La palabra Cuarto ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cuarto.
Estadisticas de la palabra cuarto
La palabra cuarto es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 720 según la RAE.
Cuarto es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 123.16 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la cuarto en 150 obras del castellano contandose 18721 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Cuarto
Cómo se escribe cuarto o kuarto?
Cómo se escribe cuarto o cuarrto?
Cómo se escribe cuarto o suarto?
Más información sobre la palabra Cuarto en internet
Cuarto en la RAE.
Cuarto en Word Reference.
Cuarto en la wikipedia.
Sinonimos de Cuarto.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece cuarto
La palabra cuarto puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1061
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Roseta guardaba el regalo en su cuarto como si fuese la misma persona de su novio, y lloraba cuando sus hermanos, la gente menuda que tenía por nido la barraca, en fuerza de admirar a los pajaritos, acababan por retorcerles el pescuezo. ...
En la línea 1181
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre; las paredes, de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa, que vivía pegada a su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando a su esposo; unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugrientos, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato a la escuela, unos muebles pocos y viejos, que parecían haber corrido media España. ...
En la línea 1536
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su mujer salió a la puerta del cuarto con los ojos hinchados, enrojecidos, y el pelo en desorden, revelando en su aspecto cansado varias noches pasadas en vela. ...
En la línea 1673
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La madre no sabía más que llorar, metida en un ángulo del cuarto, encogida, apelotonada, pequeña como una niña, como si se esforzase por anularse y desaparecer. ...
En la línea 51
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La bodega de embarque contenía cuatro mil botas de distintos vinos para las combinaciones. En un cuarto lóbrego, sin otra luz que un ventanillo cerrado por un vidrio rojo, estaba la _cámara oscura_. Allí el técnico examinaba, al través del rayo luminoso, la copa de vino del barril recién abierto. ...
En la línea 283
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Entró en la casa, y María de la Luz, al asomarse tras la cortina de percal de su cuarto, lanzó un alarido. Olvidando todo pudor, la muchacha salió en camisa a ayudar a su padre, que apenas podía sostener al mocetón, pálido con palidez de muerte, con las ropas salpicadas de sangre negruzca y de otra fresca y roja que caía y caía por debajo de su chaquetón, goteando en el suelo. Anonadado por su esfuerzo para llegar hasta allí, Rafael se desplomó en la cama, contándolo todo con palabras entrecortadas antes de desvanecerse. ...
En la línea 1391
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Registró las habitaciones del capataz: nadie. Creyó encontrar cerrada la puerta del cuarto de Mariquita; pero cedió aquélla al primer impulso. La cama estaba vacía y toda la habitación en orden, como si nadie hubiese entrado. Igual soledad en la cocina. Atravesó a tientas la vasta pieza que servía de dormitorio a los trabajadores. ¡Ni un alma! Asomó luego la cabeza en el departamento de los lagares. La luz difusa del cielo, penetrando por las ventanas, proyectaba en el suelo unas manchas de tenue claridad. Dupont, en este silencio creyó oír el sonido de una respiración, el tenue remover de alguien tendido en el suelo. ...
En la línea 1425
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el colmado del _Montañés_, al pasar frente al cuarto más grande del establecimiento, oyeron rasgueos de guitarra, palmas y gritos de mujeres. ...
En la línea 233
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tan pronto como hubo gastado su último denario, D'Artagnan tomó posesión de sualojamiento, pasó el resto de la jornada cosien do su jubón y sus calzas de pasamanería, que su madre había descosido de un jubón casi nuevo del señor D'Artagnan padre, y que le había dado a escondidas; luego fue al paseo de la Ferraille , para mandar poner una hoja a su espada; luego volvió al Louvre para informarse del primer mosquetero que encontró de la ubicación del palacio del señor de Tréville que estaba situado en la calle del Vieux-Colombier, es decir, precisamente en las cercanías del cuarto apalabrado por D'Ar tagnan, circunstancia que le pareció de feliz augurio para el éxito de su viaje. ...
En la línea 236
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Capítulo llLa ante cámara del señor de TréuilleEl señor de Troisville, como todavía se llamaba su familia en Gas cuña, o el señor de Tréville, como había terminado por llamarse él mismo en Paris, había empezado en realidad como D'Artagnan, es de cir, sin un cuarto, pero c on ese caudal de audacia, de ingenio y de en-tendimiemto que hace que el más pobre hidalgucho gascón reciba con frecuencia de sus esperanzas de la herencia paterna más de lo que el más rico gentilhombre de Périgord o de Berry recibe en realidad. ...
