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La palabra arriba
Cómo se escribe

la palabra arriba

La palabra Arriba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece arriba.

Estadisticas de la palabra arriba

La palabra arriba es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 967 según la RAE.

Arriba es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 92.66 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la arriba en 150 obras del castellano contandose 14085 apariciones en total.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece arriba

La palabra arriba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 194
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sobre el carro amontonábanse, formando pirámide hasta más arriba de los varales, toda clase de objetos domésticos. ...

En la línea 1207
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero de cintura para arriba mostrábase el señorío, «la dignidad del sacerdote de la instrucción», como él afirmaba; lo que le distinguía de toda la gente de las barracas, gusarapos pegados al surco: una corbata de colores chillones sobre la sucia pechera, bigote cano y cerdoso partiendo su rostro mofletudo y arrebolado, y una gorra azul con visera de hule, recuerdo de uno de los muchos empleos que había desempeñado en su accidentada vida. ...

En la línea 2251
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Chorreando barro y agua, salió de la acequia, subió la pendiente por el mismo sitio que su adversario; pero al llegar arriba no lo vió. ...

En la línea 116
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y con repentino entusiasmo, olvidando su enojo, comenzó a explicar con una delectación de artista la ceremonia del día anterior en la iglesia de los que él, por antonomasia, llamaba los Padres. Primer domingo del mes: fiesta extraordinaria. El templo lleno: los oficinistas y trabajadores de la casa Dupont hermanos estaban con sus familias; casi todos (¿eh, Fermín?), casi todos: muy pocos faltaban. Había pronunciado el sermón el padre Urizábal, un gran orador, un sabio que hizo llorar a todos; (¿eh, Montenegro?) ¡a todos!... menos a los que no estaban. Y después, había llegado el acto más conmovedor. Él, como un caudillo, acercándose a la sagrada mesa rodeado de su madre, su esposa, sus dos hermanos, que habían venido de Londres; el Estado Mayor de la casa: y después todos los que comían el pan de los Dupont, con sus familias, mientras arriba, en el coro, sonaba el armónium con melodías dulcísimas. ...

En la línea 318
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Don Luis llegaba a olvidarse de sus aficiones matonescas y sus hazañas amorosas, cuando hablaba de la gente zafia de los campos que, movida por falsos apóstoles, quería repartírselo todo. Él había estudiado (lo declaraba pomposamente en el _Círculo Caballista_, sin reparar en las sonrisas de los que le escuchaban), él sabía que lo que deseaban los trabajadores eran _utopias_, eso es; _utopias_ (y repetía con delectación la palabra), y que todo lo que ocurría era por culpa de los gobiernos que no «meten en cintura» a los gañanes, y también por falta de religión. Si señor; la religión: este era el freno del pobre, y como cada vez había menos, los de abajo, con el pretexto del hambre, querían comerse a los de arriba. ...

En la línea 384
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Otras veces eran las yeguas de larga cola y sueltas crines que temblaban un momento con salvaje sorpresa al ver al jinete y huían monte arriba con violentas ondulaciones de ancas. Los potros las seguían, con las patas grotescamente cubiertas de pelo, como si llevasen pantalones. ...

En la línea 500
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Entró un mozo de escasa estatura, avanzando cautelosamente, de medio lado, como si temiera rozar la pared. En su encogimiento parecía implorar perdón anticipadamente por todo lo que hiciese. Sus ojos brillaban en la sombra lo mismo que su fuerte y nítida dentadura. Al aproximarse a la luz del velón, Salvatierra se fijó en el color cobrizo de su cara, en las córneas de sus ojos, que parecían manchadas de tabaco, en sus manos de dos colores, con la palma sonrosada y el dorso de un negro que aún se hacía más intenso bajo las uñas. A pesar del frío, vestía una blusa de verano, una guayabera con pliegues, húmeda aún de la lluvia, y en la cabeza llevaba dos sombreros, uno dentro del otro, de distinto color, como sus manos. El de abajo mostraba una blancura gris y flamante en la parte inferior de sus alas; el de arriba era viejo, de un negro rojizo, con los bordes deshilachados. ...

En la línea 290
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Los curas, que se despedían siempre del difunto en la casilla del resguardo, habían vuelto la espalda al que dejaban entregado a la Justicia ultratelúrica; y el carro fúnebre, con la gente de servicio y un criado del difunto, había emprendido, cuesta arriba, el fin de la jornada. ...

En la línea 4321
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por desgracia, es más ligero de piernas que su amo, lo cual hace que por su amo ponga todo patas arriba, dado que, pensando que po dría nagársele lo que pide, coge cuanto necesita sin pedirlo. ...

En la línea 4926
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Planchet -dijo D'Artagnan cargando sus pistolas-, yo me en cargo del que está arriba, encárgate tú del que está abajo. ...

En la línea 5411
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Porthos seguía paseándose con las manos a la espalda, moviendo la cabeza de arriba abajo y diciendo:-Sigo en mi idea. ...

En la línea 5712
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El barón, viéndose desarmado, dio dos o tres pasos hacia atrás; pero en este movimiento, su pie resbaló y cayó boca arriba. ...

En la línea 857
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Experimenté, pues, sorpresa considerable al oír a los seres a quien he tratado de describir más arriba dar esta cuenta de sí mismos: «Nosotros no somos de Portugal, venimos de Berbería; algunos, de Argel; y otros, de Levante; pero los más, de Berbería, allá lejos»; y señalaban al Suroeste. ...

En la línea 913
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Después de pedir algo de comer en la posada donde paramos, subí cerro arriba hasta llegar a un ancho muro o parapeto que, a cierta altura, ciñe la montaña entera. ...

En la línea 1023
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Exasperado por tal desprecio, asió el beodo el vaso en que bebía, arrojándolo a la cabeza del español, quien brincó como un tigre, desenvainó un cuchillo y tiró de abajo a arriba un tajo a las mejillas de su agresor; indudablemente, le hubiese cortado la cara, de no haber detenido yo a tiempo el brazo del matutero, reduciendo así el daño a un arañazo en la mandíbula inferior, del que brotó un poco de sangre. ...

En la línea 1087
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Terminado este asunto, di un vistazo a los alrededores de Elvas, y subí paseando, cerro arriba, hasta el fuerte, al Norte de la ciudad. ...

En la línea 485
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron Dejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales que, si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirían y fenderían de arriba abajo y abrirían como una granada; y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que della faltaba. ...

En la línea 886
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba abajo, alumbrándoles Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y, como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote, dijo que aquello más parecían golpes que caída. ...

En la línea 937
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que llaman de la Santa Hermandad Vieja de Toledo, el cual, oyendo ansimesmo el estraño estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus títulos, y entró ascuras en el aposento, diciendo: -¡Ténganse a la justicia! ¡Ténganse a la Santa Hermandad! Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y, echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir: -¡Favor a la justicia! Pero, viendo que el que tenía asido no se bullía ni meneaba, se dio a entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus matadores; y con esta sospecha reforzó la voz, diciendo: -¡Ciérrese la puerta de la venta! ¡Miren no se vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre! Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. ...

