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La palabra cuenta
Cómo se escribe

la palabra cuenta

La palabra Cuenta ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cuenta.

Estadisticas de la palabra cuenta

La palabra cuenta es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 174 según la RAE.

Cuenta es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 430.05 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la cuenta en 150 obras del castellano contandose 65368 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Cuenta en internet

Cuenta en la RAE.
Cuenta en Word Reference.
Cuenta en la wikipedia.
Sinonimos de Cuenta.


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece cuenta

La palabra cuenta puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 246
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No tenía más que un deseo: que las chicas ignorasen sus preocupaciones; que nadie se diese cuenta en la casa de los apuros y tristezas del padre; que no se turbase la santa alegría de aquella vivienda, animada a todas horas por las risas y las canciones de las cuatro hermanas, cuya edad sólo se diferenciaba en un año. ...

En la línea 623
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Esto sería dar el cuerpo demasiado, teniendo en cuenta lo que podría ocurrir luego. ...

En la línea 738
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste, dándose cuenta de su situación, calló asustado por haber incurrido en multa, mientras sonaban al otro lado de la verja las risas y los aullidos de alegría de sus contrarios. ...

En la línea 789
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Ah! Si él no tuviera sus puños de gigante, las espaldas enormes y aquel gesto de pocos amigos, ¡qué pronto ubiera dado cuenta de él toda la vega! Esperando cada uno que fuese su vecino el primero en atreverse, sus enemigos se contentaban con hostilizarlo desde lejos. ...

En la línea 145
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había transcurrido más de una hora, cuando Fermín se vio llamado por el jefe. La casa tenía que aclarar una cuenta con el escritorio de otra bodega: era asunto largo que no podía discutirse por teléfono, y Dupont enviaba a Montenegro como dependiente de confianza. Don Pablo, serenado ya por el trabajo, parecía querer borrar con esta distinción la dureza amenazadora con que había tratado al joven. ...

En la línea 227
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando el antiguo rebelde llegó a ser capataz de la viña, había ya sufrido una gran transformación en sus ideas. Se consideraba como una parte de la casa Dupont. Le enorgullecía la importancia de las bodegas de don Pablo y comenzaba a reconocer que los señores no eran tan malos como creían los pobres. Hasta dejó a un lado el respeto que profesaba a Salvatierra, el cual andaba por entonces fugitivo fuera de España, y se atrevió a confesar a los amigos que las cosas no iban del todo mal después del desastre de sus ilusiones políticas. Él era el de siempre, federal, sobre todo federal: hasta que no viniese la suya, España no sería feliz, pero mientras tanto, a pesar de los malos gobiernos y de que «el pobre pueblo estaba oprimido», él se creía mejor que en los tiempos pasados. La niña y la cuñada vivían en la viña, en un caserón antiguo, espacioso como un cuartel; el muchacho iba a la escuela en Jerez, y don Pablo le había tomado ley y prometía hacerlo «todo un hombre», en vista de su inteligencia despierta. Él, tenía tres pesetas diarias, sin otra obligación que llevar la cuenta de los jornales, reclutar la gente y vigilarla, para que los remolones no descansasen antes de que él diese la voz para fumar un cigarro. ...

En la línea 229
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señor Fermín y sus hijos penetraban sin darse cuenta en la familia del amo, hasta llegar a confundirse con ella. La simpleza del capataz, alegre e hidalga como la de todos los labriegos andaluces, le hacía captarse la confianza de los de la casa señorial. Don Pablo el viejo reía haciéndole relatar sus fugas por la montaña, unas veces de guerrillero y otras de contrabandista, siempre perseguido por los carabineros. Los hijos del amo jugaban con él, prefiriendo sus marrullerías y chistes de hombre de campo, al gesto hosco de la aya inglesa que cuidaba de ellos. Hasta la orgullosa doña Elvira, la hermana del marqués de San Dionisio, siempre ceñuda y de noble malhumor, como si se creyese postergada por haberse unido con un Dupont, concedía cierta confianza al señor Fermín, escuchándole con gesto semejante a los que había visto en el teatro, cuando una dama se digna conversar con el viejo escudero, confidente de sus pensamientos. ...

En la línea 362
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El viejo había sido durante mucho tiempo aperador del cortijo. Le tomó a su servicio el antiguo dueño, hermano del difunto don Pablo Dupont; pero el amo actual, el alegre don Luis, quería rodearse de gente joven, y teniendo en cuenta sus años y la debilidad de su vista, lo había sustituido con Rafael. Y muchas gracias--como él decía con su resignación de labriego--por no haberle enviado a mendigar en los caminos, permitiéndole que viviese en el cortijo con su compañera, a cambio de ocuparse la vieja del cuidado de las aves que llenaban el corral y de ayudar él al encargado de las pocilgas que se alineaban a espaldas del edificio. ¡Hermoso final de una vida de incesante trabajo, con la espina quebrada por una curvatura de tantos años escardando los campos o segando el trigo!... ...

En la línea 130
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Mediante una cuenta de dividir, o de quebrados, o no sé qué engañifa, ese señor Resma saca la cuenta de lo que nos toca a cada quisque estar en este mundo; y, según esa cuenta, resulta que yo estoy de sobra hace muchos años. ...

En la línea 130
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Mediante una cuenta de dividir, o de quebrados, o no sé qué engañifa, ese señor Resma saca la cuenta de lo que nos toca a cada quisque estar en este mundo; y, según esa cuenta, resulta que yo estoy de sobra hace muchos años. ...

En la línea 130
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Mediante una cuenta de dividir, o de quebrados, o no sé qué engañifa, ese señor Resma saca la cuenta de lo que nos toca a cada quisque estar en este mundo; y, según esa cuenta, resulta que yo estoy de sobra hace muchos años. ...

