La palabra Andaba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece andaba.
Estadisticas de la palabra andaba
Andaba es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 5006 según la RAE.
Andaba aparece de media 18.07 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la andaba en las obras de referencia de la RAE contandose 2747 apariciones .

la Ortografía es divertida

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece andaba
La palabra andaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2143
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Mucho le dolía el golpe, andaba apoyado en sus amigos, con la cabeza entrapajada, hecho un eccehomo, según afirmaban las indignadas comadres; pero hacía esfuerzos para sonreír, y a cada excitación de venganza contestaba con un gesto arrogante, afirmando que corría de su cuenta el castigar al enemigo. ...
En la línea 257
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El capataz de Marchamalo sintió la muerte del amo más que toda la familia. No lloró, pero su hija María de la Luz, que comenzaba a ser una mocita, andaba tras él, animándolo para que saliese de su triste marasmo, para que no pasase las horas sentado en la plazoleta con la mandíbula entre las manos y la vista perdida en el horizonte, desalentado y triste como un perro sin dueño. ...
En la línea 268
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Qué tristeza! Su protector había muerto, Salvatierra andaba por el mundo y su compadre Paco el de Algar le abandonaba para siempre, muriendo de un enfriamiento allá en un cortijo del riñón de la sierra. ...
En la línea 531
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... _Alcaparrón_ obedeció con la docilidad de un perro. Al despedirse de Salvatierra le tendió su mano de mulato, repitiendo que le esperaban en la gañanía y que la gente andaba revuelta al saber que un _presonaje_ tan alto estaba en Matanzuela. ...
En la línea 649
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aquel sábado había sido de trabajo. Muchos hombres y muchachas de la gañanía querían pasar el domino en sus pueblos de la sierra, y le habían pedido los jornales para llevarlos a sus familias. Una tarea de volverse loco, el ajustar las cuentas de aquella gente que siempre se creía engañada. Además, había tenido que cuidar a un semental que andaba malucho; darle friegas y otros remedios, ayudado por _Zarandilla_. ...
En la línea 1642
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El desconocido andaba con paso arrogante y con perfecta indiferencia; al parecer estaba dispuesto a no buscar ni esquivar la conversación. ...
En la línea 2182
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Gómez no había atacado aún a Sevilla; cuando yo llegué decíase que andaba por los alrededores de Ronda. ...
En la línea 2572
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Pero en mí se encontró con la horma de su zapato—dijo Antonio—, porque yo andaba prevenido; y un día, cuando desenvainaba la espada contra mí, saqué una pistola y le apunté a la cara. ...
En la línea 2800
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El dueño, hombre de talla gigantesca, de enormes bigotes y de marcialidad afectada, debía de creerse un caballero demasiado principal para fijar la atención en sus huéspedes, de los que, a la verdad, no andaba muy recargado, porque sólo estábamos Antonio y yo. ...
En la línea 168
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener qué reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo. ...
En la línea 275
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más: -Sepa, señor maese Nicolás -que éste era el nombre del barbero-, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales, arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recebido en la batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo. ...
En la línea 381
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De allí a dos días se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y, como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. ...
En la línea 573
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria) que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. ...
En la línea 4912
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Teresina entraba y salía sin pedir permiso, pero andaba por allí como el silencio en persona; no hacía el menor ruido. ...
En la línea 4956
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Nadie supo aquella hazaña, ni el mismo don Santos Barinaga que andaba a caza de las calumnias y verdades que corrían contra La Cruz Roja, como él llamaba, colectivamente, al Provisor y a su madre. ...
En la línea 5570
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Porque Mourelo andaba todavía a vueltas con el pobre Voltaire; de los modernos impíos sabía poco; algo de Renan y de algún apóstata español, pero nada más. ...
En la línea 5895
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A propósito de periódicos; ayer venía en La Caridad de Madrid, una correspondencia de Vetusta, y, mucho me engaño, o en ella andaba la mano de Glocester. ...
En la línea 148
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era que el diablo se disfrazaba bien; pero allí andaba el diablo. ...
