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La palabra dominar
Cómo se escribe

la palabra dominar

La palabra Dominar ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece dominar.

Estadisticas de la palabra dominar

Dominar es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 6624 según la RAE.

Dominar aparece de media 13.05 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la dominar en las obras de referencia de la RAE contandose 1984 apariciones .

Más información sobre la palabra Dominar en internet

Dominar en la RAE.
Dominar en Word Reference.
Dominar en la wikipedia.
Sinonimos de Dominar.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece dominar

La palabra dominar puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 832
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El padre Urizábal empuñó el hisopo, humedeciéndolo en el calderillo y se irguió como para dominar mejor la extensión de viñas que abarcaba su vista desde la explanada. ...

En la línea 6651
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sin embargo, él mismo se confesará lagarto del Peñón, y apenas les cabrá a ustedes duda de ello cuando además del inglés vernáculo e impuro que habla, le oigan expresarse en español o, si es necesario, incluso en genovés, y no es juego de niños hablar este idioma, que nunca he podido dominar. ...

En la línea 6725
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cada cosa estaba en su sitio, en hermosísimo orden inglés, todo dispuesto para desbaratar y dominar en pocos momentos a toda hueste, por numerosa y soberbia que sea, que por el lado de tierra aparezca marchando en son de guerra contra esa singular fortaleza. ...

En la línea 5133
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Fermín era la ambición, el ansia de dominar; su madre la codicia, el ansia de poseer. ...

En la línea 5197
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su pasión propia, la que espontáneamente hacía en él estragos era la ambición de dominar; pero esto ¿no era noble en el fondo? y ¿no era justo al cabo? ¿No merecía él ser el primero de la diócesis? El Obispo ¿no le reconocía de buen grado esta superioridad moral? Bastante hacía él contentándose, por ahora, con no mandar más que en Vetusta. ...

En la línea 5521
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿Quiere usted ser el Obispo de Los miserables, un Obispo de libro prohibido? ¿Hace usted eso para darnos en cara a los demás que vamos vestidos como personas decentes y como exige el decoro de la Iglesia? ¿Cree usted que si todos luciéramos pantalones remendados como un afilador de navajas o un limpia-chimeneas, llegaría la Iglesia a dominar en las regiones en que el poder habita? —No es eso, hijo mío, no es eso —respondía el Obispo sofocado, con ganas de meterse debajo de tierra. ...

En la línea 7374
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Paula que había dominado a dos curas, y estaba dispuesta a dominar el mundo, no podía con su marido. ...

En la línea 1159
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El primogénito del pontífice se embarcaba en Valencia, venciendo la disimulada oposición de Fernando el Católico, el cual prefería conservarlo en España para dominar mejor al Papa. Se despedía de su esposa y de sus hijos, uno de los cuales iba a ser padre del futuro San Francisco de Borja. Al subir a su galera, cubierta de flámulas y gallardetes como un navío de príncipe, estaba lejos de imaginarse que ya no vería más a sus pequeños, pues empezaba a navegar hacia la muerte. ...

En la línea 461
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los hombres, que durante su larga tiranía se dejaron dominar siempre por oradores, creyendo que un varón de buena palabra sirve para todo y lo sabe todo, han tenido el cinismo de burlarse de las mujeres en muchas ocasiones, asegurando que somos habladoras. ...

En la línea 776
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No crea usted, gentleman, que este hombre era un intelectual, digno del afecto de Momaren. Por el contrario, apenas sabía leer y escribir, pero era un buen mozo y disponía a su capricho de todas las artes que cultivan los varones metidos en sus casas para atraer y dominar a las pobres mujeres. Como la mujer vive preocupada por sus negocios y vuelve a su domicilio rendida de tanto trabajar, ignora el modo de precaverse de tan diabólicas asechanzas. ...

En la línea 840
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Además, gentleman, yo, como dice mi padre y otras mujeres intransigentes, tengo un alma de esclava, porque a todas ellas les parece una esclavitud no ser las primeras en cualquier momento y no poder dominar y maltratar al ser que marcha a su lado. A mí, la libertad a solas, la independencia áspera y egoísta, no me seducen. Necesito vivir acompañada, verme protegida, apoyarme en alguien, y solo pido que, a cambio de mi sumisión cariñosa, me respeten, se muestren ciegos para mis defectos y, sobre todo, me amen. ...

En la línea 548
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Señores, no seamos impresionables—indicó el marqués de Casa-Muñoz, que gustaba de dominar las situaciones con mirada alta—. Ese buen señor se ha cansado; no era para menos; ha dicho: «ahí queda eso». Yo en su caso habría hecho lo mismo. Tendremos algún trastorno; habrá su poco de República; pero ya saben ustedes que las naciones no mueren… ...

