La palabra Alta ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece alta.
Estadisticas de la palabra alta
La palabra alta es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 616 según la RAE.
Alta es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 140.64 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la alta en 150 obras del castellano contandose 21377 apariciones en total.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece alta
La palabra alta puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 373
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El corral, el establo, las pocilgas eran obra de su padre; y aquella montera de paja, tan alta, tan esbelta, con las dos crucecitas en sus extremos, la había levantado él de nuevo, en sustitución de la antigua, que hacía agua por todas partes. ...
En la línea 892
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Chillaba la garrucha del pozo, saltaba ladrando de alegría junto a sus faldas el feo perrucho que pasaba la noche fuera de la barraca, y Roseta, a la luz de las últimas estrellas, echábase en cara y manos todo un cubo de agua fría sacada de aquel agujero redondo y lóbrego, coronado en su parte alta por espesos manojos de hiedra. ...
En la línea 1418
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mientras se amaestraban infiriendo cortes o poblando las cabezas de trasquilones y peladuras, el amo daba conversación a los parroquianos sentados en el banco del paseo, o leía en alta voz un periódico a este auditorio, que con la quijada en ambas manos, escuchaba impasible. ...
En la línea 206
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el señor Fermín no vaciló, cuando del mitin y de la declamación periodística, leída en alta voz, hubo que pasar a la excursión por el monte con la escopeta al hombro en defensa de aquella República que no querían aceptar los mismos generales que habían expulsado a los reyes. Y tuvo que correr por las montañas de la sierra unos cuantos días, e ir a tiros con las mismas tropas que meses antes había él aclamado cuando pasaban sublevadas por Jerez, camino de Alcolea. ...
En la línea 591
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tuteaba a Salvatierra a uso de _compañero_ y hablaba con desprecio de la gente trabajadora. Los jóvenes ya los veía allí: creyéndose felices con una copa y sin más pensamiento que hacer suyas a las compañeras de trabajo. No había más que fijarse en la frialdad con que habían presenciado la llegada de Salvatierra. Muchos ni sentían la curiosidad de aproximarse a él: hasta habían sonreído irónicamente, como si dijeran: «Un embustero más». Para ellos eran embusteros los periódicos que leían los viejos en voz alta; embusteros los que hablaban de la fuerza de la asociación y de una revuelta posible: sólo eran verdad los tres gazpachos y los dos reales de jornal, y con esto, alguna borrachera de vez en cuando y el asalto de una trabajadora, a la que afligían con el engendramiento de un nuevo desgraciado, se consideraban felices mientras duraba en ellos el optimismo de la juventud y la fuerza. Si seguían el impulso de las huelgas, era por el ruido y el desorden que éstas traían. De los antiguos, quedaban aún muchos fieles a _la idea_, pero apocados de ánimo, miedosos, encorvados bajo el temor que habían sabido infundirles los ricos. ...
En la línea 1238
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señorito parecía entristecerse cuando le hablaban de sus famosas francachelas. Aquello había pasado para siempre: no se podía ser joven toda la vida. Ahora era hombre; pero hombre serio y de provecho. Él llevaba _algo_ dentro de la cabeza; sus antiguos maestros, los Padres de la Compañía, lo reconocían. No pensaba detenerse en su marcha hasta conquistar una posición tan alta en la política como la que su primo tenía en la industria. Otros, peores que él, manejaban los asuntos de la tierra, y eran oídos por el gobierno, allá en Madrid, como virreyes del país. ...
En la línea 1415
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Dejaba sin respuesta las pullas de los compañeros de escritorio que, conociendo su amistad con Salvatierra, para adular al amo se burlaban de los rebeldes. Evitaba presentarse en la plaza Nueva, donde se reunían en grupos los huelguistas de la ciudad, inmóviles, silenciosos, siguiendo con miradas de odio a los señores que intencionadamente pasaban por allí con la cabeza alta y una expresión de reto en los ojos. ...
En la línea 291
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Allí, para gran sorpresa suya, D'Arta gnan oía criticar en voz alta la política que hacía temblar a Europa, y la vida privada del cardenal, que a tantos altos y poderosos personajes había llevado al castigo por haber tratado de profundizar en ella: aquel gran hombre, reverenciado por el señor D'Artagnan padre, servía de hazmerreír a los mosqueteros del señor de Tréville, que se metían con sus piernas zambas y con su espalda encorvada; unos cantaban villancicos sobre la señora D'Aiguillon, su amante, y sobre la señora de Com balet, su nieta, mientras otros preparaban partidas contra los pajes y los guardias del cardenal-duque, cosas todas que parecían a D'Arta -gnan monstruosas imposibilidades. ...
En la línea 440
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Todos disertaban, peroraban, hablaban en voz alta, jurando, blasfemando, enviando al cardenal y a sus guardias a todos los diablos. ...
En la línea 478
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Habíais habla do de mí en voz alta?-Sí, señor, sinduda cometí esa imprudencia; qué queréis, un nombre como el vuestro debía servirme de escudo en el camino. ...
