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La palabra cobarde
Cómo se escribe

la palabra cobarde

La palabra Cobarde ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cobarde.

Estadisticas de la palabra cobarde

Cobarde es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 11132 según la RAE.

Cobarde aparece de media 0.68 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la cobarde en las obras de referencia de la RAE contandose 103 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Cobarde

Cómo se escribe cobarde o cobarrde?
Cómo se escribe cobarde o sobarde?
Cómo se escribe cobarde o covarde?


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece cobarde

La palabra cobarde puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1610
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Asómat, morral! (¡Baja, cobarde! ¡Asómate, morral!) Y la barraca permanecía silenciosa y cerrada, como si la hubiesen abandonado. ...

En la línea 1612
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Dupont cayó desalentado en su asiento, la cabeza entre las manos, con la facilidad con que pasaba su carácter de la acción desordenada e impetuosa al anonadamiento cobarde. ...

En la línea 1707
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Yo cobarde!--exclamó con sencillez el muchacho.--Adelante, Juanón. ...

En la línea 1918
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señor Fermín no percibió de este suplicio más que el silencio de la ciudad, que parecía avergonzada; el gesto de miedo de los pobres; la sumisión cobarde con que hablaban de los señores. ...

En la línea 183
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Ah, cobarde! ¡Ah, miserable! ¡Ah, falso gentilhombre! -exclamó D'Artagnan lanzándose a su vez tras el lacayo. ...

En la línea 185
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Apenas hubo dado diez pasos, cuando sus oídosle zum baron, le dominó un vahído, una nube de sangre pasó por sus ojos, y cayó en medio de la calle gritando todavía:-¡Cobarde, cobarde, cobarde!-En efecto, es muy cobarde -murmuró el hostelero aproximándose a D'Artagnan, y tratando mediante esta adulación de reconciliar se con el obre muchacho, como la garza de la fábula con su limaco nocturno . ...

En la línea 185
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Apenas hubo dado diez pasos, cuando sus oídosle zum baron, le dominó un vahído, una nube de sangre pasó por sus ojos, y cayó en medio de la calle gritando todavía:-¡Cobarde, cobarde, cobarde!-En efecto, es muy cobarde -murmuró el hostelero aproximándose a D'Artagnan, y tratando mediante esta adulación de reconciliar se con el obre muchacho, como la garza de la fábula con su limaco nocturno . ...

En la línea 185
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Apenas hubo dado diez pasos, cuando sus oídosle zum baron, le dominó un vahído, una nube de sangre pasó por sus ojos, y cayó en medio de la calle gritando todavía:-¡Cobarde, cobarde, cobarde!-En efecto, es muy cobarde -murmuró el hostelero aproximándose a D'Artagnan, y tratando mediante esta adulación de reconciliar se con el obre muchacho, como la garza de la fábula con su limaco nocturno . ...

En la línea 2533
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cabrera, sobre todo, era un malvado cobarde, en cuyo limitado entendimiento no podía albergarse una sola idea de mediana grandeza, cuyos hechos heroicos se limitaban a degollar hombres indefensos y a violar y destripar infelices mujeres; sin embargo, he visto que a un individuo tan vil, ciertos periódicos franceses (carlistas, naturalmente) le llaman el joven y heroico general. ...

En la línea 1463
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Naturalmente eres cobarde, Sancho -dijo don Quijote-, pero, porque no digas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de ser con una condición: que jamás, en vida ni en muerte, has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahora para entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento, y digo que mientes y mentirás todas las veces que lo pensares o lo dijeres. ...

En la línea 1934
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Ah, loco de mí, ahora que estoy ausente y lejos del peligro, digo que había de hacer lo que no hice! ¡Ahora que dejé robar mi cara prenda, maldigo al robador, de quien pudiera vengarme si tuviera corazón para ello como le tengo para quejarme! En fin, pues fui entonces cobarde y necio, no es mucho que muera ahora corrido, arrepentido y loco. ...

En la línea 2615
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Juntáronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera más necesario tenerle, para quitarse la vida, que tan aborrecida tenía. ...

En la línea 2874
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. ...

En la línea 1706
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana dio gritos, se asustó mucho, se sintió muy cobarde; llorando y con las manos en cruz pidió que llamaran a sus tías, unas hermanas de su padre que vivían en Vetusta y que tenía entendido que eran muy buenas cristianas. ...

En la línea 4849
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Llamaba a Dupanloup cobarde. ...