En la línea 1877
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Poco después almorzaba Fortunata, y Maximiliano estudiaba, cambiando de vez en cuando algunas palabras. Toda aquella tarde dominaron en el espíritu de la joven las ideas optimistas, porque él se dejó decir algo de su herencia, de tierras e hipotecas en Molina de Aragón, asegurando que sus viñas podían darle tanto más cuanto. Por la noche avisaron para que les trajeran café, y vino el mozo de la Paz con él. Olmedo y Feliciana entraron de tertulia. Estaban de monos y apenas se hablaban, señal inequívoca de pelotera doméstica. Y es que si los estados más sólidos se quebrantan cuando la hacienda no marcha con perfecta regularidad, aquella casa, hogar, familia o lo que fuera, no podía menos de resentirse de las anomalías de un presupuesto cuyo carácter permanente era el déficit. Feliciana tenía ya pignorado lo mejorcito de su ropa, y Olmedo había perdido el crédito de una manera absoluta. Por la falta de crédito se pierden las repúblicas lo mismo que las monarquías. Y no se hacía ya ilusiones el bueno de Olmedo acerca de la catástrofe próxima. Sus amigos, que le conocían bien, descubrían en él menos entereza para desempeñar el papel de libertino, y a menudo se le clareaba la buena índole al través de la máscara. A Maximiliano le contaron que habían sorprendido a Olmedo en el Retiro estudiando a hurtadillas. Cuando le vieron sus amigos, escondió los libros entre el follaje, porque le sabía mal que le descubrieran aquella flaqueza. Daba mucha importancia a la consecuencia en los actos humanos, y tenía por deshonra el soltar de improviso la casaca e insignias de perdulario. ¿Qué diría la gente, qué los amigos, qué los mocosos, más jóvenes que él, que le tomaban por modelo? Hallábase en la situación de uno de esos chiquillos que para darse aires de hombres encienden un cigarro muy fuerte y se lo empiezan a fumar y se marean con él; pero tratan de dominar las náuseas para que no se diga que se han emborrachado. Olmedo no podía aguantar más la horrible desazón, el asco y el vértigo que sentía; pero continuaba con el cigarro en la boca haciendo que tiraba de él, pero sin chupar cosa mayor. ...

En la línea 2272
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Interrogada sobre la condición moral y de carácter de la divinidad, hizo muchas salvedades y distingos: «Eso no lo puedo decir… No he hablado con ella más que una vez. Me ha parecido humilde, de un carácter apocado, de esas que son fáciles de dominar por quien pueda y sepa hacerlo». Hablando luego de que la metían en las Micaelas, todas las presentes elogiaron esta resolución, y doña Lupe se encastilló más en su vanidad, diciendo que había sido idea suya y condición que puso para transigir, que después de una larga cuarentena religiosa podía ser admitida en la familia, pues las cosas no se podían llevar a punto de lanza, y eso de tronar con Maximiliano y cerrarle la puerta, muy pronto se dice; pero hacerlo ya es otra cosa. ...

En la línea 3772
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Viéndole que se conmovía, la chulita no pudo aguantar más, y soltó el trapo a llorar. Aquellas admirables guedejas sueltas la asemejaban a esas imágenes del dolor que acompañan a los epitafios. Feijoo hizo un mohín como de persona mayor que quiere dominar una debilidad pueril, y le dijo: ...

