La palabra Interesaba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece interesaba.
Estadisticas de la palabra interesaba
Interesaba es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 8876 según la RAE.
Interesaba aparece de media 0.9 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la interesaba en las obras de referencia de la RAE contandose 137 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Interesaba
Cómo se escribe interesaba o hinteresaba?
Cómo se escribe interesaba o interresaba?
Cómo se escribe interesaba o interezaba?
Cómo se escribe interesaba o interesava?
Más información sobre la palabra Interesaba en internet
Interesaba en la RAE.
Interesaba en Word Reference.
Interesaba en la wikipedia.
Sinonimos de Interesaba.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece interesaba
La palabra interesaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 253
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pimentó, que en su calidad de valentón se interesaba por las desdichas de sus convecinos y era el caballero andante de la huerta, prometía entre dientes algo así como pegarle una paliza y refrescarlo después en una acequia; pero las mismas víctimas del avaro lo disuadían, hablando de la importancia de don Salvador, hombre que se pasaba las mañanas en los juzgados y tenía amigos de muchas campanillas. ...
En la línea 549
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Además, tal vez le interesaba ver cómo ardía la miseria que diez años de abandono habían amontonado sobre los campos de Barret. ...
En la línea 920
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Mientras las bandas de muchachas despeinadas salían de la fábrica a la hora de comer para engullirse el contenido de sus cazuelas en los portales inmediatos, hostilizando a los hombres con miradas insolentes para que les dijesen algo y chillar después falsamente escandalizadas, emprendiendo con ellos un tiroteo de desvergüenzas, Roseta quedábase en un rincón del taller sentada en el suelo, con dos o tres jóvenes que eran de la otra huerta, de la orilla derecha del río, y maldito si les interesaba la historia del tío Barret y los odios de sus compañeras. ...
En la línea 1869
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El trigo, los sacos repletos que Batiste y su hijo subían al granero y al caer de sus espaldas hacían temblar el piso, conmoviendo toda la barraca, era lo que interesaba a la familia. ...
En la línea 929
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra escuchaba a su discípulo con gesto irónico. Le interesaba Luis Dupont. Era un buen ejemplar de aquella juventud ociosa, dueña de todo el país. ...
En la línea 1093
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael escuchábale impasible, con el gesto respetuoso de un buen servidor. Lo único que le interesaba de todo aquello, era la seguridad de continuar en Matanzuela. ...
En la línea 1290
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Realmente se interesaba por el curso de la recolección. La acometividad que sentía contra los trabajadores, su deseo de vencer a los de la huelga, le hacían ser laborioso y tenaz. Acabó por establecerse definitivamente en la torre de Marchamalo, jurando que no se movería de allí hasta que terminase la vendimia. ...
En la línea 6590
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... De pie en la proa del barco, llevaba los ojos clavados en la montaña-fortaleza; no obstante haberla ya visto viadas veces, me interesaba mucho, llenándome de admiración. ...
En la línea 716
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Nuestros bailes y cantos les divertían mucho, pero lo que más les interesaba era ver cómo nos lavábamos en un arroyo cercano. Lo demás les admiraba poco, incluso ción de los infusorios, puesto que todas las especies que componen esta sustancia recogida en la punta más meridional de la Tierra del Fuego, pertenecen a formas antiguas y conocidas. ...
En la línea 5146
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero doña Paula tenía superior instinto; veía más que nadie en lo que interesaba al poderío de su hijo. ...
En la línea 6482
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Quería decirse que aquella mujer le interesaba más de veras de lo que él creyera; y había obstáculos, y ¡de qué género! ¡Un cura! Un cura guapo, había que confesarlo. ...
En la línea 6489
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y sobre todo, aquellos dos hombres mirándose así por ella, reclamando cada cual con distinto fin la victoria, la conquista de su voluntad, eran algo que rompía la monotonía de la vida vetustense, algo que interesaba, que podía ser dramático, que ya empezaba a serlo. ...