En la línea 6223
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando don Álvaro callaba, ella volvía a sus miedos; se le figuraba que él también volvía a pensar en lo que mediaba entre ambos, en la aparición diabólica de la noche anterior, en el paseo por las calles, y en tantas citas implícitas, buscadas, indagadas, solicitadas sin saber cómo por él; cobarde, criminalmente consentidas por ella. ...

En la línea 8080
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si algo en ella temía el engaño, veía el sofisma debajo de aquella gárrula turba de ideas sublevadas, que reclamaban supuestos derechos, Ana procuraba ahogarlo, y como engañándose a sí misma, la voluntad tomaba la resolución cobarde, egoísta, de dejarse ir. ...

En la línea 1138
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pasó la mañana en su casa. Rehuyó el salir de ella, temiendo encontrar a alguno de los que habían escuchado sus palabras en el palacio de Enciso. Luego consideró tal aislamiento una acción cobarde. ¿Qué le podía importar que lo saludasen o fingieran no verlo aquellos personajes antipáticos?… ...

En la línea 1195
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En aquella época, las calumnias de este degenerado fueron comentadas con la afición que muestra siempre el público a los escándalos que afectan a los grandes; pero nadie creyó en ellas. Después de repetir las vociferaciones del señor de Pésaro, la gente se ensañaba con él, diciendo que más fácil le habría sido, para salir del paso honradamente, prestarse a la prueba de su virilidad, y glosaba el abandono en que había tenido a su esposa. Además, cuando el cobarde Sforza, para justificar su fuga de Roma, dijo que los Borgias querían envenenarlo, todos recordaron que en esta materia los Sforzas eran famosos, y sobre todos ellos, Ludovico el Moro, que se había apoderado del ducado de Milán envenenando públicamente a su sobrino, dueño verdadero de dicho Estado. ...

En la línea 3563
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Hablando de esto, se animaba llegando hasta la elocuencia. «Porque mira tú, chulita, no predico yo la hipocresía. En cierta clase de faltas, la dignidad consiste en no cometerlas. No transijo, pues, con nada que sea apropiarse lo ajeno, ni con mentiras que dañan al honor del prójimo, ni con nada que sea vil y cobarde; tampoco transijo con menospreciar la disciplina militar: en esto soy muy severo; pero en todo aquello que se relaciona con el amor, la dignidad consiste en guardar el decoro… porque no me entra ni me ha entrado nunca en la cabeza que sea pecado, ni delito, ni siquiera falta, ningún hecho derivado del amor verdadero. Por eso no me he querido casar… Claro, es preciso contener algo a la gente y asustar a los viciosos; por eso se hicieron diez mandamientos en vez de ocho, que son los legítimos; los otros dos no me entran a mí. ¡Ah!, chulita, dirás que yo tengo la moral muy rara. La verdad, si me dicen que Fulano hizo un robo, o que mató o calumnió o armó cualquier gatería, me indigno, y si le cogiera, créelo, le ahogaría; pero vienen y me cuentan que tal mujer le faltó a su marido, que tal niña se fugó de la casa paterna con el novio, y me quedo tan fresco. Verdad que por el decoro debido a la sociedad, hago que me espanto, y digo: «¡Qué barbaridad, hombre, qué barbaridad!». Pero en mi interior me río y digo: «ande el mundo y crezca la especie, que para eso estamos… ». ...

En la línea 4107
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Guardaron silencio un rato mirando al suelo. Jacinta no pensaba en nada importante; Fortunata sí, y por la mente le pasó toda su historia como envuelta en una nube de fuego. Se le vinieron a la boca palabras duras para increpar a aquella mona del Cielo, que le había quitado lo suyo. ¿Pues no era esto una gran injusticia? Los agravios se le revolvían en el seno, saliéndole a los labios en esa forma descomedida y grosera de las hijas del pueblo, cuando se ponen a reñir. «¡La cojo y la… !—decía para sí clavándose las uñas en sus propios brazos—. ¿Que es un ángel? Pues que lo sea… ¿Que es una santa? ¿Y a mí qué?… ». Pero de los labios para fuera, nada… «¡Qué cobarde soy! Con una palabra la haré caer redonda, y me tendrá un miedo tan grande que no le darán ganas de volverme a hacer preguntitas… ». ...