En la línea 956
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Bien es verdad que aún don Quijote se estaba boca arriba, sin poderse menear, de puro molido y emplastado. ...

En la línea 193
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Beudant, en París, consiguieron hacer tubos11 análogos desde todos los puntos de vista a estas fulguritas, haciendo pasar descargas eléctricas extremadamente intensas a través de vidrio en polvo impalpable; cuando añadían sal al vidrio para aumentar su fusibilidad, los tubos tenían dimensiones mucho mayores. No consiguieron obtener tubos haciendo pasar la chispa a través del feldespato o cuarzo pulverizados. Un tubo obtenido en vidrio pulverizado tenía cerca de una pulgada de longitud (exactamente 982/1.000) y un diámetro interior de 19 milésimas de pulgada. Cuando al mismo tiempo se advierte que se empleó la batería más fuerte existente en París y que se hizo uso de sustancias tan fácilmente fusibles como el vidrio para llegar a formar tubos tan pequeños, ¡qué asombro se experimenta al pensar en la fuerza de una descarga eléctrica que en varios puntos arenosos pudo formar cilindros que en un caso tenían por lo menos 30 pies de longitud y un diámetro interior de 1 1/2 pulgada en los sitios no comprimidos, con una sustancia tan extraordinariamente refractaria como el cuarzo! Los tubos, como ya lo he hecho notar, penetran en la arena en una dirección casi vertical. Sin embargo, uno de ellos, menos regular que los otros, se desviaba de la línea recta; el mayor codo formaba un ángulo de 330. De ese mismo tubo, separadas entre sí un pie, partían dos ramas pequeñas, una con la punta vuelta hacia arriba y la otra hacia abajo. Este hecho es tanto más notable, cuanto que el fluido eléctrico debió de volverse atrás, formando con la línea principal de dirección un ángulo agudo de 260. Aparte de estos cuatro tubos, que conservaban su posición en planos verticales, y que pude seguir por debajo de la superficie, encontré encima del suelo otros varios grupos de fragmentos pertenecientes, con seguridad, a tubos que debían de haberse formado allí cerca. ...

En la línea 331
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aquí todos están convencidos de que esa es la más justa de las guerras, porque va dirigida contra los salvajes. ¿Quién podría creer que se cometan tantas atrocidades en un país cristiano y civilizado? Se perdona a los niños, a los cuales se vende o se da para hacerlos criados domésticos, o más bien esclavos, aunque sólo por el tiempo que sus poseedores puedan persuadirles de que son esclavos. Pero creo, en último caso, que les tratan bastante bien. Durante el combate huyeron juntos cuatro hombres: persiguiéronlos; uno de ellos fue muerto y los otros tres apresados con vida. Eran mensajeros o embajadores de un considerable cuerpo de indios reunidos para la defensa común junto a las Cordilleras. La tribu, a la cual habían sido enviados, estaba a punto de celebrar gran consejo, estaba dispuesto el banquete de carne de yegua, iba a empezar el baile y al siguiente día los embajadores iban a regresar a las Cordilleras. Esos embajadores eran unos guapos mozos, muy rubios, de más de seis pies de estatura; ninguno de ellos tenía arriba de treinta años. Los tres supervivientes poseían informes preciosos; para sacárselos, les pusieron en fila. Interrogóse a los dos primeros, quienes se limitaron a responder: No sé; y se les fusiló uno tras otro. El tercero también contestó: No sé, y añadió: «Tirad, soy hombre, sé morir». Ninguno dé ellos quiso decir ni una sílaba que pudiese perjudicar a la causa de su país. El cacique de que antes hablé adoptó una conducta enteramente opuesta: para salvar su vida, reveló el plan que sus compatriotas se proponían seguir para continuar la guerra, y el sitio donde las tribus debían concentrarse en los Andes. Creíase en aquel momento que ya estaban reunidos 600 ó 700 indios, y que durante el verano se duplicaría ese número. Además, como ha poco dije, aquel cacique había indicado el campamento de una tribu junto a las Salinas Pequeñas, cerca de Bahía Blanca, tribu a la cual iban a enviarse embajadores; lo cual prueba que las comunicaciones son activas entre los indios desde las Cordilleras hasta las costas del Atlántico. ...

En la línea 342
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Después de haber galopado mucho tiempo y de cambiar de caballo dos veces, llegamos al río Sauce. Es un riachuelo profundo y rápido que sólo tiene 25 pies de anchura. La segunda posta del camino de Buenos Aires está en sus márgenes. Un poco más arriba de la costa hay un vado, donde el agua no llega al vientre de los caballos; pero desde ese sitio hasta el mar es imposible vadearlo; por tanto, ese río forma una barrera muy útil contra los indios. ...

En la línea 485
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Dos veces encontré en esta provincia bueyes pertenecientes a una raza muy curiosa, que llaman nata o niata. Tienen con los demás bueyes casi las mismas relaciones que los buldogs o los gozquecillos tienen con los otros perros. Su frente es muy deprimida y muy ancha, el extremo de las narices está levantado, el labio superior se retira hacia atrás; la mandíbula inferior avanza más que la superior y se encorva también de abajo a arriba, de modo que siempre están enseñando los dientes. Las ventanas de la nariz, colocadas muy altas, están muy abiertas; los ojos se proyectan hacia adelante. Cuando andan, llevan muy baja la cabeza; el cuello es corto; las patas de atrás son un poco más largas de lo habitual, si se comparan con las de delante. Sus dientes al descubierto, su corta cabeza y sus narices respingadas les dan un aire batallador lo más cómico posible. ...

En la línea 177
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sus ojos eran grandes, de un castaño sucio, y cuando el pillastre se creía en funciones eclesiásticas los movía con afectación, de abajo arriba, de arriba abajo, imitando a muchos sacerdotes y beatas que conocía y trataba. ...

En la línea 218
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No se daba por enterado de cosa que no viese a vista de pájaro, abarcándola por completo y desde arriba. ...

En la línea 223
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ver muchas leguas de tierra, columbrar el mar lejano, contemplar a sus pies los pueblos como si fueran juguetes, imaginarse a los hombres como infusorios, ver pasar un águila o un milano, según los parajes, debajo de sus ojos, enseñándole el dorso dorado por el sol, mirar las nubes desde arriba, eran intensos placeres de su espíritu altanero, que De Pas se procuraba siempre que podía. ...

En la línea 242
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No renunciaba a subir, a llegar cuanto más arriba pudiese, pero cada día pensaba menos en estas vaguedades de la ambición a largo plazo, propias de la juventud. ...

En la línea 267
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La transfiguración de allá arriba había desaparecido. ...

En la línea 662
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En vista de la conformidad del gigante, el catedrático fue hasta el borde de la mesa dando órdenes a gritos, y los atletas que maniobraban la grúa para subir los alimentos pusieron en actividad otra vez el plato que servía de ascensor. Una vez llegado este arriba, seis de los hombres forzudos cargaron con un libro del mismo tamaño que el cuaderno empleado por Gillespie para sus notas. ...