En la línea 326
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Y vos pasaríais un triste cuarto de hora con el duque Rojo - prosiguió Aramis. ...
En la línea 562
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Tratad de no hacerme esperar, porque a las doce y cuarto os prevengo que seré yo quien coma tras vos y quien os corte las orejas a la camera. ...
En la línea 267
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ahora bien: a un español podéis sacarle hasta el último _cuarto_ con tal que le otorguéis el título de caballero y de hombre rico, pues la levadura antigua es tan fuerte en él como en los tiempos de Felipe el Hermoso; pero guardaos de insinuar que le tenéis por pobre o que su sangre es inferior a la vuestra. ...
En la línea 643
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ofrecí al más viejo, hombre de unos cincuenta años de edad, un folleto en español, y después de examinarlo un rato con mucha atención, se alzó de su asiento y, poniéndose en medio del cuarto, comenzó a leer en alta voz, despacio y con gran énfasis. ...
En la línea 655
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Llegó, en efecto, un cuarto de hora después, chorreando agua y montada también en un borrico. ...
En la línea 666
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El cochero hizo alto delante del portal de una casona, y se apeó diciendo que por ser aún muy temprano, no se atrevía a continuar, pues si los ladrones residentes en la ciudad estaban sobre aviso, nos robarían, probablemente, y a él le matarían, pero que los moradores de aquella casa iban a salir para Lisboa un cuarto de hora más tarde, y esperándolos podíamos aprovechar su escolta de soldados y ponernos al abrigo de todo peligro. ...
En la línea 1306
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Desde allí le llevarán, sin duda, a algún cuarto del palacio, ricamente aderezado, donde, habiéndole quitado las armas, le traerán un rico manto de escarlata con que se cubra; y si bien pareció armado, tan bien y mejor ha de parecer en farseto. ...
En la línea 1390
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua, y dijo: -Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas vestido en pompa y a caballo. ...
En la línea 2653
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Pues no se piense; que, por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto sobre otro, o no me llamaría yo como me llamo ni sería hija de quien soy! Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritornes. ...
En la línea 3169
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero lo que a mí más me fatigaba era el ver ir a pie a Zoraida por aquellas asperezas, que, puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, más le cansaba a ella mi cansancio que la reposaba su reposo; y así, nunca más quiso que yo aquel trabajo tomase; y, con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua debíamos de haber andado, cuando llegó a nuestros oídos el son de una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca había ganado; y, mirando todos con atención si alguno se parecía, vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. ...
En la línea 130
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 5 de julio de 1832.- Largamos velas por la mañana y salimos del magnífico puerto de Río. Durante nuestro viaje hasta el Plata no vemos nada de particular, como no sea un día una grandísima bandada de marsopas, en número de varios millares. El mar entero parecía surcado por estos animales, y nos ofrecían el espectáculo más extraordinario cuando cientos de ellos avanzaban a saltos, que hacían salir del agua todo su cuerpo. Mientras nuestro buque corría nueve nudos por hora, esos animales podían pasar y repasar por delante de la proa con la mayor facilidad y seguir adelantándonos hasta muy lejos. Empieza a hacer mal tiempo en el momento en que penetramos en la desembocadura del Plata. Con una noche muy oscura, nos vemos rodeados por gran número de focas y de pájaros bobos que hacen un ruido tan extraño, que el oficial de cuarto nos asegura que oye los mugidos del ganado vacuno en la costa. ...
En la línea 217
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... He aquí un pequeño mundo adaptado a esos lagos de salmuera que se encuentran tierra adentro. Dícese que un crustáceo muy pequeño (Cáncer salinas) habita en infinito número en las salinas de Lymington; pero sólo en las hondonadas donde por efecto de la evaporación, el líquido ha adquirido ya una densidad muy grande, como un cuarto de libra inglesa de sal por cada medio litro de agua4. ¡Sí, sin duda, puede afirmarse que todas las partes del mundo son habitables! Lagos de agua salobre, lagos subterráneos ocultos en las laderas de las montañas volcánicas, fuentes minerales de agua caliente, profundidades del océano, regiones superiores de la atmósfera, hasta una superficie de las nieves perpetuas: ¡en todas partes hay seres organizados! Al norte del río Negro, entre este río y el país habitado cerca de Buenos Aires, los españoles no poseen más que un pequeño establecimiento, recién fundado, en Bahía Blanca. En línea recta, hay cerca de 500 millas inglesas (800 kilómetros) del río Negro a Buenos Aires. Las tribus nómadas de indios, que usan caballo y siempre han ocupado la mayor parte de este país, atacan últimamente a cada instante las estancias aisladas; por eso el gobierno de Buenos Aires organizó hace algún tiempo, para exterminarlas, un ejército al mando del general Rosas. ...
