característico esto? ¡Un hombre que prefiere creer que sus compatriotas son los traidores más abominables a pensar que sean cobardes o torpes! 18y 19 de octubre.- Seguimos bajando lentamente este río magnífico; la corriente no nos ayuda nada. Encontramos muy pocos barcos. Parece realmente desdeñarse aquí uno de los dones más preciosos de la naturaleza: esta magnífica vía de comunicación, un río donde por buques podrían relacionarse dos países, uno de clima templado y en el cual abundan ciertos productos mientras otros faltan por completo; otro con un clima tropical y un suelo que (a creer a M. Bonpland, el mejor de todos los jueces) quizá no tenga igual en el mundo por su fertilidad. ¡Cuán otro hubiera sido este río, si colonos ingleses hubiesen tenido la suerte de remontar los primeros el río de la Plata! ¡Qué magníficas ciudades ocuparían hoy sus orillas! Hasta la muerte de Francia, dictador del Paraguay, estos dos países permanecen tan separados cual si estuviesen en los dos extremos del globo. Pero violentas revoluciones, violentas proporcionalmente a la tranquilidad tan poco natural que hoy reina allí, desgarrarán al Paraguay cuando el viejo tirano sanguinario ya no exista. Este país tendrá que aprender, como todos los estados españoles de la América del Sur, que una república no puede sustituir en tanto que no se apoye en hombres que respeten los principios de la justicia y el honor. ...
En la línea 573
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... La geología de la Patagonia presenta un gran interés; al contrario que en Europa, donde las formaciones terciarias se acumulan en las bahías, encontramos aquí, en largas extensiones de cientos de millas de costa, un solo gran depósito que encierra extraordinario número de conchas terciarias de especies aparentemente extinguidas. La concha más común es una ostra inmensa, gigantesca, que adquiere a veces un pie de diámetro. Estas capas están cubiertas por otras formadas de piedra blanca, blanda, muy particular, que encierra mucho espejuelo y se parece a la creta, pero en realidad de la naturaleza del pómez. Tiene esta piedra de notable que la décima parte por lo menos de su volumen se compone de infusorios. El profesor Ehremberg ha señalado ya diez formas oceánicas entre estos infusorios. Esta capa se extiende a lo largo de la costa en un espacio de 500 millas (800 kilómetros) por lo menos, y quizás es mucho más extensa. En el puerto San Julián adquiere un espesor de más de 800 pies. Se halla en toda su extensión cubierta por una masa de cantos rodados, que es quizá la capa más grande de guijarros que hay en el mundo. Se extiende, en efecto, a partir del río Colorado en un espacio de 600 a 700 millas náuticas hacia el sur; por las orillas del Santa Cruz (río que se encuentra un poco al sur de San Julián), toca los últimos contrafuertes de la cordillera; hacia el centro del curso de este río adquiere un espesor de más de 200 pies; se extiende probablemente por todo aquel espacio hasta la cadena de las cordilleras, de donde provienen los cantos rodados de pórfido. En resumen, podemos atribuirle una anchura media de 200 millas (320 kilómetros) y un espesor medió también de 50 pies (15 metros). Si se apilase esta inmensa capa de guijarros, prescindiendo del polvo que su frote ha debido producir, se formaría una gran cadena de montañas. Y cuando se considera que estos guijarros, tan innumerables como las arenas del desierto, proceden todos del lento desgastarse de las rocas que en lo antiguo acantilaban las orillas del mar y de los ríos; cuando se piensa que estos enormes fragmentos de rocas han tenido que romperse en pedazos más pequeños y cada uno de ello ha ido rodando lentamente hasta redondearse por completo, y ser transportado a una distancia considerable, espanta la idea del increíble número de años que han debido por necesidad transcurrir para que este trabajo se verifique. Pues todos estos cantos han sido transportados y redondeados después del depósito de las capas blancas en que se apoyan y mucho tiempo después de la formación de las capas inferiores que contienen las conchas pertenecientes a la época terciaria. ...
