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La palabra calle
Cómo se escribe

la palabra calle

La palabra Calle ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece calle.

Estadisticas de la palabra calle

La palabra calle es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 378 según la RAE.

Calle es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 20.61 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la calle en 150 obras del castellano contandose 3133 apariciones en total.


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece calle

La palabra calle puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1332
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Iban entre ellos los tres hijos de Batiste, para los cuales se convertía muchas veces el camino en una calle de Amargura. ...

En la línea 105
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín le temía sin odiarle. Veía en él un enfermo, «un degenerado», capaz de los mayores extravagancias por su exaltación religiosa. Para Dupont, el amo lo era por derecho divino, como los antiguos reyes. Dios quería que existiesen pobres y ricos, y los de abajo debían obedecer a los de arriba, porque así lo ordenaba una jerarquía social de origen celeste. No era tacaño en asuntos de dinero, antes bien, se mostraba generoso en la remuneración de los servicios, aunque su largueza tenía mucho de veleidosa e intermitente, fijándose más en el aspecto simpático de las personas que en sus méritos. Algunas veces, al encontrar en la calle a obreros despedidos de sus bodegas, indignábase porque no le saludaban. «¡Tú!--decía imperiosamente;--aunque no estés en mi casa, tu deber es saludarme siempre, porque fui tu amo». ...

En la línea 146
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín púsose el sombrero y la capa y salió sin prisa alguna, disponiendo del día entero para desempeñar su comisión. El amo no era exigente en el trabajo cuando se veía obedecido. En la calle, el sol de Noviembre, tibio y dulce como un sol primaveral, hacía resaltar bajo su lluvia de oro las casas blancas, de verdes balcones, recortando la línea de sus azoteas africanas sobre un cielo de intenso azul. ...

En la línea 159
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro le vio alejarse rápidamente, calle abajo, con dirección a la campiña. ...

En la línea 161
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro pasó por la calle Larga, la principal de la ciudad; una vía ancha con casas de deslumbrante blancura. Las portadas señoriales del siglo XVII estaban enjalbegadas cuidadosamente lo mismo que los escudos de armas de la clave. Los escarolados y nervios de la piedra labrada ocultábanse bajo una capa de cal. En los balcones verdes mostrábanse a aquellas horas de la mañana cabezas de mujeres morenas, de rasgados ojos negros, con flores en el pelo. ...

En la línea 351
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... ¿Por que no han de alegrarse, cómo no han de alegrarse cuando se muere un Pachu, de éstos, que deja mandado un entierro de verdad, como una boda? Van a comer bien, como no suelen; van a tener conversación de amigos y compañeros, que casi siempre les falta; van a echar un tresillejo, que constituye sus delicias; van a cobrar una buena pitanza, que les viene de perlas, ¿y han de estar tristes? ¡Porque se ha muerto uno! ¿Pues no se han de morir todos? Usted, señor framasón, que censura, ¿no lee todos los días en los periódicos noticias de grandes desgracias, de horrendas catástrofes? ¿Y cómo se queda usted? ¡Tan fresco! Ayer, que el río Colorado, en China, se llevó de calle más de cien pueblos con millares de millares de chinitos. ...

En la línea 180
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los dos interlocutores partieron pues al galope, alejándose cada cual por un lado opuesto de la calle. ...

En la línea 185
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Apenas hubo dado diez pasos, cuando sus oídosle zum baron, le dominó un vahído, una nube de sangre pasó por sus ojos, y cayó en medio de la calle gritando todavía:-¡Cobarde, cobarde, cobarde!-En efecto, es muy cobarde -murmuró el hostelero aproximándose a D'Artagnan, y tratando mediante esta adulación de reconciliar se con el obre muchacho, como la garza de la fábula con su limaco nocturno . ...

En la línea 232
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquella habitación era una especie de buhardilla, sita en la calle des Fossoyeurs, cerca del Luxemburgo. ...

En la línea 233
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tan pronto como hubo gastado su último denario, D'Artagnan tomó posesión de sualojamiento, pasó el resto de la jornada cosien do su jubón y sus calzas de pasamanería, que su madre había descosido de un jubón casi nuevo del señor D'Artagnan padre, y que le había dado a escondidas; luego fue al paseo de la Ferraille , para mandar poner una hoja a su espada; luego volvió al Louvre para informarse del primer mosquetero que encontró de la ubicación del palacio del señor de Tréville que estaba situado en la calle del Vieux-Colombier, es decir, precisamente en las cercanías del cuarto apalabrado por D'Ar tagnan, circunstancia que le pareció de feliz augurio para el éxito de su viaje. ...

En la línea 108
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La publicación del Evangelio en _caló_, la apertura de un _Despacho de la Sociedad Bíblica_ en la calle del Príncipe, los métodos empleados por Borrow para llamar la atención del público hacia su obra y ciertas imprudencias de otros agentes de la Sociedad en España, provocaron la intervención de las autoridades y desencadenaron una borrasca, en la que naufragó la propaganda evangélica y, a la larga, puso fin a los trabajos de Borrow en España; de ella nació también un primer disentimiento entre la Sociedad y su agente, disentimiento que terminó en ruptura. ...