En la línea 823
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una nube de hojas envolvió al gigante. Varios pájaros se escaparon lanzando chillidos. El árbol crujía cada vez mas ruidosamente, hasta que al fin se rompió junto a las raíces. Gillespie fue tronchando sus ramas, y así pudo fabricarse un bastón que mas bien era una cachiporra, gruesa de abajo, delgada de arriba y con varias púas que marcaban el ramaje roto. ...

En la línea 900
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Hizo que el gigante detuviera su marcha, y echando medio cuerpo fuera del bolsillo, empezó a dar gritos para que acudiese el jefe de la escolta. Cuando este, conteniendo la nerviosidad de su caballo, que se encabritaba al husmear la proximidad del coloso, pudo colocarse al fin junto a los enormes pies, Ra-Ra le habló desde arriba en el idioma del país. El Hombre-Montaña deseaba hacer alto, empleando como asiento uno de los pabellones bajos de la Universidad. La escolta, podía descansar igualmente durante una hora echando pie a tierra. ...

En la línea 1367
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y no fue esto lo peor para ellos, pues el Hombre-Montaña se levantó a continuación, de un salto, y empezó a dar patadas en el suelo, persiguiendo a las figurillas negras, que huían aterradas en todas direcciones lanzando chillidos. Cada puntapié dado por el gigante levantaba nubes de arena, y en ellas se veía flotar siempre algún pigmeo, los brazos y las piernas abiertos lo mismo que las ranas, unas veces con la cabeza arriba, otras con la cabeza abajo. ...

En la línea 68
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aún no se conocían el sello de correo, ni los sobres ni otras conquistas del citado progreso. Pero ya los dependientes habían empezado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permitía salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrón único, para que resultasen uniformados como colegiales o presidiarios. Se les dejaba concurrir a los bailes de Villahermosa o de candil, según las aficiones de cada uno. Pero en lo que no hubo variación fue en aquel piadoso atavismo de hacerles rezar el rosario todas las noches. Esto no pasó a la historia hasta la época reciente del traspaso a los Chicos. Mientras fue D. Baldomero jefe de la casa, esta no se desvió en lo esencial de los ejes diamantinos sobre que la tenía montada el padre, a quien se podría llamar D. Baldomero el Grande. Para que el progreso pusiera su mano en la obra de aquel hombre extraordinario, cuyo retrato, debido al pincel de D. Vicente López, hemos contemplado con satisfacción en la sala de sus ilustres descendientes, fue preciso que todo Madrid se transformase; que la desamortización edificara una ciudad nueva sobre los escombros de los conventos; que el Marqués de Pontejos adecentase este lugarón; que las reformas arancelarias del 49 y del 68, pusieran patas arriba todo el comercio madrileño; que el grande ingenio de Salamanca idease los primeros ferrocarriles; que Madrid se colocase, por arte del vapor, a cuarenta horas de París, y por fin, que hubiera muchas guerras y revoluciones y grandes trastornos en la riqueza individual. ...

En la línea 97
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Prometíaselas él muy felices en la tienda de bayetas y paños del Reino que estableció en la Plaza Mayor, junto a la Panadería. No puso dependientes, porque la cortedad del negocio no lo consentía; pero su tertulia fue la más animada y dicharachera de todo el barrio. Y ved aquí el secreto de lo poco que dio de sí el establecimiento, y la justificación de los vaticinios de D. Bonifacio. Estupiñá tenía un vicio hereditario y crónico, contra el cual eran impotentes todas las demás energías de su alma; vicio tanto más avasallador y terrible cuanto más inofensivo parecía. No era la bebida, no era el amor, ni el juego ni el lujo; era la conversación. Por un rato de palique era Estupiñá capaz de dejar que se llevaran los demonios el mejor negocio del mundo. Como él pegase la hebra con gana, ya podía venirse el cielo abajo, y antes le cortaran la lengua que la hebra. A su tienda iban los habladores más frenéticos, porque el vicio llama al vicio. Si en lo más sabroso de su charla entraba alguien a comprar, Estupiñá le ponía la cara que se pone a los que van a dar sablazos. Si el género pedido estaba sobre el mostrador, lo enseñaba con gesto rápido, deseando que acabase pronto la interrupción; pero si estaba en lo alto de la anaquelería, echaba hacia arriba una mirada de fatiga, como el que pide a Dios paciencia, diciendo: «¿Bayeta amarilla? Mírela usted. Me parece que es angosta para lo que usted la quiere». Otras veces dudaba o aparentaba dudar si tenía lo que le pedían. «¿Gorritas para niño? ¿Las quiere usted de visera de hule?… Sospecho que hay algunas, pero son de esas que no se usan ya… ». ...

En la línea 99
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Era muy fino con las señoras de alto copete. Su afabilidad tenía tonos como este: «¿La cúbica? Sí que la hay. ¿Ve usted la pieza allá arriba? Me parece, señora, que no es lo que usted busca… digo, me parece; no es que yo me quiera meter… Ahora se estilan rayaditas: de eso no tengo. Espero una remesa para el mes que entra. Ayer vi a las niñas con el Sr. D. Cándido. Vaya, que están creciditas. ¿Y cómo sigue el señor mayor? ¡No le he visto desde que íbamos juntos a la bóveda de San Ginés!»… Con este sistema de vender, a los cuatro años de comercio se podían contar las personas que al cabo de la semana traspasaban el dintel de la tienda. A los seis años no entraban allí ni las moscas. Estupiñá abría todas las mañanas, barría y regaba la acera, se ponía los manguitos verdes y se sentaba detrás del mostrador a leer el Diario de Avisos. Poco a poco iban llegando los amigos, aquellos hermanos de su alma, que en la soledad en que Plácido estaba le parecían algo como la paloma del arca, pues le traían en el pico algo más que un ramo de oliva, le traían la palabra, el sabrosísimo fruto y la flor de la vida, el alcohol del alma, con que apacentaba su vicio… Pasábanse el día entero contando anécdotas, comentando sucesos políticos, tratando de tú a Mendizábal, a Calatrava, a María Cristina y al mismo Dios, trazando con el dedo planes de campaña sobre el mostrador en extravagantes líneas tácticas; demostrando que Espartero debía ir necesariamente por aquí y Villarreal por allá; refiriendo también sucedidos del comercio, llegadas de tal o cual género; lances de Iglesia y de milicia y de mujeres y de la corte, con todo lo demás que cae bajo el dominio de la bachillería humana. A todas estas el cajón del dinero no se abría ni una sola vez, y a la vara de medir, sumida en plácida quietud, le faltaba poco para reverdecer y echar flores como la vara de San José. Y como pasaban meses y meses sin que se renovase el género, y allí no había más que maulas y vejeces, el trueno fue gordo y repentino. Un día le embargaron todo, y Estupiñá salió de la tienda con tanta pena como dignidad. ...