En la línea 4582
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Sabía por experiencia la señora de Jáuregui que en los ataques fuertes de su sobrino, Ballester era la única persona que le hacía entrar en razón, desplegando ante él, ya la burla descarada, ya la autoridad seca y hasta cruel. Las personas de la familia, a quienes él quería, eran las más ineptas para dominarle, pues contra ellas iba la descarga de su recelo furibundo. «Bueno, bajaré—dijo Maxi tomando su sombrero—. Tengo que ajustarle las cuentas al señor de Ballester. De mí no se ríe más… Y en último caso, que me lo diga cara a cara. ¿A que no se atreve? Es un cobarde y un traidor, que vendiendo amistad, hiere por la espalda». ...

En la línea 5459
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Después de recorrer la calle de Barrionuevo y la Plaza del Progreso, la pareja tomó por la calle de San Pedro Mártir, buscando la vía menos concurrida. «Van a tomar por la calle de la Cabeza—dijo Maxi—, por donde no pasa un alma a estas horas. ¡Ah!, trasto, ladrón de honras, asesino… La justicia caerá sobre ti algún día, si no hoy, mañana. Lo que siento es que no sea por mi mano». Seguíales sin perderles de vista, a bastante distancia… «Me duelen las contusiones que recibí aquella noche, como si las acabara de recibir… Perdulario, cobarde, que te ensañas con los débiles de cuerpo, con los enfermos que no se pueden tener… A ti se te contesta con una bala… ¡plaf! Y se te deja seco… Y yo me quedaría tan fresco si te pudiera dar lo que mereces… pero tan fresco y tan satisfecho como se queda todo el que ha hecho un bien muy grande, pero muy grande… ». ...

En la línea 544
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Señor —dijo Sandokán acercándosele—, si yo le hubiese dado hospitalidad, si le hubiera llamado mi amigo y hubiera descubierto después que era un enemigo, le habría indicado la puerta, pero no le hubiera tendido una cobarde emboscada. Ahí abajo, en el camino que debo recorrer, hay cincuenta o cien hombres dispuestos a fusilarme. Mande que se retiren y que me dejen el paso libre. ...

En la línea 602
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Señor —dijo Sandokán acercándosele—, si yo le hubiese dado hospitalidad, si le hubiera llamado mi amigo y hubiera descubierto después que era un enemigo, le habría indicado la puerta, pero no le hubiera tendido una cobarde emboscada. Ahí abajo, en el camino que debo recorrer, hay cincuenta o cien hombres dispuestos a fusilarme. Mande que se retiren y que me dejen el paso libre. ...

En la línea 1075
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿Qué has dicho? — exclamó mi hermana empezando a gritar—. ¿Qué has dicho? ¿Qué acaba de decirme ese bandido de Orlick, Pip? ¿Qué se ha atrevido a decirme, cuando tengo a mi marido al lado? ¡Oh! ¡Oh! — Cada una de estas exclamaciones fue un grito, y he de observar que mi hermana, a pesar de ser la mujer más violenta que he conocido, no se dejaba arrastrar por el apasionamiento, porque deliberada y conscientemente se esforzaba en enfurecerse por grados —. ¿Qué nombre me ha dado ante el cobarde que juró defenderme? ¡Oh! ¡Contenedme! ¡Cogedme! ...

