La palabra Recordar ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece recordar.
Estadisticas de la palabra recordar
Recordar es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1498 según la RAE.
Recordar tienen una frecuencia media de 62.68 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la recordar en 150 obras del castellano contandose 9528 apariciones en total.
Más información sobre la palabra Recordar en internet
Recordar en la RAE.
Recordar en Word Reference.
Recordar en la wikipedia.
Sinonimos de Recordar.

la Ortografía es divertida

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece recordar
La palabra recordar puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 163
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y subió veloz por la escalerilla, después de recomendar mucho a Pepeta que pasase alguna vez por allí para recordar juntas las cosas de la huerta. ...
En la línea 1294
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mezclaba en la conversación, horriblemente desfigurada, las palabras francesas que aún podía recordar después de tantos años. ...
En la línea 1401
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Parecía una persona el pobre Morrut; Batiste, al recordar su mirada, sentía muchas veces deseos de llorar. ...
En la línea 2047
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Doña Manuela echaba mano a la libreta para recordar los semestres que Pimentó llevaba atrasados. ...
En la línea 50
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Esta aglomeración de botellas era como la historia de los negocios de la casa. Cada frasco guardaba la muestra de un envío; la _referencia_ de un líquido fabricado con arreglo al deseo del consumidor. Para que se repitiera la remesa no tenía el cliente más que recordar la fecha, y el encargado de las _referencias_ buscaba la muestra, elaborando de nuevo el líquido. ...
En la línea 117
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Don Pablo se exaltaba al recordar la hermosura de la fiesta; le brillaban los ojos, humedecidos por la emoción, y aspiraba el aire como si aún percibiera el olor de la cera y del incienso, el perfume de las flores que su jardinero había puesto en el altar. ...
En la línea 138
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Don Pablo se indignaba al recordar la impiedad de la gente rebelde. En esto no transigía. Salvatierra y cuantos fuesen contra la religión le encontrarían enfrente. En su casa, todo menos eso. Aún temblaba de cólera recordando cómo despidió, dos semanas antes, a un tonelero, un mentecato adulterado por la lectura, al que había sorprendido haciendo alarde de incredulidad ante sus compañeros. ...
En la línea 254
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La noble doña Elvira, que hacía gala a cada momento de sus ilustres ascendientes, sentía cierto escozor al recordar esta historia; pero tranquilizábase pronto, pensando que una parte de la gran fortuna la dedicaba a Dios con sus generosidades de devota. ...
En la línea 7197
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Trató inútilmente de recordar o los rasgos o el traje de los asesinos; se había alejado tan rápidamente de ellos que no había tenido tiempo de observar nada. ...
En la línea 8304
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... No puedo recordar si lo era por el hierro o por el veneno; sólo estoy segura de que he soñado que era matado, y, ya lo sabéis, mis sueños no me engañan jamás. ...
En la línea 10284
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Intentaremos recordar: Buckingham, muerto o gravemente he rido; vuestra conversación con el cardenal, oída por los cuatro mos queteros; lord de Winter avisado de vuestra llegada a Portsmouth; D'Artagnan y Athos, a la Bastilla; Aramis, amante de la señora de Che vreuse; Porthos, un fauto; la señora Bonacieux, vuelta a encontrar; enviaros la silla lo antes posible; poner mi lacayo a vuestra disposición; hacer de vos una víctima del cardenal para que la abadesa no sospe che; Armentières, a orillas del Lys. ...
En la línea 10742
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Milady dejó caer su frente en sus dos manos y trató de recordar susideas confundidas por un vértigo mortal. ...
En la línea 942
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El sol me quemaba el rostro, pero yo no hacía caso de ello; hubiera permanecido allí hasta la noche, creo yo, sumido en una de esas ensoñaciones, buenas tan sólo para debilitar el ánimo, lo confieso, y para malgastar muchos minutos que podrían emplearse mejor, si el disparo de la escopeta de un cazador, despertando los ecos de los bosques, de las montañas y de las ruinas, no me hubiese hecho ponerme en pie y recordar que aún me faltaban tres leguas para llegar a la hostería donde me proponía pasar la noche. ...