En la línea 271
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... que irrazonable el pensar en unos árboles, por antediluvianos que fuesen, con ramas lo suficiente fuertes para soportar animales tan grandes como elefantes? El profesor Owen sostiene (lo cual es mucho más probable) que, en vez de trepar a los árboles, esos animales atraían hacia sí las ramas y desarraigaban los arbustos para alimentarse con sus hojas. Colocándonos en este punto de vista, es evidente que la anchura y el peso colosal del cuarto trasero de esos animales, que apenas se puede imaginar sin verlo, les prestaban un gran servicio en lugar de molestarles; en una palabra, desaparecería su pesadez. Fijando en el suelo con firmeza su cola robusta y sus inmensos talones, podían ejercitar libremente toda la fuerza de sus tremendos brazos y de sus garras poderosas. ...
En la línea 291
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los habitantes del país distinguen fácilmente, aun a gran distancia, el macho de la hembra. El macho es mayor, tiene colores más oscuros10 y más gruesa la cabeza. El avestruz (creo que sólo el macho) deja oír un grito extraño, grave, sibilante; la primera vez que lo oí estaba yo en medio de unos montecillos de arena y lo atribuí a algún animal feroz; porque es un grito de tal naturaleza, que no puede decirse de dónde viene ni de qué distancia. Cuando estábamos en Bahía Blanca durante los meses de septiembre y octubre, hallé gran número de huevos sembrados por todas partes en la superficie del suelo. Unas veces se encuentran aislados acá y allá, en cuyo caso los avestruces no los incuban y los españoles les dan el nombre de huachos; otras veces están reunidos en pequeñas cavidades que constituyen el nido. Vi cuatro nidos: tres de ellos contenían 22 huevos cada uno y 27 el cuarto. En un sólo día de cazar a caballo encontré 64 huevos, 44 de los cuales distribuidos en dos nidos y los otros 20 «huachos» 9 STORT: Travels, tomo 11, pág. 74. ...
En la línea 564
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El arqueólogo habló cerca de un cuarto de hora. ...
En la línea 905
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Después se sentó en una mecedora junto a su tocador, en el gabinete, lejos del lecho por no caer en la tentación de acostarse, y leyó un cuarto de hora un libro devoto en que se trataba del sacramento de la penitencia en preguntas y respuestas. ...
En la línea 942
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aparte del orden, parece el cuarto de un estudiante. ...
En la línea 1088
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aumentaba su mal humor con la conciencia de que estaba pasando un cuarto de hora de rebelión. ...
En la línea 359
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Designaban los italianos a los españoles con el nombre común de catalanes. Los que se creían parientes del Papa, por llevar su mismo apellido en tercero o cuarto grado, suprimían los otros, ostentando sólo el último, lo que aumentó en Roma prodigiosamente el número de los Borjas. ...
En la línea 497
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Usted es de una gran familia histórica—dijo a Claudio—. Pertenece a la nobleza en la que yo hubiese querido figurar de no bastarme la mía, herencia de hombres de espada que pasaron el Océano, o sea de los conquistadores. Procede usted de la aristocracia papal, i Gran familia la de los Borgias. Muchas veces siento la tentación de escribir un libro sobre ellos. Su tío don Baltasar me incitó a que lo hiciese, en su reciente visita; ¡pero son tantas las cosas que debo escribir antes!… Una familia que empieza a figurar en el mundo gracias a Calixto Tercero, el octogenario e incansable cruzado, y termina un siglo después dando un gran salto, el cuarto duque de Gandía, cortesano elegante que se hace jesuíta y acaba por ser San Francisco de Borja. Todos en ella se muestran ardorosos, enérgicos, de vigorosa personalidad. ¡César Borgia y San Francisco de Borja surgiendo de la misma estirpe en el transcurso de pocos decenios!… Unos Borjas fueros héroes; otros, santos; otros terribles pecadores, pero ninguno vulgar ni mediocre. ...
