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La palabra labios
Cómo se escribe

la palabra labios

La palabra Labios ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece labios.

Estadisticas de la palabra labios

Labios es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1710 según la RAE.

Labios tienen una frecuencia media de 55.91 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la labios en 150 obras del castellano contandose 8499 apariciones en total.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece labios

La palabra labios puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 755
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Estaban pendientes de los labios del viejo síndico. ...

En la línea 787
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Apartábanse las mujeres, frunciendo los labios, sin dignarse saludarlo, como es costumbre en la huerta. ...

En la línea 980
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ella habló de su miedo, de los sustos que durante el invierno pasaba en el camino; y Tonet, halagado por el servicio que prestaba a la joven, despegó los labios, al fin, para decirle que la acompañaría con frecuencia. ...

En la línea 1117
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Saludó Roseta a dos o tres que eran de su fábrica, y apenas si la contestaron, apretando los labios y con un rentintín de desprecio. ...

En la línea 290
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando el herido abandonó la cama, acompañábale María de la Luz en sus vacilantes paseos por la explanada y los senderos inmediatos. Entre los dos había vuelto a reaparecer esa pudibundez de los amantes campesinos, ese recato tradicional que hace que los novios se adoren sin decírselo, sin declararse su pasión, bastándoles el expresarla mudamente con los ojos. La muchacha, que había vendado su herida, que había visto desnudo su pecho robusto, perforado por aquel rasguño de labios violáceos, no osaba ahora, que le veía de pie, ofrecerle su brazo cuando paseaba vacilante, apoyándose en un bastón. Entre los dos marcábase un ancho espacio, como si sus cuerpos se repeliesen instintivamente; pero los ojos se buscaban, acariciándose con timidez. ...

En la línea 295
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las vulgares coplas, oídas por Rafael tantas veces en sus juergas con las gitanas, parecían nuevas en los labios de María de la Luz. Adquirían un sentimentalismo conmovedor, una unción religiosa en el silencio del campo, como si aquella poesía ingenua y gallarda, cansada de rodar sobre las mesas, manchadas de vino y de sangre, se rejuveneciera al tenderse soñolienta en los surcos de la tierra bajo los pabellones de pámpanos. ...

En la línea 298
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y empujada por las amigas, abría los labios y ladeaba la cabeza con un gesto lacrimoso, igual al de la Dolorosa; y el silencio de la noche, que parecía agrandado por la emoción de una religiosidad lúgubre, rasgábase con el lento y melódico quejido de aquella voz de cristal que lloraba las trágicas escenas de la Pasión. Más de una vez la muchedumbre, olvidando la santidad de la noche, prorrumpía en elogios a la gracia de la chiquilla y en bendiciones a la madre que la había parido, sin respetar el aparato inquisitorial del sagrado Entierro con sus negros encapuchados y sus fúnebres blandones. ...

En la línea 471
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael habló a don Fernando de sus costumbres extraordinarias, que muchas veces había oído relatar al padrino: sus baños de mar en Cádiz en pleno invierno, ante la gente, que temblaba de frío; sus regresos a casa en cuerpo de camisa después de dar la chaqueta a un compañero menesteroso; su régimen alimenticio, que no podía pasar de los treinta céntimos diarios. Salvatierra permanecía impasible, como si hablasen de otro, y únicamente al extrañarse Rafael de su exiguo alimento, abrió los labios para protestar dulcemente. ...

En la línea 397
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Golpeaban el suelo con el pie, se mordían los labios hasta hacerse sangre y apretaban con toda su fuerza la guarnición de su espada. ...

En la línea 757
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Athos vio pasar una segunda sonrisa por los labios de D'Artagnan. ...

En la línea 762
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A la palabra «excusas», una nube pasó por la frente de Athos, una sonrisa altanera se deslizó por los labios de Porthos, y una señal nega tiva fue la respuesta de Aramis. ...

En la línea 1166
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Su reserva, su hurañía y su mutis mo hacían de él casi un viejo; para no ir contra sus costumbres había habituado a Grimaud a obedecerle a un simple gesto o a un simple movimiento de labios. ...

En la línea 2326
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me dispuse a ingerir el chocolate; pero, antes de llevármelo a los labios, la posadera, más furibunda carlista aún que su marido, si cabe, se abalanzó a mí, me arrebató la jícara y, tirándola por el aire, que casi dió con ella en el techo, exclamó: «¡Fuera de aquí, perro _negro_! ¡En mi casa no vuelves a catar cosa ninguna! ¡Colgado como un cerdo te vea yo!» Comprenderá su merced que no puedo estar aquí más tiempo. ...

En la línea 2655
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Nunca los vi comer, pero hacían frecuentes visitas a un rincón fresco y obscuro donde estaba una _bota_, y poniéndosela como a seis pulgadas de sus delgados y negruzcos labios, dejaban que el líquido se les entrase mansamente por el garguero abajo. ...

En la línea 2677
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los nuestros, a pesar de su magnífica estampa, se quedaron atrás muy pronto, y a cada momento teníamos que ponerlos al trote para seguir al singular cuadrúpedo, que muy a menudo engallaba la cabeza, encogía los labios y nos enseñaba sus amarillos dientes, como si se riera de nosotros, y acaso se reía. ...

