Cómo se escribe.org.es

La palabra dejado
Cómo se escribe

la palabra dejado

La palabra Dejado ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece dejado.

Estadisticas de la palabra dejado

Dejado es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1135 según la RAE.

Dejado tienen una frecuencia media de 80.09 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la dejado en 150 obras del castellano contandose 12174 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Dejado

Cómo se escribe dejado o degado?


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece dejado

La palabra dejado puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 247
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mientras ellas, que ya comenzaban a llamar la atención de los mozos de la huerta, asistían con pañuelos de seda nuevos, vistosos, y planchadas y ruidosas faldas a las fiestas de los pueblecillos, o despertaban al amanecer para ir descalzas y en camisa a mirar por las rendijas del ventanillo quiénes eran los que cantaban les alboaes (Las alboradas) o las obsequiaban con rasgueo de guitarra, el pobre tío Barret, empeñado cada vez más en nivelar su presupuesto, sacaba, onza tras onza, todo el puñado de oro amasado ochavo sobre ochavo que le había dejado su padre, acallando así a don Salvador, viejo avaro que nunca tenía bastante, y no contento con exprimirle, hablaba de lo mal que estaban los tiempos, del escandaloso aumento de las contribuciones y de la necesidad de subir el precio del arrendamiento. ...

En la línea 285
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Por qué no eran suyos los campos? Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones; estaban regados con el sudor de la familia; si no fuese por ellos, por los Barrets, estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar. ...

En la línea 731
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero, sin duda, el señor, no queriendo levantarse a tal hora, había dejado perder su turno, y a las cinco, cuando el agua era ya de otros, había alzado la compuerta sin permiso de nadie (primer delito), había robado el riego a los demás vecinos (segundo delito) e intentado regar sus campos, queriendo oponerse a viva fuerza a las órdenes del atandador, lo que constituía el tercero y último delito. ...

En la línea 1064
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Siempre gastando dinero! Eran dos reales o poco menos lo que en una semana había dejado en la taberna con tantos obsequios. ...

En la línea 1215
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Tal vez esta creencia equivale a una cobardía: tú no puedes comprenderme, _Alcaparrón_. Pero, ¡ay! ¡la Muerte! ¡la incógnita, que nos espía y nos sigue, burlándose de nuestras soberbias y nuestras satisfacciones!... Yo la desprecio, me río de ella, la espero sin miedo para descansar de una vez: y como yo, muchísimos. Pero los hombres amamos, y el amor nos hace temblar por los que nos rodean: troncha nuestras energías, nos hace caer de bruces, cobardes y trémulos ante esa bruja, inventando mil mentiras, para consolarnos de sus crímenes. ¡Ay, si no amásemos!... ¡qué animal tan valeroso y temerario sería el hombre! El carro, en su marcha traqueteante, había dejado atrás al gitano y a Salvatierra, que se detenían para hablar. Ya no le veían. Les servía de guía su lejano chirrido y el plañir de la familia, que marchaba a la zaga, acometiendo de nuevo la canturía de su dolor. ...

En la línea 1440
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había dejado caer el tenedor, y una nubecilla roja pasó por su frente. ...

En la línea 124
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Veamos, querido hostelero: mientras vuestro joven estaba des vanecido estoy seguro de que no habréis dejado de mirar también ese bolso. ...

En la línea 255
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tréville había captado el lado débil de su amo, y gracias a esta ha bilidad debía el largo y constante favor de un rey que no ha dejado reputación de haber sido muy fiel a sus amistades. ...

En la línea 261
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por lo demás, en ninguna de las Memorias de esa época que tantas Memorias ha dejado se ve que ese digno gentilhombrehaya sido acusado, ni siquiera por sus enemigos - y los tenía tanto entre las gentes de pluma como entre las gentes de espada-en ninguna parte se ve, decimos, que ese digno gentilhombre haya sido acusado de hacerse pagar la cooperación de sus secuaces. ...

En la línea 515
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tréville se decía aparte para sí:«Si el cardenal me ha despachado a este joven zorro, a buen se guro, él, que sabe hasta qué punto lo execro, no habrá dejado de decir a su espía que el mejor medio de hacerme la corte es echar pestes de él; así, pese a mis protestas, el astuto compadre va a responderme con toda seguridad que siente horror por Su Eminencia. ...

En la línea 144
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Al tratar de los cargos que pesan sobre los ministros de la audiencia, hemos dejado para hablar en párrafo separado del juzgado de bienes de difuntos, y antes de concluir esta primera parte, es el lugar mas oportuno de ocuparnos de esta dependencia ó ramificacion del poder judicial. ...

En la línea 333
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Los fundadores de esas obras pias no preveyeron que podia llegar un dia en que cesase la comunicacion y comercio de Filipinas con Nueva-España, y dieron sus reglas de administracion limitadas á aquellas tres clases de jiros, cuya cesacion repentina ha dejado ociosos esos fondos y espuestos á mil continjencias. ...