En la línea 611
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 29 de abril.- Desde lo alto de una colina saludamos con alegría los blancos picos de la cordillera; los vemos de cuando en cuando perforar su sombra envuelta en nubes. Durante algunos días continuamos remontando lentamente el río, con mucha lentitud, porque el curso de éste se hace muy tortuoso y nos vemos detenidos a cada paso por inmensos fragmentos de diversas rocas antiguas y de granito. La llanura que limita el valle adquiere aquí una elevación de cerca de mil cien pies sobre el nivel del río; el carácter de esta llanura se ha modificado de una manera extraordinaria. Los cantos de pórfido, muy redondeados, se mezclan con grandes fragmentos angulares de basalto y de rocas primitivas. Observo aquí a sesenta y siete millas de distancia de la montaña más próxima, los, primeros bloques erráticos; he medido uno que tenía cinco metros cuadrados, que se elevaba a cinco pies sobre la grava. Eran tan perfectamente angulares los bordes de esta masa, y su grosor tan considerable, que al principio la tomé por una roca in situ y tomé la brújula par observar su plano de inclinación. La llanura no es ya tan lisa como a la orilla del mar; no se observa, sin embargo, ningún signo de cataclismo. En estas circunstancias creo que es imposible explicar el transporte de estas rocas gigantescas a tan larga distancia de la montaña, de donde, sin duda, provienen, sino por la teoría de los hielos flotantes. ...
En la línea 675
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... No tardó en serme imposible continuar el camino a través del bosque, y seguí, pues, a lo largo de un torrente. Al principio apenas podía dar un paso a causa de las cataratas y de los numerosos troncos de árboles caídos que cerraban el camino; pero pronto se ensanchó este lecho del torrente por el destrozo en sus orillas habían producido las inundaciones. Avancé lentamente por espacio de una hora siguiendo las rugosas y descarnadas orillas del torrente, y muy pronto compensaron todas mis fatigas la magnificencia y la belleza del panorama que contemplé. La profundidad sombría del barranco corría pareja con los signos de violencia que por todas partes se observaban. A un lado y otro se veían masas irregulares de rocas y árboles arrancados; otros de pie todavía, estaban podridos hasta el corazón y a punto de caer. Esta confusa masa de árboles robustos y árboles muertos me recordó los bosques de los trópicos, a pesar de la inmensa diferencia que los separa: en estas tristes soledades que ahora examino, parece que en lugar de la vida reina la muerte como soberana. Continué mi ruta a lo largo del torrente hasta un punto en que un gran derrumbamiento ha desprendido parte considerable del costado de una montaña; a partir de este lugar se hizo menos fatigosa la ascensión y alcancé pronto una elevación suficiente para poder examinar a gusto los bosques circundantes. Todos los árboles pertenecen a la misma especie, el Fagur betuloides, habiendo por excepción un corto número de especies diferentes de estos Fagur. Este árbol conserva sus hojas todo el año, pero presentan un color verde pardusco con un ligero tinte amarillo muy particular. Todo el paisaje reviste el mismo tono, lo que da un aspecto triste y sombrío; siendo muy raro que le den un poco de alegría los rayos del sol. ...
En la línea 273
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Emociones semejantes ocupaban su alma mientras el catalejo, reflejando con vivos resplandores los rayos del sol se movía lentamente pasando la visual de tejado en tejado, de ventana en ventana, de jardín en jardín. ...
En la línea 7090
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En lo alto de la escalera, en el descanso del primer piso, doña Paula, con una palmatoria en una mano y el cordel de la puerta de la calle en la otra, veía silenciosa, inmóvil, a su hijo subir lentamente con la cabeza inclinada, oculto el rostro por el sombrero de anchas alas. ...
En la línea 7735
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Entró don Santos en la tienda, que era como el Magistral se la había representado, y dejándose alumbrar por el sereno atravesó el triste almacén donde retumbaban los pasos como bajo una bóveda, y subió la escalera lentamente, respirando con fatiga. ...
En la línea 9514
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Se filosofaba mientras se comía, tal vez con los dedos, salchichón o chorizos mal tostados, queso duro, o tortillas de jamón, lo que fuese; se hablaba al descuido, lentamente, pensando en cosas más hondas que las que se decía, con los ojos clavados en la lontananza, detrás de la cual se vela el recuerdo, lo desconocido, la vaguedad del sueño; se hablaba de lo que era el mundo, de lo que era la sociedad, de lo que era el tiempo, de la muerte, de la otra vida, del cielo, de Dios; se evocaba la infancia, las fechas lejanas en que había una memoria común; y un sentimentalismo, como desprendido de la niebla que bajaba de Corfín, se extendía sobre los comensales bucólicos y su filosofía de sobremesa. ...