En la línea 4575
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Creo recordar todavía una palabra que no se le caía de los labios al gigante; pero su amo no la empleaba jamás. ...

En la línea 910
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Fuera de que Cide Mahamate Benengeli fue historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas; y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio; de donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves, que nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente que apenas nos llegan a los labios, dejándose en el tintero, ya por descuido, por malicia o ignorancia, lo más sustancial de la obra. ...

En la línea 1036
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista locura; y, sin parar, prosiguió diciendo: -A este escuadrón frontero forman y hacen gentes de diversas naciones: aquí están los que bebían las dulces aguas del famoso Janto; los montuosos que pisan los masílicos campos; los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia; los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte; los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo; los númidas, dudosos en sus promesas; los persas, arcos y flechas famosos; los partos, los medos, que pelean huyendo; los árabes, de mudables casas; los citas, tan crueles como blancos; los etiopes, de horadados labios, y otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. ...

En la línea 1251
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas, bien puede estar seguro que, de aquí adelante, no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y señor natural. ...

En la línea 1539
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, estando en lo mejor de su plática, paró y enmudecióse; clavó los ojos en el suelo por un buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperando en qué había de parar aquel embelesamiento, con no poca lástima de verlo; porque, por lo que hacía de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos, apretando los labios y enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algún accidente de locura le había sobrevenido. ...

En la línea 2336
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... n saberlo, impulsé a mis acompañantes a violar una de sus leyes; llevaba para mi uso un frasco de aguardiente y tanto les animé a que lo bebiesen, que no pudieron negarse; pero en cuanto hubieron tomado el primer sorbo se pusieron un dedo sobre los labios pronunciando la palabra: «Misioneros» ...

En la línea 2474
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... isieron las esposas de los misioneros convencerlas para que renunciaran al tatuaje; pero un día apareció un famoso operador del sur de la isla y no pudieron resistir la tentación. Es preciso, dijeron, que nos hagamos pintar algunas líneas en los labios, porque si no cuando seamos viejas y se nos arrugue la boca vamos a estar demasiado feas». moda del tatuaje tiende a desaparecer, y tal vez dure más por un signo distintivo entre el amo y el esclavo. raro lo pronto que nos acostumbramos a lo que nos pareció más extraordinario; así sucede que los misioneros mismos encuentran falta de algo importante a una cara cuando no está tatuada y no les parece entonces el rostro de un caballero de Nueva- Zelanda. ...

En la línea 201
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los labios largos y delgados, finos, pálidos, parecían obligados a vivir comprimidos por la barba que tendía a subir, amenazando para la vejez, aún lejana, entablar relaciones con la punta de la nariz claudicante. ...

En la línea 203
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Podía asegurarse que aquellos labios guardaban como un tesoro la mejor palabra, la que jamás se pronuncia. ...

En la línea 287
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Todo esto era triste; pero el Magistral que veía, con amargura en los labios, estos despojos de que le daba elocuente representación el catalejo, podía abrir el pecho al consuelo y a la esperanza contemplando, fuera del barrio noble, al Oeste y al Norte, gráficas señales de la fe rediviva, en los alrededores de Vetusta, donde construía la piedad nuevas moradas para la vida conventual, más lujosas, más elegantes que las antiguas, si no tan sólidas ni tan grandes. ...

En la línea 348
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era el rostro el de un anémico; la expresión amanerada del gesto anunciaba una idea fija petrificada en aquellos labios finos y en aquellos pómulos afilados, como gastados por el roce de besos devotos. ...

En la línea 345
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cambia la belleza según los gustos. Rodrigo tenía la hermosura varonil admirada en aquellos tiempos de ferviente culto a todo lo antiguo. Era grande, carnudo, vigoroso, con una majestad natural en el andar y en los ademanes, los ojos negros, de mirar intenso; la tez, morena; la boca, sensual, de labios abultados; la barbilla, algo entrante. En la madurez de su vida se hizo obeso; pero esto pareció aumentar más la prestancia de su persona. Era como un reflejo viviente del símbolo que figuraba en el escudo de su familia. Sus fuerzas y su fogosidad carnal hacían recordar al toro rojo sobre su fondo heráldico de oro. Ocho llamas orlaban dicho escudo, cual si la mencionada bestia no bastase para expresar las pasiones ardorosas de los Borjas. ...

En la línea 458
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El no dejó que terminase sus quejas. Había cogido sus dos manos amorosamente ; avanzaba la cabeza hacia ella cual si pretendiese besarla; mas la dama, ofendida, rehuyó el encuentro de sus labios. ...

En la línea 1083
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Borja no lo perdió de vista en el curso de la comida. Era el más interesante de los convidados. Admiraba .a sonrisa enigmática de sus labios sutiles, la expresión felinamente acariciadora de sus ojos profundos. ¿Qué estaría pensando su eminencia de toda esta gente que lo rodeaba con devoción, y de la cual sólo Bustamante se atrevía a tratarlo con cierta familiaridad, por su carácter de embajador? ...