En la línea 2023
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... -Querido muchacho y amigo de Pip: No voy a contarles mi vida como si fuese una leyenda o una novela. Lo esencial puedo decirlo en un puñado de palabras inglesas. En la cárcel y fuera de ella, en la cárcel y fuera de ella, en la cárcel y fuera de ella. Esto es todo. Tal fue mi vida hasta que me encerraron en un barco y Pip se hizo mi amigo. «He cumplido toda clase de condenas, a excepción de la de ser ahorcado. Me han tenido encerrado con tanto cuidado como si fuese una tetera de plata. Me han llevado de un lado a otro, me han sacado de una ciudad para transportarme a otra, me han metido en el cepo, me han azotado y me han molestado de mil maneras. No tengo la menor idea del lugar en que nací, como seguramente tampoco lo saben ustedes. Cuando me di cuenta de mí mismo me hallaba en Essex, hurtando nabos para comer. Recuerdo que alguien me abandonó; era un hombre que se dedicaba al oficio de calderero remendón, y, como se llevó el fuego consigo, yo me quedé temblando de frío. «Sé que me llamaba Magwitch y que mi nombre de pila era Abel. ¿Que cómo lo sabía? Pues de la misma manera que conozco los nombres de los pájaros de los setos y sé cuál es el pinzón, el tordo o el gorrión. Podría haber creído que todos esos nombres eran una mentira, pero como resultó que los de los pájaros eran verdaderos, creí que también el mío lo sería. «Según pude ver, nadie se cuidaba del pequeño Abel Magwitch, que no tenía nada ni encima ni dentro de él. En cambio, todos me temían y me obligaban a alejarme, o me hacían prender. Y tantas veces llegaron a 165 cogerme para meterme en la cárcel, que yo crecí sin dar importancia a eso, dada la regularidad con que me prendían. «Así continué, y cuando era un niño cubierto de harapos, digno de la compasión de cualquiera (no porque me hubiese mirado nunca al espejo, porque desconocía que hubiese tales cosas en las viviendas), gozaba ya de la reputación de ser un delincuente endurecido. 'Éste es un delincuente endurecido - decían en la cárcel al mostrarme a los visitantes. - Puede decirse que este muchacho no ha vivido más que en la cárcel.' Entonces los visitantes me miraban, y yo les miraba a ellos. Algunos me medían la cabeza, aunque mejor habrían hecho midiéndome el estómago, y otros me daban folletos que yo no sabía leer, o me decían cosas que no entendía. Y luego acababan hablándome del diablo. Pero ¿qué demonio podía hacer yo? Tenía necesidad de meter algo en mi estómago, ¿no es cierto? Mas observo que me enternezco, y ya ni sé lo que tengo que hablar. Querido muchacho y compañero de Pip, no tengan miedo de que me enternezca otra vez. «Vagabundeando, pidiendo limosna, robando, trabajando a veces, cuando podía, aunque esto no era muy frecuente, pues ustedes mismos me dirán si habrían estado dispuestos a darme trabajo; robando caza en los vedados, haciendo de labrador, o de carretero, o atando gavillas de heno, a veces ejerciendo de buhonero y una serie de ocupaciones por el estilo, que no conducen más que a ganarse mal la vida y a crearse dificultades; de esta manera me hice hombre. Un soldado desertor que estaba oculto en una venta, me enseñó a leer; y un gigante que recorría el país y que, a cambio de un penique, ponía su firma donde le decian, me enseñó a escribir. Ya no me encerraban con tanta frecuencia como antes, mas, sin embargo, no había perdido de vista por completo las llaves del calabozo. «En las carreras de Epsom, hará cosa de veinte años, trabé relaciones con un hombre cuyo cráneo sería capaz de romper con este atizador, si ahora mismo lo tuviese al alcance de mi mano, con la misma facilidad que si fuese una langosta. Su verdadero nombre era Compeyson; y ése era el hombre, querido Pip, con quien me viste pelear en la zanja, tal como dijiste anoche a tu amigo después de mi salida. «Ese Compeyson se había educado a lo caballero, asistió a una escuela de internos y era instruido. Tenía una conversación muy agradable y era diestro en las buenas maneras de los señores. También era guapo. La víspera de la gran carrera fue cuando lo encontré junto a un matorral en un tenducho que yo conocía muy bien. Él y algunos más estaban sentados en las mesas del tenducho cuando yo entré, y el dueño (que me conocía y que era un jugador de marca) le llamó y le dijo: «Creo que ese hombre podría convenirle', refiriéndose a mí. «Compeyson me miró con la mayor atención, y yo también le miré. Llevaba reloj y cadena, una sortija y un alfiler de corbata, así como un elegante traje. «- A juzgar por las apariencias, no tiene usted muy buena suerte - me dijo Compeyson. «- Así es, amigo; nunca la he tenido. - Acababa de salir de la cárcel de Kingston, a donde fui condenado por vagabundo; no porque hubiesen faltado otras causas, pero no fui allí por nada más. «- La suerte cambia - dijo Compeyson; - tal vez la de usted está a punto de cambiar. «- ¡Ojalá! - le contesté -. Ya sería hora. «- ¿Qué sabe usted hacer? - preguntó Compeyson. «- Comer y beber - le contesté -, siempre que usted encuentre qué. «Compeyson se echó a refr, volvió a mirarme con la mayor atención, me dio cinco chelines y me citó para la noche siguiente en el mismo sitio. «Al siguiente día, a la misma hora y lugar, fui a verme con Compeyson, y éste me propuso ser su compañero y su socio. Los negocios de Compeyson consistían en la estafa, en la falsificación de documentos y firmas, en hacer circular billetes de Banco robados y cosas por el estilo. Además, le gustaba mucho planear los golpes, pero dejar que los llevase a cabo otro, aunque él se quedaba con la mayor parte de los beneficios. Tenía tanto corazón como una lima de acero, era tan frío como la misma muerte y tenía una cabeza verdaderamente diabólica. «Había otro con Compeyson, llamado Arturo… , no porque éste fuese su nombre de pila, sino su apodo. Estaba el pobre en muy mala situación y tan flaco y desmedrado que daba pena mirarle. Él y Compeyson parece que, algunos años antes, habían