En la línea 229
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... XV.—El vapor.—El cabo de Finisterre.—La tormenta.—Llegada a Cádiz.—El Nuevo Testamento.—Sevilla.—Itálica.—El anfiteatro.—Los presos.—El encuentro.—El barón Taylor.—La calle y el desierto. ...

En la línea 339
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La calle más singular es, sin embargo, la del _Alecrim_, o del Romero, que desemboca en el _Caesodré_. ...

En la línea 340
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Es muy pendiente, y a ambos lados se alzan los palacios de la más rancia nobleza de Portugal, edificios pesados y adustos, pero grandes y pintorescos, con jardines colgantes aquí y allá, que se asoman a la calle desde gran altura. ...

En la línea 1433
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Si no, ¡por vida de...! ¡Basta!, que podría ser que saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta; y todo el mundo calle, y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es mucho regodeo éste. ...

En la línea 1902
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Díjome que acaso, pasando por una calle de la ciudad a la hora de medio día, una señora muy hermosa le llamó desde una ventana, los ojos llenos de lágrimas, y que con mucha priesa le dijo: ''Hermano: si sois cristiano, como parecéis, por amor de Dios os ruego que encaminéis luego luego esta carta al lugar y a la persona que dice el sobrescrito, que todo es bien conocido, y en ello haréis un gran servicio a nuestro Señor; y, para que no os falte comodidad de poderlo hacer, tomad lo que va en este pañuelo''. ...

En la línea 1999
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los días eran todos de fiesta y de regocijo en mi calle; las noches no dejaban dormir a nadie las músicas. ...

En la línea 2029
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Digo esto porque don Fernando dio priesa por partirse de mí, y, por industria de mi doncella, que era la misma que allí le había traído, antes que amaneciese se vio en la calle. ...

En la línea 1391
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... gado y asfixiado por el polvo que oscurecía el aire, pudo, sin embargo, llegar a la calle ...

En la línea 114
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Qué ha de poder! —respondió Bismarck, que en el campanario adulaba a Celedonio y en la calle le trataba a puntapiés y le arrancaba a viva fuerza las llaves para subir a tocar las oraciones —. ...

En la línea 185
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquel don Fermín que allá abajo en la calle de la Rúa parecía un escarabajo ¡qué grande se mostraba ahora a los ojos humillados del monaguillo y a los aterrados ojos de su compañero! Celedonio apenas le llegaba a la cintura al canónigo. ...

En la línea 212
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Bismarck respiró: no iba con su personilla aquel disparo; apuntaba el carca hacia la calle, asomado a una ventana. ...

En la línea 227
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Celedonio que en alguna ocasión, aprovechando un descuido, había mirado por el anteojo del Provisor, sabía que era de poderosa atracción; desde los segundos corredores, mucho más altos que el campanario, había él visto perfectamente a la Regenta, una guapísima señora, pasearse, leyendo un libro, por su huerta que se llamaba el Parque de los Ozores; sí, señor, la había visto como si pudiera tocarla con la mano, y eso que su palacio estaba en la rinconada de la Plaza Nueva, bastante lejos de la torre, pues tenía en medio de la plazuela de la catedral, la calle de la Rúa y la de San Pelayo. ...

En la línea 5
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los muchos besos que le daban los fieles al entrar y al salir de la iglesia, transeúntes de todas clases en la calle, no le consumían ni marchitaban las rosas de la frente y de las mejillas; sacábanles como un nuevo esplendor, y Juan, humilde hasta el fondo del alma, con la gratitud al general cariño, se enardecía en sus instintos de amor a todos, y se dejaba acariciar y admirar como una santa reliquia que empezara a tener conciencia. ...

En la línea 9
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cual una abeja sale al campo a hacer acopio de dulzuras para sus mieles, Juan recogía en la calle, en estas muestras generales de lo que él creía universal cariño, cosecha de buenas intenciones, de ánimo piadoso y dulce, para el secreto labrar de místicas puerilidades, a que se consagraba en su casa, bien lejos de toda idea vana, de toda presunción por su hermosura; ajeno de sí propio, como no fuera en el sentir los goces inefables que a su imaginación de santo y a su corazón de ángel ofrecía su único juguete de niño pobre, más hecho de fantasías y de combinaciones ingeniosas que de oro y oropeles. ...

En la línea 161
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De tarde en tarde, por casualidad siempre, pensaba él, los ojos de la niña enferma, asomada a su balcón de la rinconada, se encontraban con la mirada furtiva, de relámpago, del joven místico, mirada en que había la misma expresión tierna, amorosa de los ojos del niño que algún día todos acariciaban en la calle, en el templo. ...

En la línea 204
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... y tan lejos; desde la calle. ...

