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La palabra perros
Cómo se escribe

la palabra perros

La palabra Perros ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece perros.

Estadisticas de la palabra perros

Perros es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 3128 según la RAE.

Perros tienen una frecuencia media de 30.24 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la perros en 150 obras del castellano contandose 4596 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Perros

Cómo se escribe perros o peros?
Cómo se escribe perros o perrrros?
Cómo se escribe perros o perroz?

Más información sobre la palabra Perros en internet

Perros en la RAE.
Perros en Word Reference.
Perros en la wikipedia.
Sinonimos de Perros.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece perros

La palabra perros puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 252
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los perros ladraban al verle de lejos, como si se aproximase la muerte, los niños le miraban enfurruñados; los hombres se escondían para evitar penosas excusas, y las mujeres salían a la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira a punto para rogar a don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas a sus bufidos y amenazas. ...

En la línea 459
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero el asesino vagó como un loco por la huerta, huyendo de las gentes, tendiéndose detrás de los ribazos, agazapándose bajo los puentecillos, escapando a través de los campos, asustado por el ladrido de los perros, hasta que al día siguiente lo sorprendió la Guardia Civil durmiendo en un pajar. ...

En la línea 812
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La sed de su trigo y el recuerdo de la multa eran dos feroces perros agarrados a su corazón. ...

En la línea 835
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el fondo, sobre las oscuras montañas, coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio; por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas; ladraban los perros tristemente; con el canto monótono de ranas y grillos confundíase el chirrido de carros invisibles alejándose por todos los caminos de la inmensa llanura. ...

En la línea 162
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín siguió una de las amplias aceras limitadas por dos filas de naranjos agrios. Los principales casinos de la ciudad, los mejores cafés, abrían sus ventanales de vidrios sobre la calle. Montenegro lanzó una mirada al interior del _Círculo Caballista_. Era la sociedad más famosa de Jerez, el centro de reunión de la gente rica, el refugio de la juventud que había nacido poseedora de cortijos y bodegas. Por las tardes, la respetable asamblea discutía sus aficiones: caballos, mujeres y perros de caza. La conversación no tenía otros temas. Escasos periódicos en las mesas, y en lo más oscuro de la secretaría un armario con libros de lomos dorados y chillones cuyas vidrieras no se abrían nunca. Salvatierra llamaba a esta sociedad de ricos el «Ateneo Marroquí». ...

En la línea 281
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una noche, los perros de Marchamalo ladraron desaforadamente. Era cerca del amanecer, y el capataz, echando mano a su escopeta, abrió una ventana. Un hombre en mitad de la plazoleta sosteníase agarrado al cuello de su jaca, que respiraba jadeante, con las piernas temblonas, como si fuese a desplomarse. ...

En la línea 361
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... III Cuando la docena de perros, bien contada, que tenía el cortijo de Matanzuela, galgos, mastines y podencos, olfateaban a medio día el regreso del aperador, saludaban con fieros aullidos y tirones de cadena el trote de la jaca, y avisado por estas señales el tío Antonio, conocido por el apodo de _Zarandilla_, asomábase al portalón para recibir a Rafael. ...

En la línea 363
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los dos inválidos de la lucha con la tierra no encontraban otra satisfacción en su miseria que el excelente carácter de Rafael. Como dos perros viejos, a los que se reserva por lástima un poco de pitanza, esperaban la hora de la muerte en su tugurio junto al portalón del cortijo. Sólo la bondad del nuevo aperador hacía llevadera su suerte. El tío _Zarandilla_ pasaba las horas sentado en uno de los bancos al lado de la puerta, mirando fijamente, con sus ojos opacos, los campos de interminables surcos, sin que el aperador le regañase por su indolencia senil. La vieja quería a Rafael como un hijo. Cuidaba de su ropa y su comida, y él pagaba con largueza estos pequeños servicios. ¡Bendito sea Dios! El muchacho se parecía por lo bueno y lo guapo al único hijo que los viejos habían tenido; un pobrecito que había muerto siendo soldado, en tiempos de paz, en un hospital de Cuba. Todo le parecía poco a la seña Eduvigis para el aperador. Reñía al marido porque no se mostraba, según ella, bastante amable y solícito con Rafael. Antes de que los perros anunciasen su proximidad, oía ella el trotar del caballo. ...