En la línea 1641
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me chocó, sobre todo, la manera como había dicho la palabra _bueno_; algo parecido había oído yo en otra ocasión, pero no podía recordar cuándo ni dónde. ...
En la línea 2160
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero es imposible viajar por este río sin recordar que por él navegaron romanos, vándalos y árabes, y que ha presenciado sucesos de universal resonancia, cantados en poesías inmortales. ...
En la línea 4575
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Creo recordar todavía una palabra que no se le caía de los labios al gigante; pero su amo no la empleaba jamás. ...
En la línea 126
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las telas están puestas verticalmente, disposición invariable que adopta el género Epeira; están separadas unas de otras por el espacio de unos dos pies, pero unidas todas a ciertas líneas comunes en extremo largas y que se extienden a todas las partes de la comunidad. De esa manera, las telas unidas rodean la copa de algunos matorrales grandes. Azara9 describe una araña que vive en sociedad, observada por él en el Paraguay; Walckenaer piensa que debía ser un Theridion; pero probablemente será una Epeira, perteneciente acaso a la misma especie que la mía. Sin embargo, no puedo recordar haber visto el nido central tan grande como un sombrero, en el que, según Azara, depositan sus huevos en otoño las arañas, en el momento de su muerte. Como todas las arañas que he visto en este sitio tenían el mismo grueso, probablemente debían de tener la misma edad Esta costumbre de vivir en sociedad en un género tan típico como el de las Epeiras, es decir, en insectos tan sanguinarios y solitarios que hasta los dos sexos se atacan a menudo el uno al otro, constituye un hecho singularísimo. ...
En la línea 205
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un hombre que vivía en una de esas «estancias» cuando uno de los ataques, me refirió cómo habían pasado las cosas. Prevenidos con tiempo los habitantes, pudieron meter todo el ganado vacuno y caballar en el corral1 que rodeaba la casa y montar algunos cañoncitos. Los indios (araucanos de Chile meridional), en número de varios centenares, y perfectamente disciplinados, aparecieron bien pronto sobre una colina próxima, divididos en dos columnas; apeáronse de los caballos, se quitaron los mantos de pieles y avanzaron desnudos por completo en son de ataque. La única arma de un indio consiste en un bambú (chuzo) muy largo, adornado con plumas de avestruz y terminado por una punta de lanza muy acerada. Mi acompañante aún parecía sentir profundo terror al recordar aquellos sucesos. Así que llegó cerca de la estancia, el cacique Pincheira intimó a los sitiados a la rendición, amenazándoles, de lo contrario, con la muerte. Como en todas las circunstancias hubiera sido ese el resultado de la entrada de los indios, respondióseles con una descarga de fusilería. Los indios, sin asustarse, se aproximaron a la empalizada del corral; pero, con gran sorpresa suya, advirtieron que las estacas estaban clavadas unas a otras, en vez de estar atadas con tiras de cuero como de costumbre, y en vano intentaron abrir brecha con los cuchillos. ...
En la línea 241
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En la conversación el general Rosas es entusiasta, pero a la vez está lleno de buen sentido y de gravedad, llevada esta última hasta el exceso. Uno de sus bufones (tiene dos junto a su persona, como los señores feudales) me contó con este motivo la anécdota siguiente: «Un día deseaba oír yo cierta pieza de música y fui dos o tres veces en busca del general para pedirle que mandase tocarla. La primera vez me respondió: - Déjame en paz, estoy ocupado. - Fui a buscarle por segunda vez y me dijo: - Como vuelvas de nuevo, hago que te castiguen. -Volví por tercera vez y echóse a reír. Me escapé de su tienda, pero era demasiado tarde; ordenó a dos soldados que me cogiesen y me atasen a cuatro postes. Pedí perdón invocando a todos los santos de la corte celestial, pero no quiso perdonarme; cuando el general se ríe, no perdona a nadie». El pobre diablo aún ponía una cara angustiosa al recordar los postes. En efecto, es un suplicio muy doloroso: clávanse cuatro pilotes en el suelo, de los cuales se suspende horizontalmente al hombre por las muñecas y por los tobillos, y allí se le deja estirarse durante algunas horas. Evidentemente, la idea de este suplicio se ha tomado del método que se emplea para secar las pieles. Mi entrevista con el general terminó sin que se sonriese ni una sola vez; y obtuve de él un pasaporte y un permiso para valerme de los caballos de posta del gobierno, documentos que me dio de la manera más servicial. ...