En la línea 123
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¿D. Plácido?… en lo más último de arriba —contestó la joven, dando algunos pasos hacia fuera. ...

En la línea 301
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A las nueve de la noche toda la extensa ribera frente al palacio fulguraba de luces. El río mismo, hasta donde alcanzaba la vista en dirección a la ciudad, estaba tan espesamente cubierto de botes y barcas de recreo, todos orlados con linternas de colores y suavemente agitados por las ondas, que parecía un reluciente e ilimitado jardín de flores animadas a suave movimiento por vientos estivales. La gran escalinata de peldaños de piedra que conducía a la orilla, lo bastante espaciosa para dar cabida al ejército de un príncipe alemán, era un cuadro digno de verse, con sus filas de alabarderos reales en pulidas armaduras y sus tropas de ataviados servidores, revoloteando de arriba abajo, y de acá para allá, con la prisa de los preparativos. ...

En la línea 387
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... 'Habiéndoseles hecho espacio, pronto entraron un barón y un conde, ataviados a la turca con largos mantos salpicados de oro; sombreron de terciopelo carmesí, con grandes vueltas de oro; ceñían dos espadas, llamadas cimitarras, pendientes de grandes tahalíes de oro. Venían después todavía otro barón y otro conde, con largos ropajes de raso amarillo con rayas de vaso blanco al través, y en cada lista blanca traían otra de raso carmesí, a la usanza rusa, con sombreros de piel blanca con manchas negras; cada uno de ellos llevaba un hacha pequeña en la mano y botas con pykes[puntas de casi un pie de largo], vueltas hacia arriba. Y después de ellos venía un caballero, luego el lord gran almirante, y con él cinco nobles con jubones de terciopelo carmesí, escotados por detrás y por delante hasta el esternón, sujetos por el puño con cadenas de plata; y sobre esto, capas cortas de raso carmesí y en las cabezas sombreros a la manera de los danzantes, con pluma de faisán. Éstos iban vestidos a la usanza prusiana. Los hacheros, que eran cerca de un centenar, iban de raso carmesí y verde, como moros, sus caras negras. Venía después un mommarye. Luego los ministriles, disfrazados, bailaron; y lores y damas bailaron también tan desafinadamente, que era un placer contemplarlos.' ...

En la línea 447
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Este golpe sacudió a Hendon de arriba abajo. Dijo en su interior: 'La locura de este pobre niño está a la altura de los tiempos. Ha cambiado con el gran cambio que ha sobrevenido en el reino, y ahora se imagina ser el rey. Bueno; le seguiremos el humor, ya que no hay otro camino; no vaya a ser que me mande a la Torre. ...

En la línea 481
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Peor lecho he tenido en estos siete años. Ponerle reparos a esto sería una ingratitud para El de arriba. ...

En la línea 1648
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No, está arriba mi tío. ...

En la línea 2259
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... »¡Pobre amo mío! ¿Qué será ahora de él? ¿Dónde estará aquello que en él hablaba y soñaba? Tal vez allá arriba, en el mundo puro, en la alta meseta de la tierra, en la tierra pura toda ella de colores puros, como la vio Platón, al que los hombres llaman divino; en aquella sobrehaz terrestre de que caen las piedras preciosas, donde están los hombres puros y los purificados bebiendo aire y respirando éter. Allí están también los perros puros, los de san Humberto el cazador, el de santo Domingo de Guzmán con su antorcha en la boca, el de san Roque, de quien decía un predicador señalando a su imagen: ¡Allí le tenéis a san Roque, con su perrito y todo! Allí, en el mundo puro platónico, en el de las ideas encarnadas, está el perro puro, el perro de veras cínico. ¡Y allí está mi amo! ...

En la línea 1569
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Creo que tiene su nido arriba de ese árbol. ...

En la línea 722
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Capitán Nemo, compruebo los resultados, sin tratar de explicármelos. He visto al Nautilus maniobrar ante el Abraham Lincoln y sé a qué atenerme acerca de su velocidad. Pero no basta moverse. Hay que saber adónde se va. Hay que poder dirigirse a la derecha o a la izquierda, hacia arriba o hacia abajo. ¿Cómo hace usted para alcanzar las grandes profundidades en las que debe hallar una resistencia creciente, evaluada en centenares de atmósferas? ¿Cómo hace para subir a la superficie del océano? Y, por último, ¿cómo puede mantenerse en el lugar que le convenga? ¿Soy indiscreto al formularle tales preguntas? ...

En la línea 733
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Bien, capitán, pero aquí llegamos a la verdadera dificultad. Que su barco pueda quedarse a flor de agua, lo comprendo. Pero, más abajo, al sumergirse más, ¿no se encuentra su aparato submarino con una presión que le comunique un impulso de abajo arriba, evaluada en una atmósfera por treinta pies de agua, o sea, cerca de un kilogramo por centímetro cuadrado? ...

En la línea 751
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Para gobernar este barco a estribor o a babor, para moverlo, en una palabra, en un plano horizontal, me sirvo de un timón ordinario de ancha pala, fijado a la trasera del codaste, que es accionado por una rueda y un sistema de poleas. Pero puedo también mover al Nautilus de abajo arriba y de arriba abajo, es decir, en un plano vertical, por medio de dos planos inclinados unidos a sus flancos sobre su centro de flotación. Se trata de unos planos móviles capaces de adoptar todas las posiciones y que son maniobrados desde el interior por medio de poderosas palancas. Si estos planos se mantienen paralelos al barco, éste se mueve horizontalmente. Si están inclinados, el Nautilus, impulsado por su hélice, sube o baja, según la disposición de la inclinación, siguiendo la diagonal que me interese. Si deseo, además, regresar más rápidamente a la superficie, no tengo más que embragar la hélice para que la presión del agua haga subir verticalmente al Nautilus como un globo henchido de hidrógeno se eleva rápidamente en el aire. ...

En la línea 751
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Para gobernar este barco a estribor o a babor, para moverlo, en una palabra, en un plano horizontal, me sirvo de un timón ordinario de ancha pala, fijado a la trasera del codaste, que es accionado por una rueda y un sistema de poleas. Pero puedo también mover al Nautilus de abajo arriba y de arriba abajo, es decir, en un plano vertical, por medio de dos planos inclinados unidos a sus flancos sobre su centro de flotación. Se trata de unos planos móviles capaces de adoptar todas las posiciones y que son maniobrados desde el interior por medio de poderosas palancas. Si estos planos se mantienen paralelos al barco, éste se mueve horizontalmente. Si están inclinados, el Nautilus, impulsado por su hélice, sube o baja, según la disposición de la inclinación, siguiendo la diagonal que me interese. Si deseo, además, regresar más rápidamente a la superficie, no tengo más que embragar la hélice para que la presión del agua haga subir verticalmente al Nautilus como un globo henchido de hidrógeno se eleva rápidamente en el aire. ...

En la línea 768
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Porque vas a ir arriba, ¿no es así? ...