En la línea 1333
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Llévate a la _chabí_ a _Madrilati_ a ganar el _parné_, y cuando lo hayáis ganado, vuelve aquí y daremos un banquete a todos los _Busné_ de Mérida y les echaré _drao_ en la comida y reventarán como perros... ...

En la línea 1385
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Se puso el sol; la noche nos envolvió en tinieblas, pero nosotros continuamos la marcha casi tres horas más, hasta que oímos ladrar perros y percibimos dos o tres luces a lo lejos. ...

En la línea 1558
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Había un cazador con su _escopeta_; un par de pastores, con enormes perros, de los famosos de Extremadura; un soldado licenciado que volvía de la guerra, y un mendigo, que después de pedir una limosna por las siete llagas de _María Santísima_, se sentó con nosotros y se instaló muy a sus anchas. ...

En la línea 1564
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —Pero muchas veces—dije yo—lo pasa muy mal, y cuando los pastores y perros caen sobre él, paga con la cabeza todas sus hazañas. ...

En la línea 3147
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, volviéndose a Zoraida, teniéndole yo y otro cristiano de entrambos brazos asido, porque algún desatino no hiciese, le dijo: ''¡Oh infame moza y mal aconsejada muchacha! ¿Adónde vas, ciega y desatinada, en poder destos perros, naturales enemigos nuestros? ¡Maldita sea la hora en que yo te engendré, y malditos sean los regalos y deleites en que te he criado!'' Pero, viendo yo que llevaba término de no acabar tan presto, di priesa a ponelle en tierra, y desde allí, a voces, prosiguió en sus maldiciones y lamentos, rogando a Mahoma rogase a Alá que nos destruyese, confundiese y acabase; y cuando, por habernos hecho a la vela, no podimos oír sus palabras, vimos sus obras, que eran arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el suelo; mas una vez esforzó la voz de tal manera que podimos entender que decía: ''¡Vuelve, amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono; entrega a esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve a consolar a este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida, si tú le dejas!'' Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no supo decirle ni respondelle palabra, sino: ''Plega a Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza. ...

En la línea 3715
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Reventaban de risa el canónigo y el cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros, como hacen a los perros cuando en pendencia están trabados; sólo Sancho Panza se desesperaba, porque no se podía desasir de un criado del canónigo, que le estorbaba que a su amo no ayudase. ...

En la línea 3813
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sucedió, pues, que, entre los perros que descargó la carga, fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. ...

En la línea 3816
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Llegábase donde estaba el perro, y, mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la piedra, decía: ''Este es podenco: ¡guarda!'' En efeto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos, o gozques, decía que eran podencos; y así, no soltó más el canto.» Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador: que no se atreverá a soltar más la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas. ...