En la línea 114
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al extenderse esta visión única casi a ras del suelo, fue tal la sorpresa experimentada por el, que volvió por segunda vez a juntar sus párpados. Debía estar durmiendo aun. Lo que acababa de ver era una prueba de que se hallaba sumido todavía en el mundo incoherente de los ensueños. Dejó transcurrir algún tiempo para resucitar en su interior las facultades que son necesarias en la vida real. Después de convencerse de que no dormía, de que se hallaba verdaderamente despierto, volvió a abrir sus párpados lentamente, y se estremeció con la más grande de las sorpresas viendo que persistía el mismo espectáculo. ...
En la línea 433
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Indudablemente serían así las que vio a través de los ventanales del palacio imperial el primer Hombre-Montaña que vino a nuestro país. Pero el progreso, que transformó fulminantemente en los tiempos de Eulame la vida de los hombres, también cambió con no menos rapidez la mentalidad de las mujeres. Leyeron, salieron a la calle, se interesaron por los asuntos públicos, frecuentaron las universidades. Las que eran pobres quisieron ganar su vida y no deberla a la gratitud amorosa de un hombre, considerando el trabajo como un medio de libertad e independencia. No vieron ya un misterio en los estudios científicos, que habían sido patrimonio hasta entonces de los hombres, y se asociaron lentamente para una acción común todavía no bien determinada. ...
En la línea 547
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al quedar de pie sobre un muslo del Hombre-Montaña, indicó con gestos su deseo de colocarse más en alto para hablarle. El gigante lo tomó entonces con dos dedos de su mano izquierda, lo depositó en la palma abierta de su mano derecha y lo fue subiendo lentamente, hasta muy cerca de su rostro. Esta ascensión desordenó las envolturas del hombre velado, quedando su rostro al descubierto. ...
En la línea 560
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Manteniéndose sobre estos lomos, curvos, resbaladizos y cubiertos de tela en la que hundían sus pies, fueron desenvolviendo dos rollos de cable. Partieron de abajo unos silbidos de aviso, y poco a poco izaron, a fuerza de bíceps, una enorme lona cuadrada, que servia de toldo en el patio del palacio del gobierno cuando se celebraban fiestas oficiales durante el verano. Esta tela, gruesa y pesada como la vela mayor de uno de los antiguos navíos de línea, la subieron lentamente, hasta que sus dos puntas quedaron sobre los hombros del gigante, uniéndolas por detrás con varias espadas que hacían oficio de alfileres. De este modo las ropas del Hombre-Montaña quedaban a cubierto de toda mancha durante la laboriosa operación. Los barberos eran mujeres y pasaban de una docena. El más antiguo de ellos, de pie en uno de los hombros y rodeado de sus camaradas, daba órdenes como un arquitecto que, montado en un andamio, examina y dispone la reparación de una catedral. ...
En la línea 584
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... De vez en cuando estas cavilaciones cesaban, porque Juan sabía arreglarse de modo que su mujer no llegase a cargarse de razón para estar descontenta. Como la herida a que se pone bálsamo fresco, la pena de Jacinta se calmaba. Pero los días y las noches, sin saber cómo, traíanla lentamente otra vez a la misma situación penosa. Y era muy particular; estaba tan tranquila, sin pensar en semejante cosa, y por cualquier incidente, por una palabra sin interés o referencia trivial, le asaltaba la idea como un dardo arrojado de lejos por desconocida mano y que venía a clavársele en el cerebro. Era Jacinta observadora, prudente y sagaz. Los más insignificantes gestos de su esposo, las inflexiones de su voz, todo lo observaba con disimulo, sonriendo cuando más atenta estaba, escondiendo con mil zalamerías su vigilancia, como los naturalistas esconden y disimulan el lente con que examinan el trabajo de las abejas. Sabía hacer preguntas capciosas, verdaderas trampas cubiertas de follaje. ¡Pero bueno era el otro para dejarse coger! ...