En la línea 623
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Inquirí el motivo y replicó que desde la expulsión de los frailes de sus iglesias y conventos, había dejado de oír misa y de confesarse, porque los curas no tenían en tal ministerio poder espiritual, y, por tanto, se abstenía de ir a molestarlos. ...

En la línea 784
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aún no hacía cinco minutos que nos había dejado solos, cuando entraron en el vestíbulo tres individuos que se me acercaron pausadamente.—Estos son los directores del colegio, dije entre mí; y lo eran, en efecto. ...

En la línea 960
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Habíamos dejado el camino para utilizar un pequeño atajo practicable para las caballerías, pero que, como otros muchos, no podía recorrerse en carruaje. ...

En la línea 1188
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Menos de un cuarto de hora después, habíamos dejado Badajoz a nuestra espalda. ...

En la línea 381
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De allí a dos días se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y, como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. ...

En la línea 1215
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Tornóle a referir el recado y embajada que había de llevar de su parte a su señora Dulcinea, y que, en lo que tocaba a la paga de sus servicios, no tuviese pena, porque él había dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad, del tiempo que hubiese servido; pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula. ...

En la línea 1371
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -No son los amores como los que vuestra merced piensa -dijo el galeote-; que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar, atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente que, a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. ...

En la línea 1551
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El otro, a quien podemos llamar el Roto de la Mala Figura -como a don Quijote el de la Triste-, después de haberse dejado abrazar, le apartó un poco de sí, y, puestas sus manos en los hombros de don Quijote, le estuvo mirando, como que quería ver si le conocía; no menos admirado quizá de ver la figura, talle y armas de don Quijote, que don Quijote lo estaba de verle a él. ...

En la línea 691
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Bynoe, mucha lluvia, mucha nieve, mucho viento!» Evidentemente aludía a un castigo cualquiera por haber malgastado alimentos que podían servir de sostén al hombre. Nos contó en esta ocasión, y sus palabras eran atropelladas y salvajes y sus gestos violentos, que un día volvía su hermano a la costa a buscar unos pájaros muertos que había dejado allí, cuando vio arrastradas por el viento algunas plumas. El hermano dijo (y York imitaba la voz de su hermano): « ¿Qué, es esto?»-Entonces avanzó arrastrándose, miró por encima del acantilado y vio a un salvaje que recogía los pájaros; avanzó un poco más, arrojó una gran piedra sobre el hombre y le mató. Y añadía York que enseguida hubo por espacio de muchos días terribles tempestades, acompañadas de lluvia y nieve. ...

En la línea 717
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... nuestras lanchas. De todo lo que York había visto durante su viaje nada le había sorprendido tanto como un avestruz cerca de Maldonado; jadeando, en fuerza de su admiración, vino corriendo hacia Mr. Bynoe con el cual paseaba: «¡Oh Bynoe! ¡Oh! ¡pájaro, parece caballo!» Mucho les extrañaba a los indígenas, indudablemente, nuestra piel blanca, pero si hemos de creer los relatos de Mr. Low, el cocinero negro de un barco pescador les causó una sorpresa muchísimo mayor; se reunían tantos alrededor de aquel pobre muchacho que no consintió en adelante saltar nunca a tierra. Marchaba todo tan bien, que no dudaba yo en dar largos paseos, en compañía de algunos oficiales, por aquellas colinas y bosques circunvecinos. Sin embargo, el día 27 desaparecieron de improviso todas las mujeres y todos los niños. Tal desaparición nos produjo mayor inquietud por cuanto ni York, ni Jemmy pudieron decirnos la causa. Unos creían que la noche anterior habíamos asustado a los salvajes limpiando y descargando los fusiles; otros opinaban que todo dependía de que un salvaje viejo se había creído insultado porque un centinela le había impedido el paso; bien es verdad que el salvaje había escupido tranquilamente a la cara al centinela; demostrando por los gestos que después hizo junto a un camarada suyo, dormido, que le hubiera cortado con gusto la cabeza y se lo hubiese comido. Para evitar el peligro de una batalla que no hubiese dejado de ser fatal a tantos salvajes, pensó el capitán Fitz-Roy que lo mejor sería pasar la noche en un ansa inmediata. Matthews, con su valor sereno, tan natural en él, a pesar de que no parecía tener un carácter muy enérgico, resolvió quedarse con los fueguenses, que decían que no tenían nada que temer por sí mismos; y los dejamos en su aislamiento para pasar allí la primera noche. ...