En la línea 987
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Aquel desvergonzado impostor de Pumblechook movió en seguida la cabeza de arriba abajo y, frotando suavemente los brazos del sillón, exclamó: ...

En la línea 1756
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... bizcocho, y después de pagarme las veinte libras que sacó de una caja de caudales, cuya llave se guardaba en algún sitio de la espalda y que sacaba por el cuello de la camisa como si fuese una coleta de hierro, nos fuimos escalera arriba. La casa era vieja y estaba destartalada, y los grasientos hombros que dejaron sus huellas en el despacho del señor Jaggers parecían haber rozado las paredes de la escalera durante muchos años. En la parte delantera del primer piso, un empleado que tenía, a la vez, aspecto de tabernero y cazador de ratones - hombre pálido a hinchado - estaba conversando con mucha atención con dos o tres personas mal vestidas, a las que trataba sin ceremonia alguna, como todos parecían tratar a los que contribuían a la plenitud de los cofres del señor Jaggers. ...

En la línea 2000
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... A nuestra llegada a Dinamarca encontramos al rey y a la reina de aquel país sentados en dos sillones y sobre una mesa de cocina, celebrando una reunión de la corte. Toda la nobleza danesa estaba allí, al servicio de sus reyes. Esa nobleza consistía en un muchacho aristócrata que llevaba unas botas de gamuza de algún antepasado gigantesco; en un venerable par, de sucio rostro, que parecía haber pertenecido al pueblo durante la mayor parte de su vida, y en la caballería danesa, con un peine en el cabello y un par de calzas de seda blanca y que en conjunto ofrecía aspecto femenino. Mi notable conciudadano permanecía tristemente a un lado, con los brazos doblados, y yo sentí el deseo de que sus tirabuzones y su frente hubiesen sido más naturales. A medida que transcurría la representación se presentaron varios hechos curiosos de pequeña importancia. El último rey de aquel país no solamente parecía haber sufrido tos en la época de su muerte, sino también habérsela llevado a la tumba, sin desprenderse de ella cuando volvió entre los mortales. El regio aparecido llevaba un fantástico manuscrito arrollado a un bastón y al cual parecía referirse de vez en cuando, y, además, demostraba cierta ansiedad y tendencia a perder esta referencia, lo cual daba a entender que gozaba aún de la condición mortal. Por eso tal vez la sombra recibió el consejo del público de que «lo doblase mejor», recomendación que aceptó con mucho enojo. También podía notarse en aquel majestuoso espíritu que, a pesar de que fingía haber estado ausente durante mucho tiempo y recorrido una inmensa distancia, procedía, con toda claridad, de una pared que estaba muy cerca. Por esta causa, sus terrores fueron acogidos en broma. A la reina de Dinamarca, dama muy regordeta, aunque sin duda alguna históricamente recargada de bronce, el público la juzgó como sobrado adornada de metal; su barbilla estaba unida a su diadema por una ancha faja de bronce, como si tuviese un grandioso dolor de muelas; tenía la cintura rodeada por otra, así como sus brazos, de manera que todos la señalaban con el nombre de «timbal». El noble joven que llevaba las botas ancestrales era inconsecuente al representarse a sí mismo como hábil marino, notable actor, experto cavador de tumbas, sacerdote y persona de la mayor importancia en los asaltos de esgrima de la corte, ante cuya autoridad y práctica se juzgaban las mejores hazañas. Esto le condujo gradualmente a que el público no le tuviese ninguna tolerancia y hasta, al ver que poseía las sagradas órdenes y se negaba a llevar a cabo el servicio fúnebre, a que la indignación contra él fuese general y se exteriorizara por medio de las nueces que le arrojaban. 121 Últimamente, Ofelia fue presa de tal locura lenta y musical, que cuando, en el transcurso del tiempo, se quitó su corbata de muselina blanca, la dobló y la enterró, un espectador huraño que hacía ya rato se estaba enfriando su impaciente nariz contra una barra de hierro en la primera fila del público, gruñó: - Ahora que han metido al niño en la cama, vámonos a cenar. Lo cual, por lo menos, era una incongruencia. Todos estos incidentes se acumularon de un modo bullicioso sobre mi desgraciado conciudadano. Cada vez que aquel irresoluto príncipe tenía que hacer una pregunta o expresar una duda, el público se apresuraba a contestarle. Por ejemplo, cuando se trató de si era más noble sufrir, unos gritaron que sí y otros que no; y algunos, sin decidirse entre ambas opiniones, le aconsejaron que lo averiguara echando una moneda a cara o cruz. Esto fue causa de que entre el público se empeñase una enconada discusión. Cuando preguntó por qué las personas como él tenían que arrastrarse entre el cielo y la tierra, fue alentado con fuertes gritos de los que le decían «¡Atención!» Al aparecer con una media desarreglada, desorden expresado, de acuerdo con el uso, por medio de un pliegue muy bien hecho en la parte superior, y que, según mi opinión, se lograba por medio de una plancha, surgió una discusión entre el público acerca de la palidez de su pierna y también se dudó de si se debería al susto que le dio el fantasma. Cuando tomó la flauta, evidentemente la misma que se empleó en la orquesta y que le entregaron en la puerta, el público, unánimemente, le pidió que tocase el Rule Britania. Y mientras recomendaba al músico no tocar de aquella manera, el mismo hombre huraño que antes le interrumpiera dijo: «Tú, en cambio, no tocas la flauta de ningún modo; por consiguiente, eres peor que él.» Y lamentó mucho tener que añadir que las palabras del señor Wopsle eran continuamente acogidas con grandes carcajadas. Pero le esperaba lo más duro cuando llegó la escena del cementerio. Éste tenía la apariencia de un bosque virgen; a un lado había una especie de lavadero de aspecto eclesiástico y al otro una puerta semejante a una barrera de portazgo. El señor Wopsle llevaba una capa negra, y como lo divisaran en el momento de entrar por aquella puerta, algunos se apresuraron a avisar amistosamente al sepulturero, diciéndole: «Cuidado. Aquí llega el empresario de pompas fúnebres para ver cómo va tu trabajo.» Me parece hecho muy conocido, en cualquier país constitucional, que el señor Wopsle no podía dejar el cráneo en la tumba, después de moralizar sobre él, sin limpiarse los dedos en una servilleta blanca que se sacó del pecho; pero ni siquiera tan inocente e indispensable acto pasó sin que el público exclamara, a guisa de comentario: «¡Mozo!» La llegada del cadáver para su entierro, en una caja negra y vacía, cuya tapa se cayó, fue la señal de la alegría general, que aumentó todavía al descubrir que entre los que llevaban la caja había un individuo a quien reconoció el público. La alegría general siguió al señor Wopsle en toda su lucha con Laertes, en el borde del escenario y de la tumba, y ni siquiera desapareció cuando hubo derribado al rey desde lo alto de la mesa de cocina y luego se murió, pulgada a pulgada y desde los tobillos hacia arriba. Al empezar habíamos hecho algunas débiles tentativas para aplaudir al señor Wopsle, pero fue evidente que no serían eficaces y, por lo tanto, desistimos de ello. Así, pues, continuamos sentados, sufriendo mucho por él, pero, sin embargo, riéndonos