En la línea 8199
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era muy guapa, y con el hábito blanco de novicia, la cabeza prisionera de la rígida toca, muy coloradas las mejillas, lucientes los ojos, los labios hechos fuego, las manos en postura hierática y la modestia y castidad más límpida en toda la figura, interesaba profundamente. ...
En la línea 82
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Inútilmente protestaba Rosaura… El incrédulo Borja seguía preguntando… ¿Cómo una mujer hermosa que tanto interesaba a los hombres podía haber llegado hasta él sin historias amorosas?… ...
En la línea 220
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ya había visto bastante. De Niza sólo le interesaba la ciudad vieja y su mercado de legumbres y flores, semejante al antiguo de Valencia. En el principado monegasco prefería la ciudad de Mónaco, con sus callejuelas tranquilas, donde encontraba frailes y monjas, y la gran plaza, frente al palacio de los Príncipes, adornada con cañones del tiempo de Luis XIV y pirámides de proyectiles esféricos. Esta artillería, teatral e inútil, imponía respeto al canónigo, predispuesto a la admiración de todo lo viejo, haciéndole aceptar dicha planicie como una verdadera plaza tuerte. ...
En la línea 227
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Nada le interesaba en este mundo de la Costa Azul. Tenía otras cosas que hacer. Y anunció a su sobrino y a la distinguida viuda, admirada por él como una gran señora de los mejores tiempos de la Historia, su propósito de continuar el viaje. ...
En la línea 489
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creyendo conocerlo en su justo valor, dejaba sin eco las burlas de muchos que acudían a sus fiestas y tomaban asiento a su mesa, para ridiculizar luego su fervorosa actividad literaria. Guardaba, con las páginas sin cortar, todos los libros impresos en grueso papel que le había regalado Enciso, con pomposas dedicatorias, llamándole eminentísimo poeta. No le interesaba conocer por segunda vez particularidades del Renacimiento italiano leídas en su adolescencia; pero declaraba sinceramente a este diplomático gratuito, ansioso de honores, una excelente persona, amable, tolerante, con afición al estudio y gran respeto a la inteligencia ajena, condiciones que lo colocaban por encima de la mayor parte de sus amigos y parásitos, vulgares de gustos, cobardes ante la novedad, con un pensamiento rutinario. ...
En la línea 1160
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «El carbonero, ¿a ver el carbonero?» dijo Barbarita que se interesaba por los jugadores de la última escala lotérica. ...
En la línea 1457
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Todo lo que sigue es muy soso. Desde que se dio tierra al pequeñuelo, yo no tenía otro deseo que ver a la madre tomando el portante. Puedes creérmelo: no me interesaba nada. Lo único que sentía era compasión por sus desgracias, y no era floja la de vivir con aquel bárbaro, un tiote grosero que la trataba muy mal y no la dejaba ni respirar. ¡Pobre mujer! Yo le dije, mientras él estaba en el cementerio: «¿Cómo es que vives con este animal y le aguantas?». Y respondiome: «No tengo más amparo que esta fiera. No le puedo ver; pero el agradecimiento… ». Es triste cosa vivir de esta manera, aborreciendo y agradeciendo. Ya ves cuánta desgracia, cuánta miseria hay en este mundo, niña mía… Bueno, pues sigo diciéndote que aquella infeliz pareja me dio la gran jaqueca. El tal, que era mercachifle de estos que ponen puestos en las ferias, pretendía una plaza de contador de la depositaría de un pueblo. ¡Valiente animal! Me atosigaba con sus exigencias, y aun con amenazas, y no tardé en comprender que lo que quería era sacarme dinero. La pobre Fortunata no me decía nada. Aquel bestia no le permitía que me viera y hablara sin estar él presente, y ella, delante de él, apenas alzaba del suelo los ojos; tan aterrorizada la tenía. Una noche, según me contó la patrona, la quiso matar el muy bruto. ¿Sabes por qué?, porque me había mirado. Así lo decía él… Me puedes creer, como esta es noche, que Fortunata no me inspiraba sino lástima. Se había desmejorado mucho de físico, y en lo espiritual no había ganado nada. Estaba flaca, sucia, vestía de pingos que olían mal, y la pobreza, la vida de perros y la compañía de aquel salvaje habíanle quitado gran parte de sus atractivos. A los tres días se me hicieron insoportables las exigencias de la fiera, y me avine a todo. No tuve más remedio que decir: «Al enemigo que huye, puente de plata»; y con tal de verles marchar, no me importaba el sablazo que me dieron. Aflojé los cuartos a condición de que se habían de ir inmediatamente. Y aquí paz y después gloria. Y se acabó mi cuento, niña de mi vida, porque no he vuelto a saber una palabra de aquel respetable tronco, lo que me llena de contento. ...