En la línea 351
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Esta es una lección que conviene recordar, pues en ciertos casos pudiera verse uno muy apurado. ...
En la línea 1002
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Infames! La Regenta sentía rubor y cólera al recordar aquella calumnia. ...
En la línea 1578
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sólo con recordar la dulzura de San Agustín al reconciliarse en su cátedra con un amigo que asistió a oírle, del cual vivía separado, sentía Ana inefable ternura que le hacía amar al universo entero en aquel obispo. ...
En la línea 1765
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Una tarde, tal vez creyendo que dormía la sobrinilla o sin recordar que estaba cerca, en el gabinete contiguo a su alcoba hablaron las dos hermanas de un asunto muy importante. ...
En la línea 2649
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si nunca pudo sacudir de sí la prístina ignorancia, en el andar, y en el vestir y hasta en el saludar, fue consiguiendo paulatinos progresos, y se necesitaba ser un poco antiguo en Vetusta para recordar todo lo agreste que aquel hombre había sido. ...
En la línea 102
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Deseaba pasar con él varios días, viendo al mismo tiempo la famosa Costa Azul, que siempre había contemplado desde el ferrocarril como una visión cinematográfica. Revelaba en su carta un entusiasmo de adolescente al ocuparse de este lugar famoso. Iba a conocerlo al lado de su sobrino, gran mundano que le hacía recordar a los héroes de ciertas novelas leídas en sus tiempos de seminarista. ...
En la línea 125
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al fin conseguía ver de cerca a una de estas señoras de rítmico paso, envueltas en suave perfume, que le hacían recordar a las otras, admiradas antas veces, imaginativamente, mientras estudiaba la vida secreta de altísimos personajes; mujeres extraordinarias que no eran ya más que polvo y huesos rotos dentro de tumbas olvidadas en los penumbrosos rincones de una catedral. ...
En la línea 213
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Y yo no puedo defenderlos desembarazadamente. Soy un sacerdote, y cada vez que tomo la pluma para escribir sobre ellos, dudo, siento miedo, me parece que voy a faltar a los deberes que me impone la disciplina de la Iglesia. Debo justificar la conducta de este Pontífice, relatando los escándalos de otros pontífices de su época. Necesito recordar lo que olvidaron muchos maliciosamente para ir concentrando sobre el Papa español todas las maldades de su tiempo, presentándolo como si fuese un, caso único. ¿Puedo hacer yo esto, un canónigo, con entera tranquilidad de conciencia?… Tú eres otra cosa. Eres un laico, y te es posible decir la verdad sin faltar a ningún misterio sagrado. ...
En la línea 345
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cambia la belleza según los gustos. Rodrigo tenía la hermosura varonil admirada en aquellos tiempos de ferviente culto a todo lo antiguo. Era grande, carnudo, vigoroso, con una majestad natural en el andar y en los ademanes, los ojos negros, de mirar intenso; la tez, morena; la boca, sensual, de labios abultados; la barbilla, algo entrante. En la madurez de su vida se hizo obeso; pero esto pareció aumentar más la prestancia de su persona. Era como un reflejo viviente del símbolo que figuraba en el escudo de su familia. Sus fuerzas y su fogosidad carnal hacían recordar al toro rojo sobre su fondo heráldico de oro. Ocho llamas orlaban dicho escudo, cual si la mencionada bestia no bastase para expresar las pasiones ardorosas de los Borjas. ...
En la línea 115
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todo el lado de la pradera que llegaba a abarcar con su ojo abierto, así como la linde de la masa de matorrales y la tierra que quedaba entre sus troncos, estaban ocupados por una muchedumbre de seres humanos, idénticos en sus formas a los componentes de todas las muchedumbres. Pero lo que el creía matorrales eran árboles iguales a todos los árboles y formando un bosque que se perdía de vista. Lo verdaderamente extraordinario era la falta de proporción, la absurda diferencia entre su propia persona y cuanto le rodeaba. Estos hombres, estos árboles, así como los caballos en que iban montados algunos de aquellos, hacían recordar las personas y los paisajes cuando se examinan con unos gemelos puestos al revés, o sea colocando los ojos en las lentes gruesas, para ver la realidad a través de las lentes pequeñas. ...