jugado una mala pasada a una rica señora, gracias a la cual se hicieron con mucho dinero; pero Compeyson apostaba y jugaba, y habría sido capaz de derrochar las contribuciones que se pagan al rey. Así, pues, Arturo estaba enfermo de muerte, pobre, sin un penique y lleno de terrores. La mujer de Compeyson, a quien éste trataba a patadas, se apiadaba del desgraciado cuantas veces le era posible demostrar su compasión, y en cuanto a Compeyson, no tenía piedad de nada ni de nadie. «Podría haberme mirado en el espejo de Arturo, pero no lo hice. Y no quiero ahora decir que el desgraciado me importaba gran cosa, pues ¿para qué serviría mentir? Por eso empecé a trabajar con 166 Compeyson y me convertí en un pobre instrumento en sus manos. Arturo vivía en lo más alto de la casa de Compeyson (que estaba muy cerca de Brentford), y Compeyson le llevaba exactamente la cuenta de lo que le debía por alojamiento y comida, para el caso de que se repusiera lo bastante y saliera a trabajar. El pobre Arturo saldó muy pronto esta cuenta. La segunda o tercera vez que le vi, llegó arrastrándose hasta el salón de Compeyson, a altas horas de la noche, vistiendo una especie de bata de franela, con el cabello mojado por el sudor y, acercándose a la mujer de Compeyson, le dijo: «- Oiga, Sally, ahora sí que es verdad que está conmigo arriba y no puedo librarme de ella. Va completamente vestida de blanco – dijo, - con flores blancas en el cabello; además, está loca del todo y lleva un sudario colgado del brazo, diciendo que me lo pondrá a las cinco de la madrugada. «- No seas animal - le dijo Compeyson. - ¿No sabes que aún vive? ¿Cómo podría haber entrado en la casa a través de la puerta o de la ventana? «- Ignoro cómo ha venido - contestó Arturo temblando de miedo, - pero lo cierto es que está allí, al pie de la cama y completamente loca. Y de la herida que tiene en el corazón, ¡tú le hiciste esa herida!, de allí le salen gotas de sangre. «Compeyson le hablaba con violencia, pero era muy cobarde. «- Sube a este estúpido enfermo a su cuarto - ordenó a su mujer -. Magwitch te ayudara. - Pero él no se acercaba siquiera. »La mujer de Compeyson y yo le llevamos otra vez a la cama, y él deliraba de un modo que daba miedo. «- ¡Miradla! – gritaba. - ¿No veis cómo mueve el sudario hacia mí? ¿No la veis? ¡Mirad sus ojos! ¿Y no es horroroso ver que está tan local - Luego exclamaba -: Va a ponerse el sudario y, en caso de que lo consiga, estoy perdido. ¡Quitádselo! ¡Quitádselo! «Y se agarraba a nosotros sin dejar de hablar con la sombra o contestándole, y ello de tal manera que hasta a mí me pareció que la veía. «La esposa de Compeyson, que ya estaba acostumbrada a él, le dio un poco de licor para quitarle el miedo, y poquito a poco el desgraciado se tranquilizó. «- ¡Oh, ya se ha marchado! ¿Ha venido a llevársela su guardián? - exclamaba. «- Sí, sí - le contestaba la esposa de Compeyson. «- ¿Le recomendó usted bien que la encerrasen y atrancasen la puerta de su celda? «- Sí. «- ¿Y le pidió que le quitase aquel sudario tan horrible? «- Sí, sí, todo eso hice. No hay cuidado ya. «- Es usted una excelente persona - dijo a la mujer de Compeyson. - No me abandone, se lo ruego. Y muchas gracias. «Permaneció tranquilo hasta que faltaron pocos minutos para las cinco de la madrugada; en aquel momento se puso en pie y dio un alarido, exclamando: «- ¡Ya está aquí! ¡Trae otra vez el sudario! ¡Ya lo desdobla! ¡Ahora se me acerca desde el rincón! ¡Se dirige hacia mi cama! ¡Sostenedme, uno por cada lado! ¡No le dejéis que me toque! ¡Ah, gracias, Dios mío! Esta vez no me ha acertado. No le dejéis que me eche el sudario por encima de los hombros. Tened cuidado de que no me levante para rodearme con él. ¡Oh, ahora me levanta! ¡Sostenedme sobre la cama, por Dios! «Dicho esto, se levantó, a pesar de nuestros esfuerzos, y se quedó muerto. «Compeyson consideró aquella muerte con satisfacción, pues así quedaba terminada una relación que ya le era desagradable. Él y yo empezamos a trabajar muy pronto, aunque primero me juró (pues era muy falso) serme fiel, y lo hizo en mi propio libro, este mismo de color negro sobre el que hice jurar a tu amigo. «Sin entrar a referir las cosas que planeaba Compeyson y que yo ejecutaba, lo cual requeriría tal vez una semana, diré tan solo que aquel hombre me metió en tales líos que me convirtió en su verdadero esclavo. Yo siempre estaba en deuda con él, siempre en su poder, siempre trabajando y siempre corriendo los mayores peligros. Él era más joven que yo, pero tenía mayor habilidad e instrucción, y por esta causa me daba quinientas vueltas y no me tenía ninguna compasión. Mi mujer, mientras yo pasaba esta mala temporada con… Pero, ¡alto! Ella no… Miró alrededor de él muy confuso, como si hubiese perdido la línea en el libro de su recuerdos; volvió el rostro hacia el fuego, abrió las manos, que tenía apoyadas en las rodillas, las levantó luego y volvió a dejarlas donde las tenía. - No hay necesidad de hablar de eso - dijo mirando de nuevo alrededor. - La temporada que pasé con Compeyson fue casi tan mala como la peor de mi vida. Dicho esto queda dicho todo. ¿Les he referido que mientras andaba a las órdenes de Compeyson fui juzgado, yo solo, por un delito leve? Contesté negativamente. 