La palabra Fiera ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece fiera.
Estadisticas de la palabra fiera
Fiera es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 13915 según la RAE.
Fiera aparece de media 5.02 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la fiera en las obras de referencia de la RAE contandose 763 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Fiera
Cómo se escribe fiera o fierra?
Más información sobre la palabra Fiera en internet
Fiera en la RAE.
Fiera en Word Reference.
Fiera en la wikipedia.
Sinonimos de Fiera.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece fiera
La palabra fiera puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 912
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Roseta era, de toda la familia, la más parecida a su padre: una fiera para el trabajo, como decía Batiste de sí mismo. ...
En la línea 935
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí estaba la cueva de la fiera. ...
En la línea 1562
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La madre lanzaba gemidos desesperados, aullidos de fiera enfurecida. ...
En la línea 1595
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Despertaba la fiera en él, cansado de que lo hostigasen un día y otro día. ...
En la línea 551
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Bajo los sombreros deformes sólo se veían carátulas de miseria, máscaras de sufrimiento y de hambre. Los jóvenes tenían la frescura vigorosa de los pocos años. Reían reflejando en sus ojos el espíritu burlón de la raza, la alegría de vivir, sin el peso de una familia; el regocijo del hombre aislado, que por miserable que se considere, puede siempre seguir adelante. Pero los hombres mostraban un envejecimiento prematuro, arruinados en plena madurez, con el temblor de los valetudinarios; revelando unos su acometividad en los ojos animados por resplandores fosforescentes de fiera, encogidos otros con la resignación del que sólo aguarda la muerte como única libertad. ...
En la línea 587
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un hombre enorme, membrudo, con los pómulos salientes, la mandíbula cuadrada y fiera, el pelo recio e hirsuto invadiéndole la frente, y unos ojos profundos que, en ciertos momentos, brillaban con el resplandor verdoso de los felinos. ...
En la línea 1009
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Luis, entusiasmado por la admiración de las dos muchachas sentadas junto a él, quiso mostrarse en toda su grandeza heroica, y repentinamente arrojó una copa a la cara del _Chivo_, que estaba enfrente. La fiera del presidio contrajo su carátula feroz e hizo un movimiento para incorporarse, llevándose una mano al bolsillo interior de la chaqueta. ...
En la línea 1284
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cantaba María de la Luz, cantaba el señorito, y hasta el cejijunto _Chivo_, obedeciendo a su patrón, soltaba el chorro de su voz fiera, entonando broncos recuerdos a la reja de la _carse_ y a las _puñalás_ caballerescas por defender a la madre o a la mujer amada. ...
En la línea 2324
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En cuanto el posadero, como ya he dicho a su merced, se enteró de mis opiniones, me miró como una fiera y «Salga usted de mi casa—exclamó—; no quiero espías en ella»; añadiendo algunas expresiones irrespetuosas para la joven reina Isabel y para Cristina, a quien considero compatriota mía, a pesar de ser napolitana. ...
En la línea 739
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. ...
En la línea 795
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. ...
En la línea 795
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. ...
En la línea 5643
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, viéndose así, y que el sayo verde se le rasgaba, y pareciéndole que si aquel fiero animal allí allegaba le podía alcanzar, comenzó a dar tantos gritos y a pedir socorro con tanto ahínco, que todos los que le oían y no le veían creyeron que estaba entre los dientes de alguna fiera. ...
En la línea 624
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Interesante espectáculo fue ver cómo en pocos minutos la inteligencia triunfó sobre la fuerza bruta. En el momento en que se precipitaba sobre el caballo de uno de mis compañeros de viaje, un lazo le envolvió los cuernos y otro las patas traseras: en un instante, la fiera caía impotente al suelo. Parecía muy difícil, sin matar al animal, desembarazar del lazo los cuernos de aquella furiosa fiera; para un hombre solo, creo que imposible en absoluto. Pero arrojando otro hombre el lazo alrededor de las patas traseras, la operación es muy sencilla. En efecto, el animal permanece tendido y por completo inerte mientras se le sostiene sujetas con fuerza las patas; el hombre puede acercarse entonces y desprenderle el lazo con las manos y montar después a caballo con toda tranquilidad; pero tan pronto como el otro afloja lo más mínimo la tensión del lazo, escurre éste por las piernas del toro, que se revuelve furioso y trata, aunque en vano, de precipitarse sobre su adversario. ...