En la línea 120
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Abrió Edwin los dos ojos para mirar su brazo, erguido como una torre, fijándose en la muñeca, donde continuaba el agudo anillo de dolor. Vio que de esta muñeca salía un hilo sutil y brillante, que hacía recordar los filamentos al final de los cuales se balancean las arañas. También al extremo de este hilo, que parecía metálico, había una especie de arana enorme y susurrante. Pero no pendía del hilo, sino que, al contrario, flotaba en el espacio tirando de el. ...
En la línea 180
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Uno de ellos pasó muy cerca de sus ojos, y entonces pudo descubrir que era una mujer, aunque más joven y esbelta que la profesora de inglés. Los otros soldados tenían idéntico aspecto y también eran mujeres, lo mismo que los tripulantes de las máquinas voladoras. Sus cabelleras cortas y rizadas, como la de los pajes antiguos, estaban cubiertas con un casquete de metal amarillo semejante al oro. No llevaban, como los aviadores, una larga pluma en su vértice. El adorno de su capacete consistía en dos alas del mismo metal, y hacía recordar el casco mitológico de Mercurio. ...
En la línea 327
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Adivinó el profesor Flimnap este misterio al recordar algunas crónicas remotas sobre la llegada de otros gigantes. Los tales cilindros de papel contenían, sin duda alguna, cierta materia que los colosos llamaban 'tabaco'. En otros tiempos lo guardaban en polvo dentro de cajas de concha; ahora lo comprimían en forma de cabelleras vegetales bajo una envoltura de papel. ...
En la línea 1440
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No me has hablado nunca de eso —declaró severamente Jacinta—. Lo último que me contaste fue… qué sé yo… No me gusta recordar esas cosas. Pero se me vienen al pensamiento sin querer. «No la vi más, no supe más de ella; intenté socorrerla y no la pude encontrar». A ver, ¿fue esto lo que me dijiste? ...
En la línea 1931
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¿Estás seguro de que no es chiquillada? ¡Valiente idea tienes tú del mundo y de las mujeres, inocente!… Yo no puedo consentir que una pindonga de esas te coja y te engañé para timarte tu nombre honrado, como otros timan el reloj. A ti hay que tratarte siempre como a los niños atrasaditos que están a medio desarrollar. Hay que recordar que hace cinco años todavía iba yo por la mañana a abrocharte los calzones, y que tenías miedo de dormir solo en tu cuarto. ...
En la línea 2699
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata estuvo muy desvelada aquella noche. Lloraba a ratos como una Magdalena, y poníase luego a recordar cuanto le dijo el padre Pintado y el remedio de la devoción a la Santísima Virgen. Durmiose al fin rezando, y soñó que la Virgen la casaba, no con Maxi, sino con su verdadero hombre, con el que era suyo a pesar de los pesares. Despertó sobresaltada, diciendo: «Esto no es lo convenido». En el delirio de su febril insomnio, pensó que D. León la había engañado y que la Virgen se pasaba al enemigo, «Pues para esto no se necesitaba tanto Padre Nuestro y tanta Ave María… ». Por la mañana reíase de aquellos disparates, y sus ideas fueron más reposadas. Vio claramente que era locura no seguir el camino por donde la llevaban, que era sin duda el mejor. «¡Hala!, honrada a todo trance. Ya me defenderé de cuantas trampas se me quieran armar». ...
En la línea 2820
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ya de noche pasó Fortunata a su casa. Su marido no había llegado aún. Mientras le esperaba, la pecadora volvió a ver el espectro aquel de su perversidad; pero entonces le vio más claro, y no pudo tan fácilmente hacerle huir de su espíritu. «Me han engañado—pensaba—, me han llevado al casorio, como llevan una res al matadero, y cuando quise recordar, ya estaba degollada… ¿Qué culpa tengo yo?». La casa estaba a oscuras y encendió luz. Al arrojar la cerilla en el suelo, esta cayó encendida, y Fortunata la miró con vivo interés, recordando una de las supersticiones que le habían enseñado en su juventud. «Cuando la cerilla cae prendida—se dijo—y con la llama vuelta para una, buena suerte». ...