En la línea 780
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ascanio Sforza, el cardenal Caraffa y sólo en cuarto lugar Rodrigo de Borja. ...
En la línea 63
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Criáronle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Baldomero no tenía carácter para poner un freno a su estrepitoso cariño paternal, ni para meterse en severidades de educación y formar al chico como le formaron a él. Si su mujer lo permitiera, habría llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el niño hiciera en todo su real gana. ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? ¡Efectos de la evolución educativa, paralela de la evolución política! Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir. Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos. Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local. En lo tocante a juegos, no conoció nunca más que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho después del tiempo en que empezó a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo más particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema había sido eficacísimo para formarle a él, lo tenía por deplorable tratándose de su hijo. Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer… El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante. La naturaleza se cura sola; no hay más que dejarla. Las fuerzas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa sólo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su espíritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo decía así; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresión de moda y muy socorrida: «el mundo marcha». ...
En la línea 75
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pero Gumersindo e Isabel habían llegado un poco tarde, porque las novedades estaban en manos de mercaderes listos, que sabían ya el camino de París. Arnaiz fue también allá; mas no era hombre de gusto y trajo unos adefesios que no tuvieron aceptación. La Cordero, sin embargo, no se desanimaba. Su marido empezaba a atontarse; ella a ver claro. Vio que las costumbres de Madrid se transformaban rápidamente, que esta orgullosa Corte iba a pasar en poco tiempo de la condición de aldeota indecente a la de capital civilizada. Porque Madrid no tenía de metrópoli más que el nombre y la vanidad ridícula. Era un payo con casaca de gentil-hombre y la camisa desgarrada y sucia. Por fin el paleto se disponía a ser señor de verdad. Isabel Cordero, que se anticipaba a su época, presintió la traída de aguas del Lozoya, en aquellos veranos ardorosos en que el Ayuntamiento refrescaba y alimentaba las fuentes del Berro y de la Teja con cubas de agua sacada de los pozos; en aquellos tiempos en que los portales eran sentinas y en que los vecinos iban de un cuarto a otro con el pucherito en la mano, pidiendo por favor un poco de agua para afeitarse. ...
En la línea 98
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Si estaba jugando al tute o al mus, únicos juegos que sabía y en los que era maestro, primero se hundía el mundo que apartar él su atención de las cartas. Era tan fuerte el ansia de charla y de trato social, se lo pedía el cuerpo y el alma con tal vehemencia, que si no iban habladores a la tienda no podía resistir la comezón del vicio, echaba la llave, se la metía en el bolsillo y se iba a otra tienda en busca de aquel licor palabrero con que se embriagaba. Por Navidad, cuando se empezaban a armar los puestos de la Plaza, el pobre tendero no tenía valor para estarse metido en aquel cuchitril oscuro. El sonido de la voz humana, la luz y el rumor de la calle eran tan necesarios a su existencia como el aire. Cerraba, y se iba a dar conversación a las mujeres de los puestos. A todas las conocía, y se enteraba de lo que iban a vender y de cuanto ocurriera en la familia de cada una de ellas. Pertenecía, pues, Estupiñá a aquella raza de tenderos, de la cual quedan aún muy pocos ejemplares, cuyo papel en el mundo comercial parece ser la atenuación de los males causados por los excesos de la oferta impertinente, y disuadir al consumidor de la malsana inclinación a gastar el dinero. «D. Plácido, ¿tiene usted pana azul?».—«¡Pana azul!, ¿y quién te mete a ti en esos lujos? Sí que la tengo; pero es cara para ti». —«Enséñemela usted… y a ver si me la arregla»… Entonces hacía el hombre un desmedido esfuerzo, como quien sacrifica al deber sus sentimientos y gustos más queridos, y bajaba la pieza de tela. «Vaya, aquí está la pana. Si no la has de comprar, si todo es gana de moler, ¿para qué quieres verla? ¿Crees que yo no tengo nada qué hacer?».—«Lo que dije; estas mujeres marean a Cristo. Hay otra clase, sí señora. ¿La compras, sí o no? A veinte y dos reales, ni un cuarto menos».—«Pero déjela ver… ¡ay qué hombre! ¿Cree que me voy a comer la pieza?»… «A veinte y dos realetes». —«¡Ande y que lo parta un rayo!».—«Que te parta a ti, mal criada, respondona, tarasca… ». ...