En la línea 619
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan no era tan necio como para no darse cuenta de que estaba de más; pero no era todavía lo suficiente ducho en las formas de la alta sociedad para salir gentil mente de una situación falsa como lo es, por regla general, la de un hombre que ha venido a mezclarse con personas que apenas conoce y en una conversación que no le afec ta. ...
En la línea 523
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Tenía grandes deseos de examinar los restos de la fortaleza mora en la parte alta del monte; pero el tiempo urgía, y la brevedad de nuestra estada en el lugar no me consintió satisfacer ese gusto. ...
En la línea 554
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por el Sureste, a unas seis leguas de distancia, descúbrese una cadena de montañas azules; la más alta, llamada _Serra Dorso_, pintoresca, bella, alberga en sus escondrijos muchos lobos y jabalíes. ...
En la línea 643
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ofrecí al más viejo, hombre de unos cincuenta años de edad, un folleto en español, y después de examinarlo un rato con mucha atención, se alzó de su asiento y, poniéndose en medio del cuarto, comenzó a leer en alta voz, despacio y con gran énfasis. ...
En la línea 688
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La capa se le escurrió de los hombros, y al querer ponérsela de nuevo, soltó el ramal con que guiaba a la mula más alta; la cuerda se le enredó en las patas al pobre animal, que cayó pesadamente de cabeza al suelo; después de patalear un poco, la mula quedó tendida cuan larga era, atravesada en el camino, con las varas del carruaje sobre las costillas. ...
En la línea 177
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo: -¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada!, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento. ...
En la línea 459
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: -Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras. ...
En la línea 840
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Así que, séale a vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero; y que, desde aquí para delante de Dios, perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer: ora me los haya hecho, o haga o haya de hacer, persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condición alguna. ...
En la línea 924
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a decir: -Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho, pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado que, aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible. ...
En la línea 178
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pueden comprenderse en esta lista cuatro especies de caracaras o Polyvorus, el buitre, el gallinazo y el cóndor. La conformación de las caracaras las hace colocar en el número de las águilas; veremos sin son dignas de tan alta alcurnia. Sus costumbres las hacen asemejarse mucho a nuestros cuervos, a nuestras picazas, a nuestras cornejas, que se alimentan de carnes muertas; tribu de aves muy difundida en todo el resto del mundo, pero que no existe en la América del Sur. Comencemos por el Polyvorus brasiliensis. Esta ave es muy común y habita en una superficie geográfica muy extensa; está en extremo difundida por las llanuras herbosas del Plata, donde recibe el nombre de carrancha, y se encuentra también bastante a menudo en los llanos estériles de la Patagonia. En el desierto que separa el río Negro del Colorado están en gran número en el camino de las caravanas para devorar los cadáveres de los infelices animales a quienes la sed y la fatiga han hecho morir en el camino. Aunque muy común en estos países secos y abiertos, así como en las costas áridas del Pacífico, habita también en los impenetrables bosques tan húmedos de la Patagonia occidental y de la Tierra de Fuego. Las carranchas, así como los chimangos, están siempre presentes en gran número en las «estancias», así como en los mataderos. Así que muere un animal en la llanura comienzan a comérselo los gallinazos; luego vienen las dos especies de Polyvorus, que no dejan absolutamente más que los huesos. Aunque estas aves se encuentran juntas en la misma presa, distan mucho de ser amigas. Mientras que la carrancha está tranquilamente encaramada sobre una rama de árbol o descansa en el suelo, el chimango continúa a menudo volando durante largo tiempo de acá para allá. ...
En la línea 258
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El agua estaba cortada por numerosos diques de barro, llamados cangrejales por los habitantes, a causa de la grandísima cantidad de cangrejitos que hay allí. Ese barro es tan blando que resulta imposible andar por él, ni siquiera algunos pasos. La mayor parte de esos diques están cubiertos de juncos muy largos, de los cuales sólo se ven las puntas en la marea alta. Un día que íbamos embarcados nos perdimos en medio de esos barrizales, hasta el punto de costarnos muchísimo trabajo salir de ellos. No podíamos ver más que la superficie llena del barro; el día no estaba muy claro; había una refracción muy fuerte, o (para emplear la expresión de los marineros) «las cosas se miraban en el aire». El único objeto que no estaba a nivel era el horizonte; los juncos nos producían el efecto de matorrales suspensos en el aire; el agua nos parecía barro, y el barro agua. ...
En la línea 404
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Mientras cambiábamos de caballos en Guardia, varias personas se acercaron a dirigirme una multitud de preguntas acerca del ejército. Nunca he visto una popularidad más grande que la de Rosas, ni mayor entusiasmo por «la guerra más justa de las guerras, puesto que va dirigida contra los salvajes». Preciso es confesar que se comprende algún tanto ese arranque, si se tiene en cuenta que aún hace poco tiempo estaban expuestos a los ultrajes de los indios los hombres, las mujeres, los niños, los caballos. Durante todo el día recorremos una hermosa llanura verde, cubierta de rebaños; acá y allá una estancia solitaria, sin más sombra que un sólo árbol. Por la tarde se pone a llover; llegamos a un destacamento, pero el jefe nos dice que, si no tenemos pasaportes muy en regla, no podemos seguir nuestro camino, pues hay tantos ladrones que no quiere fiarse de nadie. Le presento mi pasaporte, y en cuanto lee en él las primeras palabras El naturalista D. Carlos, se vuelve tan respetuoso y cortés como desconfiado estaba antes. ¡Naturalista! Seguro estoy de que ni él ni sus compatriotas comprenden bien qué podrá querer decir eso; pero es probable que mi título misterioso no haga sino inspirarle una idea más alta de mi persona. ...