En la línea 128
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creía haber visto con sus ojos dicho edificio, donde llevaba viviendo cerca de cuarenta años el canónigo. Los salones olían a humedad. No quedaba techo ni pared que no estuviese rayado por las serpentinas rendijas del agrietamiento. Los pisos temblaban con un eco inquietante bajo los pasos. De los techos llovía yeso cada vez que pasaba un vehículo cargado por la inmediata calle. ...

En la línea 369
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En sus tiempos de secretario de Alfonso V había mirado siempre con menosprecio a este bastardo, y le era imposible admitirlo como rey. Un caballero de Valencia, avecindado en la calle de la Bolsería, se cuidó de educar al pequeño Fernando, al que luego sus súbditos italianos llamaron Ferrante, siendo el fundador de la dinastía de Aragón en Nápoles. Su madre, dama valenciana sin importancia apenas había dejado recuerdos. ...

En la línea 508
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aquí había visto él por primera vez a Rosaura. Evocaba con todo el relieve de las cosas recientes aquella comida en honor de la viuda de Pineda, asi como el amoroso deslumbramiento que parecían sufrir los hombres y la envidiosa admiración de las señoras. Y procuró no pasar más por dicha calle. ...

En la línea 633
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La suciedad de Roma y las charcas de su campiña prolongaban la peste hasta en los meses más fríos del invierno. La mortandad alcanzaba cifras aterradoras. Esto no impedía que el pueblo de Roma se preocupase del Carnaval como de la fiesta más Importante del año, y Paulo II dispuso que sus procesiones de máscaras y sus carreras saliesen de la estrechez de la plaza del Capitolio, desarrollándose desde entonces en la calle más larga de la ciudad, la llamada vía Flaminia, que a consecuencia de tales desfiles tomó su moderno nombre de Corso. Una de las innovaciones del Carnaval fue establecer carreras de asnos, carreras de muchachos y carreras de judíos, siendo estas últimas las que divertían más a la grosera muchedumbre. ...

En la línea 433
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Indudablemente serían así las que vio a través de los ventanales del palacio imperial el primer Hombre-Montaña que vino a nuestro país. Pero el progreso, que transformó fulminantemente en los tiempos de Eulame la vida de los hombres, también cambió con no menos rapidez la mentalidad de las mujeres. Leyeron, salieron a la calle, se interesaron por los asuntos públicos, frecuentaron las universidades. Las que eran pobres quisieron ganar su vida y no deberla a la gratitud amorosa de un hombre, considerando el trabajo como un medio de libertad e independencia. No vieron ya un misterio en los estudios científicos, que habían sido patrimonio hasta entonces de los hombres, y se asociaron lentamente para una acción común todavía no bien determinada. ...

En la línea 449
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aquí, en la capital, el gobierno de los hombres, asustado por esta revolución catastrófica, intentó apresar al Comité feminista. Toda la guarnición marchó al asalto de nuestro Club. ¡Esfuerzo inútil! El Comité aguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos 'rayos negros'. Le bastó proyectarlos, para que una mitad de las tropas huyesen a la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo. ...

En la línea 473
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A estas masculinofobas se las conoce en la calle y en todas partes por la tenacidad con que muestran su odio a los hombres. Algún día verá usted a Golbasto, nuestro poeta laureado, la mujer que cantó mejor el triunfo de la Verdadera Revolución. Es la única persona que admira y respeta Momaren, nuestro Padre de los Maestros. ...

En la línea 489
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¿Y no sufre la vanidad femenil al verse dominada en la calle por un hombre a caballo y con armas, lo mismo que en los tiempos de la tiranía masculina? ...

En la línea 25
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En el reinado de D. Baldomero I, o sea desde los orígenes hasta 1848, la casa trabajó más en géneros del país que en los extranjeros. Escaray y Pradoluengo la surtían de paños, Brihuega de bayetas, Antequera de pañuelos de lana. En las postrimerías de aquel reinado fue cuando la casa empezó a trabajar en géneros de fuera, y la reforma arancelaria de 1849 lanzó a D. Baldomero II a mayores empresas. No sólo realizó contratos con las fábricas de Béjar y Alcoy para dar mejor salida a los productos nacionales, sino que introdujo los famosos Sedanes para levitas, y las telas que tanto se usaron del 45 al 55, aquellos patencures, anascotes, cúbicas y chinchillas que ilustran la gloriosa historia de la sastrería moderna. Pero de lo que más provecho sacó la casa fue del ramo de capotes y uniformes para el Ejército y la Milicia Nacional, no siendo tampoco despreciable el beneficio que obtuvo del artículo para capas, el abrigo propiamente español que resiste a todas las modas de vestir, como el garbanzo resiste a todas las modas de comer. Santa Cruz, Bringas y Arnaiz el gordo, monopolizaban toda la pañería de Madrid y surtían a los tenderos de la calle de Atocha, de la Cruz y Toledo. ...

