La palabra Aquello ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece aquello.
Estadisticas de la palabra aquello
Aquello es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1153 según la RAE.
Aquello tienen una frecuencia media de 78.84 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la aquello en 150 obras del castellano contandose 11983 apariciones en total.
Más información sobre la palabra Aquello en internet
Aquello en la RAE.
Aquello en Word Reference.
Aquello en la wikipedia.
Sinonimos de Aquello.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece aquello
La palabra aquello puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 214
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Vamos a ver: ¿qué era aquello? ¿Le habían robado la vaca?. ...
En la línea 233
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Antes, mucho antes, había sido el propietario de todo aquello un gran señor, que al morir depositó sus pecados y sus fincas en el seno de la comunidad; y ahora, ¡ay!, pertenecían a don Salvador, un vejete de Valencia, que era el tormento del tío Barret, pues hasta en sueños se le aparecía. ...
En la línea 294
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El viejo avaro se mostró inflexible No Barret, aquello no podía continuár. ...
En la línea 317
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ya sabía él lo que era aquello; enredos de los hombres para perder a las gentes de bien. ...
En la línea 278
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --No parece sino que ustés no se han visto nunca. Hablarse sin miedo, que ya sé yo que tú buscas ser algo más que mi ahijado... ¡Lástima que andes en esa vida! Y le aconsejaba que ahorrase, ya que la suerte se le presentaba de frente. Debía guardar sus ganancias, y cuando tuviese un capitalito, ya hablarían de lo otro, de aquello que no se nombraba nunca, pero que sabían los tres. ¡Ahorrar!... Rafael sonreía ante este consejo. Tenía en el porvenir la confianza de todos los hombres de acción seguros de su energía; la generosidad derrochadora de los que conquistan el dinero desafiando a las leyes y a los hombres; la largueza desenfadada de los bandidos románticos, de los antiguos negreros, de los contrabandistas; de todos los pródigos de su vida que, acostumbrados a afrontar el peligro, consideran sin valor lo que ganan sorteando a la muerte. En los ventorrillos de la campiña, en las chozas de carboneros de la sierra, en todas partes donde se juntaban hombres para beber, él lo pagaba todo con largueza. En las tabernas de Jerez organizaba _juergas_ de estruendo, abrumando con su generosidad a los señoritos. Vivía como los lasquenetes mercenarios condenados a la muerte, que, en unas cuantas noches de orgía pantagruélica, devoraban el precio de su sangre. Tenía sed de vivir, de gozar, y cuando en medio de su existencia azarosa le acometía la duda de lo futuro, veía, cerrando los ojos, la graciosa sonrisa de María de la Luz, escuchaba su voz, que siempre le decía lo mismo cuando él se presentaba en la viña. ...
En la línea 359
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando Dupont se lo llevó, terminada la comida, la señora hizo que los criados quitasen apresuradamente el cubierto, los vasos, todo lo que había servido al forastero, sin que ella se atreviese a tocarlo. ¡Que jamás volviese a ver _aquello_ en la mesa! El negocio era una cosa y otra el alma, que debía conservarse limpia de todo contacto impuro. ...
En la línea 595
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Juanón, impulsado por la cólera, poníase de pie. _¡La Mano Negra!_ ¿Qué era aquello? Él había sufrido persecuciones por creerle afiliado a ella, y aún no sabía ciertamente en qué consistía. Meses enteros había estado en la cárcel con otros desgraciados. Le sacaban por la noche del encierro, para golpearle, en la oscura soledad del campo. Las preguntas de los hombres con uniforme iban acompañadas de culatazos que hacían crujir sus huesos, de palizas locas que se exacerbaban ante sus negativas. Aún guardaba en el cuerpo las cicatrices de estos obsequios de los ricos de Jerez. Podían haberle muerto sin que él contestase a gusto de sus atormentadores. Sabía de sociedades para defender la vida de los jornaleros y resistirse a los abusos de los amos; él formaba parte de ellas; pero de _La Mano Negra_, de la terrorífica asociación con sus puñales y sus venganzas, no sabía una palabra. ...
En la línea 756
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El joven asintió. Todo aquello lo había leído muchas veces en la introducción del gran catálogo de la casa; un cuaderno con vistas de las bodegas de Dupont, y sus numerosas dependencias, acompañadas de la historia de la casa y de elogios a sus elaboraciones; la obra maestra de don Ramón, que el amo regalaba a los clientes y visitantes con una encuadernación blanca y azul, los colores de las Purísimas pintadas por Murillo. ...
En la línea 71
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Parecía aquello un milagro: o las barbas le crecían a razón de milímetro por hora, o no se podía explicar cómo don Ángel, jamás barbudo, jamás tenía la cara limpia. ...