con toda el alma. A mi pesar, me reí durante toda la representación, porque, realmente, todo aquello resultaba muy gracioso; y, no obstante, sentí la impresión latente de que en la alocución del señor Wopsle había algo realmente notable, no a causa de antiguas asociaciones, según temo, sino porque era muy lenta, muy triste, lúgubre, subía y bajaba y en nada se parecía al modo con que un hombre, en cualquier circunstancia natural de muerte o de vida, pudiese expresarse acerca de algún asunto. Cuando terminó la tragedia y a él le hicieron salir para recibir los gritos del público, dije a Herbert: - Vámonos en seguida, porque, de lo contrario, corremos peligro de encontrarle. Bajamos tan aprisa como pudimos, pero aún no fuimos bastante rápidos, porque junto a la puerta había un judío, con cejas tan grandes que no podían ser naturales y que cuando pasábamos por su lado se fijó en mí y preguntó: - ¿El señor Pip y su amigo? No hubo más remedio que confesar la identidad del señor Pip y de su amigo. -El señor Waldengarver-dijo el hombre-quisiera tener el honor… - ¿Waldengarver? - repetí. Herbert murmuró junto a mi oído: -Probablemente es Wopsle. - ¡Oh! - exclamé -. Sí. ¿Hemos de seguirle a usted? - Unos cuantos pasos, hagan el favor. En cuanto estuvimos en un callejón lateral, se volvió, preguntando: - ¿Qué le ha parecido a ustedes su aspecto? Yo le vestí. 122 Yo no sabía, en realidad, cuál fue su aspecto, a excepción de que parecía fúnebre, con la añadidura de un enorme sol o estrella danesa que le colgaba del cuello, por medio de una cinta azul, cosa que le daba el aspecto de estar asegurado en alguna extraordinaria compañía de seguros. Pero dije que me había parecido muy bien. - En la escena del cementerio - dijo nuestro guía -tuvo una buena ocasión de lucir la capa. Pero, a juzgar por lo que vi entre bastidores, me pareció que al ver al fantasma en la habitación de la reina, habría podido dejar un poco más al descubierto las medias. Asentí modestamente, y los tres atravesamos una puertecilla de servicio, muy sucia y que se abría en ambas direcciones, penetrando en una especie de calurosa caja de embalaje que había inmediatamente detrás. Allí, el señor Wopsle se estaba quitando su traje danés, y había el espacio estrictamente suficiente para mirarle por encima de nuestros respectivos hombros, aunque con la condición de dejar abierta la puerta o la tapa de la caja. - Caballeros - dijo el señor Wopsle -. Me siento orgulloso de verlos a ustedes. Espero, señor Pip, que me perdonará el haberle hecho llamar. Tuve la dicha de conocerle a usted en otros tiempos, y el drama ha sido siempre, según se ha reconocido, un atractivo para las personas opulentas y de nobles sentimientos. Mientras tanto, el señor Waldengarver, sudando espantosamente, trataba de quitarse sus martas principescas. - Quítese las medias, señor Waldengarver-dijo el dueño de aquéllas; - de lo contrario, las reventará y con ellas reventará treinta y cinco chelines. Jamás Shakespeare pudo lucir un par más fino que éste. Estése quieto en la silla y déjeme hacer a mí. Diciendo así, se arrodilló y empezó a despellejar a su víctima, quien, al serle sacada la primera media, se habría caído atrás, con la silla, pero se salvó de ello por no haber sitio para tanto. Hasta entonces temí decir una sola palabra acerca de la representación. Pero en aquel momento, el señor Waldengarver nos miró muy complacido y dijo: - ¿Qué les ha parecido la representación, caballeros? Herbert, que estaba tras de mí, me tocó y al mismo tiempo dijo: - ¡Magnífica! Como es natural, yo repetí su exclamación, diciendo también: - ¡Magnífica! - ¿Les ha gustado la interpretación que he dado al personaje, caballeros? -preguntó el señor Waldengarver con cierto tono de protección. Herbert, después de hacerme una nueva seña por detrás de mí, dijo: - Ha sido una interpretación exuberante y concreta a un tiempo. Por esta razón, y como si yo mismo fuese el autor de dicha opinión, repetí: - Exuberante y concreta a un tiempo. -Me alegro mucho de haber merecido su aprobación, caballeros - dijo el señor Waldengarver con digno acento, a pesar de que en aquel momento había sido arrojado a la pared y de que se apoyaba en el asiento de la silla. - Pero debo advertirle una cosa, señor Waldengarver - dijo el hombre que estaba arrodillado, - en la que no pensó usted durante su representación. No me importa que alguien piense de otra manera. Yo he de decirselo. No hace usted bien cuando, al representar el papel de Hamlet, pone usted sus piernas de perfil. El último Hamlet que vestí cometió la misma equivocación en el ensayo, hasta que le recomendé ponerse una gran oblea roja en cada una de sus espinillas, y entonces en el ensayo (que ya era el último), yo me situé en la parte del fondo de la platea y cada vez que en la representación se ponía de perfil, yo le decía: «No veo ninguna oblea». Y aquella noche la representación fue magnífica. El señor Waldengarver me sonrió, como diciéndome: «Es un buen empleado y le excuso sus tonterías.» Luego, en voz alta, observó: -Mi concepto de este personaje es un poco clásico y profundo para el público; pero ya mejorará éste, mejorará sin duda alguna. - No hay duda de que mejorará - exclamamos a coro Herbert y yo. - ¿Observaron ustedes, caballeros - dijo el señor Waldengarver -, que en el público había un hombre que trataba de burlarse del servicio… , quiero decir, de la representación? Hipócritamente contestamos que, en efecto, nos parecía haberlo visto, y añadí: -Sin duda estaba borracho. - ¡Oh, no! ¡De ninguna manera! - contestó el señor Wopsle -. No estaba borracho. Su amo ya habrá cuidado de evitarlo. Su amo no le permitiría emborracharse. 123 - ¿Conoce usted a su jefe? - pregunté. El señor Wopsle cerró los ojos y los abrió de nuevo, realizando muy despacio esta ceremonia. - Indudablemente, han observado ustedes - dijo - a un burro ignorante y vocinglero, con la voz ronca y el aspecto revelador de baja malignidad, a cuyo cargo estaba el papel (no quiero decir que lo representó) de Claudio, rey de Dinamarca. Éste es su jefe, señores. Así es esta profesión. Sin comprender muy bien si deberíamos habernos mostrado más apenados por el señor Wopsle, en caso de que éste se desesperase, yo estaba apurado por él, a pesar de todo, y aproveché la oportunidad de que se volviese de espaldas a fin de que le pusieran los tirantes - lo cual nos obligó a salir al pasillo - para preguntar a Herbert si le parecía bien que le invitásemos a cenar. Mi compañero estuvo conforme, y por esta razón lo hicimos y él nos acompañó a la Posada de Barnard, tapado hasta los ojos. Hicimos en su obsequio cuanto nos fue posible, y estuvo con nosotros hasta las dos de la madrugada, pasando revista a sus éxitos y exponiendo sus planes. He olvidado en detalle cuáles eran éstos, pero recuerdo, en conjunto, que quería empezar haciendo resucitar el drama y terminar aplastándolo, pues su propia muerte lo dejaría completa e irremediablemente aniquilado y sin esperanza ni oportunidad posible de nueva vida. Muy triste me acosté, y con la mayor tristeza pensé en Estella. Tristemente soñé que habían desaparecido todas mis esperanzas, que me veía obligado a dar mi mano a Clara, la novia de Herbert, o a representar Hamlet con el espectro de la señorita Havisham, ello ante veinte mil personas y sin saber siquiera veinte palabras de mi papel. ...