En la línea 1395
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El jefe militar de Balmuff era una amazona membruda y de labios bigotudos, desterrada de la capital a causa de sus costumbres demasiado libres. Este guerrero rió al saber que la canalla masculina -que hacía sus delicias en secreto- se armaba con los artefactos inútiles del pasado, y se limitó a ir en su busca con unas cuantas máquinas expeledoras de rayos negros. De este modo no necesitaría que sus amazonas persiguiesen a los insurrectos a flechazos. Ellos mismos iban a matarse, pues los rayos prodigiosos harían estallar entre sus manos las máquinas anticuadas que acababan de adquirir ilegalmente. ...

En la línea 1585
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... ¡Gran Dios!… Miss Margaret Haynes, por otro nombre Popito, tenía las ropas manchadas de sangre. Su rostro estaba empalidecido por una lividez mortal. Sus labios eran ahora azules, y una humildad dolorosa parecía haber agrandado sus ojos. ...

En la línea 452
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo mismo en los mercados que en las tiendas tenía un auxiliar inestimable, un ojeador que tomaba aquellas cosas cual si en ello le fuera la salvación del alma. Este era Plácido Estupiñá. Como vivía en la Cava de San Miguel, desde que se levantaba, a la primera luz del día, echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza. Bajaba cuando todavía estaba la gente tomando la mañana en las tabernas y en los cafés ambulantes, y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones. Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia. Abierta esta, se metían todos dentro con tanta prisa como si fueran a coger puesto en una función de gran lleno, y empezaban las misas. Hasta la tercera o la cuarta no llegaba Barbarita, y en cuanto la veía entrar, Estupiñá se corría despacito hasta ella, deslizándose de banco en banco como una sombra, y se le ponía al lado. La señora rezaba en voz baja moviendo los labios. Plácido tenía que decirle muchas cosas, y entrecortaba su rezo para irlas desembuchando. ...

En la línea 599
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Una noche fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables. La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos. Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa… Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino… Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita… eso es caca… ¡qué asco!… cosa fea, es para el gato… ». Pero el muchacho no se daba a partido. No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria… «No, no, eso no… quita… caca… ». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno. Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma. Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón… Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad. La madre se alarmaba y… fuera el tercer botón… Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible… El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil… Ni por esas… La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa. Jacinta, al fin, metió la mano en su seno, sacó lo que el muchacho deseaba, y le miró segura de que se desenojaría cuando viera una cosa tan rica y tan bonita… Nada; cogió entonces la cabeza del muchacho, la atrajo a sí, y que quieras que no le metió en la boca… Pero la boca era insensible, y los labios no se movían. Toda la cara parecía de una estatua. El contacto que Jacinta sintió en parte tan delicada de su epidermis, era el roce espeluznante del yeso, roce de superficie áspera y polvorosa. El estremecimiento que aquel contacto le produjo dejola por un rato atónita, después abrió los ojos, y se hizo cargo de que estaban allí sus hermanas; vio los cortinones pintados de la boca del teatro, la apretada concurrencia de los costados del paraíso. Tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba y de los disparates que había soñado, y se echó mano al pecho con un movimiento de pudor y miedo. Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar. Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. ...

En la línea 606
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta hizo un mohín gracioso con fruncimiento de cejas y labios, el cual quería decir: «No me quiero meter en discusiones contigo, porque saldría con las manos en la cabeza». Y era verdad, porque el Delfín hacía las prestidigitaciones del razonamiento con muchísima habilidad. ...

En la línea 841
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los dos aludidos, mostrando al sonreír sus dientes blancos como la leche y sus labios más rojos que cerezas entre el negro que los rodeaba, contestaron que sí con sus cabezas de salvaje. Empezaban a sentirse avergonzados y no sabían por dónde tirar. En el mismo instante salió una mujeraza de la puerta más próxima, y agarrando a una de las niñas embadurnadas, le levantó las enaguas y empezó a darle tal solfa en salva la parte, que los castañetazos se oían desde el primer patio. No tardó en aparecer otra madre furiosa, que más que mujer parecía una loba, y la emprendió con otro de los mandingas a bofetada sucia, sin miedo a mancharse ella también. «Canallas, cafres, ¡cómo se han puesto!». Y al punto fueron saliendo más madres irritadas. ¡La que se armó! Pronto se vieron lágrimas resbalando sobre el betún, llanto que al punto se volvía negro. «Te voy a matar, grandísimo pillo, ladrón… ». Estos son los condenados charoles que usa la señá Nicanora. Pero, ¡re—Dios!, señá Nicanora, ¿para qué deja usté que las criaturas… ?». ...

En la línea 432
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Entró un criado con humeante comida, que dejó sobre la mesita de pino, arrimó las sillas y partió, dejando que unos huéspedes tan modestos se sirvieran a sí mismos. Cerróse la puerta, tras él, y el ruido del portazo despertó al niño, que de un salto se sentó en la cama y lanzó una alegre mirada en torno. Luego a su rostro asomó una expresión ofendida y sus labios musitaron con un profundo suspiro: ...