En la línea 133
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... ¿Habrá embustero? —y, entusiasmándose, añadía Cuervo—: Por algo se dijo aquello de ...
En la línea 337
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Esto es como el ijujúde las romerías; ni aquello es tanto placer como parece ni estos lamentos, que atruenan el espacio, son tanto dolor como quieren indicar. ...
En la línea 867
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se les veía con los brazos entrelazados, ocupando todo lo ancho de la calle, y agrupando tras sí a todos los mosqueteros que encontraban, por loque, al fin, aquello fue una marcha triunfal. ...
En la línea 1429
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Porthos no había visto en todo aquello más que una cita amorosa dada por una dama a un caballero o por un caballero a una dama, y que había venido a turbar la presencia de D'Artagnan y de su caballo amarillo. ...
En la línea 1435
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan había corrido, es pada en mano, por todas las calles de alrededor, pero no había encon trado nada que se pareciese a aquel a quien buscaba; luego, por fin, había vuelto a aquello por lo que habría debido empezar quizá, y que era llamar a la puerta contra la que eldesconocido se había apoyado; pero fue inútil que hubiera hecho sonar diez o doce veces seguidas la aldaba, nadie había respondido, y los vecinos que, atraídos por el ruido, habían acudido al umbral de su puerta o habían puesto las narices en sus ventanas, le habían asegurado que aquella casa, cuyos vanos por otra parte estaban cerrados, estaba desde hace seis meses comple tamente deshabitada. ...
En la línea 1784
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Ahora bien, si Aramis se hubiera en contrado en su casa cuando Planchet había ido a ella, habría corridoindudablemente a la calle des Fossoyeurs, y al no encontrar quizá a nadie más que a sus dos compañeros, ni unos ni otros habían sabido lo que aquello quería decir. ...
En la línea 3170
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Parecíase aquello a uno de los arrecifes de rocas representados en el cuadro del Diluvio, a los que trepan los aterrorizados fugitivos para escapar a la tenaz persecución de las embravecidas e incontrastables olas, y desde los que miran con horror a sus pies, mientras sobre ellos se levantan nuevas y vertiginosas alturas a las que en vano pugnan por encaramarse. ...
En la línea 3258
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Todavía no es aquello Galicia; todavía se oye hablar castellano, muy tosco, a la verdad, en las chozas miserables levantadas en los apartados rincones por donde pasa el camino. ...
En la línea 3401
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ayer alquiló su merced una casa por tres reales y medio al día; pero cuando la _señorita_ la vió se echó a llorar, y dijo que aquello no era una casa, sino una perrera; entonces su merced pagó la renta de un día y rompió el trato. ...
En la línea 3749
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero nunca he visto a un notario inglés andar tan de prisa; aquello apenas podía llamarse andar; más parecía una sucesión de sacudidas eléctricas y de brincos. ...
En la línea 108
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. ...
En la línea 114
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. ...
En la línea 131
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras. ...
En la línea 192
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Díjole como ya le había dicho que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más, que él había estado más de cuatro. ...
En la línea 566
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Por la tarde avanzamos algunas millas más arriba y dispusimos las tiendas para la noche. En la mañana del día siguiente se detenía la lancha por la escasa profundidad del agua, que era casi dulce; y Mr. Chaffers mandó armar los remos para elevarnos todavía dos o tres millas. Allí volvimos a estancarnos, pero esta vez en agua dulce, cenagosa; y aunque aquello no fuese más que un simple arroyo, era difícil explicar su origen de otro modo que por la fusión de las nieves en la cordillera. En el punto en que establecimos nuestro vivac, estábamos rodeados por elevados cantiles e inmensas rocas de pórfido. No creo haber visto en mi vida lugar más aislado del resto del mundo que esta grieta rocosa en medio de tan dilatada llanura. ...
En la línea 618
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 16 de marzo.- He aquí en pocas palabras el relato de una corta excursión que ha hecho alrededor de una parte de esta isla. Salgo el 16 por la mañana con seis caballos y dos gauchos; eran estos hombres admirables para el objeto que me proponía, acostumbrados como estaban a no contar sino consigo mismos para, encontrar aquello de que podían necesitar. El tiempo está muy frío; hace mucho viento y de vez en cuando caen fuertes nevadas. Avanzamos, no obstante, muy deprisa; pero aparte el punto de vista geológico, nada menos interesante que este viaje: siempre la misma llanura ondulada; siempre el suelo cubierto de hierbas pardas agostadas y de arbustillos insignificantes; todo saliendo de un suelo turboso elástico. En algunos puntos se ven, en los valles, pequeñas bandadas de pájaros salvajes, y es tan blando el suelo, que la gallineta ciega encuentra con facilidad allí el alimento. Fuera de éstos hay muy pocos pájaros. Atraviesa la isla una cadena principal de colinas, en su mayoría formadas de cuarzo y de cerca de 2.000 pies de elevación: pasamos grandes trabajos para salvar estas colinas rugosas y estériles. Al sur de ellas hallamos la parte del país más a propósito para alimentar los animales silvestres; sin embargo, no encontramos muchos, porque en estos últimos tiempos se han hecho frecuentes cacerías. ...