En la línea 257
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Todos los presentes habían sido bien advertidos a su tiempo de recordar que el príncipe había perdido temporalmente la razón y de tener cuidado de no mostrar sorpresa ante sus desvaríos. Estos 'desvaríos' pronto se exhibieron ante ellos, pero sólo excitaron su compasión y su pesar, no sus burlas. Era para ellos una gran aflicción ver al amado príncipe en tan lastimoso estado. ...
En la línea 286
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El rey comenzó a mascullar inarticuladamente, meneando de tiempo en tiempo su canosa cabeza débilmente, y tratando de recordar lo que había hecho del sello. Por fin, milord Hertford se aventuró a arrodillarse y a ofrecer información: ...
En la línea 588
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –No, señor. Mi castigo fue señalado para el día de hoy, y por fortuna será levantado, por no ser propio de los días de luto que han caído sobre nosotros. Yo lo se, y por eso me he atrevido a venir para recordar a Vuestra Majestad su graciosa promesa de interceder en mi favor.. ...
En la línea 631
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Púsose como escarlata y afloró a sus labios algo así como una excusa, pero, al observar que su orden no había provocado sorpresa en el conde ni en el paje de confianza, reprimió las palabras que se disponía a pronunciar. El paje, de la manera mas natural, hizo una profunda reverencia y, andando de espaldas, salió de la cámara para dar la orden. Tom experimentó un sobresalto de orgullo, y al recordar su idea de las compensadoras ventajas que tenía el oficio real, se dijo: ...
En la línea 614
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... He de observar al lector que yo mismo me asombro al recordar las mentiras que dije aquel día. ...
En la línea 885
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Sentí el mayor respeto por su valor. Me pareció que no tenía fuerza, pues ni siquiera una vez me pegó con dureza, y él, en cambio, siempre caía derribado al suelo; pero se ponía en pie inmediatamente, limpiándose con la esponja o bebiendo agua de la botella y auxiliándose a sí mismo según las reglas del arte. Y luego venía contra mí con una expresión tal que habría podido hacerme creer que, finalmente, iba a acabar conmigo. Salió del lance bastante acardenalado, pues lamento recordar que cuanto más le pegaba, con más dureza lo hacía; pero se ponía en pie una y otra vez, hasta que por fin dio una mala caída, pues se golpeó contra la parte posterior de la cabeza. Pero, aun después de esta crisis en nuestro asunto, se levantó y confusamente dio algunas vueltas en torno de sí mismo, sin saber dónde estaba yo; finalmente se dirigió de rodillas hacia la esponja, al mismo tiempo que decía, jadeante: ...
En la línea 974
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — La señorita Havisham — contestó Joe mirándome con fijeza y como si hiciese un esfuerzo para recordar—insistió mucho en que presentásemos a ustedes… Oye, Pip: ¿dijo cumplimientos o respetos? ...
En la línea 977
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Dijo también que habría deseado — añadió Joe mirándome de nuevo y en apariencia haciendo esfuerzos por recordar — que si el estado de su salud le hubiese permitido… ¿No es así, Pip? ...
En la línea 462
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al regresar de la plaza se dejó caer en el diván y estuvo inmóvil una hora entera. Entre tanto, la oscuridad había invadido la habitación. No tenía velas. Por otra parte, ni siquiera pensó en encender una luz. Más adelante, nunca pudo recordar si había pensado algo en aquellos momentos. Finalmente, sintió de nuevo escalofríos de fiebre y pensó con satisfacción que podía acostarse en el diván sin tener que quitarse la ropa. Pronto se sumió en un sueño pesado como el plomo. ...