En la línea 615
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al día siguiente llegaron los embajadores extranjeros con sus magníficos séquitos, y Tom los recibió sentado en su trono con debida ceremonia. El esplendor de la escena deleitó su vista y encendió su imaginación, mas como la audiencia fue larga y tediosa, lo mismo que la mayoría de los discursos, lo que empezó como un placer, poco tardó en convertirse en aburrimiento y nostalgia. Tom decía de cuando en cuando las palabras que Hertford ponía en sus labios, y procuraba salir airoso; pero era demasiado novato en tales asuntos y estaba harto desazonado para conseguir algo más que un mediano éxito. Aparentaba un porte bastante regio, pero su mente no alcanzaba a sentirse rey. Y fue grande su alegría cuando la ceremonia terminó. ...

En la línea 631
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Púsose como escarlata y afloró a sus labios algo así como una excusa, pero, al observar que su orden no había provocado sorpresa en el conde ni en el paje de confianza, reprimió las palabras que se disponía a pronunciar. El paje, de la manera mas natural, hizo una profunda reverencia y, andando de espaldas, salió de la cámara para dar la orden. Tom experimentó un sobresalto de orgullo, y al recordar su idea de las compensadoras ventajas que tenía el oficio real, se dijo: ...

En la línea 738
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hizo Tom una buena comida, aunque se daba cuenta de que centenares de ojos seguían cada bocado hasta sus labios y le miraban mientras lo comía, con un interés que no habría sido mas intenso si se hubiera tratado de un mortífero explosivo y hubieran esperado que volara el rey lanzando sus miembros por el recinto. Cuidaba Tom de no apresurarse y también cuidaba de no hacer nada por sí mismo, sino de esperar a que el funcionario competente se arrodillara ante él y lo hiciera. Salió del paso sin un error: ¡impecable y preciado triunfo! ...

En la línea 620
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Este se la llevó a los labios y la cubrió de besos que apenas entibiaron la frialdad blanca. ...

En la línea 1180
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Abalanzóse Augusto a la chica, que se había ya puesto en pie, la cogió, la apretó contra su pecho, juntó sus labios secos a los labios de ella y así, sin besarla, se estuvo un rato apretando boca a boca mientras sacudía su cabeza. Y luego soltándola: ¡anda, vete! ...

En la línea 1180
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Abalanzóse Augusto a la chica, que se había ya puesto en pie, la cogió, la apretó contra su pecho, juntó sus labios secos a los labios de ella y así, sin besarla, se estuvo un rato apretando boca a boca mientras sacudía su cabeza. Y luego soltándola: ¡anda, vete! ...

En la línea 1319
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Púsose el sombrero, tendió su mano a Augusto que, cogiéndosela, se la llevó a los labios y la cubrió de besos, y salió, acompañándola él hasta la puerta. La miró un rato bajar las escaleras garbosa y con pie firme. Desde un descansillo de abajo alzó ella sus ojos y le saludó con la mirada y con la mano. Volvióse Augusto, entró al gabinete, y al ver a Rosario allí de pie, con la cesta de la plancha, le dijo bruscamente: «¿Qué hay?» ...

En la línea 27
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El pirata no habló. Se levantó bruscamente, presa de gran agitación. Su frente se había contraído, de sus ojos salían relámpagos de luz sombría, tenía los labios apretados. Era el jefe de los feroces piratas de Mompracem; era el hombre que hacía diez años ensangrentaba las costas de la Malasia; el hombre que libraba batallas terribles en todas partes; el hombre cuya audacia y valor indómito le valieron el sobrenombre de Tigre de la Malasia. ...

En la línea 48
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán dio un salto hacia adelante con los labios contraídos por el furor y los ojos inflamados, pero todo fue un relámpago. Se sentó ante la mesa, bebió de un sorbo un vaso colmado de licor, y dijo con voz perfectamente tranquila: ...

En la línea 245
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Nadie hablaba de rendición. Todos querían morir, pero allá arriba, en la cubierta del buque enemigo. El cañón que disparaba Sabau había sido desmontado y la mitad de la tripulación yacía tendida por la metralla. La derrota era completa. Sólo quedaban doce hombres que, con los ojos extraviados y los labios espumeantes de rabia, apretaban con manos de tenazas las armas, atrincherados tras los cadáveres de sus compañeros. Sandokán lanzó su nave contra el barco enemigo. Fue un violentísimo encontronazo. Dos arpeos de abordaje se agarraron a las escalillas del crucero. Entonces los trece piratas, sedientos de venganza, aferrados a los postes y a los cables, se descolgaron sobre el puente antes de que los ingleses, asombrados de tanta audacia, pensaran en rechazarlos. ...

En la línea 349
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Así permaneció algunos minutos, con el rostro alterado, la frente perlada por el sudor, hundidas las manos en los espesos cabellos hasta que por fin aquellos labios que no querían abrirse, pronunciaron un nombre: ...

En la línea 448
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Lo que no serviría de nada -replicó Ned Land . ¿No ven ustedes que esta gente tiene un lenguaje para ellos, un lenguaje inventado para desesperar a la buena gente que pide de comer? Abrir la boca, mover la mandíbula, los dientes y los labios ¿no es algo que se comprende en todos los países del mundo? ¿Es que eso no quiere decir tanto en Quebec como en Pomotu, tanto en París como en los antípodas, que tengo hambre, que me den de comer? ...