167 - Pues bien - continuó él, - fui juzgado y condenado. Y en cuanto a ser preso por sospechas, eso me ocurrió dos o tres veces durante los cuatro o cinco años que duró la situacion; pero faltaron las pruebas. Por último, Compeyson y yo fuimos juzgados por el delito de haber puesto en circulación billetes de Banco robados, pero, además, se nos acusaba de otras cosas. Compeyson me dijo: «Conviene que nos defendamos separadamente y que no tengamos comunicación.» Y esto fue todo. Yo estaba tan miserable y pobre, que tuve que vender toda la ropa que tenía, a excepción de lo que llevaba encima, antes de lograr que me defendiese Jaggers. «Cuando me senté en el banquillo de los acusados me fijé ante todo en el aspecto distinguido de Compeyson, con su cabello rizado, su traje negro y su pañuelo blanco, en tanto que yo tenía miserable aspecto. Cuando empezó la acusación y se presentaron los testigos de cargo, pude observar que de todo se me hacía responsable y que, en cambio, apenas se dirigía acusación alguna contra él. De las declaraciones resultaba que todos me habían visto a mí, según podían jurar; que siempre me entregaron a mí el dinero y que siempre aparecía yo como autor del delito y como única persona que se aprovechaba de él. Cuando empezó a hablar el defensor de Compeyson, la cosa fue más clara para mí, porque, dirigiéndose al tribunal y al jurado, les dijo: «- Aquí tienen ustedes sentados en el banquillo a dos hombres que en nada se parecen; uno de ellos, el más joven, bien educado y refinado, según todo el mundo puede ver; el de más edad carece de educación y de instrucción, como también es evidente. El primero, pocas veces, en caso de que se le haya podido observar en alguna, pocas veces se ha dedicado a estas cosas, y en el caso presente no existen contra él más que ligeras sospechas que no se han comprobado; en cuanto al otro, siempre ha sido visto en todos los lugares en que se ha cometido el delito y siempre se benefició de los resultados de sus atentados contra la propiedad. ¿Es, pues, posible dudar, puesto que no aparece más que un autor de esos delitos, acerca de quién los ha cometido? «Y así prosiguió hablando. Y cuando empezó a tratar de las condiciones de cada uno, no dejó de consignar que Compeyson era instruido y educado, a quien conocían perfectamente sus compañeros de estudios y sus consocios de los círculos y clubs, en donde gozaba de buena reputación. En cambio, yo había sido juzgado y condenado muchas veces y era conocido en todas las cárceles. Cuando se dejó hablar a Compeyson, lo hizo llorando en apariencia y cubriéndose el rostro con el pañuelo. Y hasta les dijo unos versos. Yo, en cambio, no pude decir más que: «Señores, este hombre que se sienta a mi lado es un pillo de marca mayor.' Y cuando se pronunció el veredicto, se recomendó a la clemencia del tribunal a Compeyson, teniendo en cuenta su buena conducta y la influencia que en él tuvieron las malas compañías, a cambio de lo cual él debería declarar todo cuanto supiera contra mí. A mí me consideraron culpable de todo lo que me acusaban. Por eso le dije a Compeyson: «- Cuando salgamos de la sala del Tribunal, te voy a romper esa cara de sinvergüenza que tienes. «Pero él se volvió al juez solicitando protección, y así logró que se interpusieran dos carceleros entre nosotros. Y cuando se pronunció la sentencia vi que a él le condenaban tan sólo a siete años, y a mí, a catorce. El juez pareció lamentar haber tenido que condenarle a esta pena, en vista de que habría podido llevar una vida mejor; pero en cuanto a mí, me dijo que yo era un criminal endurecido, arrastrado por mis violentas pasiones, y que seguramente empeoraría en vez de corregirme. Habíase excitado tanto al referirnos esto, que tuvo necesidad de interrumpir su relato para dominarse. Hizo dos o tres aspiraciones cortas, tragó saliva otras tantas veces y, tendiéndome la mano, añadió, en tono tranquilizador: - No voy a enternecerme, querido Pip. Pero como estaba sudoroso, se sacó el pañuelo y secóse el rostro, la cabeza, el cuello y las manos antes de poder continuar. -Había jurado a Compeyson romperle la cara, aunque para ello tuviese que destrozar la mía propia. Fuimos a parar al mismo pontón; mas, a pesar de que lo intenté, tardé mucho tiempo en poder acercarme a él. Por fin logré situarme tras él y le di un golpecito en la mejilla, tan sólo con objeto de que volviese la cara y destrozársela entonces, pero me vieron y me impidieron realizar mi propósito. El calabozo de aquel barco no era muy sólido para un hombre como yo, capaz de nadar y de bucear. Me escapé hacia tierra, y andaba oculto por entre las tumbas cuando por vez primera vi a mi Pip. Y me dirigió una mirada tan afectuosa que de nuevo se me hizo aborrecible, aunque sentía la mayor compasión por él. - Gracias a mi Pip me di cuenta de que también Compeyson se había escapado y estaba en los marjales. A fe mía, estoy convencido de que huyó por el miedo que me tenía, sin saber que yo estaba ya en tierra. Le perseguí, y cuando lo alcancé le destrocé la cara. 168 «- Y ahora - le dije -, lo peor que puedo hacerte, sin tener en cuenta para nada lo que a mí me suceda, es volverte al pontón. «Y habría sido capaz de echarme al agua con él y, cogiéndole por los cabellos, llevarlo otra vez al pontón aun sin el auxilio de los soldados. «Como es natural, él salió mejor librado, porque tenía mejores antecedentes que yo. Además, dijo que se había escapado temeroso de mis intenciones asesinas con respecto a él, y por todo eso su castigo fue leve. En cuanto a mí, me cargaron de cadenas, fui juzgado otra vez y me deportaron de por vida. Pero, mi querido Pip y amigo suyo, eso no me apuró mucho, pues podía volver, y, en efecto, he podido, puesto que estoy aquí. Volvió a secarse la cabeza con el pañuelo, como hiciera antes; luego sacó del bolsillo un poco de tabaco, se quitó la pipa del ojal en que se la había puesto, lentamente la llenó y empezó a fumar. - ¿Ha muerto? - pregunté después de un silencio. - ¿Quién, querido Pip? - Compeyson. - Él debe de figurarse que he muerto yo, en caso de que aún viva. Puedes tener la seguridad de eso - añadió con feroz mirada. - Pero no he oído hablar de él desde entonces. Herbert había estado escribiendo con su lápiz en la cubierta de un libro que tenía delante. Suavemente empujó el libro hacia mí, mientras Provis estaba fumando y con los ojos fijos en el fuego, y así pude leer sobre el volumen: «El nombre del joven Havisham era Arturo. Compeyson es el hombre que fingió enamorarse de la señorita Havisham». Cerré el libro a hice una ligera seña a Herbert, quien dejó el libro a un lado; pero ninguno de los dos dijimos una sola palabra, sino que nos quedamos mirando a Provis, que fumaba ante el fuego. ...