En la línea 198
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Entonces sí que gozaba de veras don Ángel, sin malicia alguna y sin algazara, que sería monstruosa profanación; gozaba sin darse cuenta de ello, saboreando el placer recóndito, que era el alma, la más profunda medula de toda esta pasión invencible de nuestro hombre; un placer de que no podía acusarse, porque lo sentía sin reconocer su naturaleza, y consistía en saborear la vida, la salud, el aguardiente, el tabaco, la buena conversación. ...

En la línea 140
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Subid a vuestro cuarto, haced mi cuenta y avisad a mi laca yo. ...

En la línea 317
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Qué pensáis de lo que cuenta el escudero de Chalais ? -pre guntó otro mosquetero sin interpelar directamente a nadie y dirigiéndose por el contrario a todo el mundo. ...

En la línea 318
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y qué es lo que cuenta? -preguntó Porthos en tono de sufi ciencia. ...

En la línea 428
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y sin esperar a que el recién venido respondiese por sí mismo a aquella prueba de afecto, al señor de Tréville cogía su mano derecha y se la apretaba con todas sus fuerzas sin darse cuenta de que Athos, cualquiera que fuese su dominio sobre sí mismo, dejaba escapar un gesto de dolor y palidecía aún más, cosa que habría podido creerse imposible. ...

En la línea 147
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Hay un libro para su cuenta y razon, que corre á cargo de las oficinas de hacienda [19], donde se anotan los ingresos y egresos que ocurren, y no deja de tener esa caja una existencia de alguna entidad. ...

En la línea 161
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Es cosa sabida y que todos conocen ser muy fácil reducir el sistema administrativo de hacienda á un método breve y de toda claridad en cualquier estado, como por ejemplo, en Filipinas, donde con recursos el gobierno para tener al corriente todas sus cargas, no debia haber cuentas atrasadas, ni deudas de ninguna clase, lo cual es indudable facilita y abrevia el sistema de contabilidad, disminuye trabajos, y sin disputa la cuenta y razon debe marchar por un camino mas corto y despejado, con ahorro considerable de manos ocupadas en este ramo: pues cabalmente en Filipinas hace algun tiempo parece no se ha tratado sino de complicar mas y mas este ramo, multiplicando empleados, aumentando sueldos, y proponiéndose cada dia nuevos planes, sin que de ninguno haya resultado otro beneficio que gravar el tesoro público, y retardar el curso y despacho de los negocios [20]. ...

En la línea 191
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Una cuenta compensativa de las oficinas de hacienda de Manila sobre este jénero de operaciones, hubiera manifestado al Gobierno resultados seguros para tomar una determinacion en este punto; pero de todos modos es preciso proceder del principio de que cuando los empleados del gobierno hacen esa clase de tráficos en jéneros de comercio libre, pierde aquel siempre, porque sus ajentes son malos administradores, á quienes falta el cálculo y conocimientos de los precios del mercado y demas circunstancias que asisten y concurren siempre en los comerciantes particulares en negocios propios. ...

En la línea 247
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... , que hay en todas ellas, y la necesidad de una limpia, que reduciéndolos á los puramente precisos, útiles y necesarios, descargue el tesoro público de tanto sueldo, pension y rentas que no debia pagar, porque si con veinte buenos empleados puede estar cubierto el servicio, ¿por que ha de mantener el estado ciento ó doscientos? Esto y solo esto es el plan de reforma que estas oficinas necesitan; la culpa de este abuso, de este desórden, y aun si se quiere de esta iniquidad, no es de los infelices pretendientes que obtaron y consiguieron esas colocaciones, sino del gobierno, que debiendo saber le bastaban veinte empleados, por ejemplo, fue nombrando á cientos, sin cuenta y razon, proveyendo supernumerarios y futuras contra ley espresa de Indias [21], gravando y perjudicando aquel erario, y no poniendo todo el esmero y celo en administrarlo cual debia. ...

En la línea 239
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Es muy probable que si yo hubiese visitado España por mera curiosidad o con el propósito de pasar uno o dos años agradablemente, jamás hubiese intentado dar cuenta detallada de mis actos ni de lo que vi y oí. ...

En la línea 857
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Experimenté, pues, sorpresa considerable al oír a los seres a quien he tratado de describir más arriba dar esta cuenta de sí mismos: «Nosotros no somos de Portugal, venimos de Berbería; algunos, de Argel; y otros, de Levante; pero los más, de Berbería, allá lejos»; y señalaban al Suroeste. ...

En la línea 910
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El nombre de este posadero es, o era, José Díaz Azido, y a diferencia de la generalidad de sus compañeros de profesión en Portugal, es un hombre honrado; los extranjeros, al alojarse en esta posada, pueden estar seguros de que no los saquearán ni robarán sin piedad a la hora de pagar la cuenta, ni les cobrarán un solo _re_ más que a un portugués en iguales circunstancias. ...

En la línea 917
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Anduve dando traspiés sobre las ruinas, y en un momento determinado me di cuenta de que caminaba sobre bóvedas, deteniéndome de pronto ante un ancho agujero en el que hubiera caído si llego a dar un paso más en mi distraída marcha. ...

En la línea 41
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe. ...

En la línea 51
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. ...

En la línea 51
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. ...

En la línea 165
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero Y así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamó al ventero, y, encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole: -No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano. ...