En la línea 599
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Una noche fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables. La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos. Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa… Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino… Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita… eso es caca… ¡qué asco!… cosa fea, es para el gato… ». Pero el muchacho no se daba a partido. No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria… «No, no, eso no… quita… caca… ». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno. Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma. Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón… Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad. La madre se alarmaba y… fuera el tercer botón… Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible… El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil… Ni por esas… La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa. Jacinta, al fin, metió la mano en su seno, sacó lo que el muchacho deseaba, y le miró segura de que se desenojaría cuando viera una cosa tan rica y tan bonita… Nada; cogió entonces la cabeza del muchacho, la atrajo a sí, y que quieras que no le metió en la boca… Pero la boca era insensible, y los labios no se movían. Toda la cara parecía de una estatua. El contacto que Jacinta sintió en parte tan delicada de su epidermis, era el roce espeluznante del yeso, roce de superficie áspera y polvorosa. El estremecimiento que aquel contacto le produjo dejola por un rato atónita, después abrió los ojos, y se hizo cargo de que estaban allí sus hermanas; vio los cortinones pintados de la boca del teatro, la apretada concurrencia de los costados del paraíso. Tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba y de los disparates que había soñado, y se echó mano al pecho con un movimiento de pudor y miedo. Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar. Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. ...
En la línea 1991
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Don Pedro Manuel de Jáuregui había servido en el Real Cuerpo de Alabarderos. Después se dedicó a negocios, y era tan honrado, pero tan sosamente honrado, que no dejó al morir más que cinco mil reales. Oriundo de la provincia de León, recibía partidas de huevos y otros artículos de recoba. Todos los paveros leoneses, zamoranos y segovianos depositaban en sus manos el dinero que ganaban, para que lo girase a los pueblos productores del artículo, y de aquí vino el apodo que le dieron en Puerta Cerrada y que heredó doña Lupe. También recibía Jáuregui, por Navidad, remesas de mantecadas de Astorga, y a su casa iban a cobrar y a dejar fondos todos los ordinarios de la maragatería. En política hizo gran papel D. Pedro por ser uno de los corifeos de la Milicia Nacional, y era tan sensato, que la única vez que se sublevó lo hizo al grito mágico de ¡Viva Isabel II! Falleció aquel bendito, y doña Lupe se hubiera muerto también si el dolor matara. Y no se vaya a creer que le faltaron pretendientes a la viudita, pues había, entre otros, un D. Evaristo Feijoo, coronel de ejército, que le rondaba la calle y no la dejaba vivir. Pero la fidelidad a la memoria de su feo y honrado Jáuregui se sobreponía en doña Lupe a todos los intereses de la tierra. Después vino la crianza y cuidado de su sobrinito, que le dieron esa distracción tan saludable para las desazones del alma. Torquemada y los negocios ayudáronla también a entretener su existencia y a conllevar su dolor… Pasó tiempo, ganó dinero, y lentamente vino la situación en que la he descrito. Frisaba ya doña Lupe en los cincuenta años, mas estaba tan bien conservada, que no parecía tener más de cuarenta. Había sido en su mocedad frescachona de cuerpo y enjuta de rostro, y tenía cierto parecido remoto con Juan Pablo. Sus ojos pardos conservaban la viveza de la juventud; pero tenía cierta adustez jurídica en la cara, acentuada de líneas y seca de color. Sobre el labio superior, fino y violado cual los bordes de una reciente herida, le corría un bozo tenue, muy tenue, como el de los chicos precoces, vello finísimo que no la afeaba ciertamente; por el contrario, era quizás la única pincelada feliz de aquel rostro semejante a las pinturas de la Edad Media, y hacía la gracia el tal bozo de ir a terminarse sobre el pico derecho de la boca con una verruguita muy mona, de la cual salían dos o tres pelos bermejos que a la luz brillaban retorcidos como hilillos de cobre. El busto era hermoso, aunque, como se verá más adelante, había en él algo y aun algos de falseamiento de la verdad. ...
En la línea 2382
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Desde el corredor alto se veía parte del Campo de Guardias, el Depósito de aguas del Lozoya, el cementerio de San Martín y el caserío de Cuatro Caminos, y detrás de esto los tonos severos del paisaje de la Moncloa y el admirable horizonte que parece el mar, líneas ligeramente onduladas, en cuya aparente inquietud parece balancearse, como la vela de un barco, la torre de Aravaca o de Húmera. Al ponerse el sol, aquel magnífico cielo de Occidente se encendía en espléndidas llamas, y después de puesto, apagábase con gracia infinita, fundiéndose en las palideces del ópalo. Las recortadas nubes oscuras hacían figuras extrañas, acomodándose al pensamiento o a la melancolía de los que las miraban, y cuando en las calles y en las casas era ya de noche, permanecía en aquella parte del cielo la claridad blanda, cola del día fugitivo, la cual lentamente también se iba. ...
En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...
En la línea 958
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El ermitaño observó y escuchó un instante, sin cambiar de postura y sin respirar apenas. Por fin bajó lentamente el brazo y se alejó diciendo: ...