En la línea 530
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Varias veces, cuando nuestro buque estaba a algunas millas de distancia de la desembocadura del río Plata o mar adentro a lo largo de las costas de la Patagonia septentrional, nos vimos rodeados de insectos. Cierta tarde, a unas 10 millas de la bahía de San Blas, vimos bandadas o enjambres de mariposas en infinito número, que se extendían tan lejos cuanto podía alcanzar la vista; ni aun con el telescopio era posible descubrir un solo punto en que no hubiera mariposas. Los marineros gritaban: «nievan mariposas»; tal era, en efecto, el aspecto que el cielo presentaba. Estos animales pertenecían a varias especies, siendo, no obstante, la mayor parte muy parecida a la especie inglesa común, Colias educa, sin ser idéntica a ésta. Algunos himenópteros acompañaban a estas mariposas, y al lado de nuestro buque cayó un hermoso escarabajo (un Calosoma). Hay ejemplos varios de haberse cogido este escarabajo muy lejos en alta mar, lo que es tanto más de extrañar cuanto es raro en la mayor parte de los carábidos que se sirvan de las alas. El día había sido muy hermoso y muy tranquilo; también la víspera había hecho buen tiempo, con poco viento y sin dirección muy marcada. No podíamos suponer que estos insectos hubieran sido arrastrados de la tierra por el viento, y había que admitir que la abandonaron por su voluntad. Desde luego me parecieron estas bandadas de Coliadas ejemplo de una de esas grandes emigraciones que realiza otra mariposa, el Vanessa cardin, pero la presencia de otros insectos hacía el caso presente más notable y menos comprensible aún. Una brisa fuerte del norte se levantó antes de la puesta del sol y debió causar la muerte de millares de estas mariposas y otros insectos. ...
En la línea 280
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Algunos fatuos estimaban en mucho la propiedad de una casa, por miserable que fuera, en la parte alta de la ciudad, a la sombra de la catedral, o de Santa María la Mayor o de San Pedro, las dos antiquísimas iglesias vecinas de la Basílica y parroquias que se dividían el noble territorio de la Encimada. ...
En la línea 487
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral hablaba en voz alta de modo que sus palabras resonaban en las bóvedas y los demás con el ejemplo se arrimaron también a gritar. ...
En la línea 718
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La cual siempre había sido hija de confesión de don Cayetano, pero este, que de algunos años a esta parte sólo confesaba a algunas pocas personas, señoras casi todas, de alta categoría, escogidísimos amigos y amigas, al cabo se había cansado también de esta leve carga, pesada para sus años; y resuelto a retirarse por completo del confesonario, había suplicado a sus hijas de confesión que le librasen de este trabajo y hasta señalado sucesor en tan grave e interesante ministerio; sucesor diferente según las personas. ...
En la línea 825
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Si estuviéramos en un barco, no sería tan inoportuno —pensaba —¡pero en una catedral! El Infanzón estaba en rigor como en alta mar, y cada vez que oía decir la nave del Norte, la nave del Sur, la nave principal, se creía al frente de una escuadra y se figuraba que don Saturno apestaba a brea. ...
En la línea 494
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Exhibía con orgullo Enciso de las Casas su origen hispanoamericano, como si fuese la más alta e interesante de las noblezas. Únicamente la de los príncipes romanos podía compararse con la suya. Era de un hispanismo optimista, que halagaba a Claudio y al mismo tiempo le hacia sonreír. ...
En la línea 814
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Sabe usted que las hermanas del primer Papa Borja, apodadas en Valencia las Bisbesas (las Obispas) cuando Alfonso de Borja no era más que obispo de aquella ciudad, se preocuparon de casar a sus hijas con caballeros de la más alta nobleza valenciana. Las Obispas hasta habitaban el palacio episcopal de Valencia, por estar ausente su hermano, recibiendo en sus salones a los novios de sus niñas. Esto lo hicieron tres de las hermanas, pues la menor de ellas, doña Francisca, quedó soltera, muriendo en olor de santidad. Fue una precursora de San Francisco de Borja, en esta familia de individualidades enérgicas, donde todos se mostraron extremados, llegando a ser santos o grandes pecadores. ...
En la línea 919
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Colón—siguió diciendo Enciso—, en vez de ser perseguido por la ignorancia española, como han supuesto tantos autores ligeramente, copiándose unos a otros, resultó en España un ignorante, comparado con muchos que escuchaban sus planes. Usted sabe que Colón no creía que el mundo fuese redondo, sino más bien en forma de pera, teniendo colocado en su pezón o parte más alta el Paraíso terrenal. También afirmaba que en nuestro planeta, dividido en siete partes, seis de ellas son tierra firme y sólo una la ocupan los mares. En cambio, un obispo de España, cuando algunos colegas suyos criticaban por rutina el proyecto de Colón de ir hacia Occidente dando vuelta a la Tierra, fundándose en que San Agustín y otros autores sacros dudaban de dicha esfericidad, contestó con energía: «San Agustín y otros respetables varones son autoridades en materias teológicas, pero de ningún modo en cosmografía.» ...