En la línea 1590
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... sde tiempo atrás me prometía un gran placer con este espectáculo, pero me resulta en definitiva un desencanto; a primera vista parece aquello el océano; pero no tardo en descubrir desigualdades del terreno en la dirección norte. rasgo más saliente del cuadro son los ríos, que al salir el sol brillan como hilos de plata, hasta perderse en lontananza ...
En la línea 2774
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... a aquello un espectáculo absurdo; pero sostiene, sin embargo, Mister Liesk que la mayor parte de los malayos creen el movimiento espontáneo de la cuchara. baile no empieza hasta que sale la luna; pero yo no sentí haberme quedado, porque me resultó magnífico el espectáculo de la luna brillando por entre las largas ramas de los cocoteros, débilmente agitados por la brisa de la noche ...
En la línea 244
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sin confesárselo, sentía a veces desmayos de la voluntad y de la fe en sí mismo que le daban escalofríos; pensaba en tales momentos que acaso él no sería jamás nada de aquello a que había aspirado, que tal vez el límite de su carrera sería el estado actual o un mal obispado en la vejez, todo un sarcasmo. ...
En la línea 330
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Estos lapsus del erudito no lastimaban su reputación, porque los pocos que podían descubrirlos los consideraban piadosas exageraciones, anacronismos beneméritos, y los demás vetustenses no leían nada de aquello. ...
En la línea 435
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿Por qué no soñar? ¿Qué era aquello? O. ...
En la línea 619
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Encontrábase en la calle, por ejemplo, con Trifón Cármenes, el poeta de más alientos de Vetusta, el eterno vencedor en las justas incruentas, de la gaya ciencia; le llamaba con un dedo, acercaba su corva nariz a la ancha oreja del vate y decíale: —He visto aquello. ...
En la línea 84
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La misma conciencia, una muy honda, que le había dicho que allá lejos se habría satisfecho brindando con la propia sangre al amor divino, ahora le decía, no más clara: O aquello o esto. ...
En la línea 256
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Juan de Dios comprendió que se trataba de cristianas verdaderas, y se puso a administrar el último sacramento sin preparativos contra la aprensión y el miedo; nada tenía que ver aquello con la muerte, sino con la vida eterna. ...
En la línea 111
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ni el pájaro a quien destruyen su nido, ni el hombre a quien arrojan de la morada en que nació, ponen cara más afligida que la que él ponía viendo caer entre nubes de polvo los pedazos de cascote. Por aquello de ser hombre no lloraba. Barbarita, que se había criado a la sombra de la venerable torre, si no lloraba al ver tan sacrílego espectáculo era porque estaba volada, y la ira no le permitía derramar lágrimas. Ni acertaba a explicarse por qué decía su marido que D. Nicolás Rivero era una gran persona. Cuando el templo desapareció; cuando fue arrasado el suelo, y andando los años se edificó una casa en el sagrado solar, Estupiñá no se dio a partido. No era de estos caracteres acomodaticios que reconocen los hechos consumados. Para él la iglesia estaba siempre allí, y toda vez que mi hombre pasaba por el punto exacto que correspondía al lugar de la puerta, se persignaba y se quitaba el sombrero. ...
En la línea 119
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Juanito reconoció el número 11 en la puerta de una tienda de aves y huevos. Por allí se había de entrar sin duda, pisando plumas y aplastando cascarones. Preguntó a dos mujeres que pelaban gallinas y pollos, y le contestaron, señalando una mampara, que aquella era la entrada de la escalera del 11. Portal y tienda eran una misma cosa en aquel edificio característico del Madrid primitivo. Y entonces se explicó Juanito por qué llevaba muchos días Estupiñá, pegadas a las botas, plumas de diferentes aves. Las cogía al salir, como las había cogido él, por más cuidado que tuvo de evitar al paso los sitios en que había plumas y algo de sangre. Daba dolor ver las anatomías de aquellos pobres animales, que apenas desplumados eran suspendidos por la cabeza, conservando la cola como un sarcasmo de su mísero destino. A la izquierda de la entrada vio el Delfín cajones llenos de huevos, acopio de aquel comercio. La voracidad del hombre no tiene límites, y sacrifica a su apetito no sólo las presentes sino las futuras generaciones gallináceas. A la derecha, en la prolongación de aquella cuadra lóbrega, un sicario manchado de sangre daba garrote a las aves. Retorcía los pescuezos con esa presteza y donaire que da el hábito, y apenas soltaba una víctima y la entregaba agonizante a las desplumadoras, cogía otra para hacerle la misma caricia. Jaulones enormes había por todas partes, llenos de pollos y gallos, los cuales asomaban la cabeza roja por entre las cañas, sedientos y fatigados, para respirar un poco de aire, y aun allí los infelices presos se daban de picotazos por aquello de si tú sacaste más pico que yo… si ahora me toca a mí sacar todo el pescuezo. ...