En la línea 1020
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A su debido tiempo salió Hugo con su víctima en dirección a un pueblo vecino, y los dos fueron lentamente de calle en calle, uno de ellos esperando un momento seguro de conseguir su malhadado propósito, y el otro esperando con no menos ansia la coyuntura de escapar, y de librarse para siempre de su infame cautiverio. ...
En la línea 1156
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Una hermosa dama, fastuosamente vestida, seguía a Hugo, y detrás de ella llegaban varios criados de librea. La dama se acercó lentamente, con la cabeza baja y los ojos fijos en el suelo. Su semblante revelaba una inefable tristeza. Miles Hendon se precipitó hacia adelante, exclamando: ¡Oh, Edith mía, alma mía!… ...
En la línea 2048
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Me miró con una enigmática y socarrona sonrisa y lentamente me dijo: ...
En la línea 569
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Subió a la ventana y saltó en medio de una espesa cortina de trepadoras que lo ocultaron por completo. Unos sesenta soldados avanzaban lentamente hacia la casa, con los fusiles preparados para hacer fuego. Sandokán, que seguía emboscado como un tigre, el sable en la mano derecha y el kriss en la izquierda, no respiraba ni se movía. El único movimiento que hacía era levantar la cabeza para mirar hacia la ventana donde estaba Mariana. ...
En la línea 627
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Subió a la ventana y saltó en medio de una espesa cortina de trepadoras que lo ocultaron por completo. Unos sesenta soldados avanzaban lentamente hacia la casa, con los fusiles preparados para hacer fuego. Sandokán, que seguía emboscado como un tigre, el sable en la mano derecha y el kriss en la izquierda, no respiraba ni se movía. El único movimiento que hacía era levantar la cabeza para mirar hacia la ventana donde estaba Mariana. ...
En la línea 664
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Toman dos bambúes partidos por mitad; en la superficie convexa de uno de ellos se hace un corte, y luego con el otro bambú se frota la parte interior, primero lentamente y después con mayor rapidez. El polvillo que se desprende se inflama y cae sobre un poco de yesca de fibras que se tiene preparada. La operación es fácil y rápida. ...
En la línea 733
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Había tal amenaza en la voz de Sandokán, que el malayo enmudeció y se volvió lentamente a proa, murmurando: ...
En la línea 1619
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero la tumba iba tomando forma lentamente. Sobresaltados, huían los peces de aquí y de allá. Se oía resonar el hierro del pico sobre el suelo calcáreo y de vez en cuando sobre algún sílex perdido en el fondo de las aguas. El agujero se iba alargando y ensanchando y pronto se convirtió en una fosa suficientemente profunda para albergar el cuerpo. ...
En la línea 1921
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Llamé a Conseil a mi lado y ambos nos pusimos a observar, mientras el Nautilus se deslizaba lentamente a ras de las rocas de la costa oriental, a una profundidad media de ocho a nueve metros. Crecían allí esponjas de todas las formas: pediculadas, foliáceas, globulares y digitadas. Esas formas justificaban con bastante exactitud esos nombres de canastillas, cálices, ruecas, asta de ciervo, pata de león, cola de pavo real, guante de Neptuno, que les han atribuido los pescadores, más poéticos que los sabios. De su tejido fibroso, impregnado de una sustancia gelatinosa semifluida, manaban incesantemente chorritos de agua que, tras haber llevado la vida a cada célula, eran expulsados por un movimiento contráctd. Esa sustancia desaparece tras la muerte del pólipo, y se pudre liberando amoníaco. Entonces no quedan más que las fibras córneas o gelatinosas con un tinte rojizo de que se compone la esponja doméstica, empleada para usos diversos según su grado de elasticidad, permeabilidad o resistencia a la maceración. ...
En la línea 2282
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Estas y otras muchas ideas me asaltaron a la vez. En la extraña situación en que me hallaba, el campo de conjeturas era infinito. Sentía yo un malestar insoportable. La espera me parecía eterna. Las horas pasaban demasiado lentamente para mi impaciencia. ...
En la línea 2726
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al día siguiente, 19 de marzo, a las cinco de la mañana, me aposté de nuevo en el salón. La corredera eléctrica me indicó que la velocidad del Nautilus había sido reducida. Subía a la superficie, pero con prudencia, vaciando lentamente sus depósitos. ...