En la línea 546
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Un esbozo de sonrisa se dibujó en los labios del comandante, quien añadió, en tono más suave: -Señor Aronnax, ¿osaría usted afirmar que su fragata no hubiera perseguido y cañoneado a un barco submarino igual que a un monstruo? ...

En la línea 1591
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Trataba de sorprender el secreto de su vida en las últimas palabras que pudieran dejar escapar sus labios. ...

En la línea 1875
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Un asomo de sonrisa afloró a los labios del capitán. Eso fue todo. ...

En la línea 98
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras la señora Joe estaba sentada y con la cabeza inclinada sobre su costura, yo moví los labios disponiéndome a preguntar a Joe: «¿Qué es un penado?» Joe puso su boca en la forma apropiada para devolver su elaborada respuesta, pero yo no pude comprender de ella más que una sola palabra: «Pip». ...

En la línea 103
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En aquel momento, Joe aumentó en gran manera mi curiosidad, esforzándose en abrir mucho la boca para ponerla en la forma debida a fin de pronunciar una palabra que a mí me pareció que debía ser «malhumor». Por consiguiente, señalé a la señora Joe y dispuse los labios de manera como si quisiera preguntar: «¿Ella?» Pero Joe no quiso oírlo, y de nuevo volvió a abrir mucho la boca para emitir silenciosamente una palabra que, pese a mis esfuerzos, no pude comprender. ...

En la línea 267
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El sargento le dio las gracias y le dijo que prefería las bebidas sin alquitrán y que, por consiguiente, tomaría vino si en ello no había inconveniente. Cuando se lo dieron, bebió a la salud de Su Majestad y en honor de la festividad. Se lo tragó todo de una vez y se limpió los labios. ...

En la línea 308
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El otro, moviendo incesantemente sus secos labios y dirigiendo sus intranquilas miradas de un lado a otro, acabó por fijarlas un momento en su compañero, exclamando: ...

En la línea 112
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Eran cerca de las cinco cuando, de pronto, vi que Sonetchka se levantaba, se ponía un pañuelo en la cabeza, cogía un chal y salía de la habitación. Eran más de las ocho cuando regresó. Entró, se fue derecha a Catalina Ivanovna y, sin desplegar los labios, depositó ante ella, en la mesa, treinta rublos. No pronunció ni una palabra, ¿sabe usted?, no miró a nadie; se limitó a coger nuestro gran chal de paño verde (tenemos un gran chal de paño verde que es propiedad común), a cubrirse con él la cabeza y el rostro y a echarse en la cama, de cara a la pared. Leves estremecimientos recorrían sus frágiles hombros y todo su cuerpo… Y yo seguía acostado, ebrio todavía. De pronto, joven, de pronto vi que Catalina Ivanovna, también en silencio, se acercaba a la cama de Sonetchka. Le besó los pies, los abrazó y así pasó toda la noche, sin querer levantarse. Al fin se durmieron, las dos, las dos se durmieron juntas, enlazadas… Ahí tiene usted… Y yo… yo estaba borracho. ...

En la línea 123
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Marmeladof se detuvo. Intentó sonreír, pero su barbilla empezó a temblar. Sin embargo, logró contenerse. Aquella taberna, aquel rostro de hombre acabado, las cinco noches pasadas en las barcas de heno, aquella botella y, unido a esto, la ternura enfermiza de aquel hombre por su esposa y su familia, tenían perplejo a su interlocutor. Raskolnikof estaba pendiente de sus labios, pero experimentaba una sensación penosa y se arrepentía de haber entrado en aquel lugar. ...

En la línea 145
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof reconoció inmediatamente a Catalina Ivanovna. Era una mujer horriblemente delgada, fina, alta y esbelta, con un cabello castaño, bello todavía. Como había dicho Marmeladof, sus pómulos estaban cubiertos de manchas rojas. Con los labios secos, la respiración rápida e irregular y oprimiéndose el pecho convulsivamente con las manos, se paseaba por la habitación. En sus ojos había un brillo de fiebre y su mirada tenía una dura fijeza. Aquel rostro trastornado de tísica producía una penosa impresión a la luz vacilante y mortecina del cabo de vela casi consumido. ...

En la línea 206
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La carta temblaba en sus manos. No quería abrirla en presencia de la sirvienta; deseaba quedarse solo para leerla. Cuando Nastasia salió, el joven se llevó el sobre a sus labios y lo besó. Después estuvo unos momentos contemplando la dirección y observando la caligrafía, aquella escritura fina y un poco inclinada que tan familiar y querida le era; la letra de su madre, a la que él mismo había enseñado a leer y escribir hacía tiempo. Retrasaba el momento de abrirla: parecía experimentar cierto temor. Al fin rasgó el sobre. La carta era larga. La letra, apretada, ocupaba dos grandes hojas de papel por los dos lados. ...

En la línea 159
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Debe tener unos veinticinco años. Es alta y bien formada, de hombros redondos, busto opulento, tez bronceada, cabellos negros muy abundantes, suficiente para dos peinados. Tiene los ojos negros, la esclerótica amarillenta, la mirada cínica, los dientes muy blancos; los labios siempre pintados. Sus piernas y sus manos son admirables. Su voz tiene un timbre de contralto enronquecida. Se ríe algunas veces a carcajadas, enseñando todos los dientes; pero generalmente su mirada es insistente y silenciosa, al menos en presencia de Paulina y de María Philippovna. ...