En la línea 731
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Entrábamos en una bahía retirada, donde esperábamos pasar una noche tranquila, y de repente resonaba en nuestros oídos esta palabra odiosa, saliendo de cualquier rincón oscuro que no habíamos advertido; después una señal de fuego avisaba la noticia de nuestro paso. Al abandonar cada punto nos felicitábamos mutuamente y nos decíamos: «¡Gracias a Dios que al fin hemos dejado a estos salvajes atrás!» Un grito penetrante, lanzado desde enorme distancia, llegaba de improviso hasta nosotros, grito en el cual podíamos distinguir sin esfuerzo el odiado yammerschooner. Hoy, por el contrario, mientras más fueguenses había, más nos divertíamos. Hombres civilizados y salvajes, todos reíamos, nos mirábamos y nos admirábamos. Les mirábamos con piedad, porque nos daban buenos peces y excelentes langostas, a cambio de guiñapos de cualquier clase; ellos aprovechaban la ocasión rarísima que les proporcionaban gentes tan locas que cambiaban ornamentos tan espléndidos por una comida. La sonrisa de satisfacción con que una joven de cara pintada de negro ataba con juncos varios pedazos de tela encarnada alrededor de su cabeza nos divertía extraordinariamente. Su marido, que gozaba del privilegio universal en este país de tener dos mujeres, llegó a estar celoso de las atenciones que teníamos con la más joven, por lo cual, después de una breve consulta con sus desnudas beldades les ordenó forzar los remos para alejarse. ...

En la línea 734
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El 5 de marzo echamos el ancla en la bahía de Woollya, pero no encontramos allí a nadie. Nos alarmó esto tanto más, cuanto que creíamos comprender por los gestos de los indígenas del estrecho de Eonsonby que había habido batalla. Más tardé hemos sabido que los terribles Oeus habían hecho una incursión. Sin embargo, muy pronto se aproximó a nosotros una canoíta, con una bandera en la proa y vimos que uno de los hombres que la tripulaban se lavaba la cara a grandes farfadas para quitarse la pintura; aquel hombre era nuestro pobre Jemmy, ya hoy hecho un salvaje flaco, huraño, con la cabellera en desorden y todo desnudo a excepción de un pedazo de tela alrededor de la cintura. No le conocimos hasta que estuvo a nuestro lado, porque estaba muy vergonzoso y volvía la espalda al barco. Le habíamos dejado gordo, limpio, bien vestido; no he visto nunca cambio más completo, ni más triste. Pero en cuanto se vistió, en cuanto desapareció el primer aturdimiento volvió a ser lo que era. Come con el capitán Fitz-Roy y lo hace con la pulcritud de otros tiempos. Nos dice que tiene demasiado, quiere decir bastante que comer, y que no tiene frío, que sus parientes son gente brava y que no quiere volver a Inglaterra. Por la tarde descubrimos la causa de aquel gran cambio en las ideas de Jemmy: llega al barco su joven y linda mujer. ...

En la línea 290
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Allí, como en nichos, habitaban las herederas de muchas familias ricas y nobles; habían dejado, en obsequio al Crucificado, el regalo de su palacio ancho y cómodo de allá arriba por la estrechez insana de aquella pocilga, mientras sus padres, hermanos y otros parientes regalaban el perezoso cuerpo en las anchuras de los caserones tristes, pero espaciosos de la Encimada. ...

En la línea 447
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cierta ocasión ella había dejado caer el pañuelo, un pañuelo que olía como aquella carta, y él lo había recogido y al entregárselo se habían tocado los dedos y ella había dicho: —Gracias, Saturno. ...

En la línea 2384
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La Ilustración francesa se había dejado en un arranque de patriotismo; por culpa de un grabado en que aparecían no se sabe qué reyes de España matando toros. ...

En la línea 2733
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Le explicaron el caso, pues aún no había dejado que le enterasen. ...

En la línea 216
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... ¿Por qué seguir aquí, oyendo la charla apasionada de este erudito, sinceramente indignado por la injusticia póstuma infligida a la memoria de unos seres que habían dejado de existir cuatrocientos años antes?… ...

En la línea 271
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Además el descendiente de los caballeros de Játiva, eternos guerreadores contra los moros, publicó inmediatamente cuál iba a ser la verdadera finalidad de su Pontificado: combatir a los turcos hasta reconquistar Constantinopla, que su antecesor, el Pontífice bibliófilo, había dejado perderse con desesperados lamentos, pero sin ninguna medida enérgica que impidiese dicha catástrofe cristiana. ...

En la línea 319
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La escuadra del Papa había dejado pasar semanas y meses sin hacer nada positivo contra sus adversarios. El cardenal-almirante Scarampo se veía mal recibido en las islas griegas. Sus habitantes, convencidos de la victoria final» dé los turcos, no querían comprometerse prestando ayuda a las naves papales. Al fin, Scarampo encontraba una flota turca cerca de Mitilene, batiéndola completamente y apoderándose por abordaje de veinticinco de sus buques. ...

En la línea 369
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En sus tiempos de secretario de Alfonso V había mirado siempre con menosprecio a este bastardo, y le era imposible admitirlo como rey. Un caballero de Valencia, avecindado en la calle de la Bolsería, se cuidó de educar al pequeño Fernando, al que luego sus súbditos italianos llamaron Ferrante, siendo el fundador de la dinastía de Aragón en Nápoles. Su madre, dama valenciana sin importancia apenas había dejado recuerdos. ...