En la línea 1122
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El primer triunfo de Biddy en su nuevo cargo fue el resolver una dificultad que a mí me había vencido por completo, a pesar de los esfuerzos que hice por evitarlo. Era lo siguiente: 59 Repetidas veces, mi hermana trazó en la pizarra una letra que parecía una «T» muy curiosa, y luego, con la mayor vehemencia, nos llamaba la atención como si, al dibujar aquella letra, deseara una cosa determinada. En vano traté de adivinar qué podría significar aquella letra, y mencioné los nombres de cuantas cosas empezaban por «T». Por fin imaginé que ello podía significar algo semejante a un martillo. Por consiguiente, pronuncié la palabra al oído de mi hermana, y ella empezó a golpear la mesa, como para expresar su asentimiento. En vista de eso, le presenté todos nuestros martillos, uno tras otro, pero sin éxito. Luego pensé en una muleta, puesto que su forma tenía cierta semejanza, y pedí prestada una en el pueblo para mostrársela a mi hermana, lleno de confianza. Pero al verla movió la cabeza negativamente y con tal energía que llegamos a temer, dado su precario estado, que llegase a dislocarse el cuello. En cuanto mi hermana advirtió que Biddy la comprendía rápidamente, apareció otra vez aquel signo en la pizarra. Biddy miró muy pensativa, oyó mis explicaciones, miró a mi hermana y luego a Joe, quien siempre era representado en la pizarra por la inicial de su nombre, y corrió a la fragua seguida por Joe y por mí. - ¡Naturalmente! - exclamó Biddy, triunfante -. ¿No lo han comprendido ustedes? ¡Es é1! Orlick, sin duda alguna. Mi hermana había perdido su nombre y sólo podía representarlo por medio del martillo. Le explicamos nuestro deseo de que fuese a la cocina, y él, lentamente, dejó a un lado el martillo, se secó la frente con la manga, se la secó luego con el delantal y echó a andar encorvado y con las rodillas algo dobladas, cosa que le caracterizaba sobremanera. ...
En la línea 1325
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Todo el día había brillado el sol sobre el tejado de mi sotabanco, y por eso estaba caluroso. Cuando abrí la ventana y me quedé mirando al exterior vi a Joe mientras, lentamente, salía a la oscuridad desde la puerta que había en la planta baja y daba algunas vueltas al aire libre; luego vi pasar a Biddy para entregarle la pipa y encendérsela. Él no solía fumar tan tarde, y esto me indicó que, por una u otra razón, necesitaba algún consuelo. ...
En la línea 1497
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mike miró a mi tutor como si por la contemplación de su rostro pudiese averiguar lo que había de contestar, y lentamente replicó: ...
En la línea 1533
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entramos por un portillo en aquel asilo y fuimos a parar por un pasillo a un espacio cuadrado y muy triste que me pareció un cementerio. Observé que allí había los más tristes árboles, los gorriones más melancólicos, los más lúgubres gatos y las más afligidas casas (en número de media docena, más o menos) que jamás había visto en la vida. Me pareció que las series de ventanas de las habitaciones en que estaban divididas las casas se hallaban en todos los estados posibles de decadencia de persianas y cortinas, de inservibles macetas, de vidrios rotos, de marchitez llena de polvo y de miserables recursos para tapar sus agujeros. En cada una de las habitaciones desalquiladas, que eran bastantes, se veían letreros que decían: «Por alquilar», y eso me daba casi la impresión de que allí ya no iban más que desgraciados y que la venganza del alma de Barnard se había aplacado lentamente con el suicidio gradual de los actuales huéspedes y su inhumación laica bajo la arena. Unos sucios velos de hollín y de humo adornaban aquella abandonada creación de Barnard, y habían esparcido abundante ceniza sobre su cabeza, que sufría castigo y humillación como si no fuese más que un depósito de polvo. Eso por lo que respecta a mi sentido de la vista, en tanto que la podredumbre húmeda y seca y cuanta se produce en los desvanes y en los sótanos abandonados-podredumbre de ratas y ratones, de chinches y de cuadras, que, por lo demás, estaban muy cerca -, todo eso molestaba grandemente mi olfato y parecía recomendarme con acento quejumbroso: «Pruebe la mixtura de Barnard.» ...
En la línea 419
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Mañana? ‑dijo Lisbeth lentamente y con aire pensativo, como si no se atreviera a comprometerse. ...