En la línea 1802
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En los comienzos de aquella vida, Maximiliano abandonó mucho sus estudios; pero cuando fue metodizando su amor, la conciencia de la misión moral que se proponía cumplir le estimuló al estudio, para hacerse pronto hombre de carrera. Y era muy particular lo que le ocurría. Se notaba más despierto, más perspicaz para comprender, más curioso de los secretos de la ciencia, y le interesaba ya lo que antes le aburriera. En sus meditaciones, solía decir que le había entrado talento, como si dijese que le había entrado calentura. Indudablemente no era ya el mismo. En media hora se aprendía una lección que antes le llevaba dos horas y al fin no la sabía. Creció su admiración al observarse en clase contestando con relativa facilidad a las preguntas del profesor y al notar que se le ocurrían apreciaciones muy juiciosas; y el profesor y los alumnos se pasmaban de que Rubinius vulgaris se hubiera despabilado como por ensalmo. Al propio tiempo hallaba vivo placer en ciertas lecturas extrañas a la Farmacia, y que antes le cautivaban poco. Algunos de sus compañeros solían llevar al aula, para leer a escondidas, obras literarias de las más famosas. Rubín no fue nunca aficionado a introducir de contrabando en clase, entre las páginas de la Farmacia químico-orgánica, el Werther de Goëthe o los dramas de Shakespeare. Pero después de aquella sacudida que el amor le dio, entrole tal gusto por las grandes creaciones literarias, que se embebecía leyéndolas. Devoró el Fausto y los poemas de Heine, con la particularidad de que la lengua francesa, que antes le estorbaba, se le hizo pronto fácil. En fin, que mi hombre había pasado una gran crisis. El cataclismo amoroso varió su configuración interna. Considerábase como si hubiera estado durmiendo hasta el momento en que su destino le puso delante la mujer aquella y el problema de la redención. ...
En la línea 1827
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Maximiliano no oyó bien por estar su tía de espaldas, y aquello le interesaba tanto que se levantó, puso un codo sobre la cómoda y allí se hizo repetir el concepto para enterarse bien. ...