En la línea 132
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando Estupiñá le vio entrar sintió tanta alegría, que a punto estuvo de ponerse bueno instantáneamente por la sola virtud del contento. No estaba el hablador en la cama sino en un sillón, porque el lecho le hastiaba, y la mitad inferior de su cuerpo no se veía porque estaba liado como las momias, y envuelto en mantas y trapos diferentes. Cubría su cabeza, orejas inclusive, el gorro negro de punto que usaba dentro de la iglesia. Más que los dolores reumáticos molestaba al enfermo el no tener con quién hablar, pues la mujer que le servía, una tal doña Brígida, patrona o ama de llaves, era muy displicente y de pocas palabras. No poseía Estupiñá ningún libro, pues no necesitaba de ellos para instruirse. Su biblioteca era la sociedad y sus textos las palabras calentitas de los vivos. Su ciencia era su fe religiosa, y ni para rezar necesitaba breviarios ni florilogios, pues todas las oraciones las sabía de memoria. Lo impreso era para él música, garabatos que no sirven de nada. Uno de los hombres que menos admiraba Plácido era Guttenberg. Pero el aburrimiento de su enfermedad le hizo desear la compañía de alguno de estos habladores mudos que llamamos libros. Busca por aquí, busca por allá, y no se encontraba cosa impresa. Por fin, en polvoriento arcón halló doña Brígida un mamotreto perteneciente a un exclaustrado que moró en la misma casa allá por el año 40. Abriolo Estupiñá con respeto, ¿y qué era? El tomo undécimo del Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Lugo. Apechugó, pues, con aquello, pues no había otra cosa. Y se lo atizó todo, de cabo a rabo, sin omitir letra, articulando correctamente las sílabas en voz baja a estilo de rezo. Ningún tropiezo le detenía en su lectura, pues cuando le salía al encuentro un latín largo y oscuro, le metía el diente sin vacilar. Las pastorales, sinodales, bulas y demás entretenidas cosas que el libro traía, fueron el único remedio de su soledad triste, y lo mejor del caso es que llegó a tomar el gusto a manjar tan desabrido, y algunos párrafos se los echaba al coleto dos veces, masticando las palabras con una sonrisa, que a cualquier observador mal enterado le habría hecho creer que el tomazo era de Paul de Kock. ...
En la línea 166
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El paso de esta situación fraternal a la de amantes no le parecía al joven Santa Cruz cosa fácil. Él, que tan atrevido era lejos del hogar paterno, sentíase acobardado delante de aquella flor criada en su propia casa, y tenía por imposible que las cunitas de ambos, reunidas, se convirtieran en tálamo. Mas para todo hay remedio menos para la muerte, y Juanito vio con asombro, a poco de intentar la metamorfosis, que las dificultades se desleían como la sal en el agua; que lo que a él le parecía montaña era como la palma de la mano, y que el tránsito de la fraternidad al enamoramiento se hacía como una seda. La primita, haciéndose también la sorprendida en los primeros momentos y aun la vergonzosa, dijo también que aquello debía pensarse. Hay motivos para creer que Barbarita se lo había hecho pensar ya. Sea lo que quiera, ello es que a los cuatro días de romperse el hielo ya no había que enseñarles nada de noviazgo. Creeríase que no habían hecho en su vida otra cosa más que estar picoteando todo el santo día. El país y el ambiente eran propicios a esta vida nueva. Rocas formidables, olas, playa con caracolitos, praderas verdes, setos, callejas llenas de arbustos, helechos y líquenes, veredas cuyo término no se sabía, caseríos rústicos que al caer de la tarde despedían de sus abollados techos humaredas azules, celajes grises, rayos de sol dorando la arena, velas de pescadores cruzando la inmensidad del mar, ya azul, ya verdoso, terso un día, otro aborregado, un vapor en el horizonte tiznando el cielo con su humo, un aguacero en la montaña y otros accidentes de aquel admirable fondo poético, favorecían a los amantes, dándoles a cada momento un ejemplo nuevo para aquella gran ley de la Naturaleza que estaban cumpliendo. ...