En la línea 78
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 13 de abril.- Al cabo de tres días de viaje llegamos a Socego, hacienda del Señor Manuel Figuireda, pariente de uno de nuestros compañeros de camino. La casa, muy sencilla y parecida a una granja, conviene admirablemente para este clima. En el salón, sillones dorados y sofás contrastan muchísimo con las paredes enlucidas con cal, el techo inclinado y las ventanas desprovistas de vidrios. La casahabitación, los graneros, las cuadras y los talleres para los negros, a quienes se les han enseñado diferentes oficios, forman una especie de plaza cuadrangular, en medio de la cual se seca una inmensa pila de café. Estas varias construcciones están en lo alto de un cerrillo que domina los campos cultivados, rodeándoles por todas partes un espeso bosque. El café constituye el principal producto de esta parte del país; supónese que cada planta produce anualmente dos libras de grano (906 gramos), pero algunas producen hasta ocho libras. También se cultiva en gran cantidad el manioc o casave. Todas las partes de esta planta tienen su empleo; los caballos comen las hojas y los tallos; muélense las raíces y se convierten en una especie de pasta, que se prensa hasta la desecación; luego se cuece en el horno, y forma entonces una especie de harina, que constituye el principal alimento del Brasil. Hecho curioso, pero muy conocido; el jugo que se extrae de esa planta tan nutritiva es un veneno violento; hace algunos años murió por haberlo bebido una vaca de esta hacienda. El señor Figuireda me dice que el año pasado plantó un saco de frijoles (feijao) y tres sacos de arroz; los frijoles produjeron el 80 por 1, y el arroz el 320 por l. Un admirable rebaño vacuno vaga por los pastizales; y hay tanta caza en los bosques, que en cada uno de los tres días anteriores a nuestra llegada, mataron un ciervo esta abundancia trasciende a la mesa; entonces los invitados se doblan realmente bajo la carga (si la mesa misma está en estado de resistirla), pues es preciso probar de cada plato. Un día hice los cálculos más sabihondos para conseguir probarlo todo; y pensaba salir victorioso de la prueba cuando, con profundo terror mío, vi llegar un pavo y un cochinillo asados. Durante la comida, un hombre está constantemente ocupado en echar del comedor a un gran número de perros y de negritos, que tratan de colarse allí en cuanto encuentran ocasión. Aparte de la idea de esclavitud, hay algo delicioso en esa vida patriarcal; tan en absoluto separado e independiente se está del resto del mundo. ...

En la línea 92
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Visité por vez primera el bosque donde se encuentran estas Planarias, en compañía de un anciano sacerdote portugués, que me llevó consigo de caza. Esta cacería consiste en azuzar a los perros dentro del bosque y esperar con paciencia para disparar contra todo animal que se presente. El hijo de un arrendador vecino, excelente muestra de un joven brasileño salvaje, nos acompañaba. Este joven llevaba pantalón y camisa andrajosos; iba con cabeza descubierta, armado con un fusil viejo y un cuchillo. ...

En la línea 184
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... De acuerdo con los chimangos, intentan arrancar las costras que se forman en las heridas de los caballos y las mulas han podido hacerse en los lomos. Por un lado el pobre animal con las orejas colgando y encorvado er espinazo, por otro lado el ave amenazadora echando miradas de gula a esta presa asquerosa: todo ello forma un cuadro, descrito por el capitán Head con su ingenio y su exactitud habituales. Estas falsas águilas rarísimas veces atacan a un cuadrúpedo o a un ave vivos. Quien ha tenido ocasión de pasar la noche tumbado entre su manta en las desoladas llanuras de la Patagonia, cuando por la mañana abre los ojos y se ve rodeado a distancia por esas aves que le vigilan inmediatamente comprende las costumbres de buitre de esos comedores de carnaza; por supuesto, este es uno de los caracteres de aquellos países que no se olvida con facilidad y que reconoce todo el que los ha recorrido. Si un grupo de hombres va de caza, juntamente con caballos y con perros; muchas de esas aves les acompañan toda la jornada. En cuanto la carrancha se ha hartado, su buche desnudo se proyecta adelante; entonces (como siempre, por otra parte) está inactiva, pesada, floja; su vuelo perezoso y lento se parece al de la grulla inglesa; rara vez se cierne en los aires; sin embargo, dos veces vi a una de ellas cerniéndose a gran altura; entonces parecía moverse en el aire con mucha facilidad. En vez de saltar corre, pero no con tanta rapidez como algunas de sus congéneres. A veces, aunque muy pocas, deja oír la carrancha un grito; ese grito, fuerte, muy penetrante y singularísimo, puede compararse al sonido de la g gutural española seguido por una doble rr; cuando prorrumpe en ese grito eleva la cabeza cada vez más, hasta que, a la postre y abierto el pico cuan grande es, el vértice de la cabeza casi toca a la parte inferior de su dorso. Este hecho se ha negado; pero he podido observar frecuentemente a esas aves con la cabeza tan echada hacia atrás, que casi forman un círculo. Apoyándome en la elevada autoridad de Azara puedo añadir a estas observaciones: que la carrancha se alimenta de gusanos, moluscos acuáticos, limacos, saltamontes y ranas; que mata a los corderillos arrancándoles el cordón umbilical; y que persigue al gallinazo con tanto encarnizamiento, que este último se ve obligado a expeler la carnaza tragada por él recientemente. Azara afirma que a menudo se reúnen cinco o seis carranchas para dar caza a grandes aves y aun a las garzas reales. Todos estos hechos prueban que este ave es muy variable en sus gustos y que está dotada de una gran espontaneidad. ...