En la línea 49
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... FERNANDO NORONHA, 20 de febrero de 1832. Según he podido juzgar por las pocas horas pasadas en este sitio, esta isla es de origen volcánico, pero no es probable que sea de fecha reciente. Su carácter más notable consiste en una colina cónica de unos 1.000 pies de altura (300 metros), cuya parte superior es muy escarpada y uno de cuyos lados cae a plomo sobre la base. Este peñón es monolítico y está dividido en columnas irregulares. Al ver una de estas masas aisladas, al pronto se está dispuesto a creer que se elevó de repente en estado semifluido. Pero en Santa Elena he podido darme cuenta de que columnas de forma y de constitución casi análogas provenían de la inyección de la roca fundida en capas blandas, que al cambiar de sitio, sirvieron, digámoslo así, de moldes a esos gigantescos obeliscos. La isla entera está cubierta de bosques, pero la sequedad del clima es tan grande que no hay allí ni el más pequeño verdor. Inmensas masas de peñas, dispuestas en columnas, sombreadas por árboles parececidos a laureles y adornadas por otros árboles que dan bellas flores de color rosa, pero sin una sola hoja, forman en admirable primer término una ladera de la montaña. ...

En la línea 163
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El orden de los roedores cuenta aquí con especies numerosas; me proporcioné ocho especies de ratones4. El roedor más grande que hay en el mundo, el Hidrochoerus capybara (cerdo de agua), es muy común en este país. En Montevideo maté uno que pesaba 98 libras; desde la punta del hocico hasta la cola medía tres pies y dos pulgadas de longitud; su circunferencia era de tres pies y ocho pulgadas. Estos grandes roedores frecuentan algunas veces las islas en la desembocadura del Plata, donde el agua es completamente salada; pero abundan mucho más en las márgenes de los ríos y de los lagos de agua dulce. Cerca de Maldonado suelen vivir tres o cuatro juntos. Durante el día están tendidos entre las plantas acuáticas o van tranquilamente a pacer la hierba de la llanura5. Vistos desde cierta distancia, su paso y su color les hace parecerse a los cerdos; pero cuando están sentados, vigilando con atención todo lo que pasa, vuelven a adquirir el aspecto de sus congéneres los cavias y los conejos. La gran longitud de su maxilar le da una apariencia cómica cuando se les ve de frente o de perfil. En Maldonado son casi mansos; andando con precaución, pude acercarme a una distancia de tres metros a cuatro de estos animales. Puede explicarse esta casi domesticidad por el hecho de que el jaguar ha desaparecido por completo de este país desde hace algunos años, y el gaucho no piensa que ese animal sea digno de ser cazado. Conforme iba acercándome a los cuatro individuos, de los cuales acabo de hablar, dejaban oír el ruido que les caracteriza, una especie de gruñido sordo y abrupto; no puede decirse que sea un sonido, sino más bien una expulsión brusca del aire que tienen en los pulmones; no conozco sino un solo ruido análogo a ese gruñido, y es el primer ladrido ronco de un perro grande. Después de habernos mirado mutuamente por espacio de algunos minutos, pues me examinaban ellos con tanta atención como podía yo examinarlos, tiráronse todos al agua con el mayor ímpetu, dejando oír su gruñido. Después de zambullirse durante algún tiempo volvieron a la superficie, pero sin sacar más que la parte superior de la cabeza. Cuando la hembra va a nado dícese que sus hijuelos se sientan en el lomo de la madre. Fácilmente se podría 4 En junio hallé 27 especies de ratones en la América del sur, donde aún se conocen 13 más, según las obras de Azara y de otros autores. Mister Waterhouse ha descrito y dado nombre, en las reuniones de la Sociedad Zoológica, a las especies que traje. Aprovecho esta ocasión para mostrar mi agradecimiento a Mr. Waterhouse y a los demás sabios miembros de esta Sociedad por la benévola ayuda que se han dignado concederme en todas ocasiones. ...

En la línea 214
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los bordes del lago son fangosos; en ese barro hay numerosos cristales de yeso, algunos de los cuales tienen hasta tres pulgadas de longitud; en la superficie de ese légamo se encuentran también gran número de cristales de sulfato de sosa. Los gauchos llaman a los primeros los «padres de la sal», y a los segundos, las «madres»; afirman que estas sales progenitoras existen siempre en las orillas de las salinas, cuando el agua comienza a evaporarse. El barro de los bordes es negro y exhala un olor fétido. Al pronto no pude darme cuenta de la causa de este olor; pero muy luego advertí que la espuma traída por el viento a las orillas es verde, como si contuviese un gran número de confervas. Quise traerme una muestra de esa materia verde, pero un accidente me la hizo perder. Algunas partes del lago, vistas a corta distancia, parecen tener un color rojo, lo cual quizá dependa de la presencia de algunos infusorios. En muchos sitios se nota rebullir en ese fango una especie de gusanos. ¡Qué asombro produce el pensar que 3 Report of the Agricult ...

En la línea 327
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al siguiente día partiéronse para el sitio de la matanza que acaba de noticiarse, con orden de seguir el rastro de los indios, aunque hubiesen de ir siguiendo las huellas hasta Chile. Supimos más tarde que los indios salvajes habían huido a los grandes llanos de las Pampas y que, por una causa que no recuerdo, se había perdido su rastro. Una sola ojeada a éste cuenta todo un poema a esas gentes. Supongamos que examinen las huellas dejadas por un millar de caballos, al punto os dirán cuántos había montados, contando cuántos de ellos iban a galope corto; reconocerán por la profundidad de las señales cuántos caballos iban con carga; por la irregularidad de esas mismas señales, el grado de su fatiga; por la manera como se cocieron los alimentos, si la tropa, a la cual perseguían, viajaba con rapidez o no; por el aspecto general, cuánto tiempo hacía que pasó por allí aquella tropa. Un rastro de diez a quince días de fecha es bastante reciente para que lo sigan con facilidad. También supimos que Miranda, al dejar el extremo occidental de la sierra Ventura, fue en línea recta a la isla de Cholechel, situada a 70 leguas de distancia, siguiendo el curso del río Negro. Por tanto, recorrió 200 a 300 millas a través de un país desconocido en absoluto. ¿Hay en el mundo otros ejércitos tan independientes? Con el sol por guía, carne de yegua por alimento, la silla de montar por cama, irían esos hombres al fin del mundo, con tal de encontrar de tarde en tarde un poco de agua. ...