En la línea 1047
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sintió Borja en torno de él un nuevo ambiente más favorable. La vida de la alta sociedad romana consiste en comidas y tiestas que hacen encontrarse casi a diario a las mismas gentes. Existen más Embajadas y Legaciones que en ninguna otra capital del mundo. La representación diplomática es doble: una, para el Papa; otra, para el rey de Italia. Y los dos representantes de un mismo país, en el Vaticano y en el Quirinal, se miran con rivalidad, queriendo superarse mutuamente. Esto hace que todos los días se celebre alguna recepción, a la que acuden los diversos grupos de los dos ejércitos diplomáticos acampados en Roma, llevando detrás de ellos la aristocracia pontificia o la puramente italiana, a más de los extranjeros distinguidos que están de paso. ...
En la línea 273
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los señores del Consejo miraron con interés a Flimnap después de sus últimas palabras, apreciándolo como un profesor de mérito que había vegetado injustamente en el olvido, y merecería en adelante su alta protección. También halagó los gustos del rector, poderoso personaje cuyos consejos eran siempre escuchados por los señores del organismo ejecutivo. ...
En la línea 285
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Entonces -continúo el presidente-, si usted manifiesta esa opinión a mis compañeros de Consejo, como todos ellos respetan mucho su alta sabiduría, la vida del gigante queda segura. ...
En la línea 295
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Guiado por la curiosidad y los comentarios de varias damas barbudas, acabó por fijarse el profesor en una de las mujeres que ocupaban el estrado de los senadores. Era Gurdilo, el célebre jefe de la oposición al actual gobierno: una hembra alta, desprovista de carnes, con el cutis avellanado como si fuese de correa, y unos tendones gruesos y tirantes que se marcaban en el cuello, en los brazos y en las demás partes visibles de su cuerpo. Los ojos tenían una agudeza fija e imperiosa, y su gesto era avinagrado, como de persona eternamente indignada contra todo lo que no es obra suya. ...
En la línea 314
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Volvió a decaer el interés mientras iban desfilando otros esclavos por parejas. Cada dos hombres llevaban entre ellos, lo mismo que si fuese un cartelón anunciador, una faja de papel impreso mucho más larga que alta. Todos estos carteles tenían una capa de grasa y de suciedad, en la que la vista microscópica de los pigmeos veía rebullir pequeñísimos monstruos del mundo microbiano. Los papeles estaban ornados de retratos de Hombres-Montañas completamente desconocidos por el profesor Flimnap. Todos ellos ostentaban la palabra 'Banco' y una cifra seguida de la palabra dolar. ...
En la línea 379
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No; sólo una media docena de voces elegantes, de las que usa la alta sociedad. No las entendí bien. Lo demás bien clarito estaba, demasiado clarito. Lloraste por tu Pitusa de tu alma, y te llamabas miserable por haberla abandonado. Créelo, te pusiste que no había por dónde cogerte. ...
En la línea 409
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Vamos ahora a otra cosa. Los de Santa Cruz, como familia respetabilísima y rica, estaban muy bien relacionados y tenían amigos en todas las esferas, desde la más alta a la más baja. Es curioso observar cómo nuestra edad, por otros conceptos infeliz, nos presenta una dichosa confusión de todas las clases, mejor dicho, la concordia y reconciliación de todas ellas. En esto aventaja nuestro país a otros, donde están pendientes de sentencia los graves pleitos históricos de la igualdad. Aquí se ha resuelto el problema sencilla y pacíficamente, gracias al temple democrático de los españoles y a la escasa vehemencia de las preocupaciones nobiliarias. Un gran defecto nacional, la empleomanía, tiene también su parte en esta gran conquista. Las oficinas han sido el tronco en que se han injertado las ramas históricas, y de ellas han salido amigos el noble tronado y el plebeyo ensoberbecido por un título universitario; y de amigos, pronto han pasado a parientes. Esta confusión es un bien, y gracias a ella no nos aterra el contagio de la guerra social, porque tenemos ya en la masa de la sangre un socialismo atenuado e inofensivo. Insensiblemente, con la ayuda de la burocracia, de la pobreza y de la educación académica que todos los españoles reciben, se han ido compenetrando las clases todas, y sus miembros se introducen de una en otra, tejiendo una red espesa que amarra y solidifica la masa nacional. El nacimiento no significa nada entre nosotros, y todo cuanto se dice de los pergaminos es conversación. No hay más diferencias que las esenciales, las que se fundan en la buena o mala educación, en ser tonto o discreto, en las desigualdades del espíritu, eternas como los atributos del espíritu mismo. La otra determinación positiva de clases, el dinero, está fundada en principios económicos tan inmutables como las leyes físicas, y querer impedirla viene a ser lo mismo que intentar beberse la mar. ...