En la línea 651
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Este joven, que era fraile franciscano meses antes, andaba por sus palacios con vestiduras de oro y «cubría a sus amigas de perlas finas desde la cabeza a los pies». Los personajes que pasaban por Roma, reyes cristianos de Oriente empujados por el avance de los turcos, o soberanos occidentales, no podían disimular su asombro ante las fiestas con que les obsequiaba el cardenal Riario. ...
En la línea 712
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... También en su tiempo se falsificaron muchas bulas pontificias por empleados de la Santa Sede, ganosos de adquirir dinero fuese como fuese, a imitación de Franceschetto Civo, el hijo del Pontífice. Este, cuando no andaba a altas horas de la noche por las calles de Roma con un grupo de libertinos, intentando penetrar a viva fuerza en las casas donde vivían mujeres bonitas y recibiendo las más de las veces palizas de padres y esposos, se dedicaban al juego en casa del cardenal Riario, que era un incansable tahúr. Una noche perdió Franceschetto catorce mil ducados, y fue a quejarse a su padre de que el cardenal jugaba con cartas marcadas. Así debía de ser, pues todos los que jugaban con Riario, aunque fuesen compañeros suyos de consistorio, salían perdiendo. ...
En la línea 106
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fuera del platicar, Estupiñá no tenía ningún vicio, ni se juntó jamás con personas ordinarias y de baja estofa. Una sola vez en su vida tuvo que ver con gente de mala ralea, con motivo del bautizo del chico de un sobrino suyo, que estaba casado con una tablajera. Entonces le ocurrió un lance desagradable del cual se acordó y avergonzó toda su vida; y fue que el pillete del sobrinito, confabulado con sus amigotes, logró embriagarle, dándole subrepticiamente un Chinchón capaz de marear a una piedra. Fue una borrachera estúpida, la primera y última de su vida; y el recuerdo de la degradación de aquella noche le entristecía siempre que repuntaba en su memoria. ¡Infames, burlar así a quien era la misma sobriedad! Me le hicieron beber con engaño evidente aquellas nefandas copas, y después no vacilaron en escarnecerle con tanta crueldad como grosería. Pidiéronle que cantara la Pitita, y hay motivos para creer que la cantó, aunque él lo niega en redondo. En medio del desconcierto de sus sentidos, tuvo conciencia del estado en que le habían puesto, y el decoro le sugirió la idea de la fuga. Echose fuera del local pensando que el aire de la noche le despejaría la cabeza; pero aunque sintió algún alivio, sus facultades y sentidos continuaban sujetos a los más garrafales errores. Al llegar a la esquina de la Cava de San Miguel, vio al sereno; mejor dicho, lo que vio fue el farol del sereno, que andaba hacia la rinconada de la calle de Cuchilleros. Creyó que era el Viático, y arrodillándose y descubriéndose, según tenía por costumbre, rezó una corta oración y dijo: «¡que Dios le dé lo que mejor le convenga!». Las carcajadas de sus soeces burladores, que le habían seguido, le volvieron a su acuerdo, y conocido el error, se metió a escape en su casa, que a dos pasos estaba. Durmió, y al día siguiente como si tal cosa. Pero sentía un remordimiento vivísimo que por algún tiempo le hacía suspirar y quedarse meditabundo. Nada afligía tanto su honrado corazón como la idea de que Barbarita se enterara de aquel chasco del Viático. Afortunadamente, o no lo supo, o si lo supo no se dio nunca por entendida. ...
En la línea 108
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando conocí personalmente a este insigne hijo de Madrid, andaba ya al ras con los sesenta años; pero los llevaba muy bien. Era de estatura menos que mediana, regordete y algo encorvado hacia adelante. Los que quieran conocer su rostro, miren el de Rossini, ya viejo, como nos le han transmitido las estampas y fotografías del gran músico, y pueden decir que tienen delante el divino Estupiñá. La forma de la cabeza, la sonrisa, el perfil sobre todo, la nariz corva, la boca hundida, los ojos picarescos, eran trasunto fiel de aquella hermosura un tanto burlona, que con la acentuación de las líneas en la vejez se aproximaba algo a la imagen de Polichinela. La edad iba dando al perfil de Estupiñá un cierto parentesco con el de las cotorras. ...