En la línea 225
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... La vida independiente del gaucho tiene, sin disputa, un gran encanto. ¿No es nada eso de poder parar el caballo cuando se quiera y decir: «Vamos a pasar aquí la noche»? El silencio de muerte que reinó en la llanura, los perros de centinela, los gauchos tomando disposiciones para la noche alrededor de la lumbre, todo en aquella primera noche dejó en mi espíritu una impresión que nunca se borrará. ...

En la línea 1386
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Siempre que podía se escapaba de casa; corría sola por los prados, entraba en las cabañas donde la conocían y acariciaban, sobre todo los perros grandes; solía comer con los pastores. ...

En la línea 5229
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral se dejó introducir en el estrado por una criada sesentona, que ladraba a los pobres como los perros malos. ...

En la línea 5918
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Qué Restauración ni qué niño muerto! Son los mismos perros con distintos collares. ...

En la línea 6128
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Se trataba de ir a ver los perros de caza y uno del monte de San Bernardo que Paco había comprado días antes. ...

En la línea 1922
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —¡El veneno de los Borgias!… Ya sabes cómo lo fabricaban; una invención absurda, digna de la Medicina y la Farmacopea de aquellos tiempos, si es que realmente se puso en práctica alguna vez. Hartaban a un cerdo de alimentos cargados de arsénico; luego lo apaleaban, y la baba que iba soltando la recogían para que sirviese de veneno. Es cierto que el arsénico deja sus huellas en los envenenados; pero más discretas, menos visibles y escandalosas que las mencionadas por los enemigos de los Borgias. Cuando un cardenal o un gran señor moría cubierto de pústulas o grandes abcesos con numerosos orificios, era voz general que lo había matado el veneno de los Borgias. ¡Como si de faltarles este veneno no hubiesen llegado a morir nunca! ¡Como si no existiesen enfermedades entonces!… Precisamente acababa de aparecer la terrible dolencia vergonzosa que tú sabes, extendiéndose por toda Europa, sin respetar a papas ni reyes. Para su curación se recetan los remedios más extravagantes. Tampoco se conocía la verdadera naturaleza de la diabetes, y hay que pensar la vida de continuo banqueteo y excesos en bebidas y dulces que llevaban los proceres y prelados del Renacimiento. Apenas enfermaba alguno de ellos, perdiendo sus fuerzas y cubriéndose el cuerpo de abscesos, se atribuían dichos tumores al veneno de los Borgias. Era el resto del tósigo que se escapaba por la epidermis, y el único remedio, según la Medicina de la época, consistía en beber caldo de culebra negra o buscar centenares de perros, gatos o gallos, abriéndolos vivos para aplicarlos con todo su calor sobre el enfermo. ...

En la línea 525
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Con poner en el otro platillo los perros grandes y chicos que me has sacado, me salvo—díjole Moreno riendo y manoseándole la cara. ...