En la línea 548
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Señores, no seamos impresionables—indicó el marqués de Casa-Muñoz, que gustaba de dominar las situaciones con mirada alta—. Ese buen señor se ha cansado; no era para menos; ha dicho: «ahí queda eso». Yo en su caso habría hecho lo mismo. Tendremos algún trastorno; habrá su poco de República; pero ya saben ustedes que las naciones no mueren… ...
En la línea 615
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y acentuando de una manera notabilísima aquella expresión de oler una cosa muy mala, añadió que todo lo que estaba pasando lo había previsto él, y que los sucesos no discrepaban ni tanto así de lo que día por día había venido él profetizando. Sin hacer mucho caso de su amigo, D. Baldomero leyó en voz alta la noticia o estribillo de todos los días. «La partida tal entró en tal pueblo, quemó el archivo municipal, se racionó, y volvió a salir… La columna tal perseguía activamente al cabecilla cual, y después de racionarse… ». ...
En la línea 400
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom respondió en voz alta y gravemente, con gran animación: ...
En la línea 488
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... 'Parece que se ha movido… Tendré que cantar en clave no tan alta. No estaría bien turbar su sueño con la jornada que le espera, pobre muchacho… Esta prenda está bastante bien … Con una puntada aquí y otra allá, quedará adecuada. Esta otra es mejor, si bien no le vendrán mal tampoco unas cuantas puntadas. Estos zapatos están de muy buen uso, y con ellos tendrá los piececitos secos y calientes. Son cosa nueva para él, pues sin duda está acostumbrado a ir descalzo, lo mismo en los veranos que en los inviernos… ¡Ojalá que el hilo fuera pan! ¡Con cuán poco dinero se compra lo necesario para un año! Y además, le dan a uno de balde una aguja tan brava y grande como ésta solo por caridad. Ahora me va a costar un demonio enhebrarla.' ...
En la línea 586
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Y prosiguió en voz alta: ...
En la línea 730
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Aprovechemos nuestro privilegio, y corramos a la gran sala del banquete para echarle un vistazo, mientras Tom se encuentra listo para una ocasión tan imponente. Es un aposento espacioso, de columnas y pilastras doradas y paredes y techos con pinturas. En la puerta se yerguen dos fornidos guardias, rígidos como estatuas, vestidos de ricos y pintorescos trajes y armados de alabardas. En una galería alta, que corre en tomo de toda la sala, hay una banda de músicos y compacta concurrencia de uno y otro sexo, brillantemente ataviada. En el centro del salón, sobre la tarima, está la mesa de Tom. Dejemos ahora que hable el viejo cronista: ...
En la línea 145
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿Es alta o baja? ...
En la línea 421
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «¡Don Augusto! ¡Don Augusto! –pensó este, ¡Don… ! ¡De qué mal agüero es este don! ¡casi tan malo como aquel caballero! » Y luego, en voz alta: ...
En la línea 425
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y luego, en voz alta: ...
En la línea 536
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y salió Eugenia con la cabeza alta a la calle, donde en aquel momento un organillo de manubrio encentaba una rabiosa polca. «¡Horror!, ¡horror!, ¡horror!» , se dijo la muchacha, y más que se fue huyó calle abajo. ...
En la línea 53
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Iba vestido con traje de guerra; calzaba altas botas de cuero rojo; llevaba una magnífica casaca de terciopelo, también rojo, y anchos pantalones de seda azul. En bandolera portaba una carabina india de cañón largo; a la cintura, una pesada cimitarra con la empuñadura de oro macizo, y atravesado en la franja, un kriss, puñal de hoja ondulada y envenenada, arma favorita de los pueblos malayos. Se detuvo un momento en el borde de la alta roca, recorrió con su mirada de águila la superficie del mar, y la detuvo en dirección del Oriente. ...
En la línea 63
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Había malayos de estatura más bien baja, vigorosos y ágiles como monos, famosos por su ferocidad; otros de color más oscuro, conocidos por su pasión por la carne humana; dayakos de alta estatura y bellas facciones; siameses, cochinchinos, indios, javaneses y negritos de enormes cabezas y facciones repulsivas. ...
En la línea 235
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se había alejado el parao unos seiscientos pasos de la bahía y se preparaba para lanzarse a alta mar, cuando vio que el crucero encendía los faroles de posición. ...
En la línea 291
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Era un europeo, a juzgar por el color de su piel. Parecía tener unos cincuenta años, era de alta estatura, ojos azules, y en sus modales se advertía el hábito del mando. ...
En la línea 1053
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Siendo obvio que el capitán Nemo no esperaba de mí ninguna respuesta, me pareció inútil asentir a sus palabras con fórmulas tales como «evidentemente», «así es», «tiene usted razón»… Se hablaba más bien a sí mismo, con largas pausas entre frase y frase. Era una meditación en alta voz. ...