En la línea 962
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, no estuvo por completo inconsciente durante su enfermedad: era el suyo un estado febril en el que cierta lucidez se mezclaba con el delirio. Andando el tiempo, recordó perfectamente los detalles de este período. A veces le parecía ver varias personas reunidas alrededor de él. Se lo querían llevar. Hablaban de él y disputaban acaloradamente. Después se veía solo: inspiraba horror y todo el mundo le había dejado. De vez en cuando, alguien se atrevía a entreabrir la puerta y le miraba y le amenazaba. Estaba rodeado de enemigos que le despreciaban y se mofaban de él. Reconocía a Nastasia y veía a otra persona a la que estaba seguro de conocer, pero que no recordaba quién era, lo que le llenaba de angustia hasta el punto de hacerle llorar. A veces le parecía estar postrado desde hacía un mes; otras, creía que sólo llevaba enfermo un día. Pero el… suceso lo había olvidado completamente. Sin embargo, se decía a cada momento que había olvidado algo muy importante que debería recordar, y se atormentaba haciendo desesperados esfuerzos de memoria. Pasaba de los arrebatos de cólera a los de terror. Se incorporaba en su lecho y trataba de huir, pero siempre había alguien cerca que le sujetaba vigorosamente. Entonces él caía nuevamente en el diván, agotado, inconsciente. Al fin volvió en sí. ...
En la línea 1071
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Le despertó un ruido de pasos, abrió los ojos y vio a Rasumikhine, que acababa de abrir la puerta y se había detenido en el umbral, vacilante. Raskolnikof se levantó inmediatamente y se quedó mirándole con la expresión del que trata de recordar algo. Rasumikhine exclamó: ...
En la línea 1483
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El secretario se quedó mirándole fijamente, sin moverse y sin retirar la cabeza. Más tarde, al recordar este momento, Zamiotof se preguntaba, extrañado, cómo podían haber estado mirándose así, sin decirse nada, durante un minuto. ...
En la línea 1098
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Gané todavía cuatro o cinco veces seguidas. Sólo puedo recordar que amontoné florines por millares. ...
En la línea 1125
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La avenida estaba oscura, tanto que difícilmente habría podido distinguir los dedos de mis manos. Había quinientos metros hasta el hotel. No he tenido nunca miedo, ni aun en mi niñez. En aquella hora tampoco pensaba en ello. No puedo recordar lo que iba pensando por el camino. Mi cabeza estaba vacía. Experimentaba tan sólo una especie de voluptuosidad intensa —embriaguez del éxito, de la victoria, de la potencia—; no sé cómo explicarme. ...
En la línea 1199
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Es posible!… Pues bien, le felicito, Mr. Astley. A propósito, me hace usted recordar algo. ¿No estuvo usted anoche al pie de la ventana de mi cuarto? Miss Paulina insistió, muriéndose de risa, para que yo abriese la ventana y comprobase el hecho. ...
En la línea 1243
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Un cuarto de hora después nos encontrábamos, en efecto, los tres, la señorita Blanche, la señora viuda de Cominges y yo, en un vagón reservado. La señorita Blanche reía a carcajadas al verme, casi atacada de histerismo. La viuda de Cominges le hacía eco. No diré que estuviese yo alegre. Mi vida se partía en dos. Pero desde la víspera, estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Quizás el dinero me producía vértigo. Peut-être je ne demandais pas mieux. Tenía la impresión de que, por corto tiempo —solamente por algún tiempo— cambiaba el rumbo de mi vida. “Pero dentro de un mes estaré de vuelta y entonces… y entonces nos veremos las caras, Mr. Astley.” Sí, por lo que puedo ahora recordar tenía el corazón triste, por más que riese a porfía con aquella loca de Blanche. ...
En la línea 11
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y perdóname, lector benigno, que a tan ilustres personajes haya traído de los cabellos con ocasión de mis insignificantes escritos. Por ventura suele la vista de una charca recordar el Océano; mas la charca, charca se queda. Harto se lo sabe ella, y bien le pesa de su pequeñez; pero no la hizo Dios más grande, por lo cual echará mano de la resignación que a ti te desea, si has de recorrer estas páginas. ...
En la línea 869
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Siempre fue Juanito así, muy farfantoncillo -murmuró la condesa enternecida al recordar a su sobrino, cuando hecho un diablo traviesísimo de diez años, iba a su casa a darle jaqueca pidiendo mil chucherías. ...