En la línea 624
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Interesante espectáculo fue ver cómo en pocos minutos la inteligencia triunfó sobre la fuerza bruta. En el momento en que se precipitaba sobre el caballo de uno de mis compañeros de viaje, un lazo le envolvió los cuernos y otro las patas traseras: en un instante, la fiera caía impotente al suelo. Parecía muy difícil, sin matar al animal, desembarazar del lazo los cuernos de aquella furiosa fiera; para un hombre solo, creo que imposible en absoluto. Pero arrojando otro hombre el lazo alrededor de las patas traseras, la operación es muy sencilla. En efecto, el animal permanece tendido y por completo inerte mientras se le sostiene sujetas con fuerza las patas; el hombre puede acercarse entonces y desprenderle el lazo con las manos y montar después a caballo con toda tranquilidad; pero tan pronto como el otro afloja lo más mínimo la tensión del lazo, escurre éste por las piernas del toro, que se revuelve furioso y trata, aunque en vano, de precipitarse sobre su adversario. ...
En la línea 5863
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Qué degradación! pensó; y se puso a dar paseos por el despacho, como una fiera en su jaula. ...
En la línea 7408
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La llamaban la Muerta por su blancura pálida; y creyendo fácil aquella conquista, muchos borrachos se arrojaban sobre ella como sobre una presa; pero Paula los recibía a puñadas, a patadas, a palos; más de un vaso rompió en la cabeza de una fiera de las cuevas y tuvo el valor de cobrárselo. ...
En la línea 9243
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Tenía algo de la fiera que cae en la trampa, del murciélago que entra por su mal en vivienda humana llamado por la luz. ...
En la línea 9635
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era el león enamorado de una doncella, decía elegantemente Glocester, una fiera sin dientes. ...
En la línea 1301
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Rodrigo de Borja, famoso por su valor tranquilo, siguió estas indicaciones, y Corella, con la espada en la diestra y la capa enrollada en el brazo izquierdo, continuó marchando, siempre de frente a la fiera, teniendo a sus espaldas al Papa, más alto y corpulento que él. Tal situación angustiosa duró largos minutos, mostrándose indeciso el león ante la actitud resuelta de la masa humana formada por los dos hombres. Al fin, los fugitivos, que habían dado la alarma en los jardines del Vaticano, volvieron con numerosos soldados españoles de la guardia del Pontífice, y éstos acosaron al león hasta su jaula, terminando así tan peligroso episodio. ...
En la línea 478
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Maestro… que haya salud. Ciertos artículos se compraban siempre al por mayor, y si era posible de primera mano. Barbarita tenía en la médula de los huesos la fibra de comerciante, y se pirraba por sacar el género arreglado. Pero, ¡cuán distantes de la realidad habrían quedado estos intentos sin la ayuda del espejo de los corredores, Estupiñá el Grande! ¡Lo que aquel santo hombre andaba para encontrar huevos frescos en gran cantidad… ! Todos los polleros de la Cava le traían en palmitas, y él se daba no poca importancia, diciéndoles: «o tenemos formalidad o no tenemos formalidad. Examinemos el artículo, y después se discutirá… calma, hombre, calma». Y allí era el mirar huevo por huevo al trasluz, el sopesarlos y el hacer mil comentarios sobre su probable antigüedad. Como alguno de aquellos tíos le engañase, ya podía encomendarse a Dios, porque llegaba Estupiñá como una fiera amenazándole con el teniente alcalde, con la inspección municipal y hasta con la horca. ...
En la línea 914
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «¡Repoblicanos de chanfaina… pillos, buleros, piores que serviles, moderaos, piores que moderaos!—prosiguió Izquierdo con fiera exaltación—. ...