En la línea 139
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasados algunos días, cuando ya Estupiñá andaba por ahí restablecido aunque algo cojo, Barbarita empezó a notar en su hijo inclinaciones nuevas y algunas mañas que le desagradaron. Observó que el Delfín, cuya edad se aproximaba a los veinticinco años, tenía horas de infantil alegría y días de tristeza y recogimiento sombríos. Y no pararon aquí las novedades. La perspicacia de la madre creyó descubrir un notable cambio en las costumbres y en las compañías del joven fuera de casa, y lo descubrió con datos observados en ciertas inflexiones muy particulares de su voz y lenguaje. Daba a la elle el tono arrastrado que la gente baja da a la y consonante; y se le habían pegado modismos pintorescos y expresiones groseras que a la mamá no le hacían maldita gracia. Habría dado cualquier cosa por poder seguirle de noche y ver con qué casta de gente se juntaba. Que esta no era fina, a la legua se conocía. ...
En la línea 279
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Nada… no era nada. Él la miraba y se ponía serio. Parecía que le adivinaba el pensamiento, y ella tenía tal expresión en sus ojos y en su sonrisilla picaresca, que casi casi se podía leer en su cara la palabra que andaba por dentro. Se miraban, se reían, y nada más. Para sí dijo la esposa: «a su tiempo maduran las uvas. Vendrán días de mayor confianza, y hablaremos… y sabré si hay o no algún hueverito por ahí». ...
En la línea 863
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Vino la noche, glacial y encapotada, y aún seguía vagando el pobre monarca, con los pies doloridos. Se veía obligado a moverse sin cesar, porque cada vez que se sentaba a descansar un momento el frío le penetraba hasta los huesos. Todas sus sensaciones, mientras andaba en la solemne oscuridad y la solitud sin fin de la noche, eran nuevas y extrañas para él. A trechos oía voces que se aproximaban, pasaban y se desvanecían en el silencio; como no veía, de los cuerpos a quienes pertenecían, más que un bulto informe y móvil, todo aquello tenía algo de espectral y pavoroso que le hacía estremecerse. Divisaba, a veces, el parpadeo de una luz, siempre muy lejana, se diría que casi en otro mundo. Si oía el cencerrillo de una oveja era vago, distante y confuso. Los ahogados mugidos del rebaño llegaban hasta él con el viento de la noche, cadencias que se deseanecían en desolados sanes. De cuando en cuando escuchaba el desgarrado aullido de un perro a través del invisible espacio del campo y del bosque. Todos los sonidos eran remotos y hacían pensar al reyecito que toda vida y toda actividad estaban muy lejanas de su persona, y que se hallaba, abandonado y sin amigos en meio de una soledad inconmensurable. ...
En la línea 1061
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues el pobre padece una afección cardiaca de la que no puede recobrarse. Sus días están contados. Acaba de salir de un achuchón gravísimo, que le ha puesto a las puertas de la muerte y le ha llevado al matrimonio, pero a otro… revienta. Es el caso que el pobre hombre andaba de casa en casa de huéspedes y de todas partes tenía que salir, porque por cuatro pesetas no pueden pedirse gollerías ni canguingos en mojo de gato y él era muy exigente. Y no del todo limpio. Y así rodando de casa en casa fue a dar a la de una venerable patrona, y entrada en años, mayor que él que, como sabes, más cerca anda de los sesenta que de los cincuenta, y viuda dos veces; la primera, de un carpintero que se suicidó tirándose de un andamio a la calle, y a quien recuerda a menudo como su Rogelio, y la segunda, de un sargento de carabineros que le dejó al morir un capitalito que le da una peseta al día. Y hete aquí que hallándose en casa de esta señora viuda da mi don Eloíno en ponerse malo, muy malo, tan malo que la cosa parecía sin remedio y que se moría. Llamaron primero a que le viera don José, y luego a don Valentín. Y el hombre, ¡a morir! Y su enfermedad pedía tantos y tales cuidados, y a las veces no del todo aseados, que monopolizaba a la patrona, y los otros huéspedes empezaban ya a amenazar con marcharse. Y don Eloíno, que no podía pagar mucho más, y la doble viuda diciéndole que no podía tenerle más en su casa, pues le estaba perjudicando el negocio. «Pero ¡por Dios, señora, por caridad! –parece que le decía él– ¿Adónde voy yo en este estado, en qué otra casa van a recibirme? Si usted me echa tendré que ir a morirme al hospital… ¡Por Dios, por caridad!, ¡para los días que he de vivir… !» Porque él estaba convencido de que se moría y muy pronto. Pero ella, por su parte, lo que es natural, que su casa no era hospital, que vivía de su negocio y que se estaba ya perjudicando. Cuando en esto a uno de los compañeros de oficina de don Eloíno se le ocurre una idea salvadora, y fue que le dijo: «Usted no tiene, don Eloíno, sino un medio de que esta buena señora se avenga a tenerle en su casa mientras viva.» ...