En la línea 1390
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los indígenas continuaban allí, más numerosos que en la víspera. Tal vez eran quinientos o seiscientos. Aprovechándose de la marea baja, algunos habían avanzado sobre las crestas de los arrecifes hasta menos de dos cables del Nautilus. Los distinguía fácilmente. Eran verdaderos papúes, de atlética estatura. Hombres de espléndida raza, tenían una frente ancha y alta, la nariz gruesa, pero no achatada, y los dientes muy blancos. El color rojo con que teñían su cabellera lanosa contrastaba con sus cuerpos negros y relucientes como los de los nubios. De los lóbulos de sus orejas, cortadas y dilatadas, pendían huesos ensartados. Iban casi todos desnudos. Entre ellos vi a algunas mujeres, vestidas desde las caderas hasta las rodillas con una verdadera crinolina de hierbas sostenida por un cinturón vegetal. Algunos jefes se adornaban el cuello con collares de cuentas de vidrio rojas y blancas. Casi todos estaban armados de arcos, flechas y escudos, y llevaban a la espalda una especie de red con las piedras redondeadas que con tanta destreza lanzan con sus hondas. ...
En la línea 1396
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No teniendo nada mejor que hacer, se me ocurrió dragar aquellas aguas, cuya limpidez dejaba ver con profusión conchas, zoófitos y plantas pelágicas. Era, además, el último día que el Nautilus debía permanecer en aquellos parajes, si es que conseguía salir a flote con la alta marea del día siguiente, como esperaba el capitán Nemo. ...
En la línea 1644
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A mediodía de aquella jornada, la del 21 de enero de 1868, el segundo de a bordo subió a la plataforma a tomar la altura del sol. Yo encendí un cigarro y me entretuve en observar sus operaciones. Me pareció evidente que aquel hombre no comprendía el francés, pues permaneció mudo e impasible tantas veces cuantas yo expresé en voz alta mis comentarios, que, de haberlos comprendido, no habrían dejado de provocar en él algún signo involuntario de atención. ...
En la línea 50
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana, la señora Joe, tenía el cabello y los ojos negros y el cutis tan rojizo, que muchas veces yo mismo me preguntaba si se lavaría con un rallador en vez de con jabón. Era alta y casi siempre llevaba un delantal basto, atado por detrás con dos cintas y provisto por delante de un peto inexpugnable, pues estaba lleno de alfileres y de agujas. Se envanecía mucho de llevar tal delantal, y ello constituía uno de los reproches que dirigía a Joe. A pesar de cuyo envanecimiento, yo no veía la razón de que lo llevara. ...
En la línea 99
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — La noche pasada se escapó un penado - dijo Joe, en voz alta -, según se supo por los cañonazos que se oyeron a la puesta del sol. Dispararon para avisar su fuga. Y ahora parece que tiran para dar cuenta de que se ha fugado otro. ...
En la línea 163
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... «¡Rodeadle, muchacho!» Y siente cómo le ponen encima las manos, aunque todo eso no exista. Por eso anoche creí ver varios pelotones que me perseguían y oí el acompasado ruido de sus pasos. Pero no vi uno, sino un centenar. Y en cuanto a cañonazos… Vi estremecerse la niebla ante el cañón, hasta que fue de día claro. Pero ese hombre… - añadió después de las palabras que acababa de pronunciar en voz alta, olvidando mi presencia -. ¿Has notado algo en ese hombre? ...
En la línea 344
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Una tía abuela del señor Wopsle daba clases nocturnas en el pueblo; es decir, que era una ridícula anciana, de medios de vida limitados y de mala salud ilimitada, que solía ir a dormir de seis a siete, todas las tardes, en compañía de algunos muchachos que le pagaban dos peniques por semana cada uno, a cambio de tener la agradable oportunidad de verla dormir. Tenía alquilada una casita, y el señor Wopsle disponía de las habitaciones del primer piso, en donde nosotros, los alumnos, le oíamos leer en voz alta con acento solemne y terrible, así como, de vez en cuando, percibíamos los golpes que daba en el techo. Existía la ficción de que el señor Wopsle «examinaba» a los alumnos una vez por trimestre. Lo que realmente hacía en tales ocasiones era arremangarse los puños, peinarse el cabello hacia atrás con los dedos y recitarnos el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César. Inevitablemente seguía la oda de Collins acerca de las pasiones, y, al oírla, yo veneraba especialmente al señor Wopsle en su personificación de la Venganza, cuando arrojaba al suelo con furia su espada llena de sangre y tomaba la trompeta con la que iba a declarar la guerra, mientras nos dirigía una mirada de desesperación. Pero no fue entonces, sino a lo largo de mi vida futura, cuando me puse en contacto con las pasiones y pude compararlas con Collins y Wopsle, con gran desventaja para ambos caballeros. ...
En la línea 80
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Era un hombre que había rebasado los cincuenta, robusto y de talla media. Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de un amarillo verdoso, hinchado por el alcohol. Entre sus abultados párpados fulguraban dos ojillos encarnizados pero llenos de vivacidad. Lo que más asombraba de aquella fisonomía era la vehemencia que expresaba ‑y acaso también cierta finura y un resplandor de inteligencia‑, pero por su mirada pasaban relámpagos de locura. Llevaba un viejo y desgarrado frac, del que sólo quedaba un botón, que mantenía abrochado, sin duda con el deseo de guardar las formas. Un chaleco de nanquín dejaba ver un plastrón ajado y lleno de manchas. No llevaba barba, esa barba característica del funcionario, pero no se había afeitado hacía tiempo, y una capa de pelo recio y azulado invadía su mentón y sus carrillos. Sus ademanes tenían una gravedad burocrática, pero parecía profundamente agitado. Con los codos apoyados en la grasienta mesa, introducía los dedos en su cabello, lo despeinaba y se oprimía la cabeza con ambas manos, dando visibles muestras de angustia. Al fin miró a Raskolnikof directamente y dijo, en voz alta y firme: ...