En la línea 1012
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie no necesitaba oír al profesor para darse cuenta de la gravedad de su acto. Pero renacía su cólera al acordarse de los pinchazos de aquellos pigmeos, y creía sentir aún el dolor en sus piernas. ¿Por qué no lo habían dejado dormir en paz?… ...

En la línea 1094
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y el Gentleman-Montaña, convencido por sus razones, le había dejado en el suelo para que huyese, aprovechando la confusión que reinaba en torno de la Galería. ...

En la línea 1175
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Flimnap le contó los amores de Pepito con Ra-Ra; como este, valiéndose de una astucia todavía ignorada, conseguía entrar al servicio del gigante, y como el tal gigante, desconocedor de las costumbres del país, se había dejado engañar por el joven, sin suponer sus maquinaciones contra el orden social. Al no poder vengarse Momaren del revolucionario Ra-Ra, que andaba fugitivo, quería saciar ahora su odio en el pobre Hombre-Montaña. Además, su vanidad de autor atribuía una intención malévola al pobre gigante, el cual, por simple torpeza, había interrumpido su fiesta literaria. ...

En la línea 1180
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Quedó tan satisfecho de la visita de Flimnap, que hasta quiso borrar la mala impresión que podían haber dejado en él ciertas palabras de su último discurso. ...

En la línea 105
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Andando los años, y cuando ya Estupiñá iba para viejo y no hacía corretaje ni contrabando, desempeñó en la casa de Santa Cruz un cargo muy delicado. Como era persona de tanta confianza y tan ciegamente adicto a la familia, Barbarita le confiaba a Juanito para que le llevase y le trajera al colegio de Massarnau, o le sacara a paseo los domingos y fiestas. Segura estaba la mamá de que la vigilancia de Plácido era como la de un padre, y bien sabía que se habría dejado matar cien veces antes que consentir que nadie tocase al Delfín (así le solía llamar) en la punta del cabello. Ya era este un polluelo con ínfulas de hombre cuando Estupiñá le llevaba a los Toros, iniciándole en los misterios del arte, que se preciaba de entender como buen madrileño. El niño y el viejo se entusiasmaban por igual en el bárbaro y pintoresco espectáculo, y a la salida Plácido le contaba sus proezas taurómacas, pues también, allá en su mocedad, había echado sus quiebros y pases de muleta, y tenía traje completo con lentejuelas, y toreaba novillos por lo fino, sin olvidar ninguna regla… Como Juanito le manifestara deseos de ver el traje, contestábale Plácido que hacía muchos años su hermana la sastra (que de Dios gozaba) lo había convertido en túnica de un Nazareno, que está en la iglesia de Daganzo de Abajo. ...

En la línea 680
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Don José no había dejado nada en el plato más que el hueso. Después exhaló un hondísimo suspiro, y llevándose la mano al pecho, dejó escapar con bronca voz estas palabras: ...

En la línea 807
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al día siguiente, el Delfín estaba poco más o menos lo mismo. Por la mañana, mientras Barbarita y Plácido andaban por esas calles de tienda en tienda, entregados al deleite de las compras precursoras de Navidad, Jacinta salió acompañada de Guillermina. Había dejado a su esposo con Villalonga, después de enjaretarle la mentirilla de que iba a la Virgen de la Paloma a oír una misa que había prometido. El atavío de las dos damas era tan distinto, que parecían ama y criada. Jacinta se puso su abrigo, sayo o pardessus color de pasa, y Guillermina llevaba el traje modestísimo de costumbre. ...

En la línea 951
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Desprendido de las manos de su mujer, que como tenazas le sujetaban, Ido volvió a sus mímicas, y Nicanora, sabiendo que no había más medio de aplacarle que dar rienda suelta a su insana manía para que el ataque pasara más pronto, le puso en la mano un palillo de tambor que allí habían dejado los chicos, y empujándole por la espalda… «Ya puedes escabecharnos—le dijo—, anda, anda; estamos allí, en el camarín, tan agasajaditos… Fuerte, hijo; dale firme y sácanos el mondongo… ». ...

En la línea 359
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¿Sabes, sobre quién has dejado caer tu garrote? ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 464
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Miles reflexionó unos momentos y se dijo: 'Sí, eso es. Por cualquier otro medio sería imposible conseguirlo. Y, en verdad, mi experiencia de estas horas pasadas me ha enseñado que sería harto trabajoso e inconveniente proseguir como hasta ahora. Sí, lo propondré. Ha sido una feliz casualidad que no haya dejado perder la ocasión.' Después de esto dobló una rodilla y dijo: ...