En la línea 114
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Vivía Plácido en la Cava de San Miguel. Su casa era una de las que forman el costado occidental de la Plaza Mayor, y como el basamento de ellas está mucho más bajo que el suelo de la Plaza, tienen una altura imponente y una estribación formidable, a modo de fortaleza. El piso en que el tal vivía era cuarto por la Plaza y por la Cava séptimo. No existen en Madrid alturas mayores, y para vencer aquellas era forzoso apechugar con ciento veinte escalones, todos de piedra, como decía Plácido con orgullo, no pudiendo ponderar otra cosa de su domicilio. El ser todas de piedra, desde la Cava hasta las bohardillas, da a las escaleras de aquellas casas un aspecto lúgubre y monumental, como de castillo de leyendas, y Estupiñá no podía olvidar esta circunstancia que le hacía interesante en cierto modo, pues no es lo mismo subir a su casa por una escalera como las del Escorial, que subir por viles peldaños de palo, como cada hijo de vecino. ...
En la línea 422
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... John Canty se apartó murmurando amenazas y maldiciones, y desapareció de la vista, tragado por la multitud. Handon subió tres tramos de escalera hasta su cuarto en compañía del niño, después de ordenar que les sirvieran de comer. Era una pobre pieza, con una destartalada cama y algunos muebles viejos, y alumbrada vagamente por dos moribundas velas. El rey niño se arrastró hasta la cama y se tendió en ella, casi exhausto de hambre y de fatiga. Había estado en pie gran parte del día y de la noche (entonces eran las dos o tres de la mañana), y no había comido nada. Soñoliento, bulbueió: ...
En la línea 618
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A no ser por un solo temor habría mirado sin grave disgusto la proximidad del día cuarto. Era aquel en que debía empezar a comer en público. Habría asuntos más graves en el programa, porque tendría Tom que presidir un consejo en que habría de exponer sus miras y dictar sus órdenes respecto a la política que debería seguirse con varias naciones extranjeras, desperdigadas por todo el mundo; también sería elegido oficialmente Hertford para el importante cargo de Lord Protector, y otras cosas notables estaban señaladas; mas para Tom todo era insignificante, comparado con la prueba de tener que comer solo, ante una muchedumbre de ojos fijos en él y una multitud de bocas que cuchicheaban comentarios sobre sus actos y sus torpezas, si era tan desdichado que las cometiese. ...
En la línea 619
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Pero como nada podía detener la llegada del cuarto día, este vino y encontró alicaído y absorto al pobre Tom, que no podía sacudir su mal humor. Los deberes ordinarios de la mañana le aburrieron más de la cuenta, y una vez más experimentó la pesadumbre de su cautiverio. ...
En la línea 940
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Este feliz estado de cosas prosiguió mientras los dos despachaban la cena. Luego, tras una plegaria ante la hornacina, el ermitaño acostó al niño en una pequeña habitación contigua, y lo arropó con tanto cariño como si fuera una madre; y así, con una caricia postrera, le dejó, se sentó junto al fuego y empezó a atizar. los leños, distraído y sin interés. De pronto te detuvo y se golpeó varias veces la frente con la mano, como si tratara de recordar algún pensamiento que hubiera huido de su mente. No lo consiguió al parecer, y se levantó bruscamente y entró en el cuarto de su huésped, a quien dijo: ...
En la línea 220
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Pero este pensamiento se le fue diluyendo, derritiéndosele, y al poco rato no era sino una polca. Es que un piano de manubrio se había parado al pie de la ventana de su cuarto y estaba sonando. Y el alma de Augusto repercutía notas, no pensaba. ...
En la línea 495
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Ni le hago ni pienso hacerle, pero se me antoja que el pobrete va a dar en la flor de venir de visita a hora que esté yo. No es cosa, como comprendes, de que me encierre en mi cuarto y me niegue a que me vea, y sin solicitarme va a dedicarse a mártir silencioso. ...
En la línea 759
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Pocos días después de esto entró una mañana Liduvina en el cuarto de Augusto diciéndole que una señorita preguntaba por él. ...
En la línea 1028
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y se salió Eugenia, con los ojos hechos un incendio y diciéndose: «Pero ¡qué brutos, qué brutos! Jamás lo hubiera creído… ¡Qué brutos!» Y al llegar a su casa se encerró en su cuarto y rompió a llorar. Y tuvo que acostarse presa de una fiebre. ...