En la línea 128
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Esta media botella que ve usted aquí está pagada con su dinero ‑continuó Marmeladof, dirigiéndose exclusivamente a Raskolnikof‑. Me ha dado treinta kopeks, los últimos, todo lo que tenía: lo he visto con mis propios ojos. Ella no me ha dicho nada; se ha limitado a mirarme en silencio… Ha sido una mirada que no pertenecía a la tierra, sino al cielo. Sólo allá arriba se puede sufrir así por los hombres y llorar por ellos sin condenarlos. Sí, sin condenarlos… Pero es todavía más amargo que no se nos condene. Treinta kopeks… ¿Acaso ella no los necesita? ¿No le parece a usted, mi querido señor, que ella ha de conservar una limpieza atrayente? Esta limpieza cuesta dinero; es una limpieza especial. ¿No le parece? Hacen falta cremas, enaguas almidonadas, elegantes zapatos que embellezcan el pie en el momento de saltar sobre un charco. ¿Comprende, comprende usted la importancia de esta limpieza? Pues bien; he aquí que yo, su propio padre, le he arrancado los treinta kopeks que tenía. Y me los bebo, ya me los he bebido. Dígame usted: ¿quién puede apiadarse de un hombre como yo? Dígame, señor: ¿tiene usted piedad de mí o no la tiene? Con franqueza, señor: ¿me compadece o no me compadece? ¡Ja, ja, ja! ...

En la línea 287
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Es lamentable. ¡Qué vergüenza! ‑se dolió el agente, sacudiendo la cabeza nuevamente con un gesto de reproche, de piedad y de indignación‑. Ahí está la dificultad ‑añadió, dirigiéndose a Raskolnikof y echándole por segunda vez una rápida mirada de arriba abajo. Sin duda le extrañaba que aquel joven andrajoso diera dinero‑. ¿La ha encontrado usted lejos de aquí? ‑le preguntó. ...

En la línea 350
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Ya lo oís: dice que lo hará galopar. ¡Ánimo y arriba! ‑exclamó una voz burlona entre la multitud. ...

En la línea 354
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Todos suben a la carreta de Mikolka entre bromas y risas. Ya hay seis arriba, y todavía queda espacio libre. En vista de ello, hacen subir a una campesina de cara rubicunda, con muchos bordados en el vestido y muchas cuentas de colores en el tocado. No cesa de partir y comer avellanas entre risas burlonas. ...

En la línea 498
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Lo que más llamaba la atención era el aspecto majestuoso y autoritario de la gran dama que conducían en un sillón. Al encontrarse con alguna persona desconocida ya estaba midiéndola de arriba abajo con curiosos ojos y me hacía preguntas en voz alta acerca de ella. ...

En la línea 793
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Incisivos -repuso el profesor dentista- son los dientes de delante, los dos de arriba. ...

En la línea 887
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Rezaba al mártir que está allá arriba. -Y agregó mentalmente-: Por la mártir que está aquí abajo. ...

En la línea 987
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Señor alcalde, no puedo aceptar. He sido siempre severo en mi vida con los demás. Ahora es justo que lo sea conmigo mismo. Señor alcalde, no quiero que me tratéis con bondad, vuestra bondad me ha producido demasiada rabia cuando la ejercitáis con otros, no la quiero para mí. La bondad que le da la razón a una prostituta contra un ciudadano, a un policía contra un alcalde, al que está abajo contra el que está arriba, es lo que yo llamo una mala bondad. Con ella se desorganiza la sociedad. Señor alcalde, yo debo tratarme tal como trataría a otro cualquiera. Cometí una falta, mala suerte, quedo despedido, expulsado. Tengo buenos brazos, trabajaré la tierra, no me importa. Por el bien del servicio, señor alcalde, os pido la destitución del inspector Javert. ...

En la línea 1124
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Sí, tengo que decir algo. Yo he sido reparador de carretones en París y trabajé en casa del señor Baloup. Es duro mi oficio; trabajamos siempre al aire libre en patios o bajo cobertizos en los buenos talleres; pero nunca en sitios cerrados porque se necesita mucho espacio. En el invierno pasamos tanto frío que tiene uno que golpearse los brazos para calentarse, pero eso no le gusta a los patrones, porque dicen que se pierde tiempo. Trabajar el hierro cuando están escarchadas las calles es muy duro. Así se acaban pronto los hombres, y se hace uno viejo cuando aún es joven. A los cuarenta ya está uno acabado. Yo tenía cincuenta y tres y no ganaba más que treinta sueldos al día, me pagaban lo menos que podían; se aprovechaban de mi edad. Además, yo tenía una hija que era lavandera en el río. Ganaba poco, pero los dos íbamos tirando. Ella trabajaba duro también. Pasaba todo el día metida en una cubeta hasta la cintura, con lluvia y con nieve. Cuando helaba era lo mismo, tenía que lavar porque hay mucha gente que no tiene bastante ropa; y si no lavaba perdía a los clientes. Se le mojaban los vestidos por arriba y por abajo. Volvía la pobre a las siete de la noche y se acostaba porque estaba rendida. Su marido le pegaba. Ha muerto ya. Era una joven muy buena, que no iba a los bailes, era muy tranquila, no tenéis más que preguntar. Pero, qué tonto soy. París es un remolino. ¿Quién conoce al viejo Champmathieu? Ya os dije que me conoce el señor Baloup. Preguntadle a él. No sé qué más queréis de mí. ...