En la línea 909
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Eso le salió bastante mal, con gran sorpresa suya, porque lavar las cucharas de palo y los cuchillos le había parecido fácil. Era una tarea tediosa y molesta, pero al fin la termino. Empezaba a sentir impaciencia por proseguir su viaje; no obstante, no había que perder tan fácilmente la compañía de aquella generosa mujer. Ésta le procuró diferentes ocupaciones de poca monta, que el rey desempeñó con gran lentitud y con regular lucimiento. Luego lo puso en compañía de las niñas a mondar manzanas, pero el rey se mostró tan torpe que la mujer le dio, en cambio, a afilar una chaira de carnicero. Después lo tuvo cardando lana tanto rato que el niño empezó a sentir que había dejado muy por debajo al buen rey Alfredo en cuanto a heroísmos, que estarían muy en su punto en los libros de cuentos y de historias, y se sintió medio inclinado a renunciar. Y, en efecto, así lo hizo cuando después de la comida del medio día la buena mujer le dio una canasta con unos gatitos para que los ahogara. Finalmente estaba a punto de renunciar –porque se dijo que si había de encontrar el momento oportuno sería éste en que le ordenaban ahogar los gatos– cuando sobrevino una interrupción. ¡La tal interrupción eran John Canty, con una caja de buhonero a la espalda, y Hugo! ...

En la línea 271
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y vino la muerte, aquella muerte lenta, grave y dulce, indolorosa, que entró de puntillas y sin ruido, como un ave peregrina, y se la llevó a vuelo lento, en una tarde de otoño. Murió con su mano en la mano de su hijo, con sus ojos en los ojos de él. Sintió Augusto que la mano se enfriaba, sintió que los ojos se inmovilizaban. Soltó la mano después de haber dejado en su frialdad un beso cálido, y cerró los ojos. Se arrodilló junto al lecho y pasó sobre él la historia de aquellos años iguales. ...

En la línea 275
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Unos débiles quejidos, como de un pobre animal, interrumpieron su soliloquio. Escudriñó con los ojos y acabó por descubrir, entre la verdura de un matorral, un pobre cachorrillo de perro que parecía buscar camino en tierra. «¡Pobrecillo! –se dijo–. Lo han dejado recién nacido a que muera; les faltó valor para matarlo.» ...

En la línea 865
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Como no sea que has dejado encinta a tu mujer… ...

En la línea 1402
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No importa. La fui a ver. Figúrese usted aquella nuestra primera entrevista. Lloramos nuestras sendas desgracias, que eran una desgracia común. Yo me decía: «¿Y es por mi mujer por la que ha dejado a esta ese hombre?», y sentía, ¿por qué no he de confesarle la verdad?, una cierta íntima satisfacción, algo inexplicable, como si yo hubiese sabido escoger mejor que él y él lo reconociese. Y ella, su mujer, se hacía una reflexión análoga, aunque invertida, según después me ha declarado. Le ofrecí mi ayuda pecuniaria, lo que de mi fortuna necesitase, y empezó rechazándomelo. «Trabajaré para vivir y mantener a mi hija», me dijo. Pero insistí y tanto insistí que acabó aceptándomelo. La ofrecí hacerla mi ama de llaves, que se viniese a vivir conmigo, claro que viniéndonos muy lejos de nuestra patria, y después de mucho pensarlo lo aceptó también. ...

En la línea 1847
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Y si Sandokán ha dejado hombres ocultos en el parque? Me han dicho que lo acompaña un hombre blanco que se llama Yáñez, tan audaz y peligroso como él. ...

En la línea 200
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Transcurrieron los dos primeros días. El Abraham Lincoln navegaba a presión reducida. Se emplearon todos los medios posibles para llamar la atención o para estimular la apatía del animal, en el supuesto de que se hallase en aquellos parajes. Se echaron al mar, a la rastra, enormes trozos de tocino, para la mayor satisfacción de los tiburones, debo decirlo. Se echaron al agua varios botes para explorar en todas direcciones, en un amplio radio de acción, el mar en torno al Abraham Lincoln, dejado al pairo. Pero la noche del 4 de noviembre llegó sin que se hubiera desvelado el misterio submarino. ...

En la línea 203
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Observando a Conseil, creí ver que el buen muchacho se había dejado contagiar un poco del estado de ánimo general. Quizá y por vez primera sus nervios vibraban bajo el sentimiento de la curiosidad. -Vamos, Conseil -le dije-, ésta es la última ocasión de embolsarse dos mil dólares. ...

En la línea 610
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo calló súbitamente, en medio del entusiasmo que le desbordaba. ¿Se había dejado ir más allá de su habitual reserva? ¿Habría hablado demasiado? Muy agitado, se paseó durante algunos instantes. Luego sus nervios se calmaron, su fisonomía recuperó su acostumbrada frialdad, y volviéndose hacia mí, dijo: ...

En la línea 883
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Me desperté al día siguiente, 9 de noviembre, tras un largo sueño de doce horas. Según su costumbre, Conseil vino a enterarse de «cómo había pasado la noche el señor» y a ofrecerme sus servicios. Había dejado su amigo el canadiense durmiendo como un hombre que no hubiera hecho otra cosa en la vida. ...