En la línea 1228
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y a este propósito solía decir don Víctor, recordando su magistratura: —La libertad de cada cual se extiende hasta el límite en que empieza la libertad de los demás; por tener esto en cuenta, he sido siempre feliz en mi matrimonio. ...

En la línea 2174
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Crespo, según él dijo, tomó un día por su cuenta a la joven para recomendarle al señor Quintanar. ...

En la línea 3028
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Necesitaba para que todo eso saliera a la superficie, para darse cuenta de ello, que fantasía más poderosa que la suya provocase la actividad de su cerebro; la elocuencia de Mesía, insinuante, corrosiva, era el incentivo más a propósito. ...

En la línea 3054
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ahora con su cuenta y razón; por algo y para algo. ...

En la línea 65
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El amigo de madame Pineda se daba cuenta del concepto que tenían de él muchos hombres y mujeres con los que hablaba en comidas y bailes. Sólo decían que era simpático y distinguido; pero Claudio leía algo más en el silencio continuador de tales palabras. Como la viuda argentina era rica, tal vez le creían protegido por sus amorosas larguezas. Esto no era pecado ni defecto entre las gentes de dicho mundo. Casi aumentaba a los ojos de las señoras el valor de un hombre dándole el atractivo de una alhaja cara, de todo objeto de lujo que cuesta mucho dinero. ...

En la línea 69
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por una fatalidad comparable a la de ciertas leyes físicas, la enorme fortuna de la argentina pesaba sobre la asociación de los dos, y aunque era Rosaura la que costeaba la mayor parte de su vida, siempre fastuosa, el goce de algunos de estos despilfarros alcanzaba al hombre que iba con ella. De todos modos, Borja atendía a su propio mantenimiento, y sin que su amante se diese cuenta, era origen para él de muchos gastos extraordinarios. ...

En la línea 144
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La conversación se convertía en monólogo, y don Baltasar hablaba horas y horas, sin darse cuenta de su esfuerzo. ...

En la línea 146
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En los tiempos de su niñez empezó Claudio a darse cuenta de este fervor del canónigo por los Borjas. Hasta parecía envidiarlo a él, por llevar igual nombre que los pontífices españoles tan execrados por muchos. De buenas ganas habría cambiado su apellido de Figueras por el que ostentaba su primo el ingeniero Borja, padre de Claudio. ...

En la línea 57
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie se dio cuenta de que este pasajero decía la verdad. El buque empezaba a hundir su proa y a levantar la popa lentamente. Las olas invadían ya la parte delantera del buque, llevándose los objetos rotos por la explosión y los cadáveres despedazados. ...

En la línea 78
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No pudo comprender la desaparición de sus compañeros. Es más: presintió que este misterio no lo aclararía nunca. Tal vez se habían precipitado sin quererlo en el mar, al hacer una maniobra de la que el no se dio cuenta durante su sueño. Luego pensó que, al encontrarse en el curso de la noche con alguna de las grandes balleneras procedentes del paquebote, el oficial y el marinero habían querido pasar a ella por considerarla más segura, abandonando a Edwin a su suerte para no cargar a la repleta embarcación con un pasajero más. ...

En la línea 92
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Quiso volver atrás, convencido de la inutilidad de su exploración. Prefería pasar la noche en el bote, por ofrecerle mayores comodidades para su sueno que esta tierra desconocida. Pero al poco tiempo de marchar en varias direcciones se dio cuenta de que estaba completamente desorientado. Aquel mar tranquilo como una laguna, sin rompientes y sin olas, no podía guiarle con el ruido de sus aguas al chocar contra la orilla. ...

En la línea 124
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Solo entonces se dio cuenta de que alrededor de la otra muñeca, así como en torno de sus tobillos, debía tener amarrados unos filamentos semejantes. Tendido de espaldas como estaba y mirando a lo alto, alcanzó a ver otros tres aeroplanos en forma de animales fantásticos, que se mantenían inmóviles al extremo de otros tantos hilos de plata, a una altura de pocos metros. Comprendió que todo movimiento que hiciese para levantarse daría por resultado un tirón doloroso semejante al que había sufrido. Era un esclavo de los extraños habitantes de esta tierra, y debía esperar sus decisiones, sin permitirse ningún acto voluntario. ...

En la línea 5
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando el niño estudiaba los últimos años de su carrera, verificose en él uno de esos cambiazos críticos que tan comunes son en la edad juvenil. De travieso y alborotado volviose tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya. Entrole la comezón de cumplir religiosamente sus deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos. No sólo iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como diciendo: «yo también me sé eso y algo más». Al concluir la clase, era de los que le cortan el paso al catedrático para consultarle un punto oscuro del texto o que les resuelva una duda. Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho que están mamando la leche del conocimiento. Juanito se reunía con otros cachorros en la casa del chico de Tellería (Gustavito) y allí armaban grandes peloteras. Los temas más sutiles de Filosofía de la Historia y del Derecho, de Metafísica y de otras ciencias especulativas (pues aún no estaban de moda los estudios experimentales, ni el transformismo, ni Darwin, ni Haeckel eran para ellos, lo que para otros el trompo o la cometa. ¡Qué gran progreso en los entretenimientos de la niñez! ¡Cuando uno piensa que aquellos mismos nenes, si hubieran vivido en edades remotas, se habrían pasado el tiempo mamándose el dedo, o haciendo y diciendo toda suerte de boberías… ! ...