En la línea 305
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sintióse dentro floreo de trompetas, y el tío del príncipe, el futuro gran duque de Somerset, salió de la verja, ataviado con un jubón de brocado negro y una capa de raso carmesí con flores de oro, y ribeteada con redecillas de plata. Volvióse, se quitó la gorra adornada con plumas, inclinó su cuerpo en profunda reverencia y empezo a retroceder de espaldas, saludando a cada escalón. Siguió prolongado son de trompetas y la proclamación: '¡Paso al alto y poderoso señor Eduardo Príncipe de Gales!' En lo alto de los muros de palacio prorrumpió en estrépito atronador una larga hilera de rojas lenguas de fuego; la gente apiñada en el río estalló en potente rugido de bienvenida, y Tom Canty, causa y héroe de todo aquello, apareció a la vista, e inclinó levemente su principesca cabeza: ...
En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...
En la línea 863
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Vino la noche, glacial y encapotada, y aún seguía vagando el pobre monarca, con los pies doloridos. Se veía obligado a moverse sin cesar, porque cada vez que se sentaba a descansar un momento el frío le penetraba hasta los huesos. Todas sus sensaciones, mientras andaba en la solemne oscuridad y la solitud sin fin de la noche, eran nuevas y extrañas para él. A trechos oía voces que se aproximaban, pasaban y se desvanecían en el silencio; como no veía, de los cuerpos a quienes pertenecían, más que un bulto informe y móvil, todo aquello tenía algo de espectral y pavoroso que le hacía estremecerse. Divisaba, a veces, el parpadeo de una luz, siempre muy lejana, se diría que casi en otro mundo. Si oía el cencerrillo de una oveja era vago, distante y confuso. Los ahogados mugidos del rebaño llegaban hasta él con el viento de la noche, cadencias que se deseanecían en desolados sanes. De cuando en cuando escuchaba el desgarrado aullido de un perro a través del invisible espacio del campo y del bosque. Todos los sonidos eran remotos y hacían pensar al reyecito que toda vida y toda actividad estaban muy lejanas de su persona, y que se hallaba, abandonado y sin amigos en meio de una soledad inconmensurable. ...
En la línea 868
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Era muy fácil pensarlo, pero difícil hacer acopio de valor para llevarlo a cabo. Tres veces extendió tímidamente la mano en la oscuridad, pero la apartó de repente con un estremecimiento, no por haber encontrado nada, sino porque estaba seguro de que iba a encontrarlo. Pero a la cuarta vez palpó un poco más lejos y su mano resbaló sobre algo suave y caliente. Esto le dejó casi petrificado de espanto. Su ánimo se hallaba en tal estado que no podía imaginar que aquello fuera más que un cuerpo recién muerto, y no frío aún. Dijose que sería mejor morir que tocarlo otra vez; pero se le ocurrió este erróneo pensamiento porque no conocía la fuerza inmortal de la curiosidad humana. Poco rato había transcurrido cuando su mano empezó a tocar, otra vez, temblorosamente, contra todo juicio y consentimiento, pero sin embargo con persistencia. Encontró un mechón de pelo largo. Se estremeció, pero siguió tocando y encontró algo que parecía una cuerda caliente. ¡Siguió la cuerda hacia arriba y se halló con una inocente ternera! Porque la cuerda no era tal cuerda, sino la cola del animal. ...
En la línea 832
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí, vamos, no te hagas el de nuevas, que la murmuración llega a todos. Nos casaron nuestros padres, los míos y los de mi Elena, cuando éramos unos chiquillos. Y el matrimonio fue para nosotros un juego. Jugábamos a marido y mujer. Pero aquello fue una falsa alarma… ...
En la línea 834
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues aquello porque nos casaron. Pudibundeces de nuestros sendos padres. Se enteraron de un desliz nuestro, que tuvo su cachito de escándalo, y sin esperar a ver qué consecuencias tenía, o si las tenía, nos casaron. ...
En la línea 845
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Nada, que cuando pasa un año y otro y otro y el matrimonio no tiene hijos, la mujer da en pensar que la culpa es del marido y que lo es porque no fue sano al matrimonio, porque llevó cualquier dolencia… El caso es que nos sentíamos enemigos el uno del otro; que el demonio se nos había metido en casa. Y al fin estalló el tal demonio y llegaron las reconvenciones mutuas y aquello de «tú no sirves» y «quien no sirve eres tú» y todo lo demás. ...