En la línea 281
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mis ojos estaban inyectados en sangre. Tenía la boca seca y espuma en los labios. Y en lo que se refiere al Schlangenberg, lo juro, aun ahora, que si ella me hubiese ordenado arrojarme de cabeza, lo habría hecho inmediatamente y aunque lo hubiese dicho únicamente por broma, con desprecio, escupiéndome además, me hubiera lanzado también. ...

En la línea 408
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sentí una especie de deslumbramiento. Mis labios palidecieron y empecé a temblar. El maldito francés afectaba una discreción extrema y apartaba su vista, como para no notar mi turbación. Habría preferido que se hubiera reído de mí. ...

En la línea 413
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cogí mi sombrero; me saludó con una inclinación de cabeza y se fue. Me pareció ver en sus labios una sonrisa burlona. ¿Podía ser de otro modo? ...

En la línea 691
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Muchas veces, cuando el señor Magdalena pasaba por una calle, tranquilo, afectuoso, rodeado de las bendiciones de todos, un hombre de alta estatura, vestido con una levita gris oscuro, armado de un grueso bastón y con un sombrero de copa achatada en la cabeza, se volvía bruscamente a mirarlo y lo seguía con la vista hasta que desaparecía; entonces cruzaba los brazos, sacudiendo lentamente la cabeza y levantando los labios hasta la nariz, especie de gesto significativo que podía traducirse por: '¿Pero quién es ese hombre? Estoy seguro de haberlo visto en alguna parte. Lo que es a mí no me engaña'. ...

En la línea 696
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Tenía la nariz chata con dos profundas ventanas, hacia las cuales se extendían unas enormes patillas. Cuando Javert se reía, lo cual era poco frecuente y muy terrible, sus labios delgados se separaban y dejaban ver no tan sólo los dientes sino también las encías, y alrededor de su nariz se formaba un pliegue abultado y feroz como sobre el hocico de una fiera carnívora. Javert serio era un perro de presa; cuando se reía era un tigre. Por lo demás, tenía poco cráneo, mucha mandíbula; los cabellos le ocultaban la frente y le caían sobre las cejas; tenía entre los ojos un ceño central permanente, la mirada oscura, la boca fruncida y temible, y un gesto feroz de mando. ...

En la línea 877
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... A Fantina se le doblaron las piernas, y cayó de rodillas delante de Magdalena, y antes que él pudiese impedirlo, sintió que le cogía la mano, y posaba en ella los labios. Después se desmayó. ...

En la línea 895
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Las Hermanas la habían recibido y cuidado con repugnancia. Quien haya visto los bajorrelieves de la Catedral de Reims, recordará la mueca despectiva en los labios de las vírgenes prudentes mirando a las necias. ...

En la línea 121
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En vano se esforzaba Buck en clavar los dientes en el pescuezo del gran perro blanco. Siempre que sus colmillos procuraban atacar una zona blanda, se encontraban con los colmillos de Spitz. Chocaban los colmillos, sangraban los cortes en los labios, sin que Buck consiguiera abrir un resquicio en la defensa de su enemigo. Entonces se enardeció y envolvió a Spitz en un torbellino de ataques. Una y otra vez intentó morderle la garganta, en donde la vida burbujea próxima a la superficie, y cada vez Spitz le dio una dentellada y él se apartó. A continuación, Buck optó por amagar un ataque a la garganta y, súbitamente, echar la cabeza hacia atrás efectuando al mismo tiempo un giro lateral, embistiendo con el hombro a modo de ariete el hombro de Spitz, con objeto de derribarlo. Pero en lugar de eso recibió cada vez una dentellada de Spitz en el hombro en el momento en que este último se apartaba dando un ágil brinco. ...

En la línea 205
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A esas alturas, todo rasgo de sociabilidad y delicadeza había desaparecido de Charles, Hal y Mercedes. Despojado de su encanto romántico, el viaje por el Ártico se convirtió para ellos en una realidad demasiado exigente. Mercedes dejó de derramar lágrimas por los perros, demasiado ocupada en llorar por sí misma y en pelearse con su marido y con su hermano. Pelearse era lo único de lo que no se cansaban nunca. La irritabilidad surgía de su amargura por la situación y se hizo progresivamente más intensa. La admirable paciencia de la que se arman durante la marcha los individuos que, aun trabajando duramente y padeciendo enormes dificultades, son capaces de conservar la ecuanimidad y de expresarse sin acritud, no vino en auxilio de aquellas tres personas. Ni siquiera podían imaginársela. Estaban entumecidos y sufrían; les dolían los músculos, les dolían los huesos, les dolía hasta el alma; de ahí que hablaran con aspereza y que lo primero que acudiera a sus labios por la mañana y lo último que acudiera por la noche fueran agravios. ...