En la línea 319
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los dos presos iban separados y cada uno de ellos rodeado por algunos hombres que los custodiaban. Yo, entonces, andaba agarrado a la mano de Joe, quien llevaba una de las antorchas. El señor Wopsle quiso emprender el regreso, pero Joe estaba resuelto a seguir hasta el final, de modo que todos continuamos acompañando a los soldados. El camino era ya bastante bueno, en su mayor parte, a lo largo de la orilla del río, del que se separaba a veces en cuanto había una represa con un molino en miniatura y una compuerta llena de barro. Al mirar alrededor podía ver otras luces que se aproximaban a nosotros. Las antorchas que llevábamos dejaban caer grandes goterones de fuego sobre el camino que seguíamos, y allí se quedaban llameando y humeantes. Aparte de eso, la oscuridad era completa. Nuestras luces, con sus llamas agrisadas, calentaban el aire alrededor de nosotros, y a los dos prisioneros parecía gustarles aquello mientras cojeaban rodeados por los soldados y por sus armas de fuego. No podíamos avanzar de prisa a causa de la cojera de los dos desgraciados, quienes estaban, por otra parte, tan fatigados, que por dos o tres veces tuvimos que detenernos todos para darles algún descanso. ...
En la línea 565
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Se echó a reír con burla, me dio un empujón para hacerme salir y cerró la puerta a mi espalda. Yo me marché directamente a casa del señor Pumblechook, y me satisfizo mucho no encontrarle en casa. Por consiguiente, después de decirle al empleado el día en que tenía que volver a casa de la señorita Havisham, emprendí el camino para recorrer las cuatro millas que me separaban de nuestra fragua. Mientras andaba iba reflexionando en todo lo que había visto, rebelándome con toda mi alma por el hecho de ser un aldeano ordinariote, lamentando que mis manos fuesen tan bastas y mis zapatos tan groseros. También me censuraba por la vergonzosa costumbre de llamar «mozos» a las sotas y por ser mucho más ignorante de lo que me figuraba la noche anterior, así como porque mi vida era peor y más baja de lo que había supuesto. ...
En la línea 804
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Sin embargo, proseguimos a una velocidad bastante más que regular, y, llena de impaciencia y a medida que andaba, retorcía la mano sobre mi hombro y movía la boca, dándome a entender que íbamos aprisa porque sus pensamientos eran también apresurados. A los pocos momentos dijo: ...
En la línea 902
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Estella andaba de un lado a otro y siempre me abría la puerta y me acompañaba para salir, pero nunca más me dijo que la besara. Algunas veces me toleraba muy fríamente; otras se mostraba condescendiente o familiar, y en algunas me decía con la mayor energía que me odiaba. La señorita Havisham me preguntaba en voz muy baja o cuando estábamos solos: ...
En la línea 1688
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y corrió hacia la puerta con ánimo de fulminar con su cólera a sus convecinos. Pero en el umbral se dio de manos a boca con la dueña de la casa en persona, la señora Lipevechsel, que acababa de enterarse de la desgracia y acudía para restablecer el orden en el departamento. Esta señora era una alemana que siempre andaba con enredos y chismes. ...