En la línea 6
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los dineros que su papá le daba, dejábalos Juanito en casa de Bailly-Baillière, a cuenta de los libros que iba tomando. Refiere Villalonga que un día fue Barbarita reventando de gozo y orgullo a la librería, y después de saldar los débitos del niño, dio orden de que entregaran a este todos los mamotretos que pidiera, aunque fuesen caros y tan grandes como misales. La bondadosa y angelical señora quería poner un freno de modestia a la expresión de su vanidad maternal. Figurábase que ofendía a los demás, haciendo ver la supremacía de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quería tampoco profanar, haciéndolo público, aquel encanto íntimo, aquel himno de la conciencia que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. Únicamente se clareaba alguna vez, soltando como al descuido estas entrecortadas razones: «¡Ay qué chico!… ¡cuánto lee! Yo digo que esas cabezas tienen algo, algo, sí señor, que no tienen las demás… En fin, más vale que le dé por ahí». ...

En la línea 61
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Les conocí en 1870. D. Baldomero tenía ya sesenta años, Barbarita cincuenta y dos. Él era un señor de muy buena presencia, el pelo entrecano, todo afeitado, colorado, fresco, más joven que muchos hombres de cuarenta, con toda la dentadura completa y sana, ágil y bien dispuesto, sereno y festivo, la mirada dulce, siempre la mirada aquella de perrazo de Terranova. Su esposa pareciome, para decirlo de una vez, una mujer guapísima, casi estoy por decir monísima. Su cara tenía la frescura de las rosas cogidas, pero no ajadas todavía, y no usaba más afeite que el agua clara. Conservaba una dentadura ideal y un cuerpo que, aun sin corsé, daba quince y raya a muchas fantasmonas exprimidas que andan por ahí. Su cabello se había puesto ya enteramente blanco, lo cual la favorecía más que cuando lo tenía entrecano. Parecía pelo empolvado a estilo Pompadour, y como lo tenía tan rizoso y tan bien partido sobre la frente, muchos sostenían que ni allí había canas ni Cristo que lo fundó. Si Barbarita presumiera, habría podido recortar muy bien los cincuenta y dos años plantándose en los treinta y ocho, sin que nadie le sacara la cuenta, porque la fisonomía y la expresión eran de juventud y gracia, iluminadas por una sonrisa que era la pura miel… Pues si hubiera querido presumir con malicia, ¡digo… !, a no ser lo que era, una matrona respetabilísima con toda la sal de Dios en su corazón, habría visto acudir los hombres como acuden las moscas a una de esas frutas que, por lo muy maduras, principian a arrugarse, y les chorrea por la corteza todo el azúcar. ...

En la línea 79
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aquella gran mujer, Isabel Cordero de Arnaiz, dotada de todas las agudezas del traficante y de todas las triquiñuelas económicas del ama de gobierno, fue agraciada además por el Cielo con una fecundidad prodigiosa. En 1845, cuando nació Juanito, ya había tenido ella cinco, y siguió pariendo con la puntualidad de los vegetales que dan fruto cada año. Sobre aquellos cinco hay que apuntar doce más en la cuenta; total, diez y siete partos, que recordaba asociándolos a fechas célebres del reinado de Isabel II. «Mi primer hijo—decía—nació cuando vino la tropa carlista hasta las tapias de Madrid. Mi Jacinta nació cuando se casó la Reina, con pocos días de diferencia. Mi Isabelita vino al mundo el día mismo en que el cura Merino le pegó la puñalada a Su Majestad, y tuve a Rupertito el día de San Juan del 58, el mismo día que se inauguró la traída de aguas». ...

En la línea 193
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Más y más decayó su valor a medida que avanzaba entre las relucientes hileras de reverentes cortesanos; porque se dio cuenta de que era en realidad un cautivo, y de que podía permanecer para siempre encerrado en esta dorada jaula, príncipe abandonado y sin amigos, salvo que Dios en su misericordia se apiadara de él y lo dejara libre. ...

En la línea 258
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El pobre Tom comía casi siempre con los dedos, pero nadie sonrió por esto ni pareció darse cuenta. Inspeccionó su servilleta con curiosidad y profundo interés, porque era una pieza de hermoso y delicadísimo género, y dijo ingenuamente: ...

En la línea 376
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Pronto se dio cuenta de esto, y al instante se ocupó de sus propios asuntos, sin acordarse más de John Canty. Se dio cuenta también de otra cosa, a saber, que un fingido Príncipe de Gales estaba siendo festejado por la ciudad, en su lugar. Fácilmente coligió que el niño mendigo, Tom Canty, se había aprovechado deliberadamente de aquella estupenda oportunidad y se había convertido en usurpador. ...

En la línea 376
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Pronto se dio cuenta de esto, y al instante se ocupó de sus propios asuntos, sin acordarse más de John Canty. Se dio cuenta también de otra cosa, a saber, que un fingido Príncipe de Gales estaba siendo festejado por la ciudad, en su lugar. Fácilmente coligió que el niño mendigo, Tom Canty, se había aprovechado deliberadamente de aquella estupenda oportunidad y se había convertido en usurpador. ...

En la línea 8
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y se detuvo a la puerta de una casa donde había entrado la garrida moza que le llevara imantado tras de sus ojos. Y entonces se dio cuenta Augusto de que la había venido siguiendo. La portera de la casa le miraba con ojillos maliciosos, y aquella mirada le sugirió a Augusto lo que entonces debía hacer. «Esta Cerbera aguarda –se dijo– que le pregunte por el nombre y circunstancias de esta señorita a que he venido siguiendo y, ciertamente, esto es lo que procede ahora. Otra cosa sería dejar mi seguimiento sin coronación, y eso no, las obras deben acabarse. ¡Odio lo imperfecto!» Metió la mano al bolsillo y no encontró en él sino un duro. No era cosa de ir entonces a cambiarlo, se perdería tiempo y ocasión en ello. ...