En la línea 26
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En las contratas de vestuario para el Ejército y Milicia Nacional, ni Santa Cruz, ni Arnaiz, ni tampoco Bringas daban la cara. Aparecía como contratista un tal Albert, de origen belga, que había empezado por introducir paños extranjeros con mala fortuna. Este Albert era hombre muy para el caso, activo, despabilado, seguro en sus tratos aunque no estuvieran escritos. Fue el auxiliar eficacísimo de Casarredonda en sus valiosas contratas de lienzos gallegos para la tropa. El pantalón blanco de los soldados de hace cuarenta años ha sido origen de grandísimas riquezas. Los fardos de Coruñas y Viveros dieron a Casarredonda y al tal Albert más dinero que a los Santa Cruz y a los Bringas los capotes y levitas militares de Béjar, aunque en rigor de verdad estos comerciantes no tenían por qué quejarse. Albert murió el 55, dejando una gran fortuna, que heredó su hija casada con el sucesor de Muñoz, el de la inmemorial ferretería de la calle de Tintoreros. ...

En la línea 31
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Solía no probar nada, ni el otro tampoco, quedándose cada cual con su opinión; pero con estas sabrosas peloteras pasaban el tiempo. También había entre estos dos respetables sujetos parentesco de afinidad, porque doña Bárbara, esposa de Santa Cruz, era prima del gordo, hija de Bonifacio Arnaiz, comerciante en pañolería de la China. Y escudriñando los troncos de estos linajes matritenses, sería fácil encontrar que los Arnaiz y los Santa Cruz tenían en sus diferentes ramas una savia común, la savia de los Trujillos. «Todos somos unos—dijo alguna vez el gordo en las expansiones de su humor festivo, inclinado a las sinceridades democráticas—, tú por tu madre y yo por mi abuela, somos Trujillos netos, de patente; descendemos de aquel Matías Trujillo que tuvo albardería en la calle de Toledo allá por los tiempos del motín de capas y sombreros. No lo invento yo; lo canta una escritura de juros que tengo en mi casa. Por eso le he dicho ayer a nuestro pariente Ramón Trujillo… ya sabéis que me le han hecho conde… le he dicho que adopte por escudo un frontil y una jáquima con un letrero que diga: Pertenecí a Babieca… ». ...

En la línea 33
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Nació Barbarita Arnaiz en la calle de Postas, esquina al callejón de San Cristóbal, en uno de aquellos oprimidos edificios que parecen estuches o casas de muñecas. Los techos se cogían con la mano; las escaleras había que subirlas con el credo en la boca, y las habitaciones parecían destinadas a la premeditación de algún crimen. Había moradas de estas, a las cuales se entraba por la cocina. Otras tenían los pisos en declive, y en todas ellas oíase hasta el respirar de los vecinos. En algunas se veían mezquinos arcos de fábrica para sostener el entramado de las escaleras, y abundaba tanto el yeso en la construcción como escaseaban el hierro y la madera. Eran comunes las puertas de cuarterones, los baldosines polvorosos, los cerrojos imposibles de manejar y las vidrieras emplomadas. Mucho de esto ha desaparecido en las renovaciones de estos últimos veinte años; pero la estrechez de las viviendas subsiste. ...

En la línea 98
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Después de horas de constante acoso y persecución, el pequeño príncipe fue al fin abandonado por la chusma y quedó solo. Mientras había podido bramar contra el populacho, y amenazarlo regiamente, y proferir mandatos que eran materia de risa fue muy entretenido pero cuando la fatiga lo obligó finalmente al silencio, ya no les sirvió a sus atormentadores, que buscaron diversión en otra parte. Ahora miró a su alrededor, mas no pudo reconocer el lugar. Estaba en la ciudad de Londres: eso era todo lo que sabía. Se puso en marcha, a la ventura, y al poco rato las casas se estrecharon y los transeúntes fueron menos frecuentes. Bañó sus pies ensangrentados en el arroyo que corría entonces adonde hoy está la calle Farrington; descansó breves momentos, continuó su camino y pronto llegó a un gran espacio abierto con sólo unas cuantas casas dispersas y una iglesia maravillosa. Reconoció esta iglesia. Había andamios por doquier, y enjambres de obreros, porque estaba siendo sometida a elaboradas reparaciones. El príncipe se animó de inmediato, sintió que sus problemas tocaban a su fin. Se dijo: 'Es la antigua iglesia de los frailes franciscanos, que el rey mi padre quitó a los frailes y ha donado como asilo perpetuo de niños pobres y desamparados, rebautizada con el nombre de Iglesia de Cristo. De buen grado servirán al hijo de aquel que tan generoso ha sido para ellos, tanto más cuanto que ese hijo es tan pobre y tan abandonado como cualquiera que se ampare aquí hoy y siempre. ...

En la línea 119
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Otra vez en la calle a estas horas de la noche y no traes ni una blanca a casa, lo aseguro! ¡Si así es, y no te rompo todos los huesos de tu flaco cuerpo, entonces no soy John Canty, sino algún otro! ...