En la línea 220
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero los perros no se levantaron. Hacía mucho que habían entrado en una fase en la que sólo lo hacían a fuerza de golpes. El látigo restallaba indiscriminadamente y sin misericordia. John Thornton apretó los labios. El primero en levantarse lentamente fue Sol-leks. Lo siguió Teek. A continuación Joe, con ladridos de dolor. Pike hizo un esfuerzo extremo: dos veces cayó cuando ya estaba medio erguido, y al tercer intento consiguió tenerse en pie. Buck no hizo esfuerzo alguno. Permaneció tranquilamente tendido donde había caído. El látigo se cebó en él una y otra vez, pero él ni gimió ni forcejeó. Varias veces Thornton hizo amago de hablar, pero cambió de idea. Se le humedecieron los ojos y, mientras los latigazos continuaban, él se levantó y se puso a caminar inquieto de un lado a otro. ...

En la línea 344
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Entonces se acercó un lobo viejo, descarnado y cubierto de cicatrices de mil batallas. Buck contrajo los labios anticipando un gruñido, pero se olisquearon el hocico el uno al otro. Después, el lobo viejo se sentó y, mirando a la luna, soltó el prolongado aullido. Los demás se sentaron y aullaron a su vez. Y entonces la llamada le llegó a Buck con acentos inconfundibles. También él se sentó y aulló. Pasado lo cual, abandonó su posición y la manada se aglomeró a su alrededor olisqueando de un modo entre amistoso y salvaje. Los jefes emitieron el ladrido de marcha de la manada y partieron velozmente hacia el bosque. Los demás partieron detrás, ladrando a coro. Y Buck se puso a correr con ellos, al lado del hermano salvaje, ladrando él también. ...

En la línea 356
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Temí sin embargo equivocarme y esperé con infinita angustia que se abriesen aquellos labios descoloridos, que iba ya a sellar la eternidad. ...

En la línea 130
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... ¡Casar a su hija de usted con Miranda! -gritó enarcando las cejas y colérico y descompuesto-. ¡Está usted loco! ¡El mejor ejemplar de raza que de diez años a esta parte encontré! ¡Una niña que tiene glóbulos rojos en la sangre, bastantes para surtir a cuantas muñequillas anémicas se pasean por Madrid! ¡Una estatura! ¡Un equilibrio! ¡Unos diámetros! Y con Miranda, que… (aquí la discreción profesional selló los labios del médico, y reinó silencio en la estancia.) ...

En la línea 167
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Seguía corriendo el tren, y la desposada no lloraba ya. Apenas se advertían en su rostro huellas de llanto, ni sus párpados estaban enrojecidos. Así acontece con las lágrimas que vertemos por las primeras penillas de la vida: llanto sin amargura, rocío leve, que antes refresca que abrasa. Comenzaban a entretenerla las estaciones y la gente que se asomaba curiosa a la portezuela, escudriñando el interior del departamento. Llovía preguntas sobre Miranda, el cual daba pormenores de todo, esmerándose en divertirla, y entreverando con las explicaciones alguna terneza, que la niña escuchaba sin turbarse, pareciéndole naturalísimo que el esposo mostrase afecto a la esposa, sin que el más leve oscilar de su corpiño delatara la dulce confusión que el amor despierta. Hallábase ya en su centro Miranda, habiendo cesado los lloros y reaparecido el buen humor y el temple normal del ánimo. Satisfecho de tal resultado, hasta bendecía interiormente a una de sus causas, una vejezuela que con enorme banasta al brazo se coló en el departamento algunas estaciones antes de Palencia, y cuya grotesca facha ayudó a llamar la sonrisa a los labios de Lucía. ...

En la línea 189
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No era muy genuino, ni muy aromático el del fondín de Venta de Baños; y con todo eso, al introducir en sus labios por vez primera la cucharilla, al sentir el leve amargor y el tibio vaho que la penetraban, experimentó Lucía hondo estremecimiento, algo como una expansión de su ser, cual si a un tiempo se abriesen sus sentidos, semejantes a capullos de arbusto que a la vez florecen todos. La copa de chartreuse, bebida despacio, le dejó en la lengua y en los dientes un aroma penetrante y fortalecedor, una sed grata, ligerísima, que apagaban los sorbos últimos del café, saturados del fino polvillo que en remolinos lentos se depositaba en el fondo de la taza. ...