En la línea 2049
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Al día siguiente fue llevado al Tribunal de Policía, e inmediatamente habría pasado al Tribunal Superior, a no ser por la necesidad de esperar la llegada de un antiguo oficial del barco-prisión, de donde se escapó una vez, a fin de ser identificado. Nadie dudaba de su identidad, pero Compeyson, que le denunció, era entonces, llevado de una parte a otra por las mareas, ya cadáver, y ocurrió que en aquel momento no había ningún oficial de prisiones en Londres que pudiera aportar el testimonio necesario. Fui a visitar al señor Jaggers a su casa particular, la noche siguiente de mi llegada, con objeto de lograr sus servicios, pero éste no quiso hacer nada en beneficio del preso. No podía hacer otra cosa, porque, según me dijo, en cuanto llegase el testigo, el caso quedaría resuelto en cinco minutos y ningún poder en la tierra era capaz de impedir que se pronunciase una sentencia condenatoria. Comuniqué al señor Jaggers mi propósito de dejarle en la ignorancia acerca del paradero de sus riquezas. El señor Jaggers se encolerizó conmigo por haber dejado que se me deslizase entre las manos el dinero de la cartera, y dijo que podríamos hacer algunas gestiones para ver si se lograba recobrar algo. Pero no me ocultó que, aun cuando en algunos casos la Corona no se apoderaba de todo, creía que el que nos interesaba no era uno de ésos. Lo comprendí muy bien. Yo no estaba emparentado con el reo ni relacionado con él por ningún lazo legal; él, por su parte, no había otorgado ningún documento a mi favor antes de su prisión, y el hacerlo ahora sería completamente inútil. Por consiguiente, no podía reclamar nada, y, así, resolví por fin, y en adelante me atuve a esta resolución, que jamás emprendería la incierta tarea de procurar establecer ninguna de esas relaciones legales. Aparentemente, había razón para suponer que el denunciante ahogado esperaba una recompensa por su acto y que había obtenido datos bastante exactos acerca de los negocios y de los asuntos de Magwitch. Cuando se encontró su cadáver, a muchas millas de distancia de la escena de su muerte, estaba tan horriblemente desfigurado que tan sólo se le pudo reconocer por el contenido de sus bolsillos, en los cuales había una cartera y en ella algunos papeles doblados, todavía legibles. En uno de éstos estaba anotado el nombre de una casa de Banca en Nueva Gales del Sur, en donde existía cierta cantidad de dinero y la designación de determinadas tierras de gran valor. Estos dos datos figuraban también en una lista que Magwitch dio al señor Jaggers mientras estaba en la prisión y que indicaba todas las propiedades que, según suponía, heredaría yo. Al desgraciado le fue útil su propia ignorancia, pues jamás tuvo la menor duda de que mi herencia estaba segura con la ayuda del señor Jaggers. Después de tres días, durante los cuales el acusador público esperó la llegada del testigo que conociera al preso en el buque-prisión, se presentó el oficial y completó la fácil evidencia. Por esto se fijó el juicio para la próxima sesión, que tendría lugar al cabo de un mes. En aquella época oscura de mi vida fue cuando una noche llegó Herbert a casa, algo deprimido, y me dijo: - Mi querido Haendel, temo que muy pronto tendré que abandonarte. Como su socio me había ya preparado para eso, me sorprendí mucho menos de lo que él se figuraba. - Perderíamos una magnífica oportunidad si yo aplazase mi viaje a El Cairo, y por eso temo que tendré que ir, Haendel, precisamente cuando más me necesitas. - Herbert, siempre te necesitaré, porque siempre tendré por ti el mismo afecto; pero mi necesidad no es mayor ahora que en otra ocasión cualquiera. -Estarás muy solo. 215 - No tengo tiempo para pensar en eso – repliqué. - Ya sabes que permanezco a su lado el tiempo que me permiten y que, si pudiese, no me movería de allí en todo el día. Cuando me separo de él, mis pensamientos continúan acompañándole. El mal estado de salud en que se hallaba Magwitch era tan evidente para los dos, que ni siquiera nos sentimos con valor para referirnos a ello. - Mi querido amigo - dijo Herbert, - permite que, a causa de nuestra próxima separación, que está ya muy cerca, me decida a molestarte. ¿Has pensado acerca