En la línea 3440
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aquella mañana había negociado varios títulos y, sentado a la mesa, contaba los fajos de billetes que acababa de recibir. Andrés Simonovitch, que casi siempre andaba escaso de dinero, se paseaba por la habitación, fingiendo mirar aquellos papeles con una indiferencia rayana en el desdén. Desde luego, Piotr Petrovitch no admitía en modo alguno la sinceridad de esta indiferencia, y Lebeziatnikof, además de comprender esta actitud de Lujine se decía, no sin amargura, que aun se complacía en mostrarle su dinero para mortificarle, hacerle sentir su insignificancia y recordarle la distancia que los bienes de fortuna establecían entre ambos. ...
En la línea 3459
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Oiga: esa Terebieva, ¿no es aquella de la que usted me dijo que andaba por la tercera unión libre? ...
En la línea 762
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En cuanto a mi suerte, que igualmente andaba interesada en todo esto, no me preocupaba gran cosa. ...
En la línea 157
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero de todos, el que más sufría era Dave. Algo le había ocurrido. Se volvió más sombrío e irritable y, en cuanto se montaba el campamento, se preparaba el refugio y allí le daba de comer su conductor. Una vez desenganchado y en su hoyo, no volvía a ponerse en pie hasta la hora de ocupar su puesto a la mañana siguiente. A veces, cuando durante la marcha recibía una sacudida provocada por un súbito frenazo del trineo, o cuando tiraba más fuerte al arrancar, soltaba un aullido de dolor. El conductor lo examinaba pero no le encontraba nada. Los demás conductores acabaron interesados en el caso. Lo comentaban a la hora de comer o mientras fumaban la última pipa antes de irse a dormir, y una noche decidieron examinar el perro todos juntos. Lo llevaron junto al fuego y palparon y exploraron su cuerpo hasta arrancarle reiterados quejidos de dolor. Algo andaba mal en su interior, pero no pudieron localizar ningún hueso roto ni averiguar nada. ...
En la línea 166
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A los treinta días de haber salido de Dawson, el correo de Salt Water, con Buck y sus compañeros al frente, llegó a Skaguay. Estaban en un estado lamentable, agotados y exhaustos. El peso de Buck se había reducido de sesenta y cinco a cincuenta kilos. El resto de los perros, aun pesando menos, habían perdido relativamente más peso que él. Pike, el tramposo, que se había pasado la vida fingiendo y que tantas veces había logrado hacer creer que tenía una pata herida, cojeaba ahora de verdad. Sol-leks andaba paticojo, y Dub tenía una paletilla dislocada. ...
En la línea 229
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El tren seguía su marcha retemblando, acelerándose y cuneando a veces, deteniéndose un minuto solo en las estaciones, cuyo nombre cantaba la voz gutural y melancólica de los empleados. Después de cada parada volvía, como si hubiese descansado, y con mayores bríos, a manera de corcel que siente el acicate, a devorar el camino. La diferencia de temperatura del exterior al interior del coche, empañaba con un velo de tul gris la superficie del vidrio; y el viajero, cansado quizá de fundirlo con su hálito, se dedicó nuevamente a considerara la dormida, y cediendo a involuntario sentimiento, que a él mismo le parecía ridículo, a medida que transcurrían las horas perezosas de la noche, iba impacientándole más y más, hasta casi sacarle de quicio, la regalada placidez de aquel sueño insolente, y deseaba, a pesar suyo, que la viajera se despertara, siquiera fuese tan sólo por oír algo que orientase su curiosidad. Quizá con tanta impaciencia andaba mezclada buena parte de envidia. ¡Qué apetecible y deleitoso sueño; qué calma bienhechora! Era el suelto descanso de la mocedad, de la doncellez cándida, de la conciencia serena, del temperamento rico y feliz, de la salud. Lejos de descomponerse, de adquirir ese hundimiento cadavérico, esa contracción de las comisuras labiales, esa especie de trastorno general que deja asomar al rostro, no cuidadoso ya de ajustar sus músculos a una expresión artificiosa, los roedores cuidados de la vigilia, brillaba en las facciones de Lucía la paz, que tanto cautiva y enamora en el semblante de los niños dormidos. Con todo, un punto suspiró quedito, estremeciéndose. El frío de la noche penetraba, aun cerrados los cristales, a través de las rendijas. Levantose el viajero, y sin mirar que en la rejilla había un envoltorio de mantas, abrió su propio maletín y sacó un chal escocés, peludo, de finísima lana, que delicadamente extendió sobre los pies y muslos de la dormida. Volviose ésta un poco sin despertar, y su cabeza quedó envuelta en sombra. ...