En la línea 1435
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «¿Dónde he leído yo ‑pensaba Raskolnikof al alejarse‑ que un condenado a muerte decía, una hora antes de la ejecución de la sentencia, que antes que morir preferiría pasar la vida en una cumbre, en una roca escarpada donde tuviera el espacio justo para colocar los pies, una roca rodeada de precipicios o perdida en medio del océano sin fin, en una perpetua soledad, aunque esta vida durara mil años o fuera eterna? Vivir, vivir sea como fuere. El caso es vivir… ‑y añadió al cabo de un momento‑: El hombre es cobarde, y cobarde el que le reprocha esta cobardía.» ...

En la línea 1435
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «¿Dónde he leído yo ‑pensaba Raskolnikof al alejarse‑ que un condenado a muerte decía, una hora antes de la ejecución de la sentencia, que antes que morir preferiría pasar la vida en una cumbre, en una roca escarpada donde tuviera el espacio justo para colocar los pies, una roca rodeada de precipicios o perdida en medio del océano sin fin, en una perpetua soledad, aunque esta vida durara mil años o fuera eterna? Vivir, vivir sea como fuere. El caso es vivir… ‑y añadió al cabo de un momento‑: El hombre es cobarde, y cobarde el que le reprocha esta cobardía.» ...

En la línea 3841
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Por qué te habré dicho todo esto? ¿Por qué te habré hecho esta confesión… ? Esperas mis explicaciones, Sonia, bien lo veo; esperas que te lo cuente todo… Pero ¿qué puedo decirte? No comprenderías nada de lo que te dijera y sólo conseguiría que sufrieras por mí todavía más… Lloras, vuelves a abrazarme. Pero dime: ¿por qué? ¿Porque no he tenido valor para llevar yo solo mi cruz y he venido a descargarme en ti, pidiéndote que sufras conmigo, ya que esto me servirá de consuelo? ¿Cómo puedes amar a un hombre tan cobarde? ...