de tu porvenir? - No; porque me asusta pensar en él. - Pero no puedes dejar de hacerlo. Has de pensar en eso, mi querido Haendel. Y me gustaría mucho que ahora discutiéramos los dos este asunto. -Con mucho gusto - contesté. - En esta nueva sucursal nuestra, Haendel, necesitaremos un… Comprendí que su delicadeza quería evitar la palabra apropiada, y por eso terminé la frase diciendo: - Un empleado. - Eso es, un empleado. Y tengo la esperanza de que no es del todo imposible que, a semejanza de otro empleado a quien conoces, pueda llegar a convertirse en socio. Así, Haendel, mi querido amigo, ¿querrás ir allá conmigo? Abandonó luego su acento cordial, me tendió su honrada mano y habló como podría haberlo hecho un muchacho. - Clara y yo hemos hablado mucho acerca de eso - prosiguió Herbert, - y la pobrecilla me ha rogado esta misma tarde, con lágrimas en los ojos, que te diga que, si quieres vivir con nosotros, cuando estemos allá, se esforzará cuanto pueda en hacerte feliz y para convencer al amigo de su marido que también es amigo suyo. ¡Lo pasaríamos tan bien, Haendel! Le di las gracias de todo corazón, pero le dije que aún no estaba seguro de poder aceptar la bondadosa oferta que me hacía. En primer lugar, estaba demasiado preocupado para poder reflexionar claramente acerca del asunto. En segundo lugar… Sí, en segundo lugar había un vago deseo en mis pensamientos, que ya aparecerá hacia el fin de esta narración. - Te agradecería, Herbert - le dije, - que, si te es posible y ello no ha de perjudicar a tus negocios, dejes este asunto pendiente durante algún tiempo. - Durante todo el que quieras - exclamó Herbert. - Tanto importan tres meses como un año. - No tanto - le dije -. Bastarán dos o tres meses. Herbert parecía estar muy contento cuando nos estrechamos la mano después de ponernos de acuerdo de esta manera, y dijo que ya se sentía con bastante ánimo para decirme que tendría que marcharse hacia el fm de la semana. - ¿Y Clara? - le pregunté. - La pobrecilla - contestó Herbert - cumplirá exactamente sus deberes con respecto a su padre mientras viva. Pero creo que no durará mucho. La señora Whimple me ha confiado que, según su opinión, se está muriendo. - Es muy sensible – repliqué, - pero lo mejor que puede hacer. - Temo tener que darte la razón - añadió Herbert. - Y entonces volveré a buscar a mi querida Clara, y ella y yo nos iremos apaciblemente a la iglesia más próxima. Ten en cuenta que mi amada Clara no desciende de ninguna familia importante, querido Haendel, y que nunca ha leído el Libro rojo ni sabe siquiera quién era su abuelo. ¡Qué dicha para el hijo de mi madre! El sábado de aquella misma semana me despedí de Herbert, que estaba animado de brillantes esperanzas, aunque triste y cariacontecido por verse obligado a dejarme, mientras tomaba su asiento en una de las diligencias que habían de conducirle a un puerto marítimo. Fui a un café inmediato para escribir unas líneas a Clara diciéndole que Herbert se había marchado, mandándole una y otra vez la expresión de su amor. Luego me encaminé a mi solitario hogar, si tal nombre merecía, porque ya no era un hogar para mí, sin contar con que no lo tenía en parte alguna. En la escalera encontré a Wemmick que bajaba después de haber llamado con los puños y sin éxito a la puerta de mi casa. A partir del desastroso resultado de la intentada fuga no le había visto aún, y él fue, con carácter particular y privado, a explicarme los motivos de aquel fracaso. - El difunto Compeyson - dijo Wemmick, - poquito a poco pudo enterarse de todos los asuntos y negocios de Magwitch, y por las conversaciones de algunos de sus amigos que estaban en mala situación, pues siempre hay alguno que se halla en este caso, pude oír lo que le comuniqué. Seguí prestando atento oído, y así me enteré de que se había ausentado, por lo cual creí que sería la mejor ocasión para intentar la 216 fuga. Ahora supongo que esto fue un ardid suyo, porque no hay duda de que era listo y de que se propuso engañar a sus propios instrumentos. Espero, señor Pip, que no me guardará usted mala voluntad. Tenga la seguridad de que con todo mi corazón quise servirle. - Estoy tan seguro de esto como usted mismo, Wemmick, y de todo corazón le doy las gracias por su interés y por