En la línea 820
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Subieron, no sin que a Jacinta le quedaran ganas de examinar bien toda la pillería que en el patio quedaba. Allá en el fondo había divisado dos niños y una niña. Uno de ellos era rubio y como de tres años. Estaban jugando con el fango, que es el juguete más barato que se conoce. Amasábanlo para hacer tortas del tamaño de perros grandes. La niña, que era de más edad, había construido un hornito con pedazos de ladrillo, y a la derecha de ella había un montón de panes, bollos y tortas, todo de la misma masa que tanto abundaba allí. La señora de Santa Cruz observó este grupo desde lejos. ¿Sería alguno de aquellos? El corazón le saltaba en el pecho y no se atrevía a preguntar a la zancuda. En el último peldaño de la escalera encontraron otro obstáculo: dos muchachuelas y tres nenes, uno de estos en mantillas, interceptaban el paso. Estaban jugando con arena fina de fregar. El mamón estaba fajado y en el suelo, con las patas y las manos al aire, berreando, sin que nadie le hiciera caso. Las dos niñas habían extendido la arena sobre el piso, y de trecho en trecho habían puesto diferentes palitos con cuerdas y trapos. Era el secadero de ropa de las Injurias, propiamente imitado. ...

En la línea 958
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Cuando come carne… Sí señora. Dice el médico que tiene el cerebro como pasmado, porque durante mucho tiempo estuvo escribiendo cosas de mujeres malas, sin comer nada más que las condenadas judías… La miseria, señora, esta vida de perros. ¡Y si supiera usted qué buen hombre es!… Cuando está tranquilo no hace cosa mala ni dice una mentira… Incapaz de matar una pulga. Se estará dos años sin probar el pan, con tal que sus hijos lo coman. Ya ve la señora si soy desgraciada. Dos años hace que José empezó con estas incumbencias. ¡Se pasaba las noches en vela, sacando de su cabeza unas fábulas… !, todo tocante a damas infieles, guapetonas, que se iban de picos pardos con unos duques muy adúlteros… y los maridos trinando… ¡Qué cosas inventaba! Y por la mañana las ponía en limpio en papel de marquilla con una letra que daba gusto verla. Luego le dio el tifus, y se puso tan malo que estuvo suministrado y creíamos que se iba. Sanó y le quedaron estas calenturas de la sesera, este dengue que le da siempre que toma sustancia. Tiene temporadas, señora; a veces el ataque es muy ligero, y otras se pone tan encalabrinado que sólo de pasar por delante del Matadero le baila el párpado y empieza a decir disparates. Bien dicen, señora, que la carne es uno de los enemigos del alma… Cuidado con lo que saca… ¡Que yo me adultero, y que se la pego con un duque!… Miren que yo con esta facha… ...

En la línea 1290
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En ambos patios había tal ruido de tambores, que era forzoso alzar la voz para hacerse oír. Cuando a los tamborazos se unía el estrépito de las latas de petróleo, parecía que se desplomaban las frágiles casas. En los breves momentos que la tocata cesaba, oíase el canto de un mirlo silbando la frase del himno de Riego, lo único que del tal himno queda ya. En la calle de Mira del Río tocaba un pianillo de manubrio, y en la calle del Bastero otro, armándose entre los dos una zaragata musical, como si las dos piezas se estuvieran arañando en feroz pelea con las uñas de sus notas. Eran una polka y un andante patético, enzarzados como dos gatos furibundos. Esto y los tambores, y los gritos de la vieja que vendía higos, y el clamor de toda aquella vecindad alborotada, y la risa de los chicos, y el ladrar de los perros pusiéronle a Jacinta la cabeza como una grillera. ...

En la línea 115
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Siguió luego algo que Inglaterra no había visto jamas: la sagrada persona del heredero del trono abofeteada por manos plebeyas y atacada y mordida por perros. ...

En la línea 364
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Cuidado con tu lengua, loco insensato, y no digas nuestro nombre! Yo tomaré un nombre nuevo, de inmediato, para engañar el olfato de los perros de la ley. ¡Cuidado con tu lengua, te lo ordeno! ...