En la línea 3844
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sonia, yo soy un hombre de mal corazón. Tenlo en cuenta, pues esto explica muchas cosas. Precisamente porque soy malo he venido en tu busca. Otros no lo habrían hecho, pero yo… yo soy un miserable y un cobarde. En fin, no es esto lo que ahora importa. Tengo que hablarte de ciertas cosas y no me siento con fuerzas para empezar. ...

En la línea 364
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mi insensato comportamiento podía terminar por comprometerla también a ella. Además, sensaciones, veleidades nuevas surgían en mí. Si, por ejemplo, me aniquilaba voluntariamente ante Paulina, esto no significaba en modo alguno que fuese un cobarde, y seguramente no era tan fácil al barón eso de “apalearme”. Tenía ganas de burlarme de todos ellos, pero quedando en buen lugar. Ya veríamos. Sin duda ella temería el escándalo y me llamaría. Y aun cuando no me llame, verá, sin embargo, que no soy cobarde. ...

En la línea 364
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mi insensato comportamiento podía terminar por comprometerla también a ella. Además, sensaciones, veleidades nuevas surgían en mí. Si, por ejemplo, me aniquilaba voluntariamente ante Paulina, esto no significaba en modo alguno que fuese un cobarde, y seguramente no era tan fácil al barón eso de “apalearme”. Tenía ganas de burlarme de todos ellos, pero quedando en buen lugar. Ya veríamos. Sin duda ella temería el escándalo y me llamaría. Y aun cuando no me llame, verá, sin embargo, que no soy cobarde. ...

En la línea 1061
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Qué hacer! —exclamé—. ¿Pero cómo, cómo ha podido usted amar a Des Grieux? ¡Oh, el cobarde, cobarde! Pues bien, ¿quiere usted que le desafíe y mate en duelo? ¿Dónde se halla ahora? ...

En la línea 1061
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Qué hacer! —exclamé—. ¿Pero cómo, cómo ha podido usted amar a Des Grieux? ¡Oh, el cobarde, cobarde! Pues bien, ¿quiere usted que le desafíe y mate en duelo? ¿Dónde se halla ahora? ...


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Cobarde en la RAE.
Cobarde en Word Reference.
Cobarde en la wikipedia.
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