En la línea 495
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En el momento de cometer el crimen, el culpable estaba afectado de una pérdida de voluntad y raciocinio, a los que sustituía una especie de inconsciencia infantil, verdaderamente monstruosa, precisamente en el momento en que la prudencia y la cordura le eran más necesarias. Atribuía este eclipse del juicio y esta pérdida de la voluntad a una enfermedad que se desarrollaba lentamente, alcanzaba su máxima intensidad poco antes de la perpetración del crimen, se mantenía en un estado estacionario durante su ejecución y hasta algún tiempo después (el plazo dependía del individuo), y terminaba al fin, como terminan todas las enfermedades. ...
En la línea 523
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Luego miró en todas direcciones y comprobó que el hacha estaba en su sitio. Seguidamente se preguntó: «¿No estaré demasiado pálido… , demasiado trastornado? ¡Es tan desconfiada esa vieja! Tal vez me convendría esperar hasta tranquilizarme un poco.» Pero los latidos de su corazón, lejos de normalizarse, eran cada vez más violentos… Ya no pudo contenerse: tendió lentamente la mano hacia el cordón de la campanilla y tiró. Un momento después insistió con violencia. ...
En la línea 1581
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Desde luego, esto es una solución ‑se decía, mientras avanzaba lentamente por la calzada que bordeaba el canal‑. Sí, terminaré porque quiero terminar… Pero ¿es esto, realmente, una solución… ? El espacio justo para poner los pies… ¡Vaya un final! Además, ¿se puede decir que esto sea un verdadero final… ? ¿Debo contarlo todo o no… ? ¡Demonio, qué rendido estoy! ¡Si pudiese sentarme o echarme aquí mismo… ! Pero ¡qué vergüenza hacer una cosa así! ¡Se le ocurre a uno cada estupidez… !» ...
En la línea 691
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Muchas veces, cuando el señor Magdalena pasaba por una calle, tranquilo, afectuoso, rodeado de las bendiciones de todos, un hombre de alta estatura, vestido con una levita gris oscuro, armado de un grueso bastón y con un sombrero de copa achatada en la cabeza, se volvía bruscamente a mirarlo y lo seguía con la vista hasta que desaparecía; entonces cruzaba los brazos, sacudiendo lentamente la cabeza y levantando los labios hasta la nariz, especie de gesto significativo que podía traducirse por: '¿Pero quién es ese hombre? Estoy seguro de haberlo visto en alguna parte. Lo que es a mí no me engaña'. ...
En la línea 736
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Mientras tanto el carro se iba hundiendo lentamente. Fauchelevent gritaba y aullaba: ...
En la línea 745
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... De pronto se estremeció la enorme masa, el carro se levantaba lentamente, las ruedas salían casi del carril. Se oyó una voz ahogada que exclamaba: ...
En la línea 1097
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Así pasó un cuarto de hora. Por fin inclinó la cabeza, suspiró con angustia, y volvió atrás. Caminó lentamente, como bajo un gran peso, como si alguien lo hubiera cogido en su fuga y lo trajera de vuelta. ...
En la línea 162
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero aguantó hasta llegar al campamento, donde el conductor le hizo un lugar junto al fuego. Por la mañana lo encontró demasiado débil para viajar. A la hora del enganche intentó llegar como fuese hasta el conductor. Con un esfuerzo convulsivo se puso de pie, vaciló y cayó. Entonces empezó a arrastrarse lentamente hasta el lugar donde estaban enganchando a los perros. Adelantaba las patas delanteras y arrastraba el resto del cuerpo, y volvía a hacerlo para ganar cada vez un breve trecho. Las fuerzas lo abandonaron, y la última vez que sus compañeros lo vieron yacía jadeando sobre la nieve, mirándolos con anhelo. Pero lo oyeron aullar de forma lastimera hasta que se perdieron de vista detrás de una hilera de árboles. ...
En la línea 163
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Allí la caravana se detuvo. El mestizo escocés volvió lentamente sobre sus pasos hacia el campamento de donde habían salido. Los hombres deja ron de hablar. Sonó un disparo de revólver. El hombre regresó apresuradamente. Restallaron los látigos, sonaron alegremente las campanillas, los trineos se deslizaron velozmente; pero Buck sabía, y lo sabía cada uno de los perros, lo que había ocurrido detrás de aquella hilera de árboles. ...