En la línea 249
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y olvidando que el tren andaba, iba a abrir la portezuela rápidamente, cuando el empleado la detuvo asiéndola del brazo con vigor. ...
En la línea 310
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No puso Lucía objeciones. Ignorante de la ruta, sintió placer singular en entregarse a la ajena experiencia. Callada, se inclinó a la ventanilla y siguió la línea escabrosa de la sierra, que se recortaba en el cielo despejado. El tren andaba más despacio cada vez: estaban llegando a una estación. ...
En la línea 503
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Poco más departieron, hasta volverse al hotel. Hay conversaciones que despiertan pensamientos profundos y tras de las cuales pega mejor el silencio que palabras frívolas. Lucía, quebrantados los huesos, sin saber por qué, se afianzaba fuertemente en el brazo de Artegui, y él andaba despacio, con su aire de indiferencia. Las últimas frases del diálogo fueron casi desapacibles, casi hostiles. ...
En la línea 1080
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El piloto había dispuesto sus luces de posición, precaución indispensable en aquellos mares, muy frecuentados en las cercanías de la costa. Los encuentros de buques no eran raros, y con la velocidad que andaba, la goleta se hubiera estrellado al menor choque. ...
En la línea 1097
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entretanto, se andaba rápidamente. John Bunsby tenía buena esperanza. Varias veces dijo a mister Fogg que llegarían a tiempo a Shangai. Mister Fogg respondía simplemente que contaba con ello. Por lo demás, toda la tripulación desplegaba su celo ante la recom~ensa, que engolosinaba a la gente. No había, por consiguiente, escota que no se hallase bien tendida, ni vela que no estuviese bien reclamada, ni podía imputarse al timonel ningún falso borneo. No se hubiera maniobrado con más maestría en una regata del 'Royal Yacht Club'. ...
En la línea 1189
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Cierto es que el buen muchacho había almorzado, por previsión, todo lo copiosamente que pudo, antes de salir del 'Carnatic', pero después de un día de paseo, se sintió muy hueco el estómago. Bien había observado que en la muestra de los carniceros faltaba el carnero, la cabra o el cerdo, y como sabía que es un sacrilegio matar bueyes, únicamente reservados a las necesidades de la agricultura, había deducido que la carne andaba escasa en el Japón. No se engañaba; pero, a falta de todo eso, su estómago se hubiera arreglado con jabalí, gamo, perdices o codornices, ave o pescado con que se alimentan exclusivamente los japoneses, juntamente con el producto de los arrozales. Pero debió hacer de tripas corazón, y dejar para el día siguiente el cuidado de proveer a su manutención. ...
En la línea 1366
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Los viajeros habían salido de la estación de Oakland a las seis de la tarde. Ya era de noche, noche fría, sombría, con el cielo encapotado, cuyas nubes amagaban resolverse en nieve. El tren no andaba con mucha rapidez. Teniendo en cuenta las paradas, no recorría más de veinte millas por hora, velocidad que, sin embargo, permitía atravesar los estados Unidos en el tiempo reglamentario. ...
Más información sobre la palabra Andaba en internet
Andaba en la RAE.
Andaba en Word Reference.
Andaba en la wikipedia.
Sinonimos de Andaba.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Andaba
Cómo se escribe andaba o handaba?
Cómo se escribe andaba o andava?
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