En la línea 1059
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ya sabía el pícaro lo que se hacía. Ni padre, ni tía se mostraban muy dispuestos a venir a encargarse de Pilar, y auguraba el contratiempo de tener que quedarse de enfermero… Su mente, fecunda en tretas, le sugirió mil para embelesar a Miranda, en aquella ciudad mágica que ya de suyo emboba a cuantos la pisan. Aprendió el esposo de Lucía los refinamientos de la cocina francesa en los mejores restauradores (ensordezca todo hablista); y con la golosina experta de su edad madura, llegó a tomarse gran interés en que la salsa holandesa fuese mejor aquí que dos puertas más abajo, y en que las setas rellenas se hallasen o no a la época más propia para ser saboreadas. Amén de estos goces culinarios, aficionose a los teatrillos del género chocarrero que tanto abundan en París: divirtiéronle las canciones picarescas, las muecas del payaso, la música retozona y los trajes ligeros y casi paradisíacos de aquellas bienaventuradas ninfas que se disfrazaban de cacerolas, de violines o de muñecos. Hasta se susurra -pero sin que existan datos para establecerlo como rigurosa verdad histórica- que el insigne ex buen mozo quiso recordar sus pasadas glorias, y verter una regaderita de agua sobre sus secos y mustios lauros, y eligió para cómplice a cierta rata de proscenio, nombrada Zulma en la docta academia teatral, si bien está averiguado que en regiones menos olímpicas pudo llamarse Antonia, Dionisia o cosa así. Tenía ésta tal el salero del mundo para cantar el estribillo (refrain) de ciertas tonadas (chansonnettes); y era para descuajarse y deshacerse de risa cuando, la mano en la cintura, la pierna derecha en el aire, guiñados los ojos y entreabierta la boca, despedía una exclamación canallesca, un grito venido en derechura de las pescaderías y mercados a posarse en sus labios de púrpura, para deleite y contentamiento de los espectadores. Ni eran estas las únicas gracias y donaires de la cantora, antes lo mejor de su repertorio, la quintaesencia de sus monerías, guardábala para la dulce intimidad de los felices mortales que a aquella Dánae de bambalinas lograban aproximarse, bien provistos de polvos de oro. ¡Con qué felina zalamería menudeaba los golpecitos en la panza, y llamaba a graves sesentones ratoncillos, perritos suyos, gatitos, bibis, y otros apelativos cariñosos y regalados, que a arrope y miel sabían! Pues ¿qué diré del chiste y garbo incomparable con que oprimía entre sus dientes de perlas, un pitillo ruso, lanzando al aire volutas de humo azul, mientras la contracción de sus labios destacaba la arremangada nariz y los hoyuelos de los arrebolados carrillos? ¿Qué de aquella su maestría en ocupar dos sillas a un tiempo sin que propiamente estuviera sentada en ninguna de ellas, y puesto que reposaba en la primera el espinazo, en la segunda los tacones? ¿Qué de la agilidad y destreza con que se sorbía diez docenas de ostras verdes en diez minutos, y bebíase dos o tres botellas de Rhin, que no parece sino que le untaban el gaznate con aceite y sebo para que fuese escurridizo y suave? ¿Qué de la risueña facundia con que probaba a sus amigos que tal anillo de piedras les venía estrecho al dedo, mientras a ella le caía como un guante? En suma, si la aventura que se murmuró por entonces en los bastidores de un teatrillo, y en la mesa redonda de la Alavesa, parece indigna de la prosopopeya tradicional en la mirandesca estirpe, cuando menos es justo consignar que la heroína era la más divertida, sandunguera y comprometedora zapaquilda de cuantas mayaban desafinada y gatunamente en los escenarios de París. ...
En la línea 1071
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Andaba Lucía, en efecto, harto cavilosa, por una circunstancia que a nadie importaba sino a ella. Duhamel le había notificado que el fin de Pilar era inminente, y Pilar, no sospechándolo en lo más mínimo, no daba indicios de querer disponer su alma para el terrible paso. Hablábanle de Dios, y contestaba, en voz apenas perceptible, modas o viajes; queríanle recordar cosas tristes, y la desventurada, sin soplo vital casi, decía alguna festiva ocurrencia, que tomaba color de cementerio al pasar por sus lívidos labios. ...
Errores Ortográficos típicos con la palabra Recordar
Cómo se escribe recordar o rrecorrdarr?
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