En la línea 854
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Natural! Y si no acudo a tiempo y entramos en razón me las lío al otro mundo. Pero curé de aquello en ambos sentidos, volví a mi mujer y nos calmamos y resignamos. Y poco a poco volvió a reinar en casa no ya la paz, sino hasta la dicha. Al principio de esta nueva vida, a los cuatro o cinco años de casados, lamentábamos alguna que otra vez nuestra soledad, pero muy pronto no sólo nos consolamos, sino que nos habituamos. Y acabamos no sólo por no echar de menos a los hijos, sino hasta por compadecer a los que los tienen. Nos habituamos uno a otro, nos hicimos el uno costumbre del otro. Tú no puedes entender esto… ...
En la línea 2281
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No había vuelto a ver al capitán desde nuestra visita a la isla de Santorin. ¿Me pondría el azar en su presencia antes de nuestra partida? Lo deseaba y lo temía a la vez. Me puse a la escucha de todo ruido procedente de su camarote, contiguo al mío, pero no oí nada. Su camarote debía estar vacío. Se me ocurrió pensar entonces si se hallaría a bordo el extraño personaje. Desde aquella noche en que la canoa había abandonado al Nautilus en una misteriosa expedición, mis ideas sobre él se habían modificado ligeramente. Después de aquello, pensaba que el capitán Nemo, dijera lo que dijese, debía haber conservado con la tierra algunas relaciones. ¿Sería cierto que no abandonaba nunca el Nautilus? Habían pasado semanas enteras sin que yo le viera. ¿Qué hacía durante ese tiempo? Mientras yo le había creído presa de un acceso de misantropía, ¿no habría estado realizando, lejos de allí, alguna acción secreta cuya naturaleza me era totalmente desconocida? ...
En la línea 2302
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Le escucho, capitán -le dije, no sabiendo bien adónde quería ir a parar y preguntándome si tendría aquello relación con nuestro proyecto de evasión. ...
En la línea 2411
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Antes de examinar más atentamente la disposición interior de esa enorme caverna, antes de preguntarme si aquello era una obra de la naturaleza o del hombre, me dirigí hacia el capitán Nemo. ...
En la línea 2657
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Comprendí que para Ned Land, como para todos los navegantes que nos habían precedido, aquello era el obstáculo infranqueable. ...
En la línea 319
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los dos presos iban separados y cada uno de ellos rodeado por algunos hombres que los custodiaban. Yo, entonces, andaba agarrado a la mano de Joe, quien llevaba una de las antorchas. El señor Wopsle quiso emprender el regreso, pero Joe estaba resuelto a seguir hasta el final, de modo que todos continuamos acompañando a los soldados. El camino era ya bastante bueno, en su mayor parte, a lo largo de la orilla del río, del que se separaba a veces en cuanto había una represa con un molino en miniatura y una compuerta llena de barro. Al mirar alrededor podía ver otras luces que se aproximaban a nosotros. Las antorchas que llevábamos dejaban caer grandes goterones de fuego sobre el camino que seguíamos, y allí se quedaban llameando y humeantes. Aparte de eso, la oscuridad era completa. Nuestras luces, con sus llamas agrisadas, calentaban el aire alrededor de nosotros, y a los dos prisioneros parecía gustarles aquello mientras cojeaban rodeados por los soldados y por sus armas de fuego. No podíamos avanzar de prisa a causa de la cojera de los dos desgraciados, quienes estaban, por otra parte, tan fatigados, que por dos o tres veces tuvimos que detenernos todos para darles algún descanso. ...
En la línea 363
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mucho. Dame un buen libro o un buen periódico, déjame que me siente ante el fuego y soy hombre feliz. ¡Dios mío! - añadió después de frotarse las rodillas -. Cuando se encuentra una «J» y una «O» y comprende uno que aquello dice «Joe», se da cuenta de lo interesante que es la lectura. ...
En la línea 420
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo me esforcé en exteriorizar todos los sentimientos de gratitud de que era capaz un muchacho de mi edad, aunque carecía en absoluto de informes que me explicasen el porqué de todo aquello. ...
En la línea 555
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando se hubo marchado busqué un lugar en que poder esconder el rostro, y así llegué tras una de las puertas del patio de la fábrica de cerveza y, apoyando la manga en la pared, incliné la cabeza sobre el brazo y me eché a llorar. Y no solamente lloré, sino que empecé a dar patadas en la pared y me retorcí el cabello, tan amargos eran mis sentimientos y tan agudo el dolor sin nombre que me impulsaba a hacer aquello. ...
En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...
En la línea 449
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El oficial lanzó una nueva carcajada, y Raskolnikof se estremeció. ¡Qué extraño era todo aquello! ...
En la línea 460
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se sentía profundamente agitado. Ciertamente, aquello no eran más que palabras, una conversación de las más corrientes sostenida por gente joven. Más de una vez había oído charlas análogas, con algunas variantes y sobre temas distintos. Pero ¿por qué había oído expresar tales pensamientos en el momento mismo en que ideas idénticas habían germinado en su cerebro? ¿Y por qué, cuando acababa de salir de casa de Alena Ivanovna con aquella idea embrionaria en su mente, había ido a sentarse al lado de unas personas que estaban hablando de la vieja? ...