En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...
En la línea 142
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cruzaron el patio y empezaron a subir hacia el cuarto piso. La escalera estaba cada vez más oscura. Eran las once de la noche, y aunque en aquella época del año no hubiera, por decirlo así, noche en Petersburgo, es lo cierto que la parte alta de la escalera estaba sumida en la más profunda oscuridad. ...
En la línea 145
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof reconoció inmediatamente a Catalina Ivanovna. Era una mujer horriblemente delgada, fina, alta y esbelta, con un cabello castaño, bello todavía. Como había dicho Marmeladof, sus pómulos estaban cubiertos de manchas rojas. Con los labios secos, la respiración rápida e irregular y oprimiéndose el pecho convulsivamente con las manos, se paseaba por la habitación. En sus ojos había un brillo de fiebre y su mirada tenía una dura fijeza. Aquel rostro trastornado de tísica producía una penosa impresión a la luz vacilante y mortecina del cabo de vela casi consumido. ...
En la línea 34
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Fui entonces yo, quien, a mi vez, exclamé en voz mucho más alta que la suya: —¡Me tiene sin cuidado el café de vuestro Monseñor! ¡Escupiría en su taza! Si usted no resuelve inmediatamente el asunto de mi pasaporte, iré a verlo a él en persona. ...
En la línea 88
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Su orden de jugar a la ruleta me había producido el efecto de un golpe en la cabeza. Cosa extraña: entonces, que tenía tantos motivos de meditación, me absorbía en el análisis de los sentimientos que experimentaba respecto a Paulina. A decir verdad, durante esos quince días de ausencia tenía el corazón menos oprimido que en el día de regreso. Sin embargo, durante el viaje había sentido una angustia loca, desvariando constantemente y viéndola en todo instante como en sueños. Una vez —fue en Suiza—me dormí en el vagón y empecé a hablar, según parece, en voz alta con Paulina, lo que motivó las risas de mis compañeras de viaje. ...
En la línea 159
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Debe tener unos veinticinco años. Es alta y bien formada, de hombros redondos, busto opulento, tez bronceada, cabellos negros muy abundantes, suficiente para dos peinados. Tiene los ojos negros, la esclerótica amarillenta, la mirada cínica, los dientes muy blancos; los labios siempre pintados. Sus piernas y sus manos son admirables. Su voz tiene un timbre de contralto enronquecida. Se ríe algunas veces a carcajadas, enseñando todos los dientes; pero generalmente su mirada es insistente y silenciosa, al menos en presencia de Paulina y de María Philippovna. ...
En la línea 311
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No puedo comprender, no comprendo lo que es esa mujer. Es bonita, sí, es bonita según parece. Hace perder la cabeza también a los demás. Es alta y esbelta, muy delgada. Tengo la impresión de que se podría hacer con ella un paquetito o doblarla. Sus pies son largos y estrechos, obsesionantes. Positivamente obsesionantes. Tiene los cabellos de un tono rojizo y ojos de gata. ¡Pero qué orgullo, qué arrogancia en su mirada! Hace cuatro meses, poco después de mi llegada, tuvo una noche, en el salón, con Des Grieux, una conversación larga y animada. Y le miraba de un modo… que luego, una vez en mi cuarto, me hube de imaginar que ella le había abofeteado… Desde aquella noche la amo. ...
En la línea 215
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al abrir los labios sin duda para preguntar al recién llegado lo que deseaba, éste apoyó ambas manos en su garrote, posó su mirada en el anciano y luego en las dos mujeres, y sin esperar a que el obispo hablase dijo en alta voz: ...
En la línea 583
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Era la señora Thenardier una mujer colorada y robusta; aún era joven, pues apenas contaba treinta años. Si aquella mujer en vez de estar sentada hubiese estado de pie, acaso su alta estatura y su aspecto de coloso de circo ambulante habrían asustado a cualquiera. ...
En la línea 691
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Muchas veces, cuando el señor Magdalena pasaba por una calle, tranquilo, afectuoso, rodeado de las bendiciones de todos, un hombre de alta estatura, vestido con una levita gris oscuro, armado de un grueso bastón y con un sombrero de copa achatada en la cabeza, se volvía bruscamente a mirarlo y lo seguía con la vista hasta que desaparecía; entonces cruzaba los brazos, sacudiendo lentamente la cabeza y levantando los labios hasta la nariz, especie de gesto significativo que podía traducirse por: '¿Pero quién es ese hombre? Estoy seguro de haberlo visto en alguna parte. Lo que es a mí no me engaña'. ...
En la línea 816
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... De pronto, un hombre de alta estatura salió de entre la multitud, agarró a la mujer por el vestido de raso verde, cubierto de lodo, y le dijo: ...