su amistad. - Gracias, muchas gracias. Ha sido un asunto malo - dijo Wemmick rascándose la cabeza, - y le aseguro que hace mucho tiempo que no había tenido un disgusto como éste. Y lo que más me apura es la pérdida de tanto dinero. ¡Dios mío! - Pues a mí lo que me apura, Wemmick, es el pobre propietario de ese dinero. - Naturalmente - contestó él. - No es de extrañar que esté usted triste por él y, por mi parte, crea que me gastaría con gusto un billete de cinco libras esterlinas para sacarlo de la situación en que se halla. Pero ahora se me ocurre lo siguiente: el difunto Compeyson estaba enterado de su regreso, y como al mismo tiempo había tomado la firme decisión de hacerlo prender, creo que habría sido imposible que se salvara. En cambio, el dinero podía haberse salvado. Ésta es la diferencia entre el dinero y su propietario. ¿No es verdad? Invité a Wemmick a que volviese a subir la escalera con objeto de tomar un vaso de grog antes de irse a Walworth. Aceptó la invitación, y mientras bebía dijo inesperadamente, pues ninguna relación tenía aquello con lo que habíamos hablado, y eso después de mostrar alguna impaciencia: - ¿Qué le parece a usted de mi intención de no trabajar el lunes, señor Pip? - Supongo que no ha tenido usted un día libre durante los doce meses pasados. - Mejor diría usted durante doce años - replicó Wemmick. - Sí, voy a hacer fiesta. Y, más aún, voy a dar un buen paseo. Y, más todavía, voy a rogarle que me acompañe. Estaba a punto de excusarme, porque temía ser un triste compañero en aquellos momentos, pero Wemmick se anticipó, diciendo: - Ya sé cuáles son sus compromisos, y me consta que no está usted de muy buen humor, señor Pip. Pero si pudiera usted hacerme este favor, se lo agradecería mucho. No se trata de un paseo muy largo, pero sí tendrá lugar en las primeras horas del día. Supongamos que le ocupa a usted, incluyendo el tiempo de desayunarse durante el paseo, desde las ocho de la mañana hasta las doce. ¿No podría arreglarlo de modo que me acompañase? Me había hecho tantos favores en diversas ocasiones, que lo que me pedía era lo menos que podía hacer en su obsequio. Le dije que haría lo necesario para estar libre, y al oírlo mostró tanta satisfacción que, a mi vez, me quedé satisfecho. Por indicación especial suya decidimos que yo iría al castillo a las ocho y media de la mañana del lunes, y, después de convenirlo, nos separamos. Acudí puntualmente a la cita, y el lunes por la mañana tiré del cordón de la campana del castillo, siendo recibido por el mismo Wemmick. Éste me pareció más envarado que de costumbre, y también observé que su sombrero estaba más alisado que de ordinario. Dentro de la casa vi preparados dos vasos de ron con leche y dos bizcochos. Sin duda, el anciano debió de haberse levantado al primer canto de la alondra, porque al mirar hacia su habitación observé que la cama estaba vacía. En cuanto nos hubimos reconfortado con el vaso de ron con leche y los bizcochos y salimos para dar el paseo, me sorprendió mucho ver que Wemmick tomaba una caña de pescar y se la ponía al hombro. - Supongo que no vamos a pescar… - exclamé. - No - contestó Wemmick. - Pero me gusta pasear con una caña. Esto me pareció muy extraño. Sin embargo, nada dije y echamos a andar. Nos dirigimos hacia Camberwell Green, y cuando estuvimos por allí cerca, Wemmick exclamó de pronto: - ¡Caramba! Aquí hay una iglesia. En esto no había nada sorprendente; pero otra vez me quedé admirado al observar que él decía, como si lo animase una brillante idea: - ¡Vamos a entrar! En efecto, entramos, y Wemmick dejó su caña de pescar en el soportal. Luego miró alrededor. Hecho esto, buscó en los bolsillos de su chaqueta y sacó un paquetito, diciendo: - ¡Caramba! Aquí tengo un par de guantes. Voy a ponérmelos. Los guantes eran de cabritilla blanca, y el buzón de su boca se abrió por completo, lo cual me inspiró grandes recelos, que se acentuaron hasta convertirse en una certidumbre, al ver que su anciano padre entraba por una puerta lateral escoltando a una dama. - ¡Caramba! - dijo Wemmick -. Aquí tenemos a la señorita Skiffins. ¡Vamos a casarnos! 