En la línea 126
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Poco después llegué a la Batería, y allí encontré a mi conocido, abrazándose a sí mismo y cojeando de un lado a otro, como si en toda la noche no hubiese dejado de hacer ambas cosas. Me esperaba. Indudablemente, tenía mucho frío. Yo casi temía que se cayera ante mí y se quedase helado. Sus ojos expresaban tal hambre, que, cuando le entregué la lima y él la dejó sobre la hierba, se me ocurrió que habría sido capaz de comérsela si no hubiese visto lo que le llevaba. Aquella vez no me hizo dar ninguna voltereta para apoderarse de lo que tenía, sino que me permitió continuar en pie mientras abría el fardo y vaciaba mis bolsillos. ...

En la línea 189
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En aquella buena compañía, aunque yo no hubiese robado la despensa, me habría encontrado en una posición falsa, y no porque me viese oprimido por un ángulo agudo de la mesa, que se me clavaba en el pecho, y el codo del tío Pumblechook en mi ojo, ni porque se me prohibiera hablar, cosa que no deseaba, así como tampoco porque se me obsequiara con las patas llenas de durezas de los pollos o con las partes menos apetitosas del cerdo, aquellas de las que el animal, cuando estaba vivo, no tenía razón alguna para envanecerse. No, no habría puesto yo el menor inconveniente en que me hubiesen dejado a solas. Pero no querían. Parecía como si creyesen perder una ocasión agradable si dejaban de hablar de mí de vez en cuando, señalándome también algunas veces. Y era tanto lo que me conmovían aquellas alusiones, que me sentía tan desgraciado como un toro en la plaza. ...

En la línea 776
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era un hombre corpulento, muy moreno, dotado de una cabeza enorme y de una mano que correspondía al tamaño de aquélla. Me cogió la barbilla con su manaza y me hizo levantar la cabeza para mirarme a la luz de la bujía. Estaba prematuramente calvo en la parte superior de la cabeza y tenía las cejas negras, muy pobladas, cuyos pelos estaban erizados como los de un cepillo. Los ojos estaban muy hundidos en la cara y su expresión era aguda de un modo desagradable, y recelosa. Llevaba una enorme cadena de reloj, y se advertía que hubiese tenido una espesa barba, en el caso de que se la hubiese dejado crecer. Aquel hombre no representaba nada para mí, y no podía adivinar que jamás pudiera importarme, y, así, aproveché la oportunidad de examinarle a mis anchas. ...

En la línea 865
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Aunque, cortésmente, suprimí la palabra «muchacho». - ¿Quién te ha dejado entrar? - preguntó. ...

En la línea 169
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Hacía quince días que su patrona no le enviaba la comida, y ni siquiera le había pasado por la imaginación ir a pedirle explicaciones, aunque se quedaba sin comer. Nastasia, la cocinera y única sirvienta de la casa, estaba encantada con la actitud del inquilino, cuya habitación había dejado de barrer y limpiar hacía tiempo. Sólo por excepción entraba en la buhardilla a pasar la escoba. Ella fue la que lo despertó aquella mañana. ...

En la línea 209
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Cuando hace dos meses me escribiste diciéndome que te habías enterado de que Dunia había caído en desgracia en casa de los Svidrigailof, que la trataban desconsideradamente, y me pedías que te lo explicara todo, no me pareció conveniente hacerlo. Si te hubiese contado la verdad, lo habrías dejado todo para venir, aunque hubieras tenido que hacer el mismo camino a pie, pues conozco tu carácter y tus sentimientos y sé que no habrías consentido que insultaran a tu hermana. ...

En la línea 234
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Procuraré vivir cerca de vosotros, pues aún tengo que decirte lo más agradable, Rodia. Precisamente por serlo lo he dejado para el final de la carta. Has de saber, querido hijo, que seguramente nos volveremos a reunir los tres muy pronto, y podremos abrazarnos tras una separación de tres años. Está completamente decidido que Dunia y yo nos traslademos a Petersburgo. No puedo decirte la fecha exacta de nuestra salida, pero puedo asegurarte que está muy próxima: tal vez no tardemos más de ocho días en partir. Todo depende de Piotr Petrovitch, que nos avisará cuando tenga casa. Por ciertas razones, desea que la boda se celebre cuanto antes, lo más tarde antes de la cuaresma de la Asunción. ...