En la línea 169
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Los propios conductores- esperaban confiados un prolongado respiro. Habían hecho dos mil kilómetros con dos días de asueto, y razonablemente y en justicia se merecían un intervalo de descanso. Pero eran tantos los hombres que habían acudido a Klondike y tan numerosas las novias, esposas y demás familiares que no lo habían hecho, que la congestión postal estaba adquiriendo enormes proporciones; y además estaban los despachos oficiales. Nuevas tandas de perros de la bahía de Hudson habrían de reemplazar a los que ya no valían para el camino. Había que desprenderse de estos últimos y, puesto que un perro poco significa frente a un puñado de dólares, el caso era venderlos. Pasaron tres días, en el transcurso de los cuales Buck y sus compañeros descubrieron cuán cansados y debilitados estaban. Después, en la mañana del cuarto día, llegaron de los Estados Unidos dos hombres, que los compraron con arneses incluidos, por cuatro cuartos. Se llamaban Hal y Charles. Charles era de mediana edad, más bien moreno, tenía la mirada miope y acuosa y un mostacho que se retorcía con furia hacia arriba como para compensar la aparente blandura del labio que ocultaba. Hal era un joven de diecinueve o veinte años, con un gran revólver Colt y un cuchillo de caza sujetos al cuerpo por un cinturón provisto de cartuchos. Este cinturón era el elemento más llamativo de su persona. Proclamaba su inmadurez, una absoluta e inefable inmadurez. Los dos hombres estaban manifiestamente fuera de lugar, y el porqué de que semejantes individuos se hubieran aventurado a viajar al norte es parte de un misterio que escapa al entendimiento. ...

En la línea 200
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Avanzada la mañana siguiente, Buck encabezó el largo tiro calle arriba. No había animación alguna en el grupo, ni brío o dinamismo en él y sus compañeros. Partían con un cansancio mortal. Cuatro veces había cubierto Buck el trayecto entre Salt Water y Dawson, y el saber que, harto y cansado, afrontaba una vez más el mismo camino, lo amargaba. Ni él ni ninguno de los demás perros se entregaba de corazón a la tarea. Los perros nuevos eran tímidos y estaban asustados, los veteranos no tenían confianza en sus amos. ...

En la línea 214
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Desde las laderas llegaba el rumor, la música de invisibles fuentes. Todo se deshelaba, se estremecía, se animaba. El Yukón hacía esfuerzos por liberarse del hielo que lo aprisionaba. El río lo derretía por debajo y el sol por arriba. Se formaban bolsas de aire, fisuras que se ampliaban, y los fragmentos de hielo carcomidos acababan por desaparecer en el cauce. Y en medio de los estallidos, las turbulencias y las vibraciones de la vida que despertaba, bajo el sol resplandeciente y con la brisa que susurraba a su alrededor, avanzaban vacilantes los dos hombres, la mujer y los perros, como peregrinando hacia la muerte. ...

En la línea 216
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -Allá arriba nos dijeron que la senda por el río se estaba deshelando y que lo mejor que podíamos hacer era quedarnos -dijo Hal en respuesta a la advertencia de Thornton de que no continuaran arriesgándose sobre el hielo quebradizo-. Dijeron que no podríamos llegar a White River, y aquí estamos. Y lo dijo con un despectivo retintín de triunfo. ...

En la línea 47
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto de matrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe si saldrá muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque ¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que pasa con el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y parece tan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela. Pero aplique usted aquellos lentecicos y… ¡zas, zis!, ya se encuentra usted con los bicharracos y las bacterias que bailan dentro un rigodón… Pues el que anda por allá, encimita de las nubes, también ve cosas que a los bobos de por acá nos parecen tan sencillas… y para él tienen su quid… ¡Bah, bah!, él se encargará de arreglarnos las cosas… nosotros, ni que nos empeñemos. ...

En la línea 210
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al glosar así su dicha, quitábase Miranda el sombrero y buscaba en los bolsillos del sobretodo la gorrilla de viaje roja y negra a cuarterones. Hay movimientos que por instinto nos recuerdan otros, cuando los ejecutamos. El antebrazo de Miranda, al descender, notó un vacío, la falta de algo que antes le estorbaba. Y el dueño del antebrazo, al advertirlo, dio brusco salto, y empezó a mirarse de abajo arriba, y las manos trémulas recorrieron y palparon el pecho y la cintura sin hallar nada; y la boca, impaciente y colérica, soltó en voz ahogada tacos, ternos y votos redondos; y el puño cerrado hirió la desmemoriada frente, como evocando el recuerdo con aquel cachete expresivo: llamado así el recuerdo, acudió por último; al cenar, habíase quitado la cartera, que le molestaba para comer, y puéstola a su lado sobre una silla vacante. Allí debía de estar. Era forzoso recogerla. Pero, ¡y el tren que iba a salir! Ya roncaban las chimeneas, bufando como erizados gatos, y dos o tres silbos agudos preludiaban la marcha. Miranda tuvo un segundo de indecisión. ...

En la línea 931
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A la mañana siguiente, cuando Lucía fue a despertar a Pilar, retrocedió tres pasos sin querer. Tenía la anémica la cabeza enterrada de un lado en las almohadas, y dormía con sueño inquieto y desigual; en las orejas, pálidas como la cera, resplandecían aún los solitarios, contrastando su blancura nítida con los matices terrosos de las mejillas y cuello. Rodeaba los ojos un círculo negro, como hecho al difumino. Los labios, apretados, parecían dos hojas de rosa seca. El conjunto era cadavérico. Por las sillas andaban dispersas prendas del traje de la víspera: los zapatos, de raso blanco, vueltos tacón arriba, estaban al pie del lecho; en el suelo había claveles y el nunca bien ponderado espejillo, causa inocente de tantos males, reposaba sobre la mesa de noche. Al tocar Lucía suavemente el hombro de la dormida, ésta se incorporó a medias, de un brinco; sus ojos, entreabiertos, tenían velada y sin brillo la córnea, como si los cubriese la telilla que se observa en los ojos de los animales muertos. Del lecho salía un vaho espeso y fétido; la anémica estaba bañada en copioso sudor. ...

En la línea 1201
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Así lo hizo, en efecto, y oyendo en seguida la campana que llamaba a la mesa redonda, bajó al comedor, sintiendo aquel día excelente apetito, cosa no cotidiana en su enervado estómago. Faltaba aún, para que sirviesen la sopa, los sacramentales segundos y tercer toque. Había grupos de huéspedes que conversaban esperando; la mayor parte hablaban de la muerte de Pilar en voz queda, por consideración a Miranda, a quien conocían; sólo un núcleo de tres o cuatro navarros y vascongados platicaban de recio, por ser el asunto de su conversación de aquellos que no encierran misterio alguno. No obstante, de tal manera fijó la atención de Miranda lo que decían, que inmóvil y vuelto todo oídos, no respiraba casi. A los diez minutos de escuchar supo cuanto saber no quisiera: que Artegui estaba en París, que vivía en la casa de al lado, que se podía pasar a su domicilio por el jardín, puesto que uno de los vascongados declaraba haber lo hecho aquella mañana con objeto de visitarle… El camarero que cruzaba a la sazón con una bandeja llena de platos de humeante sopa, indicó a Miranda que podía sentarse, y él en vez de oírle, tomó escalera arriba como un frenético, y entró sin respeto alguno en la cámara mortuoria. ...

Más información sobre la palabra Arriba en internet

Arriba en la RAE.
Arriba en Word Reference.
Arriba en la wikipedia.
Sinonimos de Arriba.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Arriba

Cómo se escribe arriba o harriba?
Cómo se escribe arriba o ariba?
Cómo se escribe arriba o arrrriba?
Cómo se escribe arriba o arriva?

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