En la línea 228
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al cual no dejó de parecer extraña y desusada cosa -así que, cesando de contemplar las tinieblas, convirtió la vista al interior del departamento- el que aquella mujer, que tan a su sabor dormía, se hubiese metido allí en vez de irse a un reservado de señoras. Y a esta reflexión siguió una idea, que le hizo fruncir el ceño y contrajo sus labios con una sonrisa desdeñosa. No obstante, la segunda mirada que fijó en Lucía le inspiró distintos y más caritativos pensamientos. La luz del reverbero, cuya cortina azul descorrió para mejor examinar a la durmiente, la hería de lleno; pero según el balanceo del tren, oscilaba, y tan pronto, retirándose, la dejaba en sombra, como la hacía surgir, radiante, de la obscuridad. Naturalmente se concentraba la luz en los puntos más salientes y claros de su rostro y cuerpo. La frente, blanca como un jazmín, los rosados pómulos, la redonda barbilla, los labios entreabiertos que daban paso al hálito suave, dejando ver los nacarinos dientes, brillaban al tocarlos la fuerte y cruda claridad; la cabeza la sostenía con un brazo, al modo de las bacantes antiguas, y su mano resaltaba entre las obscuridades del cabello, mientras la otra pendía, en el abandono del sueño, descalza de guante también, luciendo en el dedo meñique la alianza, y un poco hinchadas las venas, porque la postura agolpaba allí la sangre. Cada vez que el cuerpo de Lucía entraba en la zona luminosa, despedían áureo destello los botones de cincelado metal, encendiéndose sobre el paño marrón del levitín, y se entreveía, a trechos de la revuelta falda, orlada de menudo volante a pliegues, algo del encaje de las enaguas, y el primoroso zapato de bronceada piel, con curvo tacón. Desprendíase de toda la persona de aquella niña dormida aroma inexplicable de pureza y frescura, un tufo de honradez que trascendía a leguas. No era la aventurera audaz, no la mariposuela de vuelo bajo que anda buscando una bujía donde quemarse las alas; y el viajero, diciéndose esto a sí mismo, se asombraba de tan confiado sueño, de aquella criatura que descansaba tranquila, sola, expuesta a un galanteo brutal, a todo género de desagradables lances; y se acordaba de una estampa que había visto en magnífica edición de fábulas ilustradas, y que representaba a la Fortuna despertando al niño imprevisor aletargado al borde del pozo. Ocurriósele de pronto una hipótesis: acaso la viajera fuese una miss inglesa o norteamericana, provista de rodrigón y paje con llevar en el bolsillo un revólver de acero de seis tiros. Pero aunque era Lucía fresca y mujerona como una Niobe, tipo muy común entre las señoritas yankees, mostraba tan patente en ciertos pormenores el origen español, que hubo de decirse a sí mismo el que la consideraba: «no tiene pizca de traza de extranjera.» Mirola aun buen rato, como buscando en su aspecto la solución del enigma; hasta que al fin, encogiéndose levemente de hombros, como el que exclamase: «¿Qué me importa a mí, en resumen?», tomó de su maletín un libro y probó a leer; pero se lo impidió el fulgor vacilante que a cada vaivén del coche jugaba a embrollar los caracteres sobre la blanca página. Se arrimó nuevamente entonces el viajero a los helados cristales, y se quedó así, inmóvil, meditabundo. ...

En la línea 546
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En primera línea avanzaban unos sacerdotes cubiertos de mitras y vestidos con largo y abigarrado traje. Estaban rodeados de hombres, mujeres y niños, que cantaban una especie de salmodia fúnebre, interrumpida a intervalos iguales por golpes de tamtam y de timbales. Detrás de ellos, sobre un carro de ruedas anchas, cuyos radios figuraban con las llantas un ensortijamiento de serpientes, apareció una estatua horrorosa, tirada por dos pares de zebús ricamente enjaezados. Esta estatua tenía cuatro brazos, el cuerpo teñido de rojo sombrío, los ojos extraviados, el pelo enredado, la lengua colgante y los labios teñidos. En su cuello se arrollaba un collar de cabezas de muerto, y sobre su cadera, había una cintura de manos cortadas. Estaba de pie sobre un gigante derribado que carecía de cabeza. ...

En la línea 559
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El parsi hizo una seña afirmativa y puso un dedo en sus labios. La larga procesión se desplegó lentamente bajo los árboles, y bien pronto desaparecieron en la profundidad de la selva. ...

En la línea 669
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... 'Su brillante cabellera, regularmente dividida en dos partes, sirve de cerco a los contornos armoniosos de sus mejillas delicadas y blancas, brillantes de lustre y de frescura. Sus cejas de ébano tienen la forma y la fuerza del arco de Kama, dios del amor, y bajo sus pestañas sedosas, en la pupila negra de sus grandes ojos límpidos, nadan como en los lagos sagrados del Himalaya los más puros reflejos de la celeste luz. Finos, iguales y blancos, sus dientes resplandecen entre la sonrisa de sus labios, como gota de rocío en el seno medio cerrado de una flor de granado. Sus lindas orejas de curvas simétricas, sus manos sonrosadas, sus piececitos arqueados y tiernos como las yemas del lotus, brillan con el resplandor de las más bellas perlas de Ceylán, de los más bellos diamantes de Golconda. Su delgada y flexible cintura que puede abarcarse con una sola mano, realza la elegante configuración de sus redondeadas caderas y la riqueza de su busto, en que la juventud en flor ostenta sus más perfectos tesoros; y bajo los pliegues sedosos de su túnica, parece haber sido modelada en plata por la mano divina de Vicvacarma, el escultor eterno.' ...

En la línea 688
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aouida dio gracias a sus libertadores con una efusión expresada con las lágrimas más que por sus palabras. Sus hermosos ojos, mejor que sus labios, fueron los intérpretes de su reconocimiento. Y después, llevándola su pensamiento a las escenas del 'sutty', y viendo sus miradas esa tierra indígena donde tantos peligros la amenazaban, fue acometida de un estremecimiento de terror. ...


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Labios en la RAE.
Labios en Word Reference.
Labios en la wikipedia.
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