En la línea 309
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En estrecha relación con las visiones del hombre velludo estaba la llamada que todavía sonaba en las entrañas del bosque. Le producía una gran inquietud y unos extraños deseos. Le hacía experimentar una vaga y dulce alegría y despertaba en él ansias y anhelos salvajes no sabía bien de qué. A veces se internaba en el bosque buscando la llamada como si fuera un objeto tangible, y ladraba apenas o con fuerza, según su humor. Hundía el hocico en el musgo del bosque o en la tierra negra donde crecía alta la hierba, y los densos olores lo hacían resoplar de gozo; o bien se acurrucaba durante horas al acecho, detrás del tronco cubierto de liquen de un árbol caído, con los ojos bien abiertos y las orejas muy erguidas, atento a todo cuanto se movía o sonaba a su alrededor. Puede que en esa actitud esperase descubrir la llamada que no lograba comprender. Aunque no sabía por qué hacía aquellas cosas. Se sentía empujado a hacerlas pero no reflexionaba en absoluto sobre ellas. ...
En la línea 80
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y el prohombre celebró su propio retruécano disparando larga risa. Miranda quedose pensativo mascando la miga de la proposición, cuyas ventajas le saltaron a los ojos prontamente. Ningún medio más acertado para prevenir las embestidas de la mala fortuna y asegurar el dudoso porvenir, mientras no emigrasen del todo los ya ralos cabellos, y no desapareciese el barniz de gallardía que aún abrillantaba su persona. Por otra parte, León era ciudad que involuntariamente sugería ideas matrimoniales. ¿Qué hacer sino casarse allí donde todo era calma y tedio, donde la soltería inspiraba desconfianza, donde la más insignificante aventurilla provocaba los furiosos ladridos del escándalo? Así es que dijo en voz alta: ...
En la línea 159
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Está visto -pensó el señor Joaquín para su capote-: hierve la olla; a esta chica hay que casarla. Y en voz alta: pues siendo así, niña, creo que no debes hacer un desaire al señor de Miranda. Es todo un señor… y en política, ¡vamos, es mucho olfato el suyo! ¿A ti no te desagrada? ...
En la línea 187
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de té, de café, de chocolate. Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense. Las teteras presentaban su vientre reluciente y las jarras de la leche sacaban el hocico como niños mal criados. La monotonía del prolongado salón abrumaba. Tarifas, mapas y anuncios, pendientes de las paredes, prestaban al lugar no sé qué perfiles de oficina. El fondo de la pieza ocupábalo un alto mostrador atestado de rimeros de platos, de grupos de cristalería recién lavada, de fruteros donde las pirámides de manzanas y peras pardeaban ante el verde fuerte del musgo. En la mesa principal, en dos floreros de azul porcelana, acababan de mustiarse lacias flores, rosas tardías, girasoles inodoros. Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos. Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales. Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas. Hizo Miranda poco gasto de manjares, despreciando cuanto le servían, y pidiendo imperativo y en voz bastante alta una botella de Jerez y otra de Burdeos, de que escanció a Lucía, explicándole las cualidades especiales de cada vino. Lucía comió vorazmente, soltando la rienda a su apetito impetuoso de niño en día de asueto. A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces. Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta. Pero su gran orgía, su fruto prohibido, fue el café. No acertaremos jamás los mínimos y escrupulosos cronistas del señor Joaquín el Leonés, cuál fuese la razón secreta y potísima que le llevó a vedar siempre a su hija el uso del café, cual si fuese emponzoñada droga o pernicioso filtro: caso tanto más extraño cuanto que ya sabemos la afición desmedida, el amor que al café profesaba nuestro buen colmenarista. Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: ...
En la línea 211
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Lucía -dijo en voz alta. ...
En la línea 62
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Pero conviene hacer observar aquí- y esto da más fácil explicación al hecho- que el Banco de Inglaterra parece que se desvive por demostrar al público la alta idea que tiene de su dignidad. Ni hay guardianes, ni ordenanzas, ni redes de alambre. El oro, la plata, los billetes, están expuestos libremente, y, por decirlo así, a disposición del primero que llegue. En efecto, sería indigno sospechar en lo mínimo acerca de la caballerosidad de cualquier transeúnte. Tanto es así, que hasta se llega a referir el siguiente hecho por uno de los más notables observadores de las costumbres inglesas: En una de las salas del Banco en que se encontraba un día, tuvo curiosidad por ver de cerca una barra de oro de siete a ocho libras de peso que se encontraba expuesta en la mesa del cajero; para satisfacer aquel deseo, tomó la barra, la examinó, se la dio a su vecino, éste a otro, y así, pasando de mano en mano, la barra llegó hasta el final de un pasillo obscuro, tardando media hora en volver a su sitio primitivo, sin que durante este tiempo el cliero hubiera levantado siquiera la cabeza. ...
En la línea 744
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Los sacerdotes se mantuvieron de pie delante del juez, y el escribano leyó en voz alta una querella de sacrilegio formulada contra el señor Phileas Fogg y su criado, acusados de haber profanado un lugar consagrado por la religión brahmánica. ...
En la línea 1280
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se arrojó al cuello de Fix sin otra explicación, y, con gran satisfacción de algunos americanos, que apostaron a su favor, administró al desventurado inspector una soberbia tunda, que demostró la alta superioridad del pugilato francés sobre el inglés. ...

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