En la línea 533
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Ya me conoce usted, Alena Ivanovna. Soy Raskolnikof… Tenga; aquí tiene aquello de que le hablé el otro día. ...
En la línea 97
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me sentía incluso desconcertado y penetré de muy mal humor en la sala de juego. Nada de todo aquello me agradó a la primera ojeada. No puedo soportar el servilismo de los cronistas de todos los países, y especialmente de Rusia, que al comenzar la primavera celebran a coro dos cosas: primero, el esplendor y el lujo de las salas de juego en los balnearios del Rin, y luego los montones de oro, que, según afirman, cubren las mesas. No se les paga por hacer estas descripciones, que sólo están inspiradas en una complacencia desinteresada. ...
En la línea 402
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El francés, sin duda, se asustó. En efecto, todo aquello era muy verosímil y resultaba que yo era realmente capaz de provocar un escándalo. ...
En la línea 646
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La abuela observaba todo aquello desde atrás, con ávida curiosidad. Le hizo mucha gracia la expulsión de un ratero. El “treinta y cuarenta” no llamó mucho su atención. La ruleta le gustó más, sobre todo el rodar de la bolita. Quiso, finalmente, ver jugar desde más cerca. Cómo sucedió no lo sé, pero los ujieres y otros individuos oficiosos —sobre todo polacos arruinados que imponen sus servicios a los jugadores con suerte, y a todos los extranjeros— encontraron medio, a pesar de las apreturas, de hacer sitio a la abuela, en el centro de la mesa, cerca del croupier principal, corriendo el sillón hasta allí. ...
En la línea 681
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Entregaron a la abuela un pesado cartucho de papel blanco que contenía cincuenta federicos. Le contaron además otros veinticinco federicos. Recogí todo aquello con la raqueta. ...
En la línea 768
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Pero el señor Magdalena no supo nada de aquello. Había puesto al frente de este taller a la viuda del monje, y confió plenamente en ella. ...
En la línea 84
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck cavó su nido bajo la protección de la roca. Tan cómodo y tibio estaba que lo abandonó de mala gana cuando François se puso a distribuir el pescado que previamente había descongelado en el fuego. Y cuando consumió su ración y volvió a su refugio se encontró con que estaba ocupado. Un gruñido de advertencia le dijo que el intruso era Spitz. Hasta entonces, Buck había evitado los problemas con su enemigo, pero aquello era demasiado. La bestia que había en su interior rugió. Se abalanzó sobre Spitz con una furia que sorprendió a ambos, y especialmente a Spitz, ya que su experiencia con Buck le había metido en la cabeza que su contrincante era un perro excepcionalmente tímido, que sólo conseguía hacerse respetar gracias a su gran peso y tamaño. ...
En la línea 113
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... La alteración de la disciplina afectó también las relaciones entre los demás perros. Se peleaban más que nunca, hasta el punto de que a veces el campamento era un inmenso alboroto de aullidos. Sólo Dave y Sol-leks permanecían al margen, aunque con aquellas riñas permanentes se volvieron irritables. François blasfemaba y lanzaba extraños y brutales juramentos al tiempo que se tiraba de los pelos y daba furiosas e inútiles patadas a la nieve que cubría el suelo. Su látigo resollaba continuamente entre los perros, pero no servía de mucho. En cuanto volvía la espalda, se agarraban otra vez. Con el látigo respaldaba a Spitz, mientras que Buck estaba de parte del resto del equipo. François sabía que era el que estaba detrás de todo aquello, y Buck sabía que lo sabía, pero era demasiado listo para dejarse sorprender. Trabajaba con ahínco, pues el trabajo se le había convertido en un placer; pero un placer aún mayor era provocar arteramente una pelea entre sus compañeros que acababa enmarañando las riendas. ...
En la línea 151
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A Buck aquello no le gustaba, pero resistía bien el esfuerzo movido por el mismo orgullo que Dave y Sol-leks ponían en el trabajo, y se ocupaba de que los demás, con orgullo o sin él, colaboraran con la parte que les tocaba. Era una vida monótona que funcionaba con la regularidad de una máquina. Los días eran todos iguales. Todas las mañanas, a una hora determinada, entraban en acción los cocineros, se encendían las hogueras y se desayunaba. Luego, mientras unos levantaban el campamento, otros enganchaban a los perros, y, una hora antes de que el cielo oscureciera anunciando el amanecer, se habían puesto en marcha. Por la noche se instalaba el campamento. Unos montaban las tiendas, otros cortaban la leña y las ramas de pino para los jergones, y otros acarreaban agua o hielo para los cocineros. También se daba de comer a los perros. Para ellos, aquél era el hecho más importante del día, aunque después de comer y durante una o dos horas, les gustaba vagar todos juntos (eran más de un centenar) sin nada que hacer por los alrededores del campamento. Algunos eran valientes luchadores, pero, después de tres peleas con los más fieros, Buck adquirió la posición dominante, y a partir de entonces, cuando erizaba el pelo y enseñaba los dientes, los demás se apartaban de su camino. ...