En la línea 54
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «¡Mi Eugenia, sí, la mía –iba diciéndose–, esta que me estoy forjando a solas, y no la otra, no la de carne y hueso, no la que vi cruzar por la puerta de mi casa, aparición fortuita, no la de la portera! ¿Aparición fortuita? ¿Y qué aparición no lo es? ¿Cuál es la lógica de las apariciones? La de la sucesión de estas figuras que forman las nubes de humo del cigarro. ¡El azar! El azar es el íntimo ritmo del mundo, el azar es el alma de la poesía. ¡Ah, mi azarosa Eugenia! Esta mi vida mansa, rutinaria, humilde, es una oda pindárica tejida con las mil pequeñeces de lo cotidiano. ¡Lo cotidiano! ¡El pan nuestro de cada día, dánosle hoy! Dame, Señor, las mil menudencias de cada día. Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes. y la vida es esto, la niebla. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella Eugenia. ¿Y quién es Eugenia? Ah, caigo en la cuenta de que hace tiempo la andaba buscando. Y mientras yo la buscaba ella me ha salido al paso. ¿No es esto acaso encontrar algo? Cuando uno descubre una aparición que buscaba, ¿no es que la aparición, compadecida de su busca, se le viene al encuentro? ¿No salió la América a buscar a Colón? ¿No ha venido Eugenia a buscarme a mí? ¡Eugenia! ¡Eugenia! ¡Eugenia!» ...

En la línea 71
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Mientras iba así hablando consigo mismo cruzó con Eugenia sin advertir siquiera el resplandor de sus ojos. La niebla espiritual era demasiado densa. Pero Eugenia, por su parte, sí se fijó en él, diciéndose: «¿Quién será este joven?, ¡no tiene mal porte y parece bien acomodado!» Y es que, sin darse clara cuenta de ello, adivinó a uno que por la mañana la había seguido. Las mujeres saben siempre cuándo se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve sin mirarlas. ...

En la línea 226
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Había llamado, sin haberse dado de ello cuenta, lo menos hora y media antes que de costumbre, y una vez que hubo llamado tenía que pedir el desayuno, aunque no era hora. ...

En la línea 731
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡A usted lo embrujaron esos perros ingleses! ¡Me río pensando en las maldiciones que nos echarán mañana, cuando se den cuenta de nuestra fuga! Sobre todo sus mujeres, que nos odian más que los hombres. ...

En la línea 738
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán no se daba cuenta de nada. ...

En la línea 1044
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Mañana? ¿Crees que puedo esperar? ¿No te das cuenta que estamos en Labuán? ...

En la línea 1192
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Y yo veo un centinela cerca del pabellón —dijo Yáñez—. Si se queda allí después que se haga de noche va a molestarnos más de la cuenta. ...

En la línea 102
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El ascensor del hotel nos depositó en el gran vestíbulo de entresuelo. Descendí los pocos escalones que conducían a piso bajo y pagué mi cuenta en el largo mostrador que estaba siempre asediado por una considerable muchedumbre. Di la orden de expedir a París mis fardos de animales disecados y de plantas secas y dejé una cuenta suficiente para la manutención del babirusa. Seguido de Conseil, tomé un coche. ...

En la línea 162
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¿Sin que yo me dé cuenta? ...

En la línea 163
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sin que se dé cuenta. Si tal presión no le aplasta a usted es porque el aire penetra en el interior de su cuerpo con una presión igual. De ahí un equilibrio perfecto entre las presiones interior y exterior, que se neutralizan, lo que le permite soportarla sin esfuerzo. Pero en el agua es otra cosa. ...

En la línea 281
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Conseil -dije a mi buen sirviente, que se hallaba a mi lado-, ¿te das cuenta de que muy probablemente vamos a saltar por los aires? ...

En la línea 115
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Desde aquel tiempo, que ya ahora es muy lejano, he pensado muchas veces que pocas personas se han dado cuenta de la reserva de los muchachos que viven atemorizados. Poco importa que el terror no esté justificado, porque, a pesar de todo, es terror. Yo estaba lleno del miedo hacia aquel joven desconocido que deseaba devorar mi corazón y mi hígado. Tenía pánico mortal de mi interlocutor, el que llevaba un hierro en la pierna; lo tenía de mí mismo por verme obligado a cumplir una promesa que me arrancaron por temor; y no tenía esperanza de librarme de mi todopoderosa hermana, que me castigaba continuamente, aumentando mi miedo el pensamiento de lo que podría haber hecho en caso necesario y a impulsos de mi secreto terror. ...

En la línea 235
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Tengan en cuenta - añadió mi hermana levantándose - que se trata de un pastel. Un sabroso pastel de cerdo. ...

En la línea 236
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los comensales murmuraron algunas palabras de agradecimiento, y el tío Pumblechook, satisfecho por haber merecido bien del prójimo, dijo con demasiada vivacidad, habida cuenta del estado de las cosas: ...

En la línea 248
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... —Señora - replicó el galante sargento -, si hablase por mi propia cuenta, contestaría que deseo el honor y el placer de conocer a su distinguida esposa; pero como hablo en nombre del rey, he de decir que le necesito para que haga un pequeño trabajo. ...

En la línea 49
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y la vieja le devolvió el reloj. Él lo cogió y se dispuso a salir, indignado; pero, de pronto, cayó en la cuenta de que la vieja usurera era su último recurso y de que había ido allí para otra cosa. ...

En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...

En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...

En la línea 111
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Pero no la acuse, señor. No se daba cuenta del alcance de sus palabras. Estaba trastornada, enferma. Oía los gritos de los niños hambrientos y, además, su deseo era mortificar a Sonia, no inducirla… Catalina Ivanovna es así. Cuando oye llorar a los niños, aunque sea de hambre, se irrita y les pega. ...

En la línea 94
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No tenía tiempo para reflexionar el porqué ni en qué plazo era preciso ganar ni qué nuevas fantasías estarían germinando en aquella cabecita que constantemente calculaba. Además, durante aquellos quince días era evidente que habían ocurrido una multitud de nuevos hechos, de los que no me había dado todavía cuenta. Era menester averiguarlo, aclararlo todo lo más pronto posible. Pero, por lo pronto, no era cuestión de eso… Yo debía ir a jugar y ganar a la ruleta. ...