En la línea 251
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »¡Como si mama tuviera el dinero para arrojarlo por la ventana! ¿Con qué llegará a Petersburgo? Con tres rublos, o dos pequeños billetes, como los que mencionaba el otro día la vieja usurera… ¿Cómo cree que podrá vivir en Petersburgo? Pues es el caso que ha visto ya, por ciertos indicios, que le será imposible estar en casa de Dunia, ni siquiera los primeros días después de la boda. Ese hombre encantador habrá dejado escapar alguna palabrita que debe de haber abierto los ojos a mamá, a pesar de que ella se niegue a reconocerlo con todas sus fuerzas. Ella misma ha dicho que no quiere vivir con ellos. Pero ¿con qué cuenta? ¿Pretende acaso mantenerse con los ciento veinte rublos de la pensión, de los que hay que deducir el préstamo de Atanasio Ivanovitch? En nuestra pequeña ciudad desgasta la poca vista que le queda tejiendo prendas de lana y bordando puños, pero yo sé que esto no añade más de veinte rublos al año a los ciento veinte de la pensión; lo sé positivamente. Por lo tanto, y a pesar de todo, ellas fundan sus esperanzas en los sentimientos generosos del señor Lujine. Creen que él mismo les ofrecerá su apoyo y les suplicará que lo acepten. ¡Sí, si… ! Esto es muy propio de dos almas románticas y hermosas. Os presentan hasta el último momento un hombre con plumas de pavo real y no quieren ver más que el bien, nunca el mal, aunque esas plumas no sean sino el reverso de la medalla; no quieren llamar a las cosas por su nombre por adelantado; la sola idea de hacerlo les resulta insoportable. Rechazan la verdad con todas sus fuerzas hasta el momento en que el hombre por ellas idealizado les da un puñetazo en la cara. Me gustaría saber si el señor Lujine está condecorado. Estoy seguro de que posee la cruz de Santa Ana y se adorna con ella en los banquetes ofrecidos por los hombres de empresa y los grandes comerciantes. También la lucirá en la boda, no me cabe duda… En fin, ¡que se vaya al diablo! ...

En la línea 268
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —No, no; usted no tiene nada que ver. Ya le dije a usted que me cuesta trabajo explicarme. Usted me aturde. No se enoje a causa de mi conversación. Usted comprende por qué no puede enfadarse conmigo. Estoy sencillamente loco. Por otra parte, su cólera me importaría muy poco. Me basta solamente imaginar, en mi pequeña habitación, el frufrú de su vestido, y ya estoy dispuesto a morderme los puños. ¿Porqué se enfada usted conmigo? ¿Por el hecho de llamarme esclavo suyo? ¡Aprovéchese de mi esclavitud, aprovéchese! ¿No sabe usted que un día u otro la he de matar? No por celos o porque haya dejado de amarla, sino porque sí, la mataré sencillamente, porque tengo algunas veces deseos de devorarla. Usted se ríe… ...

En la línea 371
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Des Grieux era, como todos los franceses, jovial y amable por interés y por necesidad e insoportablemente fastidioso cuando la necesidad de aparecer jovial había dejado de existir. ...

En la línea 420
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Oh, oh! —exclamó al verme—. Yo iba a su casa y usted a la mía. ¿Ha dejado ya a los suyos? ...

En la línea 481
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... “He aquí, pues, a la que esperaban ver muerta y enterrada y después de haberles dejado una herencia —pensé en seguida—; pero es ella quien nos enterrará a todos y a toda la gente del hotel ¡Dios mío! Pues es capaz de revolver el hotel de arriba abajo. “ ...

En la línea 352
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Después, con el ademán de un hombre resuelto, se dirigió a la cama, cogió su morral, lo abrió, lo registró, sacó un objeto de hierro que puso sobre la cama, se metió los zapatos en los bolsillos, cerró el saco y se lo echó a la espalda, se puso la gorra bajando la visera sobre los ojos, buscó a tientas su palo, y fue a colocarlo en el ángulo de la ventana; después volvió a la cama y cogió resueltamente el objeto que había dejado allí. Parecía una barra de hierro corta, aguzada como un chuzo: era una lámpara de minero. A veces se empleaba a presidiarios en faenas mineras cerca de Tolón y no es, por tanto, de extrañar que Valjean tuviera en su poder dicho implemento. Con ella en la mano, y conteniendo la respiración, se dirigió al cuarto contiguo. Encontró la puerta entornada. El obispo no la había cerrado. ...

En la línea 551
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Es un papel que esos señores han dejado abajo para estas señoritas. ...

En la línea 876
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Os he oído. No sabía nada de lo que habéis dicho. Creo y comprendo que todo es verdad. Ignoraba también que hubieseis abandonado mis talleres. ¿Por qué no os habéis dirigido a mí? Pero yo pagaré ahora vuestras deudas, y haré que venga vuestra hija, o que vayáis a buscarla. Viviréis aquí o en París, donde queráis. Yo me encargo de vuestra hija y de vos. No trabajaréis más si no queréis; os daré todo el dinero que os haga falta. Volveréis a ser honrada volviendo a ser feliz. Además, yo creo que no habéis dejado de ser virtuosa y santa delante de Dios, ¡pobre mujer! ...

En la línea 254
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En un punto especialmente peligroso, donde había una roca que asomaba por la superficie del agua, Hans liberó la cuerda y, mientras Thornton empujaba con la pértiga la embarcación hacia el centro de la corriente, él corría por la orilla con el extremo del cabo en la mano dispuesto a frenar la canoa una vez que hubiera dejado atrás la roca. Pero, tras superar el escollo, la canoa se deslizó aguas abajo llevada por una corriente tan rápida como la presa de un molino, y entonces Hans la frenó con la cuerda, pero fue demasiado brusco. La embarcación se tambaleó y volcó sobre la orilla, mientras Thornton, despedido por el impulso, era arrastrado por la corriente hacia la parte más peligrosa de los rápidos, un tramo de aguas turbulentas en la que ningún nadador podría sobrevivir. ...