En la línea 155
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Fue un viaje difícil por la carga que arrastraban, y un esfuerzo tan duro resultó agotador. Al llegar a Dawson habían perdido peso y estaban tan extenuados que habrían necesitado diez días, o al menos una semana, de descanso. Pero a los dos días ya iban bajando por las márgenes del Yukón hacia los Barracks, cargados de cartas para el extranjero. Los perros estaban fatigados, los conductores, de mal humor, y por si fuera poco, nevaba todos los días. Esto quería decir un terreno blando, mayor fricción en los patines y más dificultad para los perros; pero los conductores afrontaban todo aquello con prudencia y hacían cuanto podían para que no resultase demasiado duro para los animales. ...
En la línea 252
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Recordé las horas pasadas en mi «primer viaje de bodas» por la bahía de ensueño; nuestras excursiones a la gruta azul, a Pompeya… a Pompeya sobre todo. Luisa me había echado a perder mis éxtasis en las calles solitarias de la ciudad única. Ni entendía nada de aquello ni podía sentir la imperiosa evocación del pasado. ...
En la línea 335
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... ¿Y no es por ventura aquello mejor que hay en nosotros, aquello que denuncia la gema labrada acaso en milenarios, lo que por fuerza ha de sobrevivirnos? ...
En la línea 335
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... ¿Y no es por ventura aquello mejor que hay en nosotros, aquello que denuncia la gema labrada acaso en milenarios, lo que por fuerza ha de sobrevivirnos? ...
En la línea 1055
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Ve usted? -explicaba Sardiola-. ¿Ve usted este lado del edificio y el otro que hace esquina con él? Pues es la fonda. ¿Pero ve usted ese otro que forma el tercer lado del cuadro? es la casa de Don Ignacio; cae a la calle de Rívoli… ¿Ve usted esas escaleritas que desembocan en el jardín? por ahí se sube al comedor… lo tienen en la planta baja: ¡un comedor muy hermoso! Toda la casa es muy buena; el padre de Don Ignacio ganó muchísimo… ¿Ve usted ese arbolito que hay ahí, al lado de la escalera? ¿ese platanillo desmedrado? ahí sacaba el señorito a su mamá, que parece que se murió de una cosa que no sé cómo le dicen, pero vamos, que es hincharse mucho el corazón… y como le daban unos ahogos tan fuertes a veces, y se quedaba sin aliento, lo mismo que un pez fuera del agua, había que traerla al jardín… toda la anchura le era poca, y solía estarse ahí una hora resollando… ¡Si viera usted al señorito! aquello se llama cuidar a una persona… le sostenía la cabeza, le calentaba los pies con sus manos, le daba cuatro mil besos por hora, le hacía aire con un abanico… ¡vamos, era cosa de ver! Alma más buena, no la echó Dios al mundo, ni volverá a echarla en todo el siglo que corre… El día que se murió, la santa bendita, quedó tan risueña… y tan natural, y tan guapa, con su pelo rubio… Él si que parecía el muerto; si lo ponen en la caja, cualquiera lo entierra. ...
En la línea 905
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se dirigió con las manos metidas en los bolsillos hacia el puerto Victoria, mirando los palanquines, las carretillas de vela, todavía usadas en el celeste Imperio, y toda aquella muchedumbre de chinos, japoneses y europeos que se apiñaban en las calles. Con poca diferencia, aquello era todavía muy parecido a Bombay, Calcuta o Singapore. Hay como un rastro de ciudades inglesas así alrededor del mundo. ...
En la línea 1063
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Phileas Fogg y mistress Aouida pasaron a bordo, donde ya se encontraba Fix. Por la carroza de popa de la goleta se bajaba a una cámara cuadrada, cuyas paredes se arqueaban por encima de un diván circular. En medio había una mesa, alumbrada por una lámpara a prueba de vaivén. Era aquello muy pequeno, pero muy limpio. ...
En la línea 1764
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Ahora, más tarde, se sabrá de qué modo había de terminar la aventura. Entretanto, mistress Aouida no dejaba de estar inquieta, y Fix quedó de pronto aturdido. En cuanto a Picaporte, le parecía aquello simplemente adorable. ...

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