En la línea 101
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Un cuarto de hora más tarde, nuestro equipaje estaba preparado. Conseil lo había hecho en un periquete, y yo tenía la seguridad de que nada faltaría, pues clasificaba las camisas y los trajes tan bien como los pájaros o los mamíferos. ...
En la línea 110
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El acondicionamiento interior de la fragata respondía a sus cualidades náuticas. Me satisfizo mucho mi camarote, situado a popa y contiguo al cuarto de los oficiales. ...
En la línea 114
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El comandante Farragut estaba ya haciendo largar las últimas amarras que retenían al Abraham Lincoln al muelle de Brooklyn. Así, pues, hubiera bastado un cuarto de hora de retraso, o menos incluso, para que la fragata hubiese zarpado sin mí y para perderme esta expedición extraordinaria, sobrenatural, inverosímil, cuyo verídico relato habrá de hallar sin duda la incredulidad de algunos. ...
En la línea 202
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La fragata se hallaba entonces a 31º 15' de latitud Norte y 136º 42' de longitud Este. Las tierras del Japón distaban menos de doscientas millas a sotavento. Se acercaba ya la noche, acababan de dar las ocho. Grandes nubarrones velaban el disco lunar, entonces en su primer cuarto. La mar ondulaba apaciblemente bajo la roda de la fragata. Yo me hallaba a proa, apoyado en la batayola de estribor. A mi lado, Consed miraba el horizonte. La tripulación, encaramada a los obenques, escrutaba el horizonte que iba reduciéndose y oscureciéndose poco a poco. Los oficiales escudriñaban la creciente oscuridad con sus catalejos de noche. De vez en cuando el oscuro océano resplandecía fugazmente bajo un rayo de luna entre dos nubes. Luego, el rayo de luz se desvanecía de nuevo en las tinieblas. ...
En la línea 276
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras yo los contemplaba reunidos en torno de la fragua y divirtiéndose, pensé en el terrible postre que para una comida resultaría la caza de mi amigo fugitivo. Apenas hacía un cuarto de hora que estábamos allí reunidos, cuando todos se alegraron con la esperanza de la captura. Ya se imaginaban que los dos bandidos serían presos, que las campanas repicarían para llamar a la gente contra ellos, que los cañones dispararían por su causa, y que hasta el humo les perseguiría. Joe trabajaba por ellos, y todas las sombras de la pared parecían amenazarlos cuando las llamas de la fragua disminuían o se reavivaban, así como las chispas que caían y morían, y yo tuve la impresión de que la pálida tarde se ensombrecía por lástima hacia aquellos pobres desgraciados. ...
En la línea 450
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por tales razones sentí contento en cuanto dieron las diez y salimos en dirección a la casa de la señorita Havisham, aunque no estaba del todo tranquilo con respecto al cometido que me esperaba bajo el techo de aquella desconocida. Un cuarto de hora después llegamos a casa de la señorita Havisham, toda de ladrillos, muy vieja, de triste aspecto y provista de muchas barras de hierro. Varias ventanas habían sido tapiadas, y las que quedaban estaban cubiertas con rejas oxidadas. En la parte delantera había un patio, también defendido por una enorme puerta, de manera qua después de tirar de la cadena de la campana tuvimos que esperar un rato hasta que alguien llegase a abrir la puerta. Mientras aguardábamos ante ésta, yo traté de mirar por la cerradura, y aun entonces el señor Pumblechook me preguntó: ...
En la línea 946
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En casa del tío Pumblechook, mi hermana se separó de nosotros. Como entonces eran casi las doce de la mañana, Joe y yo nos encaminamos directamente a casa de la señorita Havisham. Estella abrió la puerta como de costumbre, y, en el momento en que la vió, Joe se quitó el sombrero y pareció sopesarlo con ambas manos, como si tuviese alguna razón urgente para apreciar con exactitud una diferencia de peso de un cuarto de onza. ...
En la línea 1113
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe había estado en Los Tres Alegres Barqueros fumando su pipa desde las ocho y cuarto hasta las diez menos cuarto de la noche. Mientras permaneció allí, alguien pudo ver a mi hermana en la puerta de la cocina, y además ella cambió un saludo con un labrador que se dirigía a su casa. Aquel hombre no podía precisar la hora en que la vio, pues cuando quiso recordar se sumió en un mar de confusiones, aunque, desde luego, aseguró que debió de ser antes de las nueve de la noche. Cuando Joe se fue a su casa, a las diez menos cinco, la encontró tendida en el suelo, e inmediatamente pidió auxilio. El fuego no estaba muy agotado ni tampoco era muy largo el pabilo de la bujía, pero ésta había sido apagada. ...