En la línea 763
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al cabo de mucho tiempo –no podía decir cuánto– pugnaron sus sentidos por volver a la realidad; y mientras con los ojos aún cerrados se preguntaba vagamente dónde estaba y qué le había sucedido, notó un murmullo, el repentino caer de la lluvia en el techo. Invadió su cuerpo una sensación de placidez, que al poco rato fue rudamente interrumpida por un coro de risas chillonas y de sarcásticas carcajadas. Sobresaltó al niño desagradablemente y le hizo asomar la cabeza para ver de dónde procedía la interrupción. Sus ojos vieron un cuadro repugnante y espantable. En el suelo, al otro extremo del granero, ardía una alegre fogata y en tomo de ella, fantásticamente iluminados por los rojizos resplandores, se desperezaban o se tendían en el suelo los más abigarrados grupos de bellacos harapientos y rufianes de uno o sexo que el niño hubiera de soñar o conocer en sus lecturas. Eran hombres recios y fornidos, atezados por la intemperie, de pelo largo y cubiertos de caprichosos andrajos. Había mozos de mediana estatura y rostros horribles vestidos de la misma manera; había mendigos ciegos con los ojos tapados o vendados, lisiados con piernas de palo o muletas, enfermos con purulentas llagas mal cubiertas por vendas; había un buhonero de vil traza con sus baratijas, un afilador, un calderero y un barbero cirujano con las herramientas de su oficio. Algunas de las mujeres eran niñas apenas adolescentes, otras se hallaban en la edad primaveral, otras eran brujas viejas y arrugadas; pero todas ellas gritonas, morenas y deslenguadas, todas desaliñadas y sucias. Había tres niños esmirriados y un par de perros hambrientos con cuerdas al cuello, cuyo oficio era guiar a los ciegos. ...

En la línea 872
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al punto vinieron a su mente pensamientos placenteros; la vida adquirió un cariz más alegre. Estaba liberado de las garras de la servidumbre y del crimen, libre de la compañía de villanos y brutales forajidos. Estaba caliente, cobijado; es decir, era feliz. Soplaba el viento de la noche en pavorosas ráfagas que hacían estremecer y temblar el viejo granero, y luego su fuerza expiraba a intervalos, y continuaba mugiendo y gimiendo por los rincones… Pero todo ello era una agradable música para el rey, una vez arropado y cómodo. Soplara y enfureciérase cuanto quisiera, azotara y golpeara, gimiera y rugiere, al rey no le importaba, antes bien gozaba con ello. Se acurrucó más cerca de su amiga, con sibaritismo de cálida alegría, y como un bendito perdió la conciencia del mundo y se sumió en un sueño profundo y sin pesadillas, en paz y sosiego. A lo lejos aullaban los perros, mugían melancólicamente las vacas y el viento seguía rugiendo, en tanto que furiosos aguaceros se abatían sobre el tejado; mas la Majestad de Inglaterra siguió durmiendo imperturbable, y otro tanto la ternera, animal sencillo, y que no se turbaba fácilmente por las tempestades, ni le causaba embarazo dormir con un rey. ...

En la línea 377
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... »Pero, dime, Orfeo, ¿no se os ocurrirá alguna vez a los perros creeros hombres, así como ha habido hombres que se han creído perros? ...

En la línea 858
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –En efecto, porque no hay solterón más solterón y recalcitrante que el casado sin hijos. Una vez, para suplir la falta de hijos, que al fin y al cabo ni en mí había muerto el sentimiento de la paternidad ni menos el de la maternidad en ella, adoptamos, o si quieres prohijamos, un perro; pero al verle un día morir a nuestra vista, porque se le atravesó un hueso en la garganta, y ver aquellos ojos húmedos que parecían suplicarnos vida, nos entró una pena y un horror tal que no quisimos más perros ni cosa viva. Y nos contentamos con unas muñecas, unas grandes peponas, que son las que has visto en casa, y que mi Elena viste y desnuda. ...