En la línea 292
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Los espectadores recobraron el aliento y volvieron a respirar con normalidad sin percatarse de que por un momento habían dejado de hacerlo. Thornton iba corriendo detrás, animando a Buck con palabras de aliento. Se había medido la distancia y, según se aproximaban a la pila de leña que marcaba el fin del recorrido de cien metros, empezó a surgir un creciente murmullo que explotó en un rugido cuando Buck alcanzó la meta y se detuvo a la voz de alto. Todo el mundo, incluido Matthewson, estaba entusiasmado. Volaban por el aire guantes y sombreros. Los presentes se daban la mano, sin importarles con quién, y hablaban a gritos como en una incoherente babel. ...

En la línea 341
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cazando sus presas en los flancos del grupo migratorio de alces, como lo hacían los yeehat, la manada de lobos finalmente había dejado atrás los bosques y las corrientes para invadir el valle de Buck. Llegaron al claro del bosque como una avalancha de sombras plateadas por la luna; y en el centro del claro estaba Buck, inmóvil como una estatua, esperándolos. Sobrecogidos ante su quietud y su corpulencia, se detuvieron, hasta que el más audaz se abalanzó sobre él. Buck reaccionó como un rayo y le quebró el pescuezo. A continuación se quedó, como antes, inmóvil, con el lobo herido agonizando a sus pies. Otros tres lo intentaron y uno tras otro se retiraron, chorreando sangre por la garganta y con el lomo desgarrado. ...

En la línea 803
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Regalada frescura subía del agua. Era la nota característica del paisaje, dulce melancolía, blando adormecimiento, el reposo de la madre Naturaleza cuando, fatigada de la continua gestación del estío, se prepara al sopor invernal. Lucía había dejado de ser niña; los objetos exteriores le hablaban ya elocuentemente, y comenzaba a escucharlos; el parque la sumía en vaga contemplación. Su alma parecía desasirse del cuerpo, como se desase del tronco la hoja, y vagar como ella sin objeto ni dirección, entregada a la delicia del anonadamiento, al dulzor de no sentirse existir. ¡Y cuán grata debía de ser la muerte, si parecida a la de las hojas; la muerte por desprendimiento, sin violencia, representando el paso a más bellas comarcas, el cumplimiento de algún anhelo inexplicable, oculto, allá, en el fondo de su ser! Cuando tales ideas en tropel se le venían a la mente, un pajarillo descendía de un árbol, y oíase el batir de sus alas en el aire. Andaba algún tiempo a brincos por las calles de arena rebotando en las hojas secas; al acercársele Lucía daba de pronto un voleteo yendo a posarse en la cima más alta de las acacias rumorosas. ...

En la línea 46
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg había dejado su casa de Saville Row a las once y media, y después de haber colocado quinientas setenta y cinco veces el pie derecho delante del izquierdo y quinientas setenta y seis veces el izquierdo delante del derecho, llegó al Reform Club, vasto edificio levantado en Pall Mall, cuyo coste de construcción no ha bajado de tres millones. ...

En la línea 451
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... No había dejado sir Francis Cromarty de reconocer la originalidad de su compañero de viaje, bien que no lo hubiera estudiado sino con los naipes en la mano. Tenía, pues, fundamento para indagar si el corazón humano que latía bajo aquella corteza, si Phileas Fogg, poseía un alma sensible a las bellezas de la naturaleza y a las aspiraciones morales. Era esto para él cuestión de ventilar. De todos los seres originales que el brigadier general había encontrado, ninguno era comparable con ese producto de las ciencias exactas. ...

En la línea 458
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Esta tardanza no hubiera de modo alguno descompuesto el plan de mi programa- respondió mister Fogg-. No he dejado de prever la eventualidad de ciertos obstáculos. ...

En la línea 658
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entretanto, el elefante, guiado con mucha seguridad por el parsi, corría con rapidez por la selva todavía oscura. Una hora después de haber dejado la pagoda de Pillaji, se lanzaba al través de una inmensa llanura. A las siete se hizo alto. La joven seguía en una postración completa. El guía le hizo beber algunos tragos de agua y de brandy, pero la influencia embriagante que pesaba sobre ella debía prolongarse todavía por algún tiempo. ...


la Ortografía es divertida

Más información sobre la palabra Dejado en internet

Dejado en la RAE.
Dejado en Word Reference.
Dejado en la wikipedia.
Sinonimos de Dejado.

Busca otras palabras en esta web

Palabras parecidas a dejado

La palabra onza
La palabra rendijas
La palabra mirar
La palabra faldas
La palabra cuya
La palabra canciones
La palabra cuenta

Webs Amigas:

Ciclos Fp de informática en Sevilla . Ciclos Fp de Automoción en Lugo . Becas de Extremadura . - Hotel en Torremolinos Ecuador Park