En la línea 96
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Confieso que aquella misión me era desagradable. Aunque decidido a jugar, no pensaba empezar por cuenta ajena. ...

En la línea 109
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Nuestro general se aproximó a la mesa con majestuoso aplomo. Un criado se apresuró a acercarle una silla, pero él ni se dio cuenta siquiera. Con una lentitud extrema sacó su monedero, retiró de él trescientos francos, los puso al color negro y ganó. No retiró la ganancia. El negro salió de nuevo. Dejó todavía su postura y cuando a la tercera vez fue el rojo el que salió, perdió mil doscientos francos de un golpe. ...

En la línea 117
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al principio, todo aquel mecanismo me pareció un verdadero enigma. Adiviné confusamente que se hacían posturas en los números, en los pares e impares y en los colores. Decidí no arriesgar más que cien florines del dinero de Paulina Alexandrovna. La idea de que empezaba a jugar por cuenta ajena me desconcertaba. Era aquélla una sensación muy desagradable de la que tenía prisa de liberarme. ...

En la línea 769
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Convencida de que obraba en bien de la moral, esta mujer instruyó el proceso, juzgó, condenó y ejecutó a Fantina. Los cincuenta francos que le diera los tomó de una cantidad que el señor Magdalena le daba para ayudar a las obreras en sus problemas, y de la cual ella no rendía cuenta. ...

En la línea 891
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Contestó enviando una cuenta de quinientos y tantos francos, muy bien hecha, en la que figuraban gastos de más de trescientos francos en dos documentos innegables: uno del médico y otro del boticario que habían atendido en dos largas enfermedades a Eponina y a Azelma. Los arregló con una simple sustitución de nombres. ...

En la línea 971
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡Ah, señor alcalde, el asunto es delicado para él! Si es Jean Valjean, ha reincidido. Su caso pasa al tribunal; se penará con presidio perpetuo. Pero Jean Valjean es un hipócrita. Cualquiera se daría cuenta de que la cosa está mala y se defendería. Pero hace como si no comprendiera, y repite: 'Soy Champmathieu' y de ahí no sale. Se hace el idiota, es muy hábil. Pero hay pruebas, ya ha sido reconocido por cuatro personas; el viejo bribón será condenado. Está ahora en el tribunal de Arras. Yo he sido citado para atestiguar en su contra. ...

En la línea 119
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck lo supo al instante. Había llegado el momento. Iba a ser a muerte. Mientras giraban en círculos, gruñendo, con las orejas gachas, intensamente atentos a una posible ventaja, Buck tuvo la sensación de que la escena le era conocida. Le pareció que lo recordaba todo: los blancos bosques y el terreno, el resplandor de la luna y la excitación del combate inminente. Sobre la blancura y el silencio pendía una calma irreal. No soplaba la menor brisa, nada se movía, no temblaba una hoja, el aliento de los perros se elevaba morosamente por el aire helado. Aquellos perros que no eran sino lobos apenas domesticados habían dado cuenta del conejo y ahora formaban un círculo expectante. También ellos participaban del silencio y sólo eran perceptibles el destello de los ojos y el aliento disperso que ascendía con lentitud. A Buck aquella escena ancestral no le resultó nueva ni extraña. Como si siempre hubiera existido, como si fuera normal y consuetudinaria. ...

En la línea 170
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck oyó el regateo, vio pasar el dinero de las manos del hombre y a las del agente del gobierno, y se dio cuenta de que el mestizo escocés y los conductores de trineos del correo desaparecían de su vida como había ocurrido con Perrault y François y con los que los habían precedido. Lo que Buck vio en el campamento al que los llevaron los nuevos dueños fue abandono y suciedad, una tienda a medio desmontar, platos sin fregar y un desorden general; vio también a una mujer, a quien los hombres llamaban «Mercedes». Era la mujer de Charles y la hermana de Hal: toda una familia… ...

En la línea 203
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Después vinieron las privaciones. Un día Hal se dio cuenta de que se había consumido la mitad de la comida de los perros cuando se había cubierto únicamente la cuarta parte del trayecto; y, además, de que no había ninguna posibilidad de conseguir más. De modo que redujo la ración programada e intentó aumentar el tramo de recorrido diario. Su hermana y su cuñado lo secundaron; pero sus propósitos resultaron inútiles debido a que el peso de la carga era excesivo y a su propia incompetencia. Era fácil dar menos comida a los perros, pero era imposible hacerlos andar más rápido, cuando la incapacidad de sus amos para salir temprano por las mañanas impedía alargar las jornadas. No sólo no sabían cómo hacer trabajar a los perros, sino que no sabían trabajar ellos mismos. ...

En la línea 212
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Llegó un día en que el afable Billie cayó y no pudo levantarse. Hal, como ya no tenía el revólver, cogió un hacha y allí mismo le asestó un golpe en la cabeza, tras lo cual liberó al cadáver del arnés y lo arrastró a un lado del camino. Buck lo vio todo, lo mismo que sus compañeros, y todos se dieron cuenta de que aquello lo tenían muy cerca. Al día siguiente cayó Koona, y se quedaron en cinco: Joe, demasiado exhausto para tener amargura; Pike, tullido y cojeando, sólo consciente a medias y no lo bastante como para escaquearse; Sol-leks, el tuerto, que todavía se esforzaba lealmente por cumplir su parte y se lamentaba por tener tan pocas fuerzas para tirar del trineo; Teek, que no había viajado tanto como los otros ese invierno y que ahora recibía más golpes que los demás por ser el más nuevo; y Buck, siempre a la cabeza del tiro, pero sin imponer disciplina ni quebrantarla, ciego de debilidad la mitad del tiempo, distinguiendo el camino por los reflejos y por el impreciso tacto de sus patas. ...