217 Aquella discreta damisela iba vestida como de costumbre, a excepción de que en aquel momento se ocupaba en quitarse sus guantes verdes para ponerse otros blancos. El anciano estaba igualmente entretenido en preparar un sacrificio similar ante el altar de Himeneo. El anciano caballero, sin embargo, luchaba con tantas dificultades para ponerse los guantes, que Wemmick creyó necesario obligarle a que se apoyara en una columna, y luego, situándose detrás de ésta, tiró de los guantes, en tanto que, por mi parte, sostenía al anciano por la cintura, con objeto de que ofreciese una resistencia igual por todos lados. Gracias a este ingenioso procedimiento le entraron perfectamente los guantes. Aparecieron entonces el pastor y su acólito, y nos situamos ordenadamente ante aquella baranda fatal. Continuando en su fingimiento de que todo se realizaba sin preparativo de ninguna clase, oí que Wemmick se decía a sí mismo, al sacar algo de su bolsillo, antes de que empezase la ceremonia: - ¡Caramba! ¡Aquí tengo una sortija! Actué como testigo del novio, en tanto que un débil ujier, que llevaba un gorro blanco como el de un niño de corta edad, fingía ser el amigo del alma de la señorita Skiffins. La responsabilidad de entregar a la dama correspondió al anciano, aunque, al mismo tiempo y sin la menor intención, logró escandalizar al pastor. Cuando éste preguntó: «¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre?», el anciano caballero, que no sospechaba ni remotamente el punto de la ceremonia a que se había llegado, se quedó mirando afablemente a los Diez Mandamientos. En vista de esto, el clérigo volvió a preguntar: «¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre?» Y como el anciano caballero se hallase aún en un estado de inconsciencia absoluta, el novio le gritó con su voz acostumbrada: -Ahora, padre, ya lo sabes. ¿Quién entrega esta mujer? A lo cual el anciano contestó, con la mayor vehemencia, antes de decir que él la entregaba: - Está bien, John; está bien, hijo mío. En cuanto al clérigo, se puso de un humor tan malo e hizo una pausa tan larga, que, por un momento, llegué a temer que la ceremonia no se terminase aquel día. Sin embargo, por fin se llevó a cabo, y en cuanto salimos de la iglesia, Wemmick destapó la pila bautismal, metió los blancos guantes en ella y la volvió a tapar. La señora Wemmick, más cuidadosa del futuro, se metió los guantes blancos en el bolsillo y volvió a ponerse los verdes. - Ahora, señor Pip - dijo Wemmick, triunfante y volviendo a tomar la caña de pescar, - permítame que le pregunte si alguien podría sospechar que ésta es una comitiva nupcial. Habíase encargado el almuerzo en una pequeña y agradable taberna, situada a una milla de distancia más o menos y en una pendiente que había más allá de la iglesia. En la habitación había un tablero de damas, para el caso de que deseáramos distraer nuestras mentes después de la solemnidad. Era muy agradable observar que la señora Wemmick ya no alejaba de sí el brazo de su marido cuando se adaptaba a su cuerpo, sino que permanecía sentada en un sillón de alto respaldo, situado contra la pared, como un violoncello en su estuche, y se prestaba a ser abrazada del mismo modo como pudiera haber sido hecho con tan melodioso instrumento. Tuvimos un excelente almuerzo, y cuando alguien rechazaba algo de lo que había en la mesa, Wemmick decía: - Está ya contratado, ya lo saben ustedes. No tengan reparo alguno. Bebí en honor de la nueva pareja, en honor del anciano y del castillo; saludé a la novia al marcharme, y me hice lo más agradable que me fue posible. Wemmick me acompañó hasta la puerta, y de nuevo le estreché las manos y le deseé toda suerte de felicidades. - Muchas gracias - dijo frotándose las manos. - No puede usted tener idea de lo bien que sabe cuidar las gallinas. Ya le mandaré algunos huevos para que juzgue por sí mismo. Y ahora tenga en cuenta, señor Pip - añadió en voz baja y después de llamarme cuando ya me alejaba, - tenga en cuenta, se lo ruego, que éste es un llamamiento de Walworth y que nada tiene que ver con la oficina. - Ya lo entiendo – contesté, - y que no hay que mencionarlo en Little Britain. Wemmick afirmó con un movimiento de cabeza. - Después de lo que dio usted a entender el otro día, conviene que el señor Jaggers no se entere de nada. Tal vez se figuraría que se me reblandece el cerebro o algo por el estilo. ...