En la línea 2039
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me curaron las manos dos o tres veces por la noche y una por la mañana. Mi brazo izquierdo había sufrido extensas quemaduras, desde la mano hasta el codo, y otras menos graves hasta el hombro; sentía bastante dolor, pero, de todos modos, me alegró que no me hubiese ocurrido cosa peor. La mano derecha no había recibido tantas quemaduras, pero, no obstante, apenas podía mover los dedos. Estaba también vendada, como es natural, pero no tanto como el brazo izquierdo, que llevaba en cabestrillo. Tuve que ponerme la chaqueta como si fuese una capa y abrochada por el cuello. También el cabello se me había quemado, pero no sufrí ninguna herida en la cabeza ni en la cara. Cuando Herbert regresó de Hammersmith, a donde fue a ver a su padre, vino a nuestras habitaciones y empleó el día en curarme. Era el mejor de los enfermeros, y a las horas fijadas me quitaba los vendajes y me bañaba las quemaduras en el líquido refrescante que estaba preparado; luego volvía a vendarme con paciente ternura, que yo le agradecía profundamente. 193 Al principio, mientras estaba echado y quieto en el sofá, me pareció muy difícil y penoso, y hasta casi imposible, apartar de mi mente la impresión que me produjo el brillo de las llamas, su rapidez y su zumbido, así como también el olor de cosas quemadas. Si me adormecía por espacio de un minuto, me despertaban los gritos de la señorita Havisham, que se acercaba corriendo a mí, coronada por altísimas llamas. Y este dolor mental era mucho más difícil de dominar que el físico. Herbert, que lo advirtió, hizo cuanto le fue posible para llevar mi atención hacia otros asuntos. Ninguno de los dos hablábamos del bote, pero ambos pensábamos en él. Eso era evidente por el cuidado que ambos teníamos en rehuir el asunto, aunque nada nos hubiésemos dicho, con objeto de no tener que precisar si sería cuestión de horas o de semanas la curación de mis manos. Como es natural, en cuanto vi a Herbert, la primera pregunta que le dirigí fue para averiguar si todo marchaba bien en la habitación inmediata al río. Contestó afirmativamente, con la mayor confianza y buen ánimo, pero no volvimos a hablar del asunto hasta que terminó el día. Entonces, mientras Herbert me cambiaba los vendajes, más alumbrado por la luz del fuego que por la exterior, espontáneamente volvió a tratar del asunto. - Ayer noche, Haendel, pasé un par de horas en compañía de Provis. - ¿Dónde estaba Clara? - ¡Pobrecilla! - contestó Herbert -. Se pasó toda la tarde subiendo y bajando y ocupada en su padre. Éste empezaba a golpear el suelo en el momento en que la perdía de vista. Muchas veces me pregunto si el padre vivirá mucho tiempo. Como no hace más que beber ron y tomar pimienta, creo que no está muy lejos el día de su muerte. - Supongo que entonces te casarás, Herbert. - ¿Cómo, si no, podría cuidar de Clara? Descansa el brazo en el respaldo del sofá, querido amigo. Yo me sentaré a tu lado y te quitaré el vendaje, tan despacio que ni siquiera te darás cuenta. Te hablaba de Provis. ¿Sabes, Haendel, que mejora mucho? -Ya te dije que la última vez que le vi me pareció más suave. - Es verdad. Y así es, en efecto. Anoche estaba muy comunicativo y me refirió algo más de su vida. Ya recordarás que se interrumpió cuando empezó a hablar de una mujer… ¿Te he hecho daño? Yo había dado un salto, pero no a causa del dolor, sino porque me impresionaron sus palabras. - Había olvidado este detalle, Herbert, pero ahora lo vuelvo a recordar. - Pues bien, me refirió esta parte de su vida, que, ciertamente, es bastante sombría. ¿Quieres que te la cuente, o tal vez te aburro? - Nada de eso. Refiéremela sin olvidar una palabra. Herbert se inclinó hacia mí para mirarme lentamente, tal vez sorprendido por el apresuramiento o la vehemencia de mi respuesta. - ¿Tienes la cabeza fresca? - me preguntó tocándome la frente. - Por completo - le contesté -. Dime ahora lo que te refirió Provis. - Parece… - observó Herbert -. Pero ya hemos quitado este vendaje y ahora viene otro fresco. Es posible que en el primer momento te produzca una sensación dolorosa, pobre Haendel, ¿no es verdad? Pero muy pronto te dará una sensación de bienestar… Parece - repitió - que aquella mujer era muy joven y extraordinariamente celosa y, además, muy vengativa. Vengativa hasta el mayor extremo. - ¿Qué extremo es ése? - Pues el asesinato… ¿Te parece la venda demasiado fría en este lugar sensible? - Ni siquiera la siento… ¿Cuál fue su asesinato? ¿A quién asesinó? - Tal vez lo que hizo no merezca nombre tan terrible -dijo Herbert, - pero fue juzgada por ese crimen. La defendió el señor Jaggers, y la fama que alcanzó con esa defensa hizo que Provis conociese su nombre. Otra mujer más robusta fue la víctima, y parece que hubo una lucha en una granja. Quién empezó de las dos, y si la lucha fue leal o no, se ignora en absoluto; lo que no ofrece duda es el final que tuvo, porque se