En la línea 363
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Apenas cinco minutos más tarde la familia Canty estaba en la calle, y huyendo para salvar la vida. John Canty asía al príncipe por la muñeca y lo hacía correr por el oscuro camino haciéndole en voz baja esta advertencia: ...

En la línea 382
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Llegada a Dowgate, la flotilla subió por el límpido Walbrook, cuyo cauce lleva ahora dos siglos oculto a la vista bajo terrenos edificados, hacia Bucklersbury, dejando atrás casas y pasando bajo puentes llenos de juerguistas y brillantemente iluminados; por fin vino a detenerse en una dársena, donde está ahora Barge Yard, en el centro de la antigua ciudad de Londres. Tom desembarcó, y él y su vistoso cortejo cruzaron Cheapside, e hicieron un corto paseo entre la Judería Vieja y la calle Basinghall, hasta el Ayuntamiento.. ...

En la línea 6
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y así una calle y otra y otra. ...

En la línea 69
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... » Cerró la carta y volvió a echarse a la calle. ...

En la línea 72
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan. ...

En la línea 72
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan. ...

En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...

En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...

En la línea 445
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El señor Pumblechook y yo nos desayunamos a las ocho de la mañana en la trastienda, en tanto que su empleado tomaba su taza de té y un poco de pan con manteca sentado, junto a la puerta de la calle, sobre un saco de guisantes. La compañía del señor Pumblechook me pareció muy desagradable. Además de estar penetrado de la convicción de mi hermana de que me convenía una dieta mortificante y penitente y de que me dio tanto pan como era posible dada la poca manteca qua extendió en él, y de que me echó tal cantidad de agua caliente en la leche que mejor habría sido prescindir por completo de ésta, además de todo eso, la conversación del viejo no se refería más que a la aritmética. Como respuesta a mi cortés salutación de la mañana, me dijo, dándose tono: ...

En la línea 468
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi joven guía cerró la puerta y luego atravesamos el patio, limpio y cubierto de losas, por todas las uniones de las cuales crecía la hierba. El edificio de la fábrica de cerveza comunicaba con la casa contigua por medio de un pasadizo, y las puertas de madera de éste permanecían abiertas, así como también la fábrica, que estaba más allá y rodeada por una alta cerca; pero todo se veía desocupado y con el aspecto de no haber sido utilizado durante mucho tiempo. El viento parecía soplar con mayor frialdad allí que en la calle, y producía un sonido agudo al entrar y salir por la fábrica de cerveza, semejante al silbido que en alta mar se oye cuando el viento choca contra el cordaje de un buque. ...

En la línea 9
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Iba tan miserablemente vestido, que nadie en su lugar, ni siquiera un viejo vagabundo, se habría atrevido a salir a la calle en pleno día con semejantes andrajos. Bien es verdad que este espectáculo era corriente en el barrio en que nuestro joven habitaba. ...

En la línea 17
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aquel día se había propuesto hacer un ensayo y su agitación crecía a cada paso que daba. Con el corazón desfallecido y sacudidos los miembros por un temblor nervioso, llegó, al fin, a un inmenso edificio, una de cuyas fachadas daba al canal y otra a la calle. El caserón estaba dividido en infinidad de pequeños departamentos habitados por modestos artesanos de toda especie: sastres, cerrajeros… Había allí cocineras, alemanes, prostitutas, funcionarios de ínfima categoría. El ir y venir de gente era continuo a través de las puertas y de los dos patios del inmueble. Lo guardaban tres o cuatro porteros, pero nuestro joven tuvo la satisfacción de no encontrarse con ninguno. ...

En la línea 65
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof salió al rellano, presa de una turbación creciente. Al bajar la escalera se detuvo varias veces, dominado por repentinas emociones. Al fin, ya en la calle, exclamó: ...

En la línea 67
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez. ...

En la línea 615
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Por qué no? Los hombres son como gallos y riñen por nada. Pero vosotros sois todos gallinas, a lo que veo, incapaces de defender el honor de vuestra patria. ¡Vamos, llevadme! Potapytch, arréglate para mover el sillón. Dos bastarán. Diles que se me lleve a hombros solamente por la escalera y que por la calle iré en coche. Págales por adelantado, así serán más respetuosos. Permanecerás siempre cerca de mí, y tú, Alexei Ivanovitch, enséñame a ese barón en el paseo, que vea al menos qué clase de tipo es… Y ahora, dime: ¿Dónde se encuentra esa famosa ruleta? Quiero saberlo. ...

En la línea 1011
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Estaba aquél en su gabinete. Iba vestido de calle, como si se dispusiera a salir. ...

En la línea 154
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Precisamente ardía una luz al extremo de la calle y hacia allí se dirigió. Era en efecto una taberna. El viajero se detuvo un momento, miró por los vidrios de la sala, iluminada por una pequeña lámpara colocada sobre una mesa y por un gran fuego que ardía en la chimenea. Algunos hombres bebían. El tabernero se calentaba. La llama hacía cocer el contenido de una marmita de hierro, colgada de una cadena en medio del hogar. ...