En la línea 174
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Todas las noches íbamos a un teatro distinto, mas yo tenía cuidado previamente de explicarla con los detalles apropiados el argumento de las diversas obras para que se diese cuenta de ellas, pues de sobra está decir que su conocimiento del francés había naufragado con su memoria. ...

En la línea 286
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Al volver al plano de la duración, uníamos los dos cabos sueltos de tiempo y nos dábamos cuenta de las horas transcurridas. Con la mirada vaga y los pies poco firmes, como el niño que se ha quedado traspuesto en un sillón y a quien se lleva a la cama, descendíamos casi automáticamente a nuestros camarotes, donde un sueño blando sustituía al blando éxtasis. ...

En la línea 34
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Pierda usted cuidado, señor Joaquín… , ¡no hay que afectarse, vamos!, cuenta con esa salud… Adiós, Mendoya, adiós, Santián… Gracias, gracias. Señor gobernador de la provincia, a mi vuelta, reclamo esas ofrecidas botellas de Pedro Jiménez… ¡No se haga usted el olvidadizo! Lucía, hay que subirse: el tren andará en seguida, y las señoras no pueden… ...

En la línea 58
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Se desarrollaron paralelamente en Lucía el espíritu y el cuerpo, como dos compañeros de viaje que se dan el brazo para subir las cuestas y andar el mal camino; y ocurrió un donoso caso, que fue que mientras el médico materialista, Vélez de Rada, que asistía al señor Joaquín, se deleitaba en mirar a Lucía, considerando cuán copiosamente circulaba la vida por sus miembros de Cibeles joven, el sabio jesuita, padre Urtazu, se encariñaba con ella a su vez, encontrándole la conciencia clara y diáfana como los cristales de su microscopio: sin que se diesen cuenta de que acaso ambos admiraban en la niña una sola y misma cosa, vista por distinto lado, a saber: la salud perfecta. ...

En la línea 165
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El que conozca un tanto las ciudades de provincia, imaginará fácilmente cuánto comentario, cuánta murmuración declarada o encubierta provocó en León la boda del importante Miranda con la obscura heredera del ex lonjista. Hablose sin tino ni mesura; quién censuraba la vanidad del viejo, que harto al fin de romper chaquetas, quería dar a su hija viso y tono de marquesa (Miranda parecía a no pocas gentes el tipo clásico del marqués). Quién hincaba el diente en el novio, hambrón madrileño, con mucho aparato y sin un ochavo, venido allí a salir de apuros con las onzas del señor Joaquín. Quién describía satíricamente la extraña figura de Lucía la mocetona, cuando estrenase sombrero, sombrilla y cola larga. Mas estos runrunes se estrellaban en la orgullosa satisfacción del señor Joaquín, en la infantil frivolidad de la novia, en la cortés y mundana reserva del novio. Fiel Lucía a su programa de no pensar en la boda misma, pensaba en los accesorios nupciales, y contaba gozosa a sus amigas el viaje proyectado, repitiendo los nombres eufónicos de pueblos que tenía por encantadas regiones; París, Lyón, Marsella, donde las niñas imaginaban que el cielo sería de otro color y luciría el sol de distinto modo que en su villa natal. Miranda, a cuenta de un empréstito que negoció contando satisfacerlo después a expensas del generoso suegro, hizo venir de la corte lindas finezas, un aderezo de brillantes, un cajón atestado de lucidas galas, envío de renombrado sastre de señoras. Mujer al cabo Lucía, y nuevos para ella tales primores, más de una vez, como la Margarita de Fausto, se colgó ante un espejillo los preciosos dijes, complaciéndose en sacudir la cabeza a fin de que fulgurasen los resplandores de los pendientes y las flores de pedrería salpicadas por el obscuro cabello. En esto se solazan las mujeres cuando son niñas, y todavía muchísimo tiempo después de dejar de serlo. Pero Lucía no era niña para siempre. ...

En la línea 258
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Perdone usted -dijo al cogerlo y guardárselo en su sucia y desflorada cartera… La palabra de usted bastaba. Al pronto le desconocí; pero ahora recuerdo muy bien de su fisonomía, y caigo en la cuenta de que le conozco mucho, y también he conocido a su padre, señor de Artegui… ...

En la línea 49
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Media hora más tarde, varios miembros del Reform Club iban entrando y se acercaban a la chimenea encendida con carbón de piedra. Eran los compañeros habituales de juego de mister Phileas Fogg, decididamente aficionados al whist como él: el ingeniero Andrés Stuart, los banqueros John Sullivan y Samuel Falientin, el fabricante de cervezas Tomás Flanagan, y Gualterio Ralph, uno de los administradores del Banco de Inglaterra, personajes ricos y considerados en aquel mismo club, que cuenta entre sus miembros las mayores notabilidades de la industria y de la banca. ...

En la línea 63
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Sin embargo el 29 de septiembre las cosas no sucedieron completamente del mismo modo. El legajo de billetes de banco no volvió, y cuando el magnífico reloj colocado encima del 'drawing office' dio las cinco, la hora en que debía cerrarse el despacho, el Banco d Inglaterra no tenía mas que recursos que asentar cincuenta y cinco mil libras en la cuenta de ganancias y de pérdidas. ...

En la línea 93
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Sí, ochenta días! -exclamó Andrés Stuart, quien por inadvertencia cortó una carta mayor-. Pero eso sin tener en cuenta el mal tiempo, los vientos contrarios, los naufragios, los descarrilamientos, etc. ...

En la línea 182
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Pues bien, muchacho- respondió fríamente mister Fogg-, seguirá por cuenta vuestra. ...


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Errores Ortográficos típicos con la palabra Cuenta

Cómo se escribe cuenta o kuenta?
Cómo se escribe cuenta o suenta?

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