En la línea 765
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sentía un profundo malestar y temía no poder vencerlo. Trataba de fijar su pensamiento en cuestiones indiferentes, pero no lo conseguía. Sin embargo, el secretario le interesaba vivamente. Se dedicó a estudiar su fisonomía. Era un joven de unos veintidós años, pero su rostro, cetrino y lleno de movilidad, le hacía parecer menos joven. Iba vestido a la última moda. Una raya que era una obra de arte dividía en dos sus cabellos, brillantes de cosmético. Sus dedos, blancos y perfectamente cuidados, estaban cargados de sortijas. En su chaleco pendían varias cadenas de oro. Con gran desenvoltura, cambió unas palabras en francés con un extranjero que se hallaba cerca de él. ...
En la línea 1090
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Te aseguro, mi fraternal amigo, que era esto lo que más me interesaba. Pues es preciso convertirte en lo que se llama un hombre. Empecemos por arriba. ¿Ves esta gorra? ‑preguntó sacando del paquete una bastante bonita, pero ordinaria y que no debía de haberle costado mucho‑. Permíteme que te la pruebe. ...
En la línea 2364
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Puedo escribirle en papel corriente? ‑le interrumpió Raskolnikof, con el propósito de seguir demostrando que sólo le interesaba el aspecto práctico de la cuestión. ...
En la línea 3435
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aquellas doctrinas, aquellas ideas, aquellos sistemas (con los que Andrés Simonovitch le llenaba la cabeza) no le impresionaban demasiado. Sólo deseaba poder seguir el plan que se había trazado, y, en consecuencia, únicamente le interesaba saber cómo se producían los escándalos citados anteriormente y si los hombres que los provocaban eran verdaderamente todopoderosos. En otras palabras, ¿tendría motivos para inquietarse si se le denunciaba cuando emprendiera algún negocio? ¿Por qué actividades se le podía denunciar? ¿Quiénes eran los que atraían la atención de semejantes inspectores? Y, sobre todo, ¿podría llegar a un acuerdo con tales investigadores, comprometiéndolos, al mismo tiempo, en sus asuntos, si eran en verdad tan temibles? ¿Sería prudente intentarlo? ¿No se les podría incluso utilizar para llevar a cabo los propios proyectos? Piotr Petrovitch se habría podido hacer otras muchas preguntas como éstas… ...

la Ortografía es divertida
Busca otras palabras en esta web
Palabras parecidas a interesaba
La palabra mujeres
La palabra muerte
La palabra aproximase
La palabra perros
La palabra tiene
La palabra dejaba
La palabra gestos
Webs Amigas:
VPO en Pamplona . Ciclos Fp de Automoción en Cantabria . Ciclos Fp de informática en Badajoz . - Apartamentos en Costa daurada Medworld Salou Mediterrani