En la línea 19
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Si tengo tanto miedo en este ensayo, ¿qué sería si viniese a llevar a cabo de verdad el 'negocio'?», pensó involuntariamente al llegar al cuarto piso. ...
En la línea 142
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cruzaron el patio y empezaron a subir hacia el cuarto piso. La escalera estaba cada vez más oscura. Eran las once de la noche, y aunque en aquella época del año no hubiera, por decirlo así, noche en Petersburgo, es lo cierto que la parte alta de la escalera estaba sumida en la más profunda oscuridad. ...
En la línea 381
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mikolka vuelve a levantar el palo y descarga un segundo golpe en el lomo de la pobre bestia. El animal se contrae; su cuarto trasero se hunde bajo la violencia del golpe; después da un salto y empieza a tirar con todo el resto de sus fuerzas. Su propósito es huir del martirio, pero por todas partes encuentra los látigos de sus seis verdugos. El palo se levanta de nuevo y cae por tercera vez, luego por cuarta, de un modo regular. Mikolka se enfurece al ver que no ha podido acabar con el caballo de un solo golpe. ...
En la línea 465
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se levantó con un gran esfuerzo. Le dolía la cabeza. Dio una vuelta por el cuarto y volvió a echarse en el diván. ...
En la línea 311
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No puedo comprender, no comprendo lo que es esa mujer. Es bonita, sí, es bonita según parece. Hace perder la cabeza también a los demás. Es alta y esbelta, muy delgada. Tengo la impresión de que se podría hacer con ella un paquetito o doblarla. Sus pies son largos y estrechos, obsesionantes. Positivamente obsesionantes. Tiene los cabellos de un tono rojizo y ojos de gata. ¡Pero qué orgullo, qué arrogancia en su mirada! Hace cuatro meses, poco después de mi llegada, tuvo una noche, en el salón, con Des Grieux, una conversación larga y animada. Y le miraba de un modo… que luego, una vez en mi cuarto, me hube de imaginar que ella le había abofeteado… Desde aquella noche la amo. ...
En la línea 337
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La primera, muy espaciosa, es un salón con un piano de cola. Al lado, otro cuarto grande, el gabinete del general. Allí me esperaba, de pie, en el centro, en una actitud la mar de majestuosa. Des Grieux estaba tumbado en el sofá. ...
En la línea 983
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Poco antes de las once de la mañana, cuando aún la abuela estaba en su cuarto, el general y Des Grieux resolvieron intentar un último esfuerzo. Habiéndose enterado de que, lejos de marcharse, había vuelto al casino, fueron a verla para discutir definitivamente e incluso “francamente”. El general que temblaba y desfallecía ante la perspectiva de las funestas consecuencias que podían resultar para él, perdió los estribos; después de haber suplicado durante media hora y de haberlo confesado todo, es decir, sus deudas y hasta su pasión por la señorita Blanche —estaba completamente loco tomó de pronto un tono amenazador y comenzó a reñir a la abuela. Ella deshonraba su nombre, se convertía en la causa de un escándalo en toda la ciudad y, en fin… en fin… ...
En la línea 987
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... “Una pobre vieja, honrada, pero chocha, acaba de arruinarse en el juego… etc. ¿No se podría obtener una vigilancia o una intervención … ?” Pero Des Grieux se contentaba con encogerse de hombros y se reía en las mismas narices del general, que no sabiendo ya qué despotricar, iba de un lado a otro del cuarto. Finalmente Des Grieux se cansó y se marchó. ...
En la línea 128
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Pero yo -dijo el posadero- no tengo cuarto que daros. ...
En la línea 197
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Aquella noche el obispo de D., después de dar un paseo por la ciudad, permaneció hasta bastante tarde encerrado en su cuarto. A las ocho trabajaba todavía con un voluminoso libro abierto sobre las rodillas, cuando la señora Magloire entró, según su costumbre, a sacar la plata del cajón colocado junto a la cama. ...
En la línea 240
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La señora Magloire lo oyó; tomó de la chimenea del cuarto de Su Ilustrísima los dos candelabros de plata, y los puso encendidos en la mesa. ...
En la línea 260
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Caballero, voy a enseñaros vuestro cuarto. ...