En la línea 1752
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues mira, Augusto, yo no quiero timos en mi casa luego que nos casemos, ¿sabes? Ni timos ni perros. Conque ya puedes ir pensando lo que has de hacer de Orfeo… ...

En la línea 1777
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Llevar a prevención mendrugos de pan en el bolsillo e irlos tirando a los perros que salen a ladrarnos, porque ladran por hambre. ...

En la línea 579
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Con esto basta para hacer perder mi pista incluso a los perros —dijo—. Ahora puedo darme algún reposo sin temor de que me descubran. ...

En la línea 637
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Con esto basta para hacer perder mi pista incluso a los perros —dijo—. Ahora puedo darme algún reposo sin temor de que me descubran. ...

En la línea 731
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡A usted lo embrujaron esos perros ingleses! ¡Me río pensando en las maldiciones que nos echarán mañana, cuando se den cuenta de nuestra fuga! Sobre todo sus mujeres, que nos odian más que los hombres. ...

En la línea 1482
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Lo dudo, Yáñez —respondió Sandokán—. Si nos cansamos nosotros, que estamos habituados, ellos no habrán podido dar ni diez pasos. Sin embargo, procuremos alejarnos pronto, porque el lord tiene perros que podrían alcanzarnos. ...

En la línea 2480
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante días enteros nos acompañaron bandadas de elegantes y traviesos delfines. Iban en grupos de cinco o seis, cazando juntos como los lobos en el campo. No son los delfines menos voraces que los perros marinos si debo creer a un profesor de Copenhague que sacó del estómago de un delfín trece marsopas y quince focas. Era, es cierto, un ejemplar perteneciente a la mayor especie conocida, y cuya longitud sobrepasa, a veces, los veinticuatro pies. Esta familia de los delfinidos cuenta con diez géneros, y los que yo vi pertenecían al de los delfinorrincos, notables por un hocico excesivamente estrecho y de una longitud cuatro veces mayor que la del cráneo. Sus cuerpos medían tres metros, y eran negros por encima y de un blanco rosáceo por debajo sembrado de manchitas muy raras. ...

En la línea 2620
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Una hora duró aquella homérica matanza a la que no podían sustraerse los macrocéfalos. En varias ocasiones, diez o doce reunidos trataron de aplastar al Nautilus bajo sus masas. A través del cristal veíamos sus grandes bocazas pavimentadas de dientes, sus ojos formidables. Ned Land, que ya no era dueño de sí, les amenazaba e injuriaba. Sentíamos que intentaban fijarse a nuestro aparato como perros que hacen presa en un jabato entre la espesura del bosque. Pero el Nautilus, forzando su hélice, les arrastraba consigo o les llevaba a la superficie, sin sentir en lo más mínimo su enorme peso ni sus poderosas convulsiones. ...

En la línea 2783
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Hice observar a Conseil el considerable desarrollo de los lóbulos cerebrales en los inteligentes cetáceos. Exceptuado el hombre, ningún mamífero tiene una materia cerebral tan rica. Por ello, las focas son susceptibles de recibir una cierta educación; se las domestica fácilmente, y yo creo, con algunos naturalistas, que convenientemente amaestradas podrían prestar grandes servicios como perros de pesca. ...

En la línea 600
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Cuatro perros - contesté. ...

En la línea 622
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero cuando vi que Joe abría sus azules ojos y miraba a todos lados con el mayor asombro, los remordimientos se apoderaron de mí; pero eso tan sólo ocurría mientras le miraba a él y no cuando fijaba mi vista en los demás. Con respecto a Joe, y tan sólo al pensar en él, me consideraba a mí mismo un monstruo en tanto que los tres discutían las ventajas que podría reportarme el favor y el conocimiento de la señorita Havisham. No tenían la menor duda de que ésta «haría algo» por mí; sus dudas se referían tan sólo a la manera de hacer este «algo». Mi hermana aseguraba que recibiría dinero. El señor Pumblechook creía, más bien, que como premio se me pondría de aprendiz en algún comercio agradable, por ejemplo en el de cereales y semillas. En cuanto a Joe, discrepó de los dos al sugerir que quizá me regalara uno de los perros que se pelearon por las costillas de ternera. ...