En la línea 220
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero los perros no se levantaron. Hacía mucho que habían entrado en una fase en la que sólo lo hacían a fuerza de golpes. El látigo restallaba indiscriminadamente y sin misericordia. John Thornton apretó los labios. El primero en levantarse lentamente fue Sol-leks. Lo siguió Teek. A continuación Joe, con ladridos de dolor. Pike hizo un esfuerzo extremo: dos veces cayó cuando ya estaba medio erguido, y al tercer intento consiguió tenerse en pie. Buck no hizo esfuerzo alguno. Permaneció tranquilamente tendido donde había caído. El látigo se cebó en él una y otra vez, pero él ni gimió ni forcejeó. Varias veces Thornton hizo amago de hablar, pero cambió de idea. Se le humedecieron los ojos y, mientras los latigazos continuaban, él se levantó y se puso a caminar inquieto de un lado a otro. ...
En la línea 283
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Los congregados observaban con curiosidad. El asunto tomaba un aire de misterio. Parecía un conjuro. Cuando Thornton se puso de pie, Buck le cogió la mano enguantada con la boca, se la apretó con los dientes y se la soltó lentamente, como sin ganas. Fue su respuesta, no a las palabras, sino al afecto del amo. Thornton dio unos pasos atrás. ...
En la línea 187
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... «La amnesia, vigorizando el organismo lentamente, suele curarse también lentamente. ...
En la línea 187
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... «La amnesia, vigorizando el organismo lentamente, suele curarse también lentamente. ...
En la línea 236
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... A lo menos ahora moría amándome, dejándome el más santo y perfumado recuerdo, mientras que de la otra suerte la sustituiría lentamente la torva mujer que había hecho mi desgracia, y su perversidad acabaría acaso por empañar la sublime imagen del ángel que embelesaba mis días. ...
En la línea 608
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Levantose Ignacio de un brinco, y, quedándose en pie sobre la parte más elevada del ribazo, dominando el paisaje todo, pronunció lentamente: ...
En la línea 941
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Díselo tú, si quieres -pronunció lentamente Lucía, preñados de lágrimas los ojos-. Yo no he de entrar a despertar a Gonzalvo. Así como así, ya ibas a levantarte para beber las aguas. ...
En la línea 1114
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Descendía rápidamente el sol a su ocaso, caía sobre el jardín la sombra; Sardiola, el lebrel fidelísimo que había dado el ladrido de alarma, no estaba ya allí. Lucía miró en torno suyo con ojos vagos, y llevose las manos a la garganta oprimida. Después convirtió la vista a la fachada, cual si sus macizos muros pudiesen por mágico arte volverse cristal y trasparentar lo que en su interior guardaban. Quedose fascinada, sofocando un grito antes que naciera. La puerta del comedor estaba entornada. Cosa era esta que sucedía muchas tardes, siempre que al ama Engracia se le ocurría tomar el fresco un rato en el umbral charlando con Sardiola; pero en tal instante Lucía sintió que la puerta entreabierta la penetraba de terror glacial y de ardiente júbilo a un tiempo. Su cerebro, vacío de ideas, sólo encerraba un sonsonete monótono y cadencioso, repitiendo como la péndola de un horario: «Vino esta mañana, se va esta noche… » Y al fin la repetición la irritaba de tal manera, que sólo oía la palabra «noche, noche, noche», palabra que parecía vibrar, como esos puntos luminosos que se ven en las tinieblas, durante el insomnio, y que se acercan y se alejan, sin movimiento de traslación, por el mero sacudimiento de sus moléculas. Apretose las sienes como para detener la tenaz péndola, y lentamente, paso a paso, se encaminó al vestíbulo de casa de Artegui. Al poner el pie en el primer peldaño de la escalera, la música zumbadora de la sangre le cantaba en los oídos, como un coro de cien moscardones. Parece que le decía: ...
En la línea 1613
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Así razonaba el inspector de policía, mientras que las horas transcurrían lentamente. No sabía qué hacer. Algunas veces tenía la idea de decírselo todo a mistress Aouida, pero comprendía de qué modo serían acogidas sus palabras por la joven. ¿Qué partido tomar? Estaba tentado de irse, al través de las llanuras, en busca de Fogg. No le parecía imposible volver a dar con él. ¡Las huellas del destacamento estaban impresas todavía en el nevado suelo? Pero luego todo vestigio quedaba borrado bajo una nueva capa de nieve. ...

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Lentamente en la RAE.
Lentamente en Word Reference.
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