En la línea 332
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por fin, al anochecer del cuarto día, logró abatir al gran alce. Un día y una noche enteros permaneció al lado del animal muerto, comiendo y durmiendo. Después, sintiéndose descansado, fresco y fuerte, giró la cabeza en dirección al campamento y a John Thornton. Comenzó a trotar y anduvo por aquel territorio desconocido hora tras hora, sin que lo desorientase la maraña de sendas, siguiendo el rumbo con una certeza que no habría superado el hombre con su aguja magnética. ...
En la línea 519
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al despertar a Lucía con un bol de café con leche, diole la camarera, por primer noticia, la de que monsieur Miranda no había venido en el tren de España. Saltó del lecho, y se vistió en un decir Jesús, tratando de reanudar sus dispersos recuerdos, y mirando la habitación con la sorpresa que suelen los que, no habiendo viajado nunca, amanecen en lugar desacostumbrado y nuevo. Miró al reloj de sobremesa: eran las ocho. Salió al pasillo, y tecleó suaves golpecitos en la puerta del cuarto de Artegui. ...
En la línea 622
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía acababa de secarse ante la chimenea encendida por Artegui en su cuarto. Los cabellos, antes empapados y pegados a la frente, comenzaban a revolar ligeros en torno de sus sienes; su ropa humeaba aún, pero ya el benéfico calorcillo, penetrándola, le restituía la acostumbrada soltura. Sólo la pluma del sombrero, lastimosamente alicaída, atestiguaba los estragos de la arroyada, a despecho de la prolijidad con que su dueña, aproximándola a las llamas, intentaba devolverle las gráciles roscas. ...
En la línea 665
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Encogiose Artegui de hombros como aquel que se resigna, y tiró del cordón de la campanilla. Cuando un cuarto de hora después entró el camarero con la bandeja, ardía el fuego más que nunca claro y regocijado, y las dos butacas, colocadas a ambos lados de la chimenea, y el velador cubierto de níveo mantel, convidaban a la dulce intimidad del almuerzo. Brillaban las limpias copas, las garrafas, la salvilla, las vinagreras, el aro de plata del mostacero: los rábanos, nadando en fina concha de porcelana, parecían capullos de rosa; el lenguado frito presentaba su dorado lomo, donde se destacaba el oro pálido de las ruedas de limón, y el verde chamuscado de las ramas de perejil; los bisteques reposaban sangrientos en lago de liquida manteca; y en las transparentes copas de muselina destellaba el intenso granate del Borgoña y el rubio topacio del Chateau-Iquem. Al entrar y salir; al dejar cada plato, o recogerlo, reíase el camarero, para su sayo, de la enamorada pareja española, que quería habitación aparte, para luego almorzar así, mano a mano, al halago de la lumbre. A fuer de francés de raza, el sirviente aprovechaba la situación, subiendo el gasto. Había presentado a Artegui la lista de los vinos, y se permitía indicaciones y consejos. ...
En la línea 728
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Pues yo -decía Perico a Pilar- subí al cuarto de Artegui, porque la verdad, la verdad, me dio curiosidad cuando me dijeron que tenía una chica muy guapa, muy guapa, consigo. ...
En la línea 40
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Advirtió además en su cuarto una nota colocada encima del reloj. Era el programa del servicio diario. Comprendía -desde las ocho de la mañana, hora reglamentaria en que se levantaba Phileas Fogg, hasta las once y media en que dejaba su casa para ir a almorzar al Reform Club- todas las minuciosidades del servicio, el té y los picatostes de las ocho y veintitrés, el agua caliente para afeitarse de las nueve y treinta y siete, el peinado de las diez menos veinte, etc. A continuación, desde las once de la noche- instantes en que se acostaba el metódico gentieman- todo estaba anotado, previsto, regularizado. Picaporte pasó un rato feliz meditando este programa y grabando en su espíritu los diversos artículos que contenía. ...
En la línea 135
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg había subido primero a su cuarto y luego llamó. ...
En la línea 150
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte hubiera querido responder, pero no pudo. Salió del cuarto de mister Fogg, subió al suyo, cayó sobre una silla, y empleando una frase vulgar de su país dijo para sí: ...
En la línea 153
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las ocho, Picaporte había preparado el modesto saco que contenía su ropa y la de su amo; y después, perturbado todavía de espíritu, salió del cuarto, cerró cuidadosamente la puerta, y se reunió con mister Fogg. ...

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