En la línea 635
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Por lo menos estaban los perros, ¿verdad, Pip? Seguramente, si no les sirvieron costillas de ternera, perros sí habría. ...

En la línea 635
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Por lo menos estaban los perros, ¿verdad, Pip? Seguramente, si no les sirvieron costillas de ternera, perros sí habría. ...

En la línea 250
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡Mucho! ¡La chaqueta roja, la cadena al pie, una tarima para dormir, el calor, el frío, el trabajo, los apaleos, la doble cadena por nada, el calabozo por una palabra, y, aun enfermo en la cama, la cadena! ¡Los perros, los perros son más felices! ¡Diecinueve años! Ahora tengo cuarenta y seis, y un pasaporte amarillo. ...

En la línea 3
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Sobre aquellos amplios dominios reinaba Buck. Allí había nacido y allí había vivido los cuatro años de su existencia. Es verdad que había otros perros, pero no contaban. Iban y venían, se instalaban en las espaciosas perreras o moraban discretamente en los rincones de la casa, como Toots, la perrita japonesa, o Ysabel, la pelona mexicana, curiosas criaturas que rara vez asomaban el hocico de puertas afuera o ponían las patas en el exterior. Una veintena al menos de foxterriers ladraba ominosas promesas a Toots e Ysabel, que los miraban por las ventanas, protegidas por una legión de criadas armadas de escobas y fregonas. ...

En la línea 18
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -Eso hace ciento cincuenta -calculó el tabernero-; y ése los vale, o yo no sé nada de perros. ...

En la línea 25
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El furgón fue arrastrado a lo largo de dos días con sus noches a la cola de ruidosas locomotoras; y durante dos días y dos noches estuvo Buck sin comer ni beber. En su furia había respondido gruñendo a las primeras tentativas de aproximación de los empleados del tren, a lo que ellos habían correspondido azuzándole. Cuando Buck, temblando y echando espuma por la boca, se lanzaba contra las tablas, ellos se reían y se burlaban de él. Gruñían y ladraban como perros odiosos, maullaban y graznaban agitando los brazos. Aquello era muy ridículo, lo sabía, pero cuanto más ridículo, más afrentaba a su dignidad, y su furor aumentaba. El hambre no lo afligía tanto, pero la falta de agua era un verdadero sufrimiento que intensificaba su cólera hasta extremos febriles. Y en efecto, siendo como era nervioso por naturaleza y extremadamente sensible, el maltrato le había provocado fiebre, incrementada por la irritación de la garganta y la lengua reseca e hinchada. ...

En la línea 41
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Había perdido (lo sabía), pero no estaba vencido. Comprendió, de una vez para siempre, que contra un hombre con un garrote carecía de toda posibilidad. Había aprendido la lección y no la olvidaría en su vida. Aquel garrote fue una revelación. Fue su toma de contacto con el reino de la ley primitiva y aceptó sus términos. Las realidades de la vida adquirieron un aspecto más temible; y si bien las afrontó sin amedrentarse, lo hizo con toda la latente astucia de su naturaleza en funcionamiento. En el transcurso de los días llegaron otros perros, en cajones o sujetos con una soga, unos dócilmente y otros rugiendo con furia como había hecho él; y a todos ellos los vio someterse al dominio del hombre del jersey rojo. Una y otra vez, segun contemplaba aquellas brutales intervenciones, la lección se afianzaba en el corazón de Buck: un hombre con un garrote era el que dictaba la ley, un amo a quien se obedece, aunque no necesariamente se acepte. ...

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