encontró a la víctima estrangulada. - ¿Resultó culpable la mujer de Provis? - No, fue absuelta… ¡Pobre Haendel! Me parece que te he hecho daño. - Es imposible curar mejor que tú lo haces, Herbert… ¿Y qué más? -Esta mujer y Provis tenían una hijita, una niña a la que Provis quería con delirio. Por la tarde del mismo día en que resultó estrangulada la mujer causante de sus celos, según ya te he dicho, la joven se presentó a Provis por un momento y le juró que mataría a la niña (que estaba a su cuidado) y que él no volvería a verla… Ya tenemos curado el brazo izquierdo, que está más lastimado que el derecho. Lo que falta es ya 194 mucho más fácil. Te curo mejor con la luz del fuego, porque mis manos son más firmes cuando no veo las llagas con demasiada claridad. Creo que respiras con cierta agitación, querido amigo. - Tal vez sea verdad, Herbert… ¿Cumplió su juramento aquella mujer? - Ésta es la parte más negra de la vida de Provis. Cumplió su amenaza. -Es decir, que ella dijo que la había cumplido. - Naturalmente, querido Haendel-replicó Herbert, muy sorprendido e inclinándose de nuevo para mirarme con la mayor atención. - Así me lo ha dicho Provis. Por mi parte, no tengo más datos acerca del asunto. - Es natural. - Por otro lado, Provis no dice si en sus relaciones con aquella mujer utilizó sus buenos o sus malos sentimientos; pero es evidente que compartió con ella cuatro o cinco años la desdichada vida que nos describió aquella noche, y también parece que aquella mujer le inspiró lástima y compasión. Por consiguiente, temiendo ser llamado a declarar acerca de la niña y ser así el causante de la muerte de la madre, se ocultó (a pesar de lo mucho que lloraba a su hijita), permaneció en la sombra, según dice, alejándose del camino de su mujer y de la acusación que sobre ella pesaba, y se habló de él de un modo muy vago, como de cierto hombre llamado Abel, que fue causa de los celos de la acusada. Después de ser absuelta, ella desapareció, y así Provis perdió a la niña y a su madre. - Quisiera saber… - Un momento, querido Haendel, y habré terminado. Aquel mal hombre, aquel Compeyson, el peor criminal entre los criminales, conociendo los motivos que tenía Provis para ocultarse en aquellos tiempos y sus razones para obrar de esta suerte, se aprovechó, naturalmente, de ello para amenazarle, para regatearle su participación en los negocios y para hacerle trabajar más que nunca. Anoche, Provis me dio a entender que eso fue precisamente lo que despertó más su animosidad. - Deseo saber - repetí - si él te indicó la fecha en que ocurrió todo eso. - Déjame que recuerde sus palabras - contestó Herbert. - Su expresión fue: «hace cosa de veinte años, poco tiempo después de haber empezado a trabajar con Compeyson». ¿Qué edad tendrías tú cuando le conociste en el pequeño cementerio de tu aldea? - Me parece que siete años. - Eso es. Dijo que todo aquello había ocurrido tres o cuatro años antes, y añadió que cuando te vio le recordaste a la niñita trágicamente perdida, pues entonces sería de tu misma edad. -Herbert - le dije después de corto silencio y con cierto apresuramiento, - ¿cómo me ves mejor: a la luz de la ventana o a la del fuego? - A la del fuego - contestó Herbert acercándose de nuevo a mí. - Pues rnírame. - Ya lo hago, querido Haendel. - Tócame. - Ya te toco. - ¿Te parece que estoy febril o que tengo la cabeza trastornada por el accidente de la pasada noche? - No, querido Haendel - contestó Herbert después de tomarse algún tiempo para contestarme. - Estás un poco excitado, pero estoy seguro de que razonas perfectamente. - Lo sé - le dije. - Por eso te digo que el hombre a quien tenemos oculto junto al río es el padre de Estella. ...

En la línea 3176
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mientras reflexionaba en todo esto y se preparaba para una nueva lucha, Raskolnikof empezó a temblar de pronto, y se enfureció ante la idea de que aquel temblor podía ser de miedo, miedo a la entrevista que iba a tener con el odioso Porfirio Petrovitch. Pensar que iba a volver a ver a aquel hombre le inquietaba profundamente. Hasta tal extremo le odiaba, que temía incluso que aquel odio le traicionase, y esto le produjo una cólera tan violenta, que detuvo en seco su temblor. Se dispuso a presentarse a Porfirio en actitud fría e insolente y se prometió a sí mismo hablar lo menos posible, vigilar a su adversario, permanecer en guardia y dominar su irascible temperamento. En este momento le llamaron al despacho de Porfirio Petrovitch. ...

En la línea 891
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Horriblemente vejado, Des Grieux se encogió de hombros, lanzó una mirada desdeñosa a la abuela y se retiró. Estaba arrepentido de haberse entrometido, por no saber dominar su impaciencia en los asuntos de aquella vieja sin juicio, “tombée en enfance”. ...

Errores Ortográficos típicos con la palabra Dominar

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