En la línea 1457
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Todo lo que sigue es muy soso. Desde que se dio tierra al pequeñuelo, yo no tenía otro deseo que ver a la madre tomando el portante. Puedes creérmelo: no me interesaba nada. Lo único que sentía era compasión por sus desgracias, y no era floja la de vivir con aquel bárbaro, un tiote grosero que la trataba muy mal y no la dejaba ni respirar. ¡Pobre mujer! Yo le dije, mientras él estaba en el cementerio: «¿Cómo es que vives con este animal y le aguantas?». Y respondiome: «No tengo más amparo que esta fiera. No le puedo ver; pero el agradecimiento… ». Es triste cosa vivir de esta manera, aborreciendo y agradeciendo. Ya ves cuánta desgracia, cuánta miseria hay en este mundo, niña mía… Bueno, pues sigo diciéndote que aquella infeliz pareja me dio la gran jaqueca. El tal, que era mercachifle de estos que ponen puestos en las ferias, pretendía una plaza de contador de la depositaría de un pueblo. ¡Valiente animal! Me atosigaba con sus exigencias, y aun con amenazas, y no tardé en comprender que lo que quería era sacarme dinero. La pobre Fortunata no me decía nada. Aquel bestia no le permitía que me viera y hablara sin estar él presente, y ella, delante de él, apenas alzaba del suelo los ojos; tan aterrorizada la tenía. Una noche, según me contó la patrona, la quiso matar el muy bruto. ¿Sabes por qué?, porque me había mirado. Así lo decía él… Me puedes creer, como esta es noche, que Fortunata no me inspiraba sino lástima. Se había desmejorado mucho de físico, y en lo espiritual no había ganado nada. Estaba flaca, sucia, vestía de pingos que olían mal, y la pobreza, la vida de perros y la compañía de aquel salvaje habíanle quitado gran parte de sus atractivos. A los tres días se me hicieron insoportables las exigencias de la fiera, y me avine a todo. No tuve más remedio que decir: «Al enemigo que huye, puente de plata»; y con tal de verles marchar, no me importaba el sablazo que me dieron. Aflojé los cuartos a condición de que se habían de ir inmediatamente. Y aquí paz y después gloria. Y se acabó mi cuento, niña de mi vida, porque no he vuelto a saber una palabra de aquel respetable tronco, lo que me llena de contento. ...
En la línea 1457
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Todo lo que sigue es muy soso. Desde que se dio tierra al pequeñuelo, yo no tenía otro deseo que ver a la madre tomando el portante. Puedes creérmelo: no me interesaba nada. Lo único que sentía era compasión por sus desgracias, y no era floja la de vivir con aquel bárbaro, un tiote grosero que la trataba muy mal y no la dejaba ni respirar. ¡Pobre mujer! Yo le dije, mientras él estaba en el cementerio: «¿Cómo es que vives con este animal y le aguantas?». Y respondiome: «No tengo más amparo que esta fiera. No le puedo ver; pero el agradecimiento… ». Es triste cosa vivir de esta manera, aborreciendo y agradeciendo. Ya ves cuánta desgracia, cuánta miseria hay en este mundo, niña mía… Bueno, pues sigo diciéndote que aquella infeliz pareja me dio la gran jaqueca. El tal, que era mercachifle de estos que ponen puestos en las ferias, pretendía una plaza de contador de la depositaría de un pueblo. ¡Valiente animal! Me atosigaba con sus exigencias, y aun con amenazas, y no tardé en comprender que lo que quería era sacarme dinero. La pobre Fortunata no me decía nada. Aquel bestia no le permitía que me viera y hablara sin estar él presente, y ella, delante de él, apenas alzaba del suelo los ojos; tan aterrorizada la tenía. Una noche, según me contó la patrona, la quiso matar el muy bruto. ¿Sabes por qué?, porque me había mirado. Así lo decía él… Me puedes creer, como esta es noche, que Fortunata no me inspiraba sino lástima. Se había desmejorado mucho de físico, y en lo espiritual no había ganado nada. Estaba flaca, sucia, vestía de pingos que olían mal, y la pobreza, la vida de perros y la compañía de aquel salvaje habíanle quitado gran parte de sus atractivos. A los tres días se me hicieron insoportables las exigencias de la fiera, y me avine a todo. No tuve más remedio que decir: «Al enemigo que huye, puente de plata»; y con tal de verles marchar, no me importaba el sablazo que me dieron. Aflojé los cuartos a condición de que se habían de ir inmediatamente. Y aquí paz y después gloria. Y se acabó mi cuento, niña de mi vida, porque no he vuelto a saber una palabra de aquel respetable tronco, lo que me llena de contento. ...
En la línea 430
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —También yo. Disparé contra la fiera, pero huyó sin que lograra tocarla. ...
En la línea 433
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Ha hecho mal, milady. Pero la fiera está todavía viva y mi kriss dispuesto a partirle el corazón. ...
En la línea 434
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Usted no hará eso! Es valiente, ya lo sé; es fuerte y tan ágil como un tigre, pero una lucha cuerpo a cuerpo con la fiera podría serle fatal. ...
En la línea 451
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Él mismo parecía otro tigre. Daba saltos y rugía como una fiera. ...
En la línea 284
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Nos hallábamos ya en la triste soledad, donde poco se figuraban todos que yo había estado ocho o nueve horas antes, viendo a los dos fugitivos. Pensé por primera vez en eso, lleno de temor, y también tuve en cuenta que, si los encontrábamos, tal vez mi amigo sospecharía que había llevado allí a los soldados. Recordaba que me preguntó si quería engañarle, añadiendo que yo sería una fiera si a mi edad ayudaba a cazar a un desgraciado como él. ¿Creería, acaso, que era una fiera y un traidor? ...
En la línea 284
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Nos hallábamos ya en la triste soledad, donde poco se figuraban todos que yo había estado ocho o nueve horas antes, viendo a los dos fugitivos. Pensé por primera vez en eso, lleno de temor, y también tuve en cuenta que, si los encontrábamos, tal vez mi amigo sospecharía que había llevado allí a los soldados. Recordaba que me preguntó si quería engañarle, añadiendo que yo sería una fiera si a mi edad ayudaba a cazar a un desgraciado como él. ¿Creería, acaso, que era una fiera y un traidor? ...
En la línea 887
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Parecía tan valiente e inocente, que aun cuando yo no propuse la lucha, no sentí una satisfacción muy grande por mi victoria. En realidad, llego a creer que mientras me vestía me consideré una especie de lobo u otra fiera salvaje. Me vestí, pues, y de vez en cuando limpiaba mi cruel rostro, y pregunté: ...
En la línea 1544
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras luchaba contra la puerta estaba convirtiendo la fruta en pasta, pues continuaban debajo de sus brazos las bolsas de papel. Por eso le rogué que me lo entregase todo. Lo hizo así con agradable sonrisa y empezó a luchar con la puerta como si ésta fuese una fiera. Por fin se rindió de un modo tan repentino que él vino a chocar contra mí, y yo, retrocediendo, fui a dar contra la puerta opuesta, y ambos nos echamos a reír. Pero aún me parecía que se me iban a saltar los ojos y como si estuviera soñando. ...
En la línea 696
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Tenía la nariz chata con dos profundas ventanas, hacia las cuales se extendían unas enormes patillas. Cuando Javert se reía, lo cual era poco frecuente y muy terrible, sus labios delgados se separaban y dejaban ver no tan sólo los dientes sino también las encías, y alrededor de su nariz se formaba un pliegue abultado y feroz como sobre el hocico de una fiera carnívora. Javert serio era un perro de presa; cuando se reía era un tigre. Por lo demás, tenía poco cráneo, mucha mandíbula; los cabellos le ocultaban la frente y le caían sobre las cejas; tenía entre los ojos un ceño central permanente, la mirada oscura, la boca fruncida y temible, y un gesto feroz de mando. ...
En la línea 1083
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A pocos días de haberse confesado Pilar, expiró. Fue su muerte casi dulce y del todo imprevista, en cuanto careció de agonía. Una flema mayor que las demás cortó su respiración algunos segundos, y apagose la débil luz de la vida en la exhausta lámpara. Lucía estaba sola con ella, y sosteníale la cabeza para toser, a tiempo que, doblando de pronto el cuello, la tísica entregó el alma. Tiene este horrible mal de la tisis tan diversas fases y aspectos, que hay enfermo que al morir cuenta los instantes que le restan de existencia, y haylo que cae sorprendido en la eternidad, como la fiera en el lazo. Lucía, que nunca había visto muertos, no pudo imaginar que fuese sino un síncope profundo; creía ella que el espíritu no abandonaba sin lucha y ansías mayores su vestidura mortal. Salió gritando y pidiendo auxilio; acudió primero Sardiola a sus voces, y meneando la cabeza, dijo: «Se acabó.» Miranda y Perico llegaron en breve; justamente estaban en casa por ser las once, hora de cambiar el lecho por el almuerzo. Miranda alzó las cejas, frunciolas después, y dijo poniendo la voz en el registro grave: ...

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