En la línea 155
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El viajero no se atrevió a entrar por la puerta de la calle. Entró en el corral, se detuvo de nuevo, luego levantó tímidamente el pestillo y empujó la puerta. ...

En la línea 177
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Entró en una callejuela a la cual daban muchos jardines. El viento frío de los Alpes comenzaba a soplar. A la luz del expirante día el forastero descubrió una caseta en uno de aquellos jardines que costeaban la calle. Pensó que sería alguna choza de las que levantan los peones camineros a orillas de las carreteras. Sentía frío y hambre. Estaba resignado a sufrir ésta, pero contra el frío quería encontrar un abrigo. Generalmente esta clase de chozas no están habitadas por la noche. Logró penetrar a gatas en su interior. Estaba caliente, y además halló en ella una buena cama de paja. Se quedó por un momento tendido en aquel lecho, agotado. De pronto oyó un gruñido: alzó los ojos y vio que por la abertura de la choza asomaba la cabeza de un mastín enorme. ...

En la línea 417
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Ahora -dijo el obispo-, id en paz. Y a propósito, cuando volváis, amigo mío, es inútil que paséis por el jardín. Podéis entrar y salir siempre por la puerta de la calle. Está cerrada sólo con el picaporte noche y día. ...

En la línea 149
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El viaje estableció un récord. En los catorce días que duró hicieron un promedio de setenta kilómetros diarios. Durante tres días, Perrault y François provocaron el entusiasmo en toda la calle principal de Skaguay y fueron abrumados con invitaciones a beber; por su parte, el equipo fue durante mucho tiempo el centro de atención de una multitud de admirados buscadores de oro y conductores de trineo. Después, tres o cuatro facinerosos que aspiraban a «limpiar» la ciudad fueron acribillados a balazos y el interés público se volvió hacia otros ídolos. Después llegaron órdenes oficiales. François llamó a Buck, lo abrazó, y lloró sobre él. Era el final. Como otros hombres, antes y después, François y Perrault se apartaron para siempre de la vida de Buck. ...

En la línea 168
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -¡Adelante, pobrecillos! -los animaba el conductor mientras avanzaban tambaleantes por la calle principal de Skaguay-. ¡Fin de trayecto! Después tendremos un largo descanso, ¿eh? Un descanso magnífico. ...

En la línea 194
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por tercera vez se intentó la partida, pero esta vez, siguiendo el consejo, Hal liberó los patines que habían quedado congelados en la nieve. El sobrecargado y rígido trineo se puso en marcha, con Buck y sus compañeros esforzándose frenéticamente bajo la lluvia de golpes. Un centenar de metros más adelante, la senda describía una curva y descendía en empinada pendiente hacia la calle principal. Para mantener en pie el inestable trineo habría hecho falta un hombre con experiencia, y Hal no lo era. Al tomar la curva con velocidad, el trineo volcó, desparramando la mitad de la carga mal sujeta. Los perros ni siquiera se detuvieron. El trineo aligerado botaba de un lado a otro tras ellos, irritados por el maltrato recibido y por la carga excesiva. Buck estaba furioso. Apretó la carrera, y el equipo lo siguió. Hal gritaba «¡soo! ¡soo!», pero ellos no le hacían caso. El tropezó y cayó. El trineo volcado pasó con estruendo por encima de él, y los perros prosiguieron a toda marcha, contribuyendo al jolgorio general en Skaguay al desparramar el resto de los trastos por la calle principal. ...

En la línea 194
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por tercera vez se intentó la partida, pero esta vez, siguiendo el consejo, Hal liberó los patines que habían quedado congelados en la nieve. El sobrecargado y rígido trineo se puso en marcha, con Buck y sus compañeros esforzándose frenéticamente bajo la lluvia de golpes. Un centenar de metros más adelante, la senda describía una curva y descendía en empinada pendiente hacia la calle principal. Para mantener en pie el inestable trineo habría hecho falta un hombre con experiencia, y Hal no lo era. Al tomar la curva con velocidad, el trineo volcó, desparramando la mitad de la carga mal sujeta. Los perros ni siquiera se detuvieron. El trineo aligerado botaba de un lado a otro tras ellos, irritados por el maltrato recibido y por la carga excesiva. Buck estaba furioso. Apretó la carrera, y el equipo lo siguió. Hal gritaba «¡soo! ¡soo!», pero ellos no le hacían caso. El tropezó y cayó. El trineo volcado pasó con estruendo por encima de él, y los perros prosiguieron a toda marcha, contribuyendo al jolgorio general en Skaguay al desparramar el resto de los trastos por la calle principal. ...

En la línea 3
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Acababa yo de cumplir treinta años; iba por una calle del barrio de Salamanca -supongamos que por la de Ayala-; cogí un pitillo; quise encenderlo con mi peut-être; no hubo manera: saqué mi caja de cerillas, pues soy hombre prevenido. Pero un soplo de viento apagó la primera cerilla y creo que la segunda. Me metí en un portal de cierta casa lujosa, para lograr mí perseverante deseo. Encendí al fin el pitillo, pero mi corazón se encendió al propio tiempo. Bajaba los escalones de la marmórea escalera, Luisa Núñez, la que diez meses después era mi esposa en el templo de la Concepción de la calle de Goya. ...

En la línea 342
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Le diré a usted… Siempre deseé casarme a gusto del viejecito, y no afligirlo con esos amoríos y esas locuras con que otras muchachas desazonan a sus padres… Mis amigas, digo algunas, veían pasar por delante de su ventana a un oficial de la guarnición… ¡zas! ya estaban todas derretidas, y carta va y carta viene… Yo me asombraba de eso de enamorarse así, por ver pasar a un hombre… Y como al fin nada se me daba de los que pasaban por la calle, y al señor de Miranda ya le conocía, y a padre le gustaba tanto… calculé: ¡mejor! así me libro de cuidados, ¿no es verdad? cierro los ojos, digo que sí y ya está hecho… Padre se pone muy contento y yo también. ...

En la línea 395
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y redoblaba el arpegio de sus carcajadas, pareciéndole donosísimo incidente el de quedarse sin equipaje alguno. Hallábase, pues, como una criatura que se pierde en la calle, y a la cual recogen por caridad hasta averiguar su domicilio. Aventura completa. Niña como era Lucía, así pudo tomarla a llanto como a risa; tomola a risa, porque estaba alegre, y hasta Hendaya no cesó la ráfaga de buen humor que regocijaba el departamento. En Hendaya prolongó la comida aquel instante de cordialidad perfecta. El elegante comedor de la estación de Hendaya, alhajado con el gusto y esmero especial que despliegan los franceses para obsequiar, atraer y exprimir al parroquiano, convidaba a la intimidad, con sus altos y discretos cortinajes de colores mortecinos su revestimiento de madera obscura, su enorme chimenea de bronce y mármol, su aparador espléndido, que dominaba una pareja de anchos y barrigudos tibores japoneses, rameados de plantas y aves exóticas; fulgurante de argentería Ruolz, y cargado con montones de vajillas de china opaca. Artegui y Lucía eligieron una mesa chica para dos cubiertos, donde podían hablarse frente a frente, en voz baja, por no lanzar el sonido duro y corto de las sílabas españolas entre la sinfonía confusa y ligada de inflexiones francesas que se elevaba de la conversación general en la mesa grande. Hacia Artegui de maestresala y copero, nombraba los platos, escanciaba y trinchaba, previniendo los caprichos pueriles de Lucía, descascarando las almendras, mondando las manzanas y sumergiendo en el bol de cristal tallado lleno de agua, las rubias uvas. En su semblante animado parecía haberse descorrido un velo de niebla y sus movimientos, aunque llenos de calma y aplomo, no eran tan cansados y yertos como antes. ...

En la línea 544
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui, risueño y solícito, le ofreció el brazo, pero ella no quiso cogerse. Al llegar a la calle anduvo muy callada, con los ojos bajos, echando de menos la protectora sombra del negro velo de su manto de encaje, que le cubría las mejillas, dándole tan modesto porte, cuando en León cruzaba bajo las bóvedas medio derruidas y llenas de andamiaje de la catedral. La de Bayona le pareció linda como un dije de filigrana; pero no pudo oír en ella tan devotamente la misa: se lo estorbaba la pulcritud esmerada del templo, semejante a caja primorosa; los colores vivos de las figuras neobizantinas pintadas sobre oro en el crucero, o la novedad de aquel coro descubierto, de aquel tabernáculo aislado y sin retablo, el moverse de los reclinatorios, el circular de las alquiladoras de sillas. Parecíale estar en un templo de culto diverso del que ella profesaba. Una Virgen blanca, con filetes de oro en el manto, que presentaba el divino infante en una de las capillas de la nave, la tranquilizó algo. Allí rezó buena porción de salves, deshojó las rosas sangrientas del rosario, los místicos lirios de la letanía. Salió del templo con ligero paso y alegre corazón. Lo primero que vio a la puerta fue a Artegui, contemplando con interés la gótica forma de la portada. ...

En la línea 764
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... La única persona que se consagró a que Pilar observase el régimen saludable, fue, pues, Lucía. Hízolo movida de la necesidad de abnegación que experimentan las naturalezas ricas y jóvenes, a quienes su propia actividad tortura y han menester encaminarla a algún fin, y del instinto que impulsa a dar de comer al animal a quien todos descuidan, o a coger de la mano al niño abandonado en la calle. Al alcance de Lucía sólo estaba Pilar, y en Pilar puso sus afectos. Perico Gonzalvo no simpatizaba con Lucía, encontrándola muy provinciana y muy poco mujer en cuanto a las artes de agradar. Miranda, ya un tanto rejuvenecido por los favorables efectos de la primer semana de aguas, se iba con Perico al Casino, al Parque, enderezando la espina dorsal y retorciéndose otra vez los bigotes. Quedaban pues frente a frente las dos mujeres. Lucía se sujetaba en todo al método de la enferma. A las seis dejaba pasito el lecho conyugal y se iba a despertar a la anémica, a fin de que el prolongado sueño no le causase peligrosos sudores. Sacabala presto al balcón del piso bajo, a respirar el aire puro de la mañanita, y gozaban ambas del amanecer campesino, que parecía sacudir a Vichy, estremeciéndole con una especie de anhelo madrugador. Comenzaba muy temprano la vida cotidiana en la villa termal, porque los habitantes, hosteleros de oficio casi todos durante la estación de aguas, tenían que ir a la compra y apercibirse a dar el almuerzo a sus huéspedes cuando éstos volviesen de beber el primer vaso. Por lo regular, aparecía el alba un tanto envuelta en crespones grises, y las copas de los grandes árboles susurraban al cruzarlas el airecillo retozón. Pasaba algún obrero, larga la barba, mal lavado y huraño el semblante, renqueando, soñoliento, el espinazo arqueado aún por la curvatura del sueño de plomo a que se entregaran la víspera sus miembros exhaustos. Las criadas de servir, con el cesto al brazo, ancho mandil de tela gris o azul, pelo bien alisado -como de mujer que sólo dispone en el día de diez minutos para el tocador y los aprovecha-, iban con paso ligero, temerosas de que se les hiciese tarde. Los quintos salían de un cuartel próximo, derechos, muy abotonados de uniforme, las orejas coloradas con tanto frotárselas en las abluciones matinales, el cogote afeitado al rape, las manos en los bolsillos del pantalón, silbando alguna tonada. Una vejezuela, con su gorra muy blanca y limpia, remangado el traje, barría con esmero las hojas secas esparcidas por la acera de asfalto; seguíala un faldero que olfateaba como desorientado cada montón de hojas reunido por la escoba diligente. Carros se velan muchísimos y de todas formas y dimensiones, y entreteníase Lucía en observarlos y compararlos. Algunos, montados en dos enormes ruedas, iban tirados por un asnillo de impacientes orejas, y guiados por mujeres de rostro duro y curtido, que llevaban el clásico sombrero borbonés, especie de esportilla de paja con dos cintas de terciopelo negro cruzadas por la copa: eran carros de lechera: en la zaga, una fila de cántaros de hojalata encerraba la mercancía. Las carretas de transportar tierra y cal eran más bastas y las movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban flecos de lana roja. Al ir de vacío rodaban con cierta dejadez, y al volver cargados, el conductor manejaba la fusta, el caballo trotaba animosamente y repiqueteaban las campanillas de la frontalera. Si hacía sol, Lucía y Pilar bajaban al jardinete y pegaban el rostro a los hierros de la verja; pero en las mañanas lluviosas quedábanse en el balcón, protegidas por los voladizos del chalet, y escuchando el rumor de las gotas de lluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de bombardeo, sobre las hojas de los plátanos, que crujían como la seda al arrugarse. ...

En la línea 1237
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Sí- respondió Picaporte, que en halagüeño, le permitiría estar en algunos conciertos de calle. ...

En la línea 1311
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Mistress Aouida, Phileas Fogg y Fix, echaron, pues, a pasear por las calles, y no tardaron en hallarse en Montgommery Street, donde la afluencia de la muchedumbre era enorme. En las aceras, en medio de la calle, en las vías del tranvía, a pesar del paso incesante de coches y ómnibus, en el umbral de las tiendas, en las ventanas de las casas, y aun en los tejados, había una multitud innumerable. En medio de los grupos circulaban hombres carteles, y por el aire ondeaban banderas y banderolas, oyéndose una gritería inmensa por todoslados. ...

En la línea 1317
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Fix creyó conveniente sonreír al oír esta observación, y a fin de ver sin ser atropellados, mistress Aouida, Phileas Fogg y él tomaron sitio en el descanso superior de unas gradas que dominaban la calle. Delante de ellos, y en la acera de enfrente, entre la tienda de un carbonero y un almacén de petróleo, se extendía un ancho mostrador al aire libre, hacia el cual convergían las diversas corrientes de la multitud. ...

En la línea 1405
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las tres, los viajeros se paseaban, pues, por las calles de la ciudad, construida entre la orilla del Jordán y las primeras ondulaciones de los montes Wahshtch. Advirtieron pocas iglesias o ninguna, y como monumentos, la casa del Profeta, los tribunales y el arsenal; después, unas casas de ladrillos azulados con cancelas y galerías, rodeadas de jardines, adornadas con acacias, palmera y algarrobos. Un muro de arcilla y piedras, hecho en 1853, ceñía la ciudad; en la calle principal, donde estaba el mercado, se elevaban algunos palacios adornados de banderas, y entre otros, Lake-Salt House. ...


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Más información sobre la palabra Calle en internet

Calle en la RAE.
Calle en Word Reference.
Calle en la wikipedia.
Sinonimos de Calle.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Calle

Cómo se escribe calle